lunes, 31 de julio de 2017

Creer 2: Psicología evolutiva religiosa

El estudio del desarrollo religioso por parte de la psicología evolutiva se centra en la forma en la cual evoluciona la experiencia religiosa en distintas etapas de la vida. La psicología evolutiva de la religión se ocupa de las siguientes cuestiones: Entender las modalidades de experiencia y conducta religiosa de las distintas edades Describir la evolución del pensamiento y de las nociones religiosas Indagar en los fundamentos de la dimensión afectiva de la religiosidad Abordar los procesos de socialización religiosa y los factores que intervienen en esta Dicha materia sienta sus bases en la tesis según la cual, lo religioso en el hombre no es algo puramente natural, al margen del resto de su vida. Las distintas etapas del desarrollo humano y religioso constituyen un proceso progresivo, en el cual la influencia de la cultura también cumple un rol fundamental. Siguiendo las elaboraciones sobre el tema realizadas por Dario Martín Henriquez Ordoñez , observamos que en la primerísima infancia, y hasta los dos años de edad, el niño carece de actividad intelectual y volitiva, ambas condiciones sine qua non para hacer posible la emergencia de un verdadero acto religioso. El egocentrismo inherente al niño de hasta los seis años de edad, junto con su comprensión de la realidad de manera animista y la adquisición del lenguaje, posibilitan la emergencia de las primeras conductas religiosas. En esta etapa, aparecen, mediados por el medio circundante, referencias a algunos signos y símbolos religiosos, si bien estas conductas son todavía de carácter imitativo, verbalístico y meramente ceremonial. A partir de los tres años y medio comienza a articularse la primera noción de Dios (como un anciano, un padre, o un hombre mágico), manifestándose las primeras señales de la futura religiosidad. Sabido es que entre los tres y los cuatro años, el niño proyecta sobre sus padres la idea de omnipotencia. En este momento, las figuras religiosas (como ser el caso, por ejemplo, de Jesús o Buda) son concebidas como hombres poderosos, pero no esencialmente diferentes a otros adultos. Es alrededor de los cinco años, cuando a partir de hechos concretos descubre que su padre no lo puede ni lo sabe todo, que la pérdida de omnipotencia de las figuras parentales permite dar lugar a la diversidad radical de la figura de Dios respecto a estos. Con la escolarización y el posterior paso a la pubertad, la percepción del mundo circundante comienza a adquirir estabilidad y coherencia. Entre los siete y los diez años, el desarrollo intelectual y la información adquirida permiten que el niño pueda ir ampliando su conocimiento sobre Dios y lo religioso. La Divinidad ya es aceptada como omnisciente y omnipotente, susceptible de ser representada por medio de símbolos. Así y todo, Dios continúa siendo una figura antropomórfica, imagen antropomorfizada que en algunos casos, no será nunca abandonada, más allá del paso del tiempo. Al principio, cuando el niño ora, es para pedir por sus propios intereses, los cuales, sino son correspondidos, son señal inequívoca de la inutilidad de Dios. Entre los siete y los nueve años la práctica de la oración tiene un contenido concreto en función de ciertas actividades generales de petición o agradecimiento. A partir de los once años, en líneas generales, su contenido ya logra expresar elementos más altruistas y comunitarios. En la adolescencia, la importancia que adquieren la construcción de la Identidad y los modelos identificatorios es tal, que será el eje donde se articulará la descripción de la evolución religiosa. Según Rodríguez Amenábar la adolescencia es, ante todo, la etapa del “zarandeo”; momento de la caída de los primeros baluartes vitales, de la búsqueda de autoafirmación, del deseo de descifrar los “porqué” de la existencia. Si la actividad religiosa del niño era espontánea, en tanto y en cuanto este carece de un sentido crítico desarrollado, la vivencia del adolescente, de acuerdo al recordado psicoanalista argentino, será la de la rebelión; rebelión que se proyectará sobre los distintos ámbitos de su experiencia, incluido el religioso. Así, su actitud hacia las realidades sobrenaturales tendrá mucho que ver con la forma en que estas fueron cultivadas y vividas en el seno familiar, pudiendo experimentar por ello diferentes variantes. En un texto publicado en el año 1962, “Adolescencia y crisis religiosa”, Rodríguez Amenábar escribe: “Se da así el caso del muchacho educado en un hogar muy católico o de austeras costumbres protestantes, cuyos padres son observantes y buenos cristianos, pero tal vez no tan buenos pedagogos. Los años de la niñez han sido abrumados con actos de piedad o con cumplimientos taxativos de ritos culturales externos, pero sin una motivación paralela que fuera conformando un cuadro de responsabilidad personal y gustosa frente a Dios. Insensiblemente lo religioso ha quedado asociado a la imposición ingrata (…) Se da también el otro caso. El de quien creció en un ambiente de negación sistemática de lo sobrenatural, cuyo único dios es la libertad de pensamiento bajo la forma de rechazo de cualquier creencia. El fondo del proceso psicológico es el mismo, aunque se realice bajo características externas distintas. El joven sentirá la curiosidad que le inspira ese “mundo impenetrado” (…) Y querrá saber, entrar, descubrir”. De cualquier de las dos formas, lo que está claro es que en esta etapa el adolescente alcanza el desarrollo intelectual suficiente para asimilar las nociones religiosas y purificarlas de los restos infantiles de etapas previas. Puede ya, acercarse a la comprensión del misterio último de su existencia y del cosmos de una forma enteramente nueva, “el gran Misterio de lo radicalmente Otro”. La concepción de la Divinidad logra ser, en el mejor de los casos, mucho más abstracta y espiritual, concibiendo su esfera de acción como distinta de la esfera de las acciones de las personas y de la sociedad. Las nuevas habilidades intelectuales no solo permiten una comprensión de Dios, sino que lo impulsan a una toma de posición frente a la afirmación o no de su existencia. Distintos autores ubican el surgimiento de esta primera crisis religiosa en este momento: entre los 13 y los 14 años (E.Barnes, 1892), entre los 14 y los 17 años (A. Gruber, 1957), y entre los 13 y los 15 años (R. Vianello, 1976). Mediados por la educación y la integración del pensamiento religioso y científico, los jóvenes experimentan una contradicción entre las explicaciones brindadas por la ciencia, y la historia de la creación fruto de las cosmovisiones religiosas. La adherencia a un pensamiento religioso de signo infantil que muchas veces perdura a pesar del paso del tiempo, va a agudizar estas contradicciones. En la adultez, y fruto del período de transición como consecuencia del avance, a veces crítico, hacia la “mitad de la vida”, el ser humano comienza a tomar conciencia del paso del tiempo, al aparecer algunos signos inevitables de envejecimiento. El adulto evoluciona en su religiosidad lidiando con los nuevos desafíos a los que lo enfrenta la vida: matrimonio, proyecto profesional, paternidad, crianza de los hijos, etc. A lo largo de esta etapa, pueden ser muchos los cambios en su sentir y en su vivenciar religioso. Podríamos decir que entre los 19 y los 30 años, y en líneas generales, las cuestiones religiosas tienden a perder su carácter prioritario y relevante. A partir de los 30 años, se produce una determinación final de la preponderancia que la religión va a tener en la vida de una persona. Y a partir de los 60 años, y comenzando a transitar ya la tercera edad, tenderán a consolidarse, habitualmente, las consecuencias de esa decisión otrora tomada. Un enfoque interesante sobre el desarrollo del sentimiento religioso, es el propuesto por el psicólogo James Fowler, quien conceptualizó una escala de estadios para explicar el desarrollo religioso individual, a saber: Fe primordial (estadio 0): partiendo de la infancia, abarca el tiempo transcurrido desde el nacimiento hasta los dos años. Se trata de un momento anterior al surgimiento del lenguaje y del pensamiento conceptual. El bebé se está formando un sentido básico de confianza, de estar en casa, en el mundo. El bebé también está formando las denominadas pre-imágenes de Dios o lo Sagrado, y de la clase de mundo en que vivimos. En base a la confianza o desconfianza se construye todo lo que sucede después en términos de la fe. La experiencia religiosa en el futuro tendrá que confirmar o rectificar esta confianza básica. Fe intuitivo proyectiva: correspondería, según Fowler, a la etapa pre-operacional de J. Piaget. Se produce en el niño de dos a seis o siete años. Es una fe cambiante, creciente y dinámica. Se caracteriza por la emergencia de la imaginación. El niño no tiene el tipo de lógica que hace posible o necesario el cuestionamiento de percepciones o fantasías. Por ello, se podría decir que la mente del niño está "religiosamente embarazada". Muchas veces, no obstante, las experiencias y las imágenes que se presentan y se forman antes de que el niño llegue a los seis años tienen efectos potentes y perdurables en la vida religiosa, tanto a favor como contrariamente a ella. Fe mítico literal: abarca desde el comienzo de la escuela primaria y hasta los 12 años. El niño desarrolla una forma de tratar con el mundo, haciendo sentido crítico y evaluativo de la etapa anterior de la imaginación y la fantasía. El fruto de esta etapa es la narrativa. El niño ahora realmente puede formar y contar historias que reflejan la comprensión del sentido de sus experiencias. Hay una literalidad en ellas. El niño, sin embargo, todavía no está preparado para reflexionar sobre el significado profundo de las historias. Asume los símbolos y los mitos como los aprehende, a pesar de que pueda sensibilizarse a un nivel más íntimo. Fe Sintética-Convencional: Este estadio generalmente se origina entre los 12 ó 13 años, época en la que Jean Piaget ubica el pensamiento operacional formal. Es el momento en que una persona suele estar preocupada por la formación de una identidad, preocupada por las evaluaciones y los comentarios de aquellos que son importantes en su vida. Se le denomina Sintética en el sentido de que se sintetizan el valor de las imágenes y los valores en uno mismo, con un sentido de identidad. Dios es interpretado como una extensión de las relaciones interpersonales. Suele experimentarse como amigo, compañero, y realidad personal, en relación a quienes conocen y valoran a la persona, erigiéndose como garante de la identidad. Fe Individual-Reflexiva: en este momento, se produce la reflexión del yo separado de los grupos y el mundo compartido que define la vida propia. Diría George Santayana, que "no sabemos quién descubrió el agua, pero sabemos que no fueron los peces". En la fase anterior, dice Fowler, la persona es como un pez sostenido por el agua. Entrar en este quinto estadio significa saltar de la pecera para comenzar a reflexionar sobre el agua. Muchas personas no logran esta transición y quedan “congeladas” entre la tercera y la cuarta etapas. Esta transición puede empezar a los 17, pero normalmente no se completa hasta mediados de los 20. Algunas personas, sin embargo, no hacen la transición hasta los 30 años de edad, ya en la adolescencia tardía. Entonces puede devenir en algo traumático, porque ya se ha construido una vida adulta. Las relaciones interpersonales tienen que ser modificadas a la luz de este cambio de estadio. Fe Asumida: en el mejor de los casos, y alrededor de los 35 – 40 años o más allá, algunas personas experimentan un pasaje a una etapa que torna al ser humano más permeable y más poroso. Se comienza reconocer que el yo consciente no es todo lo que hay de mí, que hay un inconsciente, y que muchos de los propios comportamientos y respuestas están determinados por las dimensiones del yo del cual no se es plenamente consciente. Hay aquí una mayor profundidad y disposición para desarrollar una relación con Dios, que incluye su misterio y cercanía. Fe Universalizada: momento cúlmine que pocas personas alcanzan. En esta etapa las personas comienzan a vivir radicalmente como un hecho lo que cristianos y judíos entienden como "El Reino de Dios". Vivencian un cambio en sí mismas como el centro de la experiencia. Ahora, su centro se convierte en una participación en Dios o realidad última. Se produce una “inversión entre figura y fondo”. Quienes aquí llegan, según Fowler, se perciben más lúcidas y simples que las demás personas, incluso liberadoras. Martin Luther King, Thomas Merton, Dag Hammerskjold y Dietrich Bonhoeffer son algunos ejemplos de este tipo de estadio. Son personas que lograron embarcarse con éxito en el camino de negación de su yo por el bien de afirmar a Dios. Y sin embargo, al afirmar a Dios devinieron en seres vibrantes y de enorme inspiración e influencia. Estas personas, refiere Fowler, poseen una cualidad de “irrelevancia relevante”. Lo esencial de todo este planteo es la noción de que tanto la fe como la actitud religiosa evolucionan, en el mejor de los casos, desde sus formas primarias hasta alcanzar aquellos estadios que posibilitan su saludable despliegue en la vida del individuo. Esto acompañando la normal evolución de esa unidad bio-psíquica-social-espiritual que constituye al ser humano como tal. Cuando ello no ocurra, ya sea por el padecimiento de distintos cuadros psicopatológicos, o bien por quedar el sujeto anclado a etapas anteriores de la evolución del psiquismo, tendremos como resultado una vida religiosa empobrecida, pálido reflejo de la religiosidad auténtica, dando lugar a concepciones de lo divino primarias e infantiles, que nos alejarán de la posibilidad de una relación madura y fructífera con la dimensión del Misterio.

