viernes, 30 de septiembre de 2011

ACTAS DE LOS MARTIRES -2

Acta del martirio de San Policarpo de Esmirna. En el año 155 d.c.

La Iglesia de Dios, establecida en Esmirna, a la Iglesia de Dios, establecida en Filadelfia, y a todas las partes de la Iglesia santa y católica extendida por todo el mundo; que la misericordia, la paz y el amor de Dios Padre y Nuestro Señor Jesucristo sobreabunde en vosotras.
Os escribimos relatándoos el martirio de nuestros hermanos, y, en especial, del bienaventurado Policarpo, quien, con el sello de su fe, puso fin a la persecución de nuestros enemigos. Todo lo sucedido fue ya anunciado por el Señor en su Evangelio, en el cual se halla la regla de conducta que hemos de seguir. Según, El, por su permisión, fue entregado y clavado en la cruz para salvarnos. Quiso que le imitáramos, y El fue el primero de entre los justos que se puso en manos de los malvados, mostrándonos de ese modo el camino que habíamos de seguir, y así, habiéndonos precedido El, no creyéramos que era demasiado exigente en sus preceptos. Sufrió El el primero lo que nos encargó a nosotros sufrir. Se hizo nuestro modelo, enseñándonos a morir, no sólo por utilidad propia, sino también por la de nuestros hermanos.El martirio, a aquellos que le padecen, les acarrea la gloria celestial, la cual se consigue por el abandono de las riquezas, los honores e incluso los padres. ¿Acaso tendremos por demasiado el sacrificio que hacemos a tan piadoso Señor, cuando sabemos que sobrepuja con creces lo que El hizo por sus siervos, a los que éstos pueden hacer por El? Por tanto, os vamos a narrar los triunfos de todos nuestros mártires, tal como nos consta que tuvieron lugar, su gran amor para con Dios y su paciencia en soportar los tormentos. ¿Quién no se llenará de admiración al considerar cuán dulces les eran los azotes, gratas las llamas del eculeo, amable la espada que los hería y suaves las brasas de las hogueras? Cuando corriendo la sangre por los costados, con las entrañas palpitantes a la vista, tan constantes estaban en su fe, que aunque el pueblo conmovido no podía contener las lágrimas ante tan horrendo espectáculo, ellos solo estaban serenos y tranquilos. Ni siquiera se les oía un gemido de dolor; y así como habían aceptado con alegría los tormentos, del mismo modo los toleraban con fortaleza. A todos los asistía el Señor en los tormentos, no sólo con el recuerdo de la vida eterna, sino también templando la violencia de los dolores, para que no excediesen la resistencia de las almas. El Señor les hablaba interiormente y les confortaba, poniéndoles ante los ojos las coronas que les esperaban si eran constantes; e ahí el desprecio que hacían de los jueces, y su gloriosa paciencia. Deseaban salir de las tinieblas de este mundo para ir a gozar de las claras moradas celestiales; contraponían la verdad a la mentira, lo terreno a lo celestial, lo eterno a lo caduco Por una hora de sufrimientos les esperaban goces eternos.
El demonio probó contra ellos todas sus artes; pero la gracia de Cristo les asistió como un abogado fiel. También Germanico, con su valor, infundía ánimos a los demás. Habiendo sido expuestos a las fieras, el procónsul, movido de compasión, le exhortaba a que tuviese piedad al menos de su tierna edad, si le parecía que los demás bienes no merecían ser tenidos en consideración. Pero él hacía poco caso de la compasión que parecía tener por él su enemigo y no quiso aceptar el perdón que le ofrecía el juez injusto; muy al contrario, el mismo azuzaba a la fiera que se había lanzado contra el, deseoso de salir de este mundo de pecado. Viendo esto el populacho, quedó sorprendido de ver un ánimo tan varonil en los cristianos. Luego todos gritaron: "Que se castigue a los Impíos y se busque a Policarpo”.
En esto, un cristiano, llamado Quinto, natural de Frigia, y que acababa de llegar a Esmirna, él mismo se presentó al sanguinario Juez para sufrir el martirio. Pero la flaqueza fue mayor que el buen deseo. Al ver venir hacia sí las fieras, temió y cambió de propósito, volviéndose de la parte del demonio, aceptando aquello contra lo que iba a luchar. El procónsul, con sus promesas, logró de él que sacrificara. En vista de esto, creemos que no son de alabar aquellos hermanos que se presentan voluntarios a los suplicios, sino mas bien aquellos que habiéndose ocultado al ser descubiertos, son constantes en los tormentos. Así nos lo aconseja el Evangelio, y la experiencia lo demuestra, porque éste que se presentó, cedió, mientras Policarpo, que fue prendido, triunfó.
Habiéndose enterado Policarpo, hombre de gran prudencia y consejo, que se le buscaba para el martirio, se ocultó. No es que huyera por cobarde, sino más bien dilataba el tiempo del martirio. Recorrió varias ciudades, y como los fieles le dijesen que se diese más prisa, y se ocultase prontamente, él no se preocupaba, como si temiera alejarse del lugar del martirio. Al fin se consiguió que se escondiese en una granja. Allí, noche y día, estuvo pidiendo al Señor le diera valor para sufrir la última pena. Tres días antes de ser prendido le fue revelado su martirio. Parecióle que la almohada sobre la que dormía estaba rodeada de llamas. Al despertarse el santo anciano dijo a los que con él estaban que había de ser quemado vivo.
Cambió de retiro para estar más oculto, mas apenas llegó al nuevo refugio llegaron también sus perseguidores. Estos buscaron largo rato y no hallándole cogieron a dos muchachos y los azotaron hasta que uno de ellos descubrió el lugar en que se hallaba oculto Policarpo. No podía ya ocultarse aquel a quien esperaba el martirio. El jefe de Policía de Esmirna, Herodes, tenía gran deseo de presentarle en el anfiteatro, para que fuese imitador de Cristo en la Pasión. Además, ordenó que a los traidores se les recompensara como a Judas. Armado, pues un pelotón de soldados de a caballo, salieron un viernes antes de cenar en busca de Policarpo, con uno de los muchachos a la cabeza no como para prender a un discípulo de Cristo, sino como si se tratara de algún famoso ladrón. Encontráronle de noche oculto en una casa Hubiera podido huir al campo, pero cansado como estaba, prefirió presentarse él mismo a esconderse de nuevo, porque decía. "Hágase la voluntad de Dios; cuando El lo quiso me escondí, y ahora que El lo dispone, lo deseo yo también". Viendo, pues, a los soldados, bajo adonde ellos estaban y les habló cuanto su debilidad se lo permitió y el Espíritu de la gracia sobrenatural le inspiró.
Admiraban los soldados ver en él, a sus años, tanta agilidad y de que en tan buen estado de salud le hubieran encontrado tan pronto. En seguida mandó que les prepararan la mesa, cumpliendo así el precepto divino, que encarga proveer de las cosas necesarias para la vida aun a los enemigos. Luego les pidió permiso para hacer oración y cumplir sus obligaciones para con Dios. Concedido el permiso, oró por espacio de dos horas de pie, admirando su fervor a los circunstantes y hasta a los mismos soldados. Acabó su oración, pidiendo a Dios por toda la iglesia, por los buenos y por los malos, hasta que llegó el momento de recibir la corona de la justicia, que en todo momento había guardado […]
Al entrar en el anfiteatro se oyó una voz del cielo que decía: "Sé fuerte, Policarpo". Esta voz sólo la oyeron los cristianos que estaban en la arena, pero de los gentiles nadie la oyó. Cuando fue llevado ante el palco del procónsul, confesó valerosamente al Señor, despreciando las amenazas del juez.
El procónsul procuró por todos los medios hacerle apostatar, diciéndole tuviera compasión de su avanzada edad, ya que parecía no hacer caso de los tormentos. "¿cómo ha de sufrir tu vejez -le decía- lo que a los jóvenes espanta? Debe jurar por el honor del César y por su fortuna. Arrepiéntete y di: "Mueran los impíos". Animado el procónsul, prosiguió: "Jura también por la fortuna del César y reniega de Cristo". "Ochenta y seis años ha -respondió Policarpo- que le sirvo y jamás me ha hecho mal; al contrario, me ha colmado de bienes, ¿cómo puedo odiar a aquel a quien siempre he servido, a mi Maestro, mi Salvador, de quien espero mi felicidad, al que castiga a los malos y es el vengador de los justos?"
Mas como el procónsul insistiese en hacerle jurar por la fortuna del César, él le respondió: "¿Por qué pretendes hacerme jurar por la fortuna del César? ¿Acaso ignoras mi religión? Te he dicho públicamente que soy cristiano, y por más que te enfurezcas, yo soy feliz. Si deseas saber qué doctrina es ésta, dame un día de plazo, pues estoy dispuesto a instruirte en ella si tú lo estás para escucharme". Repuso el procónsul: "Da explicaciones al pueblo y no a mi".
Respondióle Policarpo: "A vuestra autoridad es a quien debemos obedecer, mientras no nos mandéis cosas injustas y contra nuestras conciencias. Nuestra religión nos enseña a tributar el honor debido a las autoridades que dimanan de la de Dios y obedecer sus órdenes. En cuanto al pueblo, le juzgo indigno, y no creo que deba darle explicaciones: lo recto es obedecer al juez, no al pueblo".
-"A mi disposición están las fieras, a las que te entregaré para que te hagan pedazos si no desistes de tu terquedad", dijo el procónsul.
-"Vengan a mi los leones -repuso Policarpo- y todos los tormentos que vuestro furor invente; me alegrarán las heridas, y los suplicios serán mi gloria, y mediré mis méritos por la intensidad del dolor. Cuanto mayor sea éste, tanto mayor será el premio que por él reciba. Estoy dispuesto a todo; por las humillaciones se consigue la gloria".
-"Si no te asustan los diente de las fieras, te entregaré a las llamas".
-"Me amenazas con un fuego que dura una hora, y luego se apaga y te olvidas del juicio venidero y del fuego eterno, en el que arderán para siempre los impíos. ¿Pero a qué tantas palabras? Ejecuta pronto en mi tu voluntad, y si hallas un nuevo género de suplicio, estrénalo en mi".
Mientras Policarpo decía estas cosas, de tal modo se iluminó su rostro de una luz sobrenatural, que el mismo procónsul temblaba. Luego gritó el pregonero por tres veces: "Policarpo ha confesado que es cristiano".
Todo el pueblo gentil de Esmirna, y con él los judíos, exclamaron: "Este es el doctor de Asia, el padre de los cristianos, el que ha destruido nuestros ídolos y ha violado nuestros templos, el que prohibía sacrificar y adorar a los dioses; al fin ha encontrado lo que con tantos deseos decía que anhelaba". Y todos a una pidieron al asiarca Filipo que se lanzara contra él un león furioso; pero Filipo se excusó, diciendo que los juegos habían terminado. Entonces pidieron a voces que Policarpo fuera quemado vivo. Así se iba a cumplir lo que él había anunciado, y dando gracias al Señor, se volvió a los suyos y les dijo: "Recordad ahora, hermanos, la verdad de mi sueño".
Entre tanto, el pueblo […] acude corriendo a los baños y talleres en busca de leños y sarmientos. Cuando estaba ardiendo la hoguera, se acercó a ella Policarpo, se quitó el ceñidor y dejó el manto, disponiéndose a desatar las correas de las sandalias, lo cual no solía hacer él, porque era tal la veneración en que le tenían los fieles, que se disputaban este honor por poder besarle los pies. La tranquilidad de la conciencia le hacía aparecer ya rodeado de cierto esplendor aun antes de recibir la corona del martirio. Dispuesta ya la hoguera, los verdugos le iban a atar a una columna de hierro, según era costumbre, pero el Santo les suplicó, diciendo: "Permitidme quedar como estoy; el que me ha dado el deseo del martirio, me dará también el poder soportarlo; El moderará la intensidad de las llamas”. Así, pues, quedó libre; sólo le ataron las manos atrás y subió a la hoguera. Levantando entonces los ojos al cielo exclamó: "Oh, Señor, Dios de los Ángeles y de los Arcángeles, nuestra resurrección y precio de nuestro pecado, rector de todo el universo y amparo de los justos: gracias te doy porque me has tenido por digno de padecer martirio por ti, para que de este modo perciba mi corona y comience el martirio por Jesucristo en unidad del Espíritu Santo; y así, acabado hoy mi sacrificio, veas cumplidas tus promesas. Seas, pues bendito y eternamente glorificado por Jesucristo Pontífice omnipotente y eterno, y todo os sea dado con él y el Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Amén".

Terminada la oración fue puesto fuego a la hoguera, levantándose las llamas hasta el cielo […]

Su martirio fue muy superior, y todo el pueblo le llama "su maestro". Todos deseamos ser sus discípulos, como él lo era de Jesucristo, que venció la persecución de un juez injusto y alcanzó la corona incorruptible, dando fin a nuestros pecados. Unámonos a los n y a todos los justos y bendigamos únicamente a Dios Padre Todopoderoso; bendigamos a Jesucristo nuestro Señor, salvador de nuestras almas, dueño de nuestros cuerpos y pastor de la Iglesia universal; bendigamos también al Espíritu Santo por quien todas las cosas nos son reveladas. Repetidas veces me habíais pedido os comunicara las circunstancias del martirio del glorioso Policarpo, y hoy os mando esta relación por medio de nuestro hermano Marciano. Cuando vosotros os hayáis enterado, comunicadlo a las otras iglesias, a fin de que el Señor sea bendito en todas partes, y todos acaten la elección que su gracia se digna hacer de los escogidos. El puede salvarnos a nosotros mismos por Jesucristo Nuestro Señor y Redentor, por el cual y con el cual es dada a Dios toda gloria, honor, poder y grandeza, por los siglos de los siglos. Amén. Saludad a todos los fieles; los que estamos aquí os saludamos. Asimismo os saluda Evaristo, que esto ha escrito, os saluda con toda su familia. El martirio de Policarpo tuvo lugar el 25 de abril, el día del gran sábado, a las dos de la tarde. Fue preso por Herodes, siendo pontífice o asiarca Filipo de Trates, y procónsul Stacio Cuadrato. Gracias sean dadas a Jesucristo Nuestro Señor, a quien se debe gloria, honor, grandeza y trono eterno de generación en generación. Amén.
Este ejemplar le ha copiado Gayo de los ejemplares de Ireneo, discípulo de Policarpo. Yo, Sócrates, lo copié del ejemplar de Gayo. Yo, Pionio, he confrontado los originales y lo transcribo por revelación del glorioso Policarpo; como lo dije en la reunión de los que vivían cuando el Santo trabajaba con los escogidos. Nuestro Señor Jesucristo me reciba en el reino de los cielos, con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.



MARTIRIO DE SAN JUSTINO Y DE SUS COMPAÑEROS Roma, año 165
Martirio de los santos mártires Justino, Caritón, Caridad, Evelpisto, Hierax, Peón y Liberiano.
En tiempo de los inicuos defensores de la idolatría, publicábanse, por ciudades y lugares, impíos edictos contra los piadosos cristianos, con el fin de obligarles a sacrificar a los ídolos vanos. Prendidos, pues, los santos arriba citados, fueron presentados al prefecto de Roma, por nombre Rústico.
Venidos ante el tribunal, el prefecto Rústico dijo a Justino:
—En primer lugar, cree en los dioses y obedece a los emperadores.
- Lo irreprochable, y que no admite condenación, es obedecer a los mandatos de nuestro Salvador Jesucristo.
- ¿Qué doctrina profesas?
- He procurado tener noticia de todo linaje de doctrinas; pero sólo me he adherido a las doctrinas de los cristianos, que son las verdaderas, por más que no sean gratas a quienes siguen falsas opiniones.
-¿Con que semejantes doctrinas te son gratas, miserable?
- Sí, puesto que las sigo conforme al dogma recto.
- ¿Qué dogma es ése?
- El dogma que nos enseña a dar culto al Dios de los cristianos, al que tenemos por Dios único, el que desde el principio es hacedor y artífice de toda la creación, visible e invisible; y al Señor Jesucristo, por hijo de Dios, el que de antemano predicaron los profetas que había de venir al género humano, como pregonero de salvación y maestro de bellas enseñanzas.
Y yo, hombrecillo que soy, pienso que digo bien poca cosa para lo que merece la divinidad infinita, confesando que para hablar de ella fuera menester virtud profética, pues proféticamente fue predicho acerca de éste de quien acabo de decirte que es hijo de Dios. Porque has de saber que los profetas, divin-mente inspirados, hablaron anticipadamente de la venida de Él entre los hombres.
- ¿Dónde os reunís?
- Donde cada uno prefiere y puede, pues sin duda te imaginas que todos nosotros nos juntamos en un mismo lugar. Pero no es así, pues el Dios de los cristianos no está circunscrito a lugar alguno, sino que, siendo invisible, llena el cielo y la tierra Y en todas partes es adorado y glorificado por sus fieles.
- Dime donde os reunís, quiero decir, en qué lugar juntas a tus discípulos.
- Yo vivo junto a cierto Martín, en el baño de Timiolino, Y ésa ha sido mi residencia todo el tiempo que he estado esta segunda vez en Roma. No conozco otro lugar de reuniones sino ése. Allí, si alguien quería venir a verme, yo le comunicaba las palabras de la verdad.
- Luego, en definitiva, ¿eres cristiano?
- Sí, soy cristiano.
- Di tú ahora, Caritón, ¿también tú eres cristiano?
- Soy cristiano por impulso de Dios.
- ¿Tú qué dices, Caridad?
- Soy cristiana por don de Dios.
- ¿Y tú quién eres, Evelpisto?
Evelpisto, esclavo del César, respondió:
- También yo soy cristiano, libertado por Cristo, y, por la gracia de Cristo, participo de la misma esperanza que éstos.
El prefecto Rústico dijo a Hierax:
- ¿También tú eres cristiano?
Hierax respondió:
- Sí, también yo soy cristiano, pues doy culto y adoro al mismo Dios que éstos.
- ¿Ha sido Justino quien os ha hecho cristianos?
Hierax respondió:
- Yo soy de antiguo cristiano, y cristiano seguiré siendo.
Mas Peón, poniéndose en pie, dijo:
- También yo soy cristiano.
El prefecto Rústico dijo:
- ¿Quién te ha enseñado?
- Esta hermosa confesión la recibimos de nuestros padres.
Evelpisto dijo:
- De Justino, yo tenía gusto en oír los discursos: pero el ser cristiano, también a mí me viene de mis padres.
- ¿Dónde están tus padres?
Evelpisto respondió:
- En Capadocia.
- Y tus padres, ¿dónde están?
E Hierax respondió diciendo:
- Nuestro verdadero padre es Cristo, y nuestra madre la fe en Él; en cuanto a mis padres terrenos, han muerto, y yo vine aquí sacado a la fuerza de Iconio de Frigia.
- ¿Y tú qué dices? ¿También tú eres cristiano? ¿Tampoco tú tienes religión?
Liberiano respondió:
- También yo soy cristiano; en cuanto a mi religión, adoro al solo Dios verdadero.
- Escucha tú, que pasas por hombre culto y crees conocer las verdaderas doctrinas. Si después de azotado te mando cortar la cabeza, ¿estás cierto que has de subir al cielo?
Justino respondió:
- Si sufro eso que tú dices, espero alcanzar los dones de Dios; y sé, además, que a todos los que hayan vivido rectamente, les espera la dádiva divina hasta la conflagración de todo el mundo.
- Así, pues, en resumidas cuentas, te imaginas que has de subir a los cielos a recibir allí no sé qué buenas recompensas.
- No me lo imagino, sino que lo sé a ciencia cierta, y de ello tengo plena certeza.
- Vengamos ya al asunto propuesto, a la cuestión necesaria y urgente. Poneos, pues, juntos, y unánimemente sacrificad a los dioses.
- Nadie que esté en su cabal juicio se pasa de la piedad a la impiedad.
- Si no obedecéis, seréis inexorablemente castigados.
- Nuestro más ardiente deseo es sufrir por amor de nuestro Señor Jesucristo para salvarnos, pues este sufrimiento se nos convertirá en motivo de salvación y confianza ante el tremendo y universal tribunal de nuestro Señor y Salvador.
En el mismo sentido hablaron los demás mártires:
- Haz lo que tú quieras; porque nosotros somos cristianos y no sacrificamos a los ídolos.
El prefecto Rústico pronunció la sentencia, diciendo:
«Los que no han querido sacrificar a los dioses ni obedecer al mandato del emperador, sean, después de azotados, conducidos al suplicio, sufriendo la pena capital, conforme a las leyes».
Los santos mártires, glorificando a Dios, salieron al lugar acostumbrado, y, cortándoles allí las cabezas, consumaron su martirio en la confesión de nuestro Salvador. Mas algunos de los fieles tomaron a escondidas los cuerpos de ellos y los depositaron en lugar conveniente, cooperando con ellos la gracia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea gloria por los siglos de los siglos. Amén.



LOS SANTOS SCILITANOS. (en Scillium, pequeña localidad de Africa, año 180
çSiendo cónsules Presente, por segunda vez, y Claudiano, dieciséis días antes de las calendas de agosto, en Cartago, llevados al despacho oficial del procónsul Esperato, Nartzalo y Citino, Donata, Segunda y Vestia, el procónsul Saturnino les dijo:
- Podéis alcanzar el perdón de nuestro señor, el emperador, con solo que volváis a buen discurso.
Esperato dijo:
- Jamás hemos hecho mal a nadie; jamás hemos cometido una iniquidad, jamás hablamos mal de nadie, sino que hemos dado gracias del mal recibido; por lo cual obedecemos a nuestro Emperador.
El procónsul Saturnino dijo:
- También nosotros somos religiosos y nuestra religión es sencilla. Juramos por el genio de nuestro señor, el emperador, y hacemos oración por su salud, cosas que también debéis hacer vosotros.
Esperato dijo:
- Si quisieras prestarme tranquilamente oído, yo te explicaría el misterio de la sencillez.
Saturnino dijo:
- En esa iniciación que consiste en vilipendiar nuestra religión, yo no te puedo prestar oídos; más bien, jurad por el genio de nuestro señor, el emperador.
Esperato dijo:
- Yo no conozco el Imperio de este mundo, sino que sirvo a aquel Dios a quien ningún hombre vio ni puede ver con estos ojos de carne. Por lo demás, yo no he hurtado jamás: si algún comercio ejercito, pago puntualmente los impuestos, pues conozco a mi Señor, Rey de reyes y Emperador de todas las naciones.
El procónsul Saturnino dijo a los demás:
- Dejaos de semejante persuasión.
Esperato dijo:
- Mala persuasión es la de cometer un homicidio y la de levantar un falso testimonio.
- No queráis tener parte en esta locura.
- Nosotros no tenemos a quien temer, sino a nuestro Señor que está en los cielos.
Donata dijo:
- Nosotros tributamos honor al César como a César; mas temer, sólo tememos a Dios.
Vestia dijo:
- Soy cristiana.
Segunda dijo:
- Lo que soy, eso quiero ser.
Saturnino procónsul dijo a Esperato:
- ¿Sigues siendo cristiano?
Esperato dijo:
- Soy cristiano.
Y todos lo repitieron a una con él.
El procónsul Saturnino dijo:
- ¿No queréis un plazo para deliberar?
Esperato dijo:
- En cosa tan justa, huelga toda deliberación.
El procónsul Saturnino dijo:
- ¿Qué lleváis en esa caja?
Esperato dijo:
- Unos libros y las cartas de Pablo, varón justo.
El procónsul Saturnino dijo:
- Os concedo un plazo de treinta días, para que reflexionéis.
Esperato dijo de nuevo:
- Soy cristiano.
Y todos asintieron con él.
El procónsul Saturnino leyó de la tablilla la sentencia:
Esperato, Nartzalo, Citino, Donata, Vestia, Segunda y los demás que han declarado vivir conforme a la religión cristiana, puesto que habiéndoseles ofrecido facilidad de volver a la costumbre romana se han negado obstinadamente, sentencio que sean pasados a espada.
Esperato dijo:
- Damos gracias a Dios.
Nartzalo dijo:
- Hoy estaremos como mártires en el cielo. ¡Gracias a Dios!
El procónsul Saturnino dio orden al heraldo que pregonara:
- Esperato, Nartzalo, Citino, Veturio, Félix, Aquilino, Letancio, Jenaro, Generosa, Vestia, Donata, Segunda, están condenados al último suplico.
Todos, a una voz, dijeron:
- ¡Gracias a Dios!
Y en seguida fueron degollados por el nombre de Cristo.



SAN CIPRIANO (En Cartago; destierro, año 257; muerte, año 258)
Siendo el emperador Valeriano por cuarta vez cónsul y por tercera Galieno, tres días antes de las calendas de septiembre (el 30 de agosto), en Cartago, dentro de su despacho, el procónsul Paterno dijo al obispo Cipriano:
- Los sacratísimos emperadores Valeriano y Galieno se han dignado mandarme letras por las que han ordenado que quienes no practican el culto de la religión romana deben reconocer los ritos romanos. Por eso te he mandado llamar nominalmente. ¿Qué me respondes?
El obispo Cripriano dijo:
- Yo soy cristiano y obispo, y no conozco otros dioses sino al solo y verdadero Dios, que hizo el cielo y la tierra y cuanto en ellos se contiene. A este Dios servimos nosotros los cristianos; a éste dirigimos día y noche nuestras súplicas por nosotros mismos, por todos los hombres y, señaladamente, por la salud de los mismos emperadores.
El procónsul Paterno dijo:
- Luego ¿perseveras en esa voluntad?
El obispo Cipriano contestó:
- Una voluntad buena que conoce a Dios, no puede cambiarse.
— ¿Podrás, pues, marchar desterrado a la ciudad de Curubis, conforme al mandato de Valeriano y Galieno?
— Marcharé.
— Los emperadores no se han dignado sólo escribirme acerca de los obispos, sino también sobre los presbíteros. Quiero, pues saber de ti quiénes son los presbíteros que residen en esta ciudad.
—Con buen acuerdo y en común utilidad habéis prohibido en vuestras leyes la delación; por lo tanto, yo no puedo descubrirlos ni delatarlos. Sin embargo, cada uno estará en su propia ciudad.
— Yo los busco hoy en esta ciudad.
— Como nuestra disciplina prohíbe presentarse espontáneamente y ello desagrada a tu misma ordenación, ni aun ellos pueden presentarse; mas por ti buscados, serán descubiertos.
— Sí, yo los descubriré.
Y añadió: - Han mandado también los emperadores que no se tengan en ninguna parte reuniones ni entre nadie en los cementerios. Ahora, si alguno no observare este tan saludable mandato, sufrirá pena capital.
- Haz lo que se te ha mandado.
Entonces el procónsul Paterno mandó que el bienaventurado Cipriano obispo fuera llevado al destierro. Y habiendo pasado allí largo tiempo, al procónsul Aspasio Paterno le sucedió el procónsul Galerio Máximo, quien mandó llamar del destierro al santo obispo Cipriano y que le fuera a él presentado.
Volvió, pues, San Cipriano, mártir electo de Dios, de la ciudad de Curubis, donde, por mandato de Aspasio Paterno, a la sazón cónsul, había estado desterrado, y se le mandó por sacro mandato habitar sus propias posesiones, donde diariamente estaba esperando que vinieran por él para el martirio, según le había sido revelado.
Morando, pues, allí, de pronto, en los idus de septiembre (el 13), siendo cónsules Tusco y Baso, vinieron dos oficiales, uno escudero o alguacil del officium o audiencia de Galerio Máximo, sucesor de Aspasio Paterno, y otro sobreintendente de la guardia de la misma audiencia. Los dos oficiales montaron a Cipriano en un coche y le pusieron en medio y le condujeron a la Villa de Sexto, donde el procónsul Galerio Máximo se había retirado por motivo de salud. El procónsul Galerio Máximo mandó que se le guardara a Cipriano hasta el día siguiente. Entre tanto, el bienaventurado Cipriano fue conducido a la casa del alguacil del varón clarísimo Galerio Máximo, procónsul, y en ella estuvo hospedado, en la calle de Saturno, situada entre la de Venus y la de la Salud. Allí afluyó toda la muchedumbre de los hermanos, lo que sabido por San Cipriano, mandó que las vírgenes fueran puestas a buen recaudo, pues todos se habían quedado en la calle, ante la puerta del oficial, donde el obispo se hospedaba.
Al día siguiente, decimoctavo de las calendas de octubre (14 de septiembre), una enorme muchedumbre se reunió en la Villa Sexti, conforme al mandato del procónsul Galerio Máximo. Y sentado en su tribunal en el atrio llamado Sauciolo, el procónsul Galerio Máximo dio orden, aquel mismo día, de que le presentaran a Cipriano.
Habiéndole sido presentado, el procónsul Galerio Máximo dijo al obispo Cipriano:
- ¿Eres tú Tascio Cipriano?
El obispo Cipriano respondió:
- Yo lo soy.
— ¿Tú te has hecho padre de los hombres sacrílegos?
— Sí.
— Los sacratísimos emperadores han mandado que sacrifiques.
— No sacrifico.
— Reflexiona y mira por ti.
— Haz lo que se te ha mandado. En cosa tan justa no hace falta reflexión alguna.
Galerio Máximo, después de deliberar con su consejo, a duras penas y de mala gana, pronunció la sentencia con estos considerandos:
- Durante mucho tiempo has vivido sacrílegamente y has juntado contigo en criminal conspiración a muchísima gente, constituyéndote enemigo de los dioses romanos y de sus sacros ritos, sin que los piadosos y sacratísimos príncipes Valeriano y Galieno, Augustos, y Valeriano, nobilísimo César, hayan logrado hacerte volver a su religión. Por tanto, convicto de haber sido cabeza y abanderado de hombres reos de los más abominables crímenes, tú servirás de escarmiento a quienes juntaste para tu maldad, y con tu sangre quedará sancionada la ley.
Y dicho esto, leyó en alta voz la sentencia en la tablilla: —Mandamos que Tascio Cipriano sea pasado a filo de espada.
El obispo Cipriano dijo:
- Gracias a Dios.
Oída esta sentencia, la muchedumbre de los hermanos decía:
- También nosotros queremos ser degollados con él.
Con ello se levantó un alboroto entre los hermanos, y mucha turba de gentes le siguió hasta el lugar del suplicio. Fue, pues, conducido Cipriano al campo o Villa de Sexto y, llegado allí, se quitó su sobreveste y capa, dobló sus rodillas en tierra y se prosternó rostro en el polvo para hacer oración al Señor. Luego se despojó de la dalmática y la entregó a los diáconos y, quedándose en su túnica interior de lino, estaba esperando al verdugo. Venido éste, el obispo dio orden a los suyos que le entregaran veinticinco monedas de oro. Los hermanos, por su parte, tendían delante de él lienzos y pañuelos. Seguidamente, el bienaventurado Cipriano se vendó con su propia mano los ojos; mas como no pudiera atarse las puntas del pañuelo, se las ataron el presbítero Juliano y el subdiácono del mismo nombre.
Así sufrió el martirio el bienaventurado Cipriano. Su cuerpo, para evitar la curiosidad de los gentiles, fue retirado a un lugar próximo. Luego, por la noche, sacado de allí, fue conducido entre cirios y antorchas, con gran veneración y triunfalmente, al cementerio del procurador Macrobio Candidiano, sito en el camino de Mapala, junto a los depósitos de agua de Cartago. Después de pocos días murió el procónsul Galerio Máximo.
El beatísimo mártir Cipriano sufrió el martirio el día decimoctavo de las calendas de octubre (el 14 de septiembre), siendo emperadores Valeriano y Galieno y reinando nuestro Señor Jesucristo, a quien es honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén



SANTA CRISPINA (En Theveste, África, hacia fines del 304)
Siendo cónsules Diocleciano por novena vez y Maximiano por octava, el día de las nonas de diciembre (5 de diciembre), en la colonia de Theveste, sentado dentro de su despacho en el tribunal el procónsul Anulino, el secretario de la audiencia dijo:
- Si das sobre ello orden, Crispina, natural de Tagura, por haber despreciado la ley de nuestros señores los emperadores, pasará a ser oída.
El procónsul Anulino dijo:
- Que pase.
Entrado, pues, que hubo Crispina, Anulino dijo:
- ¿Conoces, Crispina, el tenor del mandato sagrado?
- Ignoro de qué mandato se trate.
- Que tienes que sacrificar a todos los dioses por la salud de los príncipes, conforme a ley dada por nuestros señores Diocleciano y Maximiano, píos augustos, y Constancio y Máximo, nobilísimos césares.
- Yo no he sacrificado jamás ni sacrifico, sino al solo y verdadero Dios y a nuestro Señor Jesucristo, Hijo suyo, que nació y padeció.
- Corta esa superstición y dobla tu cabeza al culto de los dioses de Roma.
- Todos los días adoro a mi Dios omnipotente; fuera de Él, a ningún otro Dios conozco.
- Eres mujer dura y desdeñosa; pero pronto vas a sentir, bien contra tu gusto, la fuerza de las leyes.
- Cuanto pudiere sucederme lo he de sufrir con gusto por mantener la fe que profesas
- Tan grande es tu vanidad, que ya no quieres abandonar tu superstición y venerar a los dioses.
- Diariamente venero, pero al Dios vivo y verdadero, que es mi Señor, fuera del cual ningún otro conozco.
- Mi deber es presentarte el sagrado mandato para que lo observes.
- Un sagrado mandato he de observar, pero es el de mi Señor Jesucristo.
- Voy a dar sentencia de que se te corte la cabeza si no obedeces a los mandatos de los emperadores, nuestros señores, a quienes se te forzará a servir, obligándote a doblar el cuello bajo el yugo de la ley. Toda el África ha sacrificado, como de ello no te cabe a ti misma duda.
- Jamás se ufanarán ellos de hacerme sacrificar a los demonios; sino que sacrifico al Señor que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en ellos.
- ¿Luego no son para ti aceptados estos dioses, a quienes se te obliga que rindas servicio, a fin de llegar sana y salva a la devoción?
- No hay devoción alguna donde interviene fuerza que violenta.
- Mas lo que nosotros buscamos es que tú seas ya voluntariamente devota, y en los sagrados templos, doblada tu cabeza, ofrezcas incienso a los dioses de los romanos.
- Eso yo no lo he hecho jamás desde que nací, ni sé lo que es, ni pienso hacerlo mientras viviere.
- Pues tienes que hacerlo, si quieres escapar a la severidad de las leyes.
- No me dan miedo tus palabras; esas leyes nada son. Mas si consintiera en ser sacrílega, el Dios que está en los cielos me perdería, y yo no aparecería en el día venidero.
- Sacrílega no puedes ser cuando, en realidad, vas a obedecer sagradas órdenes.
- ¡Perezcan los dioses que no han hecho el cielo y la tierra! Yo sacrifico al Dios eterno que permanece por los siglos de los siglos, que es Dios verdadero y temible, que hizo el mar, la verde hierba y la tierra seca. Mas los hombres que Él mismo hizo ¿que pueden darme?
- Practica la religión romana, que observan nuestros señores los césares invictos y nosotros mismos guardamos.
- Ya te he dicho varias veces que estoy dispuesta a sufrir los tormentos a que quieras someterme, antes que manchar mi alma en esos ídolos, que son pura piedra, obras de mano de hombre.
- Estás blasfemando y no haces lo que conviene a tu salud.
Y añadió Anulino a los oficiales del tribunal:
- Hay que dejar a esta mujer totalmente fea, y así empezad por raerle a navaja la cabeza, para que la fealdad comienze por la cara.
- Que hablen los dioses mismos, y creo. Si yo no buscara mi propia salud, no estaría ahora delante de tu tribunal.
- ¿Deseas prolongar tu vida o morir entre tormentos, como tus otras compañeras?
- Si quisiera morir y entregar mi alma a la perdición en el fuego eterno, ya hubiera rendido mi voluntad a tus demonios.
- Mandaré que se te corte la cabeza si te niegas a adorar a los dioses venerables.
- Si tanta dicha lograre, yo daré gracias a mi Dios. Lo que yo deseo es perder mi cabeza por mi Dios, pues a tus vanísimos ídolos, mudos y sordos, yo no sacrifico.
- ¿Conque te obstinas de todo punto en ese necio propósito?
- Mi Dios, que es y permanece para siempre, Él me mandó nacer, Él me dio la salud por el agua saludable del bautismo, Él está en mí, ayudándome y confortando a su esclava, a fin de que no corneta yo el sacrilegio de adorar a los ídolos.
- ¿A qué aguantar por más tiempo a esta impía cristiana? Léanse las actas del códice con todo el interrogatorio.
Leídas que fueron, el procónsul Anulino, leyó de la tablilla la sentencia:
- Crispina, que se obstina en una indigna superstición, que no ha querido sacrificar a nuestros dioses, conforme a los celestiales mandatos de la ley de los augustos, he mandado sea pasada a filo de espada.
- Bendigo a Dios que así se ha dignado librarme de tus manos. ¡Gracias a Dios!
Y, signándose la frente, fue degollada por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

jueves, 29 de septiembre de 2011

ACTAS DE LOS MARTIRES -1

PROTOMARTIRES ROMANOS
En el año 64, la cristiandad romana va a pasar literalmente por la prueba del fuego. Una clara noche de julio de dicho año, sentado en el trono imperial Nerón, un terrible incendio, propagado con inusitada violencia, destruyó durante seis días los principales barrios de la vieja Roma... La descripción que del siniestro nos ha dejado Tácito en sus Anales, escritos unos cincuenta años después del suceso, pertenece a las páginas justamente más célebres de la literatura universal; celebridad enormemente acrecida por ser en esa página donde por primera vez una pluma pagana (y nada menos que la del historiador romano más importante) deja constancia del hecho más grande de la historia universal: el cristianismo y la muerte violenta de su fundador, Cristo:

El incendio de Roma y los mártires el Vaticano(Tácito, Ann., XV, 38-44)
“Siguióse un desastre, no se sabe si por obra del azar o por maquinación del emperador (pues una y otra versión tuvieron autoridad), pero sí más grave y espantoso de cuantos acontecieron a esta ciudad por violencia del fuego. […]
Añadióse a todo esto los gritos de las mujeres despavoridas, los ancianos y los niños; unos arrastraban a los enfermos, otros los aguardaban; gentes que se detenían, otras que se apresuraban, todo se tornaba impedimento. Y a menudo sucedía que, volviendo la vista atrás, se hallaban atacados por el fuego de lado o de frente; o que, al escapar a los barrios vecinos, alcanzados también estos por el siniestro, daban con la misma calamidad aun en parajes que creyeran alejados. […]
Por otra parte, nadie se atrevía a tajar el incendio, pues había fuertes grupos de hombres que, con repetidas amenazas, prohibían apagarlo, a lo que se añadían que otros, a cara descubierta, lanzaban tizones, y a gritos proclamaban estar autorizados para ello, fuera para llevar a cabo más libremente sus rapiñas, fuera que, efectivamente, se les hubiera dado semejante orden.
Nerón, que a la sazón tenía su residencia en Ancio, no volvió a la ciudad hasta que el fuego se fue acercando a su casa, por la que había unido el Palatino y los jardines de Mecenas. […]
Todo ello, si bien encaminado al favor popular, caía en el vacío, pues se había esparcido el rumor de que, en el momento mismo en que se abrasaba la ciudad, había él subido a la escena de su palacio y había recitado la ruina de Troya, buscando semejanza a las calamidades presentes en los desastres antiguos.
Por fin, a los seis días, se logró poner término al incendio al pie mismo del Esquilino, derribando en un vasto espacio los edificios, a fin de oponer a su continua violencia un campo raso y, por así decir, el vacío del cielo.
Aun no se había ido el miedo y vuelto la esperanza al pueblo, cuando de nuevo estalló el incendio, si bien en lugares más deshabitados de la ciudad, por lo que fueron menos las víctimas humanas, derruyéndose, en cambio, más ampliamente templos de dioses y galerías dedicadas a esparcimiento y recreo. Sobre este nuevo incendio corrieron aún peores voces, por haber estallado en los campos aurelianos de Tigelino y creerse que, por lo visto, Nerón buscaba la gloria de fundar una nueva ciudad y llamarla con su nombre. […]
Sea de ello lo que fuere, Nerón se aprovechó de la ruina de su ciudad y se construyó un palacio, en que no eran tanto de admirar las piedras preciosas y el oro, cosas gastadas de antiguo y hechas vulgares por el lujo, cuanto de campos y estanques, y, al modo de los desiertos, acá unos bosques, allá espacios descubiertos y panoramas[…]
Tales fueron las medidas aconsejadas por la humana prudencia. Seguidamente se celebraron expiaciones a los dioses y se consultaron los libros sibilinos. Siguiendo sus indicaciones, se hicieron públicas rogativas a Vulcano, a Ceres y a Proserpina; se ofreció por las matronas un sacrificio de propiciación a Juno, primero en el Capitolio, luego junto al próximo mar, de donde se sacó agua para rociar el templo e imagen de la diosa.
Sin embargo, ni por industria humana, ni por larguezas del emperador, ni por sacrificios a los dioses, se lograba alejar la mala fama de que el incendio había sido mandado. Así pues, con el fin de extirpar el rumor, Nerón se inventó unos culpables, y ejecutó con refinadísimos tormentos a los que, aborrecidos por sus infamias, llamaba el vulgo cristianos. El autor de este nombre, Cristo, fue mandado ejecutar con el último suplicio por el procurador Poncio Pilatos durante el Imperio de Tiberio y, reprimida, por de pronto, la perniciosa superstición, irrumpió de nuevo no sólo por Judea, origen de este mal, sino por la urbe misma, a donde confluye y se celebra cuanto de atroz y vergonzoso hay por dondequiera.
Así pues, se empezó por detener a los que confesaban su fe; luego, por las indicaciones que éstos dieron, toda una ingente muchedumbre quedó convicta, no tanto del crimen del incendio, cuanto de odio al género humano. Su ejecución fue acompañada de escarnios, y así unos, cubiertos de pieles de animales, eran desgarrados por los dientes de los perros; otros, clavados en cruces, eran quemados al caer el día, a guisa de luminarias nocturnas.
Para este espectáculo, Nerón había cedido sus propios jardines y celebró unos juegos en el circo, mezclado en atuendo de auriga entre la plebe o guiando él mismo su coche. De ahí que, aun castigando a culpables y merecedores de los últimos suplicios, se les tenía lástima, pues se tenía la impresión de que no se los eliminaba por motivo de pública autoridad, sino por satisfacer la crueldad de uno solo.”

El incendio de Roma, según Suetonio(Nero, XXXVIII)
“Mas ni a su pueblo ni a las murallas de su patria perdonó Nerón. En efecto, con achaque de serle molesta la deformidad de los viejos edificios y la estrechez y tortuosidad de las calles, prendió fuego a la ciudad tan al descubierto que varios consulares que sorprendieron a camareros suyos con estopa y teas en sus propias fincas, no se atrevieron ni a tocarlos, y algunos graneros, situados en el solar de la Casa de Oro, qué él codiciaba sobre toda ponderación, fueron derribados con máquinas de guerra y abrasados, por estar hechos con piedra de sillería. Durante seis días con sus noches duró en todo su furor el estrago, obligando a la muchedumbre a buscar cobijo en los públicos monumentos y sepulcros.
Entonces, aparte un número inmenso de casas particulares, se quemaron los palacios de los antiguos generales, adornados todavía con los trofeos e los enemigos; los templos de los dioses, que se remontaban a la época de los reyes, y otros consagrados en las guerras gálicas y púnicas, y, en fin, cuanto de precioso y memorable había sobrevivido al tiempo.
Nerón contempló el incendio desde la torre de Mecenas, y arrebatado “por la belleza”, como él decía, “de las llamas”, recitó, vestido de su famoso traje de teatro, la “Toma de Ilión”. Y para que no se le escapara tampoco esta ocasión de coger la mayor presa y botín posible, prometió retirar por su cuenta los escombros y cadáveres, con cuyo pretexto no permitió a nadie acercarse a los restos de sus bienes; y con las tributaciones, no ya sólo voluntarias, sino exigidas, dejó casi exhaustas a las provincias y a los particulares.”



LA NOBLEZA ROMANA em>Martirio de los Flavios y de Glabrión, bajo Domiciano
1. RELATO DE DIÓN CASIO (Historia Romana, 67, 14) “En este tiempo se
empedró el camino que va de Sinuesa a Puzzoli. En el mismo año (95), Domiciano hizo degollar, entre otros, a Flavio Clemente, en su mismo consulado, a pesar de ser primo suyo, y a la mujer de éste, también pariente suyo.
A los dos se los acusaba de ateísmo, crimen por el que fueron también condenados otros muchos que se habían pasado a las costumbres judaicas.
De ellos, unos murieron; a otros se les confiscaron sus bienes; en cuanto a la sobrina de Clemente, llamada también Domitila, fue desterrada a la isla Poncia.
A Glabrión, que había ejercido la magistratura junto a Trajano, le mandó matar, acusado, entre otras cosas, de lo mismo que el resto de las víctimas, y particularmente de que combatía con las fieras. A propósito de lo cual, una de las causas por las que estaba Domiciano más irritado por envidia contra él fue que, llamándole a Albano, durante su consulado, a las Juvenales, le forzó el emperador a que matara un gran león. Y Glabrión no sólo no recibió daño alguno de la fiera, sino que con certerísimos golpes dio cuenta de ella.”
2. RELATO DE SUETONIO (Vitae Caesarum, Dom., 10, 2 y 15, 1)
“Domiciano mandó matar a muchos senadores, entre los que había algunos consulares. De ellos, a Cívica Cereal, procónsul del Asia, a Salvidieno Orfito y a Acilio Glabrión, que estaba desterrado, los acusó de supuestas conjuras contra el régimen; a los otros los ejecutó por la más ligera causa. Por fin, de repente y por levísima sospecha, poco menos que en su mismo consulado, hizo matar a Flavio Clemente, primo suyo, cuyos hijos, a la sazón pequeños, estaban públicamente destinados para sucederle en el Imperio, y a quienes, cambiando su antiguo nombre, había llamado al uno Vespasiano y al otro Domiciano. Este crimen fue el que más aceleró su ruina.”
3. RELATO DE EUSEBIO (HE, III, 18, 4)
“Por este tiempo, la doctrina de nuestra fe despedía tan gran resplandor, que aun escritores alejados de nuestra palabra no vacilaron en relatar en sus historias la persecución de Domiciano y los martirios a que dio lugar.
Y hasta indicaron con toda precisión el tiempo de ella, contando cómo en el año decimoquinto de su imperio, Flavia Domitila, hija de una hermana de Flavio Clemente, uno de los cónsules entonces de Roma, fue relegada con otros muchísimos a la isla de Poncia, por su testimonio de Cristo.”
4. RELATO DE EUSEBIO(Chron. ad. Ol. 218)
“Escribe Brutio que muchísimos cristianos sufrieron el martirio bajo Domiciano; entre ellos Flavia Domitila, sobrina, por parte de hermana, de Flavio Clemente, por haber atestiguado ser cristiana.”
5. SAN JERÓNIMO (Epist. 108, ad Eustochium, 7)
“Pasó (santa Paula, camino de Roma a Belén) por la isla Poncia, a la que en otro tiempo hizo famosa el destierro, bajo el emperador Domiciano, de la más noble de las mujeres, Flavia Domitila, relegada allí por la confesión del nombre de Cristo, y viendo las celdillas en que aquélla había sufrido un largo martirio, sentía nacerle alas de fe, y deseaba ya ver Jerusalén y los santos lugares.”



SANTAS PERPETUA Y FELICIDAD Cartago, 7 de marzo de 203
Las actas del martirio de las santas Felicidad y Perpetua (7 de marzo del 203) constituyen un relato altamente significativo para darnos una idea, al menos aproximada, de las exigencias que el cristianismo comportaba en la vida pública, social y familiar. El ejemplo que protagoniza Perpetua es una muestra patente de anteponer los dictados de la fe a los lazos de la sangre y de la familia: […]
“Fueron detenidos los adolescentes catecúmenos Revocato y Felicidad, ésta compañera suya de servidumbre; Saturnino y Secúndulo, y entre ellos también Vibia Perpetua, de noble nacimiento, instruida en las artes liberales, legítimamente casada, que tenía padre, madre y dos hermanos, uno de éstos catecúmeno como ella, y un niño pequeñito al que alimentaba ella misma. Contaba unos veintidós años. A partir de aquí, ella misma narró punto por punto todo el orden de su martirio (y yo lo reproduzco, tal como lo dejó escrito de su mano y propio sentimiento).

“Cuando todavía -dice- nos hallábamos entre nuestros perseguidores, como mi padre deseara ardientemente hacerme apostatar con sus palabras y, llevado de su cariño, no cejara en su empeño de derribarme:
- Padre –le dije-, ¿ves, por ejemplo, ese utensilio que está ahí en el suelo, una orza o cualquier otro?
- Lo veo –me respondió.
- ¿Acaso puede dársele otro nombre que el que tiene?
- No.
- Pues tampoco yo puedo llamarme con nombre distinto de lo que soy: cristiana. […]
De allí a unos días, se corrió el rumor de que íbamos a ser interrogados. Vino también de la ciudad mi padre, consumido de pena, se acercó a mí con la intención de derribarme y me dijo:
- Compadécete, hija mía, de mis canas; compadécete de tu padre, si es que merezco ser llamado por ti con el nombre de padre. Si con estas manos te he llevado hasta esa flor de tu edad, si te he preferido a todos tus hermanos, no me entregues al oprobio de los hombres. Mira a tus hermanos; mira a tu madre y a tu tía materna; mira a tu hijito, que no ha de poder sobrevivir. Depón tus ánimos, no nos aniquiles a todos, pues ninguno de nosotros podrá hablar libremente, si a ti te pasa algo.
Así hablaba como padre, llevado de su piedad, a par que me besaba las manos, se arrojaba a mis pies y me llamaba, entre lágrimas, no ya su hija, sino su señora. Y yo estaba transida de dolor por el caso de mi padre, pues era el único de toda mi familia que no había de alegrarse de mi martirio. Y traté de animarlo, diciéndole:
- Allá en el estrado sucederá lo que Dios quisiere; pues has de saber que no estamos puestos en nuestro poder sino en el de Dios.
Y se retiró de mi lado, sumido en la tristeza.
Otro día, mientras estábamos comiendo, se nos arrebató súbitamente para ser interrogados, y llegamos al foro o plaza pública. Inmediatamente se corrió la voz por los alrededores de la plaza, y se congregó una muchedumbre inmensa. Subimos al estrado. Interrogados todos los demás, confesaron su fe. Por fin me llegó a mí también el turno. Y de pronto apareció mi padre con mi hijito en los brazos, y me arrancó del estrado, suplicándome:
- Compadécete del niño chiquito.
Y el procurador Hilariano, que había recibido a la sazón el ius gladii o poder de vida y muerte, en lugar del difunto procónsul Minucio Timiniano:
- Ten consideración –dijo- a las canas de tu padre; ten consideración a la tierna edad del niño. Sacrifica por la salud de los emperadores.
Y yo respondí:
- No sacrifico.
- Luego ¿eres cristiana?
- Sí, soy cristiana.
Y como mi padre se mantenía firme en su intento de derribarme, Hilariano dio orden de que se lo echara de allí, y aun le golpearon. Yo sentí los golpes de mi padre como si a mí misma me hubieran apaleado. Así me dolí también por su infortunada vejez. […]
Luego, al cabo de unos días, Pudente, soldado lugarteniente, oficial de la cárcel, empezó a tenernos gran consideración, por entender que había en nosotros una gran virtud. Y así, admitía a muchos que venían a vernos con el fin de aliviarnos los unos a los otros.
Mas cuando se aproximó el día del espectáculo, entró mi padre a verme, consumido de pena, y empezó a mesarse su barba, a arrojarse por tierra, pegar su faz en el polvo, maldecir de sus años y decir palabras tales, que podían conmover la creación entera. Yo me dolía de su infortunada vejez. […]
En cuanto a Felicidad, también a ella le fue otorgada gracia del Señor, del modo que vamos a decir:
Como se hallaba en el octavo mes de su embarazo (pues fue detenida encinta), estando inminente el día del espectáculo, se hallaba sumida en gran tristeza, temiendo se había de diferir su suplicio por razón de su embarazo (pues la ley veda ejecutar a las mujeres embarazadas), y tuviera que verter luego su sangre, santa e inocente, entre los demás criminales. Lo mismo que ella, sus compañeros de martirio estaban profundamente afligidos de pensar que habían de dejar atrás a tan excelente compañera, como caminante solitaria por el camino de la común esperanza. Juntando, pues, en uno los gemidos de todos, hicieron oración al Señor tres días antes del espectáculo. Terminada la oración, sobrecogieron inmediatamente a Felicidad los dolores del parto. Y como ella sintiera el dolor, según puede suponerse, de la dificultad de un parto trabajoso de octavo mes, díjole uno de los oficiales de la prisión:
- Tú que así te quejas ahora, ¿qué harás cuando seas arrojada a las fieras, que despreciaste cuando no quisiste sacrificar?
Y ella respondió:
- Ahora soy yo la que padezco lo que padezco; mas allí habrá otro en mí, que padecerá por mí, pues también yo he de padecer por Él.
Y así dio a luz una niña, que una de las hermanas crió como hija. […]
Como el tribuno los tratara con demasiada dureza, pues temía, por insinuaciones de hombres vanos, no se le fugaran de la cárcel por arte de no sabemos qué mágicos encantamientos, se encaró con él Perpetua y le dijo:
- ¿Cómo es que no nos permites alivio alguno, siendo como somos reos nobilísimos, es decir, nada menos que del César, que hemos de combatir en su natalicio? ¿O no es gloria tuya que nos presentemos ante él con mejores carnes?

El tribuno sintió miedo y vergüenza, y así dio orden de que se los tratara más humanamente, de suerte que se autorizó a entrar en la cárcel a los hermanos de ella y a los demás, y que se aliviaran mutuamente; más que más, ya que el mismo Pudente había abrazado la fe.
[…]
Mas contra las mujeres preparó el diablo una vaca bravísima, comprada expresamente contra la costumbre. Así, pues, despojadas de sus ropas y envueltas en redes, eran llevadas al espectáculo. El pueblo sintió horror al contemplar a la una, joven delicada, y a la otra, que acababa de dar a luz. Las retiraron, pues y las vistieron con unas túnicas.
La primera en ser lanzada en alto fue Perpetua, y cayó de espaldas; pero apenas se incorporó sentada, recogiendo la túnica desgarrada, se cubrió la pierna, acordándose antes del pudor que del dolor. Luego, requerida una aguja, se ató los dispersos cabellos, pues no era decente que una mártir sufriera con la cabellera esparcida, para no dar apariencia de luto en el momento de su gloria.
Así compuesta, se levantó, y como viera a Felicidad tendida en el suelo, se acercó, le dio la mano y la levantó. Ambas juntas se sostuvieron en pie, y, vencida la dureza del pueblo, fueron llevadas a la puerta Sanavivaria. Allí, recibida por cierto Rústico, a la sazón catecúmeno, íntimo suyo, como si despertara de un sueño (tan absorta en el Espíritu había estado), empezó a mirar en torno suyo, y con estupor de todos, dijo:
- ¿Cuándo nos echan esa vaca que dicen?
Y como le dijeran que ya se la habían echado, no quiso creerlo hasta que reconoció en su cuerpo y vestido las señales de la acometida. Luego mandó llamar a su hermano, también catecúmeno, y le dirigió estas palabras:
- Permaneced firmes en la fe, amaos los unos a los otros y no os escandalicéis de nuestros sufrimientos. […]
Mas como el pueblo reclamó que salieran al medio del anfiteatro para juntar sus ojos, compañeros del homicidio, con la espada que había de atravesar sus cuerpos, ellos espontáneamente se levantaron y se trasladaron donde el pueblo quería. Antes se besaron unos a otros, a fin de consumar el martirio con el rito solemne de la paz.
Todos, inmóviles y en silencio, se dejaron atravesar por el hierro; pero señaladamente Sáturo (que era quien los había introducido en la fe y que se había entregado voluntariamente al conocer su encarcelamiento para compartir así su suerte), como fue el primero en subir la escalera y en su cúspide estuvo esperando a Perpetua, fue también el primero en rendir su espíritu.
En cuanto a ésta, para que gustara algo de dolor, dio un grito al sentirse punzada entre los huesos. Entonces ella misma llevó a su garganta la diestra errante del gladiador novicio. Tal vez mujer tan excelsa no hubiera podido ser muerta de otro modo, como quien era temida del espíritu inmundo, si ella no hubiera querido.
¡Oh fortísimos y beatísimos mártires! ¡Oh de verdad llamados y escogidos para gloria de nuestro Señor Jesucristo! El que esta gloria engrandece, honra y adora, debe ciertamente leer también estos ejemplos, que no ceden a los antiguos, para edificación de la Iglesia, a fin de que también las nuevas virtudes atestigüen que es uno solo y siempre el mismo Espíritu Santo el que obra hasta ahora, y a Dios Padre omnipotente y a su Hijo Jesucristo, Señor nuestro, a quien es claridad y potestad sin medida por los siglos de los siglos. Amén.” D

miércoles, 28 de septiembre de 2011

UN TESTIMONIO MAS

Juan Wu Chin Hsiung fue un insigne jurisconsulto, diplomático y escritor chino, convertido al catolicismo, testimonio de primerísima categoría del influjo que ejerce santa Teresa del Nińo Jesús en el mundo asiático. Su vida, toda para Dios, en la búsqueda sedienta de la Verdad y en el feliz encuentro, permite vislumbrar las transformaciones maravillosas que opera la santa doctora en el alma oriental.

En busca del «verdadero bien»
El Dr. Juan Wu Chin Hsiung nació en 1899 de familia confucionista. Catedrático y escritor fecundo, ha legado un valioso tesoro de libros y escritos en chino y en inglés sobre temas jurídicos, políticos y ascéticos. Destacan, entre sus obras ascéticas, “Más allá del Oriente y del Occidente”, y “El Carmelo interior. El triple camino de vida", en las que reúne el humanismo chino y la espiritualidad cristiana. Según el padre Juan A. Eguren, SJ, fuente principal de esta semblanza, estas dos publicaciones permiten recorrer las diversas etapas que siguió Wu «hasta llegar a la cumbre de la Verdad y admirar la intervención impresionante que tuvo santa Teresa del Niño Jesús en su conversión a la fe católica».
Joven estudiante de 17 ańos, Wu Chin-Hsiung dio el paso del confucionismo a la confesión metodista. Pero le decepcionó la inconsistencia protestante, basada en la libre interpretación de la Biblia, y su vaga teología. Al borde del agnosticismo, escribía en 1937: «Para ser un chino de mi generación hay que ser una persona extraviada. He sido expulsado de un puerto después de otro. Uno tras otro han ido cayendo de su pedestal todos los ídolos para dar en el fuego y aún no he encontrado el verdadero bien».
De forma gráfica describe Wu, en dos escenas de su vida, el contraste profundo entre los desaciertos anteriores a su conversión y el cambio radical que experimentó una vez incorporado a la Iglesia de Cristo:
«Una vez me puse a curiosear el cuaderno de composiciones de mi hija mayor Inés. Y me encontré con que había escrito algo de este tenor: La vida de nuestra familia es simplemente desgraciada. Cuando salgo para el colegio por la mañana, me dicen que papá acaba de acostarse, y cuando vuelvo a casa por la tarde me dicen que papá acaba de salir en busca de placeres. Y así esta última temporada no he conseguido ni siquiera una mirada de mi padre. Mi madre se pasa llorando todo el día... ˇOh cielos!,
¿por qué habré nacido en tal familia? Al leer estas líneas sentí que mi corazón se desgarraba con un pesar indescriptible. Con todo no me decidí a enmendar mi vida».
Y sigue la parte feliz: «Hace unos días recibí una carta cariñosísima de la misma hija Inés, en la que me decía: No puedo imaginarme un padre mejor en todo el mundo. Me extrañaría que recordase lo que había escrito de mí en su diario. No sin razón he escrito recientemente: Con Cristo, el hogar es el preludio del cielo; sin Cristo, es el preludio del infierno».

Encuentro con la «Florecilla de Jesús»
Así lo relata el Dr. Wu: «La primera vez que oí nombrar a Santa Teresa de Lisieux fue en casa de un amigo querido, el seńor Yuang LiaHoang, católico muy celoso, quien me había ofrecido hospedaje durante el invierno de 1937. Ante todo, me sentí impresionado del fervor con que la familia rezaba el Rosario. Un día, a la vista de una estampa de santa Teresa, pregunté a mi anfitrión: żEs la Virgen María? Y me respondió: Es la Florecilla de Jesús. Pero, ¿quién es esa Florecilla de Jesús? Me miró sorprendido y me dijo:
ˇCómo! ¿aún no conoces a santa Teresa de Lísieux? Entonces me entregó un folleto en francés titulado Santa Teresa del Niño Jesús, breve biografía de la santa y antología de suspensamientos. Tuve el sentimiento indefinido de que aquellos pensamientos expresaban algunas de mis profundas convicciones, y me dije para mis adentros: Si esta santa representa el catolicismo, no veo ninguna razón para no hacerme católico». Leyó ávidamente unos libros que le prestó un sacerdote y recibió el bautismo el 18 de diciembre de 1937.
«El poeta Dante fue mi guía hasta la puerta de la Iglesia católica. Pero, ¿quién me movió a cruzarla? Han sido la Madre de Dios y su pequeña hija Teresa de Lisieux... En Shangai había nacido a la fe católica, pero fue en Hong Kong donde se nutrió mi espíritu de fe».
Un favor especial facilitó la conversión de su esposa. La benjamina de la familia cayó gravemente enferma a causa de una neumonía. Desesperada la madre, tomó a la niña en brazos y, arrodillada ante la dulce efigie de santa Teresa, le imploró con fervor la curación de la niña. A las pocas horas había desaparecido la neumonía. De este modo, y sin ningún tipo de coacción, la esposa del Dr. Wu y sus trece hijos fueron bautizados en la Iglesia católica.
El inmenso y filial amor que el Dr. Juan Wu profesaba a la Iglesia católica lo expresa esta sugestiva frase : «Toda mi vida he estado buscando una Madre y al fin la he encontrado en la Iglesia católica».

Testigo
El bien como el mal es incontenible. En la escuela de santa Teresa de Lisieux, el Dr. Wu hizo profesión pública de fe y ejerció una decisiva influencia, no sólo en el amplio círculo de parientes y amistades, sino también en intelectuales y políticos sedientos de verdad y belleza moral. A petición de un colega, redactó para la revista T’ien Hsia, en 1940, un bellísimo ensayo sobre el mensaje de santa Teresa, titulado “La ciencia del amor”. En él hace un estudio sutil de la fisonomía espiritual de la santa misionera. Como muestra, he aquí el comentario que dedica a la frase «Jesús lo hace todo; yo no hago nada»:
«Sin duda, Lao Tsu hubiera dicho: El Tao (el Verbo) lo hace todo, yo no hago nada. Pero su Tao es una entidad tan impersonal que me parece frío como el hielo; mientras que Jesús es una llama de amor tan viva que regocija todas las fibras de mi corazón. Para juzgar bajo un punto de vista chino yo diría que la gran señal del cristianismo es que une el profundo misticismo de Lao Tsu con el ardiente humanismo de Confucio... Para los confucionistas Dios es personal, pero estrecho; mientras que para los taoístas es ancho, pero impersonal... Si sólo el cristianismo satisface mi razón es porque me presenta a un Dios ancho y personal a la par. Y Teresa ha confirmado mi fe religiosa por su alma etérea, desprendida como la de Lao Tsu. Y por su corazón tierno, humano como el de Confucio». De este opúsculo se editaron centenares de miles de ejemplares en todo el mundo y en cinco idiomas. En España lo divulgó El siglo de las misiones.
El jesuita argentino Alfredo Sáenz, en su clarificadora obra El hombre moderno, cita a René Guénon, «quien al tiempo que manifestaba su admiración por algunas religiones orientales, considerándolas como expresiones auténticas de sociedades tradicionales, denunciaba su tergiversación y hasta comercialización en el Occidente». El Dr. Wu, enraizado en la cultura oriental y seguro de haber hallado la Verdad revelada en la Iglesia católica, formula así su ideal: «Vamos a ofrecer a nuestro Señor la cultura oriental. Ésta será espiritualizada y bautizada».
Según el padre Eguren, «su libro El Carmelo interior. El triple Camino de vida, es el testimonio más elocuente de este esfuerzo. La combinación estupenda de la sabiduría y del humanismo confuciano, de la filosofía y del misticismo taoísta, con la doctrina ascética y mística de santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz, contribuye a que el mundo intelectual chino aprecie y saboree más a gusto el mensaje de la revelación cristiana». Por ello el Dr. Juan Wu ha sido uno de los católicos que más ha influido en la propagación de la fe católica en su país.

Ministro de China ante la Santa Sede
Durante la guerra mundial, entre 1942 y 1943 y por encargo del presidente Tsiang KaiSheck, el Dr. Wu preparó una magnífica traducción de los Salmos y del Nuevo Testamento, avalada por la felicitación de tres prelados.
A principios de 1946, recibió la noticia de que el gobierno nacional lo había nombrado, por unanimidad, ministro de su país ante la Santa Sede. Nombramiento histórico, porque culminaba una larga trayectoria de frustradas negociaciones a fin de entablar relaciones diplomáticas sin intermediarios políticos.
Antes de partir para la Ciudad Eterna, el Dr. Wu hizo públicas en el Diario de Shanghai unas confidencias admirables. Sin rodeos ni cortedades, manifestó su profunda «convicción, fruto de experiencias personales de que la satisfacción de la vida humana va en proporción directa de la unión divina... Sin la unión con Dios, la vida es un abismo donde se encharcan las aguas estancadas generadoras de todos los sufrimientos. Con la unión divina, la vida se convierte en una fuente de donde brotan las ondas cristalinas de verdaderos goces».
El domingo 16 de febrero de 1947 fue escogido por Pío XII para que el ilustre diplomático chino le presentara sus credenciales. En su emocionado discurso ante la Santa Sede, el Dr. Wu, delegado de un gobierno no cristiano, hubo de moderar sus sentimientos. Pero no desperdició la ocasión para dar público testimonio de sus grandes amores: «Su Santidad dijo ha insistido varias veces sobre la importancia de la caridad universal, la cual sola puede consolidar la paz extinguiendo los odios, las envidias y las discordias. Pues bien, esto encuentra un eco en el corazón de China, ya que la filosofía tradicional enseña que todos los hombres son hermanos. Así el agua está puesta en viejas ánforas y espera con paciencia ser convertida en vino. Dígnese nuestra bendita Madre acelerar una vez más la hora de Jesús. No quiero entretenerme en esta visión de paz por temor de que el fervor me lleve más allá del deber que mi cargo me impone, porque, a semejanza de san Pablo, podría decir: si estoy fuera de mí, lo estoy por Dios; si estoy en mis cabales, lo estoy como representante de mi país».
El Santo Padre, no menos emocionado, respondió ponderando la significación peculiar de la decisión del presidente de la República china de confiar al Dr. Wu el cargo de ministro ante la Santa Sede en aquellos momentos históricos. Y se refirió a la virtud y la ciencia del nuevo ministro, «hijo fiel de la Iglesia, quien en su pensamiento y en su acción ha sabido hermanar con ejemplar armonía el amor a Dios y la entrega a su patria».
Terminada la audiencia, el Dr. Wu, precedido de un séquito de guardias suizos y de personalidades eclesiásticas, se dirigió a la basílica de San Pedro, donde adoró al Santísimo Sacramento. Luego se postró ante la tumba del Príncipe de los Apóstoles. Por primera vez un representante oficial católico del gobierno chino veneraba el sepulcro del primer Papa.
Por encima de este bellísimo cuadro, podemos imaginar dos anchas sonrisas: la de san Francisco Javier, que despegó hacia el cielo, abrasado de amor y a la vista de la soñada China, y la de su hermana cómplice en el empeño de ganar el mundo entero para Cristo, santa Teresa del Niño Jesús.

martes, 27 de septiembre de 2011

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lunes, 26 de septiembre de 2011

holocausto

Conferencia sobre la persecución anticristiana del siglo XXI
Si Asia Bibi sale de su celda 3x3, la rodean 2.399 presos con una oferta de 4.400 euros por matarla...
Cada cinco minutos se asesina un cristiano por razón de su fe. Cada año 105.000 cristianos en el mundo son condenados al martirio. Un verdadero holocausto del que se habla muy poco. Estos son algunos de los datos que se han proporcionado en la conferencia de Roma titulada “Los buenos serán martirizados. Las persecuciones a los cristianos en el siglo XXI.
El evento se ha desarrollado en una Universidad Pontificia Lateranense, con ocasión del veinte aniversario del nacimiento en Roma de “Luci sull´ Est”, una asociación de voluntariado laico de inspiración católica que, después de la caída de la Unió n Soviética, comenzó a enviar libros, rosarios y otros materiales religiosos a los países ex-soviéticos. Entre los participantes destacan: el obispo de San Marino-Montefeltro, monseñor Luigi Negri; el eurodiputado Magdi Cristiano Allam; el director de Asia News, el padre Bernardo Cervellera y el representante de la OSCE para la lucha contra la discriminación contra los cristianos y director del Centro de Estudios de las Nuevas Religiones (CESNUR), Massimo Introvigne. El moderador fue el periodista Julio Loredo.

Autosuficiencia del hombre
Al tomar la palabra, monseñor Negri afirmó que el martirio de los cristianos es una parte importante en el misterio de la iniquidad, ya que no nace de la maldad, sino de un odio intelectual, ideológico, de la imposibilidad de acoger el mensaje de Cristo y de la “ideología sobre la autosuficiencia del hombre”, “porque todas las ideologías convergen, más allá de sus diferencias, en el hecho de que el hombre se ha convertido en el Dios de sí mismo”.
El obispo de San Marino-Montefeltro habló después del “carisma del martirio” como de “la confirmación más grande del Espíritu de Dios”. “La modernidad -añadió- termina en el ateísmo, y el ateísmo acaba en la violencia. La verdad ideológica no es inclusiva, sino que se afirma en la exclusión de lo que es distinto. Por esto, en los regímenes totalitarios los diferentes eran eliminados”. En definitiva, una lógica férrea en la que no entran el satanismo y la corrupción”. El prelado habló después de una ideología que se apoya en los poderes fuertes, definida por Benedicto XVI como tecnociencia, y concluyó diciendo: “Los mártires existen y con su contribución nos invitan a ser cristianos auténticos”, ya que “los testigos apasionados de Cristo, son incansables comunicadores de su vida divina a todos los hombres”.

Emergencia humanitaria
“La intolerancia, la discriminación y la persecución a los cristianos de hoy -dijo Massimo Introvigne – es una emergencia humanitaria que nos afecta a todos. Un problema para la sociedad civil”.
“En el libro World Christian Trends AD 30-AD 2200, el investigador David Barrett fija el número de los mártires cristianos en el mundo en 70 millones, 45 millones de los cuales se han producido en el s.XX -precisó Introvigne-. El número desciende a 160.000 en la primera década de este siglo y se calcula que serán unos 105.000 en la segunda década. Esto significa un mártir cada cinco minutos. Asesinados no por razones bélicas sino por motivos religiosos”.
Lo curioso, añadió el director del CENSUR, es que “todos sienten simpatía por las víctimas, pero también existe un asesino. Pero ´sobre esto os escucharemos en otra ocasión´ como decían a San Pablo”. Entre los asesinos cabe destacar al fundamentalismo islámico, como en Pakistán, donde la apostasía conlleva la pena de muerte y se considera una blasfemia no creer en el Islam. Refiriéndose a esto, Introvigne habló de otros 34 casos de condena a muerte similares al de Asia Bibi. Aunque también hay regímenes comunistas, como el de Corea del Norte o China. Además de nacionalismos religiosos como en India e Indochina.
“Y en un plano distinto al del asesinato o la tortura -precisó Introvigne- existe entre nosotros la intolerancia que es un fenómeno cultural; después está la discriminación que es un fenómeno jurídico, para llegar al de la violencia que entre nosotros es más raro” como en Francia, donde la “policía señala que hay un ataque a una iglesia cada dos días”.

El caso de China
El padre Bernardo Cervellera, observador atento de las cuestiones religiosas en los países orientales, profundizó en la situación de China, de la que, actualmente, tenemos una imagen “turística, con grandes rascacielos, una renta media elevada”, pero donde no se respetan los derechos humanos y que lleva adelante una persecución religiosa “como no se veía desde los años ´50.
El director de AsiaNews cito a los muchos casos de obispos que están retenidos por la policía porque se han negado a adherirse a la Iglesia patriótica. “Recientemente, antes de las Olimpiadas de 2007, 37 obispos clandestinos fueron sometidos al arresto domiciliario”. El padre Cevellera consideró importante en esta situación “el trabajo realizado por Juan Pablo II y Benedicto XVI, gracias al cual muchos obispos del partido han pedido perdón y han vuelto a la Iglesia”.
“Y el hecho de que la Iglesia esté más unida que en los años ´80 explica también el incremento de la persecución”, un aspecto que testimonia en el fondo “un gran fracaso del partido comunista chino, después de 60 años de persecución”. Pero más allá de las persecuciones -concluyó Cervellera- hay esperanza. En este país, actualmente, desean la fe millones de personas y cada año piden ser bautizados unos 150.000 chinos”.

Identidad
El eurodiputado y periodista Magdi Cristiano Allam recordó que, en los países islámicos, “de 10 perseguidos siete son cristianos y desde 1945 hasta hoy, 10 millones de cristianos han sido obligados a dejar sus tierras, junto a un millón de judíos”.
El político egipcio de origen islámico indicó que en el caso del Islam, la persecución no es fruto de la ideología sino de razones religiosas y, de hecho, el judaísmo y el cristianismo son consideradas herejías, mientras que el Islam se considera la única y verdadera religión llamada a convertir a todos. Allam afirmó la necesidad de adquirir la certeza sobre nuestra identidad y sobre las raíces de nuestra civilización, “si nos convertimos en un terreno baldío, seremos tierra de conquista”.
El ex director del “Corriere della Sera”, que se convirtió al catolicismo y fue bautizado en San Pedro en 2008 por el mismo Papa Benedicto XVI, consideró que “el relativismo es una ideología porque se niega el uso de la razón y se prohíbe valorar los contenidos religiosos, y así se compara las religiones considerándolas iguales, prescindiendo de sus contenidos”.>“Se es cristiano -prosiguió- sólo si se cree en Jesucristo. Si se pone en el mismo plano a Cristo y a Mahoma terminamos disminuyendo la certeza de nuestra fe cristiana, además de no declararnos cristianos y de legitimar el Islam, este es el núcleo del problema. O recuperamos la certeza de lo que somos o nuestra civilización terminará por desaparecer”.
Magdi Allam habló después de las incoherencias: “Si se ultraja a otra religión todos se indignan, pero si es el Papa el ultrajado lo llaman libertad de expresión”. Hoy pensamos amar al prójimo odiándonos entre nosotros, y en la ideología del buenismo aceptamos que el prójimo exija prescindir de nosotros mismos”.
El eurodiputado concluyó recordando que es necesario “tener la certeza de quiénes somos, la certeza de la verdad” ya que hay “valores no negociables, como la sacralidad de la vida y la libertad religiosa”. También invitó a encontrar la fuerza “de testificar la certeza en Cristo en una tierra cristiana. Sólo si somos fuertes por dentro, tendremos la autoridad de pedir la libertad para todos los cristianos del mundo”.

domingo, 25 de septiembre de 2011

deudocracia

Χρεοκρατία (2011) es un documental realizado por los periodistas griegos Katerina Kitidi y Ari Hatzistefanou, y distribuido en internet libremente por sus autores, que busca las causas de la crisis y de la deuda en Grecia, y que propone soluciones que el Gobierno y los medios de comunicación dominantes ocultan.


SANTO PADRE, MAGISTRAL
Discurso ante los miembros del Parlamento Federal Alemán y las autoridades máximas del Estado, en el Aula del Bundestag. Mucha sabiduría, sencillez y autoridad moral. El texto -largo- vale la pena. Y luego de leerlo, releerlo, imprimirlo y darlo a conocer. Y dar gracias al Buen Dios porque en esta hora desnortada y triste, tenemos en Benedicto XVI una de las cabezas más lúcidas del siglo. Y qué pena por los que se oponen con ira a estos viajes pontificios sin más armas que el insulto.

Ilustre Señor Presidente, Señor Presidente del Bundestag, Señora Canciller Federal, Señor Presidente del Bundesrat,Señoras y Señores... Es para mi un honor y una alegría hablar ante está Cámara alta, ante el Parlamento de mi Patria alemana, que se reúne aquí como representación del pueblo, elegida democráticamente, para trabajar por el bien común de la República Federal de Alemania. Agradezco al Señor Presidente del Bundestag su invitación a tener este discurso, así como también sus gentiles palabras de bienvenida y aprecio con las que me ha acogido. Me dirijo en esté momento a ustedes, estimados señores y señoras, ciertamente también como un connacional que está vinculado de por vida, por sus orígenes, y sigue con particular atención los acontecimientos de la Patria alemana. Pero la invitación a tener este discurso se me ha hecho en cuanto Papa, en cuanto Obispo de Roma, que tiene la suprema responsabilidad sobre los cristianos católicos. De este modo, ustedes reconocen el papel que le corresponde a la Santa Sede como miembro dentro de la Comunidad de los Pueblos y de los Estados. Desde mi responsabilidad internacional, quisiera proponerles algunas consideraciones sobre los fundamentos del estado liberal de derecho.

Permítanme que comience mis reflexiones sobre los fundamentos del derecho con un breve relato tomado de la Sagrada Escritura. En el primer Libro de los Reyes, se dice que Dios concedió al joven rey Salomón, con ocasión de su entronización, formular una petición. ¿Qué pedirá el joven soberano en este importante momento? ¿Éxito, riqueza, una larga vida, la eliminación de los enemigos? Nada pide de todo esto. Suplica en cambio: "Concede a tu siervo un corazón dócil, para que sepa juzgar a tu pueblo y distinguir entre el bien y mal" (1 R 3,9). Con este relato, la Biblia quiere indicarnos lo que debe ser importante en definitiva para un político. Su criterio último y la motivación para su trabajo como político no debe ser el éxito y mucho menos el beneficio material. La política debe ser un compromiso por la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz. Naturalmente, un político buscará el éxito, que de por sí le abre la posibilidad a la actividad política efectiva. Pero el éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del derecho. El éxito puede ser también una seducción y, de esta forma, abre la puerta a la desvirtuación del derecho, a la destrucción de la justicia. "Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?", dijo en cierta ocasión San Agustín (De civitate Dei IV,4). Nosotros, los alemanes, sabemos por experiencia que estas palabras no son una mera quimera. Hemos experimentado cómo el poder se separó del derecho, se enfrentó contra el derecho; cómo se ha pisoteado el derecho, de manera que el Estado se convirtió en el instrumento para la destrucción del derecho; se transformó en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada, que podía amenazar el mundo entero y empujarlo hasta el borde del abismo. Servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político. En un momento histórico, en el cual el hombre ha adquirido un poder hasta ahora inimaginable, este deber se convierte en algo particularmente urgente. El hombre tiene la capacidad de destruir el mundo. Se puede manipular a sí mismo. Puede, por decirlo así, hacer seres humanos y privar de su humanidad a otros seres humanos que sean hombres. ¿Cómo podemos reconocer lo que es justo? ¿Cómo podemos distinguir entre el bien y el mal, entre el derecho verdadero y el derecho sólo aparente? La petición salomónica sigue siendo la cuestión decisiva ante la que se encuentra también hoy el político y la política misma.

Para gran parte de la materia que se ha de regular jurídicamente, el criterio de la mayoría puede ser un criterio suficiente. Pero es evidente que en las cuestiones fundamentales del derecho, en las cuales está en juego la dignidad del hombre y de la humanidad, el principio de la mayoría no basta: en el proceso de formación del derecho, una persona responsable debe buscar los criterios de su orientación. En el siglo III, el gran teólogo Orígenes justificó así la resistencia de los cristianos a determinados ordenamientos jurídicos en vigor: "Si uno se encontrara entre los escitas, cuyas leyes van contra la ley divina, y se viera obligado a vivir entre ellos…, con razón formaría por amor a la verdad, que, para los escitas, es ilegalidad, alianza con quienes sintieran como él contra lo que aquellos tienen por ley…"(Contra Celsum GCS Orig 428)

Basados en esta convicción, los combatientes de la resistencia han actuado contra el régimen nazi y contra otros regímenes totalitarios, prestando así un servicio al derecho y a toda la humanidad. Para ellos era evidente, de modo irrefutable, que el derecho vigente era en realidad una injusticia. Pero en las decisiones de un político democrático no es tan evidente la cuestión sobre lo que ahora corresponde a la ley de la verdad, lo que es verdaderamente justo y puede transformarse en ley. Hoy no es de modo alguno evidente de por sí lo que es justo respecto a las cuestiones antropológicas fundamentales y pueda convertirse en derecho vigente. A la pregunta de cómo se puede reconocer lo que es verdaderamente justo, y servir así a la justicia en la legislación, nunca ha sido fácil encontrar la respuesta y hoy, con la abundancia de nuestros conocimientos y de nuestras capacidades, dicha cuestión se ha hecho todavía más difícil.

¿Cómo se reconoce lo que es justo? En la historia, los ordenamientos jurídicos han estado casi siempre motivados en modo religioso: sobre la base de una referencia a la voluntad divina, se decide aquello que es justo entre los hombres.

Contrariamente a otras grandes religiones, el cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación. En cambio, se ha referido a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho, se ha referido a la armonía entre razón objetiva y subjetiva, una armonía que, sin embargo, presupone que ambas esferas estén fundadas en la Razón creadora de Dios. Así, los teólogos cristianos se sumaron a un movimiento filosófico y jurídico que se había formado en el siglo II a. C. En la primera mitad del siglo segundo precristiano, se produjo un encuentro entre el derecho natural social desarrollado por los filósofos estoicos y notorios maestros del derecho romano. De este contacto, nació la cultura jurídica occidental, que ha sido y sigue siendo de una importancia determinante para la cultura jurídica de la humanidad. A partir de este vínculo precristiano entre derecho y filosofía inicia el camino que lleva, a través de la Edad Media cristiana, al desarrollo jurídico del Iluminismo, hasta la Declaración de los derechos humanos y hasta nuestra Ley Fundamental Alemana, con la que nuestro pueblo reconoció en 1949 "los inviolables e inalienables derechos del hombre como fundamento de toda comunidad humana, de la paz y de la justicia en el mundo".
Para el desarrollo del derecho, y para el desarrollo de la humanidad, ha sido decisivo que los teólogos cristianos hayan tomado posición contra el derecho religioso, requerido de la fe en la divinidad, y se hayan puesto de parte de la filosofía, reconociendo la razón y la naturaleza en su mutua relación como fuente jurídica válida para todos. Esta opción la había tomado ya san Pablo cuando, en su Carta a los Romanos, afirma: "Cuando los paganos, que no tienen ley [la Torá de Israel], cumplen naturalmente las exigencias de la ley, ellos… son ley para sí mismos. Esos tales muestran que tienen escrita en su corazón las exigencias de la ley; contando con el testimonio de su conciencia…" (Rm 2,14s). Aquí aparecen los dos conceptos fundamentales de naturaleza y conciencia, en los que conciencia no es otra cosa que el "corazón dócil" de Salomón, la razón abierta al lenguaje del ser. Si con esto, hasta la época del Iluminismo, de la Declaración de los Derechos humanos, después de la Segunda Guerra mundial, y hasta la formación de nuestra Ley Fundamental, la cuestión sobre los fundamentos de la legislación parecía clara, en el último medio siglo se dio un cambio dramático de la situación. La idea del derecho natural se considera hoy una doctrina católica más bien singular, sobre la que no vale la pena discutir fuera del ámbito católico, de modo que casi nos avergüenza hasta la sola mención del término. Quisiera indicar brevemente cómo se llegó a esta situación. Es fundamental, sobre todo, la tesis según la cual entre ser y deber ser existe un abismo infranqueable. Del ser no se podría derivar un deber, porque se trataría de dos ámbitos absolutamente distintos. La base de dicha opinión es la concepción positivista, adoptada hoy casi generalmente, de naturaleza y razón. Si se considera la naturaleza – con palabras de Hans Kelsen - "un conjunto de datos objetivos, unidos los unos a los otros como causas y efectos", entonces no se puede derivar de ella realmente ninguna indicación que sea de modo algúno de carácter ético. Una concepción positivista de la naturaleza, que comprende la naturaleza en modo puramente funcional, como las ciencias naturales la explican, no puede crear ningún puente hacia el Ethos y el derecho, sino suscitar nuevamente sólo respuestas funcionales. Sin embargo, lo mismo vale también para la razón en una visión positivista, que muchos consideran como la única visión científica. En ella, aquello que no es verificable o falsable no entra en el ámbito de la razón en sentido estricto. Por eso, el ethos y la religión se deben reducir al ámbito de lo subjetivo y caen fuera del ámbito de la razón en sentido estricto de la palabra. Donde rige el dominio exclusivo de la razón positivista – y este es en gran parte el caso de nuestra conciencia pública – las fuentes clásicas de conocimiento del ethos y del derecho quedan fuera de juego. Ésta es una situación dramática que interesa a todos y sobre la cual es necesaria una discusión pública; una intención esencial de este discurso es invitar urgentemente a ella.

El concepto positivista de naturaleza y razón, la visión positivista del mundo es en su conjunto una parte grandiosa del conocimiento humano y de la capacidad humana, a la cual de modo alguno debemos renunciar en ningún caso. Pero ella misma, en su conjunto, no es una cultura que corresponda y sea suficiente al ser hombres en toda su amplitud. Donde la razón positivista se retiene como la única cultura suficiente, relegando todas las otras realidades culturales a la condición de subculturas, ésta reduce al hombre, más todavía, amenaza su humanidad. Lo digo especialmente mirando a Europa, donde en muchos ambientes se trata de reconocer solamente el positivismo como cultura común o como fundamento común para la formación del derecho, mientras que todas las otras convicciones y los otros valores de nuestra cultura quedan reducidos al nivel de subcultura. Con esto, Europa se sitúa, ante otras culturas del mundo, en una condición de falta de cultura y se suscitan, al mismo tiempo, corrientes extremistas y radicales. La razón positivista, que se presenta de modo exclusivista y que no es capaz de percibir nada más que aquello que es funcional, se parece a los edificios de cemento armado sin ventanas, en los que logramos el clima y la luz por nosotros mismos, y sin querer recibir ya ambas cosas del gran mundo de Dios. Y, sin embargo, no podemos negar que en este mundo autoconstruido recurrimos en secreto igualmente a los "recursos" de Dios, que transformamos en productos nuestros. Es necesario volver a abrir las ventanas, hemos de ver nuevamente la inmensidad del mundo, el cielo y la tierra, y aprender a usar todo esto de modo justo.

Pero ¿cómo se lleva a cabo esto? ¿Cómo encontramos la entrada a la inmensidad, o la globalidad? ¿Cómo puede la razón volver a encontrar su grandeza sin deslizarse en lo irracional? ¿Cómo puede la naturaleza aparecer nuevamente en su profundidad, con sus exigencias y con sus indicaciones? Recuerdo un fenómeno de la historia política reciente, esperando no ser demasiado malentendido ni suscitar excesivas polémicas unilaterales. Diría que la aparición del movimiento ecologista en la política alemana a partir de los años setenta, aunque quizás no haya abierto las ventanas, ha sido y es sin embargo un grito que anhela aire fresco, un grito que no se puede ignorar ni relegar, porque se percibe en él demasiada irracionalidad. Gente joven se dio cuenta que en nuestras relaciones con la naturaleza existía algo que no funcionaba; que la materia no es solamente un material para nuestro uso, sino que la tierra tiene en sí misma su dignidad y nosotros debemos seguir sus indicaciones. Es evidente que no hago propaganda por un determinado partido político, nada me es más lejano de eso. Cuando en nuestra relación con la realidad hay algo que no funciona, entonces debemos reflexionar todos seriamente sobre el conjunto, y todos estamos invitados a volver sobre la cuestión sobre los fundamentos de nuestra propia cultura. Permitidme detenerme todavía un momento sobre este punto. La importancia de la ecología es hoy indiscutible. Debemos escuchar el lenguaje de la naturaleza y responder a él coherentemente. Sin embargo, quisiera afrontar todavía seriamente un punto que, tanto hoy como ayer, se ha olvidado demasiado: existe también la ecología del hombre. También el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo arbitrariamente. El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando escucha la naturaleza, la respeta y cuando se acepta como lo que es, y que no se ha creado a sí mismo. Así, y sólo de esta manera, se realiza la verdadera libertad humana.

Volvamos a los conceptos fundamentales de naturaleza y razón, de los cuales habíamos partido. El gran teórico del positivismo jurídico, Kelsen, a la edad de 84 años – en 1965 – abandonó el dualismo de ser y de deber ser. Había dicho que las normas podían derivar solamente de la voluntad. En consecuencia, la naturaleza podría contener en sí normas sólo si una voluntad hubiese puesto estas normas en ella. Esto, por otra parte, supondría un Dios creador, cuya voluntad ha entrado en la naturaleza. "Discutir sobre la verdad de esta fe es algo absolutamente vana", afirma a este respecto.5 ¿Lo es verdaderamente?, quisiera preguntar. ¿Carece verdaderamente de sentido reflexionar sobre si la razón objetiva que se manifiesta en la naturaleza no presuponga una razón creativa, un Creator Spiritus?

A este punto, debería venir en nuestra ayuda el patrimonio cultural de Europa. Sobre la base de la convicción sobre la existencia de un Dios creador, se ha desarrollado el concepto de los derechos humanos, la idea de la igualdad de todos los hombres ante la ley, la consciencia de la inviolabilidad de la dignidad humana de cada persona y el reconocimiento de la responsabilidad de los hombres por su conducta. Estos conocimientos de la razón constituyen nuestra memoria cultural. Ignorarla o considerarla como mero pasado sería una amputación de nuestra cultura en su conjunto y la privaría de su totalidad. La cultura de Europa nació del encuentro entre Jerusalén, Atenas y Roma – del encuentro entre la fe en el Dios de Israel, la razón filosófica de los griegos y el pensamiento jurídico de Roma. Este triple encuentro configura la íntima identidad de Europa. Con la certeza de la responsabilidad del hombre ante Dios y reconociendo la dignidad inviolable del hombre, de cada hombre, este encuentro ha fijado los criterios del derecho; defenderlos es nuestro deber en este momento histórico.

Al joven rey Salomón, a la hora de asumir el poder, se le concedió lo que pedía. ¿Qué sucedería si nosotros, legisladores de hoy, se nos concediese formular una petición? ¿Qué pediríamos? En último término, pienso que, también hoy, no podríamos desear otra cosa que un corazón dócil: la capacidad de distinguir el bien del mal, y así establecer un verdadero derecho, de servir a la justicia y la paz. Gracias por su atención.




Y en esta dirección, todos los discursos de Benedicto XVI en Alemaniahttp://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/travels/2011/index_germania_sp.htm

sábado, 24 de septiembre de 2011

TESTIMONIOS - 4

Gustave THIBON
Un campesino francés, lector, pensador y escritor autodidacta, recibe en 1964 el Gran Premio Literario de la Academia Francesa. Se llama Gustave Thibon (1903- 2001). Los párrafos que siguen han sido entresacados de su libro Nuestra mirada ciega ante la luz (Rialp, 1973), cuya versión original fue publicada en París, en 1955. En ellos interpreta en clave divina el deseo de felicidad que anida en el corazón de toda persona: «En realidad, todo el mundo busca a Dios, ya que todo el mundo pide a la tierra lo que ésta no puede dar. »

La plenitud soñada
«¿Cómo hablaré a los hombres?», se preguntaba SaintExupéry poco antes de que su voz se apagara en el silencio eterno. Es el tormento de todo hombre que intenta escribir, no por el puro afán de reunir palabras, ni por el deseo de difundir ideas, sino para hacer que sus hermanos participen de una verdad y un amor que viven en su alma con más fuerza que él mismo. ¿Dónde hallar las palabras que designen, que alcancen la fuente del ser? ¿Dónde encontrar los términos que trasciendan más allá de sí mismos?
Y, ante todo, ¿qué es el hombre? Un ser que piensa, que ama, que va a morir y que lo sabe. Poco importa que se esfuerce en olvidarlo, que intente vendarse los ojos inútilmente con las apariencias: los ojos del alma no se ciegan como los del cuerpo, y el hombre lo sabe. Es su única certeza, la única promesa que no ha de fallar, la gran paradoja de la vida, cuya suprema verdad se halla en la muerte.
Haga lo que haga y desee lo que desee, tanto si se aferra al pasado como si corre hacia el futuro, tanto si se busca como si huye de sí mismo, tanto si se endurece como si se abandona, en la sensatez como en la locura, el hombre no tiene más que un deseo y una meta: escapar de las redes del tiempo y de la muerte, traspasar sus límites, llegar a ser más que hombre. Su verdadera morada es un más allá, su patria está fuera de sus fronteras. Pero su desgracia estriba -y ahí está el nudo de esa perversión que llamamos error, pecado o idolatría- en que, engañado por las apariencias y buscando lo eterno al nivel de lo efímero, se aleja aún más de la unidad perdida, de la plenitud vislumbrada entre sueños.
Habría que hacer ver a los hombres la maravilla de la realidad divina que su sueño presiente y a la vez oculta. Hacerles comprender que el hambre de Dios se esconde en las cosas en apariencia más ajenas a lo divino: sus ocupaciones cotidianas, sus pasiones terrenas, su mismo materialismo, porque la materia sólo tiene valor como signo del espíritu. En realidad, todo el mundo busca a Dios, ya que todo el mundo pide a la tierra lo que ésta no puede dar. Todo el mundo busca a Dios, puesto que todo el mundo busca lo imposible.
Si el supremo valor del hombre consiste en la superación de lo humano y en la aspiración expresa o tácita hacia el ser inefable al que un Padre de la Iglesia griega llama «el más allá de todo», nuestro siglo no me parece indigno del beso de la eternidad. Tal vez nunca como ahora el hombre se haya sentido tan a disgusto encerrado en sus propios límites. Así como ha logrado la desintegración del átomo, ha hecho también estallar dentro de sí todas las dimensiones de lo humano. De tal modo se ha vaciado de su equilibrio natural y de sus seguridades terrestres que ya sólo puede detenerlo al borde de la nada el contrapeso de lo absoluto.
Mi única ambición es invitar a los que me lean a hacer coincidir su mirada con esa gota de luz eterna que es el vestigio y el germen de Dios en el hombre. Porque la muerte -el único hecho indiscutible del futuro- nos espera según la altura de nuestro deseos, como una novia o como un verdugo, y de todos los actos de nuestra alma sólo subsistirá nuestra participación en aquello que, por no proceder del tiempo, no morirá con él. Cronos únicamente devora a sus hijos.
Hace un instante me complacía en ver al hombre tan despojado de sí mismo que no le quedaba otro remedio que acudir a Dios. Pero hay otros momentos en que me pregunto si aún le queda sustancia humana suficiente para que pueda prender en ella el injerto divino. El violentar de modo habitual los ciclos de la vida, la desaparición progresiva de las diferencias y de las jerarquías, el individuo transformado en grano de arena y la sociedad en desierto; la sabiduría reemplazada por la erudición, el pensamiento por la ideología, la información por la propaganda, la gloria por la publicidad, las costumbres por las modas, los principios morales por fórmulas muertas, los padres por tutores; el olvido del pasado haciendo estéril el futuro; la desaparición del pudor y del sentido de lo sagrado; la máquina rebelándose contra su autor y recreándolo a su imagen; todos estos fenómenos de erosión espiritual, aliados al orgullo exacerbado de nuestras conquistas materiales ¿no corren el riesgo de conducirnos hasta ese grado límite de agotamiento vital y de autosuficiencia más allá del cual la piedad de Dios asiste, impotente, a la decadencia de todo lo humano?

¿Cómo mostrar a los hombres esta dimensión divina que, al entregarles el infinito, les curaría de su aberración?
Al hombre moderno, antes que hablarle de Dios hay que ayudarle a darse cuenta del vacío y falsedad que encierran todos los ídolos por los que inútilmente intenta sustituir a Dios. Hay que hacerle descubrir, como quiere santa Teresa, que su deseo no tiene remedio, que es insaciable y más real que todos los objetos en los que hasta ahora ha intentado en vano satisfacerse. Si lo comprende así, el mismo deseo le irá llevando hacia Dios. El diagnóstico indica el remedio: analizando las causas profundas de la sed es como más directamente se llega a la fuente.
Hemos sido creados para lo divino, pero también para lo sensible. Soñamos al mismo tiempo en la plenitud espiritual y en el amor humano y por eso caemos tan fácilmente en su trampa. Cuando la belleza sensible se nos ofrece, ya no nos basta aceptarla como tal, es decir, como una cosa efímera y limitada, y le pedimos que sacie nuestra sed de misterio y de absoluto. Esperamos de ella un Dios a quien podamos estrechar entre nuestros brazos, la prueba del espíritu por los sentidos y de lo eterno por el tiempo... Hasta que llega la hora inevitable y nos damos cuenta de que lo que estrechamos en ella no es Dios, sino nuestro deseo desorientado pero incurable de Él. Dichosos entonces si descubrimos que ese ser impotente para saciar nuestra sed sufre también nuestra misma sed, y de este modo logramos asociar nuestras dos miserias en una única plegaria. Ésa es la única posibilidad de supervivencia del amor humano. No se trata de encontrar a Dios el uno en el otro, sino de buscarlo juntos. La pobreza reconocida y aceptada nos lleva hacia la verdadera riqueza, mientras que la emisión de falsa moneda sólo puede conducirnos a la ruina.
«Amor es la reducción del universo a un solo ser y el ahondamiento en ese único ser hasta llegar a Dios» (Víctor Hugo). La fórmula es extraordinaria por su precisión y densidad. Reducir en superficie (el universo se desvanece en aras de un solo ser) y aumentar en profundidad (descubrimos a Dios a través de un solo ser penetrado a fondo). En su primer estadio, el amor es un pecado de idolatría (tú solo); en el segundo, ya es la virtud de la religión (Dios en ti). Toda alma se concentra en un solo punto de ese inmenso velo de apariencias que llamamos universo, pero, en ese punto preciso, el velo se desgarra y nos deja ver la realidad divina.
Esta vida que amo con toda la ternura de un hijo, con toda la pasión de un amante, me ha colmado de dones que desbordaban mis deseos, y he de morir con los ojos y el corazón llenos de sus dulces recuerdos. Pero ¿qué es el recuerdo de una imagen, más que el reflejo y la promesa de un modelo? ¿Puedo hacer algo mejor que desear el modelo a través de sus copias? Lo más puro que la tierra me ha dado es lo que me venía de más allá de la tierra, y más que un esbozo de porvenir era una llamada hacia la perfección eterna. Lo que me atrae más allá de la vida es esos fulgores de eternidad que la atraviesan. Tengo sed de la luz inmarcesible de la que proceden esos fulgores efímeros. En la certidumbre de la derrota, una sola esperanza me queda: el Dios que me creó a su imagen y semejanza me perdonará quizá que en sus criaturas finitas nunca haya amado más que a su imagen infinita. Porque Te juro que jamás he amado, que jamás he buscado a nadie más que a Ti, que eres la inocencia infinita, la boca que no sabe decir que no. A veces he borrado y confundido las distancias y los planos, he podido ahogarme en el barro o perderme en las nubes, pero en ese barro sólo he buscado la huella de Tus pasos y en esas nubes la estela de Tu luz. Si mi locura ha traspasado los límites de Tu ley es porque traducía la impaciencia de mi amor. Y si he desconocido los bienes velados de la tierra ha sido por perseguir la inaccesible pureza de Tu bien. Es verdad que tuve también mis ídolos, que me fueron dulces y próximos como el anochecer y el lecho al trabajador fatigado: pero Tú estabas en ellos y detrás de ellos, y mi adoración los ha atravesado siempre para llegar a alcanzarte. Castígame si quieres, no tengo miedo de Ti. Abre el desierto bajo mis pasos y aparta de mis labios todas las fuentes: siempre mi sed de Ti me atará a Ti.