jueves, 30 de junio de 2011

DETECTIVE

Pelicula del cura más celebre de Chesterton

miércoles, 29 de junio de 2011

martes, 28 de junio de 2011

historias de Juan el molinero - 1

para mis chavales de la cate... que ya estan de vacaciones
y les gustan los helados kalipo, el agua y las bicis...

La obediencia

inmigrantes

el video (12 min) es de un alumno de la eso
pero recoge aspectos interesantes del tema...

lunes, 27 de junio de 2011

no palabras sino realidad

NO PALABRAS, SI NO REALIDAD: EL SACRAMENTO DEL PAN de Josef Pieper

Un joven párroco de gran ciudad, entrevistado exhaustivamente en la televisión no hace mucho y muy elogiado, trasladó sin más ni más la misa dominical al club de sus jóvenes feligreses, sentados juntos allí para tomar «Coca Cola» y patatas fritas. «Si no venís a mi prédica, ¿por qué no he de sentarme con vosotros a la mesa y hablaros aquí?»
Puede pensarse, en principio, en un procedimiento plausible, casi obvio. No queda claro, sin embargo, si ese hombre decidido era de la opinión de que con tal intercomunicación se lleva a cabo todo aquello alcanzado por el sacrificio eucarístico, y si no todo, al menos lo principal, el núcleo. Los autores del reportaje televisivo parecían convencidos de esto.

Dejemos la fiesta en paz. Naturalmente, el párroco tiene razón en un punto: se atiene a la vieja verdad de que quien quiere enseñar ha de buscar a su hombre, a sus oyentes, allí donde le guste o no los encuentre de hecho, bien sea en la discoteca, en el aperitivo, al caer la tarde, en la zona peatonal de la ciudad o ante el televisor. Esa verdad de perogrullo ya la practicó Sócrates en el ágora de Atenas, y no de forma distinta, por cierto, a como hizo también el apóstol Pablo unos siglos después. Si la fe cristiana llega a través del oído, ha de hablarse, pues, a oyentes. En definitiva, evangelio significa tanto como «buena nueva», «alegre embajada», y un embajador no es precisamente aquel que espera que vengan a su casa, antes bien, él mismo se pone en camino y habla a los hombres.

Al principio está, pues, siempre el anuncio. Hace pocos años, el Concilio Vaticano II ha reforzado esta verdad obvia, preterida alguna vez en la cristiandad e inflada ahora en una dimensión mítica y como última palabra de la sabiduría. Ese refuerzo, sin embargo, ha sido realizado en la medida correcta.

Además, está claro que el anuncio de la palabra puede tener lugar, en principio, en cualquier sitio. Simplemente debe acontecer allí donde se dé con aquel a quien va dirigida. Y, naturalmente, no hay el menor motivo que le impida a uno utilizar para ello todo el conjunto de técnicas de transmisión.

Pero hay que pensar también en el reverso de la medalla. Hablar y anunciar constituyen ciertamente el comienzo, y ese comienzo ha de emprenderse continuamente. Pero hablar no puede ser lo principal. Por naturaleza, hablar remite a algo que no es palabra, sino ¿qué? Sino realidad. En este punto me viene a la memoria el dicho de un amigo, proclamado con convicción, casi como un refrán y que por lo demás apruebo totalmente: «No voy a la Iglesia porque allí se hable o se predique, sino porque allí ocurre algo.» Sin duda carece totalmente de importancia lo que alguien, un amigo o uno mismo, un individuo, en cualquier caso, opine sobre cosa tan importante. De peso es, me parece, lo que la Iglesia misma, la kyriaké (que es tanto como decir la comunidad santa del Señor), cree, piensa y dice a través de los siglos. Y ella dice, ciertamente, desde un principio que el punto central del sacrificio eucarístico es en verdad un acontecimiento, algo que pasa realmente.

Y, ¿qué es lo que pasa? La respuesta, precisamente, a esa pregunta, la respuesta téngase en cuenta dada por la misma Iglesia, quisiera yo, un laico, no sacerdote ni tampoco teólogo, deletrearla de un modo, por decirlo así, elemental, ya que hoy todos los hechos fundamentales parecen necesitar de explicaciones totalmente simples.

Por lo demás, hablaré como un creyente, como un cristiano católico, y posiblemente sólo un creyente coincidirá conmigo. A pesar de todo, pienso que ha de permitirse, al menos al no creyente, captar cómo se presentan tales cosas a un creyente, como, por otro lado, me interesaría a mí, sin duda, digamos, cómo entiende e interpreta un hindú ortodoxo las doctrinas fundamentales del hinduismo.

Lo primero de todo que ha de captarse en la celebración litúrgica cristiana, sin lo que lo demás será todo falso, es su carácter derivado, subordinado, secundario, lo que en ella se realiza es esencialmente eco, continuación; dicho más certeramente: es, en un sentido muy preciso del que se hablará—, la actualización, el hacerse presente un acontecimiento pasado, que queda atrás; concretamente, aquel acontecimiento que suele designarse, con un concepto técnico de la teología, como «encarnación». Esto quiere decir: quien no es capaz de aceptar como realmente acontecido ese hecho originario, no sólo en el tiempo sino por esencia, anterior y preordenado, tampoco puede jamás «realizar», ni pensando reflexivamente ni verificándolo de hecho, lo que «pasa» en la celebración litúrgica de la Iglesia.
Pero aquel acontecimiento originario ocurrido como expresa la palabra— «en la plenitud de los tiempos» y constituyendo de hecho el centro de la historia de la humanidad, no es sólo, en verdad, algo difícil de captar, sino algo realmente increíble, que no se admitiría nunca ni del más fiable de los informadores ni del más genial de los filósofos o teólogos, a no ser que se supiera garantizado por un, como dice Platón, theios logos, una locución divina, la revelación en el sentido estricto de la palabra. Se trata verdaderamente de algo sencillamente imposible: así llegaría a pensarse, si no se supiera que lo totalmente perfecto, el cumplimiento, la plenitud, se nos presenta siempre de forma inesperada, impremeditada.

«Imposible aparece siempre la rosa», dice un verso goethiano. Como se ve, hablo realmente como un profano, pues, naturalmente, lo inconcebible de la rosa, descifrable al florecer, dista infinitamente de la dignidad de aquel acontecimiento del que aquí hablamos y que supera toda fuerza imaginativa humana: Dios mismo se hace hombre y, como dice el Nuevo Testamento con una imagen tomada del lenguaje de los nómadas, planta su tienda entre nosotros.

Y, no obstante, ese cerrarse del circulo, en el que coinciden comienzo y fin, el primitivo origen creador y la posterior conclusión del proceso creador, ese cerrarse de la corona, no lo es todo. Pensar eso podría conducir a nuestra mente, que tiende por naturaleza a un «sistema» sin fisuras, al error de una mala interpretación ahistórica y gnóstica de la encarnación de Dios.

Lo específico es de tal guisa que rompe necesariamente toda fórmula mundana armonizadora. Lo específico es que ese Dios hecho hombre en Jesucristo se deja matar en un acto de entrega datable en el tiempo nuestro, «bajo Poncio Pilatos», por los hombres, por su pueblo, para posibilitarnos la participación en la vida divina.

Nunca entenderemos por qué fue necesario para eso un sacrificio tan cruel en el vergonzoso leño, aunque, de otra parte, a la experiencia íntima del corazón no le es ajeno que nadie tiene un amor más grande que quien da su vida por los que ama.

Repitamos de nuevo: quien, por lo motivos que sea, no acepta como realidad histórica este hecho originario, la encarnación de Dios y el sacrificio de Jesucristo, seguirá cerrando el acceso a cualquier comprensión del misterio litúrgico cristiano; pues lo que «pasa» en el sacrificio eucarístico de la Iglesia deriva de aquel hecho orignario; es algo esencialmente secundario.

Por lo demás es también ésa una formulación que puede confundir. Por ejemplo, no quiere decir, sobre todo, que el culto cristiano sea algo así como una especie de celebración conmemorativa, en la que se mantiene y produce el recuerdo en algo pasado, lo que sería, por lo demás, muy natural y razonable.

Ha llegado el momento de decir algo sobre una idea utilizada siempre contra el cristianismo en la gran filosofía de los siglos XVIII y XIX Considerado lo esencial, es radicalmente falsa, pero no se ha de considerar tal objeción como totalmente incomprensible. Me refiero a la objeción hecha por Kant, por Lessing y por no pocos más hasta nuestros días, y con diversa presentación: cómo puede o incluso debe basarse toda una vida en un hecho histórico que tuvo lugar en un determinado momento. ¿Una fe basada en una verdad necesaria y vinculante? Por supuesto, en esto no hay problema. Pero una «fe histórica» (ésa es la formulación de Kant) que remite a un acontecimiento hace tiempo ocurrido con todas sus contingencias, ¿puede imponerse algo así a una conciencia crítica? Sobre esto podría decirse que no menos quebraderos de cabeza nos daría, por ejemplo, la contrapregunta de si quizá sólo un espíritu absoluto podría soportar certezas necesarias. Sin embargo, es cierto un aspecto de esa objeción. Si realmente el logos divino se ha hecho hombre en Cristo y se ha revelado, no puede considerarse tal hecho limitado al espacio de pocos años situado en los comienzos de nuestro cómputo de casi veinte siglos. La encarnación de Dios si ha ocurrido realmente y si ha de apremiar con razón a los hombres a cambiar de vida no puede pensarse de otra forma que no sea como algo permanentemente presente ahora y en el futuro tiempo no, por supuesto, en la forma de una «necesaria verdad de razón», sino como acontecimiento vivo, ciertamente inconcebible, captable sólo por el creyente, pero del todo real.

Pues bien, precisamente esa visible actualidad de encarnación y muerte sacrificial constituye el meollo de la celebración litúrgica cristiana; es la actualidad que experimenta como real quien participa en la celebración.

Está bien, diría alguno, pero todo lo que visiblemente pasa en la celebración litúrgica tiene al fin la cualidad de lo meramente simbólico. No, diría yo; no de lo «meramente simbólico»; ¡tiene la cualidad del sacramento! Es verdad que el sacramento pertenece al género de los signos y símbolos, pero no es algo «meramente» simbólico; no sólo significa algo, sino que siendo algo que no se da en el mundo, fuera de en esta situación— es un signo que al mismo tiempo realiza lo que significa; es decir, crea realidad objetiva, consistente. Naturalmente, no mediante un puro obrar mudo, «mágico», la palabra hablada no deja de tener importancia; es, por supuesto, pronunciada. Sin embargo, es algo profundamente problemático y una formulación que lleva demasiado fácilmente al error, el que un teólogo moderno, por demás conocido, diga que la esencia del sacramento consiste en la palabra. No; lo decisivo y lo diferenciador de la palabra sacramental es que, al pronunciarse, ocurre precisamente aquello de lo que se está hablando.