domingo, 30 de julio de 2017

Creer 1: Psicología del hecho religioso y espiritualidad en la práctica clínica

Por: Juan Manuel Otero Barrigón Diremos algunas palabras sobre la denominada fenomenología de la religión, disciplina auxiliar de la psicología de la religión, y a la cual los estudiosos en este campo necesitamos recurrir en forma frecuente. La fenomenología de la religión se centra en el aspecto experiencial de la fe, encargándose de describir y sistematizar el fenómeno religioso de acuerdo con la orientación de los creyentes, es decir, de acuerdo a la vivencia de aquellos que cultivan una determinada vida religiosa. En tanto disciplina, no asume, como en el caso de la teología, la existencia de lo divino como realidad ontológica, pero desarrolla sus postulados en un “como si”. Esto significa que, en tanto y en cuanto para el creyente la existencia de una dimensión Divina es una realidad de hecho, la fenomenología de la religión partirá de la asunción de dicho supuesto con el fin de explorar lo que esta Divinidad implica para aquel que la experimenta. Sin identificarse con ninguna confesión en particular, explorará, de manera objetiva, las características de ese hecho tan peculiar que es el hecho religioso. El fenomenólogo, para aproximarse a su objeto de estudio de modo imparcial, deberá poner en práctica la tan mentada epojé, suspendiendo todo juicio (y prejuicio) que pudiera tener sobre aquel terreno al cual se aproxima en su afán de conocimiento. Aclaremos que, al hablar de fenomenología, nos referimos a aquella forma de filosofía que por el análisis de los fenómenos observables pretende brindar una explicación del ser y de la consciencia, en sus formas puras. Para el fenomenólogo Gerardus van der Leeuw, la función de la fenomenología de la religión es interpretar las distintas maneras en que lo sagrado se manifiesta en los grupos humanos a lo largo del mundo y la forma en que el hombre aprehende y se preocupa por lo que se le revela y por lo que continúa permaneciendo como Misterio. Reconozcamos lo siguiente; el método fenomenológico tiene dos instancias ineludibles: La descripción del hecho: como punto de partida que comienza con la observación del hecho tenido como objeto de estudio. Supone una actitud descriptiva, basada en el aspecto formal del objeto a conocer. Visto desde el prisma del hecho religioso, esto implica apelar al bagaje de datos históricos, sociológicos, antropológicos, y psicológicos que demandan una organización y discernimiento. La interpretación: yendo más allá de la mera descripción, considera que la actitud religiosa vista exteriormente es manifestación de una actitud más profunda, que responde a una vivencia y sensibilidad únicas, y que al mismo tiempo, nos habla de un fenómeno humano original y específico, determinado por el encuentro entre el hombre y el Misterio, a partir del acceso a una realidad Sagrada. La fenomenología se nos presenta, así, como un enfoque hermenéutico, para cuya aplicación se hace necesario reconocer, que el hecho religioso, es ante todo un hecho humano específico, ubicado dentro de un tiempo y un espacio concretos. Hecho que, además, es complejo y significativo, dado que involucra toda una serie de elementos con significación precisa, sujetas a la intencionalidad del hombre. Sujeto (noesis) y objeto (noema), que singularizan al hecho religioso, colmándolo de sentido. Descubrir (y describir) esta significación es misión de la fenomenología de la religion, tal como lo expresa el profesor Guillermo Gómez Santibañez. A líneas generales, podemos afirmar que para esta disciplina, el hombre desenvuelve su devenir vital en dos tipos de realidad: la realidad ordinaria, en la cual se conduce con espontaneidad, y una realidad aparte, caracterizada por un sentimiento de estupor. Es la oposición que el historiador rumano de las religiones, Mircea Eliade, entiende en términos de: mundo profano/mundo sagrado. Lo Sagrado remite, de acuerdo con esta perspectiva, “a la misma realidad natural y profana, en tanto y en cuanto esta apela a una presencia ontológicamente última”. Lo que implica que, en última instancia, lo sagrado es condición de ser, condición posibilidad de la realidad profana. Las cosas (es decir, los entes), no pertenecen al orden de lo profano o de lo sagrado con exclusión. Pertenecerán a uno u otro ámbito según remitan, o no, a la trascendencia. No obstante ello, el pasaje de la realidad profana a la realidad sagrada no es algo que suceda automática, y naturalmente; ya que supondrá, afirma Eliade, una “ruptura de nivel”. Lo Sagrado es el Ámbito por excelencia del hecho religioso. Y como tal, tiene sus características. Lo sagrado es original y totalizador: esto significa que se presenta al hombre como razón de ser, y origen de lo profano. Todas las cosas profanas son, en su más íntima esencia, sagradas, al estar invadidas por la trascendencia. Lo sagrado es previo y anterior: el hombre no lo percibe como proyección de su subjetividad, sino como algo que engloba previamente tanto a los aspectos subjetivos de su experiencia (actitudes, intenciones, reacciones anímicas, etc) como a los aspectos objetivos de esta. Lo percibe, además, como algo previo, anterior a cualquier confesión religiosa concreta. Lo sagrado no altera la entidad física de los seres: tanto las cosas y los hombres que están inmersos en lo sagrado no presentan alteraciones en su naturaleza, en sus propiedades, ni en su apariencia externa. Lo sagrado produce un quiebre en el nivel de consciencia: es como una “voz” que apela a lo más hondo del ser (el “Yo ontológico”, diría Ismael Quiles), remitiéndolo a lo Primero, a lo Absoluto, a lo Fundante. Ahora bien, si decimos que lo sagrado es el Ámbito en el que el hecho religioso tiene lugar, su protagonista, por antonomasia, será el Misterio. Este es el término con el que muchos fenomenólogos de la religión se refieren a la Divinidad, cualquiera sea la forma en que esta se concretice. Misterio, el cual, y dada su jerarquía, resulta imposible de describir por contemplación directa o inmediata, dado que en tal caso dejaría de ser Absoluto. No obstante, podemos inferir algunas de sus cualidades, que se desprenden de las características con las cuales las distintas religiones y creencias identifican a sus entidades divinas. Las principales son: El Misterio es Real: no es una invención, está ahí, y se impone con el peso de su existencia es Trascendente: carece en nuestro mundo de un punto de comparación para explicar su ser es Activo: su presencia no es pasiva, sino que se le presenta a la consciencia religiosa dotada de un poder dinámico y de una fuerza eficaz que da razón del ser y del obrar de todos los demás seres es Valioso: es una realidad que vale por sí misma y confiere valor a todo lo que existe es Inmanente: ya que sin perder su trascendencia, se hace presente en el fondo subjetivo del ser humano es Gratuito: vale por lo que es; no es manipulable por el hombre para despejar sus incógnitas ni para satisfacer sus deseos es Tremendo: se presenta con majestad soberana y con poder y actuación eficaz sobre el hombre es Fascinante: posee un atractivo irresistible por su inmaculada belleza, por su santidad y por su bondad suprema Observemos como estos dos aspectos fundamentales del hecho religioso se cristalizan en un caso concreto. Nos remitiremos, para ello, a un testimonio recopilado por William James en su obra, y el cual narra un caso de experiencia mística espontánea: “Recuerdo la noche y casi el lugar preciso, en la cima de la montaña, donde mi alma se expandía, por decirlo de alguna manera, hacia el Infinito. Se produjo una unión impetuosa de los dos mundos, el exterior y el interior; se trataba de lo profundo llamando a lo profundo, lo profundo que mi propia lucha había abierto dentro de mi ser, contestado por lo profundo impenetrable del exterior, que llegaba más allá de las estrellas. Estaba solo con Aquel que me había creado, a mí y a toda la belleza del mundo, el sufrimiento e, incluso, la tentación. Yo no lo buscaba, pero sentía la unión perfecta de mi espíritu con el suyo. El sentido normal de las cosas a mi alrededor había cambiado y, de momento, tan sólo sentía una alegría y una exultación inefables. Era como el efecto de una gran orquesta cuando todas las notas dispersas se han fundido en una armonía distendida que deja al oyente consciente únicamente de que su alma flota, casi rota de emoción. La perfecta quietud de la noche se estremecía tan sólo por un silencio aún más solemne, y la oscuridad era todavía más patente afuera de invisible. No podía dudar que Él estaba allí lo mismo que yo; de hecho, sentía, si es posible, que yo era el menos real”. Esta cita, bellamente poética, es sumamente valiosa por su carácter evocativo de las características mencionadas en torno a lo Sagrado y al Misterio. “(…) mi alma se expandía hacia el infinito”; lo que nos habla del carácter trascendente que supone la dimensión sagrada, así como de la fascinación que provoca, impulsándonos hacia ella. “(…) se trataba de lo profundo llamando a lo profundo dentro de mi ser”; es decir, el Misterio hecho presente en el raíz última de la propia subjetividad, y por ende, inmanente. “Estaba solo con aquel que me había creado a mí y a toda la belleza del mundo”; ya que lo Sagrado antecede a cualquier otra manifestación de la Vida, es anterior a los entes, goza de la plena supremacía óntica. “(…) sentía una alegría y una exultación inefables”; y es que el Misterio es percibido como Valioso por sí mismo, dado gratuitamente a las creaturas. “la perfecta quietud de la noche se estremecía tan solo por un silencio aún más solemne, y la oscuridad era todavía más patente afuera de invisible”; el Misterio, a la vez que Fascinante, es Tremendo, se presenta dotado de pleno poder y perfección, ante las cuales el hombre finalmente asume su condición limitada y finita. Ahora bien, frente a la realidad de lo Sagrado y a la presencia omniabarcante del Misterio, el hombre, en tanto