jueves, 31 de enero de 2013

miércoles, 30 de enero de 2013

fin de fiesta


Así empezábamos el año y el mes primero de enero, haciendo votos para triunfar sobre todos los problemas y desafíos de este año. Y ahí estamos... desde aquí, dedico el siguiente articulo a Jose Antonio y su grupo de IDR y a toda la peña parroquial que se esfuerza por dar contento al Buen Jesús.

EL SENTIDO CRISTIANO DE LA VIDA
Formar a Cristo en nosotros y formarlo en la ciudad; que la ciudad sea una imagen, aunque lejanamente parecida, del cielo de Dios. Tal es la meta y camino del cristiano que camina, que transita con las virtudes sobrenaturales y naturales, a través de los dones del Espíritu Santo, y con ese programa viril que son las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña. Con el significado y el sentido de cada una de las virtudes naturales y sobrenaturales vemos que están íntimamente relacionadas con la verdad, o sea con el ser, con lo que es, porque de lo que se trata es de ser fiel a lo que es y al ser por excelencia en el nivel absoluto y trascendente, Dios.

¿Qué es, por ejemplo, la suprema de las virtudes, la virtud de la caridad? Es amar la verdad con el amor de Dios, es amar al otro en ese amor, que es amor de la verdad, porque no hay amor fuera de la verdad. ¿Quién puede amar lo que no conoce? Del conocimiento irradia el amor, y el conocimiento se hace más lúcido y pleno. La caridad es amar a Dios en la verdad de Dios y amar al prójimo en la verdad de Dios, y no como se dice ahora, que se separa del precepto evangélico la parte de amar a Dios sobre todas las cosas y se deja exclusivamente el amor al prójimo, desgajándolo de su raíz, que es el amor y la caridad de Dios. ¿Qué es la esperanza sobrenatural? Es aquella virtud por la cual Dios urge en nosotros la expectación de esa unión definitiva con Dios en la Eternidad. ¿Qué es la Fe sobrenatural? Esa virtud por la cual conocemos la verdad de Dios en su intimidad, la Encarnación del Verbo, la Santísima Trinidad y la Resurrección y el sentido que representa para nosotros la Vida Eterna.

¿Qué es la virtud de la Prudencia? Es todavía relación con la verdad, es obrar en la verdad, según el ser, es obrar la realidad en todo. ¿Qué es la virtud de la Justicia? Vivir en la virtud con el prójimo. ¿Qué es la Fortaleza? Defender la verdad hasta la muerte. ¿Qué es la Templanza? El ordenamiento interior de las pasiones y de los apetitos a fin de que en el hombre queden removidos los obstáculos interiores, para la contemplación de la verdad. Y luego vienen los dones del Espíritu Santo, que perfeccionan esas virtudes y permiten la acción en nosotros del espíritu de Dios, de la fuerza de Dios en nosotros.

Una vez en este camino, se nombran las bienaventuranzas, este programa de Dios a los hombres, por el cual Cristo llama a seguir su camino. “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque a ellos les pertenece (así, en presente) el Reino de Dios”. ¿Quiénes son los pobres de espíritu? Son los que se han hecho pobres de su propio espíritu, de su propio juicio, de su propia voluntad, son los desprendidos de todos los bienes terrenales y de sí mismos. Desprendidos no quiere decir despreciadores, se trata de no ser esclavos de ninguna cosa terrenal, de juzgar las cosas no con nuestro juicio individual sino con el juicio de Dios. Pobre de espíritu es ser humilde, que como decía Teresa, es el único que puede estar en la verdad, el desprendido de sí mismo, el que sabe escuchar, el que tiene memoria fiel y es dócil para acatar lo que son las cosas y llamarlas por su nombre propio. “Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra”.

¿Quiénes son los mansos? Son los que no corren desesperados detrás de las cosas, codiciosos, lujuriosos, desaforados por tenerlas. Y no corren no porque no las sepan apreciar, sino porque saben que las cosas no son objeto de la codicia sino de la generosidad y disposición de los hombres. Entonces, a esos hombres, a esos mansos, les pertenecerán justamente las cosas de la tierra. “Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados”. Son los varones y mujeres de dolor. ¿Quién que ame en esta vida no es fuente de dolor, como lo fue Nuestro Señor Jesucristo? ¿Qué amor se puede vivir realmente si ese amor no significa, por lo mismo que se vive pendiente y en donación y en entrega total del ser amado? ¿Cómo no se va a sufrir de su sufrimiento, de su muerte, de todo lo que lo pueda afectar? Hasta Cristo lloró en la muerte de Lázaro, a quien iba a resucitar al momento. “Bienaventurados los que padecen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. Esta sí es un hambre que hay que tener, hambre sin límites de justicia. Y esos serán saciados. Y bienaventurados los misericordiosos, los que han tratado con misericordia, con caridad, con honor a los demás: a ellos los espera la misericordia de Dios. Y bienaventurados los puros de corazón, los limpios, los despreciados, los que han sosegado y moderado sus pasiones, que son cosas buenas, siempre que estén ordenadas como Dios quiere. Ellos verán a Dios, los limpios; para ellos, la contemplación, el ocio contemplativo. Y bienaventurados los pacíficos, no los pacifistas, los pacíficos, es decir, aquellos que son portadores de paz, porque la llevan en sí mismos y la irradian como Cristo. Por eso serán llamados hijos de Dios. Y finalmente, bienaventurados los que sufren persecución por causa de la justicia, por causa de la verdad, por causa de Cristo.

A ellos les pertenece, en presente, el Reino de Dios, ya están en el Reino. Éste es el programa para el hombre, frente al programa de la felicidad de potrero verde. Éste es el programa de los varones y las mujeres de Cristo, éste es el sentido cristiano de la vida: es la transformación de la vida toda en el ser, en la verdad, de todo eso en Dios en el grado eminente, en el grado absoluto y trascendente.

martes, 29 de enero de 2013

Gandhi


Le preguntaron a Mahatma Gandhi cuáles son los factores que destruyen al ser humano. Él respondió así:
La Política sin principios, el Placer sin compromiso, la Riqueza sin trabajo, la Sabiduría sin carácter, los Negocios sin moral, la Ciencia sin humanidad y la Oración sin caridad.

La vida me ha enseñado que la gente es amable, si yo soy amable; que las personas están tristes, si estoy triste; que todos me quieren, si yo los quiero; que todos son malos, si yo los odio; que hay caras sonrientes, si les sonrío; que hay caras amargas, si estoy amargado; que el mundo está feliz, si yo soy feliz; que la gente es enojona, si yo soy enojón; que las personas son agradecidas, si yo soy agradecido.

La vida es como un espejo: Si sonrío, el espejo me devuelve la sonrisa. La actitud que tome frente a la vida, es la misma que la vida tomará ante mí.
"El que quiera ser amado, que ame".

lunes, 28 de enero de 2013

La Caravana del Orgullo (Historia del Islam)

Película de género histórico-religioso, producida por la religión islámica. Se ha colocado aqui para fines culturales.

"Esta película relata los sucesos que ocurrieron después del martirio del Iman Hussein´(as) hijo de Ali (as) en Karbalá, el día decimo de Muharran en el año 61 de la Hégeria en donde se capturo a su hermana Zeinab (p) y a su hijo el Iman Zein al A´abidin (as) junto a las mujeres y niños de la familia de la casa. Profética de Alulli Bait quienes no fueron martirizados en esa batalla fueron llevados cautivos en una caravana de tristeza y dolores hacia el castillo del hijo de Ziad en Kufa y de ahí hacia el castillo de Yazid en Damasco en un viaje donde probaron todo tipo de sufrimientos como de humillaciones".

"Y en esta caravana se enfrentó Zainab con su paciencia y sabiduría la opresión de los gobernantes y su corrupción. El martirio de Iman Hussain fue para restaurar Umma de su abuelo el Profeta de dios Mohammad (SAW)".

"Siendo este trágico suceso lo que transformo esta caravana de cautivos en una caravana del orgullo. Todo lo que muestra esta película corresponde a verdades y sucesos dolorosos que se fundamentaron en fuentes y guías históricas reconocidas".

"La película se desarrolla con la guía de sabios y del Centro Islámico de Siria, el Líbano, Egipto e Irán".
(Centro de Cultura Islámica de Chile).


viernes, 25 de enero de 2013

ALERTA! sanidad

Aunque siempre han sido motivo de debate, en los últimos tiempos, los problemas de la sanidad ocupan gran parte de las páginas de los periódicos, de los telediarios y de las redes sociales. Para quien, como yo, que ha trabajado en un hospital público, en uno privado y en uno concertado en distintas épocas de mi vida profesional, y que ha tenido la oportunidad y el privilegio de conocer de primera mano los pros y contras de distintos sistemas sanitarios en países con alto nivel de desarrollo (EE UU, Francia, Inglaterra, Alemania, Noruega y Taiwán), en otros emergentes como India y China y en algunos, de cultura muy diferente a la nuestra, como Siria o Jordania, la mayor parte de las opiniones, que se vierten en los medios, están caracterizadas por la ignorancia y/o el sectarismo político. Por ello, y sin pretender en modo alguno transmitir que existe una clara solución, ya que hasta ahora nadie ha dado con ella, y solo para mejorar el nivel de información de los ciudadanos que se ven bombardeados a diario, desde los distintos frentes, en una guerra cuyas principales víctimas son los pacientes, voy a enumerar una serie de verdades y mentiras poco o nada reconocidas por los distintos contendientes, consciente de que unas y otras pueden generar un debate que, aunque incómodo para mí, espero que sea de alguna utilidad. 1. La sanidad pública española es la mejor del mundo. Mentira. 2. El despiece del Sistema Nacional de Salud en 17 feudos ha sido una barbaridad. Verdad. 3. El acceso a la sanidad pública es justo y equitativo. Mentira. 4. Hay médicos que utilizan la sanidad pública para enriquecerse en la privada. Verdad. 5. La única manera de mejorar la gestión de un centro público es dárselo a una empresa privada. Mentira. 6. La política ha infectado los hospitales públicos a todos los niveles, haciéndoles ingobernables y económicamente insostenibles. Verdad. 7. La sanidad privada es siempre mejor que la pública. Mentira. 8. En la sanidad pública no se controlan los resultados. Verdad. 9. La sanidad privada solo vale para cosas poco importantes. Mentira. 10. Hay corrupción en la pública y en la privada. Verdad. 11. Los europeos vienen a España a operarse porque aquí se hace mejor y más rápido. Mentira. 12. Los médicos están mal pagados y eso, en cierto modo, es el origen de la corrupción. Verdad. 13. Los que salen a la calle protestando lo hacen solo en defensa de la sanidad pública y no de sus propios intereses y privilegios. Mentira. Dejando estos puntos para el debate no quiero acabar sin dar mi opinión. Sin una medicina primaria bien organizada en la que los médicos se sientan protagonistas, bien tratados y dirigidos por las personas adecuadas es imposible tener una sanidad eficaz y sostenible. Desde los centros de salud, los médicos de familia y los especialistas tienen que tener libertad para enviar al enfermo al hospital que ofrezca mejores resultados en una patología determinada, para lo cual los mismos deben conocerse y publicarse. Como ejemplo puedo citar que en Nueva York, desde hace muchos años, cualquiera puede saber la mortalidad operatoria de todos y cada uno de los cirujanos de corazón. De este modo, el dinero iría adonde decida el paciente y no al revés. Así el hospital al que vayan más enfermos porque lo hace mejor recibirá más y así podrá gratificar a sus profesionales por el trabajo bien hecho. Lo contrario de lo que ocurre actualmente en los centros públicos en los que gana igual el listo que el tonto, el trabajador que el vago, el honrado y el que no lo es. Hay que devolver las competencias sanitarias al Gobierno central, rehacer un Servicio Nacional de Salud y, a través de un pacto de Estado, dejar a la sanidad fuera de la batalla partidista. Solo una población culta y bien educada hace un uso correcto de la medicina. Así que frente al “menos latín y más deporte” recomendado hace años por un ministro de Franco y que nos ha convertido en primeros en muchas disciplinas deportivas y últimos en los rankings educativos internacionales, sería bueno que nuestros actuales dirigentes recomendaran “menos fútbol y más instrucción”. Quizás así podremos en este, súbitamente, empobrecido país nuestro mantener dignamente un pilar fundamental que evite pasar del Estado de bienestar, que creíamos tener al alcance de la mano, al de malestar, que de seguir así, nos amenaza. Norberto González de Vega es cirujano cardiovascular.

MUSULMAN ENCUENTRA LA VERDAD

Para un musulman es muy dificil poder ver con claridad y objetividad la verdad del islam; debido a la rigidez en la educación, y al temor que rodea el culto islámico

jueves, 24 de enero de 2013

masones

programa de la National Geographic sobre la MASONERÍA. LA SOCIEDAD MÁS SECRETA DEL MUNDO