Acontece en la celebración litúrgica algo, intuido y ansiado por todos los cultos humanos y en buena medida prefigurado por ellos: la verdadera presencia de Dios entre los hombres o, dicho más exactamente, la presencia viva del logos divino hecho hombre y de su muerte redentora en medio de la comunidad celebrante. «¡Celebrante!» Con lo que está claro que aquí se excluye la arbitrariedad del lugar e incluso del comportamiento. Dignidad y gravedad no es algo que pueda darse en cualquier lugar y de cualquier modo. Tales solemnidades exigen un espacio delimitado expresamente respecto de lo trivial y cotidiano. Y aunque el muro de separación estuviera tan sólo constituido por los cuerpos vivos de quienes asisten a la celebración, como ya ocurrió bastante frecuentemente en los campos de concentración de los poderes terrenos. Lo que se exige, ante todo, es la comunidad de quienes adoran con fe.

Normalmente, esto es, excepto en la situación de emergencia de la que ahora no hablamos, se encuentra un altar. «Sacramento del altar»: ése es ya desde el tiempo de San Agustín el nombre de la celebración litúrgica cristiana. Pero un altar; es decir, en su significado interno, invisible, no sólo una mesa, algo así como una pieza de mobiliario, sino también la piedra del sacrificio sobre la que tiene lugar la ofrenda. Por lo demás, el altar cristiano es esencialmente también, en cuanto «mesa del Señor», el lugar del común litúrgico.

Con lo que acaba de hacerse referencia a un nuevo aspecto de nuestro tema: la cuestión de cómo el cristiano logra expresamente la participación supuesta en lo que «pasa» en la celebración de la misa, objetiva y corporalmente, esto es, más allá de toda locución, prédica y oración humanas y tras la actuación simbólica.

¿Cómo participo, cómo tomo parte en el hecho que se realiza? ¿Por mera presencia mía? Por supuesto que no sólo por eso. ¿Bastaría la presencia, por muy atenta e intensiva que fuera? ¿Cómo se realiza en este caso especial, totalmente excepcional, lo que con una expresión rebajada a moda se denomina hoy «comunicación»? Por lo demás, como puede apreciarse, esa palabra no está muy lejos de las palabras «comunión» y «comunicar», que en el vocabulario cristiano han designado casi exclusivamente la participación y cooperación, de las que ahora nos ocupamos. «Comunicar»: es ésta una palabra que recientemente, un tanto aquejada de vaguedad y generalidad, ha pasado de la jerga sociológica al lenguaje cotidiano del hombre medio culto. Tales traslaciones de sentido contienen también una oportunidad especial de, más allá del lenguaje habitual, parar la atención en algo ya manido desde la perspectiva del profano, de «quien no está en el ajo», y verlo, como si fuera por vez primera, con los ojos del ingenuo, haciéndose de nuevo con el sentido originario de la palabra.

Así me ha ocurrido a mí con la lectura del notable libro del periodista francés André Frossard, Dios existe, yo me lo encontré*, un libro que se ha mantenido largo tiempo en las listas internacionales de best sellers (por cuyo motivo a punto he estado de no prestarle atención).

En verdad se trata del reportaje magnífico y convincente, precisamente por su sencillez carente de pretensiones, de un moderno y secularizado intelectual, por demás no fuera de serie, del reportaje de una experiencia que con mayor o menor razón podría denominarse «mística». Sobre todo, el autor describe sus reacciones ante el descubrimiento, llevado a cabo con alguna sistemática, del cristianismo católico y de su doctrina. Con renovado asentimiento, dice Frossard, ha llegado a conocer la doctrina de la Iglesia, hasta entonces apenas conocida de oídas; una y otra vez las enseñanzas de la Iglesia le parecieron como tiros que dan en el blanco, excepto una. Sólo una le ha sorprendido y ha suscitado su mayor admiración, una que es precisamente de la que estamos hablando: la participación del hombre en la divinidad hecha presente en el sacramento.

«¡Que el amor divino haya encontrado ese camino singular de darse a sí mismo en el pan, en la comida de los pobres! Entre todos los dones con que me ha favorecido el cristianismo, éste era el más hermoso.» Hasta aquí, Frossard.

Dirijamos de nuevo la atención a nuestro problema de partida. Lo decisivo y esencial, lo que «pasa» en la celebración litúrgica cristiana no es la locución, el predicar, sino aquella realidad acontecido, de la que en el mejor de los casos habla la palabra anunciada: el hecho, que escapa de toda normalidad de la existencia habitual y es en sentido absoluto no cotidiano, de la actualización del sacrificio de Cristo, que se une él mismo en el pan, como un presente efectivo, a los convidados que celebran el sacrificio con fe.

Precisamente quien piensa con categorías abstractas, precisamente ése corre el peligro de, con orgullo espiritualista, considerar demasiado material y totalmente primitiva la compacta realidad de tal banquete con el mismo Dios. De hecho, en mis tiempos de estudiante he oído hablar a un profesor de sociología de la celebración eucarística de la cristiandad como de un «atavismo negroide». E incluso un hombre como San Agustín parece defenderse de una tentación amenazadora al sostener con cierta vehemencia que aquí no se trata precisamente de un «acontecimiento verbal» («nada de palabras, ni letras, ni de algo que suene»), sino del cuerpo de Cristo incorporado en la materia constituida por los frutos de la tierra.

Pero lo que quizá pueda parecer problemático y como muy poco «espiritual» a quien, sin ser molestado, se sienta en su escritorio aparece en las situaciones límites de la existencia de millares y millares como una realidad verdaderamente consoladora y salvadora, pero, sobre todo, como una realidad que es fuerte y da fortaleza: a los prisioneros de la dictadura del terror, a los señalados por la muerte, a los moribundos, para los que no se trata de un consuelo más, ni de palabras humanas, ni de discursos, sino de una realidad divina en el sacramento del pan.

* Trad. española, publicada por Edic. Rialp en «Libros de Bolsillo». 7.á ed., Madrid, 1979. Extraído de PIERPER, JOSEF; "La fe ante el reto de la cultura contemporánea"; Madrid, Rialp, 1980; pág.54-63.

domingo, 26 de junio de 2011

CORPUS

EN EL DÍA DE CORPUS CHRISTI


Todos los misterios de Nuestro Salvador Jesucristo, queridísimas almas, son sublimes y profundos: nosotros los veneramos en unión con la sacrosanta Madre Iglesia. Sin embargo el misterio de hoy, la institución del Santísimo Sacramento de la Eucaristía, por medio del cual el Señor se ha entregado en comida a las almas fieles, es tan sublime y elevado que supera toda comprensión humana. Tan grande es la bondad del Sumo Dios, en Él resplandece tal amor que cualquier inteligencia queda sobrepasada; nadie podría explicarlo con palabras, ni comprenderlo con la mente. Pero ya que es mi deber hablaros de ello por el oficio y la dignidad pastoral, os diré también algo de este misterio. Brevemente, esta homilía estará centrada sobre todo en dos puntos: cuáles son las causas de la institución de este misterio y cuáles los motivos por los que lo celebramos en este tiempo.

¿Qué motivo, sino solo el amor, pudo mover al Bondadosísimo y Grandísimo Dios a darse como alimento a esa mísera criatura que es el hombre, rebelde desde el principio, expulsado del Paraíso Terrenal, a este mísero valle desde el principio de la creación por haber probado el fruto prohibido? Este hombre había sido creado a imagen de Dios, colocado en un lugar de delicias, puesto a la cabeza de toda la creación: todas las demás cosas habían sido creadas para él. Trasgredió el precepto divino, comiendo el fruto prohibido y, “mientras estaba en una situación de privilegio, no lo comprendió” por eso “fue asimilado a los animales que no tienen intelecto” (Salmo 49, 13); por eso fue obligado a comer su misma comida.

Pero Dios ha amado siempre tanto a los hombres que pensó en el modo de levantarlos tan pronto como habían caído; y para que no se alimentaran del mismo alimento destinado a los animales —¡contemplad la infinita Caridad de Dios!— se dio a Sí mismo como alimento al hombre. Tú, Cristo Jesús, que eres el Pan de los Ángeles, no te has negado a convertirte en el alimento de los hombres rebeldes, pecadores, ingratos. ¡Oh grandeza de la dignidad humana! ¡Por un acontecimiento singular, cuánto mayor es la obra de la reparación, cuánto supera esta dignidad sublime a la desgracia! ¡Dios nos ha hecho un favor singular! ¡Su amor por nosotros es inexplicable! Sólo este amor pudo mover a Dios a hacer tanto por nosotros. Por ello ¡qué ingrato es quien no medita en su corazón y no piensa a menudo en estos misterios!

Vayamos al segundo punto de la reflexión. Oportunamente hoy la Iglesia celebra la Solemnidad de este Santísimo Misterio. Podía parecer más oportuno celebrarla en la Feria Quinta in Cœna Domini, día en el que sabemos que nuestro Salvador Cristo, ha instituido este Sacramento. Pero la Santa Iglesia es como un hijo, correcto y bien educado, cuyo padre ha llegado al término de sus días y mientras está a punto de morir, le deja una herencia amplia y rica; no tiene tiempo de entretenerse en el patrimonio recibido: está totalmente volcado en llorar al padre. Así la Iglesia, Esposa e Hija de Cristo, está tan atenta a llorar en aquellos días de Pasión y de atroces tormentos, que no está en condiciones de celebrar como querría esta inmensa heredad a Ella entregada: los Santísimos Sacramentos instituidos en estos días.

Entre los misterios del Hijo de Dios que hasta ahora hemos meditado, el último fue la Ascensión al Cielo. Ello sucedió para que Él recibiese a titulo propio y nuestro la posesión del Reino de los Cielos y se manifestara el dominio que poco antes había afirmado: “Me ha sido dado poder en el cielo y en la tierra” (San Mateo, 28, 18).

Como cualquier Rey, en el acto de recibir la posesión de un reino, se dirige antes que a cualquier otra ciudad a aquélla que es la capital y metrópolis del reino (y como un Magistrado o Príncipe que se prepara para administrar un reino en nombre del Rey), así también Cristo: honrado con la señoría más grande y con todo derecho en el cielo y en la tierra, en primer lugar tomo posesión del Cielo, y desde allí, como haciendo una demostración, difundió sobre los hombres los dones del Espíritu Santo. Pero habiendo elegido reinar también en la tierra, nos dejó a Él mismo aquí, en el Santísimo Sacrificio del Altar, en este Santísimo Misterio que hoy celebramos. Por este motivo extraordinario la Santa Madre Iglesia ordena que sea llevado por todos en Procesión —en forma solemne— por las ciudades y los pueblos.

Cuando el poderosísimo Rey Faraón quiso honrar a José, mandó que se lo condujera por las calles de la ciudad y, para que todos conocieran la dignidad de quien había explicado los sueños del Faraón, le dijo: “Tú serás quien gobierne mi casa, y todo mi pueblo te obedecerá; sólo por el trono seré mayor que tú. Mira, te pongo sobre toda la tierra de Egipto. El Faraón se quitó el anillo de la mano y lo puso en la mano de José; hizo que le vistieran blancas vestiduras de lino, y puso en su cuello un collar de oro. Después lo hizo subir sobre su segundo carro y delante de él un heraldo gritaba, para que todos se arrodillaran delante de él. Y así lo puso al frente de todo el país de Egipto” (Génesis, 41, 40 y ss.).