sujeto de conocimiento de estas dimensiones, necesita contar por su condición limitada, de cierta ayuda auxiliar, aquella que le permita el acceso a estas realidades. Allí es donde intervienen las Hierofanías como mediadoras. Se denomina Hierofanía (hieros: sagrado, faneia: manifestación) a aquel conjunto de realidades de todo orden, presentes en el amplio abanico de las religiones, y que presencializan en el orden mundano “Esa” realidad perteneciente a un orden diferente del Ser. Es decir, que son una serie de realidades mundanas que sin dejar de ser lo que son, nos remiten al Misterio con singular fuerza y evocación. Toda hierofanía nos habla de lo Sagrado. Toda la historia religiosa se nos revela como un proceso de permanente sacralización de realidades antes tenidas por profanas y, al mismo tiempo, de secularización de realidades otrora consideradas sagradas. Las hierofanías no se nos presentan como entidades aisladas, sino como constelaciones o conjuntos de realidades mutuamente relacionadas entre sí. Al mismo tiempo, muestran correspondencia con el ser cultural y social del hombre y del pueblo en el que este vive. Ilustremos esto con un ejemplo clásico del universo hierofánico, el correspondiente al Mundo Natural. Todo en la Naturaleza puede, y de hecho ha sido, concebido como hierofanía en distintas épocas y culturas. Sirvan como ejemplo… La piedra, símbolo de lo eterno, de la permanencia de la materia y su solidez. El agua, matriz de la existencia, fuente y origen de todo lo creado. El árbol, protector y nutriente, que arraigado a la tierra, extrae el agua del suelo y alcanza el cielo y la eternidad, actuando como axis mundi (eje del mundo). y la flor, que con su brote nos revela la nueva vida en potencia y que al mismo tiempo acompaña el proceso cíclico vital que culmina en la muerte. Existe una diferencia entre las hierofanías como las que aquí mencionamos, y las teofanías. En el discurso religioso, estas últimas implican la manifestación directa, presencial, de la Divinidad (del Misterio), a diferencia de las primeras, que como establecimos, revelan lo Sagrado pero de manera simbólica. Teofanía es, por ejemplo, el encuentro entre Moisés y YHWY en el monte Sinaí, o la revelación angélica experimentada por el profeta Mahoma en el monte Hira, precedida por el dictado del Sagrado Corán. La hierofanía supone una intermediación, la cual hay que saber interpretar. La teofanía es revelación cara a cara. Tiene lugar, predominantemente, en lo alto (ya sea en los montes, montañas o nubes), ya que pretenden transmitir la idea de que lo Divino está presente y oculto al mismo tiempo. ---- ---- ---- Sabemos, la experiencia lo demuestra, que la práctica clínica nos enfrenta muchas veces con pacientes que acusan problemáticas de índole espiritual, e inclusive religiosa. Las modalidades de abordaje e intervención van a variar de acuerdo a cuál sea el marco teórico y el enfoque psicoterapéutico que rija nuestra práctica. Concibiendo al hombre como ser multidimensional, inevitablemente debemos tomar en cuenta para su adecuada comprensión, las distintas realidades que conforman su “ser-enel-mundo”. A su existencia físico/químico/biológica, se agregan, en orden de creciente nivel de complejidad, su constitución psíquica y su naturaleza social, la cual conlleva su pertenencia a un orden ético – moral que es el propio del mundo que habita. Pero es sin embargo, como hemos visto, su naturaleza espiritual la que lo distingue cualitativamente de los demás seres de la escala zoológica, dotándolo de un universo de posibilidades que le es exclusivo. La palabra espiritual tiene su origen en el vocablo latino spiritus, cuyo significado es “aliento de vida”. Erich Fromm señalaba que la experiencia espiritual tiene tres aspectos fundamentales que la caracterizan. El primero de ellos es el “asombrarse, el maravillarse, el darse cuenta de la vida y de la propia existencia y de la relación de uno con el mundo, con el prójimo”. El segundo aspecto es “la suprema preocupación por el significado de la vida, por la autorrealización y por las tareas que la vida nos impone”. Finalmente, la tercer nota distintiva, claramente descripta por los místicos, es “una actitud y sensación de unidad no solo con uno mismo sino con toda la vida y el universo”. Debe dejarse en claro que lo espiritual no es sinónimo de lo religioso, si bien en ocasiones lo primero tiende a incluir a lo segundo. Se trata de dos constructos distintos, que no obstante, suelen estar relacionados. Empero, no deja de ser cierto que hasta hace algunas décadas atrás, primaba una concepción “tradicional histórica”, según la cual lo espiritual era sinónimo de una profunda religiosidad, servicio a los miembros de una comunidad y enseñanza de las tradiciones de fe a través del testimonio de vida. Sin embargo, dicho modelo de comprensión de la espiritualidad fue dando paso a una reciente lectura “moderna”, donde lo espiritual va mucho más allá del constructo de religión tradicional. Hoy se considera que mientras que lo religioso es de naturaleza intrínsecamente social y se vive como un conjunto de normas, ritos y doctrinas que rigen la vida del individuo interesado en vincularse con lo divino, con lo radicalmente Otro; lo espiritual es de naturaleza singular, especifica y personal, y se distingue por un sentimiento de integración con la vida y con el mundo, viviéndose como la experiencia de lo sagrado. Podríamos afirmar, en términos algo simplistas, que ser religioso implica comúnmente, y al menos en el mejor de los casos, ser espiritual; pero ser espiritual no supone necesariamente ser religioso. La espiritualidad nos conduce más allá de los límites de la religión, que es institucional, dogmática y a menudo restrictiva. Se caracteriza así por la búsqueda y la comprensión de un sentido de significado y propósito en la vida, de conexión con los demás, y de trascendencia de uno mismo, conducente al logro de la realización y la paz interior. Algunos autores, no obstante, interesados en mantener vinculados ambos constructos, destacan que si la religión es la búsqueda de significado en formas relacionadas con lo sagrado, la espiritualidad sería el corazón de toda religión, y por ende, el motor que la anima. Frente a diferentes necesidades o conflictos de índole espiritual (o religioso) el psicoterapeuta puede posicionarse de forma diversa, según cual sea su bagaje teórico, herramientas conceptuales y formación clínica. Siguiendo el estudio realizado por Zinnbauer y Pargament (2000) vamos a distinguir cuatro aproximaciones fundamentales del terapeuta hacia dicha dimensión, las cuales engloban la vasta mayoría de las escuelas y teorías existentes. Son las miradas rechacista, exclusivista, constructivista y pluralista. La postura rechacista, distintiva de algunas corrientes terapéuticas clásicas vinculadas al psicoanálisis ortodoxo, se caracteriza por reducir la religión, y las creencias del paciente, a una alteración o defensa psicológica que sería necesario descifrar e interpretar. Los fenómenos espirituales y religiosos no son vistos como expresión genuina de un intento de relacionarse con realidades trascendentes, sino antes bien, como formaciones psicológicas y culturales cuyo objetivo es desentrañar hasta llegar a su verdadero origen, ajeno de raíz, al decir del fenomenólogo de la religión alemán Rudolf Otto, a cualquier dimensión de lo “numinoso”. Radicalmente opuesta es la postura exclusivista, que tiene su fundamento en la afirmación ontológica de la existencia de lo sagrado, comúnmente reflejada en una determinado Libro, Escritura o doctrina, y que fundamentan la “verdadera” concepción de la naturaleza y del hombre. Es evidente que esta mirada solo es conciliable con aquellos pacientes que posean valores o sistemas de creencias similares a los del terapeuta, ya que si estos no compartieran su misma visión, serían esperables los esfuerzos del clínico por empujarlos a la misma, con las consecuencias iatrogénicas derivadas de ello. Por otra parte, la postura constructivista asume un franco relativismo, negando la existencia de una realidad absoluta, pero reconociendo la capacidad de los individuos para construir sus propias realidades y significados. Desde esta postura, el trabajo psicoterapéutico es conducido dentro del sistema de creencias del paciente. Y dado que muchas veces dicho sistema de creencias es extraño para el terapeuta y difiere del suyo, resulta necesario tener sumo cuidado a la hora de trabajar con las metáforas o símbolos sagrados de quien acude a la consulta, a fin de no distorsionarlos, privándolos de la riqueza original que le son propia. Finalmente, la postura pluralista admite la existencia de una realidad espiritual, pero con vocación tolerante, acepta que la misma puede traducirse en múltiples interpretaciones y formas de vivenciarla. Reconoce que dicha realidad se expresa en diferentes culturas y de diferentes maneras. Como reza el proverbio vedantista hindú, “la verdad es una, pero los hombres le dan muchos nombres”. Terapeuta y paciente trabajan siendo conscientes de sus propias historias religiosas o espirituales, marcos conceptuales y valores, con el fin de poder delinear de esta manera los objetivos de la terapia. Podríamos decir que esta última es la posición de base característica de la mayoría de las corrientes psicoterapéuticas transpersonales. Merece destacarse que lo espiritual en el marco terapéutico demanda del profesional un profundo ejercicio de introspección, dado que lo obligará a examinar a priori sus propias actitudes de base hacia lo espiritual. No obstante, una psicoterapia que incluya positivamente lo espiritual, en una visión completa y no reduccionista, se traducirá en una vocación holística que puede ayudarnos a recuperar, como propone Ken Wilber la vieja idea de que las raíces de la psicología se remiten a las profundidades del alma y del espíritu humano, algo que la psicología como ciencia empírica fue paulatinamente olvidando con el paso del tiempo.