miércoles, 23 de enero de 2013

martes, 22 de enero de 2013

Cinco Sermones de San Agustín

...sobre San Vicente, diácono y mártir La victoria de San Vicente Predicado en lugar desconocido, entre los años 410-412 Con los ojos de la fe hemos contemplado un grandioso espectáculo: la victoria total del santo mártir Vicente. Venció en el interrogatorio, venció en los tormentos, venció en la confesión, venció en la tribulación, venció al ser quemado por las lIamas y venció al ser sumergido en las olas; finalmente, venció siendo torturado y venció muerto. Cuando su cuerpo, en el que estaba el trofeo de Cristo vencedor, era arrojado desde una barquichuela al mar, él decía en silencio: Se nos arroja, pero no perecemos. ¿Quién otorgó esta paciencia a su soldado sino el que antes derramó su sangre por él? Aquél a quien se dice en el salmo: Porque tú eres mi paciencia, Señor; Señor, tú eres mi esperanza desde mi juventud. Combate grande que trae consigo gloria no menor, no humana ni temporal, sino divina y eterna. Es la fe quien lucha, y, cuando ella combate, nadie vence a la carne; pues, aunque sea desgarrada y despedazada, ¿cuándo perece quien fue redimido con la sangre de Cristo? Un hombre poderoso no puede perder lo que compró con su oro, y ¿va a perder Cristo lo que compró con su sangre? Pero todo esto ha de parar en la gloria de Dios, no en la del hombre. De él procede, en verdad, la paciencia, la verdadera, la santa, la devota y recta paciencia; la paciencia cristiana es un don de Dios. En efecto, también muchos salteadores sufren con gran paciencia los tormentos; no ceden y vencen a sus verdugos, pero son castigados después con el fuego eterno. La causa es lo que distingue al mártir de la paciencia, mejor, de la resistencia de los criminales. El castigo es el mismo, pero distinta es la causa. Con la voz de los mártires hemos cantado estas palabras que Vicente había repetido en sus oraciones: Júzgame, ¡oh Dios!, y discierne mi causa de la gente no santa. Su causa está ya discernida, puesto que luchó por la verdad, por la justicia, por Dios, por Cristo, por la fe, por la unidad de la Iglesia, por la caridad única. ¿Quién le otorgó esta paciencia? ¿Quién? Que nos lo indique el salmo. En él se lee y se canta: ¿No se someterá mi alma a Dios? De él procede mi paciencia. Quien piense que San Vicente pudo todo eso por sus fuerzas, cae en un grave error. Quien presuma de poderlo por los propios recursos, aunque parezca que vence con la paciencia, es vencido por la soberbia. Vence tú completamente, es decir, destruye todas las armas del enemigo. Si él se vale de los placeres, se le vence por la continencia; si aplica castigos y torturas, se le vence con la paciencia; si sugiere errores, se le vence con la sabiduría. Y cuando, destruidas todas esas armas, como último recurso halaga al alma, diciéndole: "¡Brava, brava! ¡Qué fuerza, qué combate el tuyo! ¿Quién puede comparársete? ¡Qué victoria más pulcra!", respóndale el alma santa: Sean confundidos y avergonzados quienes me dicen: «¡Brava, brava!» Pues ¿cuándo vence sino cuando dice: Mi alma se gloriará en el Señor; escúchenlo los mansos y alégrense? Los mansos, en efecto, saben lo que digo, porque en ellos moran las palabras y los hechos. Quien no es manso ignora a qué saben estas palabras: Mi alma se gloriará en el Señor. Todo el que no es manso es soberbio, áspero, orgulloso; busca la gloria en sí, no en el Señor. Quien, en cambio, dice: Mi alma se gloriará en el Señor, no dice: «Escuchen los pueblos y alégrense; escuchen los hombres y alégrense, sino: Escuchen los mansos y alégrense. Escúchenlo quienes pueden saborearlo. Manso era Cristo: Fue llevado como una oveja al sacrificio. Fue manso porque fue llevado al sacrificio como una oveja. Escuchen los mansos y alégrense, puesto que saborean estas palabras: Gustad y ved qué suave es el Señor; dichoso el que se acoge a él. La lectura escuchada fue larga y el día es corto; no debemos abusar de vuestra paciencia con un largo sermón. Sé que me habéis escuchado pacientemente, y, al estar de pie durante largo tiempo, habéis sufrido juntos como si fuerais mártires. El que os escucha, él os ame y os corone. El combate de San Vicente Predicado en lugar desconocido, entre los años 410-412 1. Nuestro espíritu ha presenciado un espectáculo grandioso y digno de toda admiración. Gracias a los ojos interiores, al leerse la gloriosa pasión del bienaventurado Vicente, hemos experimentado un placer no vano y dañino, como suele acontecer con las frivolidades de los teatros, sino útil y fructuoso en extremo. Era de ver el alma invicta del mártir combatiendo en dura lucha contra las asechanzas del antiguo enemigo, contra la crueldad del juez impío, contra los dolores de la carne mortal. Todo lo superó con la ayuda del Señor. Así fue, amadísimos; así fue exactamente. Alabemos a esta alma en el Señor para que lo escuchen los mansos y se alegren. El relato leído nos mostró qué preguntas le hicieron, cuáles fueron sus respuestas y cuáles los tormentos que superó, y puso como ante nuestra mirada todo lo acontecido. El tormento que sufría en sus miembros se correspondía con la seguridad de sus palabras, dando la impresión de ser uno el atormentado y otro el que hablaba. Y efectivamente era otro; el Señor lo había predicho y prometido a sus mártires, diciendo: No sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre quien habla en vosotros. Sea alabada, pues, esta alma en el Señor. Pues ¿qué es el hombre si no te acuerdas de él? ¿O cuáles son las fuerzas del polvo si no le ayuda quien nos hizo del polvo? Para que quien se gloríe, se gloríe en el Señor. Si con frecuencia el espíritu diabólico y seductor llena ya a los falsos adivinos, ya a sus falsos mártires, para que ellos se apliquen a sí mismos tormentos corporales o desprecien los que otros les apliquen, ¿qué tiene de extraordinario para Dios nuestro Señor el que, con vistas a apoyar la predicación de su nombre, entregue el cuerpo de sus predicadores en las manos de los perseguidores, a la vez que retiene su mente en la fortaleza de la libertad, de modo que, incluso cuando aquél sufre la iniquidad, ésta proclame la verdad, y así no sea la resistencia, sino la justicia, la que haga a uno vencedor? Quién es mártir, lo dice la causa, no el castigo. Muchos, en efecto, han soportado los dolores no por constancia, sino por testarudez; por vicio, no por virtud; por un perverso error, no por una justa razón; poseyéndolos, no persiguiéndolos el diablo. En el caso de nuestro Vicente vencía el que lo poseía; pero lo poseía el que había arrojado al príncipe de este mundo a fin de que fuese vencido —incluso luchando exteriormente— quien ya lo había sido para que lo dominase interiormente. El que fue arrojado fuera, ronda sin cesar como león rugiente, buscando a quién devorar. Pero le ataca en lugar nuestro quien, excluido aquél, reina en nosotros. 2. Además, mayor tormento era para el diablo el no vencer a Vicente que para Vicente el ser perseguido por el diablo. Cuanto más truculentos y refinados eran los tormentos, tanto mayor era el triunfo del torturado sobre el torturador, y de aquella carne, cual tierra regada con la propia sangre, brotaba la palma que mayor tormento aún causaba al enemigo. Mas quien ocultamente se muestra cruel, ocultamente también sufre una vez vencido; claramente se manifestaba en el juez humano cuánto sufría ocultamente el diablo, y este enemigo invisible se dejaba ver por las grietas de su propio vaso, que él había llenado y que estaba estallando. En efecto, las palabras de aquel hombre, los ojos, la mirada y la turbulenta convulsión de todo su cuerpo indicaban que eran más insufribles los tormentos que sufría él en su interior que los que infligía exteriormente al mártir. Si consideramos la turbación del torturador y la serenidad del torturado, es fácil ver quién estaba sometido al tormento y quién por encima de él. ¡Cuáles serán los gozos de los que reinan en la verdad, si tales son los de quienes mueren por la misma verdad! ¡Qué será la fuente de la vida, alcanzado ya el cuerpo incorruptible, si su rociada es tan dulce en medio de los tormentos! ¡Qué no hará la llama eterna a los malvados, si la locura de su irritado corazón así los deja! ¡Qué no habrán de sufrir cuando sean juzgados quienes son atormentados hasta cuando juzgan! ¡Cuál será el poder del juicio futuro de los santos, si ya en esta vida el potro del mártir hace retorcerse al juez! 3. Magnífico testimonio el que el Señor rinde a sus testigos, pues el que rige el corazón de los combatientes tampoco abandona los cuerpos de los que fallecen, como lo muestra el conocidísimo milagro que tuvo por objeto el cuerpo de este bienaventurado Vicente. El enemigo había deseado que quedase totalmente oculto, preocupándose y ocupándose de ello; pero la voluntad divina lo sacó a la luz, mostrando que debía ser devotamente inhumado y venerado para que en él perdurara el recuerdo brillante de la victoria de la piedad y de la derrota de la maldad. En verdad es preciosa en la presencia del Señor la muerte de sus santos, pues ni siquiera es despreciada la tierra en que se convierte la carne cuando la abandona la vida; y, cuando el alma invisible abandona la casa visible, la morada del siervo es custodiada por el Señor y honrada por los fieles, sus consiervos, para gloria del Señor. Cuando Dios obra maravillas junto a los cuerpos de los santos difuntos, ¿qué otra cosa hace sino dar testimonio de que para él no perece lo que muere? A partir de ahí, se puede entender qué honor disfrutan a su lado las almas de los mártires, si la carne exánime goza de tanto poder divino. Hablando el apóstol de los miembros de la Iglesia, tomó una comparación de los miembros de nuestro cuerpo, a saber: A nuestros miembros más viles los rodeamos de mayor honor; de idéntica manera, la providencia del Creador, otorgando a los cadáveres de los mártires los testimonios tan preclaros de los milagros, rodea de mayor honor los despojos exánimes de los hombres, y lo que, al desaparecer la vida, permanece ya deforme, es el lugar donde se manifiesta más claramente el dador de la vida. Fuerza y gloria de San Vicente Predicado en lugar desconocido, entre los años 410-412 1. En la pasión que hoy se nos ha leído, hermanos míos, salen a relucir con toda claridad un juez feroz, un cruel verdugo y un mártir invicto, sobre cuyo cuerpo, surcado por distintos tormentos, ya se habían agotado las torturas, a pesar de lo cual aún persistían sus miembros. Si la impiedad, aunque convicta por tantos milagros, no cedía; si la debilidad, atormentada con tantos suplicios, no sucumbía, reconózcase, pues, la acción de la divinidad. En efecto, si el Señor no habitase en él, ¿cómo podrá resistir el polvo corruptible tan crueles torturas? En todo ello, por consiguiente, hay que reconocer, glorificar y alabar a quien, al llamarle por primera vez, le dio la fe y, en su última pasión, la fortaleza ¿Queréis saber que ambas cosas le fueron donadas? Escuchad al apóstol Pablo: A vosotros, dijo, os ha sido otorgado no sólo el que creáis en Cristo, sino también el que sufráis por él. Ambas cosas había recibido el diácono Vicente; las había recibido y las conservaba. En efecto, si nada hubiera recibido, ¿qué tendría? Tenía seguridad en el hablar y resistencia en el sufrir. ¡Que nadie, pues, cuando hable, presuma de su ingenio; que nadie, cuando sufra la tentación, confíe en sus fuerzas, pues la sabiduría por la que hablamos rectamente y en el momento oportuno nos viene de Dios, y de él también la paciencia para soportar los males con fortaleza. Traed a la memoria a Cristo el Señor, que en el evangelio amonestaba a sus discípulos; traed a la memoria al rey de los mártires equipando a sus cohortes con las armas espirituales, presentándoles las batallas que han de combatir, suministrándoles auxilios y prometiéndoles galardones. Tras haber dicho a sus discípulos: En este mundo padeceréis tribulación, inmediatamente, con el fin de consolarlos, pues estaban aterrados, añadió: Pero tened confianza, pues yo he vencido al mundo. ¿De qué nos extrañamos, amadísimos, de que haya vencido Vicente en aquél que venció al mundo? En este mundo, dijo, padeceréis tribulación; pero tal que, aunque apriete, no oprimirá y, aunque ataque, no vencerá. 2. El mundo presenta una doble batalla contra los soldados de Cristo. Prestad atención, hermanos. He dicho que el mundo presenta una doble batalla contra los soldados de Cristo: los halaga para seducirlos y los aterroriza para quebrantar su resistencia. Si no nos aprisiona la propia ansia de placer ni nos aterroriza la crueldad ajena, está ya vencido el mundo. En una y otra circunstancia sale al encuentro Cristo para no permitir que sea vencido el cristiano. Si en esta pasión consideramos la paciencia como puramente humana, comienza a ser increíble; si se advierte en ella el poder divino, deja de causar admiración. Cuanta era la crueldad que se cebaba en el cuerpo del mártir, tanta la serenidad que emanaba de su voz; y cuanta era la esperanza de las penas que sufrían sus miembros, tanta la seguridad que resonaba en sus palabras, de forma que, aunque era Vicente el que sufría, se podía pensar que el atormentado era otro distinto del que hablaba. Y, en verdad, hermanos, que así era, así era realmente: otro era eI que hablaba. También esto lo prometió Cristo en el evangelio a sus testigos, a quienes preparaba para combates de este tipo. Así dice, en efecto: No penséis en cómo o qué habéis de decir, pues no sois vosotros los que habláis, sino que es el Espíritu de vuestro Padre el que habla en vosotros. Así, pues, Ia carne sufría y el Espíritu hablaba. Y al hablar el Espíritu, no sólo confundía la impiedad, sino también fortalecía la debilidad. 3. La multitud de suplicios aumentaba el resplandor del mártir ante nuestros ojos. Aunque cubierto con heridas de toda especie, no abandonaba la lucha, antes bien la reemprendía con mayor vigor, hasta el punto que se podía pensar que la llama, en vez de quemarlo, lo endurecía, al igual que el horno del alfarero, que recilbe barro blando y lo convierte en una dura vasija. Nuestro mártir podía decir a Daciano «Tu fuego ya no seca mi carne, porque mi vigor se ha secado como una vasija.» Y puesto que es verdad lo escrito: El horno prueba al vaso de barro, y a los hombres justos la tribulación, Vicente fue probado y cocido con aquel fuego; Daciano, en cambio, ardió y estalló. Y si no ardía, ¿de dónde procedían sus gritos? ¿Qué otra cosa eran sus palabras llenas de ira sino humo de quien está ardiendo? El envolvía externamente de llamas a nuestro mártir, cuyo corazón estaba fresco; pero él mismo, encendido con la antorcha del furor, ardía por dentro como un horno, abrasando, al mismo tiempo, al diablo que lo habitaba. A través de los gritos rabiosos de Daciano, a través de la fiereza de sus ojos, de sus amenazadoras miradas y el movimiento de todo su cuerpo, se manifestaba su inquilino interior, y se dejaba ver mediante estos signos visibles, cual grietas de la vasija que él llenaba y se resquebrajaba. No sufría tanto el mártir bajo el rigor de los tormentos cuanto él bajo el efecto de la locura. 4. Pero, hermanos, todo aquello son cosas pasadas: la ira de Daciano y el tormento de Vicente. Ahora, en cambio, a Daciano le queda el tormento, y a Vicente la corona. Además, dejando de lado las diferencias en la retribución futura, mostremos la gloria que poseen los mártires incluso en este mundo. ¿Qué región, qué provincia dentro del imperio romano o hasta donde llega el nombre cristiano, no se alegra hoy de celebrar el nacimiento de Vicente? ¿Quién hubiese escuchado hoy, aunque sólo fuera el nombre de Daciano, de no haberse leído la pasión de Vicente? En el hecho de que el Señor haya custodiado con tanto esmero el cuerpo de su mártir, ¿qué otra cosa manifestó sino que él había dirigido en vida a quien no abandonó una vez muerto? Así, pues, Vicente, tanto en vida como una vez muerto, venció a Daciano. En vida despreció los tormentos; ya muerto, atravesó los mares. Pero el que le otorgó un ánimo invicto entre los garfios de hierro, él mismo dirigió su cadáver exánime en medio de las olas. La llama de la tortura no doblegó su corazón, ni el agua del mar cubrió su cuerpo. Pero en este y otros sucesos parecidos no se manifiesta otra cosa sino que la muerte de sus santos es preciosa delante del Señor. El cuerpo espiritual Predicado en la Basílica Restituta de Vallis o Cartago, el año 413 1. Con los ojos de la fe hemos contemplado el combate del mártir, y lo hemos amado por hallarlo invisiblemente hermoso en su plenitud. ¡Qué belleza de alma tendría aquél hasta cuyo cadáver resultó invicto! En vida confesó al Señor; incluso después de muerto venció al enemigo. ¿Pensamos, hermanos, que la Providencia y la decisión del Creador todopoderoso concedió algo al mártir al otorgar tal honor a su cuerpo difunto? ¿Qué decir? De no haber sido sepultado, ¿ignoraría Dios el lugar donde tenía que resucitarlo? Al mártir le está reservada la corona para después de la victoria y, tras la resurrección, la vida eterna. Pero, gracias a su cuerpo, a la Iglesia se le concedió una memoria que le sirve de consuelo. Con frecuencia, y por cierta condescendencia, Dios otorga cosas a sus siervos sirviéndose de otros siervos suyos, concediendo algo que es de más provecho a quien lo recibe que a aquél a través de quien se le da. Un ejemplo: Dios alimentaba al santo Elías por medio de un ave; nunca faltó a Dios la misericordia y la omnipotencia para alimentarlo siempre de esta manera. Sin embargo, lo envía a una viuda para que ella le dé de comer, y no porque no hubiera otra manera de alimentar al siervo de Dios, sino para que la viuda piadosa mereciese la bendición. Así, pues, Dios concede a sus iglesias los cuerpos de los santos no para gloria de los mártires, sino para que se conviertan en lugares de oración. Ellos, en efecto, tienen su gloria cabal junto a su Creador. Ni siquiera sienten temor alguno respecto a su cuerpo, pues nada pueden temer. Más aún, si tienen condescendencia con él, Ie causan daño; si, por el contrario, guiados de la fe, se despreocupan del mismo, incluso él sale ganando. 2. Prestad atención a esto y cuestionad vuestra fe. Si el santo Vicente hubiese negado a Cristo por temor a los tormentos, parecería haber tenido compasión del cuerpo, del que, en virtud de la condición mortal, tendría que desligarse ¿Qué haría en el momento de la resurrección cuando fuese arrojado al fuego eterno? Negar a Cristo equivale a ser negado por Cristo. A quien me niegue, dijo,delante de los hombres, yo le negaré delante de mi Padre que está en los cielos. Supongamos que lo negó, que cesaron de torturarle los verdugos y que, aunque con el alma herida, el cuerpo quedó sano; más aún, que, muerta el alma, continuó en vida el cuerpo: ¿de qué le serviría una breve vida corporal a quien ha muerto para toda la eternidad? Llegará el día, recordado por el Señor, en el que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y saldrán fuera; pero grande será la diferencia. Todos saldrán fuera, pero no todos a la misma cosa. Todos han de resucitar, pero no todos han de ser transformados. Pues quienes hicieron el bien, dijo, resucitarán para la vida, y quienes obraron el mal, para el juicio. Al decir: Todos los que estén en los sepulcros, se está refiriendo, sin duda, a la resurrección de los cuerpos. Cuando oyes hablar de juicio, no te halagues pensando en un juicio temporal; aquí «juicio» equivale a castigo eterno. En esta acepción se dijo: Pero quien no cree, ya está juzgado. Esta diferencia, pues, ha de separar a los justos de los injustos; a los fieles, de los infieles; a los confesores, de los negadores; a los amantes de la vida perecedera, de los amantes de la vida eterna; aquella distinción los separará: Y los justos irán a la vida eterna, mientras que los impíos al fuego eterno. Allí serán atormentados con su cuerpo quienes condescendieron con él. Temiendo los tormentos, se compadecieron de él, y, compadeciéndose de él, negaron a Cristo; y, negando a Cristo, difirieron las penas eternas incluso para el cuerpo. ¿Es, acaso, lo mismo diferir que suprimir? 3. Por tanto, a bien mirar, los mártires no despreciaron sus cuerpos. Eso sería una filosofía perversa y mundana, propia de quienes no creen en la resurrección de los mismos. Se tienen por grandes despreciadores del cuerpo, por el hecho de considerarlos como cárceles donde están encerradas las almas que pecaron con anterioridad en otro lugar. Pero nuestro Dios creó el cuerpo y el alma; de ambos es creador y recreador, hacedor y restaurador. En consecuencia, los mártires no despreciaron o persiguieron a la carne como a una enemiga, pues nadie jamás tuvo odio a su carne. Cuanto más parecían despreciarla, tanto más miraban por ella. Cuando toleraban los tormentos temporales en ella, resistiéndolos gracias a la fe, estaban adquiriendo la gloria eterna hasta para la carne. 4. ¿Cómo será la gloria futura de esta carne tras la resurrección? ¿Quién puede expresarla con palabras? Ninguno de nosotros todavía tiene experiencia de ella por haberla poseído. Ahora pujamos por esta carne pesada, por estar necesitada y ser débil, mortal y corruptible. El cuerpo que se corrompe apesga el alma. Pero no temas tal cosa para el momento de la resurrección. Conviene que esto corruptible se vista de incorrupción y que esto mortal se revista de inmortalidad. Lo que ahora es una carga, luego será un honor; lo que ahora significa carga, entonces será alivio. No habrá peso que te haga consciente de que tienes cuerpo. Considerad amadísimos, este mismo cuerpo, aunque frágil y mortal, cuando está sano, cuando está regido por la proporción de sus partes, cuando nada pugna contra nada en él: el calor no es excesivo ni expele al frío, el exceso de frío no apaga el calor, causando dolor esta lucha; la sequedad no absorbe los humores, los humores no sobreabundan ni son causa de opresión, sino que todos sus componentes están bien equilibrados, a lo cual se llama salud. Para decirlo en pocas palabras, hay una salud corporal: la concordia de todos los elementos de que consta. Esta es, pues, salud corporal, es decir, la concordia de los miembros y humores; pero en una cosa corruptible, necesitada y flaca, en algo que aún puede sentir hambre y sed, cansarse de estar de pie, descansar estando sentada; que, a su vez, se cansa de estar sentada, que decae con el hambre y se repone alimentándose; que apenas remedia unos males, ya ha caído en otros, pues cualquier cosa que tomes para reponerte cuando estás cansado, supone comenzar a cansarte de nuevo, dado que, si continúas tomando lo que te sirvió de alivio, luego te cansarás de ello. En este cuerpo débil, y corruptible por tanto, ¿qué es la salud, cualquiera que ella sea? En efecto, esto que se llama salud, aplicado a la carne mortal y corruptible, no admite comparación alguna con la salud de los ángeles, a quienes se nos ha prometido ser iguales tras la resurrección. Con todo, esta salud, sea la que sea, según dije, ¡cuánto deleita! ¡Qué bien apetecido por todos! ¡Qué rico es el pobre con sólo tenerla a ella y qué pobre es el rico si de ella carece! ¿De qué se jacta el que abunda en riquezas? A la fiebre no le espanta un lecho de plata ni la pompa de un rico, ni teme las flechas de un guerrero. 5. ¿Qué es, pues, esta salud, que con tanta razón despreciaron los mártires, porque esperaban otra en la misma carne? Como aún no hemos experimentado ésta, a partir de la que conocemos podemos hacer conjeturas sobre ella ¿Qué es la salud? Si me preguntas qué es el ver, quizá te podría responder, por lo que se refiere al cuerpo, que consiste en percibir las formas y los colores. Si me preguntas por el oír, te responderé que percibir los sonidos. Si me preguntas por el oler, que percibir los olores. ¿En qué consiste el tacto? En percibir lo duro o lo blando, lo caliente o lo frío, lo áspero o lo suave, lo pesado o lo ligero. ¿Qué es la salud? No sentir nada. Pero estas mismas cosas que se dan en nosotros, parecen viles en comparación con otras. Tu vista es aguda: la del águila es quizá más aguda aún. Tu oído es fino: hay bestias que lo tienen más fino todavía. Tu olfato es muy sensible, pero no supera la sagacidad de un perro. Distingues muy bien los sabores con sólo probarlos: hay animales que disciernen las hierbas aún sin probarlas y no toman lo que les es dañino, mientras que tú, aunque distingas muy bien los alimentos, puedes ser imprudente y envenenarte. La sensibilidad de tu tacto es extraordinaria: ¡cuántas aves presienten la llegada del verano y emigran, o la inminencia del invierno, y se marchan a regiones más cálidas! Lo que tú sientes cuando ha llegado, ellas lo presienten antes de que llegue. Yo lo ensalcé en la salud, pero nada de eso percibe una piedra, nada un árbol, nada un cadáver. 6. En efecto, ¿no sentía nada en su corazón el prefecto Daciano cuando se ensañaba contra un cadáver insensible? ¿Qué podía hacer ya a lo que nada sentía quien pudo ser vencido por él cuando aún vivía? Hizo lo que pudo, y lo hizo lleno de furor. Pero quien a todas luces nada sufría, en secreto era coronado. Estaba ya en posesión de la promesa de su Señor, quien, queriendo darnos seguridad frente a los que dan muerte al cuerpo, dijo: No temáis a quienes dan muerte al cuerpo y no pueden hacer más. ¿Cómo no pueden hacer más, si aquél demente cometió tantas barbaridades sobre el cuerpo de Vicente? ¿Pero qué hizo a Vicente, si nada le hizo incluso cuando estaba en vida? Así, pues, estar sano no consiste en no sentir nada, al modo como no siente una piedra, un árbol o un cadáver, sino en vivir en el cuerpo y no sentir su peso. Pero, con todo, por sano que esté un hombre en esta vida no deja de sentir el peso de su cuerpo sano. También el cuerpo sano, pero corruptible, apesga el alma. Apesga el alma, es decir, no obedece al alma en todos sus deseos. La obedece en muchas cosas: mueve las manos para trabajar, los pies para caminar, la lengua para hablar, los ojos para ver y aplica el oído para escuchar las voces. En todas estas cosas, el cuerpo obedece. Pero, si desea cambiar de lugar, siente su carga, siente su peso El cuerpo no se mueve con mucha facilidad para llegar a donde desea. Alguien desea ver cara a cara a un amigo; sabe que está lejos, que entre ellos hay muchas jornadas por medio. Se ha adelantado con el alma; mas, cuando llega con el cuerpo, advierte cuánto peso lleva encima El peso de la carne no pudo obedecer a la voluntad en cuanto a la rapidez deseada; no pudo ser llevado con la velocidad apetecida, con la que es propia del alma. El cuerpo es lento y pesado. 7. EI mismo cuerpo, ¿tiene algo que nos permita probar su velocidad? ¿Hemos de hablar de los pies? ¿Hay algo más lento? Ellos son los que marchan, pero apenas siguen los deseos y llegan tras grandes esfuerzos. Pero imagínate a alguien tan veloz como ciertos animales, con cuya velocidad no se puede comparar la nuestra; piensa en alguien tan veloz como las aves: no llegaría al lugar deseado en un abrir y cerrar de ojos. Mucho tiempo pasan las aves en vuelo durante sus migraciones, y a veces, cansadas, se posan sobre la arboladura de las naves. Así, pues, incluso si nos fuese posible volar como las aves seríamos lentos para llegar pensando en la rapidez de los deseos. Mas cuando se transforme en espiritual el cuerpo del que se dijo: Se siembra un cuerpo animal y resucitará uno espiritual, ¡qué facilidad en él, qué rapidez, qué obediente a los deseos de la voluntad! Ningún cuerpo sentirá peso alguno, necesidad o cansancio; en ninguna parte encontrará oposición ni resistencia. 8. ¿Cómo era aquel cuerpo que el Señor hizo pasar por las puertas cerradas? Prestad atención, os suplico, por si puedo, con la ayuda del Señor, satisfacer en todo o en parte a vuestra expectación mediante algunas palabras. La pasión del mártir, a quien hemos visto con admiración despreciar su cuerpo en medio de los tormentos, nos ha brindado la ocasión para hablar algo sobre el cuerpo espiritual. Dijimos, en efecto, que precisamente cuando se desentendía del cuerpo, entonces miraba por él, no fuera que, huyendo de las penas temporales y negando a Cristo, mandase aI mismo cuerpo a las penas eternas y atrocísimos suplicios. Partiendo de aquí, he querido exhortaros, a vosotros y a mí mismo, a despreciar lo presente y a esperar lo futuro, pues en esta morada gemimos agobiados, y, sin embargo, no queremos morir y tememos vernos despojados de ese peso. En efecto, no queremos ser despojados, sino revestidos de forma que lo mortal sea absorbido por la vida. Aprovechando la ocasión, me propuse hablaros algo acerca del cuerpo espiritual, y juzgué que debía comenzar presentándoos la salud misma de este cuerpo frágil y corruptible, para llegar, a partir de ella, a algo más grandioso. Anotamos que la salud consistía en no sentir nada. Ved la cantidad de cosas que hay en nuestro interior. ¿Quién de nosotros las conocería de no haberlas visto en los cuerpos destrozados? Nuestras vísceras interiores, a las que damos el nombre de intestinos, ¿cómo las conocemos? Es cosa buena no darse cuenta de que las tenemos. Cuando nos pasan inadvertidas, es que estamos sanos. Dices a alguien: «Fíjate en el estómago». Él te responde: «¿Qué es el estómago?» ¡Dichosa ignorancia! No sabe dónde lo tiene, porque siempre lo tuvo sano. Si no lo hubiera tenido sano, lo hubiese sentido alguna vez, y no para su bien ciertamente. 9. Aunque hemos elogiado la salud corporal, cuando hemos llegado a la rapidez de movimientos, hemos encontrado que, en cierto modo, somos de plomo. ¿Cuál es la rapidez de los cuerpos celestes? ¿Quieres conocerla? Miras al sol, y te da la impresion de que casi no se mueve, y, sin embargo, se mueve. Quizá digas: «Se mueve, pero lentamente.» ¿Quieres conocer con qué rapidez se mueve? ¿Quieres percibir con la razón lo que no adviertes con la vista? Si alguien quisiere atravesar por vía recta esta tierra, de oriente a occidente, con caballos de posta, ¿cuántos días emplearía? Cualquiera que fuera la velocidad de los caballos, ¿cuántas jornadas necesitaría? En un solo día recorre el sol, que te da la impresión de estar parado, el espacio que va de un extremo del oriente al otro del occidente y en una sola noche vuelve al punto de partida. Puesto que se trata de un tema oscuro, difícil de persuadir, o tal vez incierto, no quiera decir cuánto más anchos son los espacios celestes que los terrestres. Si, pues, vemos que es tan grande la velocidad de los cuerpos celestes que, cuando los miramos, nos parece que apenas se mueven, ¿con qué rapidez podemos comparar los cuerpos de los ángeles? Se han hecho presentes, y a veces han querido ser vistos y se prestaron a ser tocados. Abrahán lavó los pies a ángeles. No sólo lavó aquellos cuerpos, sino que hasta los tocó. Se aparecieron como quisieron, a quienes quisieron y cuando quisieron. No experimentan dificultad ni lentitud ninguna. Pero no los vemos correr, ni trasladarse de un lugar a otro, para conocer que se alejan de los ojos de los hombres: cuando quieren vienen. No podemos, por tanto, presentar un ejemplo irrefutable de su rapidez. Pasemos por alto lo que desconocemos, sin atrevernos a presumir temerariamente de cosas que no hemos experimentado. 10. En este mismo cuerpo que tenemos, encuentro algo cuya asombrosa rapidez me causa admiración. ¿A qué me estoy refiriendo? Al rayo de nuestra mirada, mediante el cual tocamos cuanto vemos. Lo que ves, lo tocas con el rayo de tu vista. Si quieres mirar más lejos y se interpone otro cuerpo, el rayo va a dar contra ese objeto, que no le deja pasar hasta lo que deseas ver. Dices al obstáculo que se te pone delante: «Apártate, que me estorbas.» Quieres ver, por ejemplo, una columna, pero hay un hombre en medio que impide tu mirada. Tú has emitido el rayo, pero llegó sólo hasta el hombre, que no le permite llegar a la columna; choca contra algo, no se le perrnite pasar. Suponte que quien te lo obstaculiza se quitó de en medio: la vista llegó hasta donde quería. Razona, pues, ahora y respóndeme, si has hallado la respuesta: esta mirada, este rayo de tu ojo, ¿llegó más rápido a lo cercano y más tarde a lo lejano? Has visto a un hombre cerca de ti: tardaste en verlo tanto cuanto tardaste en tender hacia él el rayo de tu ojo; tardaste en llegar a él con el rayo de tu ojo tanto cuanto hubieras tardado en llegar a aquella columna que deseabas ver, y que no pudiste, porque se había interpuesto aquel hombre. No llegas primero al hombre y a la columna después, aunque él está más cerca y ella más lejos. Si quisieras ir andando, llegarías antes al hombre que a la columna; mas como se trataba de ver, llegaste tan pronto al hombre como a la columna. Lo dicho sobre la columna y el hombre es cosa de poca distancia. Vuelve a lanzar tus ojos: lejos ves una pared; llévalos más lejos: llegas al sol. ¿Qué distancia hay entre ti y el sol? ¿Quién puede medirla? ¿Quién, por aguda que sea su inteligencia, puede calcular lo que dista el sol de ti? Y, con todo, apenas abres el ojo, tú estás aquí y tu rayo se encuentra allí. Tan pronto como quisiste ver, llegaste con la vista. No buscaste andamios en que apoyarte, ni escaleras con que subir, ni sogas que te levantasen, ni alas con que volar. Abrir los ojos equivale a llegar. 11. ¿Qué decir, pues, de esta velocidad? ¿Cuánta es? ¿Qué significa? Es algo propio de nuestro cuerpo, algo que se origina en nuestra carne. Estamos en posesión de esos rayos y no nos causan admiración. Los utilizamos para ver, pero nos asustamos cuando nos detenemos a pensar en ellos. Limitándonos a la velocidad de los cuerpos, no encuentras otra que pueda compararse a ésa. Con razón, el apóstol Pablo comparó con esa rapidez lo fácil que ha de ser la resurrección al decir: En el tiempo requerido por un rayo del ojo. En el tiempo requerido por un rayo del ojo, no en un abrir y cerrar de ojos, pues esto se realiza con más lentitud que el ver. Tardas más en levantar los párpados que en emitir el rayo. Llega antes tu rayo al cielo que el párpado levantado a las cejas. Advertís cuánto es el tiempo requerido por un rayo del ojo: veis, por tanto, la facilidad que el Apóstol otorga a la resurrección de los cuerpos. ¡Cuán lentamente fueron creados y formados! Rememoremos cuánto dura la concepción y, ya en el seno materno, el tiempo necesario para la formación de los miembros de los niños; ya formados los miembros, cada uno en su momento, se requiere cierto número de días, muchos meses, hasta que salga a la luz lo que se ha creado y formado dentro. Luego, ¡cuánto tiempo para crecer! ¡Cuánto tiempo para que la adolescencia suceda a la niñez, la madurez a la adolescencia, la senectud a la madurez; y la muerte a todas ellas! Todavía se requiere tiempo para algo más. Un cuerpo recién muerto parece estar íntegro, pero se resolverá en podredumbre; hasta para esta descomposición se precisa tiempo, mientras se pudre y se convierte en seco polvo. ¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde los primeros instantes de su aparición en el seno materno hasta que todo el sepulcro se convierte en ceniza? ¿Cuántos días? ¿Cuánto tiempo? Llega el momento de la resurrección, y es reparado en lo que dura la emisión de un rayo del ojo. 12. Prestad atención, pues, hermanos, y comparad las cosas que deben compararse con los términos de la comparación. Esta carne es más rápida para andar que lo fue para ser formada, nutrirse, crecer, llegar al aspecto de persona madura en edad y estatura; es más rápida para andar que para sufrir todo este proceso. Ahora bien la resurrección tendrá lugar en lo que dura la emisión de un rayo del ojo: ¡cuál será la rapidez de movimiento, si tal fe fue la resurrección! Los cuerpos han sido destrozados por los verdugos: aunque los miembros de los muertos hayan sido dispersados por todo el mundo. aunque sus cenizas estén esparcidas por toda la tierra, todo lo diseminado en tan gran seno será reparado en lo que dura la emisión de un rayo del ojo. Nos admiramos de la rapidez de los rayos que emiten nuestros ojos, portentosa e increíble si no lo atestiguara la experiencia; pues bien, aún será más maravillosa la facilidad del futuro cuerpo espiritual. Resucitará en lo que tarda en emitirse un rayo del ojo; pero nuestro Señor hizo pasar su cuerpo a través de puertas cerradas, de lo que es incapaz el rayo de nuestro ojo. Estando sus discípulos en un local después de la resurrección, se les apareció de improviso a pesar de estar cerradas las puertas. Él pudo hasta entrar por donde nosotros no logramos siquiera ver. Que nadie diga: «Lo pudo ciertamente, pero era el cuerpo del Señor; ¿lo podrá, acaso, luego el mío?» También a este respecto le da seguridad plena el Espíritu, que hablaba por boca del Apóstol. Del mismo Señor se dijo: Quien transfigurará nuestro cuerpo humilde en otro semejante al cuerpo de su gloria. 13. La fragilidad humana no debe atreverse a definir, osada y presuntuosamente, nada acerca de tal cuerpo, sobre su gran agilidad, celeridad y salud. Cómo hemos de ser, lo sabremos cuando lleguemos a serlo. Antes de que esto acontezca, no seamos temerarios, no sea que no lleguemos a serlo. La curiosidad humana investiga a veces y se dice a sí misma: «¿Crees que veremos a Dios mediante aquel cuerpo espiritual?» Se le puede responder inmediatamente: a Dios no se le ve en un lugar concreto, ni parcialmente, ni difundido por el espacio o separado por intervalos. Aunque llene el cielo y la tierra, no por eso está mitad en el cielo y mitad en la tierra; en efecto, este aire llena cielo y tierra, pero la parte que está en el Cielo no está en la tierra. Lo que llena el agua, lo llena sólo en cuanto al espacio que ocupa; la mitad de agua ocupa la mitad del espacio y toda ella ocupa todo él. Dios no es nada parecido. Eso ha de quedarte fuera de toda duda, porque Dios no es ningún cuerpo. El extenderse por el espacio, circunscribirse a un lugar, tener medios, tercios, cuartos y la totatidad es propio de los cuerpos. Nada de eso es Dios, porque Dios está todo en todas partes; no tiene aquí una mitad y allí, la otra, sino que está todo en todas partes. Llena el cielo y la tierra, pero está en su totalidad en el cielo y en su totalidad en la tierra. En el principio existía la Palabra. Esto para que apliques lo oído al mismo Hijo, puesto que también él es un solo Dios con el Padre: igual no por la magnitud, sino por la divinidad. En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Por ella fueron hechas todas las cosas y sin ella nada se hizo. Y luego a continuación: Y la luz brilla en las tinieblas. Este Unigénito que permanece todo entero junto al Padre, todo entero brilla en las tinieblas, está todo entero en el cielo, todo entero en la tierra, todo entero en la Virgen, todo entero en su cuerpo de niño, y no de forma sucesiva, como si pasase de un lugar a otro. También tú estás todo entero en tu casa y todo entero en la Iglesia; pero cuando estás en la iglesia, no estás en tu casa, y cuando estás en tu casa, no estás en la iglesia. No es ésta la forma como él está todo entero en el cielo, todo entero en la tierra, todo entero en la Virgen, todo entero en su cuerpo de niño, por no mencionar más cosas, como si se trasladase del cielo a la tierra, de la tierra a la Virgen, y de la Virgen al cuerpo de niño, sino que al mismo tiempo está todo entero por doquier. No se desgarrará como el agua, ni cual tierra se le retira de un lado y se lleva a otro con fatiga. Cuando está todo entero en la tierra, no abandona el cielo, y de la misma manera, cuando llena el cielo, tampoco se aleja de la tierra, pues alcanza de un extremo a otro con fortaleza y dispone todas las cosas con suavidad. 14. Por tanto, si, al menos una vez transformado este cuerpo en cuerpo espiritual, podrán ver sus ojos una sustancia no circunscrita al espacio; si han de poderlo por alguna fuerza oculta, nunca experimentada y totalmente desconocida, nunca percibida ni valorada; si han de poderlo, puédanlo. Vemos con nuestros ojos: no sentimos envidia de ellos En una cosa debemos poner nuestro empeño: en no localizar a Dios, ni circunscribirle en un lugar, ni creerlo difuso en el espacio, como si fuera un cuerpo voluminoso; no osemos pensar eso. Permanezca la sustancia divina en su propia dignidad. Nosotros cambiemos para mejor cuanto mejor podamos, pero sin cambiar a Dios para peor. Sobre todo, teniendo en cuenta que en la Escritura no hemos encontrado nada al respecto, o aún no lo hemos encontrado, pues ni siquiera me atrevo a suponer que nada hay en ella que pueda ser hallado. O nada hay en ella, o está oculto, o se me oculta. Si alguien pudiera encontrar algo en una u otra dirección, lo recibo gustoso, y sería ingrato si, una vez informado, no diera las gracias no ya al hombre que me lo comunicó, sino a quien enseña a través del hombre. No permita el dador de la gracia que yo sea ingrato Yo sólo digo que los ojos que ven, ven a través del espacio, es decir, que entre el vidente y el objeto visto hay un espacio intermedio y que estos ojos no pueden ver de otra forma. En efecto, si alejas mucho de ellos un objeto, no lo verán, porque sus rayos no llegan hasta objetos tan distantes; si, por el contrario, lo pones muy cerca de ellos, si no hay un espacio entre los ojos del vidente y el objeto que se quiere ver, no podrá verlo en ninguna manera. Si tú mismo, acercando los ojos con que ves, tocas el objeto, al desaparecer el espacio, desaparece la visión. Estoy hablando de esto porque los ojos, que sólo ven lo que ven si hay intervalos y espacio en medio, ni pueden ver a Dios ahora ni podrán verlo después, puesto que él no es localizable. Por tanto, o bien podrán ver otra cosa, incluso lo que no puede ser visto localizado en un lugar, o, si les permanece la facultad de ver solamente lo localizado en un lugar, no verán a quien no está circunscrito a un lugar. 15. Pero mientras se investiga más cuidadosamente lo referente al cuerpo espiritual y se llega a algo que o bien se comprenda o bien pueda creerse rectamente, tengamos por cierto que el cuerpo ha de resucitar y que la forma futura de nuestro cuerpo es la que Cristo mostró o prometió veladamente. Admitamos que el cuerpo futuro será espiritual, no animal como el presente. Evidentemente, como está escrito, sin que podamos contradecirlo: Se siembra un cuerpo animal y resucitará un cuerpo espiritual. Mantengamos que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, por su propia naturaleza y sustancia, son de idéntico modo y de igual manera invisibles; porque creemos que son de idéntico modo y de igual manera inmortales e incorruptibles. En un mismo texto, el Apóstol puso juntas estas tres cosas: Al rey de los siglos, inmortal, invisible, incorruptible; al único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén. Solamente Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es santo, inmortal, invisible e incorruptible; no es ahora invisible y luego visible, como tampoco ahora incorruptible y luego corruptible. Del mismo modo que es siempre inmortal y siempre incorruptible, así es también siempre invisible. Si desaparece su invisibilidad, es de temer que pierda también la inmortalidad. Pienso que ésta es la razón por la que el Apóstol puso el término «invisible» en el medio, entre «inmortal» e «incorruptible». Puesto que podía dudarse al respecto, para que no hubiese escapatoria, lo fortificó por ambos lados. Afirmémonos en esta fe indiscutible. No es lo mismo ofender a una criatura que ofender al Creador. Ciertamente, podemos investigar y discutir sobre las propiedades de las criaturas, y, aunque nos equivoquemos en algo, podemos caminar sobre lo conseguido. Pero entonces, si tenemos algún conocimiento errado, también Dios nos lo hará saber. De ello hablamos ayer más prolijamente. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Nosotros entreguémonos por todos los medios a purificar el corazón y estemos atentos a ello sin regatear esfuerzos; en cuanto podamos, todas nuestras oraciones han de pedir eso: la purificación del corazón. Y si nuestros pensamientos se ocupan de lo exterior: Limpiad, dijo, lo interior, y así quedará limpio lo exterior. 16. Quizá a alguien le parezca que es tan claro el testimonio en favor de la carne como el que se refiere al corazón, puesto que está escrito: Toda carne verá la salvación de Dios. El testimonio referido al corazón es clarísimo: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Tenemos también uno referido a la carne: Toda carne verá la salvación de Dios. Ante esto, ¿quién dudaría de que aquí se promete la visión de Dios a la carne, si no intrigase saber qué es la salvación de Dios? En verdad, no nos intriga, pues no tenemos la menor duda: la salvación de Dios es Cristo el Señor. Así, pues, si a nuestro Señor Jesucristo sólo se le viese en la naturaleza divina, nadie dudaría de que también la carne vería la sustancia de Dios, puesto que toda carne verá la salvación de Dios. Mas Jesucristo nuestro Señor puede ser visto, en cuanto se refiere a su divinidad, con los ojos del corazón limpios, perfectos, llenos de Dios; pero fue visto también en su cuerpo, según lo que está escrito: Después de esto fue visto en la tierra y convivió con los hombres. ¿Cómo puedo saber por qué se dijo que toda carne verá la salvación de Dios? Nadie dude de que se dijo porque verá a Cristo. Pero se duda y se pregunta si se trata de Cristo el Señor en su cuerpo o en cuanto la Palabra existía en el principio, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. No me agobies con un solo testimonio; te lo repito al instante: Toda carne verá la salvación de Dios. Se admite que equivale a «toda carne verá al Cristo de Dios». Pero Cristo fue visto también en la carne, y no ciertamente en carne mortal, si es que aún puede llamarse carne tras convertirse en espiritual, pues incluso él mismo, después de la resurrección, dijo a quienes le estaban viendo y tocando: Palpad y ved, que un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo. Se le verá también en esta condición; no sólo se le vio, sino que se le verá también. Y quizá entonces se cumplirá de forma más plena lo dicho: Toda carne. Ahora, en efecto, lo ve la carne, pero no toda carne; pero entonces, en el momento del juicio, cuando venga con sus ángeles a juzgar a vivos y muertos, después que todos los que están en los sepulcros oigan su voz y salgan fuera, y unos resuciten para la vida y otros para el juicio, verán la misma forma que se dignó tomar por nosotros; no sólo los justos, sino también los malvados: unos desde la derecha y otros desde la izquierda pues incluso quienes le mataron verán al que traspasaron. Así, pues, toda carne verá la salvación de Dios. Verán su cuerpo a través del cuerpo, puesto que ha de venir a juzgar en el cuerpo. A los que están a la derecha, enviados ya al reino de los cielos, se manifestará como fue visto ya en el cuerpo; pero, no obstante, decía: Quien me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré a él y me manifestaré a él personalmente. Esto no lo verá el judío malvado, pues el malvado será apartado para que no vea la claridad de Dios. 17. El justo Simeón lo vio tanto con el corazón, puesto que lo reconoció cuando era un niño sin habla, como con los ojos, puesto que lo cogió en sus brazos. Viéndole de esta doble manera, es decir, reconociendo en él al Hijo de Dios y abrazando al engendrado por la Virgen, dijo: Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo ir en paz, porque mis ojos han visto tu salvación. Ved lo que dijo. Se hallaba retenido aquí hasta que viera con los ojos a quien veía con la fe. Tomó en sus brazos un cuerpo pequeñito; un cuerpo fue lo que abrazó; y, viendo un cuerpo, es decir, contemplando al Señor en la carne, dijo: Mis ojos han visto tu salvación. ¿Cómo sabes que no es así como toda carne verá la salvación de Dios? Para que no desconfiemos que ha de venir a juzgar en la forma que recibió por nosotros y no en la que es siempre igual al Padre, escuchemos también la voz de los ángeles al respecto. Cuando fue elevado al cielo ante los ojos de sus discípulos, viéndole ellos y siguiendo con la mirada a quien deseaban con el corazón, escucharon de boca de los ángeles: Varones galileos, ¿por qué estáis ahí plantados mirando al cielo? Este Jesús que se ha alejado de vosotros, vendrá así como lo vísteis ir al cielo. Así vendrá, pues, de la misma manera que subió al cielo. Vendrá a juzgar en forma visible, porque en forma visible subió al cielo. En efecto, si se alejó en forma visible y volverá en forma invisible, ¿cómo puede ser cierto que vendrá así? Sí, vendrá así; sin duda, vendrá en forma visible, y toda carne verá la salvación de Dios. 18. No he dicho esto -recordadlo, en cuanto os sea posible, hasta que lleguemos a lo que aún no conocemos; lo que sabemos no es necesario que lo aprendamos, pero sí que lo enseñemos con la ayuda de Dios-; no he dicho esto, repito, porque niegue que la carne haya de verlo, sino porque han de buscarse testimonios más claros, si es que pueden encontrarse, pues veis el valor del que ha sido presentado. Prueba más en mi favor, o en favor de la misma verdad, o en favor de quienes sostienen como casi cierto que la carne no ha de ver en ningún modo a Dios ni siquiera tras la resurrección de los muertos Yo aquí no entro en porfías; al repetirlo sólo busco recordarlo a los inteligentes e inculcarlo a los más lentos en comprender. Aunque a muchos les haya causado hastío, lo he dicho. A Dios no se le ve en un lugar determinado, porque no es un cuerpo, porque está todo entero por doquier, ni es menor en una parte y mayor en otra. Retengamos esto con toda firmeza. Si aquella carne ha de sufrir una transformación tan grande que mediante ella pueda verse lo que no está circunscrito a un lugar, sea así; pero ha de buscarse con qué probarlo. Y si aún no se puede probar, no por eso se ha de negar; pero ciertamente se puede dudar de ello, con tal que no se dude de que la carne ha de resucitar; que el cuerpo animal se ha de convertir en espiritual; que, siendo corruptibIe y mortal, se ha de revestir de incorrupción e inmortalidad, para que adondequiera que hayamos llegado, sobre eso caminemos. Si por casualidad nos equivocamos en algo al apurar demasiado la investigación, que al menos nuestra equivocación tenga por objeto la criatura, no el Creador. Que cada cual se esfuerce, en la medida de sus posibilidades, en convertir su cuerpo en espíritu, con tal de que no convierta a Dios en cuerpo. La gloriosísima pasión de San Vicente Predicado en Hipona, año desconocido 1. Por voluntad de Cristo celebramos solemnemente la muy esforzada y gloriosísima pasión de San Vicente mártir y, como tal, sin rebozo la ensalzamos. Hemos visto con mirada del alma y contemplado con el pensamiento, cuánto soportó, las palabras que oyó, así como sus respuestas; y ante nuestros ojos se ha desplegado, en cierto modo, un admirable espectáculo: un juez inicuo, el torturador ensangrentado, el mártir invicto y un combate entre la crueldad y la piedad: por un lado la insania, por el otro la victoria. Cuando en nuestros oídos resonaba la lectura, en los corazones se encendía la caridad. Habríamos querido, si hubiera sido posible, abrazar y besar aquellos miembros despedazados, que nos maravillaba dieran abasto a tan grandes castigos; y que, con una ternura inexplicable, no queríamos ver atormentados. Porque ¿quién querría ver a un verdugo enfurecido, a un ser humano, perdido todo sentimiento de humanidad, ensañarse contra un cuerpo humano? ¿A quién agradaría descubrir entre las máquinas del tormento sus miembros distorsionados? ¿Quién no se resistiría ante su natural figura deformada por la destreza del hombre o ante sus huesos dislocados, a fuerza de distendidos, y puestos al desnudo por los garfios? ¿Quién no se estremecía de horror? Y, no obstante, siendo como era horroroso todo esto, la justicia del mártir lo hacía hermoso; y por su misma fe, por su piedad, por la esperanza en el siglo futuro y por su amor a Cristo, una fortaleza tan admirable derramaba el brillo de la gloria sobre la apariencia abominable y mortal de los tormentos. En suma, ante un mismo y único espectáculo hemos contrapuesto nuestros deseos a los del perseguidor. A él le deleitaba la pena del mártir, a nosotros su causa; a él lo que aquél sufría, a nosotros por qué sufría; a él los tormentos; a nosotros su virtud; a él las heridas, a nosotros la corona; a él que le embargaran los dolores durante el máximo tiempo posible, a nosotros que, en modo alguno, los dolores le doblegaran: él se deleitaba porque aquél era maltratado en la carne, nosotros, porque perseveraba en la fe. Por eso, cuando se cebaba él en su propia crueldad, era entonces cuando le atormentaba la verdad del mártir; en cambio, nosotros apenas soportábamos los horrores que exigía de nosotros Vicente, pero cuando desfallecía éste, éramos nosotros los que sobre él nos imponíamos. 2. Y, con todo, nuestro atleta no resultó vencedor él mismo, en sí mismo o por sí mismo, sino en Aquél y por Aquél que, exaltado sobre todo, nos ofrece su auxilio, Aquél que, habiendo sufrido más que nadie, nos ha dejado su ejemplo. Nos está animando al combate el que nos invita a conseguir el premio; y así está contemplando al que lucha, para ayudarle en sus esfuerzos. A su atleta le ordena lo que tiene que hacer, le propone lo que ha de encajar y hasta acude en su ayuda para que no desfallezca. Ore, por tanto, simplemente el que quiere luchar sin reservas, vencer prestamente y reinar felizmente. Acabamos de oír a un siervo, como nosotros, que hablaba y que con sus respuestas, congruentes y veraces, hacía callar la lengua del perseguidor. Pero antes hemos oído decir a su Señor: «Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros: Y, por eso, aquél venció a sus enemigos; porque alabó sus propias palabras en el Señor y sabía lo que significaba decir: «En Dios alabaré mi palabra, en el Señor alabaré mis palabras; en el Señor esperaré, no temeré lo que pueda hacerme un mortal». Hemos visto al mártir soportando tormentos horribles con toda paciencia, pero su alma se sometía a Dios, de quien, efectivamente, venía su paciencia. Y para que la fragilidad humana, desfalleciendo por la impaciencia, no negara a Cristo y repercutiera ello en alegría del enemigo, bien sabía a quién decía: «Dios mío, líbrame de la mano del pecador, de la mano de quien quebranta la ley y del malvado, por que tú eres mi paciencia». Porque, el que en el salmo cantó estas palabras dio a entender cómo un cristiano debe pedir verse libre del poder de sus enemigos, no sin sufrir nada, sino soportando con mucha paciencia lo que sufre: «Líbrame de la mano del pecador, de la mano de quien quebranta la ley y del malvado». Pero si lo que preguntas es cómo quiere verse liberado, atiende a lo que sigue: «Porque tú eres mi paciencia». La pasión es gloriosa sólo cuando se da esa piadosa confesión, de suerte que «el que se gloría, gloríese en el Señor». Y, por eso, nadie presuma en su corazón, cuando ha cumplido sus palabras, nadie presuma de sus fuerzas, cuando sufre la tentación, porque así como para hablar palabras buenas, de Él es nuestra sabiduría, así también para sufrir los males, de Él es nuestra paciencia. Por tanto, de nosotros es el querer; pero sólo después de llamados es cuando se nos exige que queramos; de nosotros es el pedir, pero no sabemos qué pedir; de nosotros es el recibir, pero ¿qué recibiríamos, si no tenemos ya antes?; de nosotros es el tener, pero ¿qué tenemos, si no recibimos antes? Por consiguiente, «el que se gloría, gloríese en el Señor». Digno es, pues, el mártir Vicente, de ser coronado por el Señor, en quien eligió gloriarse, por la sabiduría y también por la paciencia, digno de la presente solemnidad, digno de la felicidad eterna, que con tal de alcanzarla, leve le era, por horrendo que fuera, cuanto le intimidó con amenazas tan grandes aquel juez, cuantos tormentos el ensangrentado verdugo le infligió. Ha pasado, no cabe duda, lo que sufrió, pero no ha de pasar lo que ya ha recibido. Porque es cierto que sus miembros fueron maltratados así, que así fueron atormentadas sus entrañas, que tan frecuentes y con tanta crueldad fueron reiterados los tormentos, pero así, tal como lo fueron aquellos y aun siendo mucho mayores, «no hay proporción entre los sufrimientos de esta vida y la gloriia futura que ha de revelarse en nosotros».