También Asuero, cuando quiso honrar a Mardoqueo, le hizo vestir vestiduras reales, lo hizo subir a su caballo y a tal fin mando a Amán que lo condujera por la ciudad y gritara: “Aquí viene el hombre a quien el Rey quiere honrar” (Ester, 6, 11).

Dios quiere ser el Señor del corazón del hombre; quiere ser honrado, como conviene, por todos los hombres. Por esto hoy, de forma solemne, conducido por el Clero y por el Pueblo, por los Prelados y los Magistrados, recorre las calles de la ciudad y de los pueblos. Por esta razón es que la Iglesia profesa públicamente que Éste es nuestro Rey y nuestro Dios, de quien hemos recibido todo y a quien debemos todo.

Oh, hijos queridísimos en el Señor, mientras hace poco caminaba por las calles de la ciudad, pensaba en una multitud tan grande y en la variedad de personas que hasta hoy, hasta nuestros días está oprimida por la miseria de la esclavitud y por largo tiempo ha tenido que servir a amos tan viles y crueles. Veía a un cierto número de jóvenes que se han dejado dominar por la lascivia y la pasión y, como dice el Apóstol (cfr. Filipenses, 3, 19), han proclamado como dios a su propio vientre. (Quienquiera que pone cualquier cosa como fin de su propia existencia, quiere que tal cosa sea su dios. En efecto, Dios está en el término de todo).

¡Que renuncien éstos a la carne, a la lujuria, a frecuentar las malas casas y tabernas, las malas compañías! ¡Que renuncien a los pecados y reconozcan al Verdadero Dios que la Iglesia profesa por nosotros! Lloraba por la soberbia y la vanidad de algunas mujeres que se idolatran a ellas mismas, y dedican aquellas horas de la mañana, que deberían consagrar a la oración, al maquillaje de sus rostros y al peinado de sus cabellos; que piden cada día nuevos vestidos, hasta el punto de hacer pobres infelices a sus maridos y mendigos a sus hijos y consumir su patrimonio. De ello se derivan mil males, los contratos ilícitos, el no pagar las deudas, el no dar cumplimiento a las últimas voluntades piadosas; de ello el olvido del Dios Bondadosísimo y Grandísimo, el olvido de nuestra alma. Veía a tantos avaros, mercaderes del infierno, gente que a tan caro precio compra para sí el fuego eterno; de ellos con razón dice el Apóstol: “La avaricia es una forma de idolatría” (Efesios, 5, 5; Colosenses, 3, 5). Aparte del dinero no tienen otro Dios, sus acciones y palabras están dirigidas a pensar y decidir cómo ganar mejor, conseguir terrenos, comprar riquezas.

No podía dejar de ver la infidelidad de algunos que se declaran expertos en la ciencia de gobernar y sólo tienen esto ante sus ojos. Son quienes no dudan pisotear la ley de Dios que ellos declaran contraria a la forma de gobernar (¡pobres y desgraciados!) y obligan a Dios a retirarse. ¡Hombres dignos de lástima! ¿Y deben llamarse cristianos quienes estiman y declaran públicamente a sí mismos y al mundo más importantes que a Cristo?

El Señor ha venido, con esta santa institución de la Eucaristía, a destruir todos estos ídolos, a fin de que con el Profeta Isaías, hoy podamos exclamar al Señor: “Sólo Tú eres Dios; no hay otros, no hay otros Dioses. En verdad Tú eres un Dios escondido, Dios de Israel, Salvador” (Isaías, 45, 14 y ss.). ¡Oh Dios bueno, hasta ahora hemos sido esclavos de la carne, de los sentidos, del mundo; hasta ahora dios ha sido para nosotros nuestro vientre, nuestra carne, nuestro oro, nuestra política! ¡Queremos renunciar a todos estos ídolos: honrarte sólo a Ti como verdadero Dios, venerarte a Ti que nos has hecho tantos beneficios y, sobre todo, te has entregado a Ti mismo como alimento para nosotros! Haz, te ruego, que de ahora en adelante nuestro corazón sea sólo tuyo y nada nos aparte más de tu amor. Que prefiramos mil veces morir antes que ofenderte aun mínimamente. Y de este modo, haciéndonos mejores, con la fuerza de tu gracia, gozaremos eternamente de tu Gloria. Amén.

San Carlos Borromeo. Homilía del 9 de junio de 1583

viernes, 24 de junio de 2011

David Copperfield

La novela de Charles Dickens se publicaó por primera vez en 1850...
Al igual que el resto de sus obras -a excepción de 5 de ellas- esta
fue publicada en capítulos mensuales. Muchos elementos de la novela
hacen referencia a la propia vida de Dickens; es superautobiográfica.
Ya dijo el propio Dickens en un prólogo que de todos mis libros,
éste es el que más me gusta... como muchos padres, tengo un hijo
preferido, un hijo que es mi debilidad; este hijo se llama...


jueves, 23 de junio de 2011

caritas... es amor

a costa de pasar por irreverente va este spot:
"o todos o ninguno" que es anuncio de cerveza
pero tambien una parabola de caritas vs crisis

miércoles, 22 de junio de 2011

los judíos en el cine

EMPEZAMOS CON EL CLÁSICO DE... Ana Frank, que nació en Alemania en 1929 y pertenecía a una familia judía que se exilió en Holanda al comenzar las persecuciones nazis. A la edad de trece años comenzó a escribir un diario y poco tiempo después ella y su familia tuvieron que ocultarse para evitar los campos de concentración. Permanecieron escondidos desde 1942 hasta 1944 año en que fueron descubiertos. En 1945 murió en el campo de concentración de Bergen-Belsen. Su diario fue encontrado en el escondite que habitó durante dos años.

Y aqui la nueva versión del año 2009... reciente, reciente.

EL ESCONDITE


LA REDADA
En la noche del 16 de julio de 1942, 4.500 gendarmes del gobierno colaboracionista del Mariscal Pétain, que había firmado un pacto con Hitler y aceptado la ocupación de Francia por el ejército alemán, procedieron en París a una gigantesca redada, en la que 13.152 judíos fueron arrestados y posteriormente encerrados, en condiciones infrahumanas, en el Velódromo de invierno. Estaba previsto detener a 27.391 judíos, pero, aunque la mayoría de los franceses fueron colaboracionistas, una minoría participó en la Resistencia, tanto pasiva como activa, frente al invasor. La desobediencia civil de muchos ciudadanos y de algunos funcionarios permitió escapar a buena parte de los que habían sido previamente fichados y marcados con la estrella amarilla.

OJOS BIEN ABIERTOS


OH, JERUSALEN. Los dias primeros del estado de Israel...


ISRAEL EL NACIMIENTO DE UNA NACION


UNA EXTRAÑA ENTRE NOSOTROS


la conocida, superinteresante, real: EL PIANISTA


HIJOS DE UN MISMO DIOS


EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS: el tema de los campos de concentracion desde la optica de un niño.


LA VIDA ES BELLA; Humor y otros valores para contar el holocausto.


EL TREN DE LA VIDA


EL ULTIMO TREN A AUSCHWITZ


SIN DESTINO. pelicula sobfre el ultimo tren a Auschwitz


LOS ULTIMOS DIAS. Es un ocumental sobre el holocausto
y la pregunta por la manía de acabar con este pueblo


EL VIOLINISTA EN EL TEJADO: Una joya dentro de la historia del cine
Topol, el prota, nos transporta al "mundo judio"
... y además musical; larga pero con sentimiento


EL CONCIERTO


ILUSIONES DE UN MENTIROSO


KADOSH: de esta y las que siguen no habrás oído hablar...
el titulo habla de Dios santo, todo Otro, trascendente...


MORIRSE EN HEBREO. Con acento lindos y cuate


PROMESAS: un documental... 6 niños, 6 promesas, 6 mundos cerca unos de otros, en Jerusalen, pero tan diferentes realidades...


LA LLAVE DE SARAH: también interesante.


UN TIPO SERIO


VETE Y VIVE

martes, 21 de junio de 2011

lunes, 20 de junio de 2011

NACENCIA

Castúo, denominación acuñada por el poeta extremeño Luis Chamizo Trigueros, (1894-1945), natural de Guareña, provincia de Badajoz, España, cuando en 1921 publicó su libro de poemas "El Miajón de los Castúos", en el que intentaba reflejar el habla rural y que definió como "castizo, mantenedor de la casta de labradores que cultivaron sus propias tierras". Posteriormente escribiría la obra de teatro "Las Brujas" (1932), y su libro "Extremadura". A veintidos años de su muerte, en 1967, se editó en Madrid una antología poética con el nombre de "Obra Poética Completa".
.
Con el tiempo la denominación de castúo se ha hecho popular para referirse a las hablas de Extremadura, en España, tanto las que conforman el altoextremeño, como las que siempre fueron castellano meridional de muy ligera influencia leonesa, el medioextremeño y el bajoextremeño (en el oriente o el sur de la Comunidad extremeña), como es el caso de la propia habla en que escribió Luis Chamizo. .
.
Presentamos, aquí, en castúo, su poema "La Nacencia", que es todo un canto a la vida nueva, a la paternidad y finalmente a Dios.
La Nacencia

domingo, 19 de junio de 2011

los lirios del valle

todo un clasico

sábado, 18 de junio de 2011

TURISMO SIN IR MUY LEJOS

llega la verbena fallera de san juan, las ganas de escapar y la ola de calor
¿se te ocurre donde ir que no sea muy lejos? Analiza estas propuestas...


Galicia

Pais vasco

Cataluña

Aragon

Castilla La mancha

Castilla Leon


Extremadura

Andalucia

Levante

Baleares

Canarias

Y para los que nos quedamos… nuestra ciudad

viernes, 17 de junio de 2011

pecados contra el Espiritu Santo

Pasó Pentecostés y estamos en el tiempo ordinario. Pero mi amigo Juan de la Eliana tiene una cuestión y yo os la brindo. Se trata de un “problema” clásico de teología que sale en Mt12,31-32: “Todo pecado o blasfemia se les perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada. Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre [Jesucristo], se le perdonará; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro”. Y pongo los paralelos (Mc3,28-30 y Lc12,10)haciendo notar que Marcos especifica que quien caiga aquí “será reo de eterno pecado”, lo cual permiyte establecer la equivalencia entre “blasfemia” y “pecado”...
Vale.De entrada vemos que son palabras de lo más terrible pronunciadas por el Salvador. Esta severidad aparece en el contexto del comentario de los fariseos (en Mateo) o de los escribas (en Marcos), de que Jesucristo expulsaba a los demonios en nombre de Belcebú. Ese comentario es pues “blasfemia contra el Espíritu Santo”, pecado imperdonable.

