domingo, 31 de marzo de 2013

La colina de la redención - Nagasaki

El 12 de Junio de 1973 la hermana Agnes Sasagawa oraba en su convento en Akita, Japón cuando observó rayos brillantes que emanaban del tabernáculo. El mismo milagro se repitió los próximos dos días. El 28 de Junio, una llaga en forma de cruz apareció en la palma de la mano izquierda de Sor Agnes. Sangraba profusamente y le causaba gran dolor. El 6 de julio, mientras rezaba, Sor Agnes escuchó una voz procedente de la estatua de la Virgen María que está en la capilla. Era el primer mensaje. El mismo día, algunas hermanas descubrieron gotas de sangre que fluían de la mano derecha de la estatua. Este flujo de sangre se repitió cuatro veces. La llaga en la mano de la estatua permaneció hasta el 29 de septiembre. Pero ese mismo día, la estatua comenzó a "sudar", especialmente por la frente y el cuello. El 3 de agosto de 1973, Sor Agnes recibió un segundo mensaje y el 13 de octubre del mismo año, el tercero y último. El 4 de enero de 1975, la estatua de la Virgen comenzó a llorar y continuó llorando en diferentes ocasiones por 6 años y 8 meses. La última vez fue el 15 de septiembre de 1981, fiesta de Nuestra Señora Dolorosa. Fueron un total de 101 lacrimaciones. La hermana vidente se llama "Agnes" que significa cordero. Fue sanada de sordera, lo cual se verificó no tener explicación médica. Este milagro fue una señal de la autenticidad de las visitas de la Virgen Aprobación eclesiástica de las lágrimas de la estatua y los mensajes. El 22 de abril de 1984, después de ocho años de investigación y habiendo consultado con la Santa Sede, los mensajes de Nuestra Señora de Akita fueron aprobados por el obispo de la diócesis de Niigata, Japón, Monseñor John Shojiro Ito. El declaró que los eventos de Akita son de origen sobrenatural y autorizó en toda la diócesis la veneración de la Santa Madre de Akita. En la villa japonesa de Akita, una estatua de la Madonna ha derramado sangre, sudor y lágrimas, según el testimonio de mas de 500 Cristianos y no cristianos, incluyendo el alcalde budista del pueblo. Una monja, Agnes Katsuko Sasagawa ha recibido las estigmas y mensajes de Nuestra Señora. En junio de 1988, Joseph Cardinal Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, impartió el juicio definitivo sobre los eventos y mensajes de Akita, juzgándolos confiables y dignos de fe. El cardenal observó que Akita es una continuación de los mensajes de Fátima.

sábado, 30 de marzo de 2013

viernes, 29 de marzo de 2013

VIACRUCIS CISTERCIENSE


por el monje cisterciense de la estricta observancia Dom André Louf
que, desde hace algunos años, vive en un eremitorio, después de haber desempeñado el ministerio de abad durante treinta y cinco años en su comunidad de Notre-Dame de Mont-des-Cats, en Francia, guiándola en el seguimiento de Jesucristo desde los años del Concilio Vaticano II hasta los umbrales del tercer milenio: un monje arraigado en la Escritura gracias a la práctica cotidiana de la lectio divina, amante de los Padres de la Iglesia de los primeros siglos y de los místicos flamencos; un padre de monjes capaz de acompañar a sus hermanos en la vida espiritual y en la búsqueda cotidiana de «un solo corazón y una sola alma», que caracterizaba a la comunidad apostólica de Jerusalén. Un monje cenobita, pues, para el cual soledad y comunión están en constante dialéctica existencial: soledad ante a Dios y comunión fraterna, unificación interior y unidad comunitaria, reducción a la simplicitas de lo esencial y apertura a la pluralidad de las expresiones de la vivencia de la fe. Éste es el compromiso cotidiano del monje, la dinámica de su stabilitas en una determinada realidad comunitaria, el «trabajo de la obediencia» (Regla de S. Benito, Prol. 2) por el que se vuelve a Dios. La propuesta de este Vía Crucis está en este esfuerzo monástico liberador, que es también el esfuerzo de todo bautizado, miembro de la comunidad viva de la Iglesia. Jesús se encuentra en repetidas ocasiones «solo», unas veces por su libre opción, otras porque todos le abandonaron: está solo en el Huerto de los Olivos, cara a cara con el Padre; está solo frente a la traición de un discípulo y la negación de otro; solo, afronta el sanedrín, el juicio de Pilato, los escarnios de los soldados; solo, carga sobre sí el peso de la cruz; solo, se abandonará totalmente en los brazos del Padre. Pero la soledad de Jesús no es estéril, sino todo lo contrario: puesto que brota de una íntima unión con su Padre y el Espíritu, crea, a su vez, una comunión entre los que entran en una relación vivificante con ella. Así, en su pasión, Jesús encuentra la ayuda fraterna del Cireneo, conoce el consuelo de las mujeres discípulas que vinieron con él a Jerusalén, abre las puertas de su Reino al centurión y al buen ladrón, que supieron mirar más allá de la apariencia, ve formarse al pie de la cruz el embrión de la comunidad formada por su madre y el discípulo amado. Por último, precisamente el momento de mayor soledad en apariencia, la deposición en el sepulcro, cuando su cuerpo es entregado a la tierra, se convierte en el paso a una renovada comunión cósmica: al bajar a los infiernos, Jesús encuentra a la humanidad entera en Adán y Eva, anuncia la salvación a los «espíritus encarcelados» (1 Pe 3,19) y restablece la comunión paradisíaca. Para todo discípulo de Jesucristo, participar en el Vía Crucis significa, pues, entrar en el misterio de soledad y comunión que vivió el Maestro y Señor, aceptar la voluntad del Padre sobre sí mismo, hasta descubrir, más allá del sufrimiento y de la muerte, la Vida sin fin que mana del costado traspasado y del sepulcro vacío.

ORACIÓN INICIAL DEL SANTO PADRE
Hermanos y hermanas: Una vez más nos hemos reunido para seguir al Señor Jesús en el camino que lo lleva al Calvario. Allá encontraremos a las personas que lo han seguido hasta al final: su Madre, el discípulo amado, las mujeres que lo siguieron en el anuncio de la Buena Nueva, y cuantos, movidos por compasión, han tratado de consolarlo y de aliviar su dolor. También encontraremos a los que decidieron su muerte y que él, en un exceso de amor, perdonó. Pidámosle que infunda en nuestro corazón sus sentimientos (cf. Flp 2,5) para que podamos «conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte para llegar un día a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3,10-11). Este año, en que la fecha de la Pascua coincide providencialmente en todas las Iglesias, queremos recordar a todos los discípulos de Jesús, que en el mundo conmemoran en este mismo día su muerte y su sepultura. Oremos (breve pausa de silencio). Jesús, víctima inocente del pecado, acógenos como compañeros de tu camino pascual, que de la muerte lleva a la vida, y enséñanos a vivir, el tiempo que estemos en la tierra, arraigados en la fe en ti, que nos has amado y te has entregado a ti mismo por nosotros (cf. Ga 2,20). Tú eres Cristo, el único Señor, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

PRIMERA ESTACIÓN Jesús en el Huerto de los Olivos V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo. Del Evangelio según san Lucas 22,39-46: Salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos; y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo: «Orad, para que no caigáis en la tentación». Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». Y se le apareció un ángel del cielo que lo animaba. En medio de su angustia, oraba con más insistencia. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra. Y levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la tristeza, y les dijo: «¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para que no caigáis en la tentación».
MEDITACIÓN Llegado al umbral de su Pascua, Jesús está en presencia del Padre. ¿Cómo habría podido ser de otra manera, dado que su diálogo secreto de amor con el Padre nunca se había interrumpido? «Ha llegado la hora» (Jn 16,32); la hora prevista desde el principio, anunciada a los discípulos, que no se parece a ninguna otra, que contiene y las compendia todas justo mientras están a punto de cumplirse en los brazos del Padre. Improvisamente, aquella hora da miedo. De este miedo no se nos oculta nada. Pero allí, en el culmen de la angustia, Jesús se refugia en el Padre con la oración. En Getsemaní, aquella noche, la lucha se convierte en un cuerpo a cuerpo agotador, tan áspero que en el rostro de Jesús el sudor se transforma en sangre. Y Jesús osa por última vez, ante del Padre, manifestar la turbación que lo invade: «¡Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz! Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42). Dos voluntades se enfrentan por un momento, para confluir luego en un abandono de amor ya anunciado por Jesús: «Es necesario que el mundo comprenda que amo al Padre, y que lo que el Padre me manda, yo lo hago» (Jn 14,31).
ORACIÓN Jesús, hermano nuestro, que para abrir a todos los hombres el camino de la Pascua has querido experimentar la tentación y el miedo, enséñanos a refugianos en ti, y a repetir tus palabras de abandono y entrega a la voluntad del Padre, que en Getsemaní han alcanzado la salvación del universo. Haz que el mundo conozca a través de tus discípulos el poder de tu amor sin límites (cf. Jn 13,1), del amor que consiste en dar la vida por los amigos (cf. Jn 15,13). Jesús, en el Huerto de los Olivos, solo, ante el Padre, has renovado la entrega a su voluntad.
R/. A ti la alabanza y la gloria por los siglos. Todos: Padre nuestro...

