miércoles, 12 de mayo de 2010

Otra de peces (cuento)

...dedicado a los niños de la Primera Comunión.

Cornelio cumplía diez años. Por eso su padre estaba serio y emocionado delante de él.
Le habían regalado una jabalina, una taba y un cinturón de cuero de niño mayor...
Pero aquel pez de cobre era muy especial porque era la llave para ir a la Santa Misa.
-Sí, papá, si me preguntan diré que es un amuleto de un peregrino que vino del Oriente...

Aquella noche salía hacia las catacumbas. Era el lugar más seguro en aquellos tiempos...
- ¡Tienes miedo? - No, papá. No tengo ningún miedo porque hoy recibo a Jesús.
- Echa el pez en el cesto, con los demás...
Y el pez -oscuro como aquella noche- fue al cesto que sostenía el hombre de la entrada.

Les recibió Alejandro con una antorcha en la mano y les condujo por aquellas galerías .
Por fin llegaron a un espacio amplio y el Obispo le salió al encuentro.
-Felicidades, Cornelio, ahora ya eres mayor y comulgarás...
Allí estaban todos, contentos, de fiesta; el altar adornado con flores.
La Eucaristía empezó y se entonaron cantos, se hicieron lecturas y rezos...
Luego vino la consagración y los ojos de todos brillaban de emoción. Cornelio comulgó...

La mañana era fresca y los peces del cesto ahora eran dorados. Cornelio estaba contento.
- Recuerda hijo mío. Si te preguntan por el pez, dirás que...
- Ya sé papá. Lo trajo un peregrino que vino del Oriente.

Y pasó la semana. Y llegó la hora de volver a celebrar la Eucaristía con la Comunidad.
Hoy quería ayudar al diácono Alejandro y estaba nervioso. De nuevo dejó su pez de cobre en el cesto.
Recorrió aquel laberinto de pasadizos subterráneos. Pero hoy los guiaba un cieguito.
¿Dónde estaba Alejandro? Se lo dijeron: Le atraparon y lo llevaron al Circo para ser devorado por las fieras;
sólo pudieron rescatar unos jirones de su ropa empapados en sangre. - No os preocupéis.
Ordenaré otros jóvenes como él para que no falten sacerdotes. De este modo
Jesús podrá llegará a otros hermanos
e incluso a otros cristianos que vendrán en siglos futuros.
Celebraron el Sacrifico y pidieron todos por el mártir y también para que hubiera vocaciones.
En la consagración, las palabras de Jesús resonaron en Cornelio de un modo nuevo: mi Cuerpo... mi Sangre...
se entregan por vosotros y por todos los hombres...
Luego ayudó a distribuir el Santísimo Sacramento: él llevaba en un paño blanco las Sagradas Formas
y el Obispole daba la Comunión a sus padres, a los hermanos...
Y cuando ya recogían lo sobrante para llevár a Jessús a enfermos y encarcelados, el Obispo le susurró:
- Quizá un día tú, Cornelio, tan pequeño...

A la salida, el pez brillaba con los primeros rayos del sol. Y Cornelio lo apretó fuerte contra su pecho.
Durante la semana en casa hablaron y rezaron mucho por los hermanos cautivos y torturados. El pez ahora era algo serio.
Si la cruz significaba el amor que el Señor nos tuvo, el pez representaba el amor de su Iglesia en medio del mundo.
Y llegó de nuevo el día de la celebración de los Sagrados Misterios. Y en el aire se respiraba un no se qué que encogía el alma.

Nadie supo cómo fue. Quizás el traidor fue por allí y notó que las antorchas se habían encendido. O tal vez oyó hablar de un pez y se hizo con uno. Y pudiera ser que asistiera a la reunión litúrgica.
Cornelio se estremeció, de repente, pensando en que había sido observado por aquel Judas. Pero todo eso poco importaba ya.
Fue en el momento cumbre, tras la consagración. El Obispo tenía en alto el Pan y el Vino y decía solemne:
- Por Cristo, con El y en El...

Se agitaron las antorchas en el aire. Una capa roja irrumpió de repente y la espada del centurión se clavó en el pecho del Obispo.
Estalló el griterio, los soldados golpeaban y a empellones obligaban a la gente a moverse hacia la puerta... Estaban atrapados.
Todos menos uno: Cornelio -tan pequeño- se acurrucó en un rincón, bajo el angulo sombreado de aquella antorcha.
... Los gritos aún duranron largo rato. Pero al final hubo silencio. Alli estaba el cuerpo del Obispo y las Formas por el suelo.
El niño pensaba en su padre -tan valiente- y en su madre -tan buena- y los demás. Y en los cristianos de los siglos futuros.
La sangre olía, se coagulaba despacio y se mezclaba con algunas Formas. Y le pareció oír las palabras del Obispo:
- Quizás tu, Cornelio, tan pequeño...

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