San Vicente

POEMA V DEL PERISTEPHANON (LIBRO DE LAS CORONAS DE LOS MÁRTIRES, PRUDE3NCIO) PASSIO SANCTI VENCENTI MARTYRIS Beate martyr, prospera diem triumfalem tuum, quo sanguinis merces tibi corona, Vincenti, datur! Hic te ex tenebris saeculi tortore uicto et iudice euexit ad caelum diez Christoque ouantem reddidit. Nunc angelorum particeps conlucis insigni stola, quam testis indomabilis riuis cruoris laueras, cum te satelles idoli praecinctus atris legibus litare diuis gentium ferro et catenis cogeret. Ac uerba primum mollia suadendo blande effuderat, captator ut uitulum lupus rapturus adludit prius. 'Rex', inquit, 'orbis maximus,' qui sceptra gestat publica, seruire sanxit omnia priscis deorum cultibus. Vos, Nazareni, adsistite rudemque ritum spernite! haec saxa, quae princeps colit, placate fumo et uictima!' Exclamat hic Vincentius, leuita de tribu sacra, minister altaris dei septem ex columnis lacteis: 'Tibi ista praesint numina, tu saxa, tu lignum colas, tu mortuorum mortuus fias deorum pontifex, nos lucis auctorem patrem eiusque Christum filium, qui solus ac uerus deus, Datiane, confitebimur'. Hic ille iam commotior: audesne, non felix', ait, 'ius hoc deorum et principum uiolare uerbis asperis, ius et sacratum et publicum, cui cedit humanum genus, nec te iuuentae feruidae instans periclum permouet? Hoc namque decretum cape: aut ara ture et caespite precanda iam nunc est tibi aut mors luenda est sanguine.' Respondit ille altrinsecus: 'age ergo, quidquid uirium, quidquid potestatis tibi est, palam reluctor, exere! Vox nostra quae sit, accipe: est Christus et pater deus, serui huius et testes sumus, extorque, si potes, fidem! 'Tormenta, carcer, ungulae stridensque flammis lammina atque ipsa poenarum ultima, mors, christianis ludus est. O uestra inanis uanitas scitumque brutum Caesaris! condigna uestris sensibus coli iubetis numina: excisa fabrili manu cauis recocta et follibus, quae uoce, quae gressu carent, inmota, caeca, elinguia. His sumptuosa splendido delubra crescunt marmore, his colla mugientium percussa taurorum cadunt. 'At sunt et illic spiritus'. 'Sunt, sed magistri criminum, uestrae et salutis aucipes, uagi, inpotentes, sordidi, qui uos latenter incitos in omne conpellumt nefas: uastare iustos caedibus, plebem piorum carpere. Norunt et ipsi ac sentiunt pollere Christum et uiuere eiusque iam iamque adfore regnum tremendum perfidis. Clamant fatentes denique pulsi ex latebris uiscerum uirtute Christi et nomine diuique et idem daemones.' His intonantem martyrem iudex profanus non tulit, conclamat: 'os obtrudite, ne plura iactet inprobus! Vocem loquentis claudite raptimque lictores date, illos reorum Plutones pastos resectis canibus! Iam faxo ius praetorium conuiciator sentiat, inpune ne nostris sibi dis destruendis luserit. Tibi ergo soli, contumax, Tarpeia calcentur sacra, tu porro solus obteras Romam, senatum, Caesarem? Vinctum retortis bracchiis sursum ac deorsum extendite, conpago donec ossuum diuulsa membratim crepet. Posthinc hiulcis ictibus nudate costarum abdita ut per latebras uulnerum iecur retectum palpitet.' Ridebat haec miles dei manus cruentas increpans, quod fixa non profundius intraret artus ungula. Ac iam omne robur fortium euiscerando cesserat nisusque anhelus soluerat fessos lacertorum toros, ast ille tanto laetior omni uacantem nubilo frontem serenam luminat te, Christe, praesentem uidens. 'Quis uultus iste, pro pudor!' Datianus aiebat furens, 'gaudet, renidet, prouocat tortore tortus acrior! Nil illa uis exercita tot noxiorum mortibus agone in isto proficit, ars et dolorum uincitur. Sed uos, alumni carceris, par semper inuictum mihi, cohibete paulum dexteras, respiret ut lassus uigor. Praesicca rursus ulcera, dum se cicatrix colligit refrigerati sanguinis, manus resulcans diruet.' His contra leuites refert: 'si iam tuorum perspicis languere uirtutem canum, age, ipse maior carnifex, ostende, quo pacto queant imos recessus scindere, manus et ipse intersere riuosque feruentes bibe! Erras, cruente, si meam te rere poenam sumere, cum membra morti obnoxia dilancinata interficis. Est alter, est intrinsecus, uiolare quem nullus potest, liber, quietus, integer, exsors dolorum tristium. Hoc, quod laboras perdere tantis furoris uiribus, uas est solutum ac fictile, quocumque frangendum modo. Quin immo nunc enitere illum secare ac plectere, qui perstat intus, qui tuam calcat, tyranne, insaniam! Hunc, hunc lacesse, hunc discute, inuictum, inexsuperabilem, nullis procellis subditum solique subiectum deo!' Haec fatur et stridentibus laniatur uncis denuo; cui praetor ore subdolo anguina uerba exsibilat: 'Si tanta callum pectoris praedurat obstinatio, puluinar ut nostrum manu abomineris tangere, saltim latentes paginas librosque opertos detege, quo secta prauum seminans. iustis cremetur ignibus'. His martyr auditis ait: 'quem tu, maligne, mysticis minitaris ignem litteris, flagrabis ipse hoc iustius. Romfea nam caelestium uindex erit uoluminum tanti ueneni interpretem linguam perurens fulmine. Vides fauillas indices Gomorreorum criminum, Sodomita nec latet cinis testis perennis funeris. Exemplar hoc, serpens, tuum est. fuligo quem mox sulpuris bitumen et mixtum pice imo inplicabunt tartaro.' His persecutor saucius pallet, rubescit, aestuat insana torquens lumina spumasque frendens egerit. Tum deinde cunctatus diu decernit: 'extrema omnium igni, grabato et lamminis exerceatur quaestio.' Haec ille sese ad munera gradu citato proripit ipsosque pernix gaudio poenae ministros praeuenit. Ventum ad palestram gloriae, spes certat et crudelitas, luctamen anceps conserunt hinc martyr, illinc carnifex. Serrata lectum regula dente infrequenti exasperat, cui multa carbonum strues uiuum uaporat halitum. Hunc sponte conscendit rogum uir sanctus ore interrito, ceu jam coronae conscius celsum tribunal scanderet. Subter crepante aspergine scintillat excussus salis punctisque feruens stridulis sparsim per artus figitur. Aruina posthinc igneum inpressa cauterem lauit, uis unde roris fumidi in membra sensim liquitur. Haec inter inmotus manet tamquam dolorum nescius tenditque in altum lumina; nam uincla palmas presserant. Sublatus inde fortior lugubre in antrum truditur, ne liber usus luminis animaret altum spiritum. Est intus imo ergastulo locus tenebris nigrior, quem saxa mersi fornicis angusta clausum strangulant. Aeterna nox illic latet expers diurni sideris, hic carcer horrendus suos habere fertur inferos. In hoc baratrum conicit truculentus hostis martyrem lignoque plantas inserit diuaricatis cruribus. Quin addit et poenam nouam crucis peritus artifex, nulli tyranno cognitam nec fando conpertam retro. Fragmenta testarum iubet hyrta inpolitis angulis, acuminata, informia, tergo iacentis sternerent. Totum cubile spiculis armant dolores anxii, insomne qui subter latus mucrone pulsent obuio. Haec illc uersutus uafra meditatus arte struxerat, sed Belzebulis callida commenta Christus destruit. Nam carceralis caecitas splendore lucis fulgurat duplexque morsus stipitis ruptis cauernis dissilit. Agnoscit hic Vincentius adesse quod sperauerat, tanti laboris praemium, Christum, datorem luminis. Cernit deinde fragmina iam testularum mollibus uestire semet floribus redolente nectar carcere. Quin et frequentes angeli stant ac loquuntur comminus, quorum unus ore augustior conpellat his dictis uirum: 'Exsurge, martyr inclyte, exsurge securus tui, exsurge et almis coetibus noster sodalis addere! Decursa iam satis tibi poenae minacis munia pulchroque mortis exitu omnis peracta est passio. O miles inuictissime, fortissimorum fortior, iam te ipsa saeua et aspera tormenta uictorem tremunt. Spectator haec Christus deus conpensat aeuo intermino propriaeque collegam crucis larga coronat dextera Pone hoc caducum uasculum, conpage textum terrea, quod dissipatum soluitur, et liber in caelum ueni!' Haec ille; sed clausas fores interna rumpunt lumina tenuisque per rimas nitor lucis latentis proditur. Hoc cum stuperet territus obsessor atri liminis, quem cura pernox manserat seruare feralem domum, psallentis audit insuper praedulce carmen martyris, cui uocis instar aemulae conclaue reddit concauum. Pauens deinde introspicit, admota quantum postibus acies per artas cardinum intrare iuncturas potest: uernare multis floribus stramenta testarum uidet ipsumque uulsis nexibus obambulantem pangere. Inplentur aures turbidi praetoris hoc miraculo, flet uictus et uoluit gemens iram, dolorem, dedecus. 'Exemptus', inquit, 'carceri paulum benignis fotibus recreetur, ut pastum nouum poenis refectus praebeat'. Coire toto ex oppido turbam fidelem cerneres, mollire praefultum torum, siccare cruda uulnera. Ille ungularum duplices sulcos pererrat osculis, hic purpurantem corporis gaudet cruorem lambere. Plerique uestem linteam stillante tingunt sanguine, tutamen ut sacrum suis domi reseruent posteris. Tunc ipse manceps carceris et uinculorum ianitor, ut fert uetustas conscia, repente Christum credidit. Hic obseratis uectibus densae specum caliginis splendore lucis aduenae micuisse clausum uiderat. At uero postquam lectuli martyr quietem contigit, aeger morarum taedio et mortis incensus siti --, si mors habenda eiusmodi est, quae corporali ergastulo mentem resoluit liberam et reddit auctori deo, mentem piatam sanguine, mortis lauacris elutam, quae semet ac uitam suam Christo inmolandam praebuit --, ergo ut recline mollibus reiecit aulaeis caput, uictor relictis artubus caelum capessit spiritus. Cui recta celso tramite reseratur ad patrem uia, quam fratre caesus inpio Abel beatus scanderat. Stipant euntem candidi hinc inde sanctorum chori parique missum carcere baptista Iohannes uocat. At christiani nominis hostem coquebant inrita fellis uenena et liuidum cor efferata exusserant. Saeuire inermem crederes fractis draconem dentibus: 'euasit exultans', ait, 'rebellis et palmam tulit. Sed restat illud ultimum: inferre poenam mortuo, feris cadauer tradere canibusue carpendum dare. Iam nunc et ossa extinxero, ne sit sepulcrum funeris, quod plebs gregalis excolat titulumque figat martyris.' Sic frendit et corpus sacrum profanus -- a dirum nefas! -- nudum negato tegmine exponit inter carices. Sed nulla dirarum famis aut bestiarum aut alitum audet tropeum gloriae foedare tactu squalido. Quin, si qua clangens inprobe circumuolarat eminus, trucis uolucris inpetu depulsa uertebat fugam. Nam coruus, Heliae datus olim ciborum portitor, hoc munus inplet sedule et inremotus excubat. Hic ex frutectis proximis infestus alarum sono oculosque pinnis uerberans exegit inmanem lupum. Quis perfidorum credere ausit rapacem beluam, tauris paratam congredi, cessisse plumis mollibus? Ibat malignum murmurans leui uolatu exterritus praedamque uisam fugerat custodis inbellis minis. Quis audienti talia, Datiane, tunc sensus tibi, quantis gementem spiculis figebat occultus dolor, cum te perempti corporis uirtute uictum cerneres ipsis et inpar ossibus uacuisque iam membris minor? Sed quis, tyranne pertinax, hunc inpotentem spiritum determinabit exitus? nullusne te franget modus? 'Nullus, nec umquam desinam; nam si ferina inmanitas mansuescit et clementia coruos uoraces mitigat, mergam cadauer fluctibus: insana numquam naufragis ignoscit unda et spumeum nescit profundum parcere. Aut semper illic mobilis incerta per ludibria uagis feretur flatibus squamosa pascens agmina, aut sub fragosis rupibus scabri petrarum murices inter recessus scrupeos discissa rumpent uiscera. Ecquis uirorum strenue cumbam peritus pellere remo, rudente et carbaso, secare qui pontum queas, rapias palustri e caespite corpus, quod intactum iacet, leuique uectum lembulo amplum per aequor auferas? Sed conplicatum sparteus claudat cadauer culleus, quem fune conexus lapis praeceps in altum deprimat, At tu per undas emices rorante praepes palmula, donec relictum longior abscondat aspectus solum.' Haec iussa quidam militum -- Eumorfio nomen fuit -- uiolentus, audax, barbarus, furore feruens adripit. Funale textum conserit, suto quod inplet corpore, emensus et multum freti inter procellas excutit. O praepotens uirtus dei, uirtus creatrix omnium, quae turgidum quondam mare gradiente Christo strauerat, ut terga calcans aequoris siccis mearet passibus, plantas nec undis tingueret uasti uiator gurgitis! Haec ipsa uirtus iusserat rubrum salum dehiscere, patente dum fundo aridum secura plebs iter terit. Nec non et ipsa nunc iubet seruire sancto corpori pontum quietis lapsibus ad curua pronum litora. Saxum molaris ponderis ut spuma candens innatat tantique custos pigneris fiscella fertur fluctibus. Cernunt stupentes nauitae uectam remenso marmore labi retrorsum leniter aestu secundo et flamine. Certant et ipsi concito pontum faselo scindere, longe sed artus praeuolant telluris ad mollem sinum. Prius relatos denique humus quieta suscipit, quam pulsa summis nisibus carina portum tangeret. Felix amoeni litotis secessus ille, qui sacra fouens harenis uiscera uicem sepulcri praebuit, dum cura sanctorum pia deflens adornat aggerem tumuloque corpus creditum uitae reseruat posterae! Sed mox subactis hostibus iam pace iustis reddita altar quietem debitam praestat beatis ossibus; subiecta nam sacrario imamque ad aram condita caelestis auram muneris perfusa subter hauriunt. Sic corpus, ast ipsum dei sedes receptum continet cum Maccabeis fratribus sectoque Eseiae proximum. Simplex sed illis contigit corona poenarum, quibus finem malorum praestitit mortis supremus exitus. Quid tale sector ausus est? truncata numquid corporis segmenta post serram feris obiecit aut undis dedit? Num Maccabei martyris linguam tyrannus erutam raptamue pellem uerticis auibus cruentis obtulit? Tu solus, O bis inclyte, solus brauii duplicis palmam tulisti, tu duas simul parasti laureas. In morte uictor aspera, tum deinde post mortem pari uictor triumfo proteris solo latronem corpore. Adesto nunc et percipe uoces precantum supplices, nostri reatus efficax orator ad thronum patris! Per te, per ilium carcerem, honoris augmentum tui, per uincla, flammas, ungulas, per carceralem stipitem, per fragmen illud testeum, quo parta creuit gloria, et quem trementes posteri exosculamur lectulum, miserere nostrarum precum, placatus ut Christus suis inclinet aurem prosperam noxas nec omnes inputet! Si rite sollemnem diem ueneramur ore et pectore, si sub tuorum gaudio uestigiorum sternimur, paulisper huc inlabere Christi fauorem deferens, sensus grauati ut sentiant leuamen indulgentiae. Sic nulla jam restet mora, quin excitatam nobilis carnem resumat spiritus uirtute perfunctam pari, ut, quae laborum particeps commune discrimen tulit, sit et coheres gloriae cunctis in aeuum saeculis.