SEGUNDA ESTACIÓN Jesús, traicionado por Judas, es arrestado V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo. Del Evangelio según san Lucas 22,47-48: Todavía estaba hablando, cuando se presentó un grupo; el llamado Judas, uno de los Doce, iba el primero, y se acercó a Jesús a darle un beso. Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?».
MEDITACIÓN Desde la primera vez que se le menciona, Judas es indicado como «el mismo que le entregó» (Mt 10,4; Mc 3,19; Lc 6,13); el trágico apelativo de «traidor» quedará unido para siempre a su recuerdo. ¿Cómo pudo llegar a tanto uno que Jesús había elegido para que lo siguiera de cerca? ¿Se dejó arrastrar Judas por un amor frustrado a Jesús, que se trasformó en sospecha y resentimiento? Así lo haría pensar el beso, gesto que habla de amor, pero que se convirtió en el gesto de entrega de Jesús a los soldados. ¿O fue quizás víctima de la desilusión ante un Mesías que huía del papel político de liberador de Israel del dominio extranjero? Judas no tardaría en percatarse de que su sutil chantaje terminaba en un desastre. Porque no había deseado la muerte del Mesías, sino sólo que despertara y asumiese una actitud decidida. Y entonces: vano arrepentimiento de su gesto, rechazo del salario de la traición (cf. Mt 27,4), cediendo a la desesperación. Cuando Jesús habla de Judas como «hijo de la perdición», se limita a recordar que así se cumplía la Escritura (cf. Jn 17,12). Un misterio de iniquidad que nos sobrepasa, pero que no puede superar el misterio de la misericordia.
ORACIÓN Jesús, amigo de los hombres, tú has venido a la tierra y has tomado nuestra carne para ofrecer tu solidaridad a tus hermanos y hermanas de la humanidad. Jesús, manso y humilde de corazón, tú das alivio a cuantos sufren bajo el peso de sus cargas (cf. Mt 11,28-29); sin embargo, el ofrecimiento de tu amor ha sido a menudo rechazado. Incluso entre los que te acogieron ha habido quienes han renegado de ti, quienes han traicionado el compromiso adquirido. Pero tú no has dejado nunca de amarlos, hasta el punto de dejar a todos los demás para ir en su busca, con la esperanza de hacerlos volver a ti, cargados sobre tus hombros (Lc 15,5) o apoyados en tu pecho (cf. Jn 13,25). Encomendamos a tu infinita misericordia a tus hijos, asechados por el desaliento o la desesperación. Concédeles encontrar refugio en ti y «no desesperar nunca de tu misericordia» (Regla de S. Benito 3, 74). Jesús, tú sigues amando a quien rechaza tu amor y buscas incansablemente a quien te traiciona y abandona. R/. A ti la alabanza y la gloria por los siglos. Todos: Padre nuestro...

TERCERA ESTACIÓN Jesús es condenado por el Sanedrín V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo. Del Evangelio según san Lucas 22,66-71: En cuanto se hizo de día, se reunió el Consejo de Ancianos del pueblo, sumos sacerdotes y escribas, y, haciéndole comparecer ante su Sanedrín, le dijeron: «Si tú eres el Cristo, dínoslo». Él respondió: «Si os lo digo, no lo vais a creer. Si os pregunto, no me vais a responder. Desde ahora el Hijo del hombre estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso». Dijeron todos: «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?». Él les contestó: «Vosotros lo decís, yo lo soy». Ellos dijeron: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos, pues nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca?».
MEDITACIÓN Jesús está sólo ante el sanedrín. Los discípulos han huido. Desamparados por la detención a la que alguno trató de reaccionar con la violencia. Ha huido también quien poco antes había exclamado: «¡Vayamos también nosotros a morir con él!» (Jn 11,16). El miedo los ha vencido. La brutalidad del acontecimiento ha prevalecido sobre su frágil propósito. Han cedido, arrastrados por la corriente de la vileza. Dejan que Jesús afronte, solo, su suerte. Sin embargo, formaban el círculo de sus íntimos, Jesús los había llamado sus «amigos» (Jn 15,15). Alrededor de él ahora queda sólo una muchedumbre hostil, concorde en desear su muerte. Ya otras veces, cuando aludía a su origen divino, la muerte se había cernido sobre Jesús. Ya otras veces, quienes lo escuchaban habían intentado apedrearlo. «No por ninguna obra buena -afirmaban-, sino por la blasfemia, porque tú, que eres hombre, te haces Dios» (Jn 10,33). Ahora el sumo sacerdote le apremia a declarar ante todos si es o no Hijo de Dios. Jesús no rehúsa: lo confirma con la misma gravedad. Firma así su propia condena a muerte.
ORACIÓN Jesús, testigo fiel (Ap 1,5), ante la muerte has confesado serenamente tu identidad divina y has anunciado tu vuelta gloriosa al final de los tiempos, para llevar a término la obra que el Padre te encomendó. Confiamos nuestras dudas a tu misericordia, el continuo vaivén entre los impulsos de generosidad y los momentos de desidia, en los cuales dejamos que «la preocupación del mundo y el engaño de la riqueza» (Mt 13,22) ahoguen la chispa que tu mirada o tu Palabra han encendido en nuestros corazones endurecidos. Anima a los que han iniciado el camino del seguimiento, para que no se asusten ante las dificultades y las renuncias que se prevén. Recuérdales que tú eres manso y humilde de corazón y que tu yugo es suave y tu carga ligera. Concédeles experimentar el alivio que sólo tú puedes dar (cf. Mt 11,28-30). Jesús, tú estás sereno ante la muerte inminente, tú eres el único justo ante el injusto Sanedrín. R/. A ti la alabanza y la gloria por los siglos. Todos: Padre nuestro...

CUARTA ESTACIÓN Jesús es negado por Pedro V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo. Del Evangelio según san Lucas 22,54b-62: Pedro lo iba siguiendo de lejos. Los soldados habían encendido una hoguera en medio del patio y estaban sentados alrededor; Pedro se sentó entre ellos. Una criada, al verlo sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y dijo: «Éste también estaba con él». Pero él lo negó diciendo: «¡Mujer, no lo conozco!». Poco después, lo vio otro y le dijo: «Tú también eres uno de ellos». Pedro replicó: «¡Hombre, no lo soy!». Pasada cosa de una hora, otro insistía: «Sin duda, también éste estaba con él, porque es galileo». Pedro contestó: «¡Hombre, no sé de qué hablas!». Y estaba todavía hablando cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces». Y, saliendo fuera, lloró amargamente.
MEDITACIÓN De los discípulos que habían huido, regresan dos, siguiendo a distancia a los soldados y a su prisionero. Quizás por una mezcla de afecto y de curiosidad, sin darse cuenta del riesgo que corren. Pedro no tarda en ser reconocido: lo delata el acento galileo y el testimonio de alguien que lo ha visto desenvainar la espada en el huerto de los Olivos. Pedro se refugia en la mentira: lo niega todo. No se percata de que así reniega de su Señor, desmiente sus ardientes declaraciones de fidelidad absoluta. No percibe que así niega también su propia identidad. Pero un gallo canta, Jesús se vuelve, dirige su mirada a Pedro y da sentido a aquel canto. Pedro entiende y rompe en lágrimas. Lágrimas amargas, pero endulzadas por el recuerdo de las palabras de Jesús: «No he venido para condenar, sino para salvar» (Jn 12,47). Ahora le reitera aquella mirada de «ternura y piedad», la misma mirada del Padre «lento a la cólera y grande en el amor», «que no nos trata según nuestros pecados, no nos paga conforme a nuestras culpas» (Sal 103,8.10). Pedro se sumerge en aquella mirada. En la mañana de Pascua las lágrimas de Pedro serán lágrimas de alegría.
ORACIÓN Jesús, única esperanza de los que, débiles y heridos, caen; tú sabes lo que hay en cada hombre (cf. Jn 2,25). Nuestra debilidad aumenta tu amor y suscita tu perdón. Haz que, a la luz de tu misericordia, reconozcamos nuestros pasos desviados y que, salvados por tu amor, proclamemos las maravillas de tu gracia. Concede a cuantos tienen autoridad sobre los hermanos que no se jacten no de haber sido elegidos, sino de sus debilidades, por las cuales habita en ellos tu poder (2 Co 12,9). Jesús, dirigiendo la mirada a Pedro, suscitas en nosotros lágrimas amargas de arrepentimiento, río de paz del nuevo bautismo. R/. A ti la alabanza y la gloria por los siglos. Todos: Padre nuestro...

QUINTA ESTACIÓN Jesús es juzgado por Pilato V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo. Del Evangelio según san Lucas 23,13-25: Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo y les dijo: «Me habéis traído a este hombre como alborotador del pueblo, pero yo lo he interrogado delante de vosotros y no he hallado en este hombre ninguno de los delitos de que le acusáis. Ni tampoco Herodes, porque nos lo ha remitido. Nada ha hecho, pues, que merezca la muerte. Así que lo castigaré y lo soltaré». Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa diciendo: «¡Fuera ése! ¡Suéltanos a Barrabás!». A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta en la ciudad y un homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Él les dijo por tercera vez: «Pues, ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré». Pero ellos insistían pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío. Pilato sentenció que se cumpliera su petición. Soltó, pues, al que habían pedido, el que habían metido en la cárcel por revuelta y homicidio, y a Jesús se lo entregó a su voluntad.
MEDITACIÓN Un hombre sin culpa alguna está ante Pilato. La ley y el derecho lo dejan al arbitrio de un poder totalitario que busca el consenso de la muchedumbre. En un mundo injusto, el justo acaba siendo rechazado y condenado. ¡Viva el homicida, muera el que da la vida! Que sea liberado Barrabás, el bandolero llamado «hijo del padre», y que se crucifique al que ha revelado al Padre y es el verdadero Hijo del Padre. Otros, no Jesús, son los instigadores del pueblo. Otros, no Jesús, han hecho lo que está mal a los ojos de Dios. Pero el poder teme por su propia autoridad, renuncia a la autoridad que viene de hacer lo que es justo, y abdica. Pilato, la autoridad que tiene poder de vida y muerte, Pilato, que no titubeó en ahogar en la sangre los focos de revuelta (cf. Lc 13,1), Pilato, que gobernaba con puño de hierro aquella oscura provincia del imperio, soñando poderes más vastos, abdica, entrega a un inocente, y con ello su propia autoridad, a una muchedumbre vociferante. El que en el silencio se entregó a la voluntad del Padre es de este modo abandonado a la voluntad de quien grita más fuerte.
ORACIÓN Jesús, cordero inocente llevado al matadero (cf. Is 53,7) para quitar el pecado del mundo (cf. Jn 1,29) dirige tu mirada de ternura a todo los inocentes perseguidos, a los prisioneros que gimen en cárceles infames, a las víctimas del amor por los oprimidos y por la justicia, a cuantos no entreven el fin de una larga pena injusta. Que tu presencia íntimamente percibida dulcifique su amargura y disipe las tinieblas de la prisión. Haz que nunca nos resignemos a ver encadenada la libertad que le has concedido a cada hombre, creado a tu imagen y semejanza. Jesús, rey manso de un reino de justicia y de paz, resplandece revestido de un manto de púrpura: tu sangre derramada por amor. R/. A ti la alabanza y la gloria por los siglos. Todos: Padre nuestro...

