lunes, 30 de abril de 2012

Congreso en Madrid

San Doroteo de Gaza 1

DOROTEO DE GAZA
Cartuja Sta. Mª Benifaçá
INSTRUCCIONES DIVERSAS DE NUESTRO PADRE DOROTEO A SUS DISCÍPULOS

I. SOBRE EL RENUNCIAMIENTO
1. Cuando al comienzo Dios creó al hombre, "le colocó en el paraíso", como dice la Sagrada Escritura, después de haberlo adornado de toda clase de virtudes, y le impuso el precepto de no comer del árbol que se hallaba en medio del jardín. El hombre vivía en las delicias del paraíso, en oración y contemplación, colmado de gloria y honor, poseyendo la integridad de sus facultades, en el estado natural en que había sido creado. Porque Dios hizo al hombre a su imagen, es decir, inmortal, libre y ornado de todas las virtudes. Pero cuando trasgredió el precepto al comer del árbol del que Dios le había prohibido comer, fue expulsado del paraíso. Caído de su estado natural, se encontraba en un estado contrario a la naturaleza, es decir en pecado, en el amor a la gloria, el apego a los placeres de esta vida y en las otras pasiones que le dominaban, ya que se había hecho su esclavo por su trasgresión. Desde entonces, el mal aumentó progresivamente y la "muerte reinó". En ninguna parte se rendía culto a Dios, se le ignoraba universalmente. Como lo dijeron los Padres, sólo algunos hombres, inspirados por la ley natural, tenían conocimiento de Dios: así Abrahán y los otros Patriarcas, Noé y Job. En resumen, eran muy pocos los que conocían a Dios. Entonces el Enemigo desplegó toda su maldad y "reinó el pecado". Vino la idolatría, el politeísmo, la brujería, los crímenes y las demás perversiones del diablo.
2. Pero Dios en su bondad tuvo misericordia de su criatura y le dio por medio de Moisés la ley escrita, en la cual prohibió ciertas cosas y prescribió otras: Haced esto, no hagáis aquello. Dio los mandamientos. Ante todo dijo: "El Señor tu Dios es el único Señor", para apartar del politeísmo el espíritu de los israelitas, y luego: "Tú amarás al Señor tu Dios con toda tu alma y todo tu espíritu". Siempre proclamó que Dios es único y que no hay otro. Al decir: "Amarás al Señor tu Dios", indica que él es el único Dios, el único Señor. También dice en el Decálogo: "Adorarás al Señor tu Dios, y le servirás a él sólo. Te adherirás a él y jurarás por su nombre". En fin: "No tendrás otros dioses ni imagen alguna de lo que hay en lo alto y de lo que hay abajo en la tierra". Porque los hombres adoraban todas las criaturas.
3. Dios, bondadoso, dio la ley para socorrer, convertir, corregir el mal: sin embargo, el mal no se corrigió. Dios envió a los profetas, pero no pudieron nada. El mal sobrepasó todo límite. Como dice Isaías: "No hay más que una herida, un cardenal, una llaga en carne viva, y no hay ungüento ni aceite ni medicina que aplicarle". Dicho de otra manera, el mal no es parcial, ni localizado, sino difundido por todo el cuerpo, envuelve el alma enteramente y aprisiona todas sus facultades. "No hay ungüento que aplicarle", etc. ya que todo estaba al servicio del pecado, todo estaba en su poder. Jeremías lo declaraba así: "Hemos cuidado a Babilonia, pero ella no curó" (Jr 28,9), como si dijese: Hemos manifestado tu nombre, hemos proclamado tus mandamientos, tus beneficios, tus promesas, hemos anunciado a Babilonia los asaltos de los enemigos y, sin embargo, "ella no curó", es decir, no se arrepintió, no temió, no se apartó de su malicia. Todavía dice en otra parte: "No aceptaron la lección" (Jr 2,30), es decir, la advertencia, la instrucción. Y un salmo dice: "Su alma tuvo horror de todo alimento, y llegaron a las puertas de la muerte" (Sal 106,18.
4. Entonces, en su bondad y su amor a los hombres, Dios envía a su Hijo único, porque sólo Dios podía curar y vencer aquel mal. Los profetas no lo ignoraban. David lo decía claramente: "¡Tú que te sientas sobre los querubines, muéstrate! Descubre tu fuerza y ven a salvarnos!" (Sal 79,2-3). "Señor, ¡inclina los cielos y desciende!" (Sal 143,5), y tantas otras expresiones semejantes. Todos los demás profetas, cada cual a su manera, elevaron con frecuencia la voz, sea para suplicar su venida, sea para proclamarse seguros de ella. Nuestro Señor vino, haciéndose hombre por nosotros, "para curar, dice san Gregorio, lo semejante con lo semejante, el alma con el alma, la carne con la carne. Porque se hizo hombre en todo menos en el pecado". Tomó nuestro mismo ser, las primicias de nuestra naturaleza, y vino a ser un nuevo Adán "a imagen de quien le había creado" (Col 3,10), restaurando el estado de la naturaleza, y restituyendo las facultades a su integridad primera. Hombre, renovó al hombre caído, lo libró de la esclavitud y del violento atractivo al pecado. El hombre se hallaba arrastrado por el enemigo con una fuerza tiránica. Incluso quienes querían evitar el pecado, eran casi forzados a cometerlo. Como decía el Apóstol en nombre nuestro: "El bien que quiero, no lo hago, y el mal que no quiero, lo cometo".
5. Dios, hecho hombre por nosotros, liberó así al hombre de la tiranía del enemigo. Destruyó todo su poder, quebrantó su misma fuerza, y nos liberó de su poderío y de su esclavitud, con tal de que no consistamos en pecar. Porque nos dio, como él nos dijo, "poder para pisotear con los pies las serpientes, escorpiones y todo poder del enemigo", purificándonos de toda falta por el santo bautismo. El santo bautismo perdona y borra todo pecado. Además, dada nuestra debilidad y en previsión de que, aún después del santo bautismo, cometeríamos el pecado, escribió: "El espíritu del hombre es llevado al mal desde su juventud" (Gen 8,21). Dios nos dio en su bondad mandamientos santos que nos purifican. Así podemos, si queremos, purificarnos de nuevo con la práctica de los mandamientos; y no sólo purificarnos de nuestros pecados, sino también de nuestras pasiones. Notemos que las pasiones son diferentes de los pecados. Las pasiones son la cólera, la vanagloria, el amor del placer, el odio, los malos deseos, y todas las disposiciones de este género. Los pecados son los actos mismos de las pasiones: cuando se ponen en acción, se realizan corporalmente las obras inspiradas por las pasiones. Ciertamente es posible tener pasiones y no actuar con ellas.
6. Dios nos dio, como he dicho, preceptos que nos purifican incluso de las pasiones, de las malas disposiciones de nuestro hombre interior (Rom 7,22; Ef 3,16). Nos da el discernimiento del bien y del mal, nos hace darnos cuenta y nos muestra las causas del pecado: "La ley decía: no cometas adulterio; y yo digo: No tengas malos deseos. La ley decía: no mates, y yo digo: No te encolerices". Porque si tienes malos deseos, aunque actualmente no cometas adulterio, la concupiscencia no cesará de asediarte interiormente hasta que te arrastre al acto mismo. Si te irritas y te excitas contra tu hermano, llegará un momento en que hablarás mal de él, le pondrás trampas, y así, poco a poco, llegarás finalmente al crimen. La ley decía también: "Ojo por ojo, diente por diente", etc. Pero el Señor exhorta no sólo a recibir con paciencia una bofetada, sino también a presentar humildemente la otra mejilla. La finalidad de la ley era enseñarnos a no hacer lo que no quisiéramos para nosotros. Nos impedía, por tanto, hacer el mal por miedo a tener que sufrirlo. Ahora, en cambio, vuelvo a decirlo, se nos manda rechazar incluso el odio, el amor del placer, el amor de la gloria y las demás pasiones.
7. En una palabra, el designio de Cristo nuestro Señor es precisamente enseñarnos cómo hemos llegado a cometer todos los pecados, cómo hemos caído todos los días malos. Primero, nos liberó por el santo bautismo, como he dicho ya, concediéndonos el perdón de los pecados; luego, nos dio el poder de hacer el bien, si queremos, y de no ser arrastrados al mal, como forzados. Porque los pecados oprimen y arrastran a quien les sirve, según la expresión: "Cada uno es prisionero de los lazos de sus propias faltas" (Pr 5,22). Cristo nos enseña, en cambio, por los santos mandamientos cómo purificarnos incluso de nuestras pasiones, para que no nos hagan caer de nuevo en los mismos pecados. Nos muestra, en fin, la causa que hace llegar al desprecio y a la trasgresión de los preceptos de Dios; nos proporciona así el remedio para que podamos obedecer y salvarnos. ¿Cuál es ese remedio y cuál es la causa del desprecio? Escuchad lo que dice nuestro Señor mismo: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis el reposo para vuestras almas". He ahí que, brevemente, en pocas palabras, nos muestra la raíz y la causa de todos los males, y su remedio, fuente de todos los bienes; nos muestra que el ensalzarnos nos hace caer, y que es imposible obtener misericordia sin la disposición contraria, es decir, sin la humildad. De hecho, el ensalzarse engendra el desprecio y la funesta desobediencia, mientras que la verdadera humildad produce, no un abajarse sólo en palabras y en gestos, sino una disposición auténticamente humilde, en lo íntimo del corazón y del espíritu. Por ello el Señor dice: "Soy manso y humilde de corazón".
8. El que quiera hallar reposo para su alma, ¡aprenda la humildad! Comprenda que en ella se encuentran toda la alegría, toda la gloria y todo el reposo, como en el orgullo se halla todo lo contrario. Así, ¿cómo hemos llegado a todas las tribulaciones? ¿Por qué caímos en toda esta miseria? ¿No es a causa del orgullo? ¿Por razón de nuestra locura? ¿No es por haber seguido nuestros malos deseos y habernos apegado al amargor de nuestra voluntad? Pero, ¿por qué esto? ¿No fue creado el hombre en la plenitud del bienestar, de la alegría, del reposo y de la gloria? ¿No estaba en el paraíso? Se le prescribió: No hagas eso, y él lo hizo. ¿Veis el orgullo? ¿Veis la arrogancia? ¿Veis la insumisión? "El hombre está loco, dijo Dios al ver aquella insolencia; no quiere ser dichoso. Si no pasa días malos, se perderá completamente. Si no conoce la aflicción, no sabrá lo que es el reposo". Entonces, Dios le dio lo que merecía, expulsándolo del paraíso. Desde entonces fue entregado a su egoísmo y a su propia voluntad, para que, al quebrantar así los huesos, aprenda a seguir no su propio gusto, sino el precepto de Dios. La miseria misma de la desobediencia le daría a conocer el reposo de la obediencia, según la palabra del profeta: "Tu rebelión te instruirá" (Jr 2,19). Con todo, la bondad de Dios, como digo con frecuencia, no abandonó a su criatura, sino que se volvió todavía hacia ella y la llamó de nuevo: "Venid a mí, todos los que estáis cansados y abrumados y yo os aliviaré". Es decir: Estáis fatigados, sois desgraciados, sabéis por experiencia lo que es el mal de toda desobediencia. ¡Vamos!, convertíos por fin; ¡vamos!, reconoced vuestra incapacidad y vuestra vergüenza, para llegar al reposo y a la gloria. ¡Vamos!, vivid mediante la humildad, vosotros que habéis muerto por el orgullo. "Aprended de mí que soy manso y humil- de corazón, y encontraréis reposo para vuestras almas".
9. ¡Oh!, hermanos míos, ¿lo que hace el orgullo? ¡Oh! ¡Qué poder, el de la humildad! ¿Qué necesidad había de tantas vueltas? Si desde el comienzo el hombre se hubiese humillado y obedecido a Dios guardando su mandamiento, no habría caído. Después de la caída Dios le ha dado todavía ocasión de arrepentirse y de obtener misericordia, pero él guardó la cabeza erguida. Dios vino a decirle: "Adán, ¿dónde estás?" Es decir: ¿De qué gloria has caído? ¿Y en qué vergüenza? Luego, le preguntó: "¿Por qué pecaste? ¿Por qué desobedeciste?", tratando así de hacerle decir: "Perdóname". Pero, ¿dónde se quedó ese "perdóname"? No hubo ni humildad ni arrepentimiento; al contrario, el hombre replicó: "La mujer que me diste, me engañó". No dijo: "Mi mujer", sino "la mujer que me diste", como si dijera: "El fardo que me pusiste sobre mi cabeza". Es así, hermanos: cuando un hombre no quiere reconocer su falta, no teme acusar al mismo Dios. El Señor se dirige luego a la mujer y le dice: "¿Por qué no guardaste, tú tampoco, mi mandamiento?", como si le dijera: "Tú, al menos, dime: Perdóname, de modo que tu alma se humille y obtenga misericordia". Pero, ¡tampoco logró el "perdóname"! La mujer a su vez respondió: "La serpiente me engañó", como si dijera: "Si él pecó, ¿qué culpa tengo yo?" Desgraciados, ¿qué hacéis? ¡Dad al menos un signo de arrepentimiento, reconoced vuestra falta, tened piedad de vuestra desnudez! Pero ninguno de los dos se dignó acusarse, y nadie de entrambos mostró humildad alguna.
10. Ahora os dais cuenta claramente del estado al que llegamos: a qué multitud de males nos llevó la manía de justificarnos, la confianza en nosotros mismos y el apego a la propia voluntad. Tales son los retoños del orgullo, el enemigo de Dios; como el acusarse a sí mismo, el desconfiar del propio juicio y el odio de la propia voluntad, son retoños de la humildad. Éstos permiten rehacerse y volver al estado natural gracias a la purificación de los santos mandamientos de Cristo. Sin humildad no es posible obedecer a los mandamientos ni alcanzar bien alguno, como decía el abad Marcos: "Sin contrición de corazón no se puede superar el mal y es totalmente imposible adquirir una virtud". Por medio de la contrición de corazón se aceptan los mandamientos, se aleja uno del mal, adquiere las virtudes y llega al fin al reposo.
11. Esto, todos los santos lo sabían. Por eso buscaban unirse a Dios con una vida enteramente humilde. Hubo amigos de Dios que, después del santo bautismo, no sólo renunciaron a los actos de las pasiones, sino que quisieron vencer las mismas pasiones y llegar a ser impasibles: tal fue san Antonio, Pacomio y los otros Padres teóforos. Proponiéndose como ideal el purificarse "de toda mancha de la carne y del espíritu", como dice el Apóstol (2 Co 7,1), y sabiendo que, como hemos dicho, es guardando los mandamientos cómo el alma se purifica y cómo el espíritu, purificado también por así decirlo, recobra la vista y vuelve a su estado natural --pues está escrito: "El mandamiento del Señor es límpido e ilumina los ojos" (Sal 18,9)--, los Padres comprendieron que, en el mundo, no podrían llegar fácilmente a la virtud. Por ello, concibieron una existencia aparte, una manera de vivir especial, quiero decir la vida monástica, y comenzaron a huir del mundo para habitar en los desiertos y ayunar, dormir en el suelo, someterse a las vigilias y otras penitencias corporales, renunciando totalmente a la patria, a los parientes, a las riquezas y a los bienes. En una palabra, crucificaron el mundo en sí mismos. Y no sólo guardaron los mandamientos, sino que ofrecieron presentes a Dios. Ved cómo: los mandamientos de Cristo se dieron para todos los cristianos, y todos los cristianos están obligados a observarlos. Podríamos decir que son los impuestos debidos al rey. El que rehúsa pagar los impuesto al rey, ¿podrá evitar el castigo? Pero hay en el mundo grandes e ilustres personajes que, no contentos con pagar los impuestos al rey, le hacen además presentes y merecen por ello grandes honores, favores y dignidades.