EL FESTÍN DE BABETTE

Siglo XIX. En una remota aldea de Dinamarca, dominada por el puritanismo, dos ancianas hermanas, que han permanecido solteras, recuerdan con nostalgia su lejana juventud y la rígida educación que las obligó a renunciar a la felicidad. La aparición de Babette, que llega desde París, huyendo del Terror, cambiará sus vidas. La recién llegada tendrá pronto ocasión de corresponder a la bondad y al calor con que fue acogida. Un premio de lotería le permite organizar una opulenta cena con los mejores platos y vinos de la gastronomía francesa. Todos los vecinos aceptan la invitación, pero se ponen previamente de acuerdo para no dar muestras de una satisfacción que sería pecaminosa. Pero, poco a poco, en un ceremonial intenso y emotivo, van cediendo a los placeres de la cocina francesa

lunes, 21 de enero de 2013

brujas

Recordamos que en el apartado ecumenismos hay otras buenas obras de cinematografia nada desdeñables. Hoy ofrecemos el clásico DIES IRAE
Mucho se habla y se ataca a la Iglesia Católica por la Inquisición y poco o nada se sabe de la "Cacería de Brujas" de la Iglesia Evangélica Protestante tanto en Europa como en Norteamérica aún siglos después de que la Inquisición había terminado. Durante estas persecuciones fueron torturadas y quemadas en la hoguera miles de seres humanos, tanto mujeres, como hombres y niños, esta película esboza tan solo un caso de tantos.
Dinamarca, 1623. En plena caza de brujas, Absalom, un viejo Pastor, promete a una mujer condenada a muerte que salvará a su hija Anne de la hoguera si la joven accede a casarse con él. Según la ley, las descendientes de las brujas también deben arder en una pira. Meret, la anciana madre del Pastor Absalom, desaprueba desde el principio el matrimonio. Cuando Martin, el hijo de Absalom, regresa a casa para conocer a su madrastra, se enamorará de ella y ambos compartirán una relación prohibida que tendrá inesperadas consecuencias.


EL CRISOL
Iglesias Evangélicas Protestantes y la Cacería de Brujas.
En 1692, en la puritana ciudad de Salem (Massachussetts), un grupo de chicas es acusado de practicar la brujería. Una de ellas, Abigail Williams, procesada por esta razón, presenta a su vez cargos contra John Proctor y su esposa Elizabeth para vengarse de ellos: cuando fue su sirvienta tuvo una aventura con John, que acabó rechazándola para volver con su mujer.

domingo, 20 de enero de 2013

sábado, 19 de enero de 2013

El ecumenismo espiritual

... camino hacia la unidad

viernes, 18 de enero de 2013

semana ecumenica

El Papa, el ecumenismo y la invitación...

jueves, 17 de enero de 2013

vida de san antonio abad

Por San Atanasio de Alejandría

ATANASIO, OBISPO, A LOS HERMANOS EN EL EXTRANJERO
Excelente es la rivalidad en la que ustedes han entrado con los monjes de Egipto, decididos como están a igualarlos o incluso a sobrepasarlo en su práctica de la vida ascética. De hecho ya hay celdas monacales en su tierra y el nombre de monje se ha establecido por sí mismo. Este propósito de ustedes es, en verdad, digno de alabanza, ¡y logren sus oraciones que Dios lo cumpla! Ustedes me pidieron un relato sobre la vida de san Antonio: quisieran saber como llegó a la vida ascética, que fue antes de ello, como fue su muerte, y si lo que se dice de él es verdad. Piensan modelar sus vida según el celo de su vida. Me alegro mucho de aceptar su petición, pues también saco yo provecho y ayuda del solo del solo recuerdo de Antonio, y presiento que también ustedes, después de haber oído su historia, no sólo van a admirar al hombre, sino que querrán emular su resolución en cuanto les sea posible. Realmente, para los monjes la vida de Antonio es modelo ideal de vida ascética. Así, no desconfíen de los relatos que han recibido de otros de él, sino que estén seguro de que, al contrario, han oído muy poco todavía. En verdad, poco les han contado, cuando hay tanto que decir. Incluso yo mismo, con todo lo que les cuente por carta, les voy a transmitir sólo algunos de los recuerdos que tengo de él. Ustedes, por su parte, no dejen de preguntar a todos los viajeros que lleguen desde acá. Así, tal vez, con lo que cada uno cuente de lo que sepa, se tendrá un relato que aproximadamente le haga justicia. Bien, cuando recibí su carta quise mandar a buscar a algunos monjes, en especial los que estuvieron unidos con él más estrechamente. Así yo habría aprendido detalles adicionales y podría haber enviado un relato completo. Por el tiempo de navegación ya pasó y el hombre del correo se está poniendo impaciente. Por eso me apresuro a escribir lo que yo mismo ya sé ¬porque lo vi con frecuencia¬, y lo que pude aprender del que fue su compañero por un largo período y vertía agua de sus manos. Del comienzo al fin he considerado escrupulosamente la verdad: no quiero que nadie rehuse creer porque lo que haya oído le parezca excesivo, ni que mire en menos a hombre tan santo porque lo que haya sabido no le parezca suficiente.

NACIMIENTO Y JUVENTUD DE ANTONIO
Antonio fue egipcio de nacimiento. Sus padres eran de buen linaje y acomodados. Como eran cristianos, también el mismo creció. Como niño vivió con sus padres, no conociendo sino su familia y su casa; cuando creció y se hizo muchacho y avanzó en edad, no quiso ir a la escuela, deseando evitar la compañía de otros niños, su único deseo era, como dice la Escritura acerca de Jacob (Gn 25,27), llevar una simple vida de hogar. Por su puesto iba a la iglesia con sus padres, y ahí no mostraba el desinterés de un niño ni el desprecio de los jóvenes por tales cosas. Al contrario, obedeciendo a sus padres, ponía atención a las lecturas y guardaba cuidadosamente en su corazón el provecho que extraía de ellas. Además, sin abusar de las fáciles condiciones en que vivía como niño, nunca importunó a sus padres pidiendo una comida rica o caprichosa, ni tenía placer alguno en cosas semejantes. Estaba satisfecho con lo que se le ponía delante y no pedía más.

LA VOCACIÓN DE ANTONIO Y SUS PRIMEROS PASOS EN LA VIDA MONÁSTICA
Después de la muerte de sus padres quedó solo con una única hermana, mucho mas joven. Tenía entonces unos dieciocho o veinte años, y tomó cuidado de la casa y de su hermana. Menos de seis meses después de la muerte de sus padres, iba, como de costumbre, de camino hacia la iglesia. Mientras caminaba, iba meditando y reflexionaba como los apóstoles lo dejaron todo y siguieron al Salvador (Mt 4,20; 19,27); cómo, según se refiere en los Hechos (4,35-37), la gente vendía lo que tenía y lo ponía a los pies de los apóstoles para su distribución entre los necesitados; y que grande es la esperanza prometida en los cielos a los que obran así (Ef 1,18; Col 1,5). Pensando estas cosas, entró a la iglesia. Sucedió que en ese momento se estaba leyendo el pasaje, y se escuchó el pasaje en el que el Señor dice al joven rico: Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes y d selo a los pobres; luego ven, sígueme, y tendrás un tesoro en el cielo (Mt 19,21). Como si Dios le hubiese puesto el recuerdo de los santos y como si la lectura hubiera sido dirigida especialmente a él, Antonio salió inmediatamente de la iglesia y dio la propiedad que tenía de sus antepasados: 80 hectáreas, tierra muy fértil y muy hermosa. No quiso que ni él ni su hermana tuvieran ya nada que ver con ella. Vendió todo lo demás, los bienes muebles que poseía, y entregó a los pobres la considerable suma recibida, dejando sólo un poco para su hermana. Pero de nuevo, entró en la iglesia, escuchó aquella palabra del Señor en el Evangelio: No se preocupen por el mañana (Mt 6,34). No pudo soportar mayor espera, sino que fue y distribuyó a los pobres también esto último. Colocó a su hermana donde vírgenes conocidas y de confianza, entregándosela para que fuese educada. Entonces él mismo dedico todo su tiempo a la vida ascética, atento a sí mismo, cerca de su propia casa. No existían aún tantas celdas monacales en Egipto, y ningún monje conocía siquiera el lejano desierto. Todo el que quería enfrentarse consigo mismo sirviendo a Cristo, practicaba la vida ascética solo, no lejos de su aldea. Por aquel tiempo había en la aldea vecina un anciano que desde su juventud llevaba la vida ascética en la soledad. Cuando Antonio lo vio, "tuvo celo por el bien" (Gl 4,18), y se estableció inmediatamente en la vecindad de la ciudad. Desde entonces, cuando oía que en alguna parte había un alma que se esforzaba, se iba, como sabia abeja, a buscarla y no volvía sin haberla visto; sólo después de haberla recibido, por decirlo así, provisiones para su jornada de virtud, regresaba.
Ahí, pues, pasó el tiempo de su iniciación y afirmó su determinación de no volver mas a la casa de sus padres ni de pensar en sus parientes, sino de dedicar todas sus inclinaciones y energías a la práctica continua de la vida ascética. Hacía trabajo manual, pues había oído que "el que no quiera trabajar, que tampoco tiene derecho a comer" (2 Ts 3,10). De sus entradas guardaba algo para su manutención y el resto lo daba a los pobres. Oraba constantemente, habiendo aprendido que debemos orar en privado (Mt 6,6) sin cesar (Lc 18,1; 21,36; 1 Ts 5,17). Además estaba tan atento a la lectura de la Escritura, que nada se le escapaba: retenía todo, y así su memoria le serví en lugar de libros.
Así vivía Antonio y era amado por todos. El, a su vez, se sometía con toda sinceridad a los hombres piadosos que visitaba, y se esforzaba en aprender aquello en que cada uno lo aventajaba en celo y práctica ascética. Observaba la bondad de uno, la seriedad de otro en la oración; estudiaba la apacible quietud de uno y la afabilidad de otro; fijaba su atención en las vigilias observadas por uno y en los estudios de otros; admiraba a uno por su paciencia, y a otro por ayunar y dormir en el suelo; miraba la humildad de uno y la abstinencia paciente de otro; y en unos y otros notaba especialmente la devoción a Cristo y el amor que se tenían mutuamente. Habiéndose así saciado, volvía a su propio lugar de vida ascética. Entonces hacía suyo lo obtenido de cada uno y dedicaba todas sus energías a realizar en sí mismo las virtudes de todos. No tenía disputas con nadie de su edad, pero tampoco quería ser inferior a ellos en lo mejor; y aún esto lo hacía de tal modo que nadie se sentía ofendido, sino que todos se alegraban por él. Y así todos los aldeanos y los monjes con quienes estaba unido, vieron que clase de hombre era y lo llamaban "el amigo de Dios" amándolo como hijo o hermano.

PRIMEROS COMBATES CON LOS DEMONIOS
Pero el demonio que odia y envidia lo bueno, no podía ver tal resolución en un hombre joven, sino que se puso a emplear sus viejas tácticas contra él. Primero trató de hacerlo desertar de la vida ascética recordándole su propiedad, el cuidado de su hermana, los apegos de su parentela, el amor al dinero, el amor a la gloria, los innumerables placeres de la mesa y de todas las cosas agradables de la vida. Finalmente le hizo presente la austeridad de todo lo que va junto con esta virtud, despertó en su mente toda una nube de argumentos, tratando de hacerlo abandonar su firme propósito.
El enemigo vio, sin embargo, que era impotente ante la determinación de Antonio, y que más bien era él que estaba siendo vencido por la firmeza del hombre, derrotado por su sólida fe y su constante oración. Puso entonces toda su confianza en las armas que están "en los músculos de su vientre" (Job 40,16). Jactándose de ellas, pues son su artimaña preferida contra los jóvenes, atacó al joven molestándolo de noche y hostigándolo de día, de tal modo que hasta los que lo veían a Antonio podían darse cuenta de la lucha que se libraba entre los dos. El enemigo quería sugerirle pensamientos sucios, pero el los disipaba con sus oraciones; trataba de incitarlo al placer, pero Antonio, sintiendo vergüenza, ceñía su cuerpo con su fe, con sus oraciones y su ayuno. El perverso demonio entonces se atrevió a disfrazarse de mujer y hacerse pasar por ella en todas sus formas posibles durante la noche, sólo para engañar a Antonio. Pero él llenó sus pensamientos de Cristo, reflexionó sobre la nobleza del alma creada por El, y sobre la espiritualidad, y así apagó el carbón ardiente de la tentación. Y cuando de nuevo el enemigo le sugirió el encanto seductor del placer, Antonio, enfadado, con razón, y apesadumbrado, mantuvo sus propósitos con la amenaza del fuego y del tormento de los gusanos ( Js 16,21; Sir 7,19; Is 66,24; Mc 9,48). Sosteniendo esto en alto como escudo, pasó a través de todo sin ser doblegado.
Toda esa experiencia hizo avergonzarse al enemigo. En verdad, él, que había pensado ser como Dios, hizo el loco ante la resistencia de un hombre. El, que en su engreimiento desdeñaba carne y sangre, fue ahora derrotado por un hombre de carne en su carne. Verdaderamente el Señor trabajaba con este hombre, El que por nosotros tomó carne y dio a su cuerpo la victoria sobre el demonio. Así, todos los que combaten seriamente pueden decir: No yo, sino la gracia de Dios conmigo (1 Co 15,10). Finalmente, cuando el dragón no pudo conquistar a Antonio tampoco por estos últimos medios sino que se vio arrojado de su corazón, rechinando sus dientes, como dice la Escritura (Mc 9,17), cambio su persona, por decirlo así. Tal como es en su corazón, así se le apreció: como un muchacho negro; y como inclinándose ante él, ya no lo acosó más con pensamientos ¬pues el impostor había sido echado fuera¬, sino que usando voz humana dijo: "A muchos he engañado y a muchos he vencido; pero ahora que te he atacado a ti y a tus esfuerzos como lo hice con tantos otros, me he demostrado demasiado débil". ¿Quién eres tú que me hablas así?, preguntó Antonio.
El otro se apresuró a replicar con voz gimiente: Soy el amante de la fornicación. Mi misión es acechar a la juventud y seducirla; me llaman el espíritu de la fornicación. ¡A cuantos no he engañado, que estaban decididos a cuidar de sus sentidos! ¡A cuántas personas castas no he seducido con mis lisonjas! Yo soy aquel por cuya causa el profeta reprocha a los caídos: Ustedes fueron engañados por el espíritu de la fornicación (Os 4,12). Sí, yo fui quien los hice caer. Yo soy el que tanto te molesté y que tan a menudo fui vencido por C,],LD". Antonio dio gracias al Señor y armándose de valor contra él, dijo: Entonces eres enteramente despreciable; eres negro en tu alma y tan débil como un niño. En adelante ya no me causas ninguna preocupación, porque el señor esta conmigo y me auxilia, ver la derrota de mis adversarios (Sal 117,7). Oyendo esto, el negro desapareció inmediatamente, inclinándose a tales palabras y temiendo acercarse al hombre.

ANTONIO AUMENTA SU AUSTERIDAD
Esta fue la primera victoria de Antonio sobre el demonio; más bien, digamos que este singular éxito de Antonio fue el del Salvador, que condenó el pecado en la carne, a fin de que la justificación de la ley se cumpliera en nosotros, que vivimos no según la carne sino según el espíritu (Rm 8,3-4). Pero Antonio no se descuidó ni se creyó garantido por sí mismo por el hecho de que el demonio hubiera sido echado a sus pies; tampoco el enemigo, aunque vencido en el combate, dejó de estar al acecho de él. Andaba dando vueltas alrededor, como un león (1 P 5,8), buscando una ocasión en su contra. Pero Antonio habiendo aprendido en las Escrituras que los engaños del maligno son diversos (Ef 6,11), practicó seriamente la vida ascética, teniendo en cuenta que aun si no se podía seducir su corazón con el placer del cuerpo, trataría ciertamente de engañarlo por algún otro método, porque el amor del demonio es el pecado. Resolvió por eso, acostumbrarse a un modo mas austero de vida. Mortificó su cuerpo más y más, y lo puso bajo la sujeción, no fuera que habiendo vencido en una ocasión, perdiera en otra (1 Co 9,27). Muchos se maravillaron de sus austeridades, pero él mismo las soportaba con facilidad. El celo que había penetrado en su alma por tanto tiempo, se transformó por la costumbre segunda naturaleza, de modo que aun la menor inspiración recibida de otros lo hacía responder con gran entusiasmo. Por ejemplo, observaba las vigilias nocturnas con tal determinación que a menudo pasaba toda la noche sin dormir, y eso no sólo una sino muchas veces, para admiración de todos. Así también comía una sola vez al día, después de la caída del sol; a veces cada dos días, y con frecuencia tomaba su alimento cada dos días. Su alimentación consistía en pan y sal; como bebida tomaba solo agua. No necesitamos mencionar carne o vino, porque tales cosas tampoco se encuentran entre los demás ascetas. Se contentaba con dormir sobre una estera, aunque lo hacía regularmente sobre el suelo desnudo. Despreciaba el uso de ungüentos para el cutis, diciendo que los jóvenes debían practicar la vida ascética con seriedad y no andar buscando cosas que ablandan el cuerpo; debían mas bien acostumbrarse a trabajar duro, tomando en cuenta las palabras del apóstol: Cuando mas débil soy, mas fuerte me siento (2 Co 12,10). Decía que las energías del alma aumentan cuanto más débiles son los deseos del cuerpo. Estaba además absolutamente convencido de lo siguiente: pensaba que apreciaría su progreso en la virtud y su consecuente apartamiento del mundo no por el tiempo pasado en ello sino por su apego y dedicación. Conforme a esto, no se preocupaba del paso del tiempo sino que cada día a día, como si recién estuviera comenzando la vida ascética, hacía los mayores esfuerzos hacia la perfección. Gustaba repetirse a si mismo las palabras de san Pablo: Olvidarme de lo que queda atrás y esforzarme por lo que está delante (Flp 3,13), recordando también la voz del profeta Elías: Vive el Señor, en cuya presencia estoy este día (1 Re 17,1; 18,15). Observaba que al decir este día, no estaba contando el tiempo que había pasado, sino que, como comenzando de nuevo, trabajando duro cada día para hacer de sí mismo alguien que pudiera aparecer delante de Dios: puro de corazón y dispuesto a seguir Su voluntad. Y acostumbraba a decir que la vida llevada por el gran profeta Elías debía ser para el asceta como un gran espejo en el cual poder mirar siempre la propia vida.

ANTONIO SE RECLUYE EN LOS SEPULCROS: LAS LUCHAS CON LOS DEMONIOS
Así Antonio se dominó a sí mismo. Entonces decidió mudarse a los sepulcros que se hallan a cierta distancia de la aldea. Pidió a uno de sus familiares que le llevaran pan a largos intervalos. Entró entonces en una de las tumbas, el mencionado hombre cerró la puerta tras él, y así quedó dentro solo. Esto era más de lo que el enemigo podía soportar, pues en verdad temía que ahora fuera a llenar también el desierto con la vida ascética. Así llegó una noche con un gran número de demonios y lo azotó tan implacablemente que quedó tirado en el suelo, sin habla por el dolor. Afirmaba que el dolor era tan fuerte que los golpes no podían haber sido infligidos por ningún hombre como para causar semejante tormento. Por la providencia de Dios, porque el Señor no abandona a los que esperan en El, su pariente llegó al día siguiente trayéndole pan. Cuando abrió la puerta y lo vio tirado en el suelo como muerto, lo levantó y lo llevó hasta la Iglesia y lo depositó sobre el suelo. Muchos de sus parientes y de la gente de la aldea se sentaron en torno a Antonio como para velar su cadáver. Pero hacia la medianoche Antonio recobró el conocimiento y despertó. Cuando vio que todos estaban dormidos y sólo su amigo estaba despierto, le hizo señas para que se acercara y le pidió que lo levantara y lo llevara de nuevo a los sepulcros, sin despertar a nadie. El hombre lo llevó de vuelta, la puerta fue trancada como antes y de nuevo que solo dentro. Por los golpes recibidos estaba demasiado débil como para mantenerse en pie; entonces oraba tendido en el suelo. Terminada su oración, gritó: "Aquí estoy yo, Antonio, que no me he acobardado con tus golpes, y aunque mas me des, nada me separar del amor a Cristo" (Rm 8,35). Entonces comenzó a cantar: "Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla" (Sal.26,3).
Tales eran los pensamientos y las palabras del asceta, pero el que odia el bien, el enemigo, asombrado de que después de todos los golpes todavía tuviera valor de volver, llamó a sus perros, y arrebatado de rabia dijo: "Ustedes ven que no hemos podido detener a este tipo con el espíritu de fornicación ni con los golpes; al contrario llega a desafiarnos. Vamos a proceder con él de otro modo".
La función del malhechor no es difícil para el demonio. Esa noche, por eso, hicieron tal estrépito que el lugar parecía sacudido por un terremoto. Era como si los demonios se abrieran paso por las cuatro paredes del recinto, reventando a través de ellas en forma de bestia y reptiles. De repente todo el lugar se llenó de imágenes fantasmagóricas de leones, osos, leopardos, toros, serpientes, áspides, escorpiones y lobos; cada uno se movía según el ejemplar que había asumido. El león rugía, listo para saltar sobre él; el toro ya casi lo atravesaba con sus cuernos; la serpiente se retorcía sin alcanzarlo completamente; el lobo lo acometía de frente; y el griterío armado simultáneamente por todas estas apariciones era espantoso, y la furia que mostraba era feroz. Antonio, remecido y punzado por ellos, sentía aumentar el dolor en su cuerpo; sin embargo yacía sin miedo y con su espíritu vigilante. Gemía es verdad, por el dolor que atormentaba su cuerpo, pero su mente era dueña de la situación, y, como para burlarse de ellos, decía: si tuvieran poder sobre mí, hubiera bastado que viniera uno solo de ustedes; pero el Señor les quitó su fuerza, y por eso están tratando de hacerme perder el juicio con su número; es señal de su debilidad que tengan que imitar a las bestias". De nuevo tuvo la valentía de decirles: "Si es que pueden, seis que han recibido el poder sobre mí, no se demoren, ¡vengan al ataque!. Y si nada pueden, ¿para qué forzarse tanto sin ningún fin? Por que la fe en nuestro Señor es sello para nosotros y muro de salvación". Así, después de haber intentado muchas argucias, rechinaron su dientes contra él, porque eran ellos los que se estaban volviendo locos y no él.
De nuevo el Señor no se olvidó de Antonio en su lucha, sino que vino a ayudarlo. Pues cuando miró hacia arriba, vio como si el techo se abriera y un rayo de luz bajara hacia él. Los demonios se habían ido de repente, el dolor de su cuerpo cesó y el edificio estaba restaurado como antes. Antonio, habiendo notado que la ayuda había llegado, respiró más libremente y se sintió aliviado en sus dolores. Y preguntó a la visión: "¿Dónde estaba tú? ¿Por qué no apareciste al comienzo para detener mis dolores?" Y una voz le habló: "Antonio, yo estaba aquí, pero esperaba verte en acción. Y ahora que haz aguantado sin rendirte, seré siempre tu ayuda y te haré famoso en todas partes." Oyendo esto, se levantó y oró; y fue tan fortalecido que sintió su cuerpo más vigoroso que antes. Tenía por aquel tiempo unos treinta y cinco años edad.

ANTONIO BUSCA EL DESIERTO Y HABITA EN PISPIR
Al día siguiente se fue, inspirado por un celo aún mayor por el servicio de Dios. Fue al encuentro del anciano ya antes mencionado (3-5) y le rogó que se fuera a vivir con él en el desierto. El otro declinó la invitación a causa de su edad y porque tal modo de vivir no era todavía costumbre. Entonces se fue solo a vivir a la montaña. ¡Pero ahí estaba de nuevo el enemigo!. Viendo su seriedad y queriendo frustarla, proyectó la imagen ilusoria de un disco de plata sobre el camino. Pero Antonio, penetrando en el ardid del que odia el bien, se detuvo y, desenmascaró al demonio en él, diciendo: " ¿Un disco en el desierto? ¿De dónde sale esto?. Esta no es una carretera frecuentada, y no hay huellas de que haya pasado gente por este camino. Es de gran tamaño y no puede haberse caído inadvertidamente. En verdad, aunque se hubiera perdido, el dueño habría vuelto y lo habría buscado, y seguramente lo habría encontrado porque es una región desierta. Esto es engaño del demonio. ¡No vas a frustrar mi resolución con estas cosas, demonio! ¡Tu dinero perezca junto contigo!" (Hch 8,20). Y al decir esto Antonio, el disco desapareció como humo. Luego, mientras caminaba, vio de nuevo, no ya otra ilusión, sino oro verdadero, desparramado a lo largo del camino. Pues bien, ya sea que al mismo enemigo le llamó la atención, o si fue un buen espíritu el que atrajo al luchador y le demostró al demonio de que no se preocupabas ni siquiera de las riquezas auténticas, él mismo no lo indicó, y por eso no sabemos nada sino que era realmente oro lo que allí había. En cuanto a Antonio, quedó sorprendido por la cantidad que había, pero atravesó por él, como si hubiera sido fuego y siguió su camino sin volverse atrás. Al contrario, se puso a correr tan rápido que al poco rato perdió de vista el lugar y quedó oculto de él.
Así, afirmándose más y más en su propósito, se apresuro hacia la montaña. En la parte distante del río encontró un fortín desierto que con el correr del tiempo estaba plagado de reptiles. Allí se estableció para vivir. Los reptiles como si alguien los hubiera echado, se fueron de repente. Bloqueó la entrada, después de enterrar pan para seis meses ¬así lo hacen los tebanos y a menudo los panes se mantienen frescos por todo un año¬, y teniendo agua a mano, desapareció como en un santuario. Quedó allí solo, no saliendo nunca y no viendo pasar a nadie. Por mucho tiempo perseveró en esta práctica ascética; solo dos veces al año recibía pan, que lo dejaba caer por el techo. Sus amigos que venían a verlo, pasaban a menudo días y noches fuera, puesto que no quería dejarlos entrar. Oían que sonaba como una multitud frenética, haciendo ruidos, armando tumulto, gimiendo lastimeramente y chillando: "¡Ándate de nuestro dominio! ¿Que tienes que hacer en el desierto? Tú no puedes soportar nuestra persecución". Al principio los que estaban afuera creían que había hombres peleando con él y que habrían entrado por medio de escaleras, pero cuando atisbaron por un hoyo y no vieron a nadie, se dieron cuenta que eran los demonios los que estaban en el asunto, y, llenos de miedo, llamaron a Antonio. El estaba más inquieto por ellos que por los demonios. Acercándose a la puerta les aconsejó que se fueran y no tuvieran miedo. Les dijo: "Sólo contra los miedosos los demonios conjuran fantasmas. Ustedes ahora hagan la señal de la cruz y vuélvanse a su casa sin temor, y déjenlos que se enloquezcan ellos mismos".
Entonces se fueron, fortalecidos con la señal de la cruz, mientras él se quedaba sin sufrir ningún daño de los demonios. Pero tampoco se fastidiaba de la contienda, porque la ayuda que recibía de lo alto por medio de visiones y la debilidad de sus enemigos, le daban gran alivio en sus penalidades y ánimo para un mayor entusiasmo. Sus amigos venían una y otra vez esperando, por supuesto, encontrarlo muerto, pero lo escuchaban cantar: "Se levanta Dios y se dispersan sus enemigos, huyen de su presencia los que lo odian. Como el humo se disipa, se disipan ellos; como se derrite las cera ante el fuego, así perecen los impíos ante Dios" (Sal 67,2). Y también: "Todos los pueblos me rodeaban, en el nombre del Señor los rechacé" (Sal 117,10).