sábado, 29 de julio de 2017

viernes, 28 de julio de 2017

jueves, 27 de julio de 2017

miércoles, 26 de julio de 2017

martes, 25 de julio de 2017

PROMESA


Cuando parece perdida la confianza
desde el ayer eterno de la historia
vuelven filos blandiendo la memoria
y refulgen la cruz y la alabanza.

En el cielo de julio la bonanza
que un dieciocho barrió toda la escoria
siete días después promete gloria
con Santiago montando la esperanza.

Siempre quedan caballos y estandartes,
soldados con espada y crucifijo
dispuestos a batirse en todas partes

por el honor divino de Dios Hijo:
¡todavía en España habrá baluartes
de una nueva batalla de Clavijo!
    
Rafael García de la Sierra

sábado, 22 de julio de 2017

ser mansos

¡Alguna vez oíste que hay martirio también en aguantar los alfilerazos, la destemplanza y el sufrimiento de las flaquezas del prójimo?

viernes, 21 de julio de 2017

jueves, 20 de julio de 2017

miércoles, 19 de julio de 2017

martes, 18 de julio de 2017

lunes, 17 de julio de 2017

domingo, 16 de julio de 2017

viernes, 14 de julio de 2017

SAN MAXIMILIANO KOLBE

En un antiguo número de “Catapulta” —la briosa y siempre bien informada publicación digital que dirige el Dr. Augusto Padilla— se publicó una nota titulada “El libro de cabecera de San Maximiliano Kolbe”, tomada a su vez del nº 125 de la revista italiana “Chiesa Viva”. Hemos creído oportuno ofrecer a nuestros lectores una traducción de dicha nota. Porque el caso de San Maximiliano es una prueba de varias cosas que no deben dejar de ser dichas. La primera, bien que triste, del poder de la judería, como diría Israel Shamir. Ya que si hubo una canonización impulsada por Israel y por los partidarios de la herejía judeo-católica fue ésta. Era el santo que necesitaban para terminar de demonizar el “holocausto” y anatematizar al Tercer Reich, no por lo que tuviera de reprobable, sino en la línea de la propaganda aliadófila. Pero Dios no se deja burlar; y escribe derecho con renglones torcidos, según popular sentencia. Y a poco de elevado a los altares —estudiando y revisando su vida y su obra— se supo que San Maximiliano había dedicado gran parte de su esfuerzo apostólico a combatir la conjura masónica y judaica que no deja de abatirse contra la Cristiandad. Era, pues, un santo católico, y no la ficción hagiográfica que la propaganda modernista quería imponer. Agradecemos al Cielo la existencia de este varón justo; al Papa Juan Pablo II su canonización, al Yuyo Padilla la noticia que transcribimos, y a Mario Caponnetto la traducción castellana de la misma. En 1917, Maximiliano Kolbe funda la “Milicia de la Inmaculada”. Naturalmente, su lucha no fue la de abatir las almas del enemigo sino la de llamarlo y convertirlo en pro de su eterna salvación. Por eso, el Padre Kolbe se dirigía a sus enemigos. En un artículo suyo titulado “¡Pobrecillos!”, escribía: “El hombre ha sido redimido. Cristo ha fundado su Iglesia sobre la roca. Una parte del pueblo hebreo reconoció en Él al Mesías; los otros, sobre todo los fariseos soberbios, no quisieron reconocerlo, persiguieron a sus seguidores y dieron curso a un gran número de leyes que obligaban a los hebreos a perseguir a los cristianos. Estas leyes, junto a narraciones y a apéndices, hacia el año 500, formaron un libro sagrado, el «Talmud». En este libro, los cristianos son llamados: idólatras, peores que los turcos, homicidas, libertinos impuros, estiércol, animales de forma humana, peores que los animales, hijos del diablo, etc. Los sacerdotes son llamados adivinos y cabezas peladas […] a la Iglesia se la llama casa de estulticia y suciedad. Las imágenes sagradas, las medallas, los rosarios, son llamados ídolos. En el «Talmud», los domingos y las fiestas son considerados días de perdición. En este libro se enseña, entre otras cosas, que a un hebreo le está permitido engañar y robar a un cristiano, pues todos los bienes de los cristianos —está escrito— «son como el desierto: el primero que los toma se hace dueño». Esta obra que recoge doce volúmenes y que respira odio contra Cristo y los cristianos, es considerada por estos fariseos un libro sagrado, más importante que la Sagrada Escritura”. En ocasión del Congreso Internacional de los masones, celebrado en Bucarest en 1926, el Padre Kolbe, escribió en un artículo: “Estos señores (es decir, los masones) creen que son ellos quienes han de gobernar: escuchemos, entonces, lo que escriben los «Protocolos de los Sabios de Sión»”, documento que el Padre Kolbe llamaba: “el verdadero libro fundamental de la Masonería”. Escribe el Santo: “El protocolo número 11 afirma: «Crearemos y pondremos en vigencia las leyes y los gobiernos […] y, en el momento oportuno, […] bajo la forma de una revuelta nacional. […] Es necesario que las poblaciones, desconcertadas por la revuelta, puestas todavía bajo la influencia del terror y de la incertidumbre, comprendan que somos de tal modo fuertes, de tal modo intocables, de tal modo llenos de poder que en ningún caso tendremos en cuenta sus opiniones y sus deseos sino, antes bien, que estamos en grado de aplastar sus manifestaciones en cualquier momento y en cualquier lugar […] Entonces, por temor, cerrarán los ojos y permanecerán a la espera de las consecuencias […] ¿Con qué objeto hemos ideado e impuesto a los masones toda esta política, sin darles a ellos la posibilidad de examinar el contenido? Esto ha servido de fundamento para nuestra organización masónica secreta […] cuya existencia ni siquiera sospechan estas bestias engatusadas por nosotros en las logias masónicas»”. En este punto, el Padre Kolbe se dirige a los masones diciendo: “¿Habéis oído, señores masones? Los que os han organizado y secretamente os dirigen, los hebreos, os consideran bestias, reclutadas en las logias masónicas para fines que vosotros ni siquiera sospecháis […] Pero ¿sabéis, señores masones, qué es lo que os espera el día en que os venga a la mente comenzar a pensar por vosotros solos? He aquí, escuchad el mismo protocolo: «La muerte es la inevitable conclusión de toda vida […] Ajusticiaremos a los masones de tal manera que ninguno […] podrá sospechar, ni siquiera las mismas víctimas: morirán todos en el momento en que sea necesario, aparentemente a causa se enfermedades comunes […]»”. Y continúa el Santo: “Señores masones, vosotros que, recientemente, durante el Congreso de Bucarest, os habéis alegrado del hecho de que la Masonería se está fortaleciendo por doquier, reflexionad y decid sinceramente: ¿no es mejor servir al creador en la paz interior […], antes que obedecer las órdenes de quien os odia?” San Maximiliano se dirige, finalmente, a los Jefes Ocultos de la Masonería con estas palabras: “Y a vosotros, pequeño escuadrón de hebreos, «Sabios de Sión», que habéis provocado ya concientemente tantas desgracias y todavía seguís preparando otras, a vosotros me dirijo con la pregunta: ¿qué ventaja obtenéis? […] Gran cúmulo de oro, de placeres, de diversiones, de poder: nada de todo esto vuelve feliz al hombre. Y si aun esto diera la felicidad, ¿cuánto podría durar? Tal vez una decena de años, quizás veinte […] Y vosotros, jefes hebreos, que os habéis dejado seducir por Satanás, el enemigo de la humanidad, ¿no sería mejor si también vosotros os volviereis sinceramente a Dios?” En otro artículo de 1926, el Padre Kolbe, citando siempre los “Protocolos de los Sabios de Sión”, escribía: “Ellos dicen de sí mismos: «¿Quién o qué cosa está en grado de asestar una fuerza invisible? Nuestra fuerza es, precisamente, de esta clase. La Masonería externa sólo sirve para esconder sus objetivos, pero el plano de acción de esta fuerza será siempre desconocido para la gente»”. Pero el Santo subraya con sutil ironía: “Nosotros somos un ejército, cuyo «Comandante» os conoce uno a uno, ha observado y observa cada una de vuestras acciones, escucha cada una de vuestras palabras, más aún… ni siquiera uno de vuestros pensamientos escapa a su atención. Decid vosotros mismos: en tales condiciones, ¿se puede hablar de secreto en los planes, de clandestinidad y de invisibilidad?” Y aquí, el Padre Kolbe revela el nombre del “Comandante” de su ejército: “es la Inmaculada, el refugio de los pecadores, pero también la develadora de la serpiente infernal. ¡Ella aplastará su cabeza!”

jueves, 13 de julio de 2017

martes, 11 de julio de 2017

lunes, 10 de julio de 2017

domingo, 9 de julio de 2017

sermones... homilías...

LA DIESTRA DEL SEÑOR EJERCIÓ SU PODER Jesús está en la barca. La barquichuela es, según la liturgia, la Santa Iglesia. Es también nuestra propia alma. Cristo vive y obra en nosotros, cuida de nosotros, nos guía, nos sostiene y protege. “La diestra del Señor ejerció su poder; la diestra del Señor me ha exaltado; no moriré, antes viviré, y contaré las obras del Señor” (Ofertorio). El Salvador vive en la navecilla de nuestra alma. Desde allí, anima y vivifica nuestro espíritu, nuestra voluntad y todo nuestro ser, de la misma manera que lo hace la vid con sus sarmientos. Formamos con Él un todo orgánico, como el tronco con sus ramas. Está cerca de nosotros, está en lo más íntimo de nuestro ser. Vive en nosotros, que somos sus miembros, inundándonos constantemente de su luz y de su fuerza, saturándonos de su propia vida (según dice el Concilio de Trento). Jesucristo está en nosotros con sus intereses divinos, con su amor sin límites, con su inagotable misericordia, de manera tal que no estamos solos, ni estamos desamparados. Siempre está Él a nuestro lado, haciéndonos compañía. Por este motivo es verdadero afirmar que en la navecilla de nuestra alma hay siempre un experimentado piloto, tan inteligente como compasivo, tan poderoso como bien dispuesto a prestarnos su ayuda. Está realizando constantemente en ella la obra de nuestra purificación y de nuestra santificación, está impregnándonos siempre de su divino amor. Trabaja sin dar golpes, silenciosa y pacíficamente, sin prisas ni agitación innecesaria. Aparentemente, se diría que Jesús está dormido, que no se preocupa por nosotros. Sin embargo, esta impresión no pasa de ser una mera apariencia. En realidad, está siempre allí y conduce constantemente nuestra barquilla. Nos da fuerza para resistir valerosamente la tempestad de nuestras pasiones, del embravecido mar de nuestras tentaciones, de nuestras dificultades, de nuestras dudas, de nuestros apuros, de nuestros dolores. Nuestra alma es una perenne Epifanía de la presencia, del dominio y de la acción del Señor en sus miembros. Creamos en esta acción suya en nosotros. Dirijamos hacia Él nuestras miradas. Vayamos a Él con todo lo que nos aflija y angustie, y pronto experimentaremos que “la diestra del Señor (que obra en nosotros) ejerció su poder; la diestra del Señor me ha exaltado; no moriré, antes viviré, y contaré las obras del Señor”. Cristo subió por primera vez a la navecilla de nuestra alma el día luminoso de nuestro santo bautismo. Entonces tomó posesión de ella y la signó con su sello, con el sello indeleble e irrenunciable del carácter bautismal: “Eres mío”. Quiere encargarse él mismo de nuestra navecilla, para que ésta navegue en una feliz travesía. Quiere cuidarla, conducirla y salvarla Él mismo. Todas las veces que nos acercamos al Sagrado Convite, sube de nuevo a ella, en la sagrada Comunión, para pilotearla, durante todo el día, con su sabio, poderoso y experimentado brazo. De este modo, ella hará un buen viaje y tendrá un arribo feliz. Cuanto más nos abandonemos y nos entreguemos a Él, cuanto más confiemos en Él, desechando todo temor y toda inquietud inútil, más nos tomará Él entre sus manos y nos conducirá con mayor celeridad. “La diestra del Señor ejerció su poder”. ¡Una revelación de la fidelidad, del amor y de la fuerza del Señor, de la Vid en sus sarmientos! ¡El Señor glorioso está sentado en la navecilla de nuestra alma! ¡Pero hay tempestad! Nosotros perdemos nuestra calma. Nos ponemos nerviosos. Nos llenamos de pánico. ¿Acaso no está Él aquí? Por cierto que está: pero… ¡está durmiendo! El rugido de la tempestad y el furor de las olas no lo inquietan ni lo asustan. ¡Es tan distinto de nosotros! Éste es su secreto: en la tempestad, como en todo, Él sólo ve una cosa: ve al que sostiene, con tres dedos de su mano, como si realizara un sencillo juego, los millones y millones de mundos que pueblan el universo. “No caerá ni un solo pelo de vuestra cabeza sin que lo permita vuestro Padre celestial” (San Mateo, 10, 29). “¿Por qué os asustáis, hombres de poca fe?” Cae la noche. Desaparece la luz. Llega la tormenta, que va a poner a prueba la paz y la firmeza de nuestra alma. No es difícil estar tranquilos y conservar la igualdad de ánimo cuando nuestra vida se desliza normal y ordenadamente, cuando todo nos sale a la medida de nuestros deseos. Pero, ¿sucede lo mismo cuando aparece la tempestad? ¿Sucede lo mismo cuando nos encontramos con algo que contradice nuestros anhelos? ¡Qué pronto desaparece entonces nuestra calma! ¡Qué pronto se amortigua y hasta desaparece también nuestro amor! Decididamente, las raíces de nuestra paz eran poco profundas. No calaban más allá de las cosas terrenas. No poseían otra savia que el aprecio, el agrado o la adulación de los hombres, la satisfacción de nuestros gustos y de nuestro amor propio. No penetraban hasta lo más hondo de nuestra alma, hasta allí precisamente donde duerme el que siempre vigila, donde no soplan los vientos tempestuosos de la tierra. “¡Señor, que vea!” La tempestad destruye todo lo que hay de pequeño y de mezquino en nuestra naturaleza, en nuestra piedad. Es un gran beneficio el que ella nos hace. La tempestad puede y debe hacernos grandes, debe hacernos creer en el Grande, en el Señor, que habita y obra en nuestra alma. La tempestad debe robustecer y acrecentar nuestra fe y nuestra confianza en el Señor. Debe obligarnos a acudir a Él con más frecuencia, por medio de la oración. ¿No queremos crecer espiritualmente? ¿Por qué tememos, pues, las tempestades? “He aquí la victoria que vence al mundo: nuestra fe” (I San Juan, 5, 4). Ésta es nuestra luz, ésta es nuestra estrella. Y así como hablamos de la pequeña barquilla, lo mismo podemos aplicarle a la Barca por antonomasia. Estamos atravesando una horrenda tempestad, donde las olas adquieren la altura de los mayores monstruos marinos que la imaginación de los hombres jamás haya podido crear. La nave de Pedro, siempre victoriosa tras veinte siglos de singladuras y con sus redes prestas para la pesca de los hombres, parece hoy enloquecida cáscara de nuez que se desbanda al capricho de los mares. ¿La furia de los vientos desatada doblegará al fin a su corazón viril y audaz? Una marinería ebria que abandona sus posiciones, para dedicarse a los más exóticos y nuevos ejercicios que se le antojen, una marinería alzada contra sus deberes, ganada por el espejismo de las novedades… ¿No parece inevitable el desastre? Y lo peor de todo, el Timonel, la Roca que debiera sostener el derrotero de veinte siglos, está adormecido y le quita su vigor y su sentido a la bitácora que siempre se ha usado, por soñar con rumbos nuevos. ¡Escúchanos, Señor! ¡Sálvanos del naufragio! ¿Hasta cuándo? Calma. Dios parece estar durmiendo. Pero Él vigila y permite la tormenta feroz. El Señor que calma el mar, cuando lo desee, logrará que las aguas se aquieten nuevamente y en su pía solicitud nos salvará. Pero hasta ese momento ‒por ser muy necesario‒ volvamos a munirnos con el santo salvavidas del Rosario. Recaredo Garay II SÚPLICA PARA LA IGLESIA MILITANTE ¿Es que perdió su rumbo La nave de la Iglesia? ¿Es que a porfía Se nos ha puesto a andar de tumbo en tumbo, Ebria y alzada la marinería? ¿Qué fue de la pasada Misión de iluminar la mar ignota? ¿Quién le dejó, Señor, así trocada Su derrota en derrota? ¿Qué viento amotinado Rasgó sus velas y quebró su quilla Y la azotó sobre el acantilado Lejos de Tí, mi Dios, y de tu orilla? ¿Qué Capitán, Señor, adormecido Por culpa y obra de la democracia Le quitó su vigor y su sentido Y la gracia velera de tu Gracia? Todavía esperamos que en tu pía Solicitud nos salves del naufragio. El Diablo nos acecha día a día. ¡Escúchanos, Señor, nuestro sufragio! (Y que Santa María, Nuestra Señora la Corredentora, Si fuera necesario, Nos tienda nueva vez en esta hora El santo salvavidas del Rosario). Ignacio B. Anzoátegui