12. Así los Padres, no contentos con guardar los mandamientos, ofrecieron a Dios presentes; estos presentes son la virginidad y la pobreza. No son mandamientos, son presentes. En ningún sitio está escrito: "Tú no tomarás mujer, no tendrás hijos". Tampoco Cristo impuso un mandamiento cuando dijo: "Vende lo que tienes". Cierto, cuando el doctor de la Ley lo abordó preguntándole: "Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?, le respondió: "Conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio contra tu prójimo", etc... Y cuando el interlocutor le dijo que todo eso lo había observado desde su juventud, Cristo añadió: "Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes, dalo a los pobres", etc... Ved: no dijo: "Vende lo que tienes", como una orden, sino como un consejo. Pues cuando se dice: "si quieres", no se manda, sino que se aconseja.
13. Decíamos que los Padres ofrecieron a Dios como presentes, además de las otras virtudes, la virginidad y la pobreza, y, como habíamos dicho antes, crucificaron el mundo en sí mismos y lucharon luego por crucificarse ellos al mundo, según la palabra del Apóstol: "El mundo está crucificado para mí y yo para el mundo". ¿Cuál es la diferencia? El mundo está crucificado para el hombre, cuando el hombre renuncia al mundo para vivir en soledad y abandona a los parientes, las riquezas, los bienes, las ocupaciones, los asuntos: el mundo está entonces crucificado para él, ya que lo abandonó y esto es lo que quiere decir el Apóstol: "El mundo está crucificado para mí". Pero añade: "Y yo para el mundo". ¿Cómo está crucificado el hombre para el mundo? Cuando, habiendo abandonado las cosas exteriores, combate los placeres y las apetencias de las cosas, y asimismo su voluntad, y mortifica sus pasiones; entonces está él mismo crucificado al mundo y puede decir con el Apóstol: "El mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo".
14. Como decíamos, los Padres, después de haber crucificado el mundo en sí mismos, se esforzaron combatiendo por crucificarse ellos también para el mundo. Según nos parece, hemos crucificado el mundo en nosotros mismos al abandonarlo para venir al monasterio; pero rehusamos crucificarnos al mundo, porque gozamos todavía de sus placeres, guardamos su afecto, sentimos atractivo por su gloria, gusto por los alimentos y por los vestidos. Si un utensilio es bueno, nos apegamos a él: dejamos que ese utensilio sin valor ocupe en nosotros el lugar de un centurión, como dice el abad Zósimo. Aparentemente hemos dejado el mundo y abandonado lo que hay en el mundo al venir al monasterio, y por bagatelas, ¡nos recreamos con la concupiscencia del mundo! Es un gran error de nuestra parte, después de haber renunciado a cosas considerables, querer dar satisfacción a nuestras pasiones con cosas insignificantes. En verdad, cada uno de nosotros dejó lo que poseía, grandes bienes si los teníamos, o lo poco que nos pertenecía, cada cual según lo que podía: luego vinimos al monasterio y aquí, como he dicho, damos satisfacción a nuestra concupiscencia con cosas miserables y sin valor. No está bien que hagamos así. Hemos renunciado al mundo y a las cosas del mundo; igualmente hay que renunciar al apego a las cosas materiales. Hay que saber lo que es el renunciamiento, por qué hemos venido al monasterio, y también qué hábito hemos vestido, para obrar en consecuencia y luchar a ejemplo de nuestros Padres.
15. El hábito que llevamos se compone de una túnica sin mangas, de un cinturón de cuero, de un escapulario y de una cogulla. Estas cosas tienen un simbolismo y debemos saber lo que significan para nosotros. ¿Por qué llevamos un túnica sin mangas? ¿Por qué no tenemos mangas cuando todos los demás las tienen? Las mangas son símbolo de las manos, y las manos significan la práctica. Por ello, cuando nos viene el pensamiento de realizar con las manos algo propio del hombre viejo, por ejemplo, robar, golpear o cometer cualquier otro pecado con las manos, debemos prestar atención a nuestro hábito y reconocer que no tenemos mangas, es decir, que no tenemos manos para hacer lo que es propio del hombre viejo. Además, nuestra túnica lleva una marca de púrpura. ¿Qué significa esa marca? Todos los soldados al servicio del rey llevan púrpura en sus mantos. Como el rey se viste de púrpura, todos sus soldados ponen sobre sus mantos la púrpura, es decir la insignia real, para mostrar que pertenecen al rey y que guerrean por él. Nosotros también, llevamos la marca de la púrpura sobre nuestra túnica, para mostrar que somos soldados de Cristo y que debemos soportar todos los sufrimientos que él padeció por nosotros. Durante su Pasión, nuestro Maestro llevó el manto de púrpura: primeramente, como Rey, porque es "el Rey de Reyes y el Señor de los Señores"; además, lo llevó por irrisión por parte de los impíos. Al llevar la marca de púrpura, queremos, como decía, soportar todos sus sufrimientos, y como el soldado no abandona su servicio para hacerse agricultor o comerciante --que sería decaer de su profesión, pues, según el Apóstol, "ningún soldado se embaraza con asuntos de la vida civil, si quiere dar satisfacción a quien lo ha enrolado" (2 Tm 2,4)--, así nosotros debemos luchar para no tener preocupación alguna por las cosas de este mundo y dedicarnos a Dios solo, asiduamente y sin distraernos, como se ha dicho de la mujer virgen (1 Co 7,34-35).
16. Tenemos también un cinturón. ¿Por qué llevamos un cinturón? El cinturón que llevamos es ante todo signo de que estamos dispuestos al trabajo. Quien quiere trabajar, comienza por ceñirse, y así se pone a la tarea, según lo dicho: "Que vuestra cintura esté ceñida". Por otra parte, el cinturón, estando hecho de una piel muerta, muestra que debemos mortificar nuestro gusto por el placer. El cinturón se coloca en la cintura: a la altura de los riñones, donde reside, según se dice, la potencia concupiscible del alma. Es lo dicho por el Apóstol: "Mortificad vuestros miembros terrestres, fornicación, impureza", etc...
17. Tenemos además un escapulario. Se coloca sobre los hombros en forma de cruz: es decir que llevamos sobre los hombros el símbolo de la cruz, en conformidad con esta palabra: "Toma tu cruz y sígueme". Y, ¿qué es esa cruz más que la muerte perfecta que realiza en nosotros la fe en Cristo? Porque "la fe, dice el Geronticón, cubre siempre los obstáculos y nos facilita la práctica", y ésta nos conduce a la muerte perfecta, que consiste en morir a todo lo que es de este mundo: después de haber dejado la familia, hay que luchar contra el afecto que se tiene por ella; igualmente después de haber renunciado a las riquezas, a los bienes y a todo, hay todavía que renunciar a su mismo atractivo, como hemos dicho ya. Ése es el perfecto renunciamiento.
18. Vestimos también una cogulla: es un símbolo de la humildad. Los niños pequeños, que son inocentes, llevan cogullas, pero no los adultos. Si nosotros las llevamos, es para que seamos como niños pequeños en cuanto a la malicia, como dijo el Apóstol: "No seáis niños en cuanto al juicio, pero mostraos niños pequeños en cuanto a la malicia". ¿Qué significa "ser niño pequeño en cuanto a la malicia"? El niño pequeño, no teniendo malicia, no se encoleriza si se le injuria; no siente vanidad si se le honra; no se aflige si se le cogen sus cosas, porque es niño pequeño en cuanto a la malicia; no alimenta las pasiones ni reivindica la gloria. La cogulla es también símbolo de la gracia de Dios. Como la cogulla protege y mantiene caliente la cabeza del niño, así la gracia divina protege nuestro espíritu, como lo dijo el Geronticón: "La cogulla es el símbolo de la gracia de Dios nuestro Salvador, que protege la parte superior del alma y rodea de cuidados nuestra infancia en Cristo, a causa de quienes se esfuerzan siempre por golpear y herir".
19. Llevamos a la cintura el cinturón, que significa la mortificación del apetito irracional. Sobre los hombros llevamos el escapulario, que es una cruz. Y llevamos también la cogulla, que es símbolo de la inocencia y de la infancia en Cristo. "Vivamos, pues, en conformidad con nuestro hábito, como dicen los Padres, para no llevar un hábito que no nos corresponda. Hemos dejado las grandes cosas, dejemos también las pequeñas. Hemos abandonado el mundo, abandonemos también sus gustos, porque, como he dicho, esos gustos por cosas ínfimas y miserables que no merecen interés alguno, nos atan todavía al mundo sin darnos cuenta.
20. Si queremos, pues, estar perfectamente desligados y libres, aprendamos a negar nuestra voluntad, y así, progresando poco a poco con la ayuda de Dios, llegaremos a estar desprendidos. Porque nada es tan provechoso al hombre como negar su propia voluntad. Verdaderamente por ese medio, se progresa por así decir más que por todas las virtudes. Como el viajero que, en su camino, encuentra un atajo y tomándolo gana una buena parte del trayecto, así es el que avanza por la ruta de la negación de la voluntad: porque al negar su voluntad, se obtiene el desprendimiento y por el desprendimiento se llega, con la ayuda de Dios, a una perfecta apatheia (impasibilidad).
21. Ved a qué progreso conduce poco a poco la negación de la voluntad propia. Mirad lo que era el bienaventurado Dositeo. ¿De qué vida muelle y sensual venía, él, que ni siquiera había oído hablar de Dios? Y, sin embargo, sabéis a que cimas lo llevó en poco tiempo la práctica de la obediencia y de la negación de la voluntad propia. Sabéis también cómo Dios lo glorificó y no permitió que caiga en olvido una tal virtud. Lo ha revelado a un santo anciano que vio a Dositeo en medio de todos los santos gozando de la felicidad.
22. Voy a contaros otro hecho del que fui testigo, para que aprendáis cómo la obediencia y la ausencia de toda voluntad propia libera al hombre incluso de la muerte. Estando yo en el monasterio del abad Seridos, un discípulo de un gran anciano de la región de Ascalón vino con una comisión de parte de su abad. Éste le había dado orden de volver aquella misma tarde a su celda. Pero sobrevino una violentísima tempestad, chubascos y truenos: el torrente vecino había crecido totalmente. Sin embargo, el hermano quería partir a causa de la palabra del anciano. Le pedíamos que quedase, creyendo imposible que saliese del río sano y salvo; pero él no se dejaba convencer. Terminamos por decir: "Vamos con él hasta el río. Cuando lo haya visto, se volverá atrás." Salimos con él. Cuando llegamos al río, el hermano se quitó la ropa, la ató a la cabeza, se ciñó su peregrina y se echó al agua, en la terrible corriente. Quedamos allí, llenos de espanto y temblando por su vida, pero él continuó a nado y pronto llegó a la otra orilla. Se puso de nuevo su ropa, nos hizo una metania desde lejos, se despidió y partió corriendo. Quedamos estupefactos y llenos de admiración ante el poder de la virtud: nosotros teníamos miedo con sólo mirar, y él atravesó sin peligro gracias a su obediencia.
23. Una cosa semejante sucedió a un hermano que su abad había enviado al pueblo por lo necesario, a la casa del que hacía las comisiones. Al verse arrastrado al mal por la hija de aquel personaje, se limitó a decir: "¡Oh Dios, por las oraciones de mi padre, líbrame!" Inmediatamente se encontró en el camino de Seté, de vuelta hacia su padre. Ved el poder de la virtud, ved el poder de una palabra, ¡qué auxilio proporciona el mero hecho de apelar a las oraciones de su padre! Aquel hermano dijo: "¡Oh Dios, por las oraciones de mi padre, líbrame!", e inmediatamente se halló en el camino. Considerad la humildad y la prudencia de ambos. Estaban en dificultad y el anciano quería enviar al hermano a casa del que hacía las comisiones. No le dijo: "Vete", sino: "¿Quieres ir?" Igualmente el hermano no respondió: "Voy", sino: "Haré lo que quieras". Porque temía a la vez las ocasiones de caer y la desobediencia a su padre. Más tarde la necesidad al ser mayor, el anciano le dijo: "Vete. Ponte en camino". Y él no dijo: "Tengo confianza en que Dios te protegerá", sino: "Tengo confianza en que por las oraciones de mi padre te protegerá". Igualmente el hermano, en el momento de la tentación, no dijo: "¡Dios mío, ayúdame!", sino: "Oh Dios, por las oraciones de mi padre, líbrame". Así cada uno de ellos ponía su esperanza en las oraciones de su padre. Ved cómo unieron la humildad a la obediencia. De igual modo, como en el tiro de un carro, uno de los caballos no puede avanzar al otro, sino el carro se quiebra, así la humildad debe ir junto con la obediencia. Y ¿cómo se puede obtener esta gracia, sino, como he dicho, usando de violencia para quebrantar la voluntad y abandonándose, después de Dios, a su padre, sin dudar jamás, obrando todo como esos dos hermanos, con la plena seguridad de obedecer a Dios? Entonces se es digno de misericordia y de salvarse.
24. Se cuenta que un día san Basilio, visitando sus monasterios, preguntó a uno de los higu- menos: "¿Tienes a alguien que esté en el camino de la salvación?" ­"Gracias a tus oraciones, señor, respondió el abad, queremos todos salvarnos". Y el santo preguntó todavía: "¿Tienes a alguien que esté en el camino de la salvación?" Esta vez el abad comprendió, porque él era también un espiritual, y respondió: "Sí". ­ "Tráemelo", le dijo el santo. Llega el hermano y el santo le dice: "Dame con que lavarme". El hermano va y trae lo necesario. Una vez lavado, san Basilio tomó el agua a su vez y dijo al hermano: "Acepta, y lávate tú también". Sin discutir, el hermano recibió el agua derramada por el santo. Después de haberle probado así, san Basilio le dijo: "Cuando entre en el santuario, ven a recordarme que quiero imponerte las manos". El hermano obedeció sin discutir. Cuando vio a san Basilio en el santuario, vino a recordárselo. El obispo le impuso las manos y lo tomó consigo. En efecto, ¿quién merecería mejor que aquel bienaventurado hermano vivir con aquel santo hombre de Dios?
25. En cuanto a vosotros, no tenéis la experiencia de esta obediencia que no razona, y no conocéis tampoco el reposo que se encuentra en ella. Pregunté un día al anciano abad Juan, discípulo del abad Barsanufo: "Maestro, la Escritura dice que es por muchas tribulaciones como nos es preciso entrar en el Reino de los cielos. Ahora bien, constato que yo no tengo ni la más mínima tribulación. ¿Qué debo hacer para no perder mi alma?" Porque yo no tenía tribulación alguna, ni ninguna preocupación. Si tenía un pensamiento, tomaba mi pizarra y escribía al anciano, ­de hecho, yo le preguntaba por escrito, antes de estar a su servicio­, y yo no había terminado de escribir que sentía ya alivio y provecho. Ésa era mi despreocupación y mi reposo. Con todo, como yo ignoraba el poder de la virtud y oía decir que es por muchas tribulaciones como se entra en el Reino de los cielos, me inquietaba por no tener prueba alguna. Cuando comuniqué mi temor al anciano, me declaró: "No te preocupes: a ti, eso no te concierne. Los que se entregan a la obediencia de los Padres, poseen esa despreocupación y ese reposo".