SEXTA ESTACIÓN Jesús es flagelado y coronado de espinas V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo. Del Evangelio según san Lucas 22,63-65: Los hombres que tenían preso a Jesús se burlaban de él y lo golpeaban; y cubriéndole con un velo le preguntaban: «¡Adivina! ¿Quién es el que te ha pegado?». Y lo insultaban diciéndole otras muchas cosas. Del Evangelio según san Juan 19,2-3: Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a él, le decían: «¡Salve, rey de los judíos!». Y le daban bofetadas.
MEDITACIÓN A la condena inicua se añade el ultraje de la flagelación. Entregado en manos de los hombres, el cuerpo de Jesús es desfigurado. Aquel cuerpo nacido de la Virgen María, que hizo de Jesús «el más bello de los hijos de Adán», que dispensó la unción de la Palabra -«la gracia está derramada en tus labios» (Sal 45,3)-, ahora es golpeado cruelmente por el látigo. El rostro transfigurado en el Tabor es desfigurado en el pretorio: rostro de quien, insultado, no responde; de quien, golpeado, perdona; de quien, hecho esclavo sin nombre, libera a cuantos sufren la esclavitud. Jesús camina decididamente por el camino del dolor, cumpliendo en carne viva, hecha viva voz, la profecía de Isaías: «Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos» (Is 50,6). Profecía que se abre a un futuro de transfiguración. ORACIÓN Jesús, «reflejo de la gloria del Padre, impronta de su ser» (Hb 1,3), has aceptado ser reducido a un pedazo de hombre, un condenado al suplicio, que mueve a piedad. Tú llevaste nuestros sufrimientos, cargaste con nuestros dolores, fuiste aplastado por nuestras iniquidades (cf. Is 53,5). Con tus heridas, cura las heridas de nuestros pecados. Concede a los que son despreciados injustamente o marginados, a cuantos han sido desfigurados por la tortura o la enfermedad, comprender que, crucificados al mundo contigo y como tú (cf. Ga 2,19), llevan a cabo lo que falta a tu Pasión, para la salvación del hombre (cf. Col 1,24). Jesús, pedazo de humanidad profanada, en ti se revela el carácter sagrado del hombre: arca del amor que devuelve bien por mal. R/. A ti la alabanza y la gloria por los siglos. Todos: Padre nuestro...

SÉPTIMA ESTACIÓN Jesús es cargado con la cruz V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo. Del Evangelio según san Marcos 15,20: Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y lo sacaron fuera para crucificarlo.
MEDITACIÓN «Fuera». El justo injustamente condenado tiene que morir fuera: fuera del campamento, fuera de la ciudad santa, fuera de la sociedad humana. Los soldados lo desnudan y lo visten: Él ya no puede disponer ni siquiera de su propio cuerpo. Le cargan sobre los hombros un palo, trozo pesado del patíbulo, señal de maldición e instrumento de ejecución capital. Madero de infamia, que pesa, carga extenuante, sobre las espaldas llagadas de Jesús. El odio que lo impregna hace insoportable el peso. Sin embargo aquel madero de la cruz es rescatado por Jesús, se convierte en signo de una vida vivida y ofrecida por amor a los hombres. Según la tradición, Jesús vacila, cae por tres veces bajo aquel peso. Jesús no ha puesto límites a su amor: «Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). Obediente a la palabra del Padre -«Amarás al Señor tú Dios con todas tus fuerzas» (Dt 6,5)-, amó a Dios y cumplió su voluntad hasta el extremo.
ORACIÓN Jesús, rey de gloria, coronado de espinas, encorvado bajo el peso de la cruz que las manos del hombre han preparado para ti, imprime en nuestros corazones la imagen de tu rostro cubierto de sangre, para que nos recuerde que nos has amado hasta entregarte tú mismo por nosotros (cf. Ga 2,20). Que nuestra mirada no se separe nunca del signo de nuestra salvación, levantado sobre el corazón del mundo, para que, contemplándolo y creyendo en ti, no nos perdamos, sino que tengamos la vida eterna (cf. Jn 3,14-16). Jesús, sobre tus espaldas desgarradas pesa el innoble patíbulo: por tu gracia la cruz se convierte en constelación de piedras preciosas y el árbol del Paraíso vuelve a ser árbol de la Vida. R/. A ti la alabanza y la gloria por los siglos. Todos: Padre nuestro...

OCTAVA ESTACIÓN Jesús es ayudado por el Cireneo a llevar la cruz V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo. Del Evangelio según san Lucas 23,26: Cuando lo llevaban al Calvario, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús.
MEDITACIÓN Las primeras estrellas que anuncian el sábado no brillan todavía en el cielo, pero Simón ya vuelve a casa del trabajo en el campo. Soldados paganos, que nada saben del descanso del sábado, lo paran. Ponen sobre sus hombros robustos aquella cruz que otros habían prometido llevar cada día detrás de Jesús. Simón no elige: recibe una orden y aún no sabe que acoge un don. Es característico de los pobres no poder elegir nada, ni siquiera el peso de sus propios sufrimientos. Pero también es característico de los pobres ayudar a otros pobres, y allí hay uno más pobre que Simón: está a punto de ser privado hasta de la vida. Ayudar sin hacer preguntas, sin preguntar por qué: el peso es demasiado pesado para el otro, en cambio, mis espaldas aún lo sostienen. Y esto basta. Vendrá el día en el cual el pobre más pobre le dirá al compañero: «Ven, bendito de mi Padre, entra en mi alegría: estaba aplastado bajo el peso de la cruz y tu me has aliviado».
ORACIÓN Jesús, tú has caminado, con decisión, por el camino que lleva a Jerusalén (cf. Lc 9,51); tus sufrimientos te han convertido en guía de los hombres en el camino de la salvación (cf. Hb 2,10). Tú eres nuestro precursor en el camino de tu Pascua (cf. Hb 6,20). Ven en ayuda de todos los que, conscientes u obligados por acontecimientos cuyo sentido les resulta oscuro, caminan siguiendo tus huellas, tú que has dicho: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados» (Mt 5,5). Jesús, aliviado del peso de la cruz por Simón de Cirene, para que él, compañero desconocido en el camino del dolor, fuese tu amigo y huésped en la morada de la gloria eterna. R/. A ti la alabanza y la gloria por los siglos. Todos: Padre nuestro...

NOVENA ESTACIÓN Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo. Del Evangelio según san Lucas 23,27-31: Lo seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y se lamentaban por él. Jesús, volviéndose a ellas, les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron! Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Sepultadnos! Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?».
MEDITACIÓN El cortejo del condenado avanza. Por escolta: soldados y un puñado de mujeres llorando, mujeres venidas de Galilea a la ciudad santa con él y los discípulos. Conocen a aquel hombre. Han escuchado su palabra de vida, lo aman como maestro y profeta. ¿Esperaban que fuera el liberador de Israel? (cf. Lc 24,21). No lo sabemos, pero ahora lloran por aquel hombre como se llora por una persona querida, como él lloró por su amigo Lázaro. Él las une a su sufrimiento; una nueva luz ilumina su dolor. La voz de Jesús habla de juicio, pero llama a la conversión; anuncia dolores, pero dolores como de parturienta. El madero verde recobrará la vida y el leño seco será partícipe de ello.
ORACIÓN Jesús, Rey de gloria, coronado de espinas, con el rostro cubierto de sangre y salivazos, enséñanos a buscar sin cesar tu rostro (cf. Sal 27,8-9) para que su luz ilumine nuestro camino (cf. Sal 89,15); enséñanos a descubrirlo bajo el semblante del hombre marcado por la enfermedad, abatido por el desaliento, envilecido por la injusticia. Haz que en nuestros ojos se impriman los rasgos de tu rostro amado; del que los «más pequeños de tus hermanos» (cf. Mt 25,40) son un reflejo luminoso, sacramento de tu presencia entre nosotros. Jesús, acompañado al monte de la Calavera por un cortejo de mujeres que lloran: ellas han conocido tu rostro de luz, tu palabra de gracia. R/. A ti la alabanza y la gloria por los siglos. Todos: Padre nuestro...

DÉCIMA ESTACIÓN Jesús es crucificado V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo. Del Evangelio según san Lucas 23,33.47: Llegados al lugar llamado Calvario, lo crucificaron allí a él y a los dos malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Al ver el centurión lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo: «Ciertamente este hombre era justo».
MEDITACIÓN Una colina fuera de la ciudad, un abismo de dolor y humillación. Levantado entre cielo y tierra está un hombre: clavado en la cruz, suplicio reservado a los malditos de Dios y de los hombres. Junto a él otros condenados que no son dignos ya del nombre de hombre. Sin embargo Jesús, que siente que su espíritu lo abandona, no abandona a los otros hombres, extiende los brazos para acoger a todos, él, a quien nadie quiere ya acoger. Desfigurado por el dolor, marcado por los ultrajes, el rostro de aquel hombre le habla al hombre de otra justicia. Derrotado, burlado, denigrado, aquel condenado devuelve la dignidad a todo hombre: a tanto dolor puede llevar el amor; de tanto amor viene el rescate de todo dolor. «Ciertamente aquel hombre era justo» (Lc 23,47b).
ORACIÓN Jesús, de entre tu pueblo, sólo un pequeño rebaño, al cual el Padre se ha complacido en dar su Reino (cf. Lc 12,32), te ha reconocido como Señor y Salvador, pero tu Espíritu muy pronto hará de ellos testigos «en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8). Concede a los que anuncian tu Palabra en el mundo entero, la audacia (cf. Flp 1,14) y la libertad (cf. Flm 1,8) gloriosa, gracias a las cuales tu Espíritu irrumpe con la fuerza de la Pascua y el lenguaje de la cruz, escándalo a los ojos del mundo, se convierte en sabiduría para los que creen (cf. 1 Co 1,17 ss). Jesús, tu muerte, oblación pura para que todos tengan la vida, ha revelado tu identidad de Hijo de Dios e Hijo del hombre. R/. A ti la alabanza y la gloria por los siglos. Todos: Padre nuestro...

UNDÉCIMA ESTACIÓN Jesús promete su reino al buen ladrón V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo. Del Evangelio según san Lucas 23,33-34.39-43: Llegados al lugar llamado Calvario, lo crucificaron allí a él y a los dos malhechores, uno a la derecha y el otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti mismo y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el Paraíso».
MEDITACIÓN El lugar de la Calavera, sepulcro de Adán, el primer hombre, patíbulo de Jesús, el hombre nuevo. El madero de la cruz, instrumento de muerte ostentada, arca de perdón concedido. Junto a Jesús, que pasó entre la gente haciendo el bien, dos hombres condenados por haber hecho el mal. Otros dos habían pedido estar uno a la derecha y otro a la izquierda de Jesús, se habían declarado también dispuestos a recibir el mismo bautismo, a beber el mismo cáliz (cf. Mc 10,38-39). Pero ahora no están aquí, otros les han precedido en el monte Calvario. Uno de ellos invoca a un Mesías que se salve a sí mismo y a los dos, allí y enseguida; el otro se dirige a Jesús, para que se acuerde de él cuando entre en su Reino. Quien comparte los escarnios de la muchedumbre no recibe respuesta; quien reconoce la inocencia de un condenado a muerte consigue una inmediata promesa de vida.
ORACIÓN Jesús, amigo de los pecadores y los publicanos (cf. Mt 9,11; 11,19; Lc 15,1-2), tú no has venido para salvar a los justos sino a los pecadores (cf. Mt 9,13) y has querido darnos la prueba de tu amor «muy grande» (cf. Ef 2,4) y de la abundancia de tu misericordia, aceptando morir por nosotros mientras éramos aún pecadores (cf. Rm 5,8). Vuelve tu mirada de bondad sobre nosotros, y, después de que hayamos gustado la amargura purificadora de la humillación, acógenos en tus brazos, llenos de misericordia paterna, y transforma con tu perdón el barro del pecado en traje de gloria. Jesús, proclamado inocente por un malhechor, compañero de pena: para ti y para tu compañero ha llegado la hora de entrar en el Reino. R/. A ti la alabanza y la gloria por los siglos. Todos: Padre nuestro...