sábado, 8 de julio de 2017

BREVES REFLEXIONES

SOBRE “MISERICORDIA ET MISERA” Pérdida de la gravitas Fechada en la Festividad de Cristo Rey, Francisco dio a conocer su Carta Apostólica Misericordia et misera, popularmente famosa desde los mass media por su punto 12, obviamente tergiversado, y según el cual –para esos multimedios‒ “la Iglesia ahora perdona el aborto”. Desde luego que este último enunciado es una mezcla de malicia, de fraude y de ignorancia escandalosa, perpetrada por los propagadores de noticias. Entre otras cosas porque no existe un “ahora” eclesial dispensador de perdones opuesto dialécticamente a un supuesto “otrora” negado al perdón. Lo que sí y riesgosamente viene a decirnos aquel mentado punto 12 es que se concede “a todos los sacerdotes, en razón de su ministerio, la facultad de absolver a quienes hayan procurado el pecado del aborto”, contrariando expresamente el canon 1398 del Nuevo Código de Derecho Canónico, que ponía exigencias mayores y más estrictas acordes con la gravedad del crimen cometido. En la práctica, y bien escondido tras los ropajes de la indulgencia, esto derivará en una banalización de tan tremenda falta moral, en una relativización y des-solemnización tanto del homicidio como de su eventual condonación sacramental. El cura qualunque –falto como suele estar de cualquier seria formación católica‒ que reciba en confesión a un abortista dispensará la absolución al homicida sin otra carga que traer a la parroquia algún alimento no perecedero para los pobres. Lo mismo sucederá si se confiesa un adulterio o una vida contranatura o la práctica activa del travestismo. Alerta punitivo al tope, en cambio, si alguien llegase a reconocer, tras la extinta celosía del confesionario, que se entusiasmó en una corrida de toros (a favor del torero) o que contaminó la acera de su casa arrojando algún residuo sin reciclar. La gravitas, aquella noble virtud que significaba peso, responsabilidad, severidad y seriedad, y que tan vinculada a la piedad estaba, quedará excluida del horizonte del penitente y del ministro. Es que la misma Carta Misericordia et Misera, que en buena hora “recomienda mucho [al clero] la preparación de la homilía y el cuidado de la predicación” [6], nada dice del celo que debe tenerse para administrar correctamente el sacramento de la penitencia o confesión, devenido hoy, en la generalidad de los casos, en un diálogo insustancial,consensuado y mecánico con el clérigo de turno. En la cosmovisión bergogliana –y hasta aquí no cabe reproche‒ está claro que el confesionario no puede ser un salón de torturas. Pero tampoco puede ser una cafetería en la que dos conocidos se dan al charlismo amistoso y se despiden hasta próxima ocasión. Con sapiencia decía Louis Veillot, que el respetuoso y reverente atractivo de los tradicionales confesionarios, más consistía en estar ellos salpicados de penas, vergüenzas y dolores que chorreados con la sangre de un mártir. Es el estar rodeados de adoloridos arrepentimientos lo que suscita su búsqueda en el alma sana. No el parecerse a las cabinas de un cyber en la que se entra y se sale para hacer un poco de vida social y otro poco de humana catarsis. La confesión tiene pautas, condiciones, requisitos, exigencias. San Juan Nepomuceno es el Patrono de los Confesores, no Frantz Fanon. Y desde siempre se enseñó en la doctrina católica que existe la disciplina; esto es la posibilidad y la necesidad de una pena, de una sanción, de un castigo. Bienvenidas todas las formas del suaviter que la prudencia del clérigo juzgue conveniente. Bienvenido incluso el ritmo armónico y pedagógico de las fórmulas, tan descuidado. Mas recuérdese que fue Santo Tomás el que escribió con acierto: “A los hombres bien dispuestos se les induce más eficazmente a la virtud recurriendo a la libre persuasión que a la coacción. Pero entre los mal dispuestos hay quienes sólo por la coacción pueden ser conducidos a la virtud” (Suma Teológica, I-II, q. 95, a. 1). El remedio de las dulzuras y de las ternezas ilimitadas que se propone actualmente, puede ser la panacea con que sueñe un demagogo, mientras reserva la crueldad para sus impugnadores. Pero probado está que no es la terapia espiritual que dispensaron los grandes pastores. Nadie propone la inclemencia o la fiereza, pero tampoco esta liviandad ridícula de convertir la religión en un muestrario de carantoñas, al sacerdote en un dispensador de arrumacos y al sacramento de la penitencia en una gestión de lisonjas tranquilizantes y sin consecuencias ulteriores. El outlet de la misericordia y del perdón La Iglesia Católica no necesitó la llegada de Bergoglio ni para absolver a los pecadores ni para predicar la misericordia. Aunque no necesitándolo, la llegada de este hombre trivializó ambos conceptos, el de la misericordia y el del perdón, si es que acaso no hizo algo más grave como desnaturalizarlos. Como en aquellos establecimientos popularizados bajo el nombre de outlets, en los que se ofertan mercancías baratas en razón de alguna deficiencia en su manufactura o en su vigencia, así se pretende que funcionen ahora los templos supuestamente católicos. La justicia sin misericordia es cruel, ya se sabía.Pero el énfasis propuesto en el presente es la consumación de una misericordia sin justicia objetiva, conservándose en la mejor de las suertes una jurisprudencia sentimental de alcance individual, según el caso del que se trate. Y eso lleva fácilmente a la lenidad y a la impunidad, que no son bienes. Un bien es la equidad, que perfecciona y supera el rigor del derecho escrito. Pero su parodia es la laxitud, que convierte a la bondadosa templanza habitual, de la que hablaban los clásicos, en garantía de condescendencia. Que el perdón de Dios no tiene los contornos ni los enredos de los perdones humanos, también se sabía. Que a imitación del Señor el hombre debe practicar el perdón, prodigándose en actos de caridad gratuitos y sobrenaturalmente encaminados, era lección de catecúmenos. Y de las mejores y más nobles para la vida de perfección espiritual. Pero se sabía asimismo que “todo el que hubiere hablado contra el Hijo del Hombre será perdonado; mas si no obstante, habla contra el Espíritu Santo, no alcanzará perdón ni en este siglo ni en el venidero” (San Mateo, 12, 32). Y esta última enseñanza ha sido prácticamente borrada en el magisterio bergogliano. La misericordia que se nos propone en la Carta Misericordia et Misera es aquella en cuyo centro “no aparece la ley y la justicia legal, sino el amor de Dios” [1]. Y concordamos, mientras no se omita, como se omite, que esto no significa una confrontación dialéctica en la que toda justicia legal puede ser conculcada, sino que significa que toda justicia legal, si quiere ser legítima, debe ordenarse al Derecho Divino, porque “el Señor es justo y ama la justicia”, canta el Salmo (11, 8); y si “Dios es para sí mismo Ley”, como recuerda el Aquinate, cuanto más debe serlo para los que aman a Dios. La de Francisco es una misericordia sociológica, sin referencia a la Verdad sino a la solidaridad. Y el perdón es una amnistía incondicionada e igualitarista, sobre cuyo otorgamiento no pesa ya más el deber de la contrición y hasta el derecho de la autoridad a denegarlo o postergarlo si tal contrición sincera y reparadora no se constata. Misericordia y perdón, en la perspectiva bergogliana obran al unísono como dos revoltosos sans culottes, que abren las puertas de la Bastilla para que se escapen los patibularios; y de ser posible que ocupen los principales cargos. Tantos años de jesuitismo y de argentinismo pudieron ponerlo en óptimas condiciones de aprender aquello que decía el Padre Leonardo Castellani: Dios no es un cantor de tangos; que al pecador arrastrado por el fango de todas las corrupciones le va a decir, mano ancha: pasá nomás, quedate. No.Dios es más hidalgo, más señorial, más príncipe. Por eso en no pocas ocasiones se le escucha cantar afligido: “Algún día has de llamar/ y no te abriré la puerta/y me sentirás llorar”. Como en el tango arrabalero y cursi, el dios bergogliano, le suplica al descarriado que se deje perdonar. El “arrepentíos y convertíos” (San Mateo, 4, 17) ha sido desplazado por el “dejate misericordear”. Desplazamiento acaso que cifra la distancia, entera y trágica, entre escuchar la voz de la la Revelación Divina o los bramidos del plebeyismo mundano. Pero he aquí la angustiante paradoja. Desnaturalizadas y traicionadas tan importantes categorías de la vida espiritual y moral, como la misericordia y el perdón, en aras de la dignidad humana que –como se sabe‒ es uno de los grandes neodogmas conciliares, lo que resulta, tras visitar este outlet eclesial de Francisco, no es una creatura más digna, sino un revoltijo de homúnculos abajados por una fe sociomórfica. Por lo que bien hacía patente Dionisio: “Es necesario ver que la justicia de Dios es verdadera en el hecho de que da a cada uno lo que le corresponde según su dignidad, y que mantiene la naturaleza de cada uno en su lugar y con su poder correspondiente” (De Divine Nominibus, 8). El género de la auto-ayuda como criterio docente Alguna vez fue dicho por alguien y parece más cierto con el paso de las horas: es difícil no ver en el estilo pontifical de Bergoglio el influjo de los textos de autoayuda, género en el que suele tenerse por precursor al norteamericano Dale Carnagie, con su innoblemente famoso “Cómo ganar amigos e influenciar sobre las personas”, editado por vez primera hacia 1940. Potenciada su condición de best-seller perenne por la divulgación prolijamente ejecutada mediante la revistucha Reader´s Digest, pronto tuvo una legión de imitadores que continúan sin cesar. Los especialistas en la materia sostienen que los consumidores de estos libelos son intelectos limitados y prácticos, que andan buscando soluciones a problemas emocionales o a circunstancias adversas de la vida. No admiten otras respuestas que no partan de la necesidad de las buenas ondas y de las energías positivas, y son propensos a dejarse convencer por aforismos o clisés, preferentemente breves, afectuosos, simpáticos, presuntamente sanadores y en sintonía plena con el llamado clima de época. Bergoglio sabe entregar este material a manos llenas. Recuérdese, no sin oprobio, que el siete de junio de 2015, le dijo a la prensa reunida en el Vaticano: “Recen por mí y si alguno no puede rezar porque no cree, al menos tírenme buena onda”. Causa estupor y vergüenza ajena el recurso a tamaño tópico de la nadería fraseológica dominante; y esto sin hacer análisis alguno de la inaudita confusión de analogar la oración con el arrojo de hipotéticas ondulaciones bienhechoras. Misericordia et Misera no es una excepción a estas predilecciones estilísticas. A cada rato tropezamos con “mirar el futuro con esperanza” [1]; “romper el círculo del egoísmo que nos envuelve” [3]; “la bondad” que “como un viento impetuoso y saludable se ha esparcido por el mundo entero” [4]; “es tiempo de mirar hacia adelante” [5]; “Dios sigue hablando hoy con nosotros como sus amigos,se «entretiene con nosotros»” [6];ser “testigos de la ternura paterna” [10];vencer “el círculo de la soledad” [13];atender “la necesidad de consuelo” mediante “un abrazo que te hace sentir comprendido, una caricia que hace percibir el amor” [13]; “participar activamente en la vida de la comunidad” [14];pedirle a esa comunidad “iniciativas creativas que animen a los creyentes a ser instrumentos vivos de la transmisión de la Palabra” [7]; “poder así caminar juntos”; percatarse “de cuánto bien hay en el mundo” [16]; ver que “estos niños son los jóvenes del mañana” [19]; recibir “la caricia de Dios” [21],y un penoso etcétera que podemos ahorrarnos, pero que más nos acercan a las páginas de Bucay que a una lectio sagrada. ¿Cómo es posible que la inteligencia romana, que nos entregó páginas memorables como la Aeterni Patris o la Divini Cultus; cómo es posible que la Cátedra de Pedro que relumbró en In Praeclara o fulguró en la Quas Primas, nos ofrezca ahora este repertorio baladí de formulaciones, antes sacadas de un recetario para levantar la autoestima, que fruto del ruego hímnico al Paráclito, Veni Sancte Spiritus, suplicando sus dones? No; no es sólo la ortodoxia en su sentido legítimamente racional lo que se ha perdido. Es también el dominio de la lengua apropiada para el ministerio petrino. Señal de que el hombre anda algo incómodo en este sublime mester. Sin embargo, lo más confuso y a la par lo más riesgoso, no es esta preferencia por los tópicos del género de la autoayuda, sino ese aludido criterio horizontalista y sociomórfico que domina esta docencia bergogliana como un acechante telón de fondo. Un ejemplo atroz parece suficiente para retratarlo. Segun Misericordia et Misera, la desnudez absoluta de Cristo en la Cruz, “revela de manera extrema la solidaridad de Jesús con todos los que han perdido la dignidad porque no cuentan con lo necesario […]. Del mismo modo [la Iglesia] ha de empeñarse en ser solidaria con aquellos que han sido despojados […], no mirar para otro lado ante las nuevas formas de pobreza y marginación que impiden a las personas vivir dignamente. No tener trabajo y no recibir un salario justo […], ser discriminado por la fe,la raza, la condición social, estas y muchas otras son situaciones que atentan contra la dignidad de la persona, frente a las cuales la acción misericordiosa de los cristianos responde ante todo con la vigilancia y la solidaridad” [19]. Hay textos tutelares de los Padres de la Iglesia explicando el significado del vestido humano, de la pérdida de la stola prima de raigambre adámica –desnudez entera de la gracia‒ y su reemplazo por los harapos malolientes del pecado y de la apostasía. Cuando el padre de la parábola del hijo pródigo ordena a sus criados que le coloquen el vestido nuevo y limpio, no está ejecutando un acto