San Agustín dijo que “tal vez, en todas las Sagradas Escrituras, no se encuentre ninguna cuestión mayor, ninguna más difícil” (Sermón 71, De Verbis Domini). Y eso viene dado porquese dicen dos afirmaciones aparentemente contradictorias: la del perdon universal de los pecados y la de que este pecado contra el Espíritu Santo no tiene perdón. Y aquí una norma: ñpor lo general, siempre que en la doctrina católica se presenta una cuestión difícil, tengamos la seguridad de que la solución será luminosa, y tanto más bella cuanto más difícil sea la cuestión; que es lo que sucede en este caso, que ocupó la mente de los mayores pensadores de la Iglesia desde sus comienzos. Así, Santo Tomás, en cuatro artículos de la Suma Teológica (IIa. IIæ., cuestión 14; cfr. y otros cuatro artículos de la Ia. IIæ., cuestión 78), sintetiza las diversas soluciones presentadas; y -tomando en ristre el método escolástico- esclarece brillantemente el problema teológico. Intentaré resumir su pensamiento...

¿Cuáles son los pecados contra el Espíritu Santo?
Son seis (los veremos más abajo) y él llama a éstos “los pecados de pura malicia, que siendo directamente opuestos a la misericordia de Dios y a la gracias del Espíritu Santo, hacen muy difícil la conversión”. Veamos eso de la malicia...

Ignorancia, pasión, pura malicia
Santo Tomás ve que la voluntad se inclina al mal de diversas maneras: “A veces ocurre por falta de la razón, como cuando uno peca por ignorancia; mas a veces por el impulso del apetito sensitivo, como cuando peca por pasión. Mas ninguna de estas dos cosas es pecar por pura malicia; sino que sólo peca uno por pura malicia cuando la voluntad por sí misma se mueve al mal” (Ia. IIæ., cuestión 78 a. 3, c.).
Los pecados contra el Espíritu Santo son aquellos que se cometen por “pura malicia” y no simplemente por ignorancia o pasión (que la ignorancia no siempre excusa de pecado, pues puede ser culposa, y en ese caso tendremos lo que Santo Tomás llama pecado por ignorancia)
Santo Tomás usa, en latín, la expresión certa malitia, que se traduce “por pura malicia”. OK, la palabra certa, en latín, indica “aquello que está perfectamente decidido, resuelto y determinado en nuestro espíritu”. Por lo tanto, este pecado no es el cometido por debilidad, ignorancia o pasión, sino el cometido con perfecta adhesión de la voluntad al mal que envuelve el pecado.

Los seis pecados contra el Espíritu Santo
1) La desesperación de la salvación.
2) La presunción de salvarse sin merecimientos. Dice Santo Tomás: “El hombre, en efecto, se retrae de la elección del pecado por la consideración del juicio divino, que conlleva entremezcladas justicia y misericordia, y encuentra también ayuda en la esperanza que surge ante el pensamiento de la misericordia, que perdona el mal y premia el bien; a esta esperanza la destruye la desesperación. El hombre encuentra también ayuda en el temor que nace de pensar que la justicia divina castiga el pecado, y ese temor desaparece por la presunción, que lleva al hombre al extremo de pensar que puede alcanzar la gloria sin méritos y el perdón sin arrepentimiento” (IIa. IIæ., cuestión 14 a. 2, c.). Este rechazo de la justicia y misericordia divinas implica una pura malitia certa, pues son dos atributos divinos que nadie desconoce.
3) La negación de la verdad conocida como tal.
4) El tener envidia o pesar de la gracia ajena. Enseña Santo Tomás: “Los dones de Dios que nos retraen del pecado son dos. Uno de ellos, el conocimiento de la verdad, y contra él se señala la impugnación a la verdad conocida, hecho que sucede cuando alguien impugna la verdad de fe conocida para pecar con mayor libertad. El otro, el auxilio de la gracia interior, al que se opone la envidia de la gracia fraterna, envidiando no sólo al hermano en su persona, sino también el crecimiento de la gracia de Dios en el mundo” (loc. cit.). Posiciones de alma que, una vez más, implican evidentemente malitia certa.
5) La obstinación en el pecado.
6) La impenitencia final. Leemos en Santo Tomás: “Por parte del pecado, son dos las cosas que pueden retraer al hombre del mismo. Una de ellas, el desorden y la torpeza de la acción, cuya consideración suele inducir al hombre a la penitencia del pecado cometido. A ello se opone la impenitencia, no en el sentido de permanencia en el pecado hasta la muerte, […] ya que en ese sentido no sería pecado especial, sino una circunstancia del pecado; aquí, en cambio, se entiende la impenitencia en cuanto entraña el propósito de no arrepentirse. La otra cosa que aleja al hombre del pecado es la inanidad y caducidad del bien que se busca en él, a tenor del testimonio del Apóstol: «¿Qué frutos cosechasteis de aquellas cosas que al presente os avergüenzan?» (Romanos 6, 21). Esta consideración suele inducir al hombre a no afianzar su voluntad en el pecado. Todo ello se desvanece con la obstinación, por la que reitera el hombre su propósito de aferrarse en el pecado” (loc. cit.).

¿Por qué estos pecados son imperdonables?
La aclaración de Santo Tomás es muy clara: “hay pecado o blasfemia contra el Espíritu Santo cuando se peca contra el bien apropiado al Espíritu Santo, al cual se le apropia la bondad, como al Padre el poder y al Hijo la sabiduría..." Más: pecar por “pura malicia” conlleva una perfecta adhesión de la voluntad al mal (no se hace simplemente por ignorancia, debilidad o pasión. Si fueran esas las causas el pecador sería más dócil al arrepentimiento. Aqui la malicia conlleva la obstinación y el rechazo del perdón. Santo Tomás compara este pecado a una enfermedad incurable: “porque no hay base de recuperación, sea porque se destruye la virtud de la naturaleza, sea porque causa náuseas de la comida o de la medicina, aunque esa dolencia pueda curarla Dios... pecado pues irremisible por su naturaleza. Y, sin embargo, cerrado del todo el camino del perdón y de la salud, Dios -omnipotenciaz y misericordia- como por milagro, sana a veces [aliquando] espiritualmente a esos impenitentes” (“S.Th.IIa.IIæ, q14,ac)Peso esto se da apenas, que raramente ocurre; como raros son también los milagros de carácter físico.

Alguien podría pensar que eran desconocidos por los filósofos de la Antigüedad. Dios fue preparando los paganos para la aceptación del cristianismo. Aristóteles ya clasificaba a los pecadores en ignorantes, incontinentes e intemperantes (que pecan por opción o por malicia). Quien peca por ignorancia -aunque culposamente- ignora ser malo lo que hace. Quien peca por pasión, sabe perfectamente que lo que hace es malo, pero no se previene momentáneamente de esta malicia, ofuscado por el ímpetu culposo de la pasión. Quien peca por opción o malicia, ni ignora, ni deja de tener conciencia de que es malo lo que hace; peca por cálculo, a sabiendas, con premeditación y pleno conocimiento de causa; persigue el deleite del pecado, no por haber sido vencido, sino porque lo escogió” (Catena moralis l.3 De vitiis et peccatis q.11, a.3 - apud Suma Teológica V)

¿Actualmente también se peca contra el Espíritu Santo? Hoy el mundo se aparta de Dios por ignorancia, por las pasiones y también porque opta firme y decididamente por el mal... Decía Pío XII que el mundo ya había perdido en su pontificado porque en 1917 el mensaje de la Santísima Virgen en Fátima -1917- era precisamente una alerta contra la pérdida de la noción de pecado, con la advertencia de que, si los hombres no se enmendasen, grandes castigos se abatirían sobre la humanidad. Y como, de entonces para acá, la situación mejoró y no es propio de la Providencia desalentar a los hombres en ninguna circunstancia, sobre las nubes tenebrosas que se ciernen sobre el mundo, brilla una luz más brillante que el Sol: la promesa de Nuestra Señora de que, después de convulsiones de tipo universal ¡habrá un gran retorno de la humanidad a las vías sagradas de la civilización cristiana y la instauración del Reino del Inmaculado Corazón de María! La humanidad entonará un gran himno de alabanza al diviino Espíritu Santo, que sofocará el rugido, ya entonces evanescente, de las actuales blasfemias contra el mismo Espíritu Santo. Así lo esperamos.
Que la Santísima Virgen, Madre de Misericordia, Auxilio de los cristianos y Refugio de los pecadores, nos dé la gracia de no caer en cualquiera de esos pecados monstruosos que, como advirtió Nuestro Señor Jesucristo, son imperdonables. Son para el alma, conforme explica Santo Tomás, lo que las enfermedades incurables son para el cuerpo: ¡no tienen cura, salvo un milagro espiritual, que sin embargo Dios puede conceder!

jueves, 16 de junio de 2011

HOSTIA PURA, SANTA, INMACULADA

ORACION DE JUAN PABLO II

Elevemos juntos la mirada a Jesús Eucaristía; contemplémosle y repitámosle juntos estas palabras de santo Tomás de Aquino,
que manifiestan toda nuestra fe y todo nuestro amor: Jesús, ¡te adoro escondido en la Hostia!

En una época marcada por odios, por egoísmos, por deseos de falsas felicidades, por la decadencia de costumbres, la ausencia
de figuras paternas y maternas, la instabilidad en tantas jóvenes familias y por tantas fragilidades y dificultades que sufren los
jóvenes, nosotros te miramos a ti, Jesús Eucaristía, con renovada esperanza. A pesar de nuestros pecados, confiamos en tu
divina misericordia. Te repetimos junto a los discípulos de Emaús «Mane nobiscum Domine!» , «¡Quédate con nosotros, Señor!».

En la Eucaristía, tú restituyes al Padre todo lo que proviene de él y se realiza así un profundo misterio de justicia de la criatura
hacia el creador. El Padre celeste nos ha creado a su imagen y semejanza, de él hemos recibido el don de la vida, que cuanto más
reconocemos como preciosa desde el momento de su inicio hasta la muerte, más es amenazada y manipulada.

Te adoramos, Jesús, y te damos gracias porque en la Eucaristía se hace actual el misterio de esa única ofrenda al Padre que tú
realizaste hace dos mil años con el sacrificio de la Cruz, sacrificio que redimió a la humanidad entera y a toda la creación.

«Adoro Te devote, latens Deitas!»
¡Te adoramos, Jesús Eucaristía! Adoramos tu cuerpo y tu sangre, entregados por nosotros, por todos, en remisión de los pecados:
¡Sacramento de la nueva y eterna Alianza!

Mientras te adoramos, ¿cómo es posible no pensar en todo lo que tenemos que hacer para darte gloria? Al mismo tiempo, sin
embargo, reconocemos que san Juan de la Cruz tenía razón cuando decía: «Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensan
ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios,
dejado aparte el buen ejemplo que de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración».

Ayúdanos, Jesús, a comprender que para «hacer» algo en tu Iglesia, incluso en el campo tan urgente de la nueva evangelización, es
necesario ante todo «ser», es decir, estar contigo en adoración, en tu dulce compañía. Sólo de una íntima comunión contigo surge la
auténtica, eficaz y verdadera acción apostólica.