DUODÉCIMA ESTACIÓN Jesús en la cruz, su Madre y el discípulo V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo. Del Evangelio según san Juan 19,25-27: Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
MEDITACIÓN Alrededor de la cruz, gritos de odio; al pie de la cruz, presencias de amor. Está allí, firme, la madre de Jesús. Con ella otras mujeres, unidas en el amor en torno al moribundo. Cerca, el discípulo amado, nadie más. Sólo el amor ha sabido superar todos los obstáculos, sólo el amor ha perseverado hasta al final, sólo el amor engendra otro amor. Y allí, al pie de la cruz, nace una nueva comunidad; allí, en el lugar de la muerte, surge un nuevo espacio de vida: María acoge al discípulo como hijo, el discípulo amado acoge a María como madre. «La tomó consigo entre sus cosas más queridas» (Jn 19,27), tesoro inalienable del cual se hizo custodio. Sólo el amor puede custodiar el amor, sólo el amor es más fuerte que la muerte (cf. Ct 8,6).
ORACIÓN Jesús, Hijo predilecto del Padre, a los sufrimientos padecidos en la cruz se añade el de ver junto a ti a tu Madre quebrantada por el dolor. Te confiamos la desolación y el retorno de los padres turbados ante los sufrimientos o la muerte de un hijo; te confiamos el desaliento de tantos huérfanos, de hijos abandonados o dejados solos. Tú estás presente en sus sufrimientos, como lo estuviste en la cruz, junto a la Virgen María. Que venga el día del encuentro, en el cual será enjugada toda lágrima y habrá alegría sin fin. Jesús, moribundo en la cruz, confías tu Madre al discípulo amado, el Apóstol virgen a la Virgen pura que te llevó en su seno. R/. A ti la alabanza y la gloria por los siglos. Todos: Padre nuestro...

DECIMOTERCERA ESTACIÓN Jesús muere en la cruz V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo. Del Evangelio según san Lucas 23,44-46: Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. El velo del Templo se rasgó por medio, y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», y, dicho esto, expiró.
MEDITACIÓN Después de la agonía de Getsemaní, Jesús, en la cruz, se halla de nuevo ante el Padre. En el culmen de un sufrimiento indecible, Jesús se dirige a él, y le suplica. Su oración es ante todo invocación de misericordia para sus verdugos. Luego, aplicación a sí mismo de la palabra profética de los salmos: manifestación de un sentido de abandono desgarrador, que llega en el momento crucial, en el cual se experimenta con todo el ser a qué desesperación lleva el pecado, que separa de Dios. Jesús ha bebido hasta el fondo el cáliz de la amargura. Pero de aquel abismo de sufrimiento surge un grito que rompe la desolación: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). Y el sentido de abandono se muda en abandono en los brazos del Padre; el último respiro del moribundo se vuelve grito de victoria. La humanidad, que se había alejado en un arrebato de autosuficiencia, es acogida de nuevo por el Padre.
ORACIÓN Jesús, hermano nuestro, con tu muerte nos has vuelto a abrir el camino cerrado por la culpa de Adán. Nos has precedido en el camino que lleva de la muerte a la vida (cf. Hb 6,20). Te has cargado con el miedo y los tormentos de la muerte, cambiándole radicalmente el sentido: has trasformado la desesperación que provocan, haciendo de la muerte un encuentro de amor. Conforta a los que hoy emprenden tu mismo camino. Alienta a los que tratan de alejarse del pensamiento de la muerte. Y cuando nos llegue también a nosotros la hora dramática y bendita, acógenos en tu gozo eterno, no por nuestros méritos, sino en virtud de las maravillas que tu gracia obra en nosotros. Jesús, expirando, entregas la vida en manos del Padre y derramas sobre la Esposa el regalo vivificante del Espíritu. R/. A ti la alabanza y la gloria por los siglos. Todos: Padre nuestro...

DECIMOCUARTA ESTACIÓN Jesús es puesto en el sepulcro V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo. Del Evangelio según san Lucas 23,50-54: Había un hombre llamado José, miembro del Sanedrín, hombre bueno y justo, que no había asentido al consejo y proceder de los demás. Era natural de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús, y, después de descolgarlo, lo envolvió en una sábana y lo puso en un sepulcro excavado en la roca, en el que nadie había sido puesto todavía. Era el día de la Parasceve, y apuntaba el sábado.
MEDITACIÓN Primeras luces del sábado. El que era luz del mundo baja al reino de las tinieblas. El cuerpo de Jesús se hunde en la tierra, y con él se hunde toda esperanza. Pero su descenso al lugar de los muertos no es para la muerte, sino para la vida. Es para reducir a la impotencia al que detentaba el poder sobre la muerte, el diablo (cf. Hb 2,14), para destruir al último adversario del hombre, la muerte misma (cf. 1 Co 15,26), para hacer resplandecer la vida y la inmortalidad (cf. 2 Tm 1,10), para anunciar la buena nueva a los espíritus prisioneros (cf. 1 Pe 3,19). Jesús se humilla hasta alcanzar a la primera pareja humana, Adán y Eva, aplastados bajo el peso de su culpa. Jesús les tiende la mano, y su rostro se ilumina con la gloria de la resurrección. El primer Adán y el Último se parecen y se reconocen; el primero halla la propia imagen en aquel que un día debía venir a liberarlo junto con todos los demás hijos (cf. Gn 1,26). Ese día ha llegado finalmente. Ahora en Jesús, cada muerte puede, desde aquel momento, desembocar en la vida.
ORACIÓN Jesús, Señor rico en misericordia, te has hecho hombre para ser nuestro hermano y con tu muerte vencer la muerte. Has descendido a los infiernos para liberar a la humanidad, para hacernos revivir contigo, resucitados, llamados a sentarnos en los cielos junto a ti (cf. Ef 2,4-6). Buen pastor que nos conduces a aguas tranquilas, tómanos de la mano cuando atravesemos las sombras de la muerte (cf. Sal 23,2-4), a fin de que permanezcamos contigo, para contemplar eternamente tu gloria (cf. Jn 17,24). Jesús, envuelto en una sábana y colocado en la tumba, esperas que, rodada la piedra, se rompa el silencio de la muerte con el júbilo del aleluya perenne. R/. A ti la alabanza y la gloria por los siglos. Todos: Padre nuestro...

JUAN PABLO II Palabras al final del Vía Crucis
1. Venit hora! ¡Ha llegado la hora! La hora del Hijo del hombre. Como todos los años, recorremos ante el Coliseo romano el vía crucis de Cristo y participamos en la «hora» en la que se realizó la obra de la Redención. Venit hora crucis! «La hora de pasar de este mundo al Padre» (Jn 13,1). La hora del sufrimiento desgarrador del Hijo de Dios, un sufrimiento que, veinte siglos después, sigue conmoviéndonos íntimamente e interpelándonos. El Hijo de Dios llegó a esta hora (cf. Jn 12,27) precisamente para dar la vida por sus hermanos. Es la «hora» de la entrega, la «hora» de la revelación del amor infinito. 2. Venit hora gloriae! «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre» (Jn 12,23). Esta es la «hora» en la que a nosotros, hombres y mujeres de todos los tiempos, se nos ha donado el amor más fuerte que la muerte. Nos encontramos bajo la cruz en la que está clavado el Hijo de Dios, para que, con el poder que el Padre le ha dado sobre todo ser humano, dé la vida eterna a todos los que le han sido confiados (cf. Jn 17,2). Por eso, en esta «hora» debemos dar gloria a Dios Padre, «que no perdonó a su propio Hijo, antes bien lo entregó por todos nosotros» (Rm 8,32). Ha llegado el momento de glorificar al Hijo, que «se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2,8). No podemos por menos de dar gloria al Espíritu de Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos y ahora habita en nosotros para dar la vida también a nuestros cuerpos mortales (cf. Rm 8,11). 3. Que esta «hora» del Hijo del hombre, que vivimos el Viernes santo, permanezca en nuestra mente y en nuestro corazón como la hora del amor y de la gloria. Que el misterio del vía crucis del Hijo de Dios sea para todos fuente inagotable de esperanza. Que nos consuele y fortalezca también cuando llegue nuestra hora. Venit hora redemptionis. Glorificemus Redemptorem!

jueves, 28 de marzo de 2013

miércoles, 27 de marzo de 2013

La Pasión de Cristo

con la misa crismal empezamos... nos metemos ya de cabeza en el misterio de nuestra salvación. Hoy ya para no perder la unción, la película de vez en cuando hay que recordar...

martes, 26 de marzo de 2013

el caliz de plata

Una película y una reflexión en este día de entregas... de judas y de Pedro. Y con otro signo, entrega de Jesús. La pregunta: ¿qué pecado mataré yo a Jesús en mi que no mate a Jesús? Porque está claro que todo pecado tiene su castigo y si no muero yo al pecado es Cristo quien muere en mi lugar. Jesús se entregas a tope por nosotros

lunes, 25 de marzo de 2013

esposa del crucificado

como dijimos ayer... el slogan este año es "Como la gallina a los polluelos". Y como extiende sus brazos, lo mismo que el novio abraza a la novia, nosotros Esposa de Cristo, que salimos de su costado abierto, estamos llamados a entrar por ese Sacratísimo Corazón y acompañarle en estos días de Pasión. Por cierto 300 denarios podían dar de comer a un montón de gente, a 5000 sin contar mujeres y niños... Sin embargo Judas no acertó... Y la pregunta está en el aire ¿Cuánto amor daré yo a mi Señor en esta Pascua?

