viernes, 11 de enero de 2013

Prehistoria del bautismo

Bautismo es sinónimo de baño, y un uso plurisecular lo ha hecho sinónimo de baño ritual de carácter purifica torio. Tales baños rituales se encuentran de muchas religiones, sin que esto quiera decir que las pugnas lo hayan tomado de las otras. La coincidencia se debe más bien a que el simbolismo purifica torio del agua es muy obvio y la naturaleza es la misma en todos los hombres.

Dada la estrecha unión que en el hombre existe entre el espíritu y el cuerpo, nuestros actos internos parecen que quedan incompletos mientras no se traducen en ciertos actos externos que guardan con ellos algún analogía y son como su natural complemento. La idea no termina de ser clara y precisa mientras no hayamos dado con la palabra que la exprese. El efecto resulta mutilado y anormal cuando no se manifiesta en obras. La alegría y la tristeza producen reacciones espontáneas en todo nuestro organismo. Y la vida toda de nuestro espíritu tiene su reflejo natural en nuestra vida exterior.

Por eso no es extraño que quien forzó la el propósito de purificar su vida despojándose de cuantas injusticias y maldades acometido, exterior hice esta limpieza de su alma sometiendo su cuerpo a una purificación. Y puestos a ello, desde los primeros tiempos hasta el día de hoy no hay encontrado un elemento tan a propósito para purificar el cuerpo de sus manchas como el agua.

Todas las religiones, por diversas que sean, entrañan un deseo de purificación.

 De ahí el que en las religiones más diferentes encuentren ritos de predicación por el agua. Y no termina todo aquí. Sino que, precisamente en virtud de esa unión íntima de nuestra vida espiritual y corporal, sucede que en nuestros actos externos influyó poderosamente en los internos, y aun a veces los provocan cuando no existían. Que al fin la vida espiritual se recapitula en la actividad de la inteligencia y la voluntad, y la voluntad actual movida por la inteligencia, y la inteligencia recibe la materia de sus conocimientos de los sentidos. Por eso el mundo exterior condiciona muchas veces el pensar y querer de nuestro mundo interno, y, por lo mismo, mediante la creación de un mundo exterior a propósito, podemos influir de una manera decisiva en la formación de nuestra vida interior. A esto tiende muchos de los ritos religiosos. Y en este sentido la purificación del cuerpo mediante el agua puede grabar en nosotros el propósito de purificación espiritual.

Viniendo ahora la consideración del bautismo en la religión cristiana, para nadie es un secreto que el cristianismo tiene su prehistoria en el judaísmo, y, por lo tanto, nada más natural que acudir a la religión hebrea en busca de la prehistoria del bautismo cristiano.

Nuestro bautismo enlaza con la vida judía a través del bautismo de San Juan, he llamado bautista. Este profeta, destinado por Dios para señalar con el dedo al redentor, apareció en el desierto de Judá poco antes que Jesús abandonase su vida oculta. San Marcos resumen con su acostumbrada concisión la actividad de Juan y la impresión extraordinaria que produjo: apareció en el desierto Juan el bautista predicando el bautismo de penitencia para remisión de los pecados. Y acudían a él de toda la región de Judea todos los moradores de Jerusalén, y se hacían bautizar por él en el río Jordán, confesando sus pecados (1,4s).

El evangelista habla con mayor naturalidad de “el bautismo de penitencia”, como si fuera la cosa perfectamente conocida, y, efectivamente, cuando el escribía, así era, mas no cuando Juan comenzó a predicar. Entonces no existía ningún rito idéntico al de Juan. Precisamente por eso los sacerdotes de Jerusalén no admitía que Juan tuviese autoridad para introducir este rito nuevo, sí no era el mesías ni su profeta precursor: ¿por qué bautizadas -le preguntaban- si no eres el Mesías, ni Elías ni al profeta? (Jn 1,25).

Tres clases de bautismo conocía los judíos antes de la predicación de Juan. Los del levítico, los de los esenios y el de los prosélitos.