ANTONIO ABANDONA SU SOLEDAD Y SE CONVIERTE EN PADRE ESPIRITUAL
Así pasó casi veinte años practicando solo la vida ascética, no saliendo nunca y siendo raramente visto por otros. Después de esto, como había muchos que ansiaban y aspiraban imitar su santa vida, y algunos de sus amigos vinieron y forzaron la puerta echándolas abajo, Antonio salió como de un santuario, como un iniciado en los sagrados misterios y lleno del Espíritu de Dios. Fue la primera vez que se mostró fuera del fortín a los que vinieron hacia él. Cuando lo vieron, estaban asombrados al comprobar que su cuerpo guardaba su antigua apariencia: no estaba ni obeso por falta de ejercicio ni macilento por sus ayunos y luchas con los demonios: era el mismo hombre que habían conocido antes de su retiro. El estado de su alma era puro, pues no estaba ni encogido por la aflicción, ni disipado por la alegría, ni penetrado por la diversión o el desaliento. No se desconcertó cuando vio la multitud ni se enorgulleció al ver a tantos que lo recibían. Se tenía completamente bajo control, como hombre guiado por la razón y con gran equilibrio de carácter.
Por él sanó a muchos de los presentes que tenían enfermedades corporales y liberó a otros de espíritus impuros. Concedió también a Antonio el encanto en el hablar; y así confortó a muchos en sus penas y reconcilió a otros que se peleaban. Exhortó a todos a no preferir nada en este mundo al amor de Cristo. Y cuando en su discurso los exhortó a recordar los bienes venideros y la bondad mostrada a nosotros por Dios, "que no perdonó a su Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros (Rm 8,32), indujo a muchos a abrazar la vida monástica. Y así aparecieron celdas monacales en la montaña y el desierto se pobló de monjes que abandonaban a los suyos y se inscribían para ser ciudadanos del cielo (Hb 3,20; 12,23). Una vez tuvo necesidad de cruzar el canal de Arsinoé ¬la ocasión fue para una visita a los hermanos¬; el canal estaba lleno de cocodrilos. Simplemente oró, se metió con todo sus compañeros, y pasó al otro lado sin ser tocado. De vuelta a su celda, se aplicó con todo celo a sus santos y vigorosos ejercicios. Por medio de constantes conferencias encendía el ardor de los que ya eran monjes e incitaba a muchos otros al amor de la vida ascética; y pronto, en la medida en que su mensaje arrastraba a hombres a través de él, el número de celdas monacales se multiplicaba y para todos era como un padre y guía.

CONFERENCIA DE ANTONIO A LOS MONJES SOBRE EL DISCERNIMIENTO DE ESPIRÍTUS Y EXHORTACIÓN A LA VIRTUD (16-43)
Un día en que él salió, vinieron todos los monjes y le pidieron una conferencia. El les habló en lengua copta como sigue: "Las Escrituras bastan realmente para nuestra instrucción. Sin embargo, es bueno para nosotros alentarnos unos a otros en la fe y usar de la palabra para estimularnos. Sean, por eso, como niños y tráiganle a su padre lo que sepan y díganselo, tal como yo, siendo el mas antiguo, comparto con ustedes mi conocimiento y mi experiencia. Para comenzar, tengamos todos el mismo celo, para no renunciar a lo que hemos comenzado, para no perder el ánimo, para no decir: "Hemos pasado demasiado tiempo en esta vida ascética". No, comenzando de nuevo cada día, aumentemos nuestro celo. Toda la vida del hombre es muy breve comparada con el tiempo que a de venir, de modo que todo nuestro tiempo es nada comparada con la vida eterna. En el mundo, todo se vende; y cada cosa se comercia según su valor por algo equivalente; pero la promesa de la vida eterna puede comprarse con muy poco. La Escritura dice: "Aunque uno viva setenta años y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga inútil" (Sal 89,10). Si, pues, todos vivimos ochenta años o incluso cien, en la práctica de la vida ascética, no vamos a reinar el mismo período de cien años, sino que en vez de los cien reinaremos para siempre. Y aunque nuestro esfuerzo es en la tierra, no recibiremos nuestra herencia en la tierra sino lo que se nos ha prometido en el cielo. Más, aún, vamos a abandonar nuestro cuerpo corruptible y a recibirlo incorruptible (1 Co 15,42). Así, hijitos, no nos cansemos ni pensemos que estamos afanándonos mucho tiempo o que estamos haciendo algo grande. Pues los sufrimientos de la vida presente no pueden compararse con la gloria separada que nos ser revelada (Rm 8,18). No miremos hacia a través, hacia el mundo, que hemos renunciado a grandes cosas. Pues incluso todo el mundo, y no creamos que es muy trivial comparado con el cielo. Aunque fuéramos dueños de toda la tierra y renunciaremos a toda la tierra, nada sería comparado con el reino de los cielos. Tal como una persona despreciaría una moneda de cobre para ganar cien monedas de oro, así es que el dueño de la tierra y renuncia a ella, da realmente poco y recibe cien veces más (Mt 19,29). Pues, ni siquiera, toda la tierra equivale el valor del cielo, ciertamente el que entrega una poca tierra no debe jactarse ni apenarse; lo que abandona es prácticamente nada, aunque sea un hogar o una suma considerable de dinero de lo que se separa. "Debemos además tener en cuenta que si no dejamos estas cosas por el amor a la virtud, después tendremos que abandonarlas de todos modos y a menudo también, como nos recuerda el Eclesiastés" (2,18; 4,8; 6,2), a personas a las que no hubiéramos querido dejarlas. Entonces, ¿por qué no hacer de la necesidad virtud y entregarlas de modo que podamos heredar un reino por añadidura? Por eso, ninguno de nosotros tenga ni siquiera el deseo de poseer riquezas. ¿De qué nos sirve poseer lo que no podemos llevar con nosotros? ¿Por qué no poseer mas bien aquellas cosas que podamos llevar con nosotros: prudencia, justicia, templanza, fortaleza, entendimiento, caridad, amor a los pobres, fe en Cristo, humildad, hospitalidad? Una vez que las poseamos, hallaremos que ellas van delante de nosotros, preparándonos la bienvenida en la tierra de los mansos. (Lc 16,9; Mt 5,4)

PERSEVERANCIA Y VIGILANCIA
"Con estos pensamientos cada uno debe convencerse que no hay que descuidarse sino considerar que se es servidor del Señor y atado al servicio de su Maestro. Pero un sirviente no se va atrever a decir: "Ya que trabajé ayer, no voy a trabajar hoy". Tampoco se va a poner a calcular el tiempo que se ya ha servido y a descansar durante los día que le quedan por delante; no, día tras día, como está escrito en el Evangelio (Lc 12,35-38; 17,7- 10; Mt 24,45), muestra la misma buena voluntad para que pueda agradar a su patrón y no causar ninguna molestia. Perseveremos, pues, en la práctica diaria de la vida ascética, sabiendo de que si somos negligentes un solo día, El no nos va a perdonar en consideración al tiempo anterior, sino que se va a enojar con nosotros por nuestro descuido. Así lo hemos escuchado en Ezequiel (Ez 18,24.26; 33,12ss); lo mismo Judas, que en una sola noche destruyó el trabajo de todo su pasado. Por eso, hijos, perseveremos en la práctica del ascetismo y no nos desalentemos. También tenemos en esto al Señor que nos ayuda, según la Escritura: "Dios coopera para el bien" (Rm 8,28) con todo el que elige el bien. Y en cuanto a que no debemos descuidarnos, es bueno meditar lo que dice el apóstol: "muero cada día" (1 Co 15,31). Realmente si nosotros también viviéramos como si en cada nuevo día fuéramos a morir, no pecaríamos. En cuanto a la cita, su sentido es este: Cuando nos despertamos cada día, deberíamos pensar que no vamos a vivir hasta la tarde; y de nuevo, cuando nos vamos a dormir, deberíamos pensar que no vamos a despertar. Nuestra vida es insegura por naturaleza y nos es medida diariamente por Providencia. Si con esta disposición vivimos nuestra vida diaria, no cometeremos pecado, no codiciaremos nada, no tendremos inquina a nadie, no acumularemos tesoros en la tierra; sino que como quien cada día espera morirse, seremos pobres y perdonaremos todo a todos. Desear mujeres u otros placeres sucios, tampoco tendremos semejantes deseos sino que le volveremos las espaldas como a algo transitorio combatiendo siempre y teniendo ante nuestros ojos el día del juicio. El mayor temor a juicio y el desasosiego por los tormentos, disipan invariablemente la fascinación del placer y fortalecen el ánimo vacilante.

OBJETO DE LA VIRTUD
"Ahora que hemos hecho un comienzo y estamos en la senda de la virtud, alarguemos nuestros pasos aún más para alcanzar lo que tenemos delante (Flp 3,13). No miremos atrás, como hizo la mujer de Lot (Gn 19,26), porque sobretodo el Señor ha dicho: "Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, es apto para el reino de los cielos" (Lc 9,62). Y este mirar hacia atrás no es otra cosa sino arrepentirse de lo comenzado y acordarse de nuevo de lo mundano. Cuando oigan hablar de la virtud, no se asusten ni la traten como palabra extraña. Realmente no está lejos de nosotros ni su lugar está fuera de nosotros; no, ella está dentro de nosotros, y su cumplimiento es fácil camino y cruzan el mar para estudiar las letras; pero nosotros no tenemos necesidad de ponernos en camino por el reino de
los cielos ni de cruzar el mar para alcanzar la virtud. El Señor nos lo dijo de antemano: "El reino de los cielos está dentro de nosotros y brota de nosotros". La virtud existe cuando el alma se mantiene en su estado natural. Es mantenida en su estado natural cuando queda cuando vino al ser. Y vino al ser limpia y perfectamente íntegra (Ecl 7,30). Por eso Josué, el hijo de Nun, exhortó al pueblo con estas palabras: "Mantengan íntegro sus corazones ante el Señor, el Dios de Israel" (Jos 24,26); y Juan: "Enderecen sus caminos" (Mt 3,3). El alma es derecha cuando la mente se mantiene en el estado en que fue creada. Pero cuando se desvía y se pervierte de su condición natural, eso se llama vicio del alma.
La tarea no es difícil: si quedamos como fuimos creados, estamos en estado de virtud, pero si entregamos nuestra mente a cosas bajas, somos considerados perversos. Si este trabajo tuviese que ser realizado desde fuera, sería en verdad difícil; pero dado que está dentro de nosotros, cuidémonos de pensamientos sucios. Y habiendo recibido el alma como algo confiado a nosotros, guardémosla para el Señor, para que el pueda reconocer su obra como la misma que hizo. "Luchemos, pues, para que la ira no sea nuestro dueño ni la concupiscencia nos esclavice. Pues está escrito 'que la ira del hombre no hace lo que agrada a Dios'( St 1,20). Y la concupiscencia ' cuando ha concebido, da a luz el pecado; y de este pecado, cuando esta desarrollado, nace la muerte (St 1,15). Viviendo esta vida, mantengámonos cuidadosamente en guardia y, como está escrito, guardemos nuestro corazón con toda vigilancia (Pr 4,23). Tenemos enemigos poderosos y fuertes: son los demonios malvados; y contra ellos 'es nuestra lucha', como dice el apóstol, 'no contra gente de carne y hueso, sino contra las fuerzas espirituales de maldad en las regiones celestiales, es decir, los que tienen mando, autoridad y dominio en este mundo oscuro' (Ef 6,12). Grande es su número en el aire a nuestro alrededor, y no están lejos de nosotros. Pero la diferencia entre ellos es considerable. Nos llevaría mucho tiempo dar una explicación de su naturaleza y distinciones, tal disquisición es para otros más competentes que yo; lo único urgente y necesario para nosotros ahora es conocer sólo sus villanías contra nosotros.

ARTIFICIOS DE LOS DEMONIOS
En primer lugar, démonos cuenta de esto: los demonios no fueron creados como demonios, tal como entendemos este término, porque Dios no hizo nada malo. También ellos fueron creados limpios, pero se desviaron de la sabiduría celestial. Desde entonces andan vagando por la tierra. Por una parte, engañaron a los griegos con vanas fantasías, y, envidiosos de nosotros los cristianos, no han omitido nada para impedirnos entrar en cielo: no quieren que subamos al lugar de donde ellos cayeron. Por eso se necesita mucha oración y disciplina ascética para que uno pueda recibir del Espíritu Santo el don del discernimiento de espíritus y ser capaz de conocerlos: cuál de ellos es menos malo, cuál de ellos más; que interés especial persigue cada uno y cómo han de ser rechazados y echados fuera. Pues sus astucias y maquinaciones numerosas. Bien sabían el santo apóstol y sus discípulos cuando decían: conocemos muy bien su mañas (2 Co 2,11). Y nosotros, enseñados por nuestras experiencias, deberíamos guiar a otros a apartarse de ellos. Por eso yo, habiendo hecho en parte esta experiencia, les hablo a ustedes como a mis hijos. "Cuando ellos ven que los cristianos en general, pero en particular los monjes, trabajan con cuidado y hacen progresos, primero los asaltan y los tientan colocándoles continuamente obstáculos en el camino (Sal 139,6). Estos obstáculos son los malos pensamientos. Pero no debemos asustarnos de sus asechanzas, pues se las desbarata pronto con la oración, el ayuno y la confianza en el Señor. Sin embargo, aunque desbaratados, no cesan sino que vuelven ataque con toda maldad y astucia. Cuando no pueden engañar el corazón con placeres abiertamente impuros, cambian su táctica y van de nuevo al ataque. Entonces urden y fingen apariciones para espantar el corazón, transformándose e imitando mujeres, bestias, reptiles, cuerpos de gran tamaño y hordas de guerreros. Pero ni aún así deben aplastarnos el miedo a semejantes fantasmas, ya que no son nada sino pura vanidad, especialmente si uno se fortalece con la señal de la cruz. En verdad, son atrevidos y extraordinariamente desvergonzados. Si en este punto también se los derrota, avanzan una vez más con nueva estrategia. Pretender profetizar y predecir futuros acontecimientos. Aparecen mas altos que el techo, fornidos y corpulentos. Su propósito es, si es posible, arrebatar con tales apariciones a los que no han podido engañar con pensamientos. Y si hallan que aún el alma permanece fuerte en su fe y sostenida por la esperanza hacen intervenir a su jefe.
Este aparece a menudo de esta manera como, por ejemplo, se lo reveló el Señor a Job: "Sus ojos son como los párpados del alba. De su boca salen antorchas encendidas, chispas de fuego saltan fuera. De sus narices sale humo, como de olla o caldero que hierve. Su aliento enciende los carbones y de su boca sale llama" (Jb 41,18-21). Cuando el jefe de los demonios aparece de esta manera, el bribón trata de aterrorizarnos, como dije antes, con su hablar bravucón, tal como fue desenmascarado por el Señor cuando dijo a Job: 'Tiene toda arma por hojarasca, y del blandir de la jabalina se burla; hace hervir como una olla el mar profundo, y lo revuelve como una olla de ungüento' (Jb 41,29.31); también dice el profeta: 'Dijo el enemigo: los perseguiré y alcanzaré' (Ex 15,9); y en otra parte:' Y halló mi mano como nido las riquezas de los pueblos, y como se recogen los huevos abandonados, así me apoderé yo de toda la tierra' (Is 10,14)
Esta es, en resumen, la jactancia de la que alardean, estas son las peroratas que hacen para engañar al que teme a Dios. Con toda confianza no necesitamos temer sus apariciones ni poner atención a sus palabras. Es sólo un embustero y no hay verdad en nada en lo que dice. Cuando habla semejantes tonterías y lo hace con tanta jactancia, no se da cuenta de como es arrastrado con un garfio como dragón por el Salvador (Jb 41,1-2), con un cabestro como animal de carga, con sus narices con anillo como esclavo fugitivo, y con sus labios atravesados por una abrazadera de hierro. Ha sido, pues, atrapado como gorrión para nuestra diversión. Tal él como sus compañeros fueron tratados así para ser pisoteados como escorpiones y culebras (Lc 10,19) por nosotros los cristianos; y prueba de ello es el hecho de que seguimos existiendo a pesar de él. En verdad, noten que él, que prometió que iba a secar el mar y apoderarse de todo el mundo, no puede impedir nuestras practicas ascéticas ni que yo hable contra él. Por eso, no demos atención a lo que pueda decir, porque es un mentiroso redomado, ni temamos sus apariciones, porque también son mentiras. Ciertamente no es verdadera luz la que aparece en ellos, más bien es mero comienzo y parecido del fuego preparados para ellos mismos; y con lo mismo que serán quemados tratan aterrorizar a los hombres. Aparecen, es verdad, pero desaparecen de nuevo en el momento, sin dañar a ningún creyente, mientras se llevan consigo esa apariencia del fuego que los espera. Por eso, no hay ninguna razón para tenerles miedo, pues por la gracia de Cristo todas sus tácticas terminan en nada. "Pero son traicioneros y están preparados para soportar cualquier cambio o transformación. A menudo, por ejemplo, pretenden cantar salmos, sin aparecer, y citan textos de la Escrituras. También algunas veces, cuando estamos leyendo, repiten como eco lo que hemos leído. Cuando vamos a dormir, nos despiertan para orar, y esto lo hacen continuamente, dejándonos dormir apenas. Otra veces se disfrazan de monjes y simulan piadosas conversaciones, teniendo como meta engañar con su apariencia y arrastran entonces a sus víctimas adonde quieren. Pero no debemos prestarle atención, aunque nos despierten para orar, aunque nos aconsejen no comer del todo, aunque pretendan acusarnos de cosas que antes aprobaban. Hacen esto no por amor a la piedad o a la verdad, sino para inducir al inocente a la desesperación, presentar la vida ascética como sin valor y hacer que los hombres tomen fastidio por la vida solitaria como algo tosco y demasiado pesado, y hacer caer a los que llevan tal vida. Por eso profeta enviado por el Señor a tales infelices con estos términos: ¡Ay del que da de beber a prójimo un mal trago! (Hab 2,15). Tales argumentos son desastrosos par el camino que conduce a la virtud. Nuestro Señor mismo, aunque incluso los demonios hablaban la verdad ¬pues decían verdaderamente: Tú eres el Hijo de Dios (Lc 4,41)¬, sin embargo los hizo callar y les prohibió hablar. No quiso que desparramaran su propia maldad junto con la verdad, y tampoco deseaba que nosotros les hiciéramos caso aunque aparentemente hablaban la verdad. Por eso, pues, es inconveniente que nosotros, que poseemos las Escrituras y la libertad del Salvador, seamos enseñados por el demonio, por él, que no quedó en su puesto (Judas 6), sino que constantemente ha cambiado de parecer. Por eso también les prohibe usar citas de la Escritura al decir: Dios dice al pecador ¿Por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en tu boca mi Alianza? (Sal 49,19). Ciertamente ellos hacen de todo: hablan, gritan, engañan, confunden, y todo para engañar al simple. Arman también tremendos estrépitos, lanzan risas tontas y silbidos. Si nadie les hace caso, lloran y se lamentan como derrotados. "El Señor, por eso, porque es Dios, hizo callar a los demonios. En cuanto a nosotros, hemos aprendido nuestras¡ lecciones de los santos, hacemos como ellos hicieron e imitamos su valor. Pues cuando ellos veían tales cosas, acostumbraban a decir: Cuando el pecador se levantó contra mí, guardé silencio resignado, no hablé con ligereza (Sal 38,2); y en otra parte: Pero yo como un sordo no oigo, como un mudo no abro la boca; soy como uno que no oye (Sal 37,14). Así también nosotros no los escuchemos, mirándolos como extraño, no prestándole atención, aunque nos despierten para la oración o nos hablen de ayunos. Sigamos atentos más bien a la práctica de la vida ascética como es nuestro propósito, y no nos dejemos engañar por los que practican la traición en todo lo que hacen. No debemos tenerles miedo aunque aparezcan para atacarnos y amenazarnos con la muerte. En realidad, son débiles y no pueden hacer más que amenazar.

IMPOTENCIA DE LOS DEMONIOS
Bien, hasta ahora he hablado de este tema sólo al pasar. Pero ahora no debo dejarlo de tratar con mayores detalles; recordarles esto puede redundar sólo en su mayor seguridad.
Desde que el Señor habitó con nosotros, el enemigo cayó y sus poderes declinaron. Por eso no puede nada; Sin embargo, aunque han caído, no puede quedarse quieto sino que como tirano que no puede hacer otra cosa, se va en amenazas, aunque ellas sean puras palabras. Cada uno acuérdese de esto y podrá despreciar a los demonios. Se estuvieran confiados a cuerpos como los nuestros, deberíamos decir entonces: A la gente que se esconde, no la vamos a encontrar; pero si los encontramos, los vamos a dañar. Y en este caso podríamos escapar de ellos escondiéndonos y trancando las puertas. Pero éste no es el caso, y pueden entrar a pesar de estar trancadas la puertas; vemos que están presentes en todas partes en el aire, ellos y su jefe, el demonio, y sabemos que su voluntad es mala y que están inclinados a dañar, y que como dice el Salvador, el demonio ha sido homicida desde el principio (Jn 8,44); entonces si a pesar de todo vivimos, y vivimos nuestra vidas desafiándolo, es claro que no tiene ningún poder. Como ustedes ven, el lugar no les impide su conspiración; tampoco nos ven amables hacia ellos como para que nos perdonen, ni son tampoco amantes del bien como para cambiar sus caminos. No, al contrario, ellos son malos y nada hay que deseen más ansiosamente que hacer daño a los amantes de la virtud y a los adoradores de Dios. Por la simple razón de que son impotentes para hacer algo, nada hacen excepto amenazar. Si pudieran, estén ustedes seguros de que no esperarían sino que realizarían sus fuertes deseos: el mal, y eso contra nosotros. Noten, por ejemplo, como ahora estamos reunidos aquí hablando contra ellos, y ellos saben además que en la medida en que hacemos progresos, ellos se debilitan. En verdad, si estuviera en su poder, no dejarían vivo a ningún cristiano, porque el servicio de Dios es abominación para el pecador (Sir 1,25). Puesto que no pueden nada, se hacen daño a sí mismos, ya que no pueden llevar a cabo sus amenazas.
Además, esto otro debería ser tomado en cuenta para acabar con el miedo a ellos: si tuvieran algún poder, no vendrían en manada, ni recurrirían a apariciones, ni usarían el artificio de transformarse. Bastaría que viniera uno solo e hiciera lo que fuera capaz de hacer o a lo que tuviera inclinación. Lo más importante de todo es que el que tiene realmente poder no se esfuerza en matar con fantasmas ni trata de aterrorizar con hordas sino que sin más trámites usa su poder como quiere. Pero actualmente los demonios, impotentes como son, hacen piruetas como si estuvieran sobre un escenario, cambiando sus formas en espantajos infantiles, con manadas ilusorias y muecas, con todo lo cual su debilidad se hace todavía más despreciable. Estemos seguros: El ángel verdadero enviado por el Señor contra los asirios no tuvo necesidad de múltiples, ni de ilusiones visibles, ni de soplidos resonantes, ni de sonajeras; no, él ejerció su poder tranquilamente y de una vez mató a ciento ochenta y cinco mil de ellos (2 R 19,35). Pero los demonios impotentes criaturas como son, tratan de aterrorizar, ¡y eso con mero fantasmas! Si alguien al examinar la vida de Job, dijera: ¿Por qué, entonces, siguió el demonio haciendo cosas contra él? Lo despojó de sus posesiones, mató a sus hijos y lo hirió con graves úlceras (Job 1,13ss; 2,7), que esa persona se dé cuenta de que no se trata de que el demonio tuviera poder para hacer eso, sino que Dios el entregó a Job para que lo tentara (Job 1,12). Por su puesto no tenía poder para hacerlo; lo pidió y actuó sólo después de haberlo recibido. Aquí tenemos otra razón para despreciar al enemigo, pues aunque tal era su deseo, no fue capaz de vencer a un hombre justo. Si el poder hubiera sido suyo, no hubiera necesitado pedirlo, y el hecho de que lo pidiera no una sino dos, muestra su debilidad y incapacidad. No es extraño de que no tuviera poder contra Job, cuando le fue imposible destruir ni siquiera sus ganados a menos de que Dios accediera a ello. Pero no tiene poder ni siquiera contra los cerdos, como está escrito en el Evangelio: Y los espíritus malos rogaron al Señor: déjanos entrar en esos cerdos, mucho menos sobre los hombres hechos a imagen de Dios. Por eso, se debe temer sólo a Dios y despreciar esos seres, sin tenerles miedo en absoluto. Y cuanto mas se dediquen a tales cosas, tanto más dediquémonos nosotros a la vida ascética para contraatacarlos, pues una vida recta y la fe en Dios son una gran arma contra ellos. Temen a los ascetas por su ayuno, sus vigilias, sus oraciones, su mansedumbre, tranquilidad, desprecio del dinero, falta de presunción, humildad, amor a los pobres, limosnas, ausencias de ira, y, más que todo para que nadie los pisotee, su lealtad a Cristo. Esta el la razón por lo que hacen todo para que nadie los pisotee. Conocen la gracia dada por el Salvador a los creyentes cuando dice: "Miren: yo les he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo (Lc 10,19).