de solidaridad sino un ritual de purificación. No lo está llevando a la “feria americana” parroquial para comprarle una prenda decorosa de ocasión. Lo está revistiendo del Espíritu, dice Orígenes. Le está restituyendo, según el Niceno, la túnica primera, bautismal y esponsalicia, que ahora merece por haber retornado a la gracia. Se trata de un ornato para el alma, y por lo tanto de una acción sacramental, antes que de un gesto de beneficencia terrena. Paralelamente, esos mismos Padres de la Iglesia, seguidos después por los más empinados poetas de la Cristiandad, han explicado el sentido de la desnudez de Nuestro Señor en la Cruz. No queda desnudo para protestar contra la discriminación, ni para reclamar una mejora de los salarios de los trabajadores, ni para llamar la atención sobre la carestía de las indumentarias, ante la cual se impone la colecta anual de Caritas. Va de suyo que no hay que andar explicando que todas estas preocupaciones humanas y corpóreas serán siempre necesarias, apremiantes y gratísimas a los ojos de Dios. Pero la desnudez del Señor en la Cruz obliga a un desciframiento más alto, a una alegorización más honda, a un simbolismo más empinado, a una exégesis que arranca en los pliegos del Antiguo Testamento y corona en el trono sangrante del Calvario. Es desnudez de abandono y de entrega redentora. Es desnudez de herida divina que cauteriza los dolores del hombre viejo. Es desnudez oblativa, desapropiadora, donativa, amante. Es desnudez que reviste, dirá el Apóstol (Romanos, 13, 14). Es traje de bodas, capa regia, túnica salvífica y adventicia, según un giro expresivo de San Jerónimo. Sólo un reduccionismo inmanentista de bajo vuelo puede acotar la desnudez del Crucificado a los lindes de un compañerismo sindical por los desposeídos. La misma óptica horizontalista lo lleva a explicar el acto divino ante Adán y Eva desnudos tras la caída, como un gesto solidario mediante el cual, “la vergüenza quedó superada y la dignidad fue restablecida”. “Sabemos que el Señor los castigó; sin embargo, él «hizo túnicas de piel para Adán y su mujer, y los vistió»” [19]. Otra vez, un dios del gremio textil sale en socorro de los que andan escasos de prendas. San Gregorio de Nyssa vio de otro modo esta secuencia. Esas túnicas que Dios les entregó a nuestros primeros padres, estaban hechas de animales muertos, indicándoles así que habían roto voluntariamente la comunión divina para degradarse hasta el extremo de ingresar al plano de la comunión animal. No eran una señal de la dignidad recuperada y de la vergüenza vencida. Eran el símbolo mismo de la indignidad y de la vergüenza por haber pecado a instancias mismas del demonio. Pero era un ropaje provisorio y accidental, dirá el mismo Niceno. Habrían de cambiarlo por las mejores galas inaugurales y fundantes cuando llegara el tiempo de la Redención. Y para eso se necesitaba el desabrigo y el desvestimiento completo de Cristo en la Cruz. Un plagio evidente Movido por este género y este estilo que hemos tratado de describir con verdadera pesadumbre, al final del párrafo 16, la Misericordia et Misera se despacha con un tópico por antonomasia de la sensiblería bergogliana; tal vez el fruto más opimo de su monotematismo pastoral y aún doctrinal. “Soy amado, luego existo”, dice textualmente la Carta Apostólica. ¿De dónde procede este nuevo y extraño parafraseo cartesiano? ¿Cuál es el origen de este remedo o parodia del cogito ergo sum, que enturbió las aguas de la metafísica y de la gnoseología y pretendió tumbar la sensatez de la filosofía perenne? ¿Quién lanzó a rodar este slogan emocionalista, patético y romántico, que hace depender el acto de existir del amor y no el amor de la existencia previa de una creatura capaz de amar? Pues créase o no, un publicitado fraseólogo español, Carlos Díaz Hernández, lleva publicados cuatro tomos titulados “Soy amado, luego existo”, que le editó Desclée de Brouer a partir del año 1999. No hay tiempo ni ganas aquí para dedicarse a este personaje ruinoso, tenido por gurú del personalismo comunitario, del anarquismo cristiano, del sincretismo religioso, de la “razón cálida” y del modernismo catolicón. Sólo queremos llamar la atención sobre lo que parece evidente y pocos han advertido. La extraña similitud de giros, fraseos, muletillas, estribillos y cantilenas, entre el escritor de marras y cuanto dice y escribe Francisco. Irenismo espiritual absoluto;ecologismo con ondas verdes de amor y de paz; bondades del comunismo; equiparamiento de todas las creencias; utopías y periferias, ternuras y caricias; amor y alegría por doquier desparramados; justificaciones veladas del homosexualismo; reivindicación del franciscanismo en perspectiva sociológica; pro semitismo exacerbado, recalcitrante y obsecuente; misericordeo y humildeo solidario, sin condiciones ni límites; bendiciones, perdones y augurios para todos, menos para los fanáticos proselitistas; acogimiento del ateo, del agnóstico y salida al encuentro universal y cósmico de la persona, sin marcar diferencias entre ellas; clasificación de los hombres según a qué huelan (sic). Todo el menú completo de fruslerías bergoglianas se hallarán en las prolíficas y múltiples ocurrencias de este fulano, nacido en Cuenca, en 1944, encumbrado por la progresía española y americana; especie de Tucho Fernández del primer mundo, y merecedor, como él, del dicterio quijotesco, pronunciado cuando el caballero le recuerda a Sansón Carrasco la peligrosa insania de aquellos que escriben y arrojan libros de sí como si fuesen buñuelos. “La fórmula que yo les propongo desde el personalismo comunitario es la siguiente: Soy amado, luego existo. En lugar del pienso, luego existo, soy amado, luego existo […] O qué tal: Me dueles, luego existo”. He aquí un gajo de la típica aforística diazhernandiana, desgranado en sus glosarios, que bien pudiera hallarse en la Laudato si o en Amoris Laetitia. Pasó el tiempo en que los pontífices abrevaban en los clásicos. Ahora, prefieren plagiar a los escritorzuelos de bajo techado. Se nos fue la época de los papas rumiadores de doctores de la Iglesia o sabios de Salamanca. Ha llegado con Bergoglio el momento de calcar las ocurrencias de los sofistas. Lo más irritativo es que a esto se lo llame hacer “teología de rodillas”. A no ser que, dada la conocida afección futbolística de Francisco, el término aluda a los rodillazos que, a modo de brutales infracciones suelen cometer los jugadores imbuidos de torpeza cerril. La colafización Un antiguo ritual que pervivió al menos hasta el siglo XII, tenía lugar los Viernes Santos en aldeas capitales de Occidente. Las mayores autoridades de la comarca hacían comparecer en público al hebreo más destacado del terruño, y en presencia del público se le atestaba una simbólica bofetada, como para mantener viva la memoria del crimen del deicidio y la repulsa consiguiente a la que se haría acreedor todo aquel que del mismo no se retractase. La ceremonia se llamaba la colafización. Palabra que hunde su raíz etimológica en el griego, kolafiðzw, pasando por el latín: colaphizo, y que en principio y simplificando significa castigar. Varias fuentes documentales nos han quedado como registro de tan significativo rito; y en tal sentido aconsejan los estudiosos volver sobre las páginas insospechadas de Bernhard Blumenkranz, Les auteurs chrétiens latins du Moyen Âge sur les juifs et le judaïsme, publicado en el año 2007, en la Collection de la Revue des Études Juives. No tema el lector inquieto, ni se sobresalte el pío papólatra, que no estamos proponiendo una reedición del llamado Ultraje de Anagni, sucedido a principios del siglo XIV. Aquí no hay ningún Bonifacio VIII ni un Sciarra Colonna que le clave irrespetuosamente su mano en el rostro, si es que acaso así sucedieron los hechos. Pero los símbolos tienen su valor y por eso mismo los traemos a la memoria. Y lo que estamos queriendo simbolizar es claro como el agua. Bergoglio merece un castigo, un escarmiento, un correctivo, una penalidad, una sanción. Si ha de ser, para empezar, una carta de cuatro cardenales, que lo sea. Si han de seguirse, como de hecho ya ocurre, otros varios cardenales más que lo cuestionan y objetan, que lo sea también. Si ha de ser un rebaño leal a la Verdad, y por eso cada vez más perplejo y reacio a obedecerlo, y cada vez más creciente, téngase por válido.Si ha de ser,al fin,un santo varón solitario que se atreva a decir que el rey no sólo anda por las calles engañando y nudo sino que ya no quiere oficiar de rey, qué irrumpa pronto ese caballero fiel y veraz. Tome las formas que tomare la soba, este tránsito que está empeñado en dar del Iscariotismo a la Apostasía no puede quedar impune. Escandaliza y perturba. Y si remitimos al ritual colafizante, al modo de una alegoría, es porque ninguno como Bergoglio ha judaizado tanto a la Iglesia como él. Ninguno, hasta donde llega la memoria, se ha hecho socio y cómplice activo de la Sinagoga en la tarea imperdonable de descristianizar día a día la Barca que le fue confiada. Ninguno tan amable secuaz del pérfido enemigo bimilenario, motor y causa eficiente del resto de los enemigos que advinieron y vienen, siempre prontos para ultrajar a la Esposa. Una afirmación, pues, ha de seguirse como válida en estas trágicas circunstancias. Recibida bajo las formas que fuere la colafización, no ha lugar para la proverbial respuesta: “Si he hablado mal dime en qué, y si no por qué me pegas” (San Juan, 18, 23). El razonamiento en este caso es inverso: el golpe le llega precisamente porque ha hablado mal. Y personalmente hace años que le estamos diciendo en qué. Desde que escribimos La Iglesia traicionada, hacia el ahora lejano 2009. Y aún antes también. ¿Para qué lado miraban entonces los electores del Cónclave cuando en este rincón surero del Sur de Hispanoamérica, se advertía con dolor las inconductas de tamaño sujeto? Recen en mi Aprendimos de un monje –montañés sapiente y artesano de la palabra laudante‒ a profundizar el sentido de aquella perícopa joánica que dice: “Si ves a tu hermano pecar, reza por él y le darás vida” (I San Juan, 5, 16). Y el susodicho monje nos hizo conocer además las páginas del maestro copto Matta el Meskin, tituladas “La oración por los demás: una grave responsabilidad”. Hay en lo antedicho un misterio grande y luminoso –como son los misterios verdaderos‒ asociado tal vez al dogma de la Comunión de los Santos. Es el misterio de la sustitución vicaria. Rezo por el otro que no sabe lo que tiene que pedir; que ignora o viola lo que debe impetrar; que desconoce lo que le conviene suplicar cuando ora, agradecer cuando ruega, hacerse perdonar cuando implora. Rezo por el otro puesto en su pellejo, hecho su osamenta, transformado en su cuero. Rezo por el otro no como destinatario sino como sustituto. No en tanto receptor; antes bien como sucedáneo. Junto a la justiciera colafización de Bergoglio pedimos y ejecutamos esta clase de plegaria. Lo pedimos y lo ejecutamos de todo corazón. Sincera y filialmente. No es el monocorde “recen por mí” lo que habremos de hacer en estos tiempos límites. Sino el “recen en mi”. Recen; recemos, poniéndonos en el lugar de este hombre descarriado, devenido de pastor en lobo, de centinela en mercenario, de bautizado en circunciso. Recemos pidiendo su conversión. Y no hay en esto asomo de ironía, mordacidad o guasa. Hay verdadera seriedad en las cosas, cuando las cosas no admiten regreso ni solución ni cura, si no interviene la Omnipotencia Suplicante, y acogiendo nuestra oración vicaria, la deposita en las manos del Hijo. Como cuando pequeño, Ella dejó en sus manos el saludo matutino y tempranero de un beso materno. Misericordia et Misera Lo mejor y más provechoso de esta Carta Apostólica, sin dudas, es que nos remite al bellísimo pasaje agustiniano, en el cual Cristo y la mujer adúltera se encuentran, a instacias de los fariseos. Quieren poner a prueba la reacción del Señor ante un caso flagrante de conducta pecaminosa y a la par ilegal. Y El Señor habla y obra. Su conducta es parenética y a la par perfomativa. Esto es, que exhorta y amonesta, mientras realiza al hablar la acción evocada. Les dará a los sepulcros blanqueados una lección que nunca olvidarán. Le ofrecerá a la descarriada la única vía para no extraviarse. Y solos entrambos, huídos los feraces verdugos, el Rey que absuelve, la desposada que llora; ella que se marcha con el alma en vilo, y Él que se queda escribiendo sobre la tierra. Para que la tierra sepa que su juicio es transitorio y falible, y que por eso debe remitirse con seguridad y temor al juez que está en lo Alto. Los salmos se escuchaban en la escena: “¡Aprended, jueces de la tierra!” (Salmo 2, 10). “Miró a la tierra y ésta se estremeció” (Salmo 103, 32). El silencio se apoderó del paisaje. La inefabilidad señoreaba a sus anchas. Y la voz del Mesías retumbaba por las columnatas del templo, resonando hasta en la cima del Monte de los Olivos: el que esté libre de pecados que cause la primera herida con su cascote vengativo. El que no tenga dolo que se atreva a la primera sangradura. El incontaminado que lance con furia el ladrillo cercenante y odioso. “Señor, si tú mismo no me condenas, estoy salvada”… Hay un silbo de piedras en la tarde homicida, una mujer temblando como cimbran los trigos cuando arrecia la siega despojando de abrigos al fruto de los surcos tras la siembra crecida. Una mujer apenas. Ni siquiera está erguida, los crueles fariseos son jueces y testigos, cada puño un guijarro,los labios son castigos. Ella es la imagen misma de una rosa abatida. Varón de los perdones celestes y terrenos, Señor de la clemencia, maestro de mercedes, por tus palabras justas los rencores crujían. La miraste con esos, tus ojos nazarenos, la vida de la gracia le muestras y concedes. E inclinado hacia el suelo tus dedos escribían. Por Antonio Caponnetto