El levítico prescribía determinadas abluciones para aquellos que habían contraído una impureza legal por la lepra, por la vida matrimonial y sus derivaciones o por el contacto con un cadáver. La eficacia de tales abluciones era puramente legal y externa, y no producían y buscaba purificación alguna interior, puesto que tampoco era ocasionada por ningún pecado. El bautismo de sanjuán no se parecía a éstas.

Los esenios constituyen una secta judía que les imponía una vida ascética, en la que se daba cierta importancia los años de agua fría. Había un baño solemne que se tomaba terminar el año del noviciado, y otros baños diarios que precedían a la comida. A juzgar por la denominación de “puros”, que ellos se daban, es posible que atribuye es en estos bautismos un Valor de purificación moral. En ese caso ofrecerían a alguna enología con el bautismo de Juan, pero no completa, como luego veremos.

Mayor parecido ofrece el bautismo de los prosélitos. Se discute ya sea en la época evangélica se obligaba o no a los prosélitos que, oriundos del paganismo, se incorporaban al judaísmo, a recibir un bautismo después de la circuncisión, como ciertamente se hizo en época posterior. Por lo menos éste era el único rito de agregación al pueblo escogido, para las mujeres. Parece haber tenido en un principio una finalidad calificativa, pero luego se fue convirtiendo en un rito de iniciación. Quien se sometía a él, reconocía al Dios verdadero y aceptaba su ley, y, por tanto, no sólo deseaba purificarse de sus pecados, sino que realizaba un cambio de vida. En adelante había de ser un criterio muy distinto o el que presidiese toda su conducta.


Estas ideas pudieron re preparar el ambiente para que se comprendiera el sentido del bautismo de Juan. El precursor no predicaba un bautismo por el que los paganos pasasen a formar parte del pueblo hebreo, sino un bautismo por el que los mismos hebreos se dispusiese en par entrar en el reino de los cielos. Y en esto se distinguía del bautismo de los prosélitos. Pero, en cambio, era un bautismo de penitencia, y en esto o estaba su analogía con él.

Cuando un profeta tan austero como Joan en su comida y en su vestido hablaba de penitencia, apenas se concibe que quiera hablar de otra cosa que de mortificación. No seré yo quien niegue que la intención del profeta llegase hasta exhortar a la austeridad, pero no era ése el sentido primario principal que él daba al término “penitencia”.

          De suyo, la penitencia consiste en cambiar de modo de pensar, y, en consecuencia, de modo de obrar. Este era también el sentido que le daba el bautista. Hablando los sauces y fariseos decía: ¿quién nos ha enseñado a huir de la ira que llega? Hace, pues, dignos frutos de penitencia, y no tengáis diciendo os: tenemos por Padre Abraham…  Todo árbol que lo de frutos será cortado y arrojado al fuego (Lc 3,8 s). Sería interesante saber que entendía el por ese  buen fruto o por esos dignos frutos de penitencia. Las muchedumbres se lo preguntaron, y él contestó: el que tiene dos túnicas, de un al que no tiene; y el que tiene alimentos haga lo mismo. Y a los publicanos decía: no exigir nada fuera de lo que está atrasado. Ya los soldados: no es extorsión a nadie ni denunciéis falsamente; contentas con vuestra soldada (Lc 3,10-14). Todos estos actos no implican una mortificación, sino sencillamente la sustitución de una conducta justa y caritativa a otra que no lo fue. Era, por lo tanto, un bautismo de penitencia en el sentido de que por él se obligaban a emprender una vida nueva.

Más que está significación no contaba todo el sentido del bautismo. Hemos dicho que esencialmente era un rito purificatorio. El bautismo administrado por San Juan no dejaba de tener este mismo carácter. Por si alguna duda pudiera caber, los evangelistas nos dicen que los que recibían el bautismo lo hacían “confesando sus pecados”.