FALSAS PREDICCIONES DEL FUTURO
"Asimismo, si pretenden predecir el futuro, no les hagan caso. A veces, por ejemplo, nos comunican días antes la visita de hermanos, y efectivamente llegan. Pero no es que se preocupen de sus oyentes que hacen esto, sino para inducirlos a colocar su confianza en ellos, y así, cuando los tienen bien a mano poder destruirlos. No los escuchemos sino que echémoslo fuera, pues no lo necesitamos. ¿Qué de prodigioso hay en ellos, que tienen cuerpos mas sutiles que los hombres, viendo que alguien se pone de camino, se le adelanten y anuncien su llegada? Una persona de a caballo podría también adelantarse a uno a pie y dar la misma información. Así, pues, tampoco en esto hay que asombrarse de ellos. No tienen ningún conocimiento previo de lo que todavía no ha sucedido, sino que sólo Dios conoce todas las cosas antes de que sean (Dn 13,42). En este punto son como ladrones que corren delante y anuncian lo que vieron. En este mismo momento, ¡a cuántos ya les habrán comunicado lo que estamos haciendo, como estamos aquí discutiendo sobre ellos, antes de que ninguno de nosotros pueda levantarse e informar de lo mismo! Pero hasta un niño veloz haría correr lo mismo, adelantándose a una persona más lenta. Les voy a aclarar con un ejemplo lo que quiero decir. Si alguien quiere ponerse en viaje desde la Tebaida o de cualquier otro lugar, antes de que efectivamente parta no saben si van a salir o no; pero en cuanto lo ven caminar, se adelantan y anuncian su llegada de antemano. Y así sucede que después de algunos días, llega. Pero a veces, sin embargo, el viajero se vuelve, y el informe es falso. También a veces hablan tonterías con respecto al agua del Río. Por ejemplo, viendo lluvias en las regiones de Etiopía y sabiendo que las avenidas del Río tienen su origen, se adelantan y lo anunciantes de que el agua alcance Egipto. Los hombres también podrían hacerlo, si pudieran correr tan rápido como ellos. Y tal como el atalaya de David (2 S 18,24), subiéndose a una altura, logró un vistazo del que llegaba antes del que estaba debajo, y echando a correr le informó antes que los demás, no lo que aún no había pasado, sino lo que estaba por suceder en el acto, así también los demonios se apresuran a anunciar cosas a otros con el solo fin de engañarlos. En verdad, si entre tanto la Providencia tuviera una disposición especial en cuanto al agua o a los viajeros, y esto es perfectamente posible, entonces se vería que el informe de los demonios es mentira, y quedarían engañados los que pusieron su confianza en ellos. Así surgieron los oráculos griegos y así fue descarriado el pueblo de la antigüedad por los demonios. Con esto hay que decir también cuanto engaño fue preparado para el futuro, pero el Señor vino para suprimir los demonios y su villanía. No conocen nada fuera de sí mismos, pero ven otros tienen conocimientos y entonces, como ladrones, se apoderan de él y lo desfiguran. Practican más la conjetura que la profecía. Por eso, aunque a veces parezcan estar en la verdad, nadie debería maravillarse. En realidad, también los médicos, cuya experiencia en enfermedades les viene de haber observado la misma dolencia en diferentes personas, hacen a menudo conjeturas sobre la base de su práctica y predicen lo que va a pasar. También los pilotos y campesinos, observando las condiciones del tiempo, por su experiencia pronostican si va a ver temporal o buen tiempo. A nadie se le ocurriría decir que profetizan por inspiración divina, sino por la experiencia que da la práctica. En consecuencia, si también los demonios adivinan algunas de estas mismas cosas y las dicen, no por eso ustedes tienen que asombrarse ni hacerles caso en absoluto. ¿De que les sirve a los oyentes saber días antes los que va a pasar? ¿O qué afán en saber tales cosas, aún suponiendo que tal conocimiento resulte verdad? Seguro que no es ése el elemento fundamental de la virtud ni tampoco prueba de nuestro progreso. Pues nadie es juzgado por lo que no sabe, y nadie es llamado bienaventurado por lo que ha aprendido y sabe; y el juicio que nos espera a cada uno es si hemos guardado la fe y observado fielmente los mandamientos. "De ahí de que no sea propio nuestro darle importancia a estas cosas ni afanarnos en la vida ascética con el fin de saber el futuro, sino para agradar a Dios viviendo bien. Deberíamos orar, no para saber el futuro, ni deberíamos pedir esto como recompensa por la práctica ascética, sino que el fin de nuestra oración ha de ser lo que el Señor sea nuestro compañero para lograr la victoria sobre el demonio. Pero si algún día llegamos a conocer el futuro, mantengamos pura nuestra mente. Tengo la absoluta confianza de que si el alma es pura íntegramente y está en su estado natural, alcanza la claridad de visión y ve más y más lejos que los demonios. A ellos el Señor les revela las cosas. Tal era el alma de Eliseo que vio lo que pasó que Giezi (2 R 5,26), y contempló los ejércitos que estaban cerca (2 R 6,17).

DISCERNIMIENTO DE LOS ESPÍRITUS
"Ahora, pues, cuando se les aparezcan de noche y quieran contarles el futuro o les digan: Somos los ángeles, ignórenlo porque están mintiendo. Si alaban su práctica de la vida ascética o los llaman santos, no los escuchen ni tengan nada que ver ellos. Hagan mas bien la señal de la Cruz sobre ustedes, sobre su morada y oración, y los verán desaparecer. Son cobardes y le tienen terror mortal a la señal de la Cruz de nuestro Señor, desde que en la Cruz el Señor los despojó e hizo escarmiento con ellos (Col 2,15). Pero si insisten con mas desvergüenza todavía, bailando en torno y cambiando su apariencia, no les teman ni se acobarden ni les presten atención como si fueran buenos; es totalmente posible distinguir entre el bien y el mal cuando Dios lo garantiza. Una visión de los santos no es turbulenta, pues no contendrá ni gritar , y nadie oirá su voz por las calles (Mt 12,19; Is 42,2). Tal visión llega tan tranquila y suave que de inmediato hay alegría, gozo y valor en el alma. Con ellos está nuestro Señor, que es nuestra alegría, y el poder de Dios Padre. Y los pensamientos del alma permanecen sin molestia ni oleaje, de modo que en su propia brillante transparencia posible contemplar la aparición. Un anhelo de las cosas divinas y de la vida futura se posesiona del alma, y su deseo es unirse totalmente a ellos y poder partir con ellos. Pero si algunos, por ser humanos, tienen miedo ante la visión de los buenos, entonces los que aparecen expulsan el temor por el amor, como lo hizo Gabriel con Zacarías (Lc 1,13), y el ángel que apreció a las mujeres en el santo sepulcro (Mt 28,5), y el ángel que habló a los pastores: No teman (Lc 2,10). Temor en estos casos, no es cobardía del alma sino conciencia de la presencia de seres superiores. Tal es, pues, la visión de los santos. Por otra parte, el ataque y la aparición de los malos están llenos de confusión, acompañados de ruidos, bramidos y alaridos; bien podría ser el tumulto de muchachos groseros o salteadores. Esto al comienzo ocasiona terror en el alma, disturbios y confusión de pensamientos, desaliento, odio de la vida ascética, tedio, tristeza, recuerdo de los parientes, miedo de la muerte; luego viene el deseo del mal, el desprecio de la virtud y un completo cambio de carácter. Por eso, si ustedes tienen una visión y sienten miedo, pero si el miedo se lo quitan inmediatamente y en su lugar les viene una inefable alegría y contento, valor, recuperación de la fuerza y de la calma de pensamiento y de todo lo demás que he mencionado, y valentía de corazón y amor de Dios, entonces alégrense y oren; su gozo y la tranquilidad de su alma dan prueba de la santidad de Aquel que está presente. Así Abraham, viendo al Señor, se alegró (Jn 8,56), y Juan, oyendo la voz de María, la Madre de Dios, saltó de gozo (Lc 1,41). Pero si tienen visiones que los sorprenden y confunden y al tumulto por doquier y apariciones terrenas y amenazas de muerte y todo lo demás que mencioné, entonces sepan que la visita es del malo. "Tengan también esta otra señal: si el alma sigue con miedo, el enemigo está presente. Los demonios no quitan el miedo que producen, como lo hizo el gran arcángel Gabriel con María y Zacarías, y el se le apareció a las mujeres en el sepulcro. Los demonios, al contrario, cuando ven que los hombres tienen miedo, aumentan sus fantasmagorías, para aterrorizarlos aún más, luego bajan y los engañan diciéndoles: Póstrense y adórennos (Mt 4,9). Así engañaron a los griegos, pues entre ellos los había, tomados falsamente por dioses. Pero nuestro Señor no permitió que fuéramos engañados por el demonio, cuando una vez le reprochó que intentara utilizar sus alucinaciones con El: Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y al el sólo lo servirás (Mt 4,10). Por eso, despreciemos más y más al autor del mal, pues lo que dijo nuestro Señor fue por nosotros: cuando los demonios oyen tales palabras, son expulsados por el Señor que con estas palabras los reprendió. "No debemos jactarnos de echar fuera a los demonios ni darnos aires por curaciones realizadas; no debemos honrar sólo al que expulsa demonios y despreciar al que no lo hace. Que cada uno observe atentamente la vida ascética de otro, entonces que la imite y emule, o que la corrija. Pues hacer milagros no es asunto nuestro. Eso está reservado sólo para nuestro Salvador. El, por otra parte, dijo a los discípulos: Alégrense, no porque los demonios se les sometan, sino porque sus nombres están escritos en el cielo (Lc 10,20). Y el hecho de que nuestros nombres estén escrito en el cielo es testimonio para nuestra virtud, pero en cuanto a expulsar demonios, eso es don del Salvador que él concede. Por eso, a los que se jactaban no de su virtud sino de sus milagros y decían: ¿Señor, no hemos expulsado demonios en tu nombre y no hemos obrado milagros también en tu nombre? (Mt 7,22). El respondió: En verdad, les digo que no los conozco (Mt 7,23), pues el Señor no conoce el camino de los impíos (Sal 1,6). En resumen, se debe orar, como he dicho, por el don de discernimiento de espíritus, a fin de que, como esta escrito, no creamos a cada espíritu.

ANTONIO NARRA SUS EXPERIENCIAS CON LOS DEMONIOS
En realidad, ahora querría detenerme y no decir nada más que viniera de mí mismo, ya que basta con lo que se ha dicho. Pero para que ustedes no piensen que simplemente digo estas cosas por hablar, sino para que puedan convencerse de que lo hago por verdadera experiencia, por eso quiero contarles lo que he visto en cuanto a las prácticas de los demonios. Tal vez me llamen tonto, pero el Señor que está escuchando sabe que mi conciencia es limpia y que no es por mí mismo sino por ustedes para alentarlos que digo todo esto. ¡Cuántas veces me llamaron bendito, mientras yo los maldecía en el nombre del Señor! ¡Cuántas veces hacían predicciones acerca del agua del Río! Y yo les decía: ¿Y qué tienen que ver ustedes con esto?. Una vez llegaron con amenazas y me rodearon como soldados armados hasta los dientes. En otra ocasión llenaron la casa con caballos y bestias y reptiles, pero yo canté el salmo: "Unos confían en sus carros, otros en su caballería, pero nosotros confiamos en el nombre del Señor Dios nuestro" (Sal 19,8), y a esta oración fueron rechazados por el Señor. Otra vez, en la obscuridad llegaron con una luz fatua diciendo: 'Hemos venido a traerte luz, Antonio'. Pero cerré mis ojos, oré, y de un golpe se apago la luz de los impíos. Pocos meses después llegaron cantando salmos y citando las Escrituras. 'Pero yo fui como un sordo que no oye' (Sal 37,14). Una vez sacudieron la celda de un lado para otro, pero yo oré, permaneciendo inconmovible en mi mente. Entonces volvieron haciendo un ruido continuo, dando golpes, silbando y haciendo cabriolas. Pero yo me puse a orar y a cantar salmos, y entonces comenzaron a gritar y a lamentarse como si estuvieran completamente agotados, y yo alabé al Señor que redujo a nada su descaro e insensatez y les dio una lección.
Una vez se me apareció en visión un demonio realmente enorme, que tuvo la desfachatez de decir: 'Soy el Poder de Dios', y 'Soy la Providencia'. ' ¿Por favor qué deseas que te otorgue?'. Entonces yo le soplé mi aliento, invocando el nombre de Cristo, e hice empeño por golpearlo. Parece que tuve éxito, porque al instante, grande como era, desapareció él, y todos sus compañeros junto con él, al nombre de Cristo. Otra vez que yo estaba ayunando, se llegó a mí el taimado acarreando panes ilusorios. Se puso a darme consejos: "¡Come y déjate de tus privaciones! También tú eres hombre y estás punto de enfermarte". Pero yo, notando su superchería, me levanté a orar y no pudo aguantarlo. Desapareció como humo a través de la puerta. ¡Cuántas veces me mostró en el desierto una visión de oro que yo podía tocar y buscar! Pero me le opuse cantando un salmo y se disolvió. Me golpeó a menudo, y yo decía: "Nada podrá separarme del amor de Cristo" (Rm 8,35), y entonces ¡ellos se golpeaban unos a otros! Pero no fui yo quien detuvo y paralizó sus esfuerzos, sino el Señor que dijo: "Vi a Satanás cayendo del cielo como un relámpago" (Lc 10,18) Hijitos míos acuérdense de lo que dijo el apóstol: "Me apliqué esto a mí mismo" (1 Co 4,6), y aprenderán a no descorazonarse en su vida ascética y a no temer las ilusiones del demonio y sus compañeros.
"Ya que me ha hecho loco entrando en todas sus cosas, escuchen también lo que sigue, para que pueda servirles para su seguridad; créanme, no miento. Una vez escuché un golpe en la puerta de mi celda, salí afuera y vi una figura enormemente y alta. Cuando le pregunté: ¿Quién eres?, me contestó: 'Soy Satanás'. ¿Qué estás haciendo aquí? El respondió: ¿Qué falta me encuentran los monjes y los demás cristianos sin ninguna razón? ¿Por qué me echan a cada rato?. Bien, ¿por qué los molestas?, le dije. El contestó: No soy yo quien los molesta, sino que sus molestias tienen su origen en ellos mismos, porque yo me he debilitado. ¿No han leído acaso; El enemigo ha sido desarmado, arrasaste sus ciudades? (Sal 9,7). Ahora no tengo lugar, armas, ni ciudad. En todas partes hay cristianos y hasta el desierto está lleno de monjes. Que se dediquen a sus propios asuntos y no me maldigan sin causa. Entonces me maravillé ante la gracia del Señor y le dije: Aunque eres siempre mentiroso y nunca hablas la verdad, sin embargo esta vez has dicho la verdad, por más que te desagrade hacerlo. Ves tú, Cristo con su venida te hizo impotente, te derribó, te despojó. El oyendo el nombre del Salvador e incapaz de soportar el calor que esto causaba, se desvaneció. Por eso, si incluso el mismo demonio confiesa que no tienen poder, deberíamos despreciarlo totalmente. El malo y sus sabuesos tienen, es verdad, todo un acopio de bellaquerías, pero nosotros, sabiendo su debilidad, podemos despreciarlos. No nos entreguemos, pues, ni desalentemos, ni dejemos que haya cobardía en nuestra alma ni causemos miedo a nosotros mismos pensando: ¡Ojalá que no venga el demonio y me haga caer! ¡Ojalá que no venga y me lleve para arriba o para abajo, o aparezca de repente y me saque de mis casillas! No deberíamos tener en absoluto semejantes pensamientos ni afligirnos como si fuéramos a perecer. Mas bien tengamos valor y alegrémonos siempre como hombres que están siendo salvados. Pensemos que el Señor está con nosotros, El que ahuyentó los malos espíritus y les quitó su poder.
Meditemos siempre sobre esto y recordemos que mientras el Señor esté con nosotros, nuestros enemigos no nos harán daño. Pues cuando vienen, actúan tal como nos encuentran, y en el estado del alma en que nos encuentren, de ese modo presentan sus ilusiones. Si nos ven llenos de miedo y de pánico, inmediatamente toman posesión como bandoleros que encuentran la plaza desguarnecida; todo lo que pensemos de nosotros mismos, lo aprovecharán con interés redoblado. Si nos ven con temerosos y acobardados, van a aumentar nuestro miedo lo más que puedan en forma de imaginaciones y amenazas, y así la pobre alma es atormentada para el futuro. Pero si nos encuentran alegrándonos con el Señor, meditando en los bienes que han de venir y contemplando las cosa que son del Señor; considerando que todo está en sus manos y que el demonio no tiene poder sobre un cristiano; que, de hecho, no tiene poder sobre nadie absolutamente, entonces, viendo al alma salvaguardada con tales pensamientos, se avergüenzan y se vuelven. Así, cuando el enemigo vio a Job fortificado, se retiró de él, mientras que encontrando a Judas desprovisto de toda defensa, lo tomó prisionero.
Por eso, si queremos despreciar al enemigo, mantengamos siempre nuestro pensamiento en las cosas del Señor y que nuestra alma se goce con la esperanza (Rm 12,12). Veremos entonces cómo los engaños del demonio se desvanecen como humo, y los veremos huir en lugar de perseguirnos. Ellos son, como dije, abyectos, cobardes, siempre recelosos del fuego preparados para ellos (Mt 25,41).
"Observen también esto con respecto a la intrepidez que deben tener en su presencia. Cada vez que venga una aparición, no se derrumben inmediatamente llenos de cobarde miedo, sino que, sea lo que sea, pregunten primero con corazón resuelto: ¿Quién eres tú y de dónde vienes?. Si es una visión buena, los va a tranquilizar y a cambiar su miedo en alegría. Sin embargo, si tiene que ver con el demonio, va a desvanecerse al instante viendo el decidido ánimo de ustedes, ya que la simple pregunta, ¿quién eres y de dónde vienes?, es la señal de tranquilidad. Así lo aprendió el hijo de Nun (Jos 5,13s), y el enemigo no se libró de ser descubierto cuando Daniel lo interrogó (Dn, 13-59).

VIRTUD MONÁSTICA
Mientras Antonio discurría sobre estos asuntos con ellos, todos se regocijaban. Aumentaba en algunos la virtud, en otros desaparecía la negligencia, y en otros la vanagloria era reprimida. Todos prestaban consejos sobre los ardides del enemigo, y se admiraban de la gracia dada a Antonio por el Señor para discernir los espíritus. Así sus solitarias celdas en las colinas eran como las tiendas llenas de coros divinos, cantando salmos, estudiando, ayunando, orando, gozando con la esperanza de la vida futura, trabajando para dar limosnas y preservando el amor y la armonía entre sí. Y en realidad, era como ver un país aparte, una tierra de piedad y justicia. No había malhechores ni víctimas del mal ni acusaciones del recaudador de impuestos, sino una multitud de ascetas, todos con un solo propósito: la virtud. Así, al ver estas celdas solitarias y la admirable alineación de los monjes, no se podía menos que elevar la voz y decir: "¡Qué hermosas son las tiendas, oh Jacob! ¡Tus habitaciones, oh Israel! Como arroyos están extendidas, como huertos junto al río, como tiendas plantadas por el Señor, como cedros junto a las aguas" (Num 24,5).
Antonio volvió como de costumbre a su propia celda e intensificó sus prácticas ascéticas. Día tras día suspiraba en la meditación de las moradas celestiales (Jn 14,12), con todo anhelo por ellas, viendo la breve existencia del hombre. Al pensamiento de la naturaleza espiritual del alma, se avergonzaba cuando debía aprestarse a comer o dormir o a ejecutar las otras necesidades corporales. A menudo, cuando iba a compartir su alimento con otros monjes, le sobrevenía el pensamiento del alimento espiritual y rogando que le perdonaran, se alejaba de ellos, como si le diera vergüenza de que otros lo vieran comiendo. Comía, por su puesto, porque su cuerpo lo necesitaba, y frecuentemente lo hacía también con los hermanos, turbado a causa de ellos, pero hablándoles por la ayuda que sus palabras significaban para ellos. Acostumbraba a decir que se debía dar todo su tiempo al alma más bien que al cuerpo. Ciertamente, puesto que la necesidad lo exige, algo de tiempo tiene que darse al cuerpo, pero en general deberíamos dar nuestra primera atención al alma y buscar su progreso. Ella no debería ser arrastrada hacia abajo por los placeres del cuerpo, sino que el cuerpo debe ser puesto bajo sujeción del alma. Esto, decía, es lo que el Salvador expresó: "No se preocupen por la vida, por lo que van a comer o beber, ni estén inquietos ansiosamente; la gente del mundo busca todas esas cosas. Pero su Padre sabe que ustedes necesitan todo esto. Busquen primero su Reino y todo esto se les dar dado por añadidura" (Lc 12,22.29-31; Mt 6,31-33)

ANTONIO VA ALEJANDRÍA BAJO LA PERSECUCIÓN DEL EMPERADOR MAXIMINO (311)
Después de esto, la persecución de Maximino, que irrumpió en esa época, se abatió sobre la Iglesia. Cuando los santos mártires fueron llevados a Alejandría, él también dejó su celda y los siguió, diciendo: "vayamos también nosotros a tomar parte en el combate si somos llamados, o a ver a los combatientes". Tenía el gran deseo de sufrir el martirio, pero como no quería entregarse a sí mismo, servía a los confesores de la fe en las minas y en las prisiones. Se afanaba en el tribunal, estimulando el celo de los mártires cuando los llamaban, y recibiéndolos y escoltándolos cuando iban a su martirio, quedando junto a ellos hasta que expiraban. Por eso el juez, viendo su intrepidez y la de sus compañeros y su celo en estas cosas, dio orden de que ningún monje apareciera en el tribunal o estuviera en la ciudad. Todos los demás pensaron conveniente esconderse ese día, pero Antonio se preocupó tan poco de ello que lavó sus ropas y al día siguiente se colocó al frente de todos, en un lugar prominente, a vista y presencia del prefecto. Mientras todos se admiraban y el prefecto mismo lo veía al acercarse con todos los funcionarios, el estaba ahí de pie, sin miedo, mostrando el espíritu anhelante característico de nosotros los cristianos. Como lo expresé antes, oraba para que también él pudiera ser martirizado, y por eso se apenaba por no haberlo sido. Pero el Señor cuidaba de él para nuestro bien y para el bien de otros, a fin de que pudiera se maestro de la vida ascética que él mismo había aprendido en las Escrituras. De hecho, muchos, sólo con ver su actitud, se convirtieron en celosos seguidores de su modo de vida. De nuevo, por eso, continuó con su costumbre, de ir al servicio de los confesores de la fe y, como si estuviera encadenado con ellos (Hb 13,3), se agotó en su afán por ellos.

EL DIARIO MARTIRIO DE LA VIDA MONACAL
Cuando finalmente la persecución cesó y el obispo Pedro, de santa memoria, hubo sufrido el martirio, se fue y volvió a su celda solitaria, y ahí fue mártir cotidiano en su conciencia, luchando siempre las batallas de la fe. Practicó una vida ascética llena de celo y más intensa. Ayunaba continuamente, su vestidura era de pelo la interior y de cuero la exterior, y la conservó hasta el día de su muerte. Nunca bañó su cuerpo para lavarse, ni tampoco lavó sus pies ni se permitió meterlos en el agua sin necesidad. Nadie vio su cuerpo desnudo hasta que murió y fue sepultado. Vuelto a la soledad, determinó un período de tiempo durante el cual no saldría ni recibiría a nadie. Entonces un oficial militar, un cierto Martiniano, llegó a importunar a Antonio: tenía una hija a la molestaba el demonio. Como persistía ante él, golpeado a la puerta y rogando que saliera y orara a Dios por su hija, Antonio no quiso salir sino que, usando una mirilla le dijo: "Hombre ¿por qué haces todo ese ruido conmigo?. Soy un hombre tal como tú. Si crees en Cristo a quien yo sirvo, ándate y como eres creyente, ora a Dios y se te concederá". Ese hombre se fue y creyendo e invocando a Cristo, y su hija fue librada del demonio. Muchas otras cosas hizo también el Señor a través de él, según la palabra: "Pidan y se les dará" (Lc 11,9). Muchísima gente que sufría, dormía simplemente fuera de su celda, ya que él no quería abrirle la puerta, y eran sanados por su fe y su sincera oración.

HUIDA A LA MONTAÑA INTERIOR
Cuando se vio acosado por muchos e impedido de retirarse como eran su propósito y su deseo, e inquieto por lo que el Señor estaba obrando a través de él, pues podía transformarse en presunción, o alguien podía estimarlos más de lo que convenía, reflexionó y se fue hacia la Alta Tebaida, a un pueblo en el que era desconocido. Recibió pan de los hermanos y se sentó a la orilla del río, esperando ver un barco que pasara en el que pudiera embarcarse y partir. Mientras estaba así aguardando, se oyó una voz desde arriba: "Antonio, ¿a dónde vas y porque?". No se desorientó sino que, habiendo escuchado a menudo tales llamadas, contestó: "Ya que las multitudes no me permiten estar solo, quiero irme a la Alta Tebaida, porque son muchas las molestias a las que estoy sujeto aquí, y sobre todo porque me piden cosas más allá de mi poder". "Si subes a la Tebaida", dijo la voz, "o si, como también pensaste, bajas a la Bucolia, tendrás más, sí, el doble más de molestias que soportar. Pero si realmente quieres estar contigo mismo, entonces vete al desierto interior".
Pero, dijo Antonio, ¿quién me mostrará el camino?. Yo no lo conozco. De repente le llamaron la atención unos sarracenos que estaban por tomar aquella ruta. Acercándose, Antonio les pidió ir con ellos al desierto. Ellos le dieron la bienvenida como por orden de la Providencia. Y viajó con ellos tres días y tres noches y llegó a una montaña muy alta. Al pie de la montaña había agua, clara como el cristal, dulce y muy fresca. Extendiéndose desde allí había una llanura y unos cuantos datileros. Antonio, como inspirado por Dios, quedó encantado por el lugar, porque esto fue lo que quiso decir Quien habló con el a la orilla del Río. Comenzó por conseguir algunos panes de sus compañeros de viaje y se quedo sólo en la montaña, sin ninguna compañía. En adelante, miró este lugar como si hubiera encontrado su propio hogar. En cuanto a los sarracenos, notando el entusiasmo de Antonio, hicieron del lugar un punto de sus travesías, y estaban contentos de llevarle pan. También los datileros le daban un pequeño y frugal cambio de dieta. M s tarde, los hermanos, se las ingeniaron para mandarle pan. Antonio, sin embargo, viendo que el pan les causaba molestias porque tenían que aumentar el trabajo que ya soportaban, y queriendo mostrar consideración a los monjes en esto, reflexionó sobre el asunto y pidió a algunos de sus visitantes que les trajeran un azadón y un hacha y algo de grano. Cuando se lo trajeron, se fue al terreno cerca de la montaña, y encontrando un pedazo adecuado, con abundante provisión de agua de la vertiente, lo cultivo y sembró. Así lo hizo cada año y les suministraba su pan. Estaba feliz de que con eso no tenía que molestar a nadie, y con todo trataba de no ser carga para otros. Pero más tarde, viendo que de nuevo llegaba gente a verlo, comenzó también a cultivar algunas hortalizas, a fin de que sus visitantes tuvieran algo más para restaurar sus fuerzas después del viaje tan cansado y pesado. Al comienzo, los animales del desierto que venían a beber agua le dañaban los sembrados de la huerta. Entonces atrapó a uno de los animales, lo retuvo suavemente y les dijo a todos: " ¿Por qué me hacen perjuicio si yo no les haga nada a ninguno de ustedes? ¡Váyanse, y en el nombre del Señor no se acerquen otra vez a estas cosas!". Y desde ese entonces, como atemorizados por sus órdenes, no se acercaron al lugar.

DE NUEVO LOS DEMONIOS
Así estuvo sólo en la Montaña Interior, dando su tiempo a la oración y a la práctica de la vida ascética. Pero los hermanos que fueron en su busca, le rogaron que les permitiera llegar cada mes y llevarle aceitunas, legumbres y aceite, puesto que ya ahora era anciano. De sus visitantes hemos sabido cuantos combates tuvo que soportar mientras vivió ahí, "no contra carne y sangre", como está escrito (Ef 6,12), sino en lucha con los demonios. Pues también allí oyeron tumultos y muchas voces y clamor como de armas. De noche vieron la montaña llenarse de vida con bestia salvajes. Lo vieron también peleando como también con enemigos visibles, y orando contra ellos. A uno que lo visitó, le habló palabras de aliento mientras el mismo se mantenía firme en la contienda, de rodillas y orando al Señor. Era realmente notable que, sólo como estaba en ese despoblado, nunca desmayase frente a los ataques de los demonios, ni tampoco con todos los animales y reptiles que había, tuviese miedo de su ferocidad. Como está en la escritura, él realmente "confiaba en el Señor como el monte Sión (Sal 124,l), con ánimo inquebrantable e intrépido. Así los demonios más bien huían de él, y los animales salvajes hicieron la paz con él, como está escrito (Job 5,23) El malo puso estrecha guardia sobre Antonio y rechinó sus dientes contra él, como dice David en el salmo (Sal 34,16), pero Antonio fue animado por el Salvador, quedando sin ser dañado por esa villanía y sutil estrategia. Le envió bestias salvajes mientras estaba en sus vigilias nocturnas, y en plena noches todas las hienas del desierto salieron de sus guaridas y lo rodearon. Teniéndolo en medio, abrían sus fauces y amenazaban morderlo. Pero él, conociendo bien las mañas del enemigo, les dijo: "Si han recibido poder para hacer esto contra mí, estoy dispuesto a ser devorado; pero si han sido enviadas por los demonios, váyanse inmediatamente porque soy servidor de Cristo". En cuanto Antonio dijo esto, huyeron como azotados por el látigo de esa palabra. Pocos días después, mientras estaba trabajando ¬porque el trabajo formaba parte de su propósito¬, alguien llegó a la puerta y tiró la cuerda con que trabajaba (estaba haciendo canastos, que daba a sus visitantes en cambio por lo que le traían). Se levantó y vio a un monstruo que parecía hombre hasta los muslos, pero con piernas y pies de asno. Antonio hizo simplemente la señal de la cruz y dijo: "Soy servidor de Cristo. Si has sido enviado contra mí aquí estoy". Pero el monstruo con sus demonios huyó tan rápido, que su misma rapidez lo hizo caer y murió. La muerte del monstruo vino a significar el fracaso de los demonios: hicieron cuanto pudieron porque se fuera del desierto y no pudieron.