II. SOBRE LA HUMILDAD
26. "Ante todo, dijo un anciano, tenemos necesidad de la humildad, y debemos estar prontos a decir: ¡Perdón! por toda palabra que oímos, ya que es por la humildad como son aniquilados todos los maleficios de nuestro enemigo y antagonista". Tratemos de ver cuál es el sentido de esta palabra del anciano. ¿Por qué dijo: "Ante todo, tenemos necesidad de la humildad", y no más bien: "Ante todo tenemos necesidad de la templanza"? En realidad el Apóstol dijo: "El luchador se priva de todo" (1 Co 9,25). O, ¿por qué el anciano no dijo: "Ante todo tenemos necesidad del temor de Dios", ya que afirma la Escritura que "el comienzo de la sabiduría es el temor del Señor" (Sal 110,10), y que se aparte del mal por el temor del Señor" (Pr 15,27)? ¿Por qué tampoco: "Ante todo, tenemos necesidad de la limosna o de la fe"? De hecho está escrito: "Por las limosnas y la fe los pecados son perdonados" (Pr 15,27). El Apóstol dice también que "sin la fe es imposible agradar a Dios" (Hb 11,6). Y si "es imposible agradar sin la fe", "si por las limosnas y la fe los pecados son perdonados", si "por el temor del Señor el hombre se aparta del mal", si "el temor del Señor es el comienzo de la sabiduría", si, en fin, "el luchador se priva de todo", ¿por qué el anciano dijo: "Ante todo, tenemos necesidad de la humildad", dejando de lado todo lo demás, que es necesario? Es que él quiere enseñarnos que ni el temor de Dios, ni la limosna, ni la fe, ni la templanza, ni ninguna otra virtud puede existir sin la humildad. Por esa razón dijo: "Ante todo, tenemos necesidad de la humildad, y debemos estar dispuestos a decir: ¡Perdón! por toda palabra que oímos, pues es por la humildad que son destruidos todos los maleficios de nuestro enemigo y antagonista".
27. Considerad, hermanos, cuál es el poder de la humildad. Ved la eficacia de decir: "¡Perdón!" Pero, ¿por qué se le llama al diablo no solamente "enemigo", sino también "antagonista"? Se le llama "enemigo" por razón de su odio insidioso contra el hombre y contra el bien; "antagonista" porque se esfuerza por obstaculizar toda obra buena. ¿Alguien quiere orar? Él se opone y pone obstáculos con malos pensamientos, con distracciones obsesionantes, con la acedía. ¿Otro quiere dar limosna? Lo detiene con la avaricia, con la tacañería. ¿Otro quiere velar? Se lo impide con la pereza, con el descuido. Brevemente, se opone a todo bien que emprendemos. Por eso se le llama no sólo "enemigo", sino también "antagonista". Así "por la humildad son destruidos todos los maleficios de nuestro enemigo y antagonista".
28. La humildad es verdaderamente grande. Todos los santos avanzaron por ese camino de la humildad y abreviaron los trayectos con las penas, según esta palabra: "Mira mis trabajos y mis penas y perdona todos mis pecados" (Sal 24,18). "Incluso sola, la humildad puede, como lo decía el abad Juan, introducirnos, aunque más lentamente". Humillémonos, pues, un poco, también nosotros, y nos salvaremos. Aunque no podamos, débiles como somos, realizar penosos trabajos, tratemos de humillarnos. Tengo confianza en la misericordia de Dios que lo poco que hagamos humildemente, nos valdrá a nosotros para estar entre los santos que han trabajado mucho en el servicio de Dios. Sí, somos débiles e incapaces de entregarnos a aquellos trabajos, pero ¿no podemos humillarnos?
29. Hermanos, ¡dichoso quien posee la humildad! Grande es la humildad. Designaba muy bien al que posee una verdadera humildad, el santo que decía: "La humildad no se irrita ni irrita a nadie". Esto parecería que no es exacto, porque la humildad se opone simplemente a la vana- gloria, de la que preserva al hombre. Ahora bien, uno se irrita a propósito de las riquezas y a propósito de los alimentos. ¿Cómo puede decirse entonces que "la humildad no se irrita ni irrita a nadie"? Es porque la humildad es grande, como dijimos. Es tan poderosa que atrae la gracia de Dios al alma, y la gracia de Dios, una vez presente, protege al alma contra esas dos graves pasiones. ¿Qué hay más grave que irritarse uno mismo e irritar al prójimo? Envagro lo decía: "No conviene en manera alguna que el monje se encolerice". Sí, en verdad, si el que se irrita no se defiende inmediatamente con la humildad, resbala poco a poco a un estado diabólico, perturbando a los demás y perturbándose él mismo. Por esto el anciano dijo: "La humildad no se irrita ni irrita a nadie".
30. Pero, ¿qué he dicho? ¿Es solamente de esas dos pasiones de las que nos protege la humildad? Más bien nos protege de toda pasión, de toda tentación. Cuando san Antonio contempló todos los tropiezos tendidos por el diablo, preguntó a Dios con gemidos: "¿Quién los superará?" Y Dios le respondió: "La humildad los superará". Y ¿qué otra palabra añadió Dios? "Y ellos no tendrán fuerza contra la humildad". ¿Veis, hermanos respetables, el poder, veis la gracia de una virtud? En realidad, nada es más poderoso que la humildad, nada le es superior. Si al humilde le acontece algo desagradable, inmediatamente se echa a sí mismo la culpa, al punto cree que lo ha merecido, y no consiente que se haga reproche a nadie más, ni que se le eche a otro la culpa. Él soporta sencillamente, sin turbarse, sin angustiarse, con toda tranquilidad. Por eso "la humildad no se irrita ni irrita a nadie". Con razón el santo dijo: "Ante todo, tenemos necesidad de la humildad".
31. Hay dos especies de humildad, como hay dos especies de orgullo. El primer tipo de orgullo consiste en despreciar a su hermano, no hacer caso alguno de él, como si no existiese, y a creerse superior a él. Si no se presta atención inmediatamente con una seria vigilancia, se llega poco a poco a la segunda clase que consiste en elevarse contra el mismo Dios, y a atribuirse a sí mismo las buenas obras y no a Dios. De hecho, hermanos míos, conocí a alguien que había caído en un estado lastimoso. Al comienzo, cuando un hermano le hablaba, lo despreciaba diciendo: "¿Quién es éste? En el mundo no hay más que Zósimo y sus discípulos". Luego, comenzó también a despreciar a éstos y a decir: "No hay más que Macario"; y un poco más tarde: "¿Quién es Macario? No hay más que Basilio y Gregorio". Pero pronto los despreció también a ellos: "¿Quién es Basilio? ¿Quién es Gregorio?, decía. No hay más que Pedro y Pablo". ­"Ciertamente hermano, le dije, despreciarás también a Pedro y Pablo". Y, creedme, poco más tarde comenzó a decir: "¿Quiénes son Pedro y Pablo? No hay más que la Santa Trinidad". Finalmente se levantó contra Dios mismo, y fue su ruina. Por eso, hermanos míos, debemos luchar contra la primera especie de orgullo para no caer poco a poco en el orgullo completo.
32. Hay también un orgullo mundano y un orgullo monástico. El orgullo mundano consiste en elevarse frente a su hermano porque se es rico, más hermoso, mejor vestido o más noble que él. Cuando nos damos cuenta de que nos glorificamos de esas cosas o de que nuestro monasterio es más grande, más rico o más numeroso, pensemos que nos hallamos todavía en el orgullo mundano. Lo mismo cuando se saca vanidad de las cualidades naturales: por ejemplo, uno se glorifica de tener una voz hermosa o de salmodiar bien, o de ser hábil, de trabajar o servir correctamente. Estos motivos son más elevados que los primeros; sin embargo, eso es todavía orgullo mundano. El orgullo monástico consiste en gloriarse de las vigilias, de los ayunos, de la piedad, de la observancia, del celo, o incluso de humillarse por vanagloria. Todo esto es orgullo monástico. Si tenemos necesariamente que enorgullecernos, conviene que nuestro orgullo se refiera al menos a las cosas monásticas y no a las mundanas. Hemos explicado cuál es la primera clase de orgullo y cuál la segunda; hemos definido igualmente el orgullo mundano y el orgullo monástico. Mostremos ahora cuales son las dos especies de humildad.
33. La primera consiste en tener a su hermano por más inteligente que a sí mismo y superior en todo; es, en suma, como decía un santo: "Ponerse debajo de todos". La segunda especie de humildad es atribuir a Dios las buenas obras. Ésa es la perfecta humildad de los santos. Nace naturalmente en el alma de la práctica de los mandamientos. Mirad los árboles cargados con abundancia de frutos: esos frutos hacen doblarse y bajarse las ramas. En cambio la rama que no tiene fruto, se levanta en el aire y se alza derecha. Hay algunos árboles cuyas ramas no llevan fruto y se elevan hacia el cielo. Pero si se les suspende una piedra para hacerlas bajar, entonces producen fruto. Así sucede con el alma: cuando se humilla, da fruto, y cuanto más fruto da, más se humilla. Los santos cuanto más se acercan a Dios, más pecadores se consideran.
34. Me acuerdo de que hablábamos un día de la humildad, y un notable de Gaza al oírnos decir que cuanto más uno se aproxima de Dios, se considera más pecador, estaba extrañado: "¿Cómo es eso posible?", decía. No lo comprendía y deseaba una explicación: ­Señor notable, le pregunté, dígame, ¿qué piensa Ud. ser en su ciudad? ­ Un gran personaje, me respondió, el principal de la ciudad. ­Si Ud. fuese a Cesarea, ¿por quién se consideraría allí? ­Inferior a los grandes de aquella ciudad. ­Y ¿si fuese a Antioquia? ­Me consideraría como un pueblerino. ­Y a Constantinopla, ¿junto al Emperador? ­Como un miserable. ­Ahí lo tiene, le dije. Tales son los santos: cuanto más se acercan de Dios, más pecadores se consideran. Abrahán cuando vio al Señor se llamó «tierra y ceniza» (Gn 18,27). Isaías decía: «¡Miserable e impuro que yo soy!» Igualmente cuando Daniel estaba en la fosa de los leones y Habacuc llegó con la comida diciéndole: «Toma la comida que Dios te envía», ¿qué dijo Daniel?: «¡El Señor se acordó, pues, de mí!» ¿Veis qué humildad poseía en su corazón? Estaba en la fosa, en medio de los leones, éstos no le hacían daño alguno, y esto no sólo una primera vez, sino una segunda vez; sin embargo, después de todo ello, se admiraba y decía: "¡El Señor se acordó, pues, de mí!"
35. ¡Ved la humildad de los santos! ¡Ved las disposiciones de su corazón! Incluso enviados por Dios en auxilio de los hombres, rehusaban por humildad y rehuían los honores. Si se echa una toca sucia sobre un hombre vestido de seda, él trata de evitarlo para no ensuciar su ropa preciosa. Igualmente los santos revestidos de virtudes, huyen la vanagloria humana por miedo a ensuciarse. Al contrario, los que desean la gloria semejan al hombre desnudo que no cesa de buscar un harapo de tela o cualquier otra cosa para cubrir su indecencia. Así el que está desnudo de virtudes, busca la gloria de los hombres. Enviados por Dios en auxilio de los demás, los santos rehusaban por humildad. Moisés decía: "Os suplico: elegid otro que sea capaz; yo soy tartamudo y mi lengua es torpe". Y Jeremías: "Soy demasiado joven". Todos los santos en general adquirieron la humildad, como hemos dicho, por la práctica de los mandamientos. Cómo es o cómo nace en el alma, nadie puede expresarlo con palabras a quien no lo haya aprendido por experiencia; nadie podría aprender por las meras palabras.
36. Un día, el abad Zósimo hablaba de humildad y un filósofo que se encontraba presente, al oír sus enseñanzas, quiso saber su sentido preciso: "Dime, le preguntó, ¿cómo puedes creerte
pecador? ¿No sabes que eres santo, que posees virtudes? ¡No ves que practicas los mandamientos! ¿Cómo en estas condiciones puedes creer que eres un pecador?" El anciano no encontraba respuesta que darle, pero le dijo: "No sé cómo decírtelo, pero es así". El filósofo, con todo, le asediaba para obtener la explicación. Y el anciano, no hallando cómo exponérselo, comenzó a decir con su santa sencillez: "No me atormentes; yo sé bien que es así". Viendo que el anciano no sabía qué responder, le dije: "¿No es esto como la filosofía y la medicina? Cuando uno aprende bien estas artes y las practica, se adquiere poco a poco por el ejercicio mismo une suerte de costumbre de médico o de filósofo. Nadie podría decir ni lograría explicar cómo le vino esa costumbre. Poco a poco, como dije, e inconscientemente el alma la adquirió por el ejercicio de su arte. Lo mismo se puede pensar acerca de la humildad: de la práctica de los mandamientos nace una disposición para la humildad, que no puede explicarse con palabras". A estas palabras el abad Zósimo se llenó de alegría y me abrazó al punto, diciéndome: "Has encontrado la explicación. Es exacto lo que dices". En cuanto al filósofo, quedó satisfecho y admitió también el razonamiento.
37. Ciertas palabras de los ancianos nos hacen entrever esa humildad, pero la disposición psíquica nadie lograría decir cuál es. Cuando el abad Agatón estuvo próximo a morir, los hermanos le dijeron: "Padre, ¿también tú temes?" Él respondió: "Sin duda, hice lo posible por guardar los mandamientos, pero soy un hombre; ¿cómo podría saber si mis obras han agradado a Dios? Porque es diferente el juicio de Dios y el de los hombres." Ved, este anciano nos abrió los ojos para entrever la humildad y nos indicó un camino para alcanzarla. Pero, cómo es o cómo nace en el alma, según lo he dicho frecuentemente, nadie lograría decirlo; y tampoco se puede saber por un razonamiento, si el alma no mereció aprenderlo por sus obras. Los Padres han hablado de lo que la obtiene. En el Geronticón se cuenta que un hermano preguntó a un anciano: "¿Qué es la humildad?" El anciano respondió: "La humildad es una obra grande y divina. El camino de la humildad, son los trabajos corporales realizados a conciencia, el mantenerse debajo de todos y orar a Dios sin cesar". Ése es el camino de la humildad, pero la humildad ella misma es divina e incomprensible.
38. ¿Por qué se dijo que los trabajos corporales llevan al alma a la humildad? ¿Cómo los trabajos corporales son virtud del alma? Mantenerse debajo de todos, como hemos dicho antes, se opone a la primera especie de orgullo. El que se pone por debajo de todos, ¿cómo podría creerse más grande que su hermano, elevarse en algo, censurar o despreciar a alguien? Igualmente, en cuanto a la oración continua, es evidente también que se opone a la segunda especie de orgullo. Es manifiesto que el hombre humilde y piadoso, sabiendo que en su alma no puede haber nada bueno sin el auxilio y la protección de Dios, no cesa jamás de invocarle para obtener su misericordia. Quien ora a Dios sin cesar, en cualquier obra que pueda realizar, él conoce su origen, y no puede concebir orgullo ni atribuirla a sus propias fuerzas. Es a Dios a quien él atribuye toda obra buena y no cesa de darle gracias y de invocarlo, temiendo que la pérdida de uno de sus auxilios no deje aparecer su debilidad y su impotencia. Así la humildad le hace orar y la oración lo hace humilde. Y cuanto más bien hace, tanto más se humilla; y cuanto más se humilla, tantos más auxilios recibe y progresa gracias a su humildad.
39. ¿Por qué se dijo, pues, que los trabajos corporales obtienen la humildad? ¿Qué influencia puede tener el trabajo del cuerpo en una disposición del alma? Voy a decíroslo. Cuando el alma se apartó del precepto para caer en pecado, se entregó, por desdicha, como dice san Gregorio, a la concupiscencia y al libertinaje del error. Se recreó en los bienes corporales y, en cierta manera, se hizo como una sola cosa con el cuerpo, viniendo a ser enteramente carne, según la expresión: "Mi espíritu no permanecerá en estos hombres porque son carne". Así la desgraciada alma sufre con el cuerpo, es afectada ella misma por todo lo que él hace. Por eso el anciano dice que incluso el trabajo corporal conduce a la humildad. De hecho, las disposiciones del alma no son las mismas en el sano que en el enfermo, en el hambriento que en el harto. Tampoco son las mismas en el que está montado a caballo que en el que monta un asno, en quien está sentado en un trono que en el que se sienta por tierra, en quien lleva lujosos vestidos que en quien viste miserablemente. Por tanto, el trabajo humilla el cuerpo y, cuando el cuerpo es humillado, el alma también lo es con él, de manera que el anciano tenía razón al decir que incluso el trabajo corporal lleva a la humildad. Por eso cuando Envagro fue tentado de blasfemia, no ignorando en su sabiduría que la blasfemia viene del orgullo y que la humillación del cuerpo produce la humildad en el alma, pasó cuarenta días sin entrar bajo un techo, de modo que su cuerpo, según dice el que lo narra, producía parásitos, como las bestias salvajes. Esta penalidad no era por la blasfemia, sino por la humildad. El anciano, pues, hizo bien en decir que los trabajos corporales conducen también a la humildad. Que el buen Dios nos conceda la gracia de la humildad que libra al hombre de grandes males y le protege de grandes tentaciones.