A una gran santa, que entró en el Carmelo de Colonia, santa Benedicta Teresa de la Cruz, Edith Stein, le gustaba repetir: «Miembros del
Cuerpo de Cristo, animados por su Espíritu, nosotros nos ofrecemos como víctimas con él, en él, y nos unimos a la eterna acción de
gracias».

«Adoro Te devote, latens Deitas!». Jesús, te pedimos que cada uno desee unirse a ti en una eterna acción de gracias y se comprometa en
el mundo de hoy y de mañana para ser constructor de la civilización del amor.

Que te ponga en el centro de su vida, que te adore y te celebre. Que crezca en su familiaridad contigo, ¡Jesús Eucaristía! Que te reciba
participando con asiduidad en la santa misa dominical y, si es posible, cada día. Que de estos intensos y frecuentes nazcan compromisos
de entrega libre de la vida a ti, que eres libertad plena y verdadera. Que surjan santas vocaciones al sacerdocio: sin el sacerdocio no hay
Eucaristía, fuente y culmen de la vida de la Iglesia. Que crezcan en gran número las vocaciones a la vida religiosa. Que broten con generosidad
vocaciones a la santidad, que es la elevada medida de la vida cristiana ordinaria, en especial, en las familias. La Iglesia y la sociedad tienen
necesidad de esto hoy más que nunca.

Jesús Eucaristía, te confío a los jóvenes de todo el mundo: sus sentimientos, sus afectos, sus proyectos. Te los presento poniéndolos en
manos de María, madre tuya y madre nuestra.

Jesús, que te entregaste al Padre, ¡ámales!
Jesús, que te entregaste al Padre, ¡sana las heridas de su espíritu!
Jesús, que te entregaste al Padre, ¡ayúdales a adorarte en la verdad y bendíceles! Ahora y siempre. ¡Amén!

miércoles, 15 de junio de 2011

islam

PELICULA
Muhammad, el mensaje… con anthony Quinn. pelicula hecha por ellos, por el Centro islámico


PROFUNDIZANDO. No queremos cansar, pero aqui tienes casi una hora de hablar sobre el tema


ESCOLIOS
Derechos humanos

Maria, Puente…

Dialogo


PELICULA
y de nuevo, por su interes y formas, la formidable pelicula "de dioses y de hombres"

martes, 14 de junio de 2011

HACHIKO

seguro que a mis niños de la cate les gusta esta entrada:
dedicado a Tesa y demás criaturas domésticas del Señor...
que nos despiertan la ternura y nos dan alegrías un montón

y esta otra de regalo...

lunes, 13 de junio de 2011

Por si acaso... 12+1

trece y martes? ni te cases ni te embarques
ni de tu casa te apartes... dice el refrán

PARA LOS CRISTIANOS EMBARCARSE Y CASARSE (que es otra forma de meterse en la aventura de atravesar el mar de la vida; eso si,acompañado que dice Gn2,18 no es bueno que el hombre este solo)NO ES UNA BUENA IDEA YA QUE ES DE MAL FARIO PORQUE -AQUI ENTRA LA SUPERSTICION- MARTE ES UNA DIVINIDAD PROPICIA A LAS GUERRAS, CATASTROFES Y DESGRACIAS... ADEMAS, CASARSE EN ESTE DIA DELATA QUE NO SE ES "CASTELLANO VIEJO" SINO QUE HAY CRIPTOJUDAISMO...

pues para los judios, el martes es el tercer dia de la creación
y es una bendición porque Dios dijo DOS veces la palabra "Tov"
que significa "bueno"; casas en martes, buena señal, te irá OK
Un pasito más: en la Cábala el valor numérico de "Tov" es 17...
Como en martes se dice dos veces, suman 34 que -vaya por Dios!-
es el mismo valor que la palabra "fuerte" ("Coaj")lo que indica
que casarse en el dia dos veces bendito "fortalece" la unión...

EN CUANTO AL FATIDICO NUMERO TAMBIEN TIENE QUE VER CON LOS JUDIOS
PUES ES EL DE LOS ESPIRITUS Y GENIOS DEL MAL. PERO LOS CRISTIANOS
YA VEIAN EL NUMERO FATIDICO EN JUDAS; DE AHI SURGE LA SUPERSTICION
DE QUE NO HAN DE SENTARSE A LA MESA ESE NUMERO DE COMENSALES. Nota
curiosa: en el panteon de los pueblos nordicos, la deidad maligna
-Loki- no fue invitada y luego ocupa el decimotercer lugar...

Cultos orientales utilizadan el número para lograr la trascendencia.
Los antiguos egipcios, p.ej. decían que la muerte era la 13ª fase
del ciclo de la vida. O sea que el 13 significaba nueva existencia;
bajo su auspicio entramos en el mas allá hacia la morada de los dioses.
En la numerología de Pitágoras, el nº 13 es el número de la evolución
y del crecimiento... El 13 abre al místico las puertas del conocimiento.
Ya en magia, simboliza el velo de los maestros: el iniciado lo levantará
una vez que haya alcanzado la iluminación perfecta, una vez que el cuerpo,
la mente y el espíritu se hayan purificado. Curioso: los rituales egipcios,
del templo señalaban 13 pasos de iniciación (el paso número 13 servía para
cruzar -simbólicamnete- la puerta de la nueva vida, de la nueva existencia.
En todas partes existen las manías acerca del este número. P.ej. en deporte
no existe camiseta con este número; los deportistas se niegan a usarla...
Por otra parte, gran cantidad de hoteles que pasan del piso 12 al 14... (ver
que para evitar desgracias en los negocios y tener buena suerte y prosperidad,
se evitó, expresamente, crear la planta 13 en los edificios más emblemáticos
de Nueva York, como el Rockefeller Center, el Hotel Pierre o el Helmsley...
Y si existe, se usa para asuntos relacionados con el servicio, no para clientes.
Otro caso: el del Apolo XIII, que despegó el 11 de abril de 1970, a las 13 horas
en punto... no habían pasado 13 minutos y exploto en el aire. Por eso pasa en USA
que los diseñadores de aviones de guerra, nunca han nominado nunca el caza F-13...
Otra creencia popular casera es nunca juntar en un recipiente 13 cabezas de ajos.

Cuando la superstición del numero 13 es desmesurada, se convierte en una patología,
la cual se llama triscadecafobia...

Curioso: para mucha gente el numero 13 es signo positivo. ¿por qué?
En el Olimpo griego, el cortejo de Zeus lo integraban 12 dioses;
con él, sumaban 13...
Los anglos tienen el crítico viernes 13;
en este dia rondan los espíritus... Para los japos es día maravilloso:
propicio para juegos de azar y para que se cumplan todos los sueños...

domingo, 12 de junio de 2011

pentecostes


LA ESPERA
Después de la Ascensión del Señor, regresaron desde el monte de los Olivos a Jerusalén y cuando llegaron, subieron al Cenáculo. Allí estaban Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas, hijo de Santiago. Todos ellos perseveraban en la oración, en compañía de algunas mujeres y de María, la madre de Jesús.
Mi Señora sabía que cuando reclamase la presencia de su Esposo, Él vendría sin tardar. Yo, que soy uno de los Ángeles Custodios designados por Yahvé para protegerla, no tuve que sugerirle el modo de hacerlo. En realidad, la Llena de Gracia siempre iba por delante. En aquella ocasión también, y reconozco que hasta me sorprendió cuando vi que sacaba de un pequeño baúl el vestido de fiesta, el mismo que usó el día de su boda con José.
Era un vestido de muchos colores y estaba limpio, resplandeciente como una joya. Es verdad que parecía nuevo, pero María lo miró con cierto recelo. Salomé, la madre de Juan y Santiago, que estaba a su lado, la animó en voz baja:
―Vas a estar bellísima; será como la primera vez.
Unos minutos más tarde las dos mujeres entraron en la estancia donde se habían reunido los apóstoles, y os aseguro que María parecía, y era, una reina. Los hombres se quedaron en silencio y mi Señora sonrió con cierta timidez. Salomé tomó la palabra:
―Hemos de cumplir el mandato de Jesús. Él nos pidió que esperásemos al Espíritu Santo, unánimes en la misma oración. No sabemos cuándo llegará ni cómo habrá de manifestarse, pero María es su Esposa y tiene una misión especial.
―Es cierto, Salomé ―intervino la Señora―. Han pasado muchos años desde que el Ángel me anunció que concebiría al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Estábamos en Nazaret, en aquella casita de adobes tan querida por José y por mí misma. Yo era casi una niña y acababa de moler el trigo en el patio. Nada más entrar en la casa, cuando aún tenía las manos blancas de harina y llevaba el viejo delantal un poco sucio, vi a Gabriel. Supe por él que el Señor se había fijado en la pequeñez de su esclava; el mensajero me llamó “Llena de Gracia” y Dios me tomó como esposa. Aquél día el Verbo se hizo carne en mis entrañas. Ahora el Espíritu va a regresar, y tengo que recibirlo como una novia, con un vestido nuevo y limpio. Lo llamaré para que venga sin tardanza. Lo necesitamos.
Otra vez se hizo silencio en la estancia. Pedro, siempre tan locuaz, sólo pudo decir estas pocas palabras:
―Ahora somos tus hijos. Quédate con nosotros hasta que se cumpla la promesa del Maestro.
María avanzó hacia el interior y se sentó en el pequeño trono que le indicó Pedro. Toda la estancia se había llenado ya de un aroma que parecía venir del Cielo. Fuera de la habitación comenzaba a llover tenuemente.