domingo, 24 de marzo de 2013

El Cura Lorenzo

S.S. Papa Francisco es aficionado al club San Lorenzo de Almagro, fundado por el Presbítero Lorenzo Massa, parte de cuya vida se muestra en esta película. La película (1954) recrea libremente la historia por la cual el sacerdote católico Lorenzo Massa, inspiró la creación del club San Lorenzo de Almagro, en 1908. La película describe al barrio de Almagro de ese entonces, como una zona marginal de Buenos Aires, en el que los niños se encontraban solos en la calle, expuestos a ingresar a las pandillas de delincuentes que dominaban el sector. En ese ambiente, el padre Lorenzo (Ángel Magaña), nota que solo unas pocas ancianas asisten a su parroquia, y decide acercar a los niños a la religión, comprando una pelota de cuero (inaccesible por su precio para los niños pobres) y ofreciéndoles los terrenos de la iglesia para jugar al fútbol. Ese proyecto cuenta con la oposición del jefe de la "patota" (Tito Alonso) de delincuentes juveniles del barrio, quien se convierte en la contra-figura moral del cura Lorenzo. La puja entre ambos se concreta en uno de los "pibes" del equipo de fútbol de la parroquia (Oscar Rovito), que a su vez es hermano del matón.

sábado, 23 de marzo de 2013

Parábolas del Sepulcro y de las Víboras

El llamado "elenco contra fariseos", donde se halla la semejanza del sepulcro y las víboras, fue proferido dos veces, como se ve claro cotejando los lugares paralelos de Mateo XXIII y Lucas XI: la primera proferición, en una comida donde había fariseos presentes, es mansa, no contiene la contumelia directa de "hipócritas" aunque sí la de "bobos" (stulti), no termina con la amenaza del infierno, y es más bien un "argumento" (como dicen los ingleses) y una prevención. La segunda es el "élenjos" más terrible que se ha pronunciado en este mundo: es una maldición y una sentencia de muerte. La primera fue proferida más o menos en la mitad de la vida pública, la segunda el Martes de Pasión, ante la muerte; una en una comida privada, la otra ante el pueblo y los discípulos, quizás en el Templo; la una provocó simplemente una mayor obsesión de entramparlo con preguntas capciosas, la otra, la decisión de apresurar el asesinato legal; la una terminó en avisos a sus discípulos acerca de la persecución, la segunda, en sentencia de muerte para Jerusalén y sus Jefes (muerte eterna), envuelta en profunda tristeza, con una profecía esjatológica. Los lectores superficiales y también los exégetas antiguos las identifican o acoyuntan, y eso hoy día induce a grave error. Finalmente, en la segunda y más terrible, no hay réplica alguna y en la primera, un Escriba interrumpe para decir: "Maestro, nos estás haciendo contumelia." Hay que responder a este Escriba (Cristo no respondió, prosiguió simplemente su requisitoria) porque de ella viene el grave error actual, expresado por muchos escritores, que enunciaremos así: "Cristo insultó a los fariseos, ¿qué mucho que ellos lo quisieran mal?" El clérigo protestante y Profesor de Escritura Rvdo. George Herbert Box M.A. nada menos que en la acreditada Enciclopedia Británica (artículo Pharisee) lo trae en forma pulcra: describe a los fariseos como gente honorable, muy piadosa, rígida en moral, un poco estrecha y antipática pero honrada (más o menos como los "victorianos" ingleses a quienes los asimila), que al fin cumplían con su deber al "investigar" a Cristo y celar la Ley de Moisés; de donde Cristo viene a quedar como una especie de demagogo anárquico, perturbador de la moral común. El filósofo Santayana en un libro nada feliz (sobre un tema para el cual no tiene bastante preparación) La Idea de Cristo en los Evangelios, que han editado aquí como tantos otros bodrios, dice con candidez que: al fin y al cabo nada le hablan hecho a Cristo (pág. 139), ¿por qué se irrita ÉI "sin que parezca que ellos hayan hecho nada para provocarlo" (sic), si al fin y al cabo no había esperanza de cambiarlos? Más allá van WeIlhausen y el "célebre" santón protestante Albert Schweitzer, que se extrañan de que la policía lo haya aguantado tanto tiempo (cinco semanas según él) a Cristo; y en el fondo, por ende aprueban (nefandum dictu) su asesinato legal. Algunos católicos, como Daniel-Rops (Jésus en son Temps, Fayard, 1949), tienden a atenuar y disculpar al fariseísmo, recordando a Hillel y Gamaliel, excelentes personas; y San Pablo, Nicodemos, José de Aritmatea, santos; olvidando que si fueron santos, fue porque "se dieron vuelta" a odiar al fariseísmo. No digamos nada de Sholem Asch (El Nazareno) y Ludwig (Vida de jesús), para los cuales los fariseos son lo mejor de lo mejor del mundo; y Cristo amigo de ellos ¡y fariseo también! Cristo no comenzó su carrera insultando a los fariseos ni a nadie, como ni tampoco Juan Bautista: terminaron ambos por la imprecación, probado primero inútilmente todo lo demás. Cristo hubiese podido lícitamente comenzar por la maldición, pues allí había llegado ya Juan el Precursor, cuya prédica Él continuaba; pero no lo hizo. Volvió a fojas uno; aceptaba las invitaciones a comer de los fariseos y respondía a sus preguntas, mansamente al principio, aun cuando esas invitaciones no significaran hospitalidad, ni siquiera curiosidad, sino (después se vio) trampas odiosas. No predicó contra su ociosa casuística, sino cuando ella escombraba la Ley de Dios. Cumplió incluso sus necios mandatos, mientras no fueran contra la misericordia y la justicia o el sentido común. No los desacreditó públicamente como sacerdotes o como "catedráticos", mientras leían la Ley de Moisés: "Haced pues todo lo que os dijeren...", lo cual era difícil, porque el ejemplo de ellos era al revés y "exempla trahunt, verba dictant." El "mansísimo" Jesús fue mansísimo incluso en este tremendo "élenjos" que estamos considerando, créase o no. "Élenjos" llamaban los griegos a la parte de la oración jurídica en que el fiscal precisa los cargos y da las pruebas; o sea, en lenguaje moderno, la "requisitoria". Cumplió Cristo con su misión; hizo, con tristeza aquí, su deber. Su requisitoria enumeró en ocho acápites los hechos que eran públicos; definidos, juzgados y valorados con dureza y diafanidad de cristal de roca. La expresión "sepulcros blanqueados" es hoy término del lenguaje común del mundo entero, a causa de su certeridad. Las ocho acusaciones de Cristo, que definen para in aeternum un tipo, son menos violentas aunque no menos graves que las otras coincidentes que nos trae la literatura rabínica de ese tiempo; como la clasificación de los Siete Fariseos que hace el Talmud (Sotah, 22 b, Bar.), la maldición a las "familias sacerdotales" indignas, del Menahoth, XIII, 21, o las incriminaciones a los Altos Sacerdotes de Flavio Josefo en Antigüedades Judaicas, XXI, 179. Los fariseos traían a la mente de Cristo imágenes de muerte: sepulcros y víboras. ¿Qué mucho, si estaba ya condenado irremediablemente por ellos a muerte y viperinamente calumniado? Nadie lo podía ya sustraer a la muerte, ni su Padre mismo, oso decir. Contesta aquí con otra sentencia de muerte a la suya ya fijada; y hace con sus asesinos, anticipándoles su futuro, la última posible (inútil) obra de misericordia. Cristo NO "tiene dos estilos", como cree Santayana Jorge. Lo mismo que la imagen que Él nos trazó de su Padre (en realidad, Él fue por excelencia la imagen terrestre del Padre), Cristo es el mismo cuando increpa y cuando perdona, igual que la figura de Dios que Él nos diseñó, por un lado Padre magnánimo y buen pastor, y por otro lado sultán absoluto e irritable, no son sino las dos faces de la misericordia y la justicia de Dios, ambas inmensurables a medidas humanas, que no hacen sino una sola cara, la cara de Dios, la cual de suyo es inefable, y sólo se puede expresar humanamente así, con dos exageraciones que se equilibran. Cuando Cristo tenía que hacer de juez, hizo de juez sin dejar de ser el buen pastor, que da la vida por sus ovejas. La persona que sabía que un día habría de juzgar a esos hombres ciegos y condenarlos ¿es mucho que les gritara, cuando aún estaban a tiempo de salvarse? Fue ese griterío el último instrumento de salvación: el martillo para los corazones hechos piedra. Dadme un padre recto y justo, y comprenderá lo que digo. Mas un padre que increpa a su hijo que ya ve perdido, hasta lo último, suele generalmente conseguir su causa; aquí nones. Un padre romano, es decir, no argentino: un varón bueno como Lucius Brutus, quien, llorando, tuvo que condenar a muerte a un hijo. La prueba es que la imprecación de los ochos "Vae" (que propiamente en griego "ouaí" no expresan ira sino más bien tristeza) se resuelve en ternísima tristeza: 'Jerusalén, Jerusalén, ¡cuántas veces quise cobijar a tus hijos como la gallina bajo sus alas a sus pollitos, y no quisiste!" Sigue la sentencia porque darla es el deber de Cristo: infierno para los malévolos y empedernidos asesinos -no tanto y no sólo de Su cuerpo y el de los Profetas "que yo os enviaré", sino sobre todo asesinos de las almas, de sus "ovejas" -y la ruina para Jerusalén. Pero no podía detenerse allí Cristo; y añade a la sentencia del juez la promesa del Padre, la única que podía hacer, la lejana promesa y profecía de la conversión parusíaca de los judíos; algún día, perdido allí en las brumas de lo desconocido. Matadme, pues, para llenar la medida de vuestros padres y desbordarla, oh herederos de Caín y de todos los matadores de justos y profetas... Os aseguro que "ya no me veréis más hasta el día en que digáis: 'Bendito el que viene en nombre del Señor." Así termina el "elenco contra fariseos". ¿Quería decir su entrada triunfal en Jerusalén el Domingo de Ramos? No, eso había pasado ya; y los que dijeron "Bendito el que viene en el Nombre" no fueron los deicidas, sino los Discípulos, el pueblo chico, los niños. Se refería a la conversión de los judíos en el fin del mundo. Aludía al Domingo pasado, sí; haciendo a ese efímero reconocimiento del Hijo de David por una mínima Jerusalén, figura y "typo" del futuro reconocimiento total y definitivo. Su corazón fue a descansar allá, no teniendo ya en otra parte "donde reclinar la cabeza" -pero terminó con una bendición. Porque aunque la Justicia y la Misericordia de Dios son infinitas, la Misericordia es mayor -dice Santo Tomás: que yo no sé cómo puede ser. Que lo explique otro. He hablado mucho en "El Evangelio de Jesucristo" del fariseísmo y los fariseos: y es demasiado poco. Dije allí que los fariseos eran malísimos, y eso hay que decir, y lo dijo al máximo Cristo; que el fariseísmo es el famoso pecado contra el Espíritu Santo, "que no tiene perdón ni en esta ni en la otra vida"; y que toda la vida de Cristo se puede resumir en esta palabra: "luchó contra el fariseísmo", pues, en efecto, ésa fue la "empresa" de Jesucristo como hombre, desde su nacimiento a su muerte, así como todas sus acciones de "reformador religioso" incluso milagros, profecías y fundación de la Iglesia; y ella llena el Evangelio, de modo que se podría escribir un libro, que no se ha escrito; y se debería escribir, habiendo hoy día un repunte del fariseísmo; el cual es eterno más que los imperios y las pirámides de Egipto. Diré también ahora que "la abominación de la desolación en el lugar donde no debe estar" es también el fariseísmo. Y dirán que es manía. Y no lo es. Sobre esta palabra de Daniel repetida por Cristo, qué significa en concreto, se dividen desesperadamente los exégetas. Es un modismo hebreo que dice "el colmo del desastre", o "el colmo de los colmos", que decimos nosotros. Opinamos que esa "abominación" que Cristo dio como señal de huir de Jerusalén y de la Sinagoga, es la misma muerte injusta y sacrílega de Cristo patrada por la "Religión (por los hombres oficialmente religiosos) de Israel" siguiendo en esto que diré una leve y vaga indicación de Maldonado. Todas las diversas opiniones de los Santos Padres, caen a prima consideración; por ejemplo: "Fue el entrar el ejército romano en la ciudad santa" (Orígenes): ya no había entonces lugar de huir. "Fueron las águilas romanas, que eran ídolos, en el Templo de Jerusalén": lo mismo. Y más. 'Fue la estatua de Adriano colocada en el Templo" (San Jerónimo): fue colocada después de la destrucción del Templo. "Fue el retrato del César que Pilatos introdujo en el Templo" (íd.). No lo introdujo sino en la ciudad, de noche y clandestinamente ... "Fue la sedición de los Zelotes en el tiempo de Floro, los cuales profanaron el Templo..." "Fue el mismo cerco de Jerusalén por las Legiones..." (San Agustín). Dejo otras por no aburrir. Ninguna tienen atadero con el ser un "signo" de dejar la ciudad deicida, y "huir a las montañas", pues no quedaba lugar ya de "huir a las montañas". ¿Qué más abominación de la desolación que el Monte Calvario, el cuerpo desangrado del justo de los Justos colgado de tres clavos; y el rasgón del velo del Tabernáculo , acontecido milagrosamente al mismo tiempo? Cuenta el judío Josefo que al quedar eventrado el Tabernáculo, como cosa que ya no contenía a Dios ni a nada, se oyeron en el Templo voces aéreas que decían: "Huid, huid, salgamos de aquí". No. La abominación máxima y bien patente fue el fariseísmo deicida. Y la señal perspicua fue el partirse en dos el velo del Santísimo al fenecer Cristo, símbolo portentoso del acabamiento de la Sinagoga como casa de Dios. Me dirán que eso no fue "señal" de fuga de Jerusalén por los neófitos. Pues sí señor lo fue. Empezaron a desfilar (a filer doux, como dice el francés) desde la Crucifixión, empezando por los Apóstoles, exceptuando Santiago el Mayor, Obispo de Jerusalén. Instarás: pero la fuga en masa de los cristianos a la aldea montañosa de Pella en la Transjordania ¿no fue unos 30 años después de la Crucifixión? Concedo; pero para esa fuga última y urgente, Cristo dio otra señal: "Cuando veáis la ciudad sitiada aunque no del todo""; y eso entendieron bien los neófitos. Pues el primer sitio de Jerusalén por Vespasiano fue flojo y daba lugar a huir; el segundo, seis meses después por Tito (nombrado su padre Emperador de Roma), fue cerradísimo, incluso por una enorme muralla, el Romanum Vallum, contra el cual se estrellaban los míseros fugitivos y eran reenviados a la urbe "condenada por Dios" (palabras del Príncipe Tito), las mujeres con las manos o los pechos amputados, los varones eventrados para buscar oro o joyas, tragados para ocultarlos -es decir, cadáveres, si hemos de creer al historiador Josefo. Todos los otros "signos" de los Santos Padres -poco o nada cuidadosos de las fechas- acontecieron después del cerco de Tito: cuando ya no había caso de huir. Y esta opinión o presunción mía (que no doy sin pruebas) se confirma con el hecho de que este "signo" de la desolación abominable, serálo también del fin del mundo, pues al fin del mundo lo aplica Daniel; y también Cristo, como "antitypo". A los dos finales debe pues convenir el signo, a los dos desastres, al typo y al antitypo; y San Pablo cuando habla del Anticristo, da como señal el sacrilegio religioso, y no otra cosa: "Se sentará en el Templo de Dios haciéndose dios", es decir, se apoderará de la religión para sus fines, como habían hecho los fariseos; en forma aún más nefanda el Anticristo. Interpretación de la "abominación" por San Pablo. Si creemos a San Pablo y a Cristo (que en los últimos tiempos habrá una "gran apostasía" y que no habrá ya [casi] fe en la tierra, sólo el fariseísmo es capaz de producir ese fenómeno. Cuando los judíos digan: "Bendito sea el que viene en el Nombre", será cuando los cristianos hayamos flaqueado y decaído, cuando "el Devastador esté a su vez devastado", dice Daniel; cuando Roma, el Orden Romano haya desaparecido, como a osadas está hoy desapareciendo. Sólo el fariseísmo puede devastar a la Iglesia por dentro; sin lo cual ninguna persecución externa le haría mella, como vemos por su historia, pues "la sangre de los mártires es semilla de cristianos." Si la Iglesia está pura y limpia, es hermosa, y atrae, no repele: atrae prodigiosamente, como se vio ya en. Me detengo un momento para resollar: tengo miedo... Solamente cuando la Iglesia tenga la apariencia de un sepulcro blanqueado, y los que mandan en ella tengan la apariencia de víboras, y lo sean, el mundo entero se asqueará de Ella y serán poquísimos los que puedan mantener no obstante su fe firme, un puñado heroico de "escogidos" que "si no se abreviara el tiempo, ni ellos resistirían."'-' Entonces se producirá "el gran receso" y a causa de él, "el Hombre de Pecado, el Hijo de la Perdición" tendrá cancha para hacer su satánica voluntad en el mundo -por muy poco tiempo. Con todas las promesas divinas encima (hay que decirlo): Si la Iglesia no practica la honradez, está perdida; Si la Iglesia atropella la persona humana, está perdida; Si la Iglesia suplanta con la Ley, la norma, la rutina, la juridicidad y la "política"... a la Justicia y a la Caridad, está lista. Porque entonces entrará en ella "la abominación de la desolación en el lugar donde no debe estar" que predijo Daniel Profeta, es decir' el fariseísmo. Por culpa del fariseísmo -"sepulcro que no se ve, por lo cual los hombres caminando lo tocan y se manchan" (Lucas 11, 44) según la Ley de Moisés (Números 19, 16: mancha legal "si alguien tocara un muerto... o un sepulcro, quedará inmundo por siete días"), por lo cual los judíos "blanqueaban" los sepulcros un mes antes de Pascua -las Puertas del Infierno CASI prevalecerán contra Ella, y sobre ese CASI de desesperación, volverá Cristo. Velad, pues. Y no toquéis los sepulcros ni las víboras. Del libro "Las Parábolas de Cristo"