viernes, 7 de julio de 2017

ARMAGEDÓN

A los caídos en la batalla de Lutter am Barenberge, para aplastar la herejía luterana No sabemos el día, la hora o el espacio, nos resulta escondida la fecha y el paisaje, pero habrá una batalla, un asalto postrero, que será a Tu servicio, lidiando en Tu homenaje. No sabemos tampoco si las armas del duelo brotarán de la esquirla, del fuego,de los hierros. Donde retumben cascos de Tu galope iremos, nos lleves a una orilla o al filo de los cerros. Estarás de regreso, cumpliendo Tu palabra, en la diestra un estoque purificado en llantos de justos, de leales, del rebaño pequeño, y a grupas de sus potros te escoltarán los santos. Te veremos, Señor, como no te hemos visto, tal cual profetizaste con el son de un plañido, el lábaro flameando, las mesnadas pujantes, el campamento en vela sobre el Monte Megido. Los de Gog y Magog probarán su artería fundida en las tinieblas, crepitantes de averno, entonces el celaje se partirá de un tajo y bajarás ecuestre, arrollador y eterno. ¿Dónde irán los traidores de la Cruz y la Sangre, adónde los perjuros de la recta doctrina, qué refugio de sombras, de negrura y de abismos hospedará al indigno de la silla petrina? Confirma nuestra Fe, para no defraudarte, las aguas bautismales confírmanos al alba, revalida en nosotros la fuerza de los héroes, tu espaldarazo danos, Señor, porque nos salva. El temblor se disipa, sabiendo que acaudillas un ejército invicto transfigurado en grey, con vivac en el cielo, la gracia por vanguardia la muerte derrotada, vivando a Cristo Rey. Antonio Caponnetto

jueves, 6 de julio de 2017

SÉPTIMO MANDAMIENTO: NO ROBARÁS



“Hay muchos modos de robar.
Hurtando a escondidas.
Tal conducta es vituperable porque
constituye una especie de traición.

Entre los ladrones se cuentan
los malos príncipes y reyes perversos.

Cometen sus tropelías unas veces
solapadamente y otras con violencia.
Otras veces, despojan a sus súbditos
estableciendo leyes sólo con vistas
al lucro, o cometen fraude en los negocios.
Por eso se dice en la Escritura:
«no tendrás en tu bolsa pesas diferentes».
Todos los tiranos que por la fuerza poseen
reinos, provincias o feudos, son ladrones,
y todos ellos están obligados a restituir.
«Yo,el Señor, amo la justicia y aborrezco
la rapiña» (Is. 61, 8)”.

Santo Tomás de Aquino

miércoles, 5 de julio de 2017

CUANDO LOS PASTORES DUERMEN...

LOS PERROS TIENEN QUE LADRAR léase de estos tiempos revueltos de apostasía y cisma silencioso...

martes, 4 de julio de 2017

aforismos 3

“Los que no quieren ser vencidos por la Verdad son vencidos por el error” “Para saber cómo es un pueblo hay que examinar lo que ama” (San Agustín) “A Dios le gusta que lo ayuden a ser misericordioso; que no lo obliguen a ser justo” “Negar la realidad es negar la necesidad de remediarla” “No podemos dejar que se nos aburguese el alma” “Es peor el eunuquismo que el satanismo; éste se cura con el exorcismo pero aquél no se cura” (Ignacio Braulio Anzoátegui, p) “Dios ha muerto” (Nietszche, 1882) “Nietzsche ha muerto” (Dios, 1900) “Desde que los hombres no creen en Dios no es que no crean en nada: creen en todo” (Gilbert K. Chesterton) “La Teología de la Liberación es la liberación de la teología” (Rafael Luis Breide Obeid) “Como fiel a la Iglesia Católica residual, desde el Concilio me propuse evitar la obediencia indebida” (Octavio A. Sequeiros) “Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que te has de morir, mira que no sabes cuándo” (De una carta de Miguel de Unamuno a José Ortega y Gasset) “Si luchas, puedes perder; si no luchas, pierdes seguro” “Recordar es un deber; olvidar es una culpa” “El número (= la cantidad) no engendra la calidad ni la distinción ni la verdad” “Saber es saber definir y saber definir es saber distinguir” “El comunismo es el instrumento ideológico del poder del dinero” (Jordán Bruno Genta) “Un pesimista es un optimista bien informado” (Gilbert K. Chesterton) “Los cobardes prefieren la paz a la victoria” (Enrique Jardiel Poncela, falangista) “Todos mueren por alguna causa. Unos pocos mueren por una Causa” “La Verdad existe y es siempre una sola; las mentiras hay que inventarlas y pueden ser infinitas. Hay un solo modo de acertar e infinitos modos de errar” “Los políticos hablan sobre ética y moral como un ciego de nacimiento opinando sobre colores” “Si la vergüenza matara, los cargos públicos estarían ocupados por inmortales” “De Malvinas volvimos derrotados pero no vencidos” “Una de las ventajas de decir la verdad es no tener que acordarse de lo que uno dijo” (VGM A.M.M.M.) “La cobardía de los más posibilita la tiranía de los menos” “La perspectiva, esa distancia que en la pintura es el espacio y en la Historia es el tiempo” (Aníbal D’Angelo Rodríguez e Ivanissevich) “La claridad de la inteligencia nada tiene de común con la rectitud de la voluntad” “Jamás el cristianismo… os parecerá más sublime, más digno de Dios y más propio para el hombre que en la guerra” (Joseph de Maîstre) “El realismo católico es completamente contradictorio con el utopismo revolucionario” “El marxismo se nutre de la injusticia, (…) quiere la injusticia” (Carlos Alberto Sacheri) “Nostálgico… Reaccionario… Cuando un enfermo recuerda los tiempos en que se encontraba bien, no suspira por el pasado sino por la salud” “No es que la democracia esté enferma: la enfermedad es la democracia” (Charles Maurras) “Stat veritas dum volvitur orbis.” (“La verdad permanece estable mientras el mundo da vueltas”) (Lema de los Cartujos) “Todas las familias felices se parecen; las infelices lo son cada una a su manera” (Fedor Dostoievky) “La ideología es un aparato nocional que explica, justifica y ayuda a conservar el poder” (Chaim Mordechai (a) “Karl Marx”) “Nada hay más penoso que una bella teoría desbaratada por un hecho comprobado” (Mellor) “Nos han vencido pero no convencido” (Karl Schmitt, 1945) “Los ideólogos son emparvadores de humo” (Napoleón Bonaparte) “Ser rojo significa ir muriendo gradualmente” (Alexandr Solzhenitsyn) “Cuando un pueblo manifiesta un horror «civilizado» por la sangre, luego, recibe el castigo de su culpa: Dios le muda el sexo, lo despoja del signo público de la virilidad, lo convierte en pueblo-hembra y le envía conquistadores para que le quiten la honra” (Juan Donoso Cortés) “Seremos fusilados por curas bolcheviques” (Georges Bernanos) “Dinero perdido, poco perdido; honor perdido, mucho perdido; coraje perdido, todo perdido.” Proverbio alemán “…la naturaleza de perro que tienen los humanos que acatan y respetan a quienes temen” (Otto von Bismarck) “La democracia es el gobierno del dinero” (Oswald Spengler) “Es preferible la Verdad en soledad que el error en compañía” (Santa Teresa de Ávila) En 1944/5, a cada decisivo triunfo de los Aliados, se suscitaban en Bs. As. “Marchas” cada vez más numerosas en las lucían las banderas victoriosas y se entonaba “La Marsellesa”. Unos pocos “nazis” encabezados por los hermanos Juan Gabriel y Raúl Puigbó apuntándole al piso por donde iban a avanzar –sin causar ninguna herida a nadie- con pocos tiros pusieron en fuga a una enorme multitud exitista. Se comprobaron así los dos aciertos de un descarnado refrán popular asiático: “El victorioso tiene muchos amigos; el vencido, buenos amigos.”. Proverbio mongol La Iglesia Católica es verdaderamente indestructible: ni sus fieles de todas las jerarquías, desde Papas a monaguillos o simples parroquianos –empeñándose durante 20 siglos- han conseguido su desaparición. Las grandes inteligencias discuten ideas; las medianas, acontecimientos, y las pequeñas, personas. De un poder hasta Dios está voluntariamente privado: el de cambiar o alterar el pasado. Sobrevivir es sobrehumano e inhumano ¡y hay defensores de los derechos humanos!