III. SOBRE LA CONCIENCIA
40. Cuando Dios creó al hombre depositó en él un germen divino, una suerte de facultad más viva y luminosa como una centella, para esclarecer el espíritu y hacerle discernir el bien y el mal. Es lo que se llama conciencia: la ley natural. Según los Padres, está representada por los pozos que excavó Jacob y que colmaron los filisteos. Conformándose a la ley de la conciencia, los Patriarcas y todos los santos de antes de la ley escrita agradaron a Dios. Pero, habiéndola sepultado progresivamente los hombres y habiéndola pisoteado con sus pecados, nos fue precisa la ley escrita, nos fueron necesarios los profetas, nos fue menester la venida de nuestro Señor Jesucristo por sacarla a relucir y despertarla, para reanimar con la práctica de sus santos mandamientos la centella enterrada. Desde entonces, está en nuestro poder o bien enterrarla de nuevo, o bien dejar que brille y nos ilumine, si le obedecemos. Si nuestra conciencia nos manda hacer tal cosa y nosotros la despreciamos, si nos habla de nuevo y no hacemos lo que ella nos dice, persistiendo en pisotearla, terminaremos por enterrarla, y el Como una lámpara cuya claridad está oscurecida por las impurezas, comienza a hacernos ver las cosas más confusamente, por así decir más oscuramente; y como en un agua cenagosa nadie puede reconocer su rostro, llegamos progresivamente a no percibir la voz de nuestra conciencia, hasta el punto de creer casi que no la tenemos. Con todo, nadie está privado de ella, porque, como lo hemos dicho ya, es algo divino que no muere nunca; nos recuerda sin cesar nuestro deber, y somos nosotros que no la escuchamos, según lo dicho, por haberla menospreciado y pisoteado.
41. El profeta llora sobre Efraín, diciendo: "Efraín oprimió a su adversario y pisoteó el juicio" (Os 10,11). Llama "adversario" a la conciencia. De ahí que se dice en el Evangelio: "Métete pronto de acuerdo con tu adversario, mientras que vas de camino con él, por miedo a que te entregue al juez, el juez a los guardias y éstos te echen en prisión. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo". ¿Por qué llamar "adversario" a la
conciencia? Porque se opone constantemente a nuestra mala voluntad; nos censura si no hacemos lo que debemos hacer, e igualmente nos acusa si hacemos lo que no debemos hacer. Por eso se la llama "adversario" y se nos da este consejo: "Métete de acuerdo pronto con tu adversario, mientras vas de camino con él". El camino, como explica san Basilio, es el mundo presente.
42. Esforcémonos, pues, hermanos, por guardar nuestra conciencia mientras estamos en este mundo, tratando de no incurrir en su censura, sea lo que sea, y de no pisotearla nunca en lo más mínimo. Ya que sabéis que de las pequeñas cosas, a las que no se da importancia, se llega a despreciar también las grandes. Se comienza por decir: "¿Qué importa si digo esta palabra? ¿Qué importa si como este bocado? ¿Qué importa si me ocupo de este asunto? A fuerza de decir: qué importa esto, qué importa lo otro, se contrae un cáncer maligno e irritante: uno comienza a despreciar incluso las cosas importantes y más graves, a pisotear su conciencia, y finalmente se corre el peligro de caer, escalón tras escalón, en una total insensibilidad. Vigilad, hermanos, para no ser negligentes en las cosas pequeñas, vigilad y no las despreciéis como insignificantes. No son pequeñas, son un cáncer, una mala costumbre. estemos vigilantes, estemos atentos a las cosas ligeras, mientras son ligeras, para que no lleguen a ser graves. Virtud y pecado comienzan por cosas pequeñas, pero conducen a las grandes, buenas o malas. Por eso el Señor nos exhorta a guardar nuestra conciencia bajo la forma de una advertencia dirigida a alguien en particular: Mira lo que haces, desgraciado. ¡Atención! "Métete de acuerdo pronto con tu adversario, mientras que vas de camino con él". Luego añade, para mostrar el carácter temible y peligroso de la situación: "Por miedo a que te entregue al juez, y el juez a los guardias, y éstos te metan en prisión". Y ¿luego?: "En verdad te digo que no saldrás de ella hasta que hayas pagado el último céntimo". Como dije, es la conciencia la que nos instruye sobre el bien y el mal con sus reproches y nos muestra lo que hay que hacer o no hacer. Es ella también quien nos acusará en el siglo futuro. Por eso el Señor dice: "Por miedo a que te entregue al juez..." y lo que sigue.
43. Guardar la conciencia presenta una gran diversidad de aplicaciones. Se debe guardar respecto a Dios, respecto al prójimo, respecto a las cosas materiales. Respecto a Dios, teniendo cuidado en no menospreciar sus mandamientos, incluso en las cosas que no pueden ver los hombres y de las que ninguno de entre ellos pedirá cuentas. Guarda su conciencia para con Dios en lo secreto el que, por ejemplo, procura no ser negligente en la oración, el que es vigilante cuando surge en el corazón un pensamiento apasionado y no se detiene en él ni lo consiente; el que evita sospechar y juzgar al prójimo por las apariencias, cuando le ve decir o hacer algo; en unapalabra, todo lo que se pasa en secreto y que nadie conoce más que Dios y nuestra conciencia, debe ser objeto de nuestra vigilancia. Tal es la conciencia respecto a Dios.
44. La conciencia respecto al prójimo consiste en no hacer absolutamente nada que pueda molestarle o herirle, sea una acción, una palabra, una actitud o una mirada. Porque hay actitudes que hieren al prójimo, os lo repito con frecuencia; una mirada también puede herirle. Brevemente, todas las veces que uno se da cuenta de que trata de molestar al prójimo, su propia conciencia se mancha, ya que ve bien que tiene intención de dañar o afligir. Hay que procurar no obrar de esa manera. Y eso es guardar su conciencia respecto al prójimo.
45. En fin, guardar su conciencia respecto a las cosas materiales, es evitar hacer malo lo bueno, no dejar que se pierda o se descuide nada, no ser negligente en recoger y poner en su lugar un objeto que está fuera de su sitio, por pequeño que sea, evitar también el estropear la ropa. Por ejemplo, uno podría llevar todavía su vestido una o dos semanas, y sin esperar ese plazo se apresura a ir a lavarlo y batirlo. Cuando debería servirle cinco meses o incluso más, lo gasta a fuerza de lavados y lo hace inutilizable. Eso es obrar contra su conciencia. Igualmente en cuanto al lecho. Uno podría contentarse con frecuencia con una simple almohada y desea un gran colchón. Uno tiene una manta de pelo y quiere cambiarla por otra, nueva o más bonita, por frivolidad o porque le disgusta la que tiene. Uno podría contentarse con un manto hecho de varias piezas, y reclama uno de lana, y tal vez se disgustará si no lo recibe. Además, si fija sus ojos en su hermano y comienza a decir: "¿Por qué él tiene aquello y yo no? ¡Qué dichoso es él!". ¡He ahí qué gran progreso! O bien todavía, uno extiende la túnica o la manta al sol y se descuida de cocerla de nuevo y la deja estropearse. Esto es también obrar contra la conciencia. Lo mismo en cuanto a los alimentos. Se podría uno contentar con un poco de legumbres verdes o secas, o con algunas aceitunas. Y en lugar de contentarse con eso, busca otro manjar más agradable o más costoso. Todo esto es contra la conciencia.
46. Ahora bien, los Padres dicen que el monje no debe nunca dejar que su conciencia le atormente, por nada. Por tanto, hermanos, tenemos que permanecer siempre vigilantes y evitar todas las faltas para no ponernos en peligro. Como hemos dicho, el Señor nos previno. Que Dios nos conceda entender y guardar esto, para que los dichos de nuestros Padres no vengan a ser para nosotros un motivo de condenación.

domingo, 29 de abril de 2012

Conspiración para matar a un Cura

En este dia de las vocacones donde celebramos con toda la comunidad a la que supo decir SI como nadie y estuvo a la escucha atenta, una pelicula interesante y estimulante... Polonia, 1984. Reconstruye el asesinato del sacerdote Jerzy Popieluszko por la policía comunista, por su entusiasta apoyo a las acciones del sindicato obrero Solidaridad. El film constituye una denuncia del comunismo polaco. subtitulado

y aqui un documental...

sábado, 28 de abril de 2012

Sobre los 8 pek2 malva2

por Evagrio Póntico

La Gula[1]. Capítulo I
El origen del fruto es la flor y el origen de la vida activa[2] es la templanza[3]; quien domina el propio estómago hace disminuir las pasiones, al contrario, quien es subyugado por la comida incrementa los placeres.
Como Amalec es el origen de los pueblos, así la gula lo es de las pasiones. Como la leña es alimento del fuego así la comida es alimento del estómago.
La mucha leña alienta una gran llama y la abundancia de comida nutre la concupiscencia. La llama se extingue cuando hay menos leña y la penuria en la comida apaga la concupiscencia. Aquel que tiene dominio sobre la mandíbula desbarata a los extranjeros y disuelve fácilmente las ataduras de sus manos.
De la mandíbula arrojada fuera brota una fuente de agua y la liberación de la gula genera la práctica de la contemplación.
El palo de la tienda, irrumpiendo, mató la mandíbula enemiga y la sabiduría de la templanza mata la pasión[4].
El deseo de comida engendra desobediencia y una deleitosa degustación arroja del paraíso. Sacian la garganta las comidas fastuosas y nutren el gusano de la intemperancia que nunca duerme.
Un vientre indigente prepara para una oración vigilante, al contrario un vientre bien lleno invita a un sueño largo.
Una mente sobria se alcanza con una dieta muy magra, mientras que una vida llena de delicadezas arroja la mente al abismo.
La oración del ayunante es como el pollito que vuela más alto que un águila mientras que la del glotón está envuelta en las tinieblas. La nube esconde los rayos del sol y la digestión pesada de los alimentos ofusca la mente.

Capítulo II
Un espejo sucio no refleja claramente la forma que se le pone al frente y el intelecto, obtuso por la saciedad, no acoge el conocimiento de Dios.
Una tierra sin cultivar genera espinas y de una mente corrompida por la gula germinan pensamientos malignos.
Como el fango no puede emanar fragancia tampoco en el goloso sentimos el suave perfume de la contemplación.
El ojo del goloso escruta con curiosidad los banquetes, mientras que la mirada del temperante observa las enseñanzas de los sabios.
El alma del goloso enumera los recuerdos de los mártires, mientras que la del temperante imita su ejemplo.
El soldado bellaco retiembla al son de la trompeta que preanuncia la batalla, igualmente tiembla el goloso a los llamados de la templanza.
El monje goloso, sometido a las exigencias de su vientre, exige su tributo cotidiano. El caminante que camina con ahínco alcanzará pronto la ciudad y el monje glotón no llegará a la casa de la paz interior[5].
El húmedo vapor del sahumerio perfuma el aire, como la oración del temperante deleita el olfato divino.
Si te abandonas al deseo de la comida ya nada te bastará para satisfacer tu placer: el deseo de la comida, en efecto, es como el fuego que siempre envuelve y siempre se inflama. Una medida suficiente llena el vaso, mientras un vientre desfondado jamás dirá "[exclamdown]basta!". La extensión de las manos puso en fuga a Amalec y una vida activa elevada somete las pasiones carnales.