viernes, 22 de marzo de 2013

VIACRUCIS bajo el signo de la fidelidad

... por Piero Marini, Obispo titular de Martirano,
Maestro de Celebraciones Litúrgicas Pontificias

PRIMERA ESTACIÓN
La sentencia de Pilato fue dictada bajo la presión de los sacerdotes y de la multitud. La condena a muerte por crucifixión debería haber satisfecho sus pasiones y ser la respuesta al grito: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!» (Mc 15,13-14, etc.). El pretor romano pensó que podría eludir el dictar sentencia lavándose las manos, como se había desentendido antes de las palabras de Cristo cuando éste identificó su reino con la verdad, con el testimonio de la verdad (Jn 18,38). En uno y otro caso Pilato buscaba conservar la independencia, mantenerse en cierto modo «al margen». Pero eran sólo apariencias. La cruz a la que fue condenado Jesús de Nazaret (Jn 19,16), así como su verdad del reino (Jn 18,36-37), debían afectar profundamente al alma del pretor romano. Esta fue y es una realidad, frente a la cual no se puede permanecer indiferente o mantenerse al margen.

El hecho de que a Jesús, Hijo de Dios, se le pregunte por su reino, y que por esto sea juzgado por el hombre y condenado a muerte, constituye el principio del testimonio final de Dios que tanto amó al mundo (cf. Jn 3,16).

También nosotros nos encontramos ante este testimonio, y sabemos que no nos es lícito lavarnos las manos.

ACLAMACIONES

Jesús de Nazaret, condenado a muerte en la cruz
testigo fiel del amor del Padre.
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

Jesús, Hijo de Dios, obediente a la voluntad del Padre
hasta la muerte de cruz.
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

 
SEGUNDA ESTACIÓN

es decir, el cumplimiento de la sentencia. Cristo, condenado a muerte, debe cargar con la cruz como los otros dos condenados que van a sufrir la misma pena: «Fue contado entre los pecadores» (Is 53,12). Cristo se acerca a la cruz con todo el cuerpo terriblemente magullado y desgarrado, con la sangre que le baña el rostro, cayéndole de la cabeza coronada de espinas. «Ecce Homo!» (Jn 19,5). En Él se encierra toda la verdad del Hijo del hombre predicha por los profetas, la verdad sobre el siervo de Yahvé anunciada por Isaías: «Fue traspasado por nuestras iniquidades... y en sus llagas hemos sido curados» (Is 53,5).

Está también presente en Él una cierta consecuencia, que nos deja asombrados, de lo que el hombre ha hecho con su Dios. Dice Pilato: «Ecce Homo!» (Jn 19,5): «¡Mirad lo que habéis hecho de este hombre!» En esta afirmación parece oírse otra voz, como queriendo decir: «¡Mirad en este hombre lo que habéis hecho con vuestro Dios!».

Resulta conmovedora la semejanza, la interferencia de esta voz que escuchamos a través de la historia con lo que nos llega mediante el conocimiento de la fe. «Ecce Homo!».