La verdadera historia de la elección de Matías
No voy a reproducir aquí el largo discurso que pronunció Simón Pedro aquella mañana, tres días antes de Pentecostés. En síntesis vino a decir que el Señor había fundado su Iglesia sobre doce columnas, igual que fundó Israel sobre doce tribus. Por tanto era preciso buscar con urgencia a otro apóstol que cubriera el hueco dejado por Judas. Debería ser un varón fiel, un discípulo que hubiese seguido al Maestro desde la primera hora hasta la resurrección.
Terminada la alocución, todos se pusieron a discutir acaloradamente. Solo María callaba. Yo, que como os dije, soy su ángel custodio, me retiré con ella a su habitación para acompañarla mientras hablaba en silencio con su Hijo.
No sé si sabéis que ángeles no podemos conocer los pensamientos de los hombres si éstos no quieren, pero mi Señora me dejaba entrar siempre hasta el fondo de su alma. Estar allí, en el centro del corazón de la Reina es el privilegio más hermoso que ninguna criatura del Cielo o de la tierra pueda soñar.
No sería discreto sin embargo que os cuente su oración de aquel día. Basta con que sepáis que, al terminar, me ordenó:
―Ocúpate tú. Matías es el elegido.
Volvimos a la sala común. Los discípulos ya habían convenido en que solo dos de los presentes cumplían con los requisitos: José Barsaba y Matías.
Desde el primer momento Barsaba fue el favorito de casi todos. Era joven, enérgico y había dado la cara por Jesús muchas veces enfrentándose con decisión a sus enemigos. A Barsaba lo llamaban "el Justo" y él no rechazaba el apelativo. Matías en cambio era un anciano de casi cincuenta años, piadoso y discreto, que no se consideraba digno de entrar en liza con nadie.
Si aquello hubiese sido una democracia como las vuestras, sin duda habría sido Barsaba el designado; pero Pedro tenía muy presentes las palabras de Jesús en la última cena: "no me habéis elegido vosotros a mí... Yo os he elegido". Así que, puesto en pie, pidió que se hiciera silencio y declaró:
―Es el Señor quien debe decirnos a quién ha llamado desde toda la eternidad. Pidámosle que El decida. Oremos.
Todos rezaron en silencio durante unos minutos. Yo también, porque aún no tenía claro cuál debería ser mi papel en aquella historia.
Al terminar, los apóstoles parecían tan desconcertados como al principio.
―¿Y ahora qué hacemos?, dijo Felipe.
Pedro tomó dos pajitas, una larga y otra corta. Sin que nadie se percatara, agarró la larga con la mano derecha, y la corta con la izquierda mostrando sólo la punta de cada una.
-Que se acerquen los dos candidatos ―añadió―. El que encuentre la paja más corta será el elegido por el Maestro.
Barsaba, sin dudar un instante, se dirigió a la mano izquierda de Pedro...
No estaría bien que la Reina de los Ángeles hiciese trampas, pero a un arcángel modesto como yo se le permiten ciertos trucos de magia. Cambié las pajas de mano, y Se hizo la voluntad de Yahvé: Matías fue el elegido.
El pobre Pedro no salía de su asombro. Tardó unos segundos en comprender. Buscó con la mirada a María y mi Reina le regaló su mejor sonrisa.

***
Mi Señora se había sentado junto al ventanal. ¡Qué hermosa estaba a luz dorada del atardecer!
¿Pensáis que los ángeles somos insensibles a la belleza de las criaturas? Es cierto que estamos siempre en la presencia de Dios, Belleza Increada e Infinita; pero, precisamente por eso, nos gozamos al contemplar su huella en la tierra, el reflejo de su hermosura en el mundo material. Y nadie más hermosa que María.
Aquella tarde, la víspera de Pentecostés, yo debía trasmitirle un mensaje, pero antes de hacerlo me demoré un segundo para contemplarla. Fuera, en la calle, crecía el bullicio de los peregrinos que habían llegado a Jerusalén para la fiesta judía de las siete semanas. Mi Reina en cambio tenía en los labios una nana muy dulce que dirigía a su Hijo. Sólo yo pude escucharla.
―Alégrate, llena de Gracia, el Señor está contigo.
María sonrió. Supo que era yo, Gabriel, quien la saludaba con las mismas palabras que empleé en Nazaret. Esta vez no me vio con los ojos de la carne ni se turbó ni tuvo miedo. Sólo guardó silencio como entonces:
―¿Qué quiere el Señor de su Esclava?
―El Espíritu Santo vendrá sobre ti. La virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra…, y tu Hijo Jesús volverá a nacer en ti y de ti. Engendrarás un Cuerpo nuevo que llenará el mundo entero. Serás la Madre de todos los que se incorporen a Él.
María pareció estremecerse por un instante.
―¡No temas, María! Has hallado gracia delante de Dios. Eres la Reina y Señora del Reino de los Cielos; eres la esperanza de los hombres y de los ángeles. Eres la Hija predilecta del Padre, la Esposa del Espíritu Santo, la Madre de la Iglesia que va a nacer en tu seno. ¡No temas, María!
―No me llames Reina, Gabriel. Yo soy la Esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra.
Antes de retirarme, la Señora reanudó su canción y yo seguí contemplándola en silencio.
Al día siguiente, llegó el viento impetuoso, las lenguas de fuego… En los Hechos de los Apóstoles está el resto de la historia.

sábado, 11 de junio de 2011

VEN ESPIRITU SANTO

Pentecostes

Enciende nuestro corazón

Fluye en mi, de Miguel Horacio

el niño con el pijama a rayas

dedicado a mis juniors que piden ya el campamento

y como esta tarde es la vigilia de Pentecostes
y somos de esta Parroquia, el don del CONSEJO:

Para saber orientarse en la complejidad moral de la vida... Santo Tomás de Aquino decía que es “una llamada práctica a que los motivos de la fe entren en acción; se da a los hijos de Dios, pues es el Espíritu Santo el que instruye a la razón sobre las acciones que deben realizar”.
Hay situaciones confusas, donde el bien y el mal se encuentran mezclados, donde una misma realidad se interpreta desde varios puntos de vista. En ocasiones nos sobfreviene la angustia ante una decisión dificil. Hay circunstancias donde reinan la incertidumbre o la duda, donde los cristianos necesitamos de la claridad y la libertad interior de hijos de Dios que nos ayude a percibir y discernir la voluntad de Dios... Con esta asistencia del espiritu Santo cesa la angustia, regresa la paz al corazón y todo se llena de claridad para la acción.
El signo de que tenemos este Don es la alegría. Si distinguimos la alegría de la tristeza de corazón, el placer superficial de la alegría profunda, la alegría auténtica de su caricatura... entonces el Espíritu actúa y nos lleva -en la serenidad- hacia el entusiasmo sincero, hacia una acción valiente y limpia.
Esta es la belleza del don de Consejo: hace personas fuertes, tranquilas, seguras de sí mismas; en cambio el mal lleva a la confusión, a la tristeza, a encerrarnos en nosotros mismos... bloquea la mente, lleva a una ansiedad que desgarra e impide decidirnos.

viernes, 10 de junio de 2011

jueves, 9 de junio de 2011

MARAVILLOSA Y DIVINA EUCARISTIA

dentro de dos semanas... el Corpus


Asistiendo devotamente a la Santa Misa das a la Santa humanidad de Jesucristo, el máximo honor, y Él repara muchas de tus negligencias y omisiones y te perdona los pecados veniales no confesados y de los cuales estás arrepentido.

Cada Santa Misa solicita perdón ante la justicia de Dios.
Disminuye sobre ti imperio de Satanás.
Puede disminuir la pena temporal merecida por tus pecados más o menos según tu fervor
Cada Santa Misa te preserva de mucho y desgracias a los cuales estás expuesto.
Con cada Santa Misa oída o mandada a celebrar, disminuye tu purgatorio.


Procura a las almas del purgatorio el mayor sufragio posible.
En la hora de la muerte las Santa Misa a las cuales has asistido devotamente, formarán tu más grande consuelo.
Una Santa Misa a la cual has asistido en vida te será tal vez más provechosa, que muchas que por ti oigan después de tu muerte.

Una Santa Misa te procura un grado más alto de gloria en el Cielo.
En ella recibes la bendición del Sacerdocio, que el Señor ratifica en el Cielo y quedan bendecidos tus negocios e intereses personales.

'Sabed oh Cristiano, que se consiguen más meritos oyendo devotamente, una Santa Misa que distribuyendo a los pobre todos las propias riquezas o recorriendo en peregrinación toda la tierra 'San Bernardo'

'El Señor nos concede todo lo que en la Santa Misa le pidamos y más aun, nos da aquello que nosotros no pensamos ni siquiera pedirle y que no es más necesario 'San Jerónimo'
'Si conociéramos el valor de la Santa Misa cuanto mayor celo tendríamos en oír' El Santo Cura de Ars.

La Santa Misa es el mayor bien que se puede ofrecer por las benditas almas para librarlas y sacarlas del purgatorio y llevarlas a gozar de la gloria eterna 'San Bernardino'.
'La Santa Misa es el sol de los ejércitos piadosos y el centro de la religión Cristiana; el corazón de la devoción, el alma de piedad' San francisco de Sales'
'La Santa Misa es la llave de oro del Paraíso.' San Leonardo de Porto'


El Espíritu Santo dice: 'El que ora salva y el que no ora se condena. La tentación es la campanilla que llama a la oración.'
Nuestro Señor Jesucristo dice: 'El que no está conmigo está contra mi.'

'Toma parte a diario de este acto, la acción por excelencia y considera una merma para ti. El día que no participas en la Santa Misa, porque fuiste creado ante todo para alabar a Dios, servirle y mediante ello, salva tu alma. San Ignacio.

miércoles, 8 de junio de 2011

martes, 7 de junio de 2011

la cate en vacaciones sigue...

lo intentaré: cada martes y online

hemos visto los niños de la Biblia
¡que tal si vemos otros niños hoy?
la peli: en el mundo a cada rato...

y para los papás, la canción del niño yuntero

lunes, 6 de junio de 2011

ESPIRITU TANTO

DONES DEL ESPIRITU SANTO
Del Catecismo:
1830 La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo.
1831 Los siete dones del Espíritu Santo son:
sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.
Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana (Sal 143,10).
Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios... Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rm 8,14.17)


Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias del alma para recibir y secundar con facilidad las mociones del propio Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano.
Los dones son infundidos por Dios. El alma no podría adquirir los dones por sus propias fuerzas ya que transcienden infinitamente todo el orden puramente natural. Los dones los poseen en algún grado todas las almas en gracia. Es incompatible con el pecado mortal.
El Espíritu Santo actúa los dones directa e inmediatamente como causa motora y principal, a diferencia de las virtudes infusas que son movidas o actuadas por el mismo hombre como causa motora y principal, aunque siempre bajo la previa moción de una gracia actual.

Los dones perfeccionan el acto sobrenatural de las las virtudes infusas.
Por la moción divina de los dones, el Espíritu Santo, inhabitante en el alma, rige y gobierna inmediatamente nuestra vida sobrenatural. Ya no es la razón humana la que manda y gobierna; es el Espíritu Santo mismo, que actúa como regla, motor y causa principal única de nuestros actos virtuosos, poniendo en movimiento todo el organismo de nuestra vida sobrenatural hasta llevarlo a su pleno desarrollo.