Capítulo III
Extermina todo lo que sea inspirado por los vicios y mortifica fuertemente tu carne. Que de cualquier manera, en efecto, sea matado el enemigo, éste no te producirá más miedo, así un cuerpo mortificado no perturbará al alma. Un cadáver no nota el dolor del fuego y menos aún el temperante siente el placer del deseo extinguido.
Si matas a un egipcio[6], escóndelo bajo la arena, y no engordes el cuerpo por una pasión vencida: así como en la tierra engordada germina lo que está escondido, así en el cuerpo gordo revive la pasión.
La llama que languidece se reenciende si se le agrega leña seca y el placer que se va atenuando revive con la saciedad de la comida; no compadezcas el cuerpo que se lamenta por la carestía y no lo halagues con comidas suntuosas: si en efecto lo refuerzas se te volverá en contra llevándote a una guerra sin tregua, hasta que esclavice tu alma y te haga siervo de la lujuria.
El cuerpo indigente es como una caballo dócil que jamás desensillará al caballero: éste, en efecto, dominado por el freno, se somete y obedece a la mano de quien sujeta las riendas, mientras el cuerpo, domado por el hambre y las vigilias, no reacciona por un pensamiento malo que lo cabalga, ni relincha excitado por el ímpetu de las pasiones.

La Lujuria. Capítulo IV
La temperancia genera la mesura, mientras la gula es la madre del desenfreno; el aceite alimenta la luz de la lámpara y el frecuentar mujeres atiza la llamarada del placer.
La violencia del oleaje se desencadena contra el mercader mal anclado como el pensamiento de la lujuria sobre la mente intemperante. La lujuria acogerá como aliada a la saciedad, le dará licencia, se juntará a los adversarios y combatirá finalmente del lado de los enemigos.
Permanece invulnerable a las flechas enemigas aquel que ama la tranquilidad[7], quien en cambio se mezcla con la multitud recibe golpes continuamente.
Mirar a una mujer es como un dardo venenoso, hiere el alma, nos inocula el veneno y cuanto más perdura, tanto más arraiga la infección. El que busca defenderse de estas flechas se mantiene lejos de las multitudinarias reuniones públicas y no divaga con la boca abierta en los días de fiesta; es mucho mejor quedarse en casa pasando el tiempo orando en vez de hacer la obra del enemigo creyendo que se honra las fiestas.
Evita la intimidad con las mujeres si deseas ser sabio y no les des la libertad de hablarte ni confianza. En efecto, al inicio tienen o simulan una cierta cautela, pero seguidamente osan hacerlo todo descaradamente: en el primer acercamiento tienen la
mirada baja, pían dulcemente, lloran conmovidas, el trato es serio, suspiran con amargura, plantean preguntas sobre la castidad y escuchan atentamente; las ves una segunda vez y levanta un poco más la cabeza; la tercera vez se acercan sin mucho pudor; tú has sonreído y ellas se han puesto a reír desaforadamente; seguidamente se embellecen y se te muestran con ostentación, su mirada cambia anunciando el ardor, levantan las cejas y rotan los ojos, desnudan el cuello y abandonan todo el cuerpo a la languidez, pronuncian frases ablandadas por la pasión y te dirigen una voz fascinante al oído hasta que se apoderan completamente el alma.
Sucede que estas trampas te encaminan a la muerte y estas redes entretejidas te arrastran a la perdición; por tanto no te dejes ni siquiera engañar de aquellas que se sirven de discursos discretos: en éstas, en efecto, se oculta el maligno veneno de las serpientes.

Capítulo V
Acércate al fuego ardiente antes que a una mujer joven, sobre todo si tú también eres joven: en efecto, cuando te acercas a la llama y sientes una buena quemazón, te alejas rápidamente, mientras que cuando eres seducido por las charlas femeninas, difícilmente logras darte a la fuga.
La hierba crece cuando está cerca al agua, como germina la intemperancia frecuentando a las mujeres.
Aquel que repleta el vientre y hace profesión de sabiduría se parece a quien afirma que frena la fuerza del fuego con paja. Como efectivamente es imposible apagar el mutable agitarse del fuego con la paja, así es imposible colmar en la saciedad el ímpetu inflamado de la intemperancia.
Una columna se apoya en una base y la pasión de la lujuria tiene sus cimientos en la saciedad.
La nave presa de las tempestades se apresura en llegar al puerto y el alma del sabio busca la soledad: una huye de las amenazadoras olas del mar, la otra de las formas femeninas que traen dolor y ruina.
Un semblante embellecido de mujer hunde más que un oleaje marino: aún así, éste te da la posibilidad de nadar si quieres salvar la vida, mientras que la belleza femenina, tras el engaño, te persuade de despreciar incluso la vida misma.
La zarza solitaria se sustrae intacta a la llama y el sabio que sabe mantenerse alejado de las mujeres no se enciende en la intemperancia: como el recuerdo del fuego no quema la mente, así ni siquiera la pasión tiene vigor si falta la materia.

Capítulo VI
Si tienes piedad para con el enemigo éste será siempre tu enemigo, y si concedes a la pasión ésta se te revelará.
La vista de las mujeres excita al intemperante, mientras empuja al sabio a glorificar a Dios; pero si en medio de las mujeres la pasión está tranquila no le des crédito a quien te anuncia que has alcanzado la paz interior[8].
El perro justamente menea la cola cuando se lo deja en medio de la multitud, pero cuando se aleja, muestra su maldad. Sólo cuando el recuerdo de la mujer surja en ti privado de pasión, entonces considérate cerca de los confines de la sabiduría. Cuando en cambio su imagen te empuja a verla y sus dardos cercan tu alma, entonces considérate fuera de la virtud.
Pero no debes mantenerte así en esos pensamientos ni tu mente debe familiarizarse mucho con las formas femeninas, la pasión es en efecto reincidente y tiene al peligro junto a sí.
Como sucede efectivamente que una apropiada fundición purifica la plata pero si se prolonga la destruye fácilmente, así una insistente fantasía de mujeres destruye la sabiduría adquirida: no tengas, por tanto, familiaridad prolongada con un rostro imaginado para que no se te adhieran las llamas del placer y no queme la aureola que circunda tu alma: así como la chispa, si permanece en medio de la paja, desencadena las llamas, así el recuerdo de la mujer, persistiendo, enciende el deseo.

La Avaricia[9]. Capítulo VII
La avaricia es la raíz de todos los males y nutre como malignos arbustos a las demás pasiones y no permite que se sequen aquellas que florecen de ésta.
Quien desea hacer retroceder a las pasiones, que extirpe la raíz; si efectivamente podas para el bien las ramas pero la avaricia permanece, no te servirá de nada, porque éstas, a pesar de que se hayan reducido, rápidamente florecen.
El monje rico es como una nave demasiado cargada que es hundida por el ímpetu de una tempestad: tal como una nave que deja entrar el agua es puesta a prueba por cada ola, así el rico se ve sumergido por las preocupaciones.
El monje que no posee nada es en cambio un viajero ágil que encuentra refugio en todos lados. Es como el águila que vuela por lo alto y que baja a buscar su alimento cuando lo necesita. Está por encima de cualquier prueba, se ríe del presente y se eleva a las alturas alejándose de las cosas terrenas y juntándose a las celestes: tiene efectivamente alas ligeras, jamás apesadumbradas por las preocupaciones. Sobrepasa la opresión y deja el lugar sin dolor; la muerte llega y se va con ánimo sereno: el alma, en efecto, no ha
estado amarrada por ningún tipo de atadura.
Quien en cambio mucho posee se somete a las preocupaciones y, como el perro, está amarrado a la cadena, y, si es obligado a irse, se lleva consigo, como un grave peso y una inútil aflicción, los recuerdos de sus riquezas, es vencido por la tristeza y, cuando lo piensa, sufre mucho, ha perdido las riquezas y se atormenta en el desaliento.
Y si llega la muerte abandona miserablemente sus tenencias, entrega el alma, mientras el ojo no abandona los negocios; de mala gana es arrastrado como un esclavo fugitivo, se separa del cuerpo y no se separa de sus intereses: porque la pasión lo aferra más que lo que lo arrastra.

Capítulo VIII
El mar jamás se llena del todo a pesar de recibir la gran masa de agua de los ríos, de la misma manera el deseo de riquezas del avaro jamás se sacia, él las duplica e inmediatamente desea cuadruplicarlas y no cesa jamás esta multiplicación, hasta que la muerte no pone fin a tal interminable premura.
El monje juicioso tendrá cuidado de las necesidades del cuerpo y proveerá con pan y agua el estómago indigente, no adulará a los ricos por el placer del vientre, ni someterá su mente libre a muchos amos: en efecto, las manos son siempre suficientes para satisfacer las necesidades naturales.
El monje que no posee nada es un púgil que no puede ser golpeado de lleno y un atleta veloz que alcanza rápidamente el premio de la invitación celeste.
El monje rico se regocija en las muchas rentas, mientras que el que no tiene nada se goza con los premios que le vienen de las cosas bien obtenidas.
El monje avaro trabaja duramente mientras que el que no posee nada usa el tiempo para la oración y la lectura.
El monje avaro llena de oro los agujeros, mientras que el que nada posee atesora en el cielo.
Sea maldito aquel que forja el ídolo y lo esconde, al igual que aquel que es afecto a la avaricia: el primero en efecto se postra frente a lo falso e inútil, el otro lleva en sí la imagen[10] de la riqueza, como un simulacro.

La Ira. Capítulo IX
La ira es una pasión furiosa que con frecuencia hacer perder el juicio a quienes tienen el conocimiento, embrutece el alma y degrada todo el conjunto humano.
Un viento impetuoso no quebrará una torre y la animosidad no arrastra al alma mansa.
El agua se mueve por la violencia de los vientos y el iracundo se agita por los pensamientos alocados. El monje iracundo ve a uno y rechina los dientes.
La difusión de la neblina condensa el aire y el movimiento de la ira nubla la mente del iracundo.
La nube que avanza ofusca el sol y así el pensamiento rencoroso embota la mente.
El león en la jaula sacude continuamente la puerta como el violento en su celda cuando es asaltado por el pensamiento de la ira.
Es deliciosa la vista de un mar tranquilo, pero ciertamente no es más agradable que un estado de paz: en efecto, los delfines nadan en el mar en estado de bonanza, y los pensamientos vueltos a Dios emergen en un estado de serenidad.
El monje magnánimo es una fuente tranquila, una bebida agradable ofrecida a todos, mientras la mente del iracundo se ve continuamente agitada y no dará agua al sediento y, si se la da, será turbia y nociva; los ojos del animoso están descompuestos e inyectados de sangre y anuncian un corazón en conflicto. El rostro del magnánimo muestra cordura y los ojos benignos están vueltos hacia abajo.

Capítulo X
La mansedumbre del hombre es recordada por Dios y el alma apacible se convierte en templo del Espíritu Santo.
Cristo recuesta su cabeza en los espíritus mansos y sólo la mente pacífica se convierte en morada de la Santa Trinidad.
Los zorros hacen guarida en el alma rencorosa y las fieras se agazapan en el corazón rebelde.
El hombre honesto huye de las casas de mal vivir y Dios de un corazón rencoroso.
Una piedra que cae en el agua la agita, como un discurso malvado el corazón del hombre.
Aleja de tu alma los pensamientos de la ira y no alientes la animosidad en el recinto de tu corazón y no lo turbes en el momento de la oración: efectivamente, como el humo de la paja ofusca la vista así la mente se ve turbada por el rencor durante la oración.
Los pensamientos del iracundo son descendencia de víboras y devoran el corazón que los ha engendrado. Su oración es un incienso abominable y su salmodia emite un sonido desagradable.
El regalo del rencoroso es como una ofrenda que bulle de hormigas y ciertamente no tendrá lugar en los altares asperjados de agua bendita.
El animoso tendrá sueños turbados y el iracundo se imaginará asaltos de fieras. El hombre magnánimo que no guarda rencor se ejercita con discursos espirituales y en la noche recibe la solución de los misterios.

La Tristeza. Capítulo XI
El monje afectado por la tristeza no conoce el placer espiritual: la tristeza es un abatimiento del alma y se forma de los pensamientos de la ira.
El deseo de venganza, en efecto, es propio de la ira, el fracaso de la venganza genera la tristeza; la tristeza es la boca del león y fácilmente devora a aquel que se entristece.
La tristeza es un gusano del corazón y se come a la madre que lo ha generado.
Sufre la madre cuando da a luz al hijo, pero, una vez alumbrado se ve libre del dolor; la tristeza, en cambio, mientras es generada, provoca largos dolores y sobreviviendo, después del esfuerzo, no trae sufrimientos menores.
El monje triste no conoce la alegría espiritual, como aquel que tiene una fuerte fiebre no reconoce el sabor de la miel.
El monje triste no sabrá cómo mover la mente hacia la contemplación ni brota de él una oración pura: la tristeza es un impedimento para todo bien.
Tener los pies amarrados es un impedimento para la carrera, así la tristeza es un obstáculo para la contemplación.
El prisionero de los bárbaros está atado con cadenas y la tristeza ata a aquel que es prisionero[11] de las pasiones.
En ausencia de otras pasiones la tristeza no tiene fuerza como no la tiene una atadura si falta quien ate.
Aquel que está atado por la tristeza es vencido por las pasiones y como prueba de su derrota viene añadida la atadura.
Efectivamente la tristeza deriva de la falta de éxito del deseo carnal porque el deseo es connatural a todas las pasiones. Quien vence el deseo vencerá las pasiones y el vencedor de las pasiones no será sometido por la tristeza.
El temperante no se entristece por la falta de alimentos, ni el sabio cuando lo ataca una disolución desquiciada, ni el manso que renuncia a la venganza, ni el humilde si se ve privado del honor de los hombres, ni el generoso cuando incurre en un pérdida financiera: ellos evitaron con fuerza, en efecto, el deseo de estas cosas: como efectivamente aquel que está bien acorazado rechaza los golpes, así el hombre carente de pasiones no es herido por la tristeza.

Capítulo XII
El escudo es la seguridad del soldado y los muros lo son de la ciudad: más segura que ambos es para el monje la paz interior[12].
De hecho, frecuentemente un flecha lanzada por un brazo fuerte traspasa el escudo y la multitud de enemigos abate los muros, mientras que la tristeza no puede prevalecer sobre la paz interior.
Aquel que domina las pasiones se enseñoreará sobre la tristeza, mientras que quien es vencido por el placer no fugará de sus ataduras.
Aquel que se entristece fácilmente y simula una ausencia de pasiones es como el enfermo que finge estar sano; como la enfermedad se revela por la rojez, la presencia de una pasión se demuestra por la tristeza.
Aquel que ama el mundo se verá muy afligido mientras que aquellos que desprecian lo que hay en él serán alegrados por siempre.
El avaro, al recibir un daño, se verá atrozmente entristecido, mientras que aquel que desprecia las riquezas estará siempre libre de la tristeza.
Quien busca la gloria, al llegar el deshonor, se verá adolorido, mientras el humilde lo acogerá como a un compañero.
El horno purifica la plata de baja ley y la tristeza frente a Dios libra el corazón del error; la continua fusión empobrece el plomo y la tristeza por las cosas del mundo disminuye el intelecto.
La niebla disminuye la fuerza de los ojos y la tristeza embrutece la mente dedicada a la contemplación; la luz del sol no llega a los abismos marinos y la visión de la luz no alumbra el corazón entristecido; dulce es para todos los hombres la salida del sol, pero incluso de esto se desagrada el alma triste; la picazón elimina el sentido del gusto como la tristeza sustrae al alma la capacidad de percibir. Pero aquel que desprecia los placeres del mundo no se verá turbado por los malos pensamientos de la tristeza.