lunes, 3 de julio de 2017

aforismos 2

“Inter armas silent leges” (= “Entre las armas callan las leyes”) (Aforismo jurídico) “La ley se ha inventado para que los buenos puedan vivir en medio de los malos” (Alfonso X) “La usura sigue a la inflación en todo tiempo y lugar” (Amílcar A. Muschietti Calveyra) “Los argentinos quieren estar mejor y no ser mejores” (Antonio de Oliveira Salazar) “Miente(n) pero no engaña(n)” (Antonio Machado) “La democracia extrema es ya una tiranía” (Aristóteles) “Existe solamente un medio para acortar la agonía sangrienta de la vieja Sociedad y los dolores de parto de la Nueva Sociedad, para simplificar y concentrarlos: el terrorismo revolucionario” (Arnold Kunzli & Karl Marx, Eine Psychographie - Europa Verlag – 1966, págs . 703, 712 y 715) “El poder es como un violín: se lo toma con la izquierda y se lo ejecuta con la derecha” (Arturo Frondizi) “Cuando el fascismo avanza, la causa de Dios avanza con él” (1935) “Las fuerzas nacionales (del Grl Franco en España) se portaron como paladines y defensores de la religión católica” (junio de1939) “La España eterna ha triunfado sobre los poderes del Mal” (mayo de 1940) (Cardenal Arthur Hinsley, Primado de Gran Bretaña) El mundo actual es “judío hasta en su núcleo más íntimo”. “El significado definitivo de «la emancipación de los judíos» lo constituye realmente la emancipación del judaísmo para la Humanidad” “La violencia es la partera de una vieja Sociedad que se encuentra embarazada de una nueva” “La violencia en sí misma es una forma económica de poder” (Chaim Mordechai (a) “Karl Marx” (Das Kapital – Dietz Verlag 1962, p 779) “Los que hicieron el 14 de Julio (de 1789) son capaces de hacer cualquier mal. Ellos no cometen crímenes para obtener sus fines sino que fabrican fines para cometer crímenes. No es la necesidad sino su índole la que los lleva a eso. (La Revolución es el) mal encarnado” (Edmund Burke) “Ha habido único ganador de la última guerra mundial, que no ha sido el pueblo norteamericano ni el pueblo ruso sino ese pueblo elegido por Dios llamado Israel” (Ernesto Giménez Caballero) “En toda Revolución verdadera, o se triunfa o se muere” (Ernesto Guevara de la Serna (a) “Che”) “Es preciso emplear el terror para triunfar en la guerra y dar muerte a todos los enemigos” “¡Fuera la raza semítica!... ¿O esque no tenemos derecho como un alemán ni cualquiera, un polaco, para hacer salir a estos gitanos bohemios que han hecho del mundo su patria…” y “pretenden dejarnos sin Patria, declarando a la nuestra artículo de ropa vieja negociable…” (Faustino Valentín Quiroga Albarracín (a) “Domingo Faustino Sarmiento”, Obras Completas, Tomo XXXVI, Editorial ‘Luz de Día’) “Cuando la gran guerra o la gran noche revolucionaria hayan pasado por el mundo y no quede absolutamente nada, la Banca judaica quedará dominando todas esas ruinas” (Fedor Dostoievsky) “El deseo del corazón humano padece tres tentaciones: poder, fama y dinero” (Fray Luis de León) “…de los dos tercios de habitantes de que se compone el mundo, dos y medio son necios y el resto, pícaros, con muy poca excepción de hombres de bien” (Grl José de San Martín, carta al Grl Tomás Guido desde Bruselas el 18-XII-1827) “Con la verdad, ni ofendo ni temo” (Grl José Gervasio Artigas, nuestro Protector) “Lo establecido de antiguo siempre tarda en despertar para defenderse” (Hilaire Belloc) “La usura fue una herencia hebrea y «lusitana» de la que no se había podido desprender el comerciante bonaerense, sagaz urdidor de tratos judaicos” (José María Ramos Mejía) “Democracia exasperada y fuera de sí, democracia en religión y en arte, en el pensamiento y en el gesto, en el corazón y en las costumbres… Lo que hoy se llama democracia es una degeneración de los corazones, el más peligroso morbo que pueda padecer una Sociedad” “…esa purulenta secreción de las almas rencorosas” (José Ortega y Gasset) “Si los hombres comprendieran hoy lo que es una Revolución, (ésta) mañana no existiría” (Joseph de Maîstre) “En la guerra, la moderación o el pacifismo significan derrotismo.” “El derecho de la guerra es matar al vencido” (Juan Jacobo Rousseau) “Los radicales conservadores (¿?¡!) se irán con Don Bernardo de Irigoyen; otros radicales se harán socialistas o anarquistas; la canalla de Buenos Aires, dirigida por el pérfido traidor de mi sobrino Hipólito Yrigoyen, se irá con Roque Sáenz Peña, y los radicales intransigentes nos iremos a la mismísima mierda” (Leandro N. Alem, última carta de antes de suicidarse) “Mejor diez muertos inocentes que un solo enemigo con vida” (Le Duc Tho, Premio Nobel de la Paz siendo terrorista de la banda Viet-Cong) “La voluntad de clase del enemigo” debe quebrarse mediante “El uso sistemático de la violencia; el terrorismo mata a un individuo e intimida a miles” (León Davídovich Bronstein (a) “Trotzky”, Terrorismo y Comunismo –Ann Arbor, p. 55) “El mal ejemplo vino de arriba y por esto el pueblo no es el gran culpable aunque sea el gran castigado” “Tantas leyes como hay y todos quedan impunes” “Así como queda mal un cura duro, así queda mal un militar blando” “Si Cristo fuese crucificado en Buenos Aires entre dos ladrones, al tercer día resucitarían los ladrones” (Leonardo Castellani, E.U.) “La verdad de ninguna cosa tiene vergüenza sino de estar escondida” (Lope de Vega) “En ciertas ocasiones, no sólo es lícito a los cristianos hacer la guerra sino que también ello puede ser mejor que lo contrario y aun puede suceder que sea pecado mortal no guerrear” (Luis de Molina) “La verdad nunca daña a una Causa justa” (Mahatma Mohandas K. Gandhi) “Se lucha mejor para conseguir que para conservar” “El fascismo es guerra” (Mao Tse Tung, Escritos Militares) “El oro abre las puertas y cierra las bocas” (Margarita Ivulich) “Es imposible vengarse de la Historia” (Martin Heidegger) “Con la Izquierda adentro (del Frente Para la Victoria) se roba mejor” (Néstor Carlos Kirchner) “…no se debe nunca dejar persistir un desorden por evitar un choque, porque éste no se evita sino que se difiere con mayor desventaja” (Nicolás Maquiavelo) Quien bien tiene y mal escoge, del mal que le viniere no se enoje. Refrán “Se supone que la política es la segunda profesión más antigua; he llegado a la conclusión de que guarda una gran semejanza con la primera” (Ronald Reagan) “Cuando la guerra es justa, el que no mata, peca” (San Agustín) “No hay peor escándalo que querer suprimir la verdad por miedo al escándalo” (San Gregorio Magno) “(La Revolución Soviética) fue consumada por una banda de revolucionarios profesionales, en su mayor parte, judíos” (Sir Winston Churchill) “Los ingredientes de una revolución son sangre y tiempo: si se insume mucha sangre, se ahorra tiempo; si se insume mucho tiempo, se ahorra sangre” (Tte Grl Juan Domingo Perón Sosa) “El chinchón y la canasta son juegos para políticos: roban por turno” “Es mejor pedir perdón que pedir permiso” “La gente «normal» –ingrata e hipócrita‒ considera a la represión (de delincuentes terroristas o comunes) como una tarea indispensable pero «sucia», como la de los recolectores de basura, para nada prestigiosa, respetable ni merecedora de reconocimiento, aunque arriesguen o pierdan sus vidas o las de sus cercanos” “Los jóvenes de hoy preanuncian el futuro: gran motivo para aprovechar al máximo el presente” “Los que eligen el lugar, el tiempo y el modo más artero para atacar a traición e infligirnos su terrorismo premeditado no deben quejarse si sus víctimas reaccionan disponiendo cómo y hasta qué limites perseguir su aniquilamiento” “Todos prometen. Nadie cumple. Vote por Nadie” (VGM A.M.M.M.) “Los actos terroristas partidarios contra los representantes del régimen son recomendables” (Vladimir Illich Ulianov (a) “N. Lenin”, Partisan Warfare 1966, pág. 68) A los políticos y a los pañales hay que cambiarlos a cada rato y por el mismo motivo. Anagrama de “argentino” = ignorante. La única vez que un político dice la verdad es cuando acusa de mentiroso a un homólogo. Los jacobinos de 1810 y los liberales de 1853 adoptaron sin adaptar recetas y modelos ajenos. Mientras cada vez más gente exista que jure y rece en español su Credo, siempre habrá en Castilla un falangista, un requeté en Navarra y un Moscardó en Toledo, en el Plata un rosista y un oribista hermanados en un mismo entrevero, en Chile algún huaso portalista, en México un persistente cristero, un guineano y un filipino hispanista para restaurar nuestro Imperio entero.