Los dones uno a uno:

Sabiduría: gusto para lo espiritual, capacidad de juzgar según la medida de Dios.
El primero y mayor de los siete dones.
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 9-IV-89
La sabiduría "es la luz que se recibe de lo alto: es una participación especial en ese conocimiento misterioso y sumo, que es propio de Dios... Esta sabiduría superior es la raíz de un conocimiento nuevo, un conocimiento impregnado por la caridad, gracias al cual el alma adquiere familiaridad, por así decirlo, con las cosas divinas y prueba gusto en ellas. ... "Un cierto sabor de Dios" (Sto Tomás), por lo que el verdadero sabio no es simplemente el que sabe las cosas de Dios, sino el que las experimenta y las vive "
Además, el conocimiento sapiencial nos da una capacidad especial para juzgar las cosas humanas según la medida de Dios, a la luz de Dios. Iluminado por este don, el cristiano sabe ver interiormente las realidades del mundo: nadie mejor que él es capaz de apreciar los valores auténticos de la creación, mirándolos con los mismos ojos de Dios.
Ejemplo: "Cántico de las criaturas" de San Francisco de Asís... En todas estas almas se repiten las "grandes cosas" realizadas en María por el Espíritu. Ella, a quien la piedad tradicional venera como "Sedes Sapientiae", nos lleve a cada uno de nosotros a gustar interiormente las cosas celestes.
Gracias a este don toda la vida del cristiano con sus acontecimientos, sus aspiraciones, sus proyectos, sus realizaciones, llega a ser alcanzada por el soplo del Espíritu, que la impregna con la luz "que viene de lo Alto", como lo han testificado tantas almas escogidas también en nuestros tiempos... En todas estas almas se repiten las "grandes cosas" realizadas en María por el Espíritu Santo. Ella, a quien la piedad tradicional venera como "Sede Sapientiae", nos lleve a cada uno de nosotros a gustar interiormente las cosas celestes.
"La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza" Sb 7:7-8.
Por la sabiduría juzgamos rectamente de Dios y de las cosas divinas por sus últimas y altísimas causas bajo el instinto especial del E.S., que nos las hace saborear por cierta connaturlidad y simpatía. Es inseparable de la caridad.

Inteligencia (Entendimiento): Es una gracia del Espíritu Santo para comprender la Palabra de Dios y profundizar las verdades reveladas.
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 16-IV-89
La fe es adhesión a Dios en el claroscuro del misterio; sin embargo es también búsqueda con el deseo de conocer más y mejor la verdad revelada. Ahora bien, este impulso interior nos viene del Espíritu, que juntamente con ella concede precisamente este don especial de inteligencia y casi de intuición de la verdad divina.
La palabra "inteligencia" deriva del latín intus legere, que significa "leer dentro", penetrar, comprender a fondo. Mediante este don el Espíritu Santo, que "escruta las profundidades de Dios" (1 Cor 2,10), comunica al creyente una chispa de capacidad penetrante que le abre el corazón a la gozosa percepción del designio amoroso de Dios. Se renueva entonces la experiencia de los discípulos de Emaús, los cuales, tras haber reconocido al Resucitado en la fracción del pan, se decían uno a otro: "¿No ardía nuestro corazón mientras hablaba con nosotros en el camino, explicándonos las Escrituras?" (Lc 24:32)
Esta inteligencia sobrenatural se da no sólo a cada uno, sino también a la comunidad: a los Pastores que, como sucesores de los Apóstoles, son herederos de la promesa específica que Cristo les hizo (cfr Jn 14:26; 16:13) y a los fieles que, gracias a la "unción" del Espíritu (cfr 1 Jn 2:20 y 27) poseen un especial "sentido de la fe" (sensus fidei) que les guía en las opciones concretas.
Efectivamente, la luz del Espíritu, al mismo tiempo que agudiza la inteligencia de las cosas divinas, hace también mas límpida y penetrante la mirada sobre las cosas humanas. Gracias a ella se ven mejor los numerosos signos de Dios que están inscritos en la creación. Se descubre así la dimensión no puramente terrena de los acontecimientos, de los que está tejida la historia humana. Y se puede lograr hasta descifrar proféticamente el tiempo presente y el futuro. "¡signos de los tiempos, signos de Dios!".
Queridísimos fieles, dirijámonos al Espíritu Santo con las palabras de la liturgia: "Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo" (Secuencia de Pentecostés).
Invoquemoslo por intercesión de Maria Santísima, la Virgen de la Escucha, que a la luz del Espíritu supo escrutar sin cansarse el sentido profundo de los misterios realizados en Ella por el Todopoderoso (cfr Lc 2, 19 y 51). La contemplación de las maravillas de Dios será también en nosotros fuente de alegría inagotable: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador" (Lc 1, 46 s).

Consejo: Ilumina la conciencia en las opciones que la vida diaria le impone, sugiriéndole lo que es lícito, lo que corresponde, lo que conviene más al alma.
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 7-V-89
Se da al cristiano para iluminar la conciencia en las opciones que la vida diaria le impone.
Una necesidad que se siente mucho en nuestro tiempo, turbado por no pocos motivos de crisis y por una incertidumbre difundida acerca de los verdaderos valores, es la que se denomina «reconstrucción de las conciencias». Es decir, se advierte la necesidad de neutralizar algunos factores destructivos que fácilmente se insinúan en el espíritu humano, cuando está agitado por las pasiones, y la de introducir en ellas elementos sanos y positivos.
En este empeño de recuperación moral la Iglesia debe estar y está en primera línea: de aquí la invocación que brota del corazón de sus miembros -de todos nosotros para obtener ante todo la ayuda de una luz de lo Alto. El Espíritu de Dios sale al encuentro de esta súplica mediante el don de consejo, con el cual enriquece y perfecciona la virtud de la prudencia y guía al alma desde dentro, iluminándola sobre lo que debe hacer, especialmente cuando se trata de opciones importantes (por ejemplo, de dar respuesta a la vocación), o de un camino que recorrer entre dificultades y obstáculos. Y en realidad la experiencia confirma que «los pensamientos de los mortales son tímidos e inseguras nuestras ideas», como dice el Libro de la Sabiduría (9, 14).
El don de consejo actúa como un soplo nuevo en la conciencia, sugiriéndole lo que es lícito, lo que corresponde, lo que conviene más al alma (cfr San Buenaventura, Collationes de septem don is Spiritus Sancti, VII, 5). La conciencia se convierte entonces en el «ojo sano» del que habla el Evangelio (Mt 6, 22), y adquiere una especie de nueva pupila, gracias a la cual le es posible ver mejor que hay que hacer en una determinada circunstancia, aunque sea la más intrincada y difícil. El cristiano, ayudado por este don, penetra en el verdadero sentido de los valores evangélicos, en especial de los que manifiesta el sermón de la montaña (cfr Mt 5-7).
Por tanto, pidamos el don de consejo. Pidámoslo para nosotros y, de modo particular, para los Pastores de la Iglesia, llamados tan a menudo, en virtud de su deber, a tomar decisiones arduas y penosas.
Pidámoslo por intercesión de Aquella a quien saludamos en las letanías como Mater Boni Consilii, la Madre del Buen Consejo.

Fortaleza: Fuerza sobrenatural que sostiene la virtud moral de la fortaleza. Para obrar valerosamente lo que Dios quiere de nosotros, y sobrellevar las contrariedades de la vida. Para resistir las instigaciones de las pasiones internas y las presiones del ambiente. Supera la timidez y la agresividad.
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 14-V-89
En nuestro tiempo muchos ensalzan la fuerza física, llegando incluso a aprobar las manifestaciones extremas de la violencia. En realidad, el hombre cada día experimenta la propia debilidad, especialmente en el campo espiritual y moral, cediendo a los impulsos de las pasiones internas y a las presiones que sobre el ejerce el ambiente circundante.
Precisamente para resistir a estas múltiples instigaciones es necesaria la virtud de la fortaleza, que es una de las cuatro virtudes cardinales sobre las que se apoya todo el edificio de la vida moral: la fortaleza es la virtud de quien no se aviene a componendas en el cumplimiento del propio deber.
Esta virtud encuentra poco espacio en una sociedad en la que está difundida la práctica tanto del ceder y del acomodarse como la del atropello y la dureza en las relaciones económicas, sociales y políticas. La timidez y la agresividad son dos formas de falta de fortaleza que, a menudo, se encuentran en el comportamiento humano, con la consiguiente repetición del entristecedor espectáculo de quien es débil y vil con los poderosos, petulante y prepotente con los indefensos.
Quizá nunca como hoy, la virtud moral de la fortaleza tiene necesidad de ser sostenida por el homónimo don del Espíritu Santo. El don de la fortaleza es un impulso sobrenatural, que da vigor al alma no solo en momentos dramáticos como el del martirio, sino también en las habituales condiciones de dificultad: en la lucha por permanecer coherentes con los propios principios; en el soportar ofensas y ataques injustos; en la perseverancia valiente, incluso entre incomprensiones y hostilidades, en el camino de la verdad y de la honradez.
Cuando experimentamos, como Jesus en Getsemani, «la debilidad de la carne» (cfr Mt 26, 41; Mc 14, 38), es decir, de la naturaleza humana sometida a las enfermedades físicas y psíquicas, tenemos que invocar del Espíritu Santo el don de la fortaleza para permanecer firmes y decididos en el camino del bien. Entonces podremos repetir con San Pablo: «Me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Cor 12, 10).
Son muchos los seguidores de Cristo -Pastores y fieles, sacerdotes, religiosos y laicos, comprometidos en todo campo del apostolado y de la vida social- que, en todos los tiempos y también en nuestro tiempo, han conocido y conocen el martirio del cuerpo y del alma, en íntima unión con la Mater Dolorosa junto la Cruz. ¡Ellos lo han superado todo gracias a este don del Espíritu!
Pidamos a Maria, a la que ahora saludamos como Regina caeli, nos obtenga el don de la fortaleza en todas las vicisitudes de la vida y en la hora de la muerte.

Ciencia: Nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 23-IV-89
Sabemos que el hombre contemporáneo, precisamente en virtud del desarrollo de las ciencias, está expuesto particularmente a la tentación de dar una interpretación naturalista del mundo; ante la multiforme riqueza de las cosas, de su complejidad, variedad y belleza, corre el riesgo de absolutizarlas y casi de divinizarlas hasta hacer de ellas el fin supremo de su misma vida. Esto ocurre sobre todo cuando se trata de las riquezas, del placer, del poder que precisamente se pueden derivar de las cosas materiales. Estos son los ídolos principales, ante los que el mundo se postra demasiado a menudo.
Para resistir esa tentación sutil y para remediar las consecuencias nefastas a las que puede llevar, he aquí que el Espíritu Santo socorre al hombre con el don de la ciencia. Es esta la que le ayuda a valorar rectamente las cosas en su dependencia esencial del Creador. Gracias a ella -como escribe Santo Tomás-, el hombre no estima las criaturas más de lo que valen y no pone en ellas, sino en Dios, el fin de su propia vida (cfr S. Th., 11-II, q. 9, a. 4).
Así logra descubrir el sentido teológico de lo creado, viendo las cosas como manifestaciones verdaderas y reales, aunque limitadas, de la verdad, de la belleza, del amor infinito que es Dios, y como consecuencia, se siente impulsado a traducir este descubrimiento en alabanza, cantos, oración, acción de gracias. Esto es lo que tantas veces y de múltiples modos nos sugiere el Libro de los Salmos. ¿Quien no se acuerda de alguna de dichas manifestaciones? "El cielo proclama la gloria de Dios y el firmamento pregona la obra de sus manos" (Sal 18/19, 2; cfr Sal 8, 2); "Alabad al Señor en el cielo, alabadlo en su fuerte firmamento... Alabadlo sol y Luna, alabadlo estrellas radiantes" (Sal 148, 1. 3).
El hombre, iluminado por el don de la ciencia, descubre al mismo tiempo la infinita distancia que separa a las cosas del Creador, su intrínseca limitación, la insidia que pueden constituir, cuando, al pecar, hace de ellas mal uso. Es un descubrimiento que le lleva a advertir con pena su miseria y le empuja a volverse con mayor Ímpetu y confianza a Aquel que es el único que puede apagar plenamente la necesidad de infinito que le acosa.
Esta ha sido la experiencia de los Santos... Pero de forma absolutamente singular esta experiencia fue vivida por la Virgen que, con el ejemplo de su itinerario personal de fe, nos enseria a caminar "para que en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegria" (Oración del domingo XXI del tiempo ordinario).