ANTONIO VISITA A LOS HERMANOS A LO LARGO DEL NILO
Una vez los monjes le pidieron que regresara donde ellos y pasara algún tiempo visitándolos a ellos y sus establecimientos. Hizo el viaje con los monjes que vinieron a su encuentro. Un camello había cargado con pan y agua, ya que en todo ese desierto no hay agua, y la única agua potable estaba en la montaña de donde habían salido y en donde estaba su celda. Yendo de camino se acabó el agua, y estaban todos en peligro cuando el calor es mas intenso. Anduvieron buscando y volvieron sin encontrar agua. Ahora estaban demasiado débiles para poder caminar siquiera. Se echaron al suelo y dejaron que el camello se fuera, entregándose a la desesperación. Entonces el anciano, viendo el peligro en que todos estaban, se llenó de aflicción. Suspirando profundamente, se apartó un poco de ellos. Entonces se arrodilló, extendió sus manos y oró. Y de repente el Señor hizo brotar una fuente donde estaba orando, de modo que todos pudieron beber y refrescarse. Llenaron sus odres y se pusieron a buscar el camello hasta que lo encontraron, sucedió que el cordel se había enredado en una piedra y había quedado sujeto. Lo llevaron a abrevar y, cargándolo con los odres, concluyeron su viaje sin más deterioros ni accidentes. Cuando llegó a las celdas exteriores, todos le dieron una cordial bienvenida, mirándolo como a un padre. El, por su parte, como trayéndoles provisiones de su montaña, los entretenía con su narraciones y les comunicaba su experiencia práctica. Y de nuevo hubo alegría en las montañas y anhelos de progreso, y el consuelo que viene de una fe común (Rm 1,12). También se alegró de contemplar el celo de los monjes y al ver a su hermana que había envejecido en su vida de virginidad, siendo ella misma guía espiritual de otras vírgenes.

LOS HERMANOS VISITAN A ANTONIO
Después de algunos días volvió a su montaña. Desde entonces muchos fueron a visitarlo, entre ellos muchos llenos de aflicción, que arriesgaban el viaje hasta él. Para todos los monjes que llegaban donde él, tenía siempre el mismo consejo: poner su confianza el Señor y amarlo, guardarse a sí mismo de los malos pensamientos y de los placeres de la carne, y no ser seducido por el estómago lleno, como está escrito en los Proverbios (Prov 24,15). Debían huir de la vanagloria y orar continuamente; cantar salmos antes y después del sueño; guardar en el corazón los mandamientos impuestos en las Escrituras y recordar los hechos de los santos, de modo que el alma, al recordar los mandamientos, pueda inflamarse ante el ejemplo de su celo. Les aconsejaba sobre todo recordar siempre la palabra del apóstol: "Que el sol no se ponga sobre tu ira" (Ef 4,26), y a considerar estas palabras como dichas de todos los mandamientos: el sol no debe ponerse no sólo sobre la ira sino sobre ningún otro pecado.
Es enteramente necesario que el sol no condene por ningún pecado de día, ni la luna por ninguna falta o incluso pensamiento nocturno. Para asegurarnos de esto, es bueno escuchar y guardar lo que dice el apóstol: "Júzguense y pruébense ustedes mismos" (2 Co 13,5). Por eso cada uno debe hacer diariamente un examen de lo que ha hecho de día y de noche; si ha pecado, deje de pecar; si no ha pecado, no se jacte por ello. Persevere mas bien en la practica de lo bueno y no deje de estar en guardia. No juzgue a su prójimo ni se declare justo él mismo, como dice el santo apóstol Pablo, "Hasta que venga el Señor y saque a luz lo que está escondido" (1 Co 4,5; Rm 2,16). A menudo no tenemos conciencia de lo que hacemos; nosotros no lo sabemos, pero el Señor conoce todo. Por eso dejémosle el juicio a El, compadezcámonos mutuamente y "llevemos los unos las cargas de los otros" (Ga 6,2). Juzguémonos a nosotros mismo y, si vemos que hemos disminuido, esforcémonos con toda seriedad para reparar nuestra deficiencia. Que esta observación sea nuestra salvaguardia con el pecado: anotemos nuestras acciones e impulsos del alma como si tuviéramos que dar un informe a otro; pueden estar seguros que de pura vergüenza de que esto se sepa, dejaremos de pecar y de seguir teniendo pensamientos pecaminosos. ¿A quién le gusta que lo vean pecando? ¿Quién habiendo pecado, no preferiría mentir, esperando escapar así a que lo descubran? Tal como no quisiéramos abandonarnos al placer a vista de otros, así también si tuviéramos que escribir nuestros pensamientos para decírselos a otro, nos guardaríamos muchos de los malos pensamientos, de vergüenza de que alguien los supiera. Que ese informe escrito sea, pues, como los ojos de nuestros hermanos ascetas, de modo que al avergonzarnos al escribir como si nos estuvieran viendo, jamás nos demos al mal. Moldeándonos de esta manera, seremos capaces de llevar a nuestro cuerpo a obedecernos (1 Co 9,27), para agradar al Señor y pisotear las maquinaciones del enemigo.

MILAGROS EN EL DESIERTO
Estos eran los consejos a los visitantes. Con los que sufrían se unía en simpatía y oración, y a menudo y en muchos y variados casos, el Señor escuchó su oración. Pero nunca se jactó cuando fue escuchado, ni se quejó cuando no lo fue. Siempre dio gracias al Señor, y animaba a los sufrientes a tener paciencia y a darse cuenta de que la curación no era prerrogativa suya ni de nadie, sino sólo de Dios, que la obra cuando quiere y a quienes El quiere. Los que sufrían se satisfacían con recibir las palabras del anciano como curación, pues aprendían a tener paciencia y a soporta el sufrimiento. Y los que eran sanados, aprendían a dar gracias no a Antonio sino sólo a Dios. Había, por ejemplo, un hombre llamado Frontón, oriundo de Palatium. Tenía una horrible enfermedad: Se mordía continuamente la lengua y su vista se le iba acortando. Llegó hasta la montaña y le pidió a Antonio que rogara por él. Oró y luego Antonio le dijo a Frontón " Vete, vas a ser sanado". Pero el insistió y se quedó durante días, mientras Antonio seguía diciéndole: "No te vas a sanar mientras te quedes aquí y cuando llegues a Egipto verás en ti el milagro". El hombre se convenció por fin y se fue, al llegar a la vista de Egipto desapareció su enfermedad. Sanó según las instrucciones que Antonio había recibido del Señor mientras oraba. Una niña de Busiris en Trípoli padecía de una enfermedad terrible y repugnante: una supuración de ojos, nariz y oídos se transformaba en gusanos cuando caía al suelo. Además su cuerpo estaba paralizado y sus ojos eran defectuosos. Sus padres supieron de Antonio por algunos monjes que iban a verlo, y teniendo fe en el Señor que sanó a la mujer que padecía hemorragia ( Mt 9,20), les pidieron que pudieran ir con su hija. Ellos consintieron. Los padres y la niña quedaron al pie de la montaña con Pafnucio, el confesor y monje. Los demás subieron, y cuando se disponían a hablarle de la niña, el se les adelantó y les dijo todo sobre el sufrimiento de la niña y de como había hecho el viaje con ellos. Entonces cuando le preguntaron si esa gente podía subir, no se los permitió y sino que dijo: "Vayan y, si no ha muerto, la encontrar n sana. No es ciertamente mérito mío que ella halla querido venir donde un infeliz como yo; no, en verdad; su curación es obra del Salvador que muestra su misericordia en todo lugar a los que lo invocan. En este caso el Señor ha escuchado su oración, y su amor por los hombres me ha revelado que curar la enfermedad de la niña donde ella está". En todo caso el milagro se realizó: cuando bajaron, encontraron a los padres felices y a la niña en perfecta salud. Sucedió que cuando los hermanos estaban en viaje hacia él, se les acabó el agua durante el viaje; uno murió y el otro estaba a punto de morir. Ya no tenía fuerzas para andar, sino que yacía en el suelo esperando también la muerte. Antonio, sentado en la montaña, llamó a dos monjes que estaban casualmente sentados allí, y los apremió a apresurarse: "Tomen un jarro de agua y corran abajo por el camino a Egipto; venían dos, uno acaba de morir y el otro también morir a menos que ustedes se apuren. Recién me fue revelado esto en la oración". Los monjes fueron y hallaron a uno muerto y lo enterraron. Al otro lo hicieron revivir con agua y lo llevaron hasta el anciano. La distancia era de un día de viaje. Ahora si alguien pregunta porque no habló antes de que muriera el otro, su pregunta es injustificada. El decreto de muerte no pasó por Antonio sino por Dios, que la determinó para uno, mientras que revelaba la condición del otro. En cuanto a Antonio, lo único admirable es que, mientras estaba en la montaña con su corazón tranquilo, el Señor les mostró cosas remotas. En otra ocasión en que estaba sentado en la montaña y mirando hacia arriba, vio en el aire a alguien llevado hacia lo alto entre gran regocijo entre otros que le salían al encuentro. Admirándose de tan gran multitud y pensando que felices eran, oró para saber que era eso. De repente una voz se dirigió a él diciéndole que era el alma de un monje Ammón de Nitria, que vivió la vida ascética hasta edad avanzada. Ahora bien, la distancia entre Nitria a la montaña donde estaba Antonio, era de trece días de viaje. Los que estaban con Antonio, viendo al anciano tan extasiado, le preguntaron que significaba y el les contó que Ammón acababa de morir. Este era bien conocido, pues venía ahí a menudo y muchos milagros fueron logrados por su intermedio. El que sigue es un ejemplo: "Una vez tenía que atravesar el río Licus en la estación de las crecidas; le pidió a Teodor que se le adelantara para que no se vieran desnudos uno a otro mientras cruzaban el río a nado. Entonces cuando Teodor se fue, el se sentía todavía avergonzado por tener que verse desnudo él mismo. Mientras estaba así desconcertado y reflexionando, fue de repente transportado a la otra orilla. Teodoro, también un hombre piadoso, salió del agua, y al ver al otro lado al que había llegado antes que él y sin haberse mojado se aferró a sus pies, insistiendo que no lo iba a soltar hasta que se lo dijera. Notando la determinación de Teodoro, especialmente, después de lo que le dijo, él insistió a su vez para que no se lo dijera a nadie hasta su muerte, y así le reveló que fue llevado y depositado en la orilla, que no había caminado sobre el agua, ya que sólo esto es posible al Señor y a quienes El se lo permite, como lo hizo en el caso del apóstol Pedro (Mt 14,29). Teodoro relató esto después de la muerte de Ammón. Los monjes a los que Antonio les habló sobre la muerte de Ammón, se anotaron el día, y cuando, un mes después, los hermanos volvieron desde Nitria, preguntaron y supieron que Ammón se había dormido en el mismo día y hora en que Antonio vio su alma llevada hacia lo alto. Y tanto ellos como los otros quedaron asombrados ante la pureza del alma de Antonio, que podía saber de inmediato lo que había pasado trece días antes y que era capaz de ver el alma llevada hacia lo alto. En otra ocasión, el conde Arquelao lo encontró en la montaña Exterior y le pidió solamente que rezara por Policracia, la admirable virgen de Laodicea, portadora de Cristo. Sufría mucho del estómago y del costado a causa de su excesiva austeridad, y su cuerpo estaba reducido a gran debilidad. Antonio oró y el conde anotó el día en que hizo oración. Cuando volvió a Laodicea, encontró sana a la virgen. Preguntando cuando se vio libre de su debilidad, sacó el papel donde había anotado la hora de la oración. Cuando le contestaron, inmediatamente mostró su anotación en el papel, y todos se asombraron al reconocer que el Señor la había sanado de su dolencia en el mismo momento en que Antonio estaba orando e invocando la bondad del Salvador en su ayuda. En cuanto a sus visitantes, con frecuencia predecía su venida, días y a veces un mes antes, indicando la razón de su visita. Algunos venían sólo a verlo, otros a causa de sus enfermedades, y otros, atormentados por los demonios. Y nadie consideraba el viaje demasiado molesto o que fuera tiempo perdido; cada uno volvía sintiendo que había recibido ayuda. Aunque Antonio tenía estos poderes de palabra y visión, sin embargo suplicaba que nadie lo admirara por esta razón, sino mas bien admirara al Señor, porque El nos escucha a nosotros, que sólo somos hombres, a fin de conocerlo lo mejor que podamos. En otra ocasión había bajado de nuevo para visitar las celdas exteriores. Cuando fue invitado a subir a un barco y orar con los monjes, sólo él percibió un olor horrible y sumamente penetrante. La tribulación dijo que había pescado y alimento salado a bordo y que el olor venía de eso, pero él insistió que el olor era diferente. Mientras estaba hablando, un joven que tenía un demonio y había subido a bordo poco antes como polizón, de repente soltó un chillido. Reprendido en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, el demonio se fue y el hombre volvió a la normalidad; todos entonces se dieron cuenta de que el hedor venía del demonio. Otra vez un hombre de rango fue donde él, poseído de un demonio. En este caso el demonio era tan terrible que el poseso no estaba consciente de que iba hacia Antonio. Incluso llegaba a devorar sus propios excrementos. El hombre que lo llevó donde Antonio le rogó que orara por él. Sintiendo compasión por el joven, Antonio oró y pasó con él toda la noche. Hacia el amanecer el joven de repente se lanzó sobre Antonio y le dio un empujón. Sus compañeros se enojaron ante eso, pero Antonio dijo: "No se enojen con el joven, porque no es él el responsable sino el demonio que está en él. Al ser increpado y mandado irse a lugares desiertos, se volvió furioso e hizo esto. Den gracias al Señor, porque el atacarme de este modo es una señal de la partida del demonio". Y en cuanto Antonio dijo esto, el joven volvió a la normalidad. Vuelto en sí se dio cuenta donde estaba, abrazó al anciano y dio gracias a Dios.

VISIONES
Son numerosas las historias, por lo demás todas concordes, que los monjes han trasmitido sobre muchas otras cosas semejantes que él obró. Y ellas, sin embargo, no parecen tan maravillosas como otras aún más maravillosas. Un a vez, por ejemplo, a la hora nona, cuando se puso de pie para orar antes de comer, se sintió transportado en espíritu y, extraño es decirlo, se vio a sí mismo y se hallara fuera de sí mismo y como si otros seres lo llevaran en los aires. Entonces vio también otros seres terribles y abominables en el aire, que le impedían el paso. Como sus guías ofrecieron resistencia, los otros preguntaron con qué pretexto quería evadir su responsabilidad ante ellos. Y cuando comenzaron ellos mismos a tomarles cuentas desde su nacimiento, intervinieron los guías de Antonio: "Todo lo que date desde su nacimiento, el Señor lo borró; pueden pedirle cuentas desde cuando comenzó a ser monje y se consagró a Dios. Entonces comenzaron a presentar acusaciones falsas y como no pudieron probarlas, tuvieron que dejarle libre el paso. Inmediatamente se vio así mismo acercándose ¬a lo menos, así le pareció¬ y juntándose consigo mismo, y así volvió Antonio a la realidad. Entonces, olvidándose de comer, pasó todo el resto del día y toda la noche suspirando y orando. Estaba asombrado de ver contra cuantos enemigos debemos luchar y qué trabajos tiene uno para poder abrirse paso por los aires. Recordó que esto es lo que dice el apóstol: "De acuerdo al príncipe de las potencias del aire" (Ef 2,2). Ahí está precisamente el poder del enemigo, que pelea y trata de detener a los que intentan pasar. Por eso el mismo apóstol da también su especial advertencia: "Tomen la armadura de Dios que los haga capases de resistir en el día malo" (Ef 6,13), y "no teniendo nada malo que decir de nosotros el enemigo, pueda ser dejado en vergüenza" (Tt 2,8). Y los que hemos aprendido esto, recordemos lo que el mismo apóstol dice: "No sé si fue llevado con cuerpo o sin él, Dios lo sabe" (2 Co 2,12). Pero Pablo fue llevado al tercer cielo y escuchó "palabras inefables" (2 Co 12,2.4), y volvió, mientras que Antonio se vio a sí mismo entrando en los aires y luchando hasta que quedó libre.
En otra ocasión tuvo este favor de Dios. Cuando solo en la montaña y reflexionando, no podía encontrar alguna solución, la Providencia se la revelaba en respuesta a su oración; el santo varón era, con palabras de la Escritura, "Enseñado por Dios" (Is 54,13; Jn 6,45; 1 Ts 4,9). Así favorecido, tuvo una vez una discusión con unos visitantes sobre la vida del alma y qué lugar tendría después de la vida. A la noche siguiente le llegó un llamado desde lo alto: "¡Antonio, sal fuera y mira!". El salió, pues distinguía los llamados que debía escuchar, y mirando hacia lo alto vio una enorme figura, espantosa y repugnante, de pie, que alcanzaba las nubes, y además vio ciertos seres que subían como con alas. La primera figura extendía sus manos, y algunos de los seres eran detenidos por ella, mientras otros volaban sobre ella y, habiéndola sobrepasado, seguían ascendiendo sin mayor molestia. Contra ella el monstruo hacía rechinar sus dientes, pero se alegraba por los otros que habían caído. En ese momento una voz se dirigió a Antonio: "¡Comprende la visión!" (Dn 9,23). Se abrió su entendimiento (Lc 24,45) y se dio cuenta que ese era el paso de las almas y de que el monstruo que allí estaba era el enemigo, en envidioso de los creyentes. Sujetaba a los que le correspondían y no los dejaba pasar, pero a los que no había podido dominar, tenía que dejarlo pasar fuera de su alcance. Habiéndolo visto esto y tomándolo como advertencia, luchó aún más para adelantar cada día lo que le esperaba. No tenía ninguna inclinación a hablar a cerca de estas cosas a la gente. Pero cuando había pasado largo tiempo en oración y estado absorto en toda esa maravilla, y sus compañeros insistían y lo importunaban para que hablara, estaba forzado a hacerlo. Como padre no podía guardar un secreto ante sus hijos. Sentía que su propia conciencia era limpia y que contarles esto podría servirles de ayuda. Conocerían el buen fruto de la vida ascética, y que a menudo las visiones son concedidas como compensación por las privaciones.

DEVOCIÓN DE ANTONIO A LOS MINISTROS DE LA IGLESIA. ECUANIMIDAD DE SU CARÁCTER
Era paciente por disposición y humilde de corazón. Siendo hombre de tanta fama, mostraba, sin embargo, el más profundo respeto a los ministros de la Iglesia, y exigía que a todo clérigo se le diera más honor que a él. No se avergonzaba de inclinar su cabeza ante obispos y sacerdotes. Incluso si algún di cono llegaba donde él a pedirle ayuda, conversaba con él lo que fuera provechoso, pero cuando llegaba la oración le pedía que presidiera, no teniendo vergüenza de aprender. De hecho, a menudo planteó cuestiones inquiriendo los puntos de vista de sus compañeros, y si sacaba provecho de lo que el otro decía, se lo agradecía. Su rostro tenía un encanto grande e indescriptible. Y el Salvador le había dado este don por añadidura: si se hallaba presente en una reunión de monjes y alguno a quien no conocía deseaba verlo, ese tal en cuanto llegaba pasaba por alto a los demás, como atraído por sus ojos. No era ni su estatura ni su figura las que lo hacían destacar sobre los demás, sino su carácter sosegado y la pureza de su alma. Ella era imperturbable y así su apariencia externa era tranquila. El gozo de su alma se transparentaba en la alegría de su rostro, y por la forma de expresión de su cuerpo se sabía y se conocía la estabilidad de su alma, como lo dice la Escritura: "Un corazón contento alegra el rostro, uno triste deprime el espíritu" (Pr 15,13). También Jacob observó que Labán estaba tramando algo contra él y dijo a sus mujeres: "Veo que el padre de ustedes no me mira con buenos ojos" (Gn 31,5). También Samuel reconoció a David porque tenía los ojos que irradiaban alegría y dientes blancos como la leche (1 S 16,12; Gn 49,12). Así también era reconocido Antonio: nunca estaba agitado, pues su alma estaba en paz, nunca estaba triste, porque había alegría en su alma.

POR LEALTAD A LA FE, ANTONIO INTERVIENE EN LA LUCHA ANTIARRIANA
En asuntos de fe, su devoción era sumamente admirable. Por ejemplo, nunca tuvo nada que hacer con los cismáticos melecianos, sabedor desde el comienzo de su maldad y apostasía. Tampoco tuvo ningún trato amistoso con los maniqueos ni con otros herejes, a excepción únicamente de las amonestaciones que les hacía para que volvieran a la verdadera fe. Pensaba y enseñaba que amistad y asociación con ellos perjudicaban y arruinaban su alma. También detestaba la herejía de los arrianos, y exhortaba a todos a no acercárseles ni a compartir su perversa creencia. Una vez, cuando uno de esos impíos arrianos llegaron donde él, los interrogó detalladamente; y al darse cuenta de su impía fe, los echó de la montaña, diciendo que sus palabras era peores que veneno de serpientes.
Cuando en una ocasión los arrianos esparcieron la mentira de que compartía sus mismas opiniones, demostró que estaba enojado e irritado contra ellos. Respondiendo al llamado de los obispos y de todos los hermanos, bajó de la montaña y entrando en Alejandría denunció a los arrianos. Decía que su herejías era la peor de todas y precursora del anticristo. Enseñaba al pueblo que el Hijo de Dios no es una creatura ni vino al ser "de la no existencia", sino que "El es la eterna Palabra y Sabiduría de la substancia del Padre. Por eso es impío decir: 'hubo un tiempo en que no existía', pues la Palabra fue siempre coexistente con el Padre. Por eso, no se metan para nada con estos arrianos sumamente impíos; simplemente, 'no hay comunidad entre luz y tinieblas' (2 Co 6,14). Ustedes deben recordar que son cristianos temerosos de Dios, pero ellos, al decir que el Hijo y la Palabra de Dios Padre es una creatura, no se diferencian de los paganos 'que adoran la creatura en lugar del Dios creador' (Rm 1,25). Estén seguros de que toda la creación está irritada contra ellos, porque cuentan entre las cosas creadas al Creador y Señor de todo, por quien todas las cosas fueron creadas" (Col 1,16). Todo el pueblo se alegraba al escuchar a semejante hombre anatemizar la herejía que luchaba contra Cristo. Toda la ciudad corría para ver a Antonio. También los paganos e incluso los mal llamados sacerdotes, iban a la Iglesia diciéndose: "Vamos a ver al varón de Dios", pues así lo llamaban todos. Además, también allí el Señor obró por su intermedio expulsiones de demonios y curaciones de enfermedades mentales. Muchos paganos querían tocar al anciano, confiando en que serían auxiliados, y en verdad hubo tantas conversiones en eso pocos días como no se las había visto en todo un año. Algunos pensaron que la multitud lo molestaba y por eso trataron de alejar a todos de él, pero él, sin incomodarse, dijo: "Toda esta gente no es más numerosa que los demonios contra los que tenemos que luchar en la montaña". Cuando se iba y lo estábamos despidiendo, al llegar a la puerta una mujer detrás de nosotros le gritaba: "¡Espera varón de Dios mi hija está siendo atormentada terriblemente por un demonio! ¡Espera, por favor, o me voy a morir corriendo!". El anciano la escuchó, le rogamos que se detuviera y el accedió con gusto. Cuando la mujer se acercó, su hija era arrojada al suelo. Antonio oró, e invocó sobre ella el nombre de Cristo; la muchacha se levantó sana y el espíritu impuro la dejó. La madre alabó a Dios y todos dieron gracias. y él también contento partió a la Montaña, a su propio hogar.