 Esta concesión de los pecados estaba prescrita en el antiguo testamento en ciertos sacrificios expiatorios (Lv 5,5; Num 5,7), y se refería únicamente al pecado que se trataba de expiar mediante el sacrificio. En el día del expiación, cuando el sumo sacerdote hacia la purificación de los sacerdotes, ante el pueblo y del santuario, y ponía sus dos manos sobre un macho cabrío y confesaba sobre la víctima todos los pecados del pueblo.

Parece que esta concesión se ha de entender de una fórmula que confesar y a los pecados de un modo genérico. En la misma forma procedería la confesión de los que se acercaban al bautismo de San Juan, aunque quizá hubiese algunos más fervorosos a quienes su devoción impulsarse ser más explícitos.

De todo lo dicho se desprende que el bautismo de sanjuán no confería una pureza legal como los bautismos impuestos por el levítico, sino que a la manera del bautismo de los esenios y de los prosélitos, era expresión y fomento de un deseo de purificación interior. Pero, a diferencia del de los esenios y coincidiendo con el de los prosélitos, constituía además un rito de iniciación en una vida nueva, y tenía como propio él no iniciar en la vida del israelita, sino en la vida del aspirante a ciudadano del reino de los cielos.


En esta misma dirección, pero dando ya un paso definitivo hacia delante, estará el bautismo instituida por Cristo: a quien no nací en del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos… Dirá a Nicodemo (Jn3,5). El rito establecido el rito establecido por Jesús se verificará también mediante la evolución con el agua, pero en el interviene además que el Espíritu, y, por lo mismo, constituye un nuevo nacimiento, que hace al hombre no y aspirante al reino, sino ciudadano del mismo reino de los cielos.

Esta diferencia es la que expresaba el bautista cuando decía: yo, cierto, os bautizo en agua para penitencia; pero detrás de mí viene otro más fuerte que yo, aquí no soy digno de quitar las sandalias; he los bautizar a en Espíritu Santo y en fuego (Mt 3,11).

El bautismo suyo era de agua, y, por lo tanto, puramente externo, que se limitaba a mover a penitencia. El de Jesús, en cambio, había de ser un bautismo del Espíritu Santo que obra en el interior de las almas y las transforma. (Is 44, ;Joel 2,28;Zac 12,10), y su acción sobre las almas es parecida a la del fuego, que en el crisol purifica los metales. La diferencia que hay entre limpiar con agua de la plata y purificarla en el crisol, esa misma es la que existe entre el bautismo de Juan y el de Jesús. De esta predicación había dicho el profeta Malaquías: será como fuego fundido y como lejía de batanero, y se pondrá a fundir y depurar la plata y a purgar a los hijos de Leví, y los depurará como se depura el oro y la plata (3,2).

Los hechos de los apóstoles tanto realizado este bautismo el día de Pentecostés, en el que el espíritu Santo se manifestó sobre los apóstoles en forma de lenguas de fuego (1,6;2,4), y transformo sus almas. Lo cual parece indicar que el bautismo que en vida de Jesús administraban sus discípulos no era aún el bautismo del mesías, sino el de su precursor. Y, efectivamente, sólo después de Pentecostés e nos habla de que los bautizados decidían el Espíritu Santo. Hasta entonces, el oficio de los apóstoles es más bien el de precursores de Jesús. Cuando El les enviaba a predicar, les recomendaba una predicación muy parecida a la de Juan: el reino de Dios está cerca de vosotros (Lc 10,9).

Sobre lo que Juan entendía por el bautismo de fuego, no todos los exégetas coinciden

El mismo precursor parece explicarlo cuando añade: tiene ya el bieldo en su mano y limpiará su era, y recoger a su trigo en el granero, pero quemará la paja en fuego inextinguible (Mt 3,12). La imagen del labrador que aventa su trigo y quema la paja, hace pensar en el espíritu Santo, por cuya acción se salvan las almas, y en el fuego en que han de arder los condenados. Tal vez fuera éste el pensamiento de que el profeta, que, como todos los que habían precedido, lo hacía distinción entre la primera y la segunda venida del mesías.

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