Jesús, «el llamado Mesías» (Mt 27,17), carga la cruz sobre sus hombros (cf. Jn 19,17). Ha empezado la ejecución.

ACLAMACIONES

Cristo, Hijo de Dios,
que revelas al hombre el misterio del hombre.
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

Jesús, Siervo del Señor,
por tus llagas hemos sido curados.
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

TERCERA ESTACIÓN

Jesús cae bajo la cruz. Cae al suelo. No recurre a sus fuerzas sobrehumanas, no recurre al poder de los ángeles. «¿Crees que no puedo rogar a mi Padre, quien pondría a mi disposición al punto más de doce legiones de ángeles?» (Mt 26,53). No lo pide. Habiendo aceptado el cáliz de manos del Padre (Mc 14,36, etc.), quiere beberlo hasta las heces. Esto es lo que quiere. Y por esto no piensa en ninguna fuerza sobrehumana, aunque al instante podría disponer de ellas. Pueden sentirse dolorosamente sorprendidos los que le habían visto cuando dominaba a las humanas dolencias, a las mutilaciones, a las enfermedades, a la muerte misma. ¿Y ahora? ¿Está negando todo eso? Sin embargo, «nosotros esperábamos», dirán unos días después los discípulos de Emaús (Lc 24,21). «Si eres el Hijo de Dios...» (Mt 27,40), le provocarán los miembros del Sanedrín. «A otros salvó, a sí mismo no puede salvarse» (Mc 15,31; Mt 27,42), gritará la gente.

Y él acepta estas frases de provocación, que parecen anular todo el sentido de su misión, de los sermones pronunciados, de los milagros realizados. Acepta todas estas palabras, ha decidido no oponerse. Quiere ser ultrajado. Quiere vacilar. Quiere caer bajo la cruz. Quiere. Es fiel hasta el final, hasta los mínimos detalles, a esta afirmación: «No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (cf. Mc 14,36, etc.).

Dios salvará a la humanidad con las caídas de Cristo bajo la cruz.

ACLAMACIONES

Jesús, manso cordero redentor,
que llevas sobre ti el pecado del mundo.
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

Jesús, compañero nuestro en el tiempo de angustia,
solidario con la debilidad humana.
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

CUARTA ESTACIÓN

La Madre. María se encuentra con su Hijo en el camino de la cruz. La cruz de él es también la cruz de ella, la humillación de él es también la suya; el oprobio público de Jesús es también el de ella. Es el orden humano de las cosas. Así deben sentirlo los que la rodean y así lo capta su corazón: «... y una espada atravesará tu alma» (Lc 2,35). Las palabras pronunciadas cuando Jesús tenía cuarenta días se cumplen en este momento. Alcanzan ahora su plenitud total. Y María avanza, traspasada por esta espada invisible, hacia el Calvario de su Hijo, hacia su propio Calvario. La devoción cristiana la ve con esta espada clavada en su corazón, y así la representa en pinturas y esculturas. ¡Madre Dolorosa!

«¡Oh tú, que has padecido junto con él!», repiten los fieles, íntimamente convencidos de que precisamente así debe expresarse el misterio de este sufrimiento. Aunque este dolor le pertenezca y le afecte en lo más profundo de su maternidad, sin embargo, la verdad plena de este sufrimiento se expresa con la palabra «com-pasión». También ella pertenece al mismo misterio: expresa en cierto modo la unidad con el sufrimiento del Hijo.

ACLAMACIONES

Santa María, madre y hermana nuestra en el camino de fe,
contigo invocamos a tu Hijo Jesús.
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

Santa María, intrépida en el camino del Calvario,
contigo suplicamos a tu Hijo Jesús.
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

QUINTA ESTACIÓN

Simón de Cirene, llamado a cargar con la cruz (cf. Mc 15,21; Lc 23,26), ciertamente no la quería llevar. Hubo que obligarlo. Caminaba junto a Cristo bajo el mismo peso. Le prestaba sus hombros cuando los del condenado parecían no poder aguantar más. Estaba cerca de él: más cerca que María o que Juan, a quien, a pesar de ser varón, no se le pide que lo ayude. Lo han llamado a él, a Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, como refiere el evangelio de san Marcos (Mc 15,21). Lo han llamado, lo han obligado.

¿Cuánto duró esta coacción? ¿Cuánto tiempo caminó a su lado, dando muestras de que no tenía nada que ver con el condenado, con su culpa, con su condena? ¿Cuánto tiempo anduvo así, dividido interiormente, con una barrera de indiferencia entre él y ese Hombre que sufría? «Estaba desnudo, tuve sed, estaba preso» (cf. Mt 25,35.36), llevaba la cruz... ¿La llevaste conmigo?... ¿La has llevado conmigo verdaderamente hasta el final?

No se sabe. San Marcos refiere solamente el nombre de los hijos del Cireneo y la tradición sostiene que pertenecían a la comunidad de cristianos allegada a san Pedro (cf. Rm 16,13).

ACLAMACIONES

Cristo, buen samaritano,
te has hecho prójimo del pobre, del enfermo, del último.
R/. Christe, eleison. Cristo, ten piedad.

Cristo, siervo del Eterno, consideras que se te hace a ti
todo gesto de amor al desterrado, al marginado y al extranjero.
R/. Christe, eleison. Cristo, ten piedad.

SEXTA ESTACIÓN

La tradición nos habla de la Verónica. Quizá ella completa la historia del Cireneo. Porque lo cierto es que, aunque como mujer no cargara físicamente con la cruz y no se la obligara a ello, llevó sin duda esta cruz con Jesús: la llevó como podía, como en aquel momento era posible hacerlo y como le dictaba su corazón: limpiándole el rostro.

Este detalle, referido por la tradición, parece fácil de explicar: en el lienzo con el que secó su rostro han quedado impresos los rasgos de Cristo. Puesto que estaba todo él cubierto de sudor y sangre, muy bien podía dejar señales y perfiles.

Pero el sentido de este hecho se puede interpretar también de otro modo, si se considera a la luz del sermón escatológico de Cristo. Son muchos indudablemente los que preguntarán: «Señor, ¿cuándo hemos hecho todo esto?». Y Jesús responderá: «Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). El Salvador, en efecto, imprime su imagen sobre todo acto de caridad, como sobre el lienzo de la Verónica.

ACLAMACIONES

¡Oh rostro de Cristo,
desfigurado por el dolor, esplendor de la gloria divina!
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

¡Oh rostro santo,
impreso como un sello en cada gesto de amor!
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

 
SÉPTIMA ESTACIÓN

«Yo soy un gusano, no un hombre; el oprobio de los hombres y el desecho del pueblo» (Sal 22,7): las palabras del salmista profeta encuentran su plena realización en estas estrechas y arduas callejuelas de Jerusalén, durante las últimas horas que preceden a la Pascua. Ya se sabe que estas horas, antes de la fiesta, son extenuantes y las calles están llenas de gente. En este contexto se verifican las palabras del salmista, aunque nadie piense en ellas. No paran mientes en ellas, ciertamente, todos cuantos dan pruebas de desprecio, para los cuales este Jesús de Nazaret que cae por segunda vez bajo la cruz se ha hecho objeto de escarnio.

Y él lo quiere, quiere que se cumpla la profecía. Cae, pues, exhausto por el esfuerzo. Cae por voluntad del Padre, voluntad expresada asimismo en las palabras del profeta. Cae por propia voluntad, porque «¿cómo se cumplirían, si no, las Escrituras?» (Mt 26,54): «Soy un gusano y no un hombre» (Sal 22,7); por tanto, ni siquiera «Ecce Homo», «Aquí tenéis al hombre» (Jn 19,5); menos aún, peor todavía.

El gusano se arrastra pegado a tierra; el hombre, en cambio, como rey de las criaturas, camina sobre ella. El gusano carcome la madera: como el gusano, el remordimiento del pecado roe la conciencia del hombre. Remordimiento por esta segunda caída.

ACLAMACIONES

Jesús de Nazaret, convertido en infamia de los hombres,
para ennoblecer a todas las criaturas.
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

Jesús, servidor de la vida,
abatido por los hombres, enaltecido por Dios.
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

OCTAVA ESTACIÓN
 
Es la llamada al arrepentimiento, al verdadero arrepentimiento, al pesar, en la verdad del mal cometido. Jesús dice a las hijas de Jerusalén que lloran a su vista: «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos» (Lc 23,28). No podemos quedarnos en la superficie del mal, hay que llegar a su raíz, a las causas, a la verdad de la conciencia hasta el fondo.

Esto es justamente lo que quiere darnos a entender Jesús cargado con la cruz, que desde siempre «conocía lo que había en el hombre» (Jn 2,25) y siempre lo conoce. Por esto él debe ser en todo momento el testigo más cercano de nuestros actos y de los juicios que sobre ellos hacemos en nuestra conciencia. Quizá nos haga comprender incluso que estos juicios deben ser ponderados, razonables, objetivos -dice: «No lloréis»-; pero, al mismo tiempo, ligados a todo cuanto esta verdad contiene: nos lo advierte porque es Él el que lleva la cruz.

¡Señor, dame saber vivir y caminar en la verdad!

ACLAMACIONES

Señor Jesús, sabio y misericordioso,
Verdad que guía a la vida.
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

Señor Jesús, compasivo,
tu presencia alivia las lágrimas en la hora de la prueba.
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

NOVENA ESTACIÓN
 
«Se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2,8). Cada estación de este Vía Crucis es una piedra miliar de esa obediencia y ese anonadamiento.

Captamos el grado de este anonadamiento cuando leemos las palabras del Profeta: «Todos nosotros andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su camino, y Yahvé cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros» (Is 53,6).

Comprendemos el grado de este anonadamiento cuando vemos que Jesús cae una vez más, la tercera, bajo la cruz. Cuando pensamos en quién es el que cae, quién yace entre el polvo del camino bajo la cruz, a los pies de gente hostil que no le ahorra humillaciones y ultrajes...

¿Quién es el que cae? ¿Quién es Jesucristo? «Quien, existiendo en forma de Dios, no reputó como botín codiciable ser igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición de hombre se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2,6-8).

ACLAMACIONES

Cristo Jesús,
tú has saboreado la amargura de la tierra
para cambiar el gemido del dolor en canto de júbilo.
R/. Christe, eleison. Cristo, ten piedad.

Cristo Jesús,
que te has humillado en la carne
para ennoblecer toda la creación.
R/. Christe, eleison. Cristo, ten piedad.