LA VERDADERA SABIDURÍA
Tenía también un grado muy alto de sabiduría práctica. Lo admirable era que, aunque no tuvo educación formal, poseía ingenio y comprensión despiertos. Un ejemplo: Una vez llegaron donde él dos filósofos griegos, pensando que podían divertirse con Antonio. Cuando él, que por ese entonces vivía en la Montaña Exterior, catalogó a los hombres por su apariencia, salió donde ellos y les dijo por medio de un intérprete: " ¿Por qué filósofos, se dieron tanta molestia en venir donde un hombre loco?. Cuando ellos le contestaron que no era loco sino muy sabio, él les dijo: "Si ustedes vinieron donde un loco, su molestia no tiene sentido; pero si piensan que soy sabio, entonces háganse lo que yo soy, porque hay que imitar lo bueno. En verdad, si yo hubiera ido donde ustedes, los habría imitado; a la inversa, ahora que ustedes vinieron donde mí, conviértanse en lo que soy: yo soy cristiano". Ellos se fueron, admirados de él, vieron que los demonios temían a Antonio. También otros de la misma clase fueron a su encuentro en la Montaña Exterior y pensaron que podían burlarse de él porque no tenía educación. Antonio les dijo: "Bien, que dicen ustedes: ¿qué es primero, el sentido o la letra? ¿Y cuál es el origen de cuál?: ¿El sentido de la letra o la letra del sentido?. Cuando ellos expresaron que el sentido es primero y origen de la letra, Antonio dijo: "Por eso quien tiene una mente sana no necesita las letras. Esto asombró a ellos y a los circunstantes. Se fueron admirados de ver tal sabiduría en un hombre iletrado. Porque no tenía las maneras groseras de quien a vivido y envejecido en la montaña, sino que era un hombre de gracia y cortesía. Su hablar estaba sosegado con la sabiduría divina (Col 4,6), de modo que nadie le tenía mala voluntad, sino que todos se alegraban de haber ido en su busca.
Y por cierto, después de éstos vinieron otros todavía. Eran de aquellos que de entre los paganos tienen reputación de sabios. Le pidieron que planteara una controversia sobre nuestra fe en Cristo. Cuando trataban de argüir con sofismas a partir de la predicación de la divina Cruz con el fin de burlarse, Antonio guardó silencio por un momento y, compadeciéndose primero de su ignorancia, dijo luego a través de un intérprete que hacía una excelente traducción de sus palabras: "Qué es mejor: ¿confesar la Cruz o atribuir adulterio o pederastias a sus mal llamados dioses? Pues mantener lo que mantenemos es signo de espíritu viril y denota desprecio de la muerte, mientras que lo que ustedes pretenden habla sólo de sus pasiones desenfrenadas. Otra vez, qué es mejor: ¿decir que la Palabra de Dios inmutable quedó la misma al tomar el cuerpo humano para la salvación y bien de la humanidad, de modo que al compartir el nacimiento humano pudo hacer a los hombres partícipes de la naturaleza divina y espiritual (2 P 1,4), o colocar lo divino en un mismo nivel que los seres insensibles y adorar por eso a bestias y reptiles e imágenes de hombres?. Precisamente eso son los objetos adorados por sus hombres sabios. ¿Con qué derecho vienen a rebajarnos porque afirmamos que Cristo pereció como hombre, siendo que ustedes hacen provenir el alma del cielo, diciendo que se extravió y cayó desde la bóveda del cielo al cuerpo? ¡Y ojal que fuera sólo el cuerpo humano, y que no se cambiara o migrara en el de bestia y serpientes!. Nuestra fe declara que Cristo vino para la salvación de las almas, pero ustedes erróneamente teorizan acerca de un alma increada.
Creemos en el poder de la Providencia y en su amor por los hombres y que esa venida por tanto no era imposible para Dios; pero ustedes llamando al alma imagen de la Inteligencia, le impulsan caídas y fabrican mitos sobre su posibilidad de cambios. Como consecuencia, hacen a la inteligencia misma mutable a causa del alma. Porque en cuanto era imagen debe ser aquello a cuya imagen es. Pero si ustedes piensan semejantes cosas acerca de la Inteligencia, recuerden que blasfeman del Padre de la Inteligencia.
"Y referente a la Cruz, qué dicen ustedes que es mejor: ¿soportar la cruz, cuando hombres malvados echan mano de la traición, y no vacilar ante la muerte de ninguna manera o forma, o fabricar fábulas sobre las andanzas de Isis u Osiris, las conspiraciones de Tifón, la expulsión de Cronos, con sus hijos devorados y parricidios?. Sí, ¡aquí tenemos su sabiduría!
¿Y por qué mientras se ríen de la Cruz, no se maravillan de la Resurrección? Porque los mismos que nos trasmitieron un suceso, escribieron también sobre el otro. ¿O por qué mientras se acuerdan de la Cruz, no tiene nada que decir sobre los muertos devueltos a la vida, los ciegos que recuperaron la vista, los paralíticos que fueron sanados y los leprosos que fueron limpiados, el caminar sobre el mar, y los demás signos y milagros que muestran a Cristo no como hombre sino como Dios? En todo caso me parece que ustedes se engañan así mismos y que no tienen ninguna familiaridad real con nuestras Escrituras. Pero léanlas y vean que cuanto Cristo hizo prueba que era Dios que habitaba con nosotros para la salvación de los hombres.
Pero háblennos también ustedes sobre sus propias enseñanzas. Aunque ¿que pueden decir de las cosas insensibles sino insensateces y barbaridades?. Pero si, como oigo, quieren decir que entre ustedes tales cosas se hablan en sentido figurado, y así convierten el rapto de Coré en alegoría de la tierra; la cojera de Hefestos, del sol; a Hera, del aire; a Apolo, del sol; a Artemisa, de la luna; y a Poseidón, del mar: aún así no adoran ustedes a Dios mismo, sino que sirven a la creatura en lugar del Dios que creó todo. Pues si ustedes han compuesto tales historias porque la creación es hermosa, no debían haber ido mas allá de admirarla, y no hacer dioses de las creaturas para no dar a las cosas hechas el honor del Hacedor. En ese caso, ya sería tiempo que dieran el honor al debido arquitecto, a la casa construidas por él, o el honor debido al general, a los soldados. Ahora, ¿qué tienen que decir a todo esto? Así sabremos si la Cruz tiene algo que sirva para burlase de ella".
Ellos estaban desconcertados y le daban vueltas al asunto de una y otra forma. Antonio sonrió y dijo, de nuevo a través de un intérprete: "Sólo con ver las cosas ya se tiene la prueba de todo lo que he dicho. Pero dado que ustedes, por supuesto, confían absolutamente en las demostraciones, y es éste un arte en que ustedes son maestros, y ya que nos exigen no adorar a Dios sin argumentos demostrativos, díganme esto primero. ¿Cómo se origina el conocimiento preciso de las cosas, en especial el conociendo de Dios? ¿Es por una demostración verbal o por un acto de fe? Y qué viene primero: ¿el acto de fe o la demostración verbal?". Cuando replicaron que el acto de fe precede y que esto constituye un conocimiento exacto, Antonio, dijo: "¡Bien respondido! La fe surge de la disposición del alma, mientras la dialéctica vine de la habilidad de los que la idean. De acuerdo a esto, los que poseen una fe activa no necesitan argumentos de palabras, y probablemente los encuentran incluso superfluos. Pues lo que aprendemos por la fe, tratan ustedes de construirlo con argumentaciones, y a menudo ni siquiera pueden expresar lo que nosotros percibimos. La conclusión es que una fe activa es mejor y más fuerte que sus argumentos sofistas. "Los cristianos, por eso, poseemos el misterio, no basándonos en la razón de la sabiduría griega (1 Co 1,17), sino fundado en el poder de una fe que Dios nos ha garantido por medio de Jesucristo. Por lo que hace a la verdad de la explicación dada, noten como nosotros, iletrados, creemos en Dios, reconociendo su Providencia a partir de sus obras. Y en cuanto a que nuestra fe es algo efectivo, noten que nos apoyamos en nuestra fe en Cristo, mientras que ustedes lo hacen basados en disputas o palabras sofísticas; sus ídolos fantasmas están pasando de moda, pero nuestra fe se difunde en todas partes. Ustedes con todos sus silogismos y sofisma no convierten a nadie del cristianismo al paganismo, pero nosotros, enseñando la fe en Cristo, estamos despojando a sus dioses del miedo que inspiraban, de modo que todos reconocen a Cristo como Dios e Hijo de Dios. Ustedes en toda su elegante retórica, no impiden la enseñanza de Cristo, pero nosotros, con sólo mencionar el nombre de Cristo crucificado, expulsamos a los demonios que ustedes veneran como dioses. Donde aparece el signo de la Cruz, allí la magia y la hechicería son impotentes y sin efecto.
"En verdad, dígannos, ¿dónde quedaron sus oráculos? ¿Dónde los encantamientos de los egipcios? ¿Dónde sus ilusiones y fantasmas de los magos? ¿Cuándo terminaron estas cosas y perdieron su significado? ¿No fue acaso cuando llegó la Cruz de Cristo? Por eso, es ella la que merece desprecio y no mas bien lo que ella ha echado abajo, demostrando su impotencia? También es notable el echo de que la religión de ustedes jamás fue perseguida; al contrario en todas partes goza de honor entre los hombres. Pero los seguidores de Cristo son perseguidos, y sin embargo es nuestra causa la que florece y prevalece, no la suya. Su religión, con toda la tranquilidad y protección que goza, está muriéndose, mientras la fe y enseñanza de Cristo, despreciadas por ustedes a menudo perseguidas por los gobernantes, han llenado el mundo. ¿En qué tiempo resplandeció tan brillantemente el conocimiento de Dios? ¿O en qué tiempo aparecieron la continencia y la virtud de la virginidad? ¿O cuándo fue despreciada la muerte como cuando llegó la Cruz de Cristo? Y nadie duda de esto al ver a los mártires que desprecian la muerte por causa de Cristo, o al ver a las vírgenes de la Iglesia que por causa de Cristo guardan sus cuerpos puros y sin mancilla.
"Estas pruebas bastan para demostrar que la fe en Cristo es la única religión verdadera. Pero aquí están ustedes, los que buscan conclusiones basadas en el razonamiento , ustedes que no tienen fe. Nosotros no buscamos pruebas, tal como dice nuestro maestro, con palabras persuasivas de sabiduría humana (1 Co 2,4), sino que persuadimos a los hombres por la fe, fe que precede tangiblemente todo razonamiento basado en argumentos. Vean, aquí hay algunos que son atormentados por los demonios". Estos eran gente que habían venido a verlo y que sufrían a causa de los demonios; haciéndolos adelantarse, dijo: "O bien, sánenlos con sus silogismos, o cualquier magia que deseen, invocando a sus ídolos; o bien, si no pueden, dejen de luchar contra nosotros y vean el poder de la Cruz de Cristo".
Después de decir esto, invocó a Cristo e hizo sobre los enfermos la señal de la Cruz, repitiendo la acción por segunda y tercera vez. De inmediato las personas se levantaron completamente sanas, vueltas a su mente y dando gracias al Señor. Los mal llamados filósofos estaban asombrados y realmente atónitos por la sagacidad del hombre
y por el milagro realizado. Pero Antonio les dijo: " ¿Por qué se maravillan de esto? No somos nosotros sino Cristo quien hace esto a través de los que creen en El. Crean ustedes también y verán que no es palabrería la que tenemos, sino fe que por la caridad obrada por Cristo (Ga 5,6); si ustedes también hacen suyo esto, no necesitarán ya andar buscando argumentos de la razón, sino que hallarán que la fe en Cristo es suficiente". Así habló Antonio. Cuando partieron, lo admiraron, lo abrazaron y reconocieron que los había ayudado.

LOS EMPERADORES ESCRIBEN A ANTONIO
La fama de Antonio llegó hasta los emperadores. Cuando Constantino Augusto y sus hijos Constancio Augusto y Constante Augusto, oyeron están cosas, le escribían como a un padre, rogándole que les contestara. El, sin embargo, no dio mucha importancia a los documentos ni se alegró por las cartas; siguió siendo el mismo que antes de que le escribiera el emperador. Cuando le llevaron los documentos, llamó a los monjes y dijo: "No deben sorprenderse si un emperador nos escribe, porque es hombre; deberían sorprenderse de que Dios haya escrito la ley para la humanidad y nos haya hablado por medio de su propio Hijo". En verdad, ni quería recibir cartas, diciendo que no sabía qué contestar. Pero los monjes le persuadieron haciéndole presente que los emperadores eran cristianos y que se ofenderían al ser ignorados; entonces accedió a que se las leyeran. Y contestó, recomendándoles que dieran culto a Cristo y dándoles el saludable consejo de no apreciar demasiado las cosas de este mundo sino más bien recordar el juicio venidero, y saber que sólo Cristo es el Rey verdadero y eterno. Les rogaba que fueran humanos y que hicieran caso de la justicia y de los pobres. Y ellos estuvieron felices de recibir la respuesta. Por eso era amado por todos, y todos deseaban tenerlo como padre.

ANTONIO PREDICE LOS ESTRAGOS DE LA HEREJÍA ARRIANA
Dando tal razón de sí mismo y contestando así a los que lo buscaban, volvió a la Montaña Interior. Continuó observando sus antiguas prácticas ascéticas, y a menudo, cuando estaba sentado o caminando con visitantes, se quedaba mudo, como está escrito en el libro de Daniel (Dn 4,16 LXX). Después de un tiempo, retomaba lo que había estado diciendo a los hermanos que estaban con él, y los presentes se daban cuenta de que había tenido una visión. Pues a menudo cuando estaba en la montaña veía cosas que sucedían en Egipto, como se las confesó al obispo Serapión, cuando este se encontraba en la Montaña Interior y vio a Antonio en trance de visión. En una ocasión, por ejemplo, mientras estaba sentado trabajando, tomó la apariencia de alguien que está en éxtasis, y se lamentaba continuamente por lo que veía. Después de algún tiempo volvió en sí, lamentándose y temblando, y se puso a orar postrado, quedando largo tiempo en esa posición. Y cuando se incorporó, el anciano estaba llorando. Entonces los que estaban con él se agitaron y alarmaron muchísimo, y lee preguntaron que pasaba; lo urgieron por tanto tiempo que lo obligaron a hablar. Suspirando profundamente, dijo: "Oh, hijos míos, sería mejor morir antes de que sucedieran estas cosas de la visión". Cuando ellos le hicieron más preguntas, dijo entre l grimas: "La ira de Dios está a punto de golpear a la Iglesia, y ella está a punto de ser entregada a hombres que son como bestias insensibles. Pues vi la mesa de la casa del Señor y había mulas en torno rodeándolas por todas partes y dando coces con sus cascos a todo lo que había dentro, tal como el coceo de una manada briosa que galopaba desenfrenada. Ustedes oyeron cómo me lamentaba; es que escuché una voz que decía: "Mi altar será profanado". Así habló el anciano. Y dos años después llegó el asalto de los arrianos y el saqueo de las Iglesias, cuando se apoderaron a la fuerza de los vasos y los hicieron llevar por los paganos; cuando también forzaron a los paganos de sus tiendas para ir a sus reuniones y en su presencia hicieron lo que se les antojó sobre la sagrada mesa. Entonces todos nos dimos cuenta de que el coceo de mulas predicho por Antonio era lo que los arrianos están haciendo como bestias brutas. Cuando tuvo esta visión, consoló a sus compañeros: "No se descorazonen, hijos míos, aunque el Señor ha estado enojado, nos restablecer después. Y la Iglesia se recobrar rápidamente la belleza que le es propia y resplandecer con su esplendor acostumbrado. Verán a los perseguidos restablecido y a la irreligión retirándose de nuevo a sus propias guaridas, y a la verdadera fe afirmándose en todas partes con completa libertad. Pero tengan cuidado de no dejarse manchar con los arrianos. Toda su enseñanza no es de los Apóstoles sino de los demonios y de su padre, eldiablo. Es estéril e irracional, y le falta inteligencia, tal como les falta el entendimiento a las mulas.

ANTONIO, TAUMATURGO DE DIOS Y MÉDICO DE ALMAS
Tal es la historia de Antonio. No deberíamos ser escépticos porque sea a través de un hombre que han sucedido estos grandes milagros. Pues es la promesa del Salvador: "Si tienen fe aunque sea como un grano de mostaza, le dirán a ese monte: ¡Muévete de aquí!, y se mover ; nada les ser imposible" (Mt 17,20). Y también: "En verdad, les digo: Todo lo que le pidan al Padre en mi nombre, El se los dar ... Pidan y recibirán" (Jn 16,23 ss.). El es quien dice a sus discípulos y a todos los que creen en El: "Sanen a los enfermos..., echen fuera a los demonios; gratis lo recibieron, gratis tienen que darlo" (Mt 8,10).
Antonio, pues, sanaba no dando órdenes sino orando e invocando el nombre de Cristo, de modo de que para todo era claro que no era él quien actuaba sino el Señor quien mostraba su amor por los hombres sanando a los que sufrían, por intermedio de Antonio. Antonio se ocupaba sólo de la oración y de la práctica de la ascesis, por esta
razón llevaba su vida montañesa, feliz en la contemplación de las cosas divinas, y apenado de que tantos lo perturbaban y lo forzaban a salir a la Montaña Exterior.
Los jueces, por ejemplo, le rogaban que bajara de la montaña, ya que para ellos era imposible ir para allá a causa del séquito de gente envueltas en pleito. Le pidieron que fuera a ellos para que pudieran verlo. El trató de librarse del viaje y les rogó que lo excusaran de hacerlo. Ellos insistieron, sin embargo, incluso le mandaron procesados con escoltas de soldados, para que en consideración a ellos se decidiera a bajar. Bajo tal presión, y viéndolos lamentarse, fue a la Montaña Exterior. De nuevo la molestia que se tomó no fue en vano, pues ayudo a muchos y su llegada fue verdadero beneficio. Ayudó a los jueces aconsejándoles que dieran a la justicia precedencia a todo lo demás, que temieran a Dios y que recordaran que "serían juzgados con la medida con que juzgaran" (Mt 7,12). Pero amaba su vida montañesa por encima de todo.
Una vez importunado por personas que necesitaban su ayuda y solicitado por el comandante militar que envió mensajeros a pedirle que bajara, fue y habló algunas palabras acerca de la salvación y a favor de los que lo necesitaban, y luego se dio prisa para irse. Cuando el duque, como lo llaman, le rogó que se quedara, le contestó que no podía pasar más tiempo con ellos, y los satisfizo con esta hermosa comparación: "Tal como un pez muere cuando está un tiempo en tierra seca, así también los monjes se pierden cuando holgazanean y pasan mucho tiempo entre ustedes. Por eso tenemos que volver a la montaña, como el pez al agua. De otro modo, si nos entretenemos podemos perder de vista la vida interior. El comandante al escucharle esto y muchas otras cosas más, dijo admirado que era verdaderamente siervo de Dios, pues, ¿de dónde podía un hombre ordinario tener una inteligencia tan extraordinaria si no fuera amado por Dios? Había una vez un comandante ¬Balacio era su nombre¬, que era como los partidario de los execrables arrianos perseguía duramente a los cristianos. En su barbarie llegaba a azotar a las vírgenes y desnudar y azotar a los monjes. Entonces Antonio le envió una carta diciéndole lo siguiente: "Veo que el juicio de Dios se te acerca; deja, pues, de perseguir a los cristianos para que no te sorprenda el juicio; ahora está a punto de caer sobre ti". Pero Balacio se echó a reír, tiró la carta al suelo y la escupió, maltrató a los mensajeros y les ordenó que llevaran este mensaje a Antonio: "Veo que estás muy preocupados por los monjes, vendré también por ti". No habían pasado cinco días cuando el juicio de Dios cayó sobre él. Balacio y Nestorio, prefecto de Egipto, habían salido a la primera estación fuera de Alejandría, llamada Chereu; ambos iban a caballo. Los caballos pertenecían a Balacio y eran los más mansos que tenía. No habían llegado todavía al lugar, cuando los caballos, como acostumbraban a hacerlo, comenzaron a retozar uno contra otro, y de repente el más manso de los dos, que cabalgaba Nestorio, mordió a Balacio, lo echó abajo y lo atacó. Le rasgó el muslo tan malamente con sus dientes, que tuvieron que llevarlo de vuelta a la ciudad, donde murió después de tres días. Todos se admiraron de que lo dicho por Antonio se cumpliera tan rápidamente. Así dio escarmiento a los duros. Pero en cuanto a los demás que acudían a él, sus íntimas y cordiales conversaciones con ellos lo hacían olvidar sus litigios y hacían considerar felices a los que abandonaban la vida del mundo. De tal modo luchaba por la causa de los agraviados que se podía pensar qué el mismo y no los otros era la parte agraviada. Además tenía tal don para ayudar a todos, que muchos militares y hombres de gran influjo abandonaban su vida agravosa y se hacían monjes. Era como si Dios hubiera dado un médico a Egipto. ¿Quién acudió a él con dolor sin volver con alegría? ¿Quién llegó¡ llorando por sus muertos y no echó fuera inmediatamente su duelo? ¿Hubo alguno que llegara con ira y no la transformara en amistad? ¿Que pobre o arruinado fue donde él, y al verlo y oírlo no despreció la riqueza y se sintió consolado en su pobreza? ¿Qué monje negligente no ganó nuevo fervor al visitarlo? ¿Qué joven, llegando a la montaña y viendo a Antonio, no renunció tempranamente al placer y comenzó a amar la castidad? ¿Quién se le acercó atormentado por un demonio y no fue librado? ¿Quién llegó con un alma torturada y no encontró la paz del corazón?
Era algo único en la práctica ascética de Antonio que tuviera, como establecí antes, el don de discernimientos de espíritus. Reconocía sus movimientos y sabía muy bien en que dirección llevaba cada uno de ellos su esfuerzo y ataque. No sólo que él mismo fue no fue engañado por ellos, sino que, alentando a otros que eran hostigados en sus pensamientos, les enseñó como resguardarse de sus designios, describiendo la debilidad y ardides de espíritus que practicaban la posesión. Así cada uno se marchaba como ungido por él y lleno de confianza para la lucha contra los designios del diablo y sus demonios.
¡Y cuántas jóvenes que tenían pretendientes pero vieron a Antonio sólo de lejos, quedaron vírgenes por Cristo! La gente llegaba donde él también de tierras extrañas, y también ellos recibían ayuda como los demás, retornando como enviados en un camino por un padre. Y en verdad, y ahora que ya partió, todos, como huérfanos que han perdido a su padre, se consuelan y conforman sólo con su recuerdo, guardando al mismo tiempo con cariño sus palabras de admonición y consejo.

MUERTE DE ANTONIO
Este es el lugar para que les cuente y ustedes oigan, ya que están deseosos de ello, como fue el fin de su vida, pues en esto fue modelo digno de imitar. Según su costumbre, visitaba a los monjes en la Montaña Exterior. Recibiendo una premonición de su muerte de parte de la Providencia, habló a los hermanos: "Esta es la última visita que les hago y me admiraría si nos volvemos a ver en esta vida. Ya es tiempo de que muera, pues tengo casi ciento cinco años". Al oír esto, se pusieron a llorar, abrasando y besando al anciano. Pero él, como si estuviera por partir de una ciudad extranjera a la suya propia, charlaba gozosamente. Los exhortaba a "no relajarse en sus esfuerzos ni a desalentarse en las práctica de la vida ascética, sino a vivir, como si tuvieran que morir cada día, y, como dije antes, a trabajar duro para guardar el alma limpia de pensamientos impuros, y a imitar a los pensamientos santos. No se acerquen a los cismáticos melecianos, pues ya conocen su enseñanza perversa e impía. No se metan para nada con los arrianos,
pues su irreligión es clara para todos. Y si ven que los jueces los apoyan, no se dejen confundir: esto se acabar , es un fenómeno que es mortal y destinado a su fin en corto tiempo. Por eso, manténganse limpios de todo esto y observen la tradición de los Padres, y sobre todo, la fe ortodoxa en nuestro Señor Jesucristo, como lo aprendieron de las Escrituras y yo tan a menudo se los recordé". Cuando los hermanos lo instaron a quedarse con ellos y morir allí, se rehusó a ello por muchas razones, según dijo, aunque sin indicar ninguna. Pero especialmente era por esto: los egipcios tienen la costumbre de honrar con ritos funerarios y envolver con sudarios de lino los cuerpos de los santos y particularmente el de los santo mártires; pero no los entierran sino que los colocan sobre divanes y los guardan en sus casas, pensando honrar al difunto de esta manera. Antonio a menudo pidió a los obispos que dieran instrucciones al pueblo sobre este asunto. Asimismo avergonzó a los laicos y reprobó a las mujeres, diciendo que "eso no era correcto ni reverente en absoluto. Los cuerpos de los patriarcas y los profetas se guardan en las tumbas hasta estos días; y el cuerpo del Señor fue depositado en una tumba y pusieron una piedra sobre él (Mt 27,60), hasta que resucitó al tercer día". Al plantear así las cosas, demostraba que cometía error el que no daba sepultura a los cuerpos de los difuntos, por santos que fueran. Y en verdad, ¿qué hay más grande o más santo que el cuerpo del Señor? Como resultado, muchos que lo escucharon comenzaron desde entonces a sepultar a sus muertos, dieron gracias al Señor por la buena enseñanza recibida. Sabiendo esto, Antonio tuvo miedo de que pudieran hacer lo mismo con su propio cuerpo. Por eso, despidiéndose de los monjes de la Montaña Exterior, se apresuró hacia la Montaña Interior, donde acostumbraba a vivir. Después de pocos meses cayó enfermo. Llamó ó a los que lo acompañaban ¬había dos que llevaban la vida ascética desde hacía quince años y se preocupaban de él a causa de su avanzada edad¬, y les dijo: "Me voy por el camino de mis padres, como dice la Escritura (1 R 2,2; Js 23,14), pues me veo llamado por el Señor. En cuanto a ustedes estén en guardia y no hagan tabla rasa de la vida ascética que han practicado tanto tiempo. Esfuércense para mantener su entusiasmo como si estuvieran recién comenzando. Ya conocen a los demonios y sus designios, conocen también su furia y también su incapacidad. Así, pues, no los teman; dejen mas bien que Cristo sea el aliento de su vida y pongan su confianza en El. Vivan como si cada día tuvieran que morir, poniendo su atención en ustedes mismos y recordando todo lo que me han escuchado. No tengan ninguna comunión con los cismáticos y absolutamente nada con los herejes arrianos. Saben como yo mismo me cuidé de ellos a causa de su pertinaz herejía en contra de Cristo. Muestren ansia de mostrar su lealtad primero al Señor y luego a sus santos, para que después de su muerte los reciban en las moradas eternas (Lc 16,9), como a mis amigos familiares. Grábense este pensamiento, téngalo como propósito. Si ustedes tienen realmente preocupación por mí y me consideran su padre, no permitan que nadie lleve mi cuerpo a Egipto, no sea que me vayan a guardar en sus casas. Esta fue mi razón para venir acá, a la montaña. Saben como siempre avergoncé a los que hacen eso y los intimé a dejar tal costumbre. Por eso, háganme ustedes mismos los funerales y sepulten mi cuerpo en tierra, y respeten de tal modo lo que les he dicho, que nadie sino sólo ustedes sepa el lugar. En la resurrección de los muertos, el Salvador me lo devolver incorruptible. Distribuyan mi ropa. Al obispo Atanasio denle la túnica y el manto donde yazgo, que él mismo me lo dio pero que se ha gastado en mi poder; al obispo Serapión denle la otra túnica, y ustedes pueden quedarse con la camisa de pelo. Y ahora, hijos míos, Dios los bendiga. Antonio se va, y no esta más con ustedes". Después de decir esto y de que ellos lo hubieron besado, estiró sus pies; su rostro estaba transfigurado de alegría y sus ojos brillaban de regocijo como si viera a amigos que vinieran a su encuentro, y así falleció y fue a reunirse con sus padres. Ellos entonces, siguiendo las órdenes que les había dado, prepararon y envolvieron el cuerpo y lo enterraron ahí en la tierra. Y hasta el día de hoy, nadie, salvo esos dos, sabe donde está sepultado. En cuanto a los que recibieran las túnicas y el manto usado por el bienaventurado Antonio, cada uno guarda su regalo como un gran tesoro. Mirarlos es ver a Antonio y ponérselos es como revestirse de sus exhortaciones con alegría. Este fue el fin de la vida de Antonio en el cuerpo, como antes tuvimos el comienzo de la vida ascética. Y aunque este sea un pobre relato comparado con la virtud del hombre, recíbanlo, sin embargo, y reflexionen en que caso de hombre fue Antonio, el varón de Dios. Desde su juventud hasta una edad avanzada conservó una devoción inalterable a la vida ascética. Nunca tomó la ancianidad como excusa para ceder al deseo de la alimentación abundante, ni cambió su forma de vestir por la debilidad de su cuerpo, ni tampoco lavó sus pies con agua. Y, sin embargo, su salud se mantuvo totalmente sin perjuicio. Por ejemplo, incluso sus ojos eran perfectamente normales, de modo que su vista era excelente; no había perdido un solo diente; sólo se le habían gastado las encías por la gran edad del anciano. Mantuvo las manos y los pies sanos, y en total aparecía con mejores colores y más fuerte que los que usan una dieta diversificada, baños y variedad de vestidos. El hecho de que llegó a ser famoso en todas partes, de que encontró admiración universal y de que su pérdida fue sentida aún por gente que nunca lo vio, subraya su virtud y el amor que Dios le tenía. Antonio ganó renombre no por sus escritos ni por sabiduría de palabras ni por ninguna otra cosa, sino sólo por su servicio a Dios. Y nadie puede negar que esto es don de Dios. ¿Cómo explicar, en efecto, que este hombre, que vivió escondido en la montaña, fuera conocido en España y Galia, en Roma y Africa, sino por Dios, que en todas partes hace conocidos a los suyos, que, más aún, había dicho esto en los comienzos?. Pues aunque hagan sus obras en secreto y deseen permanecer en la oscuridad, el Señor los muestra públicamente como lámparas a todo los hombres (Mt 5,16), y así, los que oyen hablar de ellos, pueden darse cuenta de que los mandamientos llevan a la perfección, y entonces cobran valor por la senda que conduce a la virtud.

EPÍLOGO
Ahora, pues, lean a los demás hermanos, para que también ellos aprendan cómo debe ser la vida de los monjes, y se convenzan de que nuestro Señor y Salvador Jesucristo glorifica a los que lo glorifican. El no sólo conduce al Reino de los Cielos a quienes lo sirven hasta el fin, sino que, aunque se escondan y hagan lo posible por vivir fuera del mundo, hace que en todas partes se lo conozca y se hable de ellos, por su propia santidad y por la ayuda que dan a otros. Si la ocasión se les presenta, léanlo también a los paganos, para que al menos de este modo puedan aprender que nuestro Señor Jesucristo es Dios e Hijo de Dios, y que los cristianos que lo sirven fielmente y mantienen su fe ortodoxa en El, demuestran que los demonios, considerados dioses por los paganos, no son tales, sino que, más aún, los pisotean y ahuyentan por lo que son: engañadores y corruptores de hombres. Por nuestro Señor Jesucristo, a quien la gloria por los siglos. Amén
Y que bonito el bichito, esa ratita que vuela...
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