La Acedia. Capítulo XIII
La acedia es la debilidad del alma que irrumpe cuando no se vive según la naturaleza ni se enfrenta noblemente la tentación. En efecto, la tentación es para un alma noble lo que el alimento es para un cuerpo vigoroso.
El viento del norte nutre los brotes y las tentaciones consolidan la firmeza del alma.
La nube pobre de agua es alejada por el viento como la mente que no tiene perseverancia del espíritu de la acedia.
El rocío primaveral incrementa el fruto del campo y la palabra espiritual exalta la irmeza del alma.
El flujo de la acedia arroja al monje de su morada, mientras que aquel que es perseverante está siempre tranquilo.
El acedioso aduce como pretexto la visita a los enfermos[13], cosa que garantiza su propio objetivo.
El monje acedioso es rápido en terminar su oficio y considera un precepto su propia satisfacción; la planta débil es doblada por una leve brisa e imaginar la salida distrae al acedioso.
Un árbol bien plantado no es sacudido por la violencia de los vientos y la acedia no doblega al alma bien apuntalada.
El monje giróvago, como seca brizna de la soledad, está poco tranquilo, y sin quererlo, es suspendido acá y allá cada cierto tiempo.
Un árbol transplantado no fructifica y el monje vagabundo no da fruto de virtud.
El enfermo no se satisface con un solo alimento y el monje acedioso no lo es de una sola ocupación.
No basta una sola mujer para satisfacer al voluptuoso y no basta una sola celda para el acedioso.

Capítulo XIV
El ojo del acedioso se fija en las ventanas continuamente y su mente imagina que llegan visitas: la puerta gira y éste salta fuera, escucha una voz y se asoma por la ventana y no se aleja de allí hasta que, sentado, se entumece.
Cuando lee, el acedioso bosteza mucho, se deja llevar fácilmente por el sueño, se refriega los ojos, se estira y, quitando la mirada del libro, la fija en la pared y, vuelto de nuevo a leer un poco, repitiendo el final de la palabra se fatiga inútilmente, cuenta las
páginas, calcula los párrafos, desprecia las letras y los ornamentos y finalmente, cerrando el libro, lo pone debajo de la cabeza y cae en un sueño no muy profundo, y luego, poco después, el hambre le despierta el alma con sus preocupaciones.
El monje acedioso es flojo para la oración y ciertamente jamás pronunciará las palabras de la oración; como efectivamente el enfermo jamás llega a cargar un peso excesivo así también el acedioso seguramente no se ocupará con diligencia de los deberes hacia Dios: a uno le falta, efectivamente, la fuerza física, el otro extraña el vigor del alma.
La paciencia, el hacer todo con mucha constancia y el temor de Dios curan la acedia.
Dispón para ti mismo una justa medida en cada actividad y no desistas antes de haberla concluido, y reza prudentemente y con fuerza y el espíritu de la acedia huirá de ti.

La Vanagloria[14] Capítulo XV
La vanagloria es una pasión irracional que fácilmente se enreda con todas las obras virtuosas.
Un dibujo trazado en el agua se desvanece, como la fatiga de la virtud en el alma vanagloriosa.
La mano escondida en el seno se vuelve inocente y la acción que permanece oculta resplandece con una luz más resplandeciente.
La hiedra se adhiere al árbol y, cuando llega a lo más alto, seca la raíz, así la vanagloria se origina en las virtudes y no se aleja hasta que no les haya consumido su fuerza.
El racimo de uva arrojado por tierra se marchita fácilmente y la virtud , si se apoya en la vanagloria, perece.
El monje vanaglorioso es un trabajador sin salario: se esfuerza en el trabajo pero no recibe ninguna paga; el bolso agujereado no custodia lo que se guarda en él y la vanagloria destruye la recompensa de las virtudes.
La continencia del vanaglorioso es como el humo del camino, ambos se difuminarán en el aire.
El viento borra la huella del hombre como la limosna del vanaglorioso. La piedra lanzada arriba no llega al cielo y la oración de quien desea complacer a los hombres no llegará hasta Dios.

Capítulo XVI
La vanagloria es un escollo sumergido: si chocas con ella corres el riesgo de perder la carga.
El hombre prudente esconde su tesoro tanto como el monje sabio las fatigas de su virtud.
La vanagloria aconseja rezar en las plazas, mientras que el que la combate reza en su pequeña habitación.
El hombre poco prudente hace evidente su riqueza y empuja a muchos a tenderle insidias. Tu en cambio esconde tus cosas: durante el camino te cruzarás con asaltantes mientras no llegues a la ciudad de la paz y puedas usar tus bienes tranquilamente.
La virtud del vanaglorioso es un sacrificio agotado que no se ofrece en el altar de Dios.
La acedia consume el vigor del alma, mientras la vanagloria fortalece la mente del que se olvida de Dios, hace robusto al asténico y hace al viejo más fuerte que el joven, solamente mientras sean muchos los testigos que asisten a esto: entonces serán inútiles el ayuno, la vigilia o la oración, porque es la aprobación pública la que excita el celo.
No pongas en venta tus fatigas a cambio de la fama, ni renuncies a la gloria futura por ser aclamado. En efecto, la gloria humana habita en la tierra y en la tierra se extingue su fama, mientras que la gloria de las virtudes permanecen para siempre.

Capítulo XVII
La soberbia es un tumor del alma lleno de pus. Si madura, explotará, emanando un horrible hedor.
El resplandor del relámpago anuncia el fragor del trueno y la presencia de la vanagloria anuncia la soberbia.
El alma del soberbio alcanza grandes alturas y desde allí cae al abismo.
Se enferma de soberbia el apóstata de Dios cuando adjudica a sus propias capacidades las cosas bien logradas.
Como aquel que trepa en una telaraña se precipita, así cae aquel que se apoya en sus propias capacidades.
Una abundancia de frutos doblega las ramas del árbol y una abundancia de virtudes humilla la mente del hombre.
El fruto marchito es inútil para el labrador y la virtud del soberbia no es acepta a Dios.
El palo sostiene el ramo cargado de frutos y el temor de Dios el alma virtuosa.
Como el peso de los frutos parte el ramo, así la soberbia abate al alma virtuosa.
No entregues tu alma a la soberbia y no tendrás fantasías terribles. El alma del soberbio es abandonada por Dios y se convierte en objeto de maligna alegría de los demonios. De noche se imagina manadas de bestias que lo asaltan y de día se ve alterado por pensamientos de vileza. Cuando duerme, fácilmente se sobresalta y cuando vela los asusta la sombra de un pájaro. El susurrar de las copas de los árboles aterroriza al soberbio y el sonido del agua destroza su alma. Aquel que efectivamente se ha opuesto a Dios rechazando su ayuda, se ve después asustado por vulgares fantasmas.

Capítulo XVIII
La soberbia precipitó al arcángel del cielo y como un rayo los hizo estrellarse sobre la tierra.
La humildad en cambio conduce al hombre hacia el cielo y lo prepara para formar parte del coro de los ángeles.
¿De qué te enorgulleces oh hombre, cuando por naturaleza eres barro y podredumbre y por qué te elevas sobre las nubes?
Contempla tu naturaleza porque eres tierra y ceniza y dentro de poco volverás al polvo, ahora soberbio y dentro de poco gusano.
¿Para qué elevas la cabeza que dentro de poco se marchitará?
Grande es el hombre socorrido por Dios; una vez abandonado reconoció la debilidad de la naturaleza. No posees nada que no hayas recibido de Dios, no desprecies, por tanto, al Creador.
Dios te socorre, no rechaces al benefactor. Haz llegado a la cumbre de tu condición, pero él te ha guiado; haz actuado rectamente según la virtud y él te ha conducido. Glorifica a quien te ha elevado para permanecer seguro en las alturas; reconoce a aquel que tiene tus mismos orígenes porque la sustancia es la misma y no rechaces por jactancia esta parentela.

Capítulo XIX
Humilde y moderado es aquel que reconoce esta parentela; pero el creador[16] lo creó tanto a él como al soberbio.
No desprecies al humilde: efectivamente él está más al seguro que tú: camina sobre la tierra y no se precipita; pero aquel que se eleva más alto, si cae, se destrozará.
El monje soberbio es como un árbol sin raíces y no soporta el ímpetu del viento.
Una mente sin jactancia es como una ciudadela bien fortificada y quien la habita será incapturable.
Un soplo revuelve la pelusa y el insulto lleva al soberbio a la locura.
Una burbuja reventada desaparece y la memoria del soberbio perece.
La palabra del humilde endulza el alma, mientras que la del soberbio está llena de jactancia.
Dios se dobla ante la oración del humilde, en cambio se exaspera con la súplica del soberbio.
La humildad es la corona de la casa y mantiene seguro al que entra.
Cuando te eleves a la cumbre de la virtud tendrás necesidad de mucha seguridad.
Aquel que efectivamente cae al pavimento rápidamente se reincorpora, pero quien se precipita de grandes alturas, corre riesgo de muerte.
La piedra preciosa se luce en el brazalete de oro y la humildad humana resplandece de muchas virtudes.

[1] Lo que hoy llamamos gula, Evagrio llamaba gastrimargía, literalmente "locura del vientre".
[2] "Vida activa" es la traducción más cercana a "praktiké", la disciplina espiritual que según Evagrio se encuentra al principio del proceso de conformación con el Señor Jesús y que tiene como fin purificar las pasiones del alma humana. A esto dedica Evagrio su "Tratado Práctico".
(3] Enkráteia, es un concepto mucho más rico que el término "templanza" si por éste se entiende solamente la virtud contraria a la gula. Por la raíz krat, que significa "fuerza" o "poder", esta virtud implica "dominio de sí" o "señorío de sí".
[4] Se trata de una comparación oscura, pero el mensaje es claro.
[5] El término que usa Evagrio es Apátheia, que en su espiritualidad equivale al estado de plenitud espiritual, alcanzado mediante el dominio de las pasiones y el silenciamiento del interior.
[6] El "egipcio" es el nombre que los padres del desierto daban a un demonio especialmente feroz en la tentación.
[7] Se refiere a la paz interior, la tranquilidad del recogimiento o la soledad, en el caso del monje.
[8] Otra vez se trata del término Apátheia. Ver nota 5.
[9] Philargyria, o amor al oro, al dinero. Evagrio le da especial importancia a este vicio, y presenta su demonio como particularmente astuto, pues presenta al monje una serie de razonamientos que hacen aparecer la acumulación de bienes como un acto de sensatez y prudencia.
[10] Para Evagrio, el apasionado posee en el corazón la imagen del objeto que lo domina.
[11] Evagrio utiliza el término Aikhmálotos, que significa "prisionero de guerra", pero al mismo tiempo hace referencia a la aikhmálosia, que en su teoría espiritual es el estadio final de esclavitud del alma a los demonios, que llega como consecuencia de dejarse vencer sistemáticamente por ellos.
[12] Otra vez , la Apátheia.
[13] En la tradición de los monjes del desierto, el abandonar la celda era una de las principales tentaciones de la acedia. Visitar enfermos era, por tanto, la manera de encubrir bajo el manto de la caridad el deseo de huir de la soledad.
[14] El término Kenodoxía deriva de kenós "vacío, vano" y dóxa, "opinión": una imagen de sí que se proyecta a los demás en base a valores inexistentes o insignificantes por su trivialidad.
[15] El término Hyperephanía proviene del superlativo hypér y phaíno, "lo que aparece": aquello que aparece como más de lo que es, arrogancia, altanería.
[16] Evagrio utiliza el término Demioyrgós, que en la tradición griega equivalía al
trabajador manual o a la divinidad que creaba el mundo a partir de una materia
preexistente. Parece ser que acá lo quiere utilizar en el sentido de Dios creador, aunque
esta acepción no queda totalmente clara.

viernes, 27 de abril de 2012

ORDET, LA PALABRA

Hacia 1930, en un pequeño pueblo de Jutlandia occidental, el viejo Morten Borgen dirige la granja de Borgensgaard. Tiene tres hijos: Mikkel, Johannes y Anders. El primero está casado con Inger y tiene dos hijas pequeñas, aunque en estos momentos Inger está embarazada y esperan el tercero. Johannnes es un antiguo estudiante de Teología que, por haberse imbuido de las ideas de Kierkegaard e identificarse con la figura de Jesucristo, es considerado por todos como un loco. El tercero, Anders, está enamorado de la hija del sastre, líder intransigente de un sector religioso rival. Tal circunstancia revitaliza la discordia que siempre ha existido entre las dos familias, ya que ninguna ve con muy buenos ojos que sus hijos contraigan matrimonio.

MEJOR SOLO QUE MAL ACOMPAÑADO

CARAS VEMOS CORAZÓNES NO SABEMOS podría ser el título de esta hilarante película, en este film Neal Page (Steve Martin) es un ejecutivo de publicidad que quiere llegar a Chicago a tiempo para pasar el dia de Accion De Gracias con su familia. Pero su vida se convierte en una pesadilla cuando tropieza con Del Griffith (John Candy), un vendedor de cortinas de baño bocazas e insoportable, del que no podrá librarse durante un accidentado viaje.

Casomai: COMPROMETETE

Recomendada para aquellos que piensan o se van a casar. Estefanía y Tomás se aman, deciden casarse y tienen un hijo. A los ojos de todos son una pareja normal donde existe el amor sincero y pasional. Su vida parece perfecta, rodeada de amigos y familiares que siempre les dan consejos y expresan juicios. Pero todo esto va provocando que la pareja no tenga una vida privada, y todas estas reacciones van creando problemas entre ellos, poniendo a prueba y condicionando su amor.

jueves, 26 de abril de 2012

PATRONA

LOs Heraldos nos explican de Genazzano y de Ntra Sra del Buen Consejo

QUO VADIS

En el tiempño ordinario y en las primeras lecturas de los domingos, los Hechos de los apostoles... Persecuciones de los judios y luego de los romanos...
Y los niños de primera comunión se saben la señal de los cristianos... el amor, la cruz... ¿un pez?

Y ahora, en clave de ficcion, "enemigo mio"... es cortita pero bonita.

miércoles, 25 de abril de 2012

matar a un ruiseñor

intriga o thriller, como se diga
para que te emociones y asustes.

y para los niños, aunque sin
dibus japoneses y subtitulada

martes, 24 de abril de 2012

más homenaje al cine

en el cine nos engañan con los efectos especiales... a mis niños de comunión el mensaje es que hay que ser autenticos. Por cierto la cate de hoy ha sido una delicia. Y la Virgen, lo mejor ¿verdad Mª Luisa?