Piedad: Sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios como Padre y para con los hermanos como hijos del mismo Padre. Clamar ¡Abba, Padre!
Un hábito sobrenatural infundido con la gracia santificante para excitar en la voluntad, por instinto del E.S., un afecto filial hacia Dios considerado como Padre y un sentimiento de fraternidad universal para con todos los hombres en cuanto hermanos e hijos del mismo Padre.Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 28-V-1989.
La ternura, como actitud sinceramente filial para con Dios, se expresa en la oración. La experiencia de la propia pobreza existencial, del vació que las cosas terrenas dejan en el alma, suscita en el hombre la necesidad de recurrir a Dios para obtener gracia, ayuda y perdón. El don de la piedad orienta y alimenta dicha exigencia, enriqueciéndola con sentimientos de profunda confianza para con Dios, experimentado como Padre providente y bueno. En este sentido escribía San Pablo: «Envió Dios a su Hijo..., para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo...» (Gal 4, 4-7; cfr Rom 8, 15).
La ternura, como apertura auténticamente fraterna hacia el prójimo, se manifiesta en la mansedumbre. Con el don de la piedad el Espíritu infunde en el creyente una nueva capacidad de amor hacia los hermanos, haciendo su Corazón de alguna manera participe de la misma mansedumbre del Corazón de Cristo. El cristiano «piadoso» siempre sabe ver en los demás a hijos del mismo Padre, llamados a formar parte de la familia de Dios, que es la Iglesia. Por esto el se siente impulsado a tratarlos con la solicitud y la amabilidad propias de una genuina relación fraterna.
El don de la piedad, además, extingue en el corazón aquellos focos de tensión y de división como son la amargura, la cólera, la impaciencia, y lo alimenta con sentimientos de comprensión, de tolerancia, de perdón. Dicho don está, por tanto, en la raíz de aquella nueva comunidad humana, que se fundamenta en la civilización del amor.
Invoquemos del Espíritu Santo una renovada efusión de este don, confiando nuestra súplica a la intercesión de Maria, modelo sublime de ferviente oración y de dulzura materna. Ella, a quien la Iglesia en las Letanías lauretanas Saluda como Vas insignae devotionis, nos ensetie a adorar a Dios «en espíritu y en verdad» (Jn 4, 23) y a abrirnos, con corazón manso y acogedor, a cuantos son sus hijos y, por tanto, nuestros hermanos. Se lo pedimos con las palabras de la «Salve Regina»: «i... 0 clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria!».

Temor de Dios: Espíritu contrito ante Dios, concientes de las culpas y del castigo divino, pero dentro de la fe en la misericordia divina. Temor a ofender a Dios, humildemente reconociendo nuestra debilidad. Sobre todo: temor filial, que es el amor de Dios: el alma se preocupa de no disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de "permanecer" y de crecer en la caridad (cfr Jn 15, 4-7). Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 11 -VI-1989.
La Sagrada Escritura afirma que "Principio del saber, es el temor de Yahveh" (Sal 110/111, 10; Pr 1, 7). ¿Pero de que temor se trata? No ciertamente de ese «miedo de Dios» que impulsa a evitar pensar o acordarse de El, como de algo que turba e inquieta. Ese fue el estado de ánimo que, según la Biblia, impulsó a nuestros progenitores, después del pecado, a «ocultarse de la vista de Yahveh Dios por entre los árboles del jardín» (Gen 3, 8); este fue también el sentimiento del siervo infiel y malvado de la parábola evangélica, que escondió bajo tierra el talento recibido (cfr Mt 25, 18. 26).
Pero este concepto del temor-miedo no es el verdadero concepto del temor-don del Espíritu. Aquí se trata de algo mucho más noble y sublime: es el sentimiento sincero y trémulo que el hombre experimenta frente a la tremenda malestas de Dios, especialmente cuando reflexiona sobre las propias infidelidades y sobre el peligro de ser «encontrado falto de peso» (Dn 5, 27) en el juicio eterno, del que nadie puede escapar. El creyente se presenta y se pone ante Dios con el «espíritu contrito» y con el «corazón humillado» (cfr Sal 50/51, 19), sabiendo bien que debe atender a la propia salvación «con temor y temblor» (Flp, 12). Sin embargo, esto no significa miedo irracional, sino sentido de responsabilidad y de fidelidad a su ley.
El Espíritu Santo asume todo este conjunto y lo eleva con el don del temor de Dios. Ciertamente ello no excluye la trepidación que nace de la conciencia de las culpas cometidas y de la perspectiva del castigo divino, pero la suaviza con la fe en la misericordia divina y con la certeza de la solicitud paterna de Dios que quiere la salvación eterna de todos. Sin embargo, con este don, el Espíritu Santo infunde en el alma sobre todo el temor filial, que es el amor de Dios: el alma se preocupa entonces de no disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de "permanecer" y de crecer en la caridad (cfr Jn 15, 4-7).
De este santo y justo temor, conjugado en el alma con el amor de Dios, depende toda la práctica de las virtudes cristianas, y especialmente de la humildad, de la templanza, de la castidad, de la mortificación de los sentidos. Recordemos la exhortación del Apóstol Pablo a sus cristianos: "Queridos míos, purifiquémonos de toda mancha de la carne y del espíritu, consumando la santificación en el temor de Dios» (2 Cor 7, 1).
Es una advertencia para todos nosotros que, a veces, con tanta facilidad transgredimos la ley de Dios, ignorando o desafiando sus castigos. Invoquemos al Espíritu Santo a fin de que infunda largamente el don del santo temor de Dios en los hombres de nuestro tiempo. Invoquémoslo por intercesión de Aquella que, al anuncio del mensaje celeste o se conturbó» (Lc 1, 29) y, aun trepidante por la inaudita responsabilidad que se le confiaba, supo pronunciar el fiat» de la fe, de la obediencia y del amor.
FUENTE: http://www.corazones.org/espiritualidad/espiritu_santo/dones_espiritu.htm

DONES Y VIRTUDES
la Virtud adquirida se dispone para ser movido por la simple razón natural naturalmente buenos.
la Virtud infusa se dispone para ser movido por la razón iluminada por la fe sobrenaturales al modo humano.
los Dones del Espíritu Santo se connaturaliza con los actos a que es movido por el Espíritu Santo sobrenaturales al modo divino o sobrehumano.
El crecimiento en los Dones del Espíritu Santo forma en el alma perfecciones llamadas Frutos del Espíritu Santo
Hay muchas similitudes entre las virtudes y los dones:
Ambos son hábitos operativos que residen en las facultades humanas. Ambos buscan practicar el bien honesto y tienen el mismo fin remoto: la perfección del hombre.
Pero hay diferencias:
1: La causa motora: Las virtudes son movidas por la razón vs. Los dones del E.S. son movidos directamente el Espíritu Santo.
-Las virtudes disponen para seguir el dictamen de la razón razón humana (ilustrada por la fe si se trata de virtud infusa), bajo la previa moción de Dios (gracia actual)
-Los dones son movidos por el Espíritu Santo como instrumentos directos suyos.
2: El objeto formal. (virtudes) Actúan por razones humanas vs. (dones del ES) Actúan por razones divinas . Los dones del ES transcienden la esfera de la razón humana, aun de la razón iluminada por la fe.
3: (virtudes) Modo humano vs. (dones del ES) modo divino
-Las virtudes infusas tienen por motor al hombre y por norma la razón humana iluminada por la fe. Se deduce que sus actos son a modo humano.
-En cambio los dones tienen por causa motora y por norma el mismo Espíritu Santo, sus actos son a modo divino o sobrehumano. De esto se deduce que las virtudes infusas son imperfectas por la modalidad humana de su obrar y es imprescindible que los dones del Espíritu Santo vengan en su ayuda para proporcionarles su modalidad divina, sin la cual las virtudes no podrán alcanzar su plena perfección.
4: (virtudes) Uso a nuestro arbitrio vs. (dones del ES) al arbitrio divino .
-Se deduce de las diferencias anteriores que el hábito de las virtudes infusas lo podemos usar cuando nos plazca -presupuesta la gracia actual, que a nadie se niega-
-mientras que los dones sólo actúan cuando el Espíritu Santo quiere moverlos. Los dones de Espíritu no confieren al alma más que la facilidad para dejarse mover, de manera conciente y libre, por el Espíritu Santo, quien es la única causa motora de ellos. Nuestra parte es solo disponernos. Ej.: refrenando el tumulto de las pasiones, afectos desordenados, distracciones, etc.
"La primera oración que sentí, a mi parecer, sobrenatural, que llamo yo lo que con industria ni diligencia no se puede adquirir aunque mucho se procure, aunque disponerse para ello sí y debe de hacer mucho al caso..." -Sta. Teresa de Avila, Relación Ira al P. Rodrigo 3

Dones en las Sagradas Escrituras
Sabemos de la existencia de los dones por la Biblia.
Según Sto. Tomás de Aquino, la sabiduría pagana desconocía los dones del Espíritu Santo.
Isaías menciona seis de los dones (falta el don de piedad)
Isaías 11:1-3 Este texto es mesiánico. Se refiere propiamente al Mesías. No obstante, os Santos Padres lo extienden también a los fieles de Cristo en virtud del principio universal de la economía de la gracia que enuncia San Pablo cuando dice: "Porque a los que de antes conoció, a ésos los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo" Rm 8:29.
San Pablo describe el don de Piedad: "No habeis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes habéis recibido el espíritu de adopción, por el que clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio de que somos hijos de Dios" Rom 8:14-17

Otros textos que revelan los dones:
AT: Gen 41:38; Ex 31:3; Num 24:2; Deut 34:9; Ps 31:8; 32:9; 118, 120; 142:10; Sap 7:28; 7:7; 7:22; 9:17; 10:10; Eccli 15:5; Is 11:2; 61:1; Mich 3:8.
NT: Lc 12:12; 24:25; Jn 3:8; 14:17; 14:26; Hechos 2:2; 2:38; Rm 8:14; 8:26; 1 Cor 2:10; 12:8; Apoc 1:4; 3:1; 4:5; 5:6.

Padres de la Iglesia: Tanto los griegos como los latinos hablan con frecuencia de los dones del Espíritu Santo, aunque con diversos nombres: dona, munera, charismata, spiritus, virtutes, etc.

Fuentes:
-Catecismo de la Iglesia Católica
-Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo
-Royo Marín, Teología de la Perfección#117s, BAC


Los Carismas. Etimología: del griego, charis+ma.
- Char: