lunes, 19 de septiembre de 2011

TESTIMONIOS - 1

DAVID Y TANIA
En el Congreso internacional «Camino a Roma», celebrado en Madrid en noviembre de 2001, varios conversos explicaron su itinerario espiritual. Selecciono, por su juventud, los de David y Tania, publicados en el número 451 de la revista Palabra en diciembre de 2001. David, de padre musulmán y madre cristiana, nació hace veinticinco años en Chicago.

-¿Cuál es su primer acercamiento al cristianismo?
-Salvo mi abuela materna, nadie era religioso en mi familia. Nunca íbamos al servicio dominical y, para evitar conflictos, no celebrábamos la Navidad. Pero un año mi madre se empeñó en poner el árbol y celebrarla. Mi padre entonces se marchó de casa y, al poco tiempo, se divorciaron. Mi abuela materna murió de cáncer. En su honor mi madre comenzó a llevarnos al servicio dominical. Yo creía en Dios, pero no sabía nada de doctrina cristiana, ni rezar. Los pastores baptistas me bautizaron a los once años, pero no iba a catequesis. Después de algunos meses, mi hermana dejó de ir a la iglesia. Como tenía dieciséis años, mi madre no la obligaba. A mí, me daba rabia tener que ir a la iglesia. Además, me producía unas migrañas terribles. Finalmente, después de muchas protestas, dejé de ir. En los últimos años de escuela me dediqué a divertirme, a ir a fiestas y a tocar en un grupo de rap.

-¿Cuándo se produjo el cambio de orientación religiosa?
-Comencé a darme cuenta de que algo iba mal. Sin tener la noción de pecado, estaba descontento con la vida que llevaba y por mis malas calificaciones. Un día, caminando, una voz interior me animó a dejar todo aquello. Tenía diecisiete años. A partir de entonces quise hacer bien las cosas, pero no sabía cómo. Mi ignorancia era completa, pero Dios me ayudó. En una ocasión, hablando con dos amigos, salió en la conversación lo que la gente decía por entonces: que el mundo se iba a acabar en el año 2000. Uno de esos amigos me preguntó si había leído en el Apocalipsis los tremendos acontecimientos que acaecerían. A mí, todo aquello me asustó mucho. Creía en la Biblia, pero no la leía porque en casa teníamos una versión en inglés antiguo que no comprendía. Fue entonces cuando, cambiando de canal en televisión, me topé con un telepredicador protestante. Me llamó la atención por el peinado estilo «afro» que llevaba, pero acabé enterándome de lo que decía. Me aficioné a escuchar aquellas explicaciones de los telepredicadores, y comencé a leer la Biblia en la escuela. Había dejado el grupo de rap y las fiestas.

-¿Y el encuentro con la Iglesia católica?
-Tenía diecisiete años y todo ocurrió muy rápido. La compañía de televisión por cable cambió los canales y, cuando buscaba mi canal favorito de música clásica, apareció la EWTN de la madre Angélica. Un sacerdote mostraba algunos templos católicos conocidos, mientras sonaba música clásica. Me quedé sintonizando aquello, y fue cuando me enteré de que había diferentes tipos de cristianos. Al poco tiempo de ver aquel canal, me empezó a gustar más lo católico que lo protestante.
Pero yo era baptista y debía defender la religión de mi familia, así que me dediqué a analizar con detenimiento las enseñanzas católicas. Sobre todo, me dio mucho que pensar la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Cuando leí las palabras del Señor en el Evangelio de san Juan me di cuenta de su radicalidad. Me puse del lado católico. Aquellas palabras no dejaban lugar a dudas. Incluso comencé a tener grandes deseos de recibir al Señor. También las lecturas sobre historia de la Iglesia me daban mucha luz. No podía aceptar que la doctrina protestante fuera la verdadera, cuando habían comenzado a difundirla quince siglos después de Jesucristo. Me impresionó el Rosario, al escucharlo en la EWTN. Luego me sorprendí repitiendo Avemarías. Quizás mi afición al rap me llevaba a repetir esas frases de memoria. Casi no me las podía quitar de la cabeza.

-¿Notó alguna gracia sobrenatural?
-Todo era providencia, pero, después de un año de razonamientos, en la fiesta de
año nuevo de 1994 tuve una luz muy particular para comprender todo con más facilidad. Como si hubiera franqueado de pronto el umbral hacia la comunión con Roma. Entonces me di cuenta de que creía en la Iglesia católica, no en otra. Con el permiso de mi madre, me fui a la parroquia católica más cercana. Era la fiesta de la Epifanía. Hablé con el sacerdote y me llevaron a otra parroquia donde comencé enseguida la catequesis. En Pascua realicé el rito de admisión a la Iglesia. Tenía dieciocho años.

-¿Cómo fue la acogida que le dispensó aquella comunidad católica?
-Fue normal. Me sorprendió la frialdad con que algunos vivían la fe. Pensé que no se daban cuenta de lo que tenían. También me apenó ver pocos jóvenes. El segundo testimonio es de Tania, una joven cubana. Sus padres fueron bautizados de niños, pero abandonaron toda práctica religiosa tras la revolución castrista. El padre, además, era miembro del Partido Comunista.

-¿Cuál fue su primer paso hacia la fe?
-Yo no estaba bautizada, ni tenía formación religiosa alguna. No sabía rezar absolutamente nada. Me marché de casa para estudiar el preuniversitario. Era el curso 1991-1992. Así conocí a dos chicas católicas. Una me invitó a ir a misa. Se podía ir libremente a la iglesia, pero a los católicos se les vigilaba. Cuando fui a misa noté que los católicos eran diferentes: eran personas instruidas, educadas y delica- das en su manera de hablar. Notaba una gran diferencia humana y cultural entre el católico y el comunista.

-¿Qué fue lo que contribuyó más a su acercamiento al cristianismo?
-Sobre todo,
encontrar respuesta a las preguntas que me inquietaban desde la adolescencia: el
sentido del sufrimiento humano, la paradoja de la injusticia en el mundo, lo que estaba pasando en mi país... También otros problemas familiares. En mi conversión
influyó también un momento muy especial que nunca olvidaré. Fue clave. Se ve que el Espíritu Santo ya trabajaba en mi alma. Era el curso 92-93. Venía de la universidad leyendo en el autobús, completamente abarrotado. Una mujer muy pobre llevaba un vaso con un batido de chocolate. En Cuba ese tipo de productos son un lujo. Al llegar mi parada, esa mujer me ayudó con los bultos que yo traía y, sin querer, al moverme para bajarme le tumbé el vaso. Cuando me di cuenta ya estaba fuera del autobús. Ni siquiera tuve tiempo de pedirle perdón. La sensación que experimenté fue increíble. Aquello me había llegado al corazón. Me fui a casa llorando y cuando llegué, sola, me puse a escribir, porque necesitaba hablar con alguien. Sentía una necesidad muy viva de que alguien me perdonase. Y no sólo por el episodio del batido; también por otras cosas. Necesitaba el perdón. No conocía el sacramento de la Penitencia, pero buscaba algún camino para encontrar el perdón.

-¿Cómo se produce finalmente su conversión?
En la parroquia por donde me llevó mi amiga católica, yo no me sentía digna de pertenecer a aquel grupo, porque no sabía nada y no creía en nada. Ni siquiera sabía el Padrenuestro y el Avemaría. Pero buscaba dónde encajar, y en mi ciudad empecé a frecuentar por mi cuenta una iglesia protestante. Después de acudir unas cuantas veces, vi que aquello no iba con mi manera de ser. Desde mi punto de vista, me parecían raras aquellas escenas de conmoción, los desmayos, el estruendo de la música... Por entonces estudiaba la carrera de Educación Especial. Me gustaba leer a los clásicos. Eso influyó mucho, porque me ayudaba a tener una apreciación más profunda sobre la verdad del hombre como ser espiritual. Comencé a ir a otra iglesia católica más lejana a mi casa. Finalmente me percaté de que había otra, pequeña y antigua, muy cerca de donde vivía, que no había descubierto nunca. Era la parroquia de Santa Ana. Comencé a ir por allí asiduamente y a recibir clases de catecismo. Aquella comunidad católica me influyó muchísimo. Me atraía su mentalidad abierta y trascendente, así como la sencillez de las personas.

-¿Hubo alguna dificultad para su conversión?
-Mi padre era miembro del Partido Comunista. No le gustaba la idea de mi conversión. No le convenía. Yo no le decía nada de mi proceso interior, por si acaso.
Estuve un año asistiendo a la catequesis, y el 26 de julio de 1994, fiesta de Santa Ana y San Joaquín, me bauticé, junto a varios adultos más. Resultó una ceremonia uy emocionante. Asistió mi madre, que ya había comenzado a practicar, y uno de mis hermanos, que también estaba en proceso de conversión. Luego me involucré bastante en el grupo de jóvenes de mi parroquia. Sentía un gran fervor y un gran deseo de que se convirtieran todos mis conocidos, porque me sentía completamente enamorada del Señor, y lo sigo estando.

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