DÉCIMA ESTACIÓN

Cuando Jesús, despojado de sus vestidos, se encuentra ya en el Gólgota (cf. Mc 15,24, etc.), nuestros pensamientos se dirigen hacia su Madre: vuelven hacia atrás, al origen de este cuerpo que ya ahora, antes de la crucifixión, es todo él una llaga (cf. Is 52,14). El misterio de la Encarnación: el Hijo de Dios toma cuerpo en el seno de la Virgen (cf. Mt 1,23; Lc 1,26-38). El Hijo de Dios habla al Padre con las palabras del Salmista: «No te complaces tú en el sacrificio y la ofrenda..., pero me has preparado un cuerpo» (Sal 40,8.7; Hb 10,6.5). El cuerpo del hombre expresa su alma. El cuerpo de Cristo expresa el amor al Padre: «Entonces dije: "¡Heme aquí que vengo!... para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad"» (Sal 40,9; Hb 10,7). «Yo hago siempre lo que es de su agrado» (Jn 8,29). Este cuerpo desnudo cumple la voluntad del Hijo y la del Padre en cada llaga, en cada estremecimiento de dolor, en cada músculo desgarrado, en cada reguero de sangre que corre, en todo el cansancio de sus brazos, en los cardenales de cuello y espaldas, en el terrible dolor de las sienes. Este cuerpo cumple la voluntad del Padre cuando es despojado de sus vestidos y tratado como objeto de suplicio, cuando encierra en sí el inmenso dolor de la humanidad profanada.

El cuerpo del hombre es profanado de diversas maneras.

En esta estación debemos pensar en la Madre de Cristo, porque bajo su corazón, en sus ojos, entre sus manos el cuerpo del Hijo de Dios ha recibido una adoración plena.

ACLAMACIONES

Jesús, cuerpo santo,
profanado aún en tus miembros vivos.
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

Jesús, cuerpo ofrecido por amor,
dividido aún en tus miembros.
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

UNDÉCIMA ESTACIÓN

«Han taladrado mis manos y mis pies y puedo contar todos mis huesos» (Sal 22,17-18). «Puedo contar...»: ¡qué palabras proféticas! Sabemos que este cuerpo es un rescate. Un gran rescate es todo este cuerpo: las manos, los pies y cada hueso. Todo el hombre en máxima tensión: esqueleto, músculos, sistema nervioso, cada órgano, cada célula; todo en máxima tensión. «Yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré a todos a mí» (Jn 12,32). Palabras que expresan la plena realidad de la crucifixión. Forma parte de ésta también la terrible tensión que penetra las manos, los pies y todos los huesos: terrible tensión del cuerpo entero que, clavado como un objeto a los maderos de la cruz, va a ser aniquilado, hasta el fin, en las convulsiones de la muerte. Y en la misma realidad de la crucifixión entra todo el mundo que Jesús quiere atraer a sí (cf. Jn 12,32). El mundo está sometido a la gravitación del cuerpo que tiende por inercia hacia lo bajo.

Precisamente en esta gravitación estriba la pasión del Crucificado. «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba» (Jn 8,23). Sus palabras desde la cruz son: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

ACLAMACIONES

Cristo, crucificado por el odio,
trasformado por el amor en signo de contradicción y de paz.
R/. Christe, eleison. Cristo, ten piedad.

Cristo, con tu sangre derramada en la cruz, 
has rescatado al hombre, al mundo y al cosmos.
R/. Christe, eleison. Cristo, ten piedad.

DUODÉCIMA ESTACIÓN

Jesús clavado en la cruz, inmovilizado en esta terrible posición, invoca, al Padre (cf. Mc 15,34; Mt 27,46; Lc 23,46). Todas las invocaciones atestiguan que él es uno con el Padre. «Yo y el Padre somos una sola cosa» (Jn 10,30); «El que me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14,9); «Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también» (Jn 5,17).

He aquí el más alto, el más sublime obrar del Hijo en unión con el Padre. Sí: en unión, en la más profunda unión, justamente cuando grita: Eloí, Eloí, lama sabachtani?: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15,34; Mt 27,46). Este obrar se expresa con la verticalidad del cuerpo que pende del madero perpendicular de la cruz, con la horizontalidad de los brazos extendidos a lo largo del madero transversal. El hombre que mira estos brazos puede pensar que con el esfuerzo abrazan al hombre y al mundo.

Abrazan.

He aquí el hombre. He aquí a Dios mismo. «En él.... vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28). En él: en estos brazos extendidos a lo largo del madero transversal de la cruz.

El misterio de la Redención.

ACLAMACIONES

Hijo de Dios, acuérdate de nosotros 
en la hora suprema de la muerte.
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

Hijo del Padre, acuérdate de nosotros 
y renueva con tu Espíritu la faz de la tierra.
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

DECIMOTERCERA ESTACIÓN
 
En el momento en que el cuerpo de Jesús es bajado de la cruz y puesto en brazos de la Madre, vuelve a nuestra mente el momento en que María acogió el saludo del ángel Gabriel: «Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús... Y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre... y su reino no tendrá fin» (Lc 1,31-33). María sólo dijo: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), como si desde el principio hubiera querido expresar cuanto estaba viviendo en este momento.

En el misterio de la Redención se entrelazan la gracia, esto es, el don de Dios mismo, y «el pago» del corazón humano. En este misterio somos enriquecidos con un Don de lo alto (St 1,17) y al mismo tiempo somos comprados con el rescate del Hijo de Dios (cf. 1 Co 6,20; 7,23; Hch 20,28). Y María, que fue más enriquecida que nadie con estos dones, es también la que paga más. Con su corazón.

A este misterio está unida la maravillosa promesa formulada por Simeón cuando la presentación de Jesús en el templo: «Una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2,35).

También esto se cumple. ¡Cuántos corazones humanos se abren ante el corazón de esta Madre que tanto ha pagado!

Y Jesús está de nuevo todo él en sus brazos, como lo estaba en el portal de Belén (cf. Lc 2,16), durante la huida a Egipto (cf. Mt 2,14), en Nazaret (cf. Lc 2,39-40). La Piedad.

ACLAMACIONES

Santa María, Madre de la inmensa piedad,
contigo abrimos los brazos a la Vida
y suplicantes imploramos.
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

Santa María, Madre y cooperadora del Redentor,
en comunión contigo acogemos a Cristo
y llenos de esperanza invocamos.
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

DECIMOCUARTA ESTACIÓN

Desde el momento en que el hombre, a causa del pecado, se alejó del árbol de la vida (cf. Gn 3), la tierra se convirtió en un cementerio. Tantos sepulcros como hombres. Un gran planeta de tumbas.

En las cercanías del Calvario había una tumba que pertenecía a José de Arimatea (cf. Mt 27,60). En este sepulcro, con el consentimiento de José, depositaron el cuerpo de Jesús una vez bajado de la cruz (cf. Mc 15,42-46, etc. ). Lo depositaron apresuradamente, para que la ceremonia acabara antes de la fiesta de Pascua (cf. Jn 19,31), que empezaba en el crepúsculo.

Entre todas las tumbas esparcidas por los continentes de nuestro planeta, hay una en la que el Hijo de Dios, el hombre Jesucristo, ha vencido a la muerte con la muerte. O mors!, ero mors tua!: «¡Oh muerte, yo seré tu muerte!» (1ª antif. Vísperas del Sábado Santo). El árbol de la vida, del que el hombre fue alejado por su pecado, se ha revelado nuevamente a los hombres en el cuerpo de Cristo. «Si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo» (Jn 6,51).

Aunque se multipliquen siempre las tumbas en nuestro planeta, aunque crezca el cementerio en el que el hombre surgido del polvo retorna al polvo (cf. Gn 3,19), todos los hombres que contemplan el sepulcro de Jesucristo viven en la esperanza de la Resurrección.

ACLAMACIONES

Señor Jesús, resurrección nuestra,
en el sepulcro nuevo destruyes la muerte y das la vida.
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

Señor Jesús, esperanza nuestra,
tu cuerpo crucificado y resucitado
es el nuevo árbol de la vida.
R/. Kyrie, eleison. Señor, ten piedad.

 
JUAN PABLO II. Palabras al final del Vía Crucis

Ecce lignum crucis, in quo salus mundi pependit... Venite adoremus: «Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo... Venid a adorarlo».

Hemos escuchado estas palabras en la liturgia de hoy: «Mirad el árbol de la cruz...». Son las palabras clave del Viernes santo.

Ayer, en el primer día del Triduo sacro, el Jueves santo, escuchamos: Hoc est corpus meum, quod pro vobis tradetur: «Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros».

Hoy vemos cómo se han realizado esas palabras de ayer, Jueves santo: he aquí el Gólgota, he aquí el cuerpo de Cristo en la cruz. Ecce lignum crucis, in quo salus mundi pependit.

¡Misterio de la fe! El hombre no podía imaginar este misterio, esta realidad. Sólo Dios la podía revelar. El hombre no tiene la posibilidad de dar la vida después de la muerte. La muerte de la muerte. En el orden humano, la muerte es la última palabra. La palabra que viene después, la palabra de la Resurrección, es una palabra exclusiva de Dios y por eso celebramos con gran fervor este Triduo sacro.

Hoy oramos a Cristo bajado de la cruz y sepultado. Se ha sellado su sepulcro. Y mañana, en todo el mundo, en todo el cosmos, en todos nosotros, reinará un profundo silencio. Silencio de espera. Ecce lignum crucis, in quo salus mundi pependit. Este árbol de la muerte, el árbol en el que murió el Hijo de Dios, abre el camino al día siguiente: jueves, viernes, sábado, domingo. El domingo será Pascua. Y escucharemos las palabras de la liturgia. Hoy hemos escuchado: «Ecce lignum crucis, in quo salus mundi pependit». Salus mundi!, ¡la salvación del mundo! ¡En la cruz! Y pasado mañana cantaremos: «Surrexit de sepulcro... qui pro nobis pependit in ligno». He aquí la profundidad, la sencillez divina, de este Triduo pascual.

Ojalá que todos vivamos este Triduo lo más profundamente posible. Como cada año, nos encontramos aquí, en el Coliseo. Es un símbolo. Este Coliseo es un símbolo. Nos habla sobre todo de los tiempos pasados, de aquel gran imperio romano, que se desplomó. Nos habla de los mártires cristianos que aquí dieron testimonio con su vida y con su muerte. Es difícil encontrar otro lugar donde el misterio de la cruz hable de un modo más elocuente que aquí, ante este Coliseo. «Ecce lignum crucis, in quo salus mundi pependit». Salus mundi!

A todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, os deseo que viváis este Triduo sacro -Jueves, Viernes, Sábado santo, Vigilia pascual, y luego la Pascua- cada vez con más profundidad, y también que lo testimoniéis.

¡Alabado sea Jesucristo!