Y para autentico vuelo, este de aqui tan increíble... sin trampa ni cartón

lunes, 23 de abril de 2012

homenaje al cine

Es Pascua. Que viva la fiesta y la belelza... Más de 50 artistas internacionales, procedentes de varios de los shows del Circo del Sol por todo el mundo, acudieron a la cita... Iris es un espectáculo con el que se rinde un homenaje acrobático a la historia del cine en el mismo escenario que acoge anualmente la ceremonia de los Óscar.clickar en http://www.twitvid.com/embed.php?guid=L558O&autoplay=0

domingo, 22 de abril de 2012

los papas - 24

LOS PAPAS DE LA EDAD MODERNA
(1447-1799)

Nicolás V (6 marzo 1447 - 24 marzo 1455)
Personalidad y carrera eclesiástica.
Tomás Parentucclli nació en Sarzana el 15 de noviembre de 1397. Estudió artes en la Universidad de Bolonia, pero al no disponer de recursos económicos se trasladó a Florencia, donde trabajó como preceptor en la casa de Palla Stronzzi. Volvió a Bolonia, se licenció en teología y entró al servicio de Nicolás Albergati, obispo de la ciudad y cardenal, a quien acompañó en sus misiones diplomáticas. Muerto Albergati, Eugenio IV le nombró vicecamarlengo (1443) y al año siguiente obispo de Bolonia. Desempeñó dos misiones diplomáticas en Alemania y, en premio, recibió el capelo cardenalicio en 1466. A la muerte de Eugenio IV el cónclave se volvió a reunir en Santa María sopra Minerva de Roma y, de forma inesperada, la rivalidad tradicional entre los Colonna y los Orsini impidió la elección de Prospero Colonna y facilitó la de Tomás Parentucelli. Elegido papa el 6 de marzo de 1447, fue coronado el 19 del mismo mes y tomó el nombre de Nicolás en recuerdo de su protector, el cardenal Albergati. Eneas Silvio Piccolomini {Opera quae extant, Basilea, 1551), que más tarde sería papa, trazó este retrato de Nicolás V: Tuvo una estima excesiva de sí mismo y quiso hacerlo todo por sí. Creía que nada podía hacerse bien, si él no intervenía personalmente. Amaba los libros bien hechos y los vestidos preciosos. Fue amigo de sus amigos, aunque no hubo nadie al que no hubiera irritado alguna vez. Se vengaba de las injurias y no las olvidaba.
Primera etapa del pontificado.
Buen diplomático, consiguió poner fin al cisma con la definitiva disolución del Concilio de Basilea y la abdicación del antipapa Félix V. La conclusión del período conciliarista estuvo precedida de una laboriosa acción diplomática para conseguir que el emperador Federico III (1440-1493) volviera a la obediencia romana. Las negociaciones concluyeron con la firma del concordato de Viena el 17 de febrero de 1448, ratificado en Roma el 19 de marzo (A. Mercati, Raccolta dei Concordati, Roma, 1919, I, pp. 177-85). Este concordato, que formalmente estuvo en vigor hasta 1803, solucionó en parte el espinoso problema de la cuestión beneficial. El papa se aseguraba la provisión de todos los beneficios ya reservados a la Santa Sede por las anteriores constituciones de Juan XXII y Benedicto XII, y respetaba el derecho de presentación de los obispos y abades, nombrados mediante libre elección, aunque se reservaba el derecho de revocación si la elección no se realizaba de acuerdo con las disposiciones canónicas. También se esforzó por conseguir que Francia reconociese los derechos de la Santa Sede, menoscabados por el movimiento conciliarista, y aunque Carlos VII (1422-1461) no quiso revocar la pragmática sanción de Bourges (N. Valois, Histoire de la Pragmatique Sanction de Bourges sous Charles VII, París, 1906), se avino a reconocerle como legítimo papa en el verano de 1448. La abdicación del antipapa Félix V el 7 de abril de 1449 y la disolución espontánea del concilio, que se había trasladado a Lausana por causa de la peste, el 25 de abril de 1449, después de haber reconocido a Nicolás V como el único papa legítimo, puso fin al cisma. Al antipapa dimisionario le concedió grandes honores: fue nombrado cardenal del título de Santa Sabina y legado apostólico perpetuo en Saboya. El último antipapa de la historia murió en Ginebra el 7 de enero de 1451. Para borrar las huellas del pasado, Nicolás V publicó tres bulas: en la primera revocó las censuras fulminadas contra los que se habían adherido al Concilio de Basilea, y en las dos restantes confirmó las provisiones bcneficiales hechas por el concilio e incorporó a los cardenales creados por el antipapa Félix V al sacro colegio. Restaurada la paz de la cristiandad, celebró jubileo el año 1450 con gran concurrencia de peregrinos, que puso de manifiesto el poder espiritual del papa y contribuyó a la recuperación de las finanzas pontificias. Dice Vespasiano de Biticci (A. Mai, Spicilegium romanum, I, p. 48) que «la Sede Apostólica ganó sumas enormes de dinero; por lo cual comenzó el papa a construir edificios en varios lugares y a encargar la compra de libros griegos y latinos donde fuera posible, sin mirar el precio; contrató a muchísimos copistas, de los más excelentes, para que continuamente transcribiesen los códices». Entre las celebraciones de este año hay que resaltar la canonización del franciscano san Bernardino de Siena (1380-1444), que como gran predicador popular y reformador de la orden había merecido también la alta estima de Eugenio IV. Preocupado por la reforma de las costumbres y el restablecimiento de la autoridad pontificia, Nicolás V envió legados pontificios a diferentes países europeos: Nicolás de Cusa (1401-1464) recorrió Alemania y Bohemia y, al menos en parte, consiguió reformar las costumbres del clero alemán, eliminando la simonía y el concubinato, y restablecer la disciplina y la obendiencia en los monasterios; san Juan de Capistrano (1386-1456) viajó por Austria, Baviera, Turingia y Sajonia, pero no obtuvo frutos duraderos; y el cardenal Guillermo d'Estouteville marchó a Francia con el objetivo de conseguir abrogar o al menos suavizar la pragmática sanción, pero no tuvo éxito, porque la asamblea del clero francés, reunida en Bourges en julio de 1452, se adhirió en gran parte a la pragmática con gran satisfacción de Carlos VIL La autoridad pontificia, sin embargo, vio afianzar su poder con la coronación del emperador Federico III en Roma el año 1452. Ésta fue la última coronación imperial que vivió Roma y la primera de un Habsburgo.
La caída de Constantinopla.
Al año siguiente se cernió sobre la cristiandad la desgracia de la caída de Constantinopla en poder de los turcos. Como el último emperador de Bizancio, Constantino XII (1448-1453), tardase en publicar el decreto de unión de la Iglesia griega con la romana, Nicolás V le amonestó el 11 de octubre de 1451 y le exhortó a cumplir lo prometido en Florencia en 1439. El emperador se mostró dispuesto a aceptar la unión y el papa le envió como legado al cardenal de Kiev. El 12 de diciembre de 1452 se proclamó la unión oficial de las dos Iglesias en la basílica de Santa Sofía, pero el pueblo y los monjes no se adhirieron a ella. Entre tanto, el sultán Mohamed II (1451- 1481) continuó cerrando el cerco de Constantinopla, que cayó el 29 de mayo de 1453. Como la sede patriarcal estaba vacante, nombró patriarca al monje Gennadio, radical antiunionista, y así se acabó de consumar la definitiva separación de la Iglesia romana. Desde el momento de la caída de Constantinopla, los papas se preocuparon por unir a las naciones cristianas para organizar la cruzada contra los turcos. Nicolás V dirigió a todos los príncipes el 30 de septiembre de 1453 un férvido llamamiento a la cruzada contra Mohamed, «precursor del anticristo». Los reyes en general prestaron oídos sordos. Sólo el de Portugal, Alfonso V (1438-1481), hizo preparativos militares serios, pero en la práctica no se hizo nada. Nicolás V se propuso unir por lo menos a los italianos y a este fin envió legados a Nápoles, Florencia, Milán y Venecia, y congregó en Roma a los embajadores de los principales Estados peninsulares. No consiguió nada, pero lo que no se obtuvo en Roma se logró al menos parcialmente en la paz de Lodi (9 abril 1454) por un acuerdo entre Venecia y Milán. El 30 de agosto, Venecia, Milán y Florencia firmaron una liga defensiva para veinticinco años, y en esta liga entraron finalmente Nicolás V y el rey de Nápoles, Alfonso de Aragón (1442- 1458). Esta liga itálica, que se ponía oficialmente bajo la protección del papa, fue promulgada solemnemente en Roma el 2 de marzo de 1455 y aseguró por algunos años el pacífico equilibrio de los Estados italianos, aunque nada hizo contra el turco.
La política pontificia y el mecenazgo.
Ya hemos dicho que Portugal fue el único reino donde se predicó con éxito la cruzada. Su rey aparejó una armada con respetable ejército y Nicolás V correspondió aumentando los privilegios a la corona portuguesa en su lucha contra los musulmanes del norte de África y otros infieles. Por la bula Dum diversas (18 junio 1452) autorizó al rey Alfonso hacer la guerra a los musulmanes y otros infieles, y le exhortó a conquistar las tierras de los enemigos de Cristo. Pero la bula más trascendental fue la Romanas Pontifex (8 enero 1455), en la que concedió al rey portugués y a sus sucesores la posesión y dominio de todas las islas, puertos, mares, provincias que habían ocupado, desde los cabos de Bojador y Nam, con toda la Guinea, hasta las tierras más meridionales de África; todo para la propagación de la fe. En el problema de la rivalidad castellano-portuguesa, la bula Romanas Pontifex constituye un hito fundamental, y como además viene a coincidir con fracaso de las gestiones del infante Enrique (1394-1460) para obtener la sobranía de las Canarias, resulta que el año 1454 señala de hecho un deslinde incial de las zonas de expansión correspondientes a Portugal y Castilla, y, como dice Pérez Embid {Los descubrimientos en el Atlántico y la rivalidad castellano portuguesa hasta el Tratado de Tordesillas, Sevilla, 1948, p. 164), «de derecho marca el de la corona lusitana sobre toda la costa de África a partir del cabo de la Nao». Por lo que se refiere a la política pontificia, Nicolás V confirmó los acuerdos firmados por Eugenio IV con el rey de Nápoles y trató de ganarse su favor reconociendo sus pretensiones sobre los beneficios eclesiásticos y librándole de las tradicionales prestaciones y actos de homenaje a que estaba obligado en calidad de vasallo de la Santa Sede. En realidad, toda la política en materia beneficial y fiscal de Nicolás V consistió en una revisión de las pretensiones pontificias en favor de los príncipes, a cambio de que prestaran su apoyo a la política temporal del papado. Nicolás V proyectó en Roma un gran programa urbanístico, que sólo pudo realizar en una pequeña parte. La Biblioteca Vaticana bien puede considerarle su fundador por el gran número de manuscritos que adquirió e hizo copiar. Este gran mecenas de las artes, bibliófilo y amante de las letras, murió en Roma el 24 de marzo de 1455 y fue sepultado en la basílica de San Pedro. Fra Angélico le inmortalizó con los frescos de la leyenda de San Lorenzo en la capilla de Nicolás V.

Calixto III (8 abril 1455 - 6 agosto 1558)
Personalidad y carrera eclesiástica.
Alfonso de Borja nació en Játiva (España) el 31 de diciembre de 1378. Cursó los primeros estudios en Valencia y los continuó en la Universidad de Lérida, donde se doctoró en ambos derechos, adquiriendo después la cátedra de cánones y una canonjía en la catedral. Su fama de buen jurista y de hombre recto indujo al rey de Aragón, Alfonso V (1416- 1458), a nombrarle consejero suyo. Sus buenos oficios consiguieron la renuncia de Gil Muñoz, elegido antipapa a la muerte de Benedicto XIII, y la reconciliación de Alfonso V con el papa Martín V, que apoyaba a Luis de Anjou como candidato a la sucesión del reino de Nápoles. Martín V premió a Alfonso de Borja nombrándole obispo de Valencia en 1429. Fiel al papa de Roma, rehusó asistir en representación de Alfonso V al Concilio de Basilea (1431-1449) y consiguió reconciliar al papa Eugenio IV con Alfonso V en 1443. En recompensa de sus servicios, el papa le nombró cardenal en 1443 y se trasladó a Roma, distinguiéndose por su preparación jurídica, por sus costumbres austeras y religiosidad. A la muerte de Nicolás V los cardenales, a causa de las rivalidades entre los Colonna y los Orsini, no consiguieron ponerse de acuerdo sobre ninguno de los grandes favoritos y optaron por un papa de transición, y el 8 de abril de 1455 eligieron a Alfonso de Borja, que ya tenía setenta años, y tomó el nombre de
Calixto III.
La actividad política y religiosa.
El gran objetivo de Calixto III fue organizar una cruzada para luchar contra los turcos. Envió predicadores a todos los reinos cristianos, pero la mayor parte de los Estados se mostraron poco interesados. El cardenal Juan de Carvajal (L. G. Canedo, Un español al servicio de la Santa Sede, Juan de Carvajal, Madrid, 1947), su legado en el Imperio y en el reino de Hungría, obtuvo el apoyo del emperador Federico III y del rey de Hungría y Bohemia, Ladislao V. El ex regente de Hungría Juan Hunyadi, con la ayuda del gran predicador de la cruzada Juan de Capistrano, obligó a los turcos a levantar el cerco de Belgrado (1456), que el papa quiso conmemorar instituyendo la fiesta de la Transfiguración el 6 de agosto. La oposición de los príncipes y prelados de Alemania, que cosideraban la imposición de décimas para la guerra como un desafuero contra la nación germánica, llevó a Calixto III a apoyarse sobre todo en el príncipe de Albania, Jorge Skanderbeg (1443-1468), y en el rey de Nápoles, Alfonso V de Aragón. Derrotada la flota turca en Metelino por la armada pontificio-aragonesa, dirigida por el cardenal Scarampo, y vencido el ejército otomano por Skanderbeg en Tomorzina (1457), el papa se alió con Esteban Tomás, rey de Bosnia, y con Matías Corvino (Hunyadi), nuevo rey de Hungría (1458-1490), pues se convenció de que el apoyo sólo podría venir de las naciones más amenazadas por los turcos, dada la escasa ayuda que se podía esperar de Alemania, Borgoña, Francia, Castilla o Portugal. El papa tuvo que conformarse con sus propios medios y la ayuda, no siempre desinteresada, del rey de Nápoles, del emperador Federico III y del rey de Hungría. Calixto III también se preocupó de mantener la paz y concordia entre los príncipes italianos, de acuerdo con el tratado de Lodi de 1454. Se opuso a los proyectos de su antiguo protector Alfonso V, rey de Aragón, Nápoles y Sicilia, que pretendía heredar el señorío de Milán a la muerte de Felipe María Visconti, y apoyó la sucesión de Francisco Sforza (1450-1466). La preocupación por la cruzada le impidió ocuparse a fondo de la reforma de la Iglesia, que hubiera tenido que comenzar por Roma. Hombre austero y profundamente religioso, tanto en su vida privada como en su política europea, cayó, en cambio, en un abuso del tiempo, el nepotismo, que ensombreció su pontificado, sin olvidar que el nepotismo era una práctica normal de los papas de estos siglos. Es cierto que la animadversión de muchos romanos hacia un papa extranjero le obligó a apoyarse en gentes de su absoluta confianza. Pero ello no basta para justificar el excesivo número de valencianos, catalanes y aragoneses en puestos claves y en cargos secundarios de la curia romana (J. Rius Serra, Catalanes y aragoneses en la corte de Calixto III, Barcelona, 1948). Tal favoritismo no hizo sino aumentar la tensión con los italianos, y más con los romanos. Dos sobrinos fueron creados cardenales en 1456: Rodrigo de Borja (futuro Alejandro VI), obispo de Gerona, Oviedo y Valencia, y vicecanciller de la Iglesia, y Juan Luis de Milá, obispo de Segorbe; y Pedro Luis de Borja, hermano de Rodrigo, fue designado capitán general de la Iglesia. Calixto III propició la revisión del proceso de Juana de Arco (1412-1431), a la que se declaró inocente; beatificó a san Vicente Ferrer y a santa Rosa de Vitervo. No fue un papa humanista del estilo de Nicolás V, pero recompensó a agunos de los grandes humanistas: a Lorenzo Valla (1405-1457) le nombró scretario pontificio y canónigo de San Juan de Letrán, y a Eneas Silvio Piccolmini, futuro Pío II, le concedió la púrpura cardenalicia. Murió en Roma el 6 de agosto de 1458, día de la fiesta de la Transfigurción, que él mismo había instituido para conmemorar la victoria de Belgrado. Fue sepultado en la rotonda de San Andrés, al lado de la basílica de San Pedro, y en 1610 fue trasladado a Santa María de Montserrat, iglesia nacional de la corona de Aragón en Roma.

Pío II (19 agosto 1458 - 15 agosto 1464)
Personalidad y carrera eclesiástica.
Eneas Silvio Piccolomini nació en Corsignano, Siena, el 18 de octubre de 1405. Hijo de Silvio Piccolomini y de Victoria Forteguerri, nobles empobrecidos, cursó estudios de derecho en Siena, aunque desde joven se sintió atraído por la cultura humanista. En 1432 dejó los estudios y se puso al servicio del cardenal Capránica, al que acompañó al Concilio de Basilea; después sirvió a Nicolás Albergati, al que acompañó a Borgoña para firmar la paz de Arras (1435), y fue enviado a Escocia con una misión ante el rey Jacobo I (1406-1437). Vuelto a Basilea, llamó la atención de los sinodales por sus grandes dotes de elocuencia y su formación humanista. Después de la deposición de Eugenio IV y la elección del antipapa Félix V, Eneas Silvio se convirtió en secretario del nuevo antipapa y obtuvo diversos despachos que le acreditaron como delegado del concilio. Enviado a la Dieta de Frankfurt de 1442 entró en conctacto con Federico III (1440-1493), que se había declarado neutral en la lucha entre el papa de Roma y el concilio, y le nombró secretario de la cancillería imperial. Durante su estancia en Alemania, por influjo de los cardenales Cesarini y Carvajal, modificó su postura y se pasó a la obediencia romana, lo que también consiguió del emperador, que en 1445 le envió a Roma con una embajada. En Roma declaró a Eugenio IV su arrepentimiento por haber sido uno de los más firmes defensores del Concilio de Basilea y su deseo de tomar el estado eclesiástico, el papa le absolvió de las censuras y le perdonó, y en 1446 recibió las órdenes sagradas. Desde aquel momento Eneas modificó su conducta y prestó grandes servicios a la Iglesia romana, consiguiendo el fin de la neutralidad alemana con la firma del concordato de Viena (1448). Nombrado obispo de Trieste por Nicolás V, envió al rector de la Universidad de Colonia una carta de retractación, confesando su error por haber seguido las teorías conciliares y explicando las razones por las que había vuelto a la obediencia romana. Trasladado al obispado de Siena, Fernando III le encargó concertar su matrimonio con Leonor de Portugal y conseguir su coronación imperial, recibiendo a cambio el título de consejero del Imperio. En 1456 Calixto III le creó cardenal del título de Santa Sabina y ya permaneció al lado del papa como consejero de las relaciones con el Imperio. En el cónclave que siguió a la muerte de Calixto III, Eneas Silvio fue elegido papa el 19 de agosto de 1464 con el apoyo de los cardenales italianos, y con gran decepción de los franceses que esperaban la nominación del cardenal Eslouteville. El 3 de septiembre recibió la tiara de manos del cardenal Colonna en la basílica vaticana y seguidamente tomó posesión de San Juan de Letrán.
La cruzada contra los turcos.
El pontificado de Pío II, como el de su predecesor, estuvo dominado por la cruzada contra los turcos. El año 1459 convocó un congreso en Mantua, en el que se acordó la cruzada, pero no problemas que por la guerra contra los infieles. En la política italiana llevó a cabo una función mediadora entre los diferentes Estados, aunque la concesión de la investidura del reino de Nápoles a Ferrante de Aragón (1458-1494), que le había apoyado en el cónclave, le enfrentó con Francia, que sostenía las aspiraciones de Juan de Anjou. Pues como dice Combert (Louis XI et la Saint Siége, París, 1903), Luis XI de Francia (1.461- 1483), que había abolido la pragmática sanción de Bourges, con la esperanza de que el papa cambiara su política respecto a Nápoles, sin restablecer oficialmente la pragmática promulgó una serie de ordenanzas «para la restauración y defensa de las libertades galicanas contra las usurpaciones romanas». En el ámbito de la disciplina eclesiástica promulgó varias disposiciones. En primer lugar, a fin de extirpar la doctrina conciliarista que subvertía el orden constitucional de la Iglesia, al defender la superioridad del concilio sobre el papa, prohibió apelar las sentencias del pontífice al futuro concilio, imponiendo a los apelantes la pena de excomunión (1459); en segundo lugar, rescindió todo lo que él mismo había hecho contra Eugenio IV en el Concilio de Basilea (1463); y en tercer lugar, abrogó los convenios firmados en 1436 entre los husitas y los legados del Concilio de Basilea, por los que se había concedido a los seglares de Bohemia el derecho de comulgar bajo las dos especies, de donde les vino la denominación de «utraquistas». Ante el avance de los turcos, el año 1464 Pío II asumió personalmente la cruzada, esperando que los príncipes cristianos se avergonzarían de permanecer en casa, «cuando vieran marchar a la guerra a su maestro y padre, al obispo de Roma y representante de Cristo, un anciano enfermo y débil». Pero el papa se vio defraudado. Cuando llegó a Ancona, donde los cruzados tenían que congregarse, no encontró más que una chusma desarrapada. Y en Ancona halló la muerte el día 15 de agosto de 1464. Su cuerpo fue sepultado en la capilla de San Andrés en San Pedro, pero en 1614 fue trasladado a la iglesia de San Andrea della Valle. Uno de sus nepotes, el cardenal Tedeschini Piccolomini, que sería más tarde Pío III, mandó pintar al Pinturicchio (1454-1513) por los años 1502- 1508 la vida de Pío II en la sala de libros corales de la catedral de Siena. Pío II fue un espejo fiel del Renacimiento: hombre de mundo, diplomático, político y papa, escritor, poeta, humanista y amante de los libros; supo conciliar sus intereses privados con la institución que representaba y se sirvió del humanismo para llevar a cabo su acción política y religiosa. Practicó el nepotismo, como su antecesor; fue un fecundo escritor y, junto con Nicolás de Cusa, proyectó una reforma del clero que por la dificultad de los tiempos no se llegó a terminar; canonizó a santa Catalina de Siena (1347-1380) y protegió a los judíos.

Paulo II (30 septiembre 1464 - 26 julio 1471)
Personalidad, carrera eclesiástica y primera etapa del pontificado.
Pedro Barbo nació en Venecia el 22 de febrero de 1417. Hijo de Nicolás Barbo y Polixena Condulmieri, hermana de Eugenio IV, rica familia de mercaderes, estaba llamado a seguir la empresa familiar, pero la influencia de su tío le inclinó a la carrera eclesiástica. Estudió artes y fue nombrado protonotario apostólico y arcediano de la catedral de Bolonia. En 1440 fue designado obispo de Cervia y cardenal diácono del título de Santa María la Nueva, que Nicolás V le cambiará en 1451 por el de San Marcos. Tuvo una gran influencia durante los pontificados de Eugenio IV, Nicolás V y Calixto III, que le nombró obispo de Vicenza, para pasar en 1459 al de Padua, al que renunció al año siguiente. Las relaciones con Pío II fueron conflictivas, pero apenas se resintió su popularidad en la curia y en Roma. Muerto Pío II, fue elegido pontífice en el primer escrutinio del cónclave el 30 de agosto de 1464. Escogió el nombre de Paulo II, fue coronado el 16 de septiembre y tomó posesión de San Juan de Letrán con una ceremonia de gran fastuosidad. Al inicio del cónclave todos los cardenales juraron una capitulación electoral por la que el futuro papa se comprometía a llevar a cabo la reforma de la Iglesia, convocando un concilio en el plazo de tres años. Paulo II, después de consultar a diferentes juristas, presentó al colegio cardenalicio un nuevo pacto que modificaba sustancialmente el anterior y que al final fue aceptado con no pocas resistencias. Siguiendo el ejemplo de sus predecesores se dedicó, en primer lugar, a pre- parar la cruzada contra los turcos, aunque no consiguió reunir fuerzas suficientes para enfrentarse a las fuerzas de Mohamed II. Concedió una importante ayuda económica al rey de Hungría, último baluarte de la cristiandad, y al príncipe Skanderbert de Albania para la lucha contra el turco, pero con su muerte en enero de 1468 casi toda Albania cayó en manos de los turcos y la cristiandad se vio privada de uno de los principales paladines de la cruzada. El único que podría haber hecho frente a los turcos era el rey Jorge Podiebrady de Bohemia (1458-1471), pero, por sus simpatías hacia los husitas, Pío II abrió un proceso contra él y Paulo II le excomulgó y depuso del reino en 1466. Jorge de Bohemia apeló al concilio general y trató de ganar el apoyo del rey de Francia. El papa pidió al rey de Hungría, Matías Corvino (1458-1490), que declarase la guerra al bohemio y así lo hizo en 1468, aunque las armas fueron favorables a las tropas bohemias y Corvino tuvo que solicitar una tregua. La guerra se reanudó por voluntad de Paulo II y Matías Corvino se hizo proclamar rey de Bohemia; pero no por ello se solucionó el problema, pues las hostilidades continuaron con mayor dureza y se iniciaron negociaciones con Jorge Podiebrady, que murió el 22 de marzo de 1471 sin haber normalizado sus relaciones con Roma. En las relaciones con Francia, Paulo II no consiguió ningún resultado positivo, pues Luis XI (1461-1483) utilizó la pragmática sanción de Bourges como un medio de presión y chantaje hacia el pontificado. Mejores fueron las relaciones con el emperador Federico III, que visitó Roma en 1468 para pedir al papa la convocatoria de un concilio en Constanza, aunque sin ningún resultado. En los últimos años de su vida Paulo II trató de acercar la Iglesia ortodoxa rusa a Roma favoreciendo el matrimonio entre Iván III, gran duque de Rusia (1462-1505), con la hija de Tomás Paleólogo, déspota del Peloponeso, que se había refugiado en Roma, donde murió en 1465.
La política italiana.
En la política italiana Paulo II se apoyó en Venecia, con la que tuvo algunos enfrentamientos violentos, y en Florencia, abandonando la tradicional alianza con Milán y Nápoles. La inestabilidad italiana se agravó con la muerte de Francisco Sforza en 1466, pues aunque le sucedió su hijo Galeazzo (1466-1476), se creó un nuevo problema de inseguridad en la compleja política italiana. Paulo II consiguió que el año 1470 se firmara una alianza entre los Estados italianos, con la intención de renovar la paz de Lodi, pero fue algo transitorio y su firma se hizo por la emoción que causó la caída de la isla veneciana de Eubea en poder de los turcos. La tendencia absolutista del nuevo pontífice se manifestó particularmente en la política interna, afirmando la autoridad temporal de la Santa Sede en las relaciones con algunos feudatarios. En 1465 sometió a la familia Anguillara, que pretendía crear una señoría independiente, y se aseguró el control de un vasto territorio que más tarde se extendió al importante centro minero de alumbre de Tolfa. Menos fortuna tuvo con Malatesta, que controlaba Cesana y Rímini, pues si consiguió incorporar la primera ciudad al dominio pontificio, la segunda quedó en poder de Roberto Malatesta (1468-1482), apoyado por Milán, Florencia y Nápoles, aunque reconociéndose vasallo de la Santa Sede. En Roma promovió la publicación de unas ordenanzas que regulasen las competencias, sobre todo en el ámbito jurídico, entre los administradores municipales y el gobernador pontificio. Estas medidas, orientadas a potenciar el poder municipal, se acompañaron de un importante programa urbanístico en torno al Capitolio, centro de la ciudad comunal, donde el papa había comenzado a construir en 1455, cuando todavía era cardenal, el impresionante palacio de San Marcos (hoy de Venecia), en el que residió de forma estable desde 1466 y reunió importantes colecciones de arte. Paulo II, amante de las fiestas y de las diversiones, se ganó el favor de los romanos con la potenciación de los carnavales, en los que por primera vez se permitió participar a los judíos. Por la bula Ineffabilis providencia (1470) estableció el ciclo de los años jubilares cada 25 años y a partir de 1475 se ha observado este decreto sin interrupción, a excepción del año 1800 por las circunstancias políticas del momento. Paulo II se atrajo la enemistad de los humanistas al reducir a su primitivo estado al colegio de los «abreviadores apostólicos», en el que trabajaban muchos humanistas, por los abusos simoníacos que allí se cometían, y al suprimir la Academia romana que dirigía Pomponio Leto (1428-1497). Su descontento lo manifestó Bartolomeo Platina (De vitis pontificum, Colonia, 1568), presentando a Paulo II como enemigo del arte y de la ciencia, afirmando que «los estudios eruditos de tal manera excitaban su odio y aborrecimiento, que a quienes los seguían los calificaba sin excepción de heréticos». La venganza de Platina contra el papa se vio satisfecha, pues el retrato negativo que trazó de Paulo II como de un bárbaro inculto ha condicionado hasta no hace mucho el juicio de los historiadores. Paulo II murió en Roma el 26 de julio de 1471, a los 53 años de edad, y fue sepultado en la basílica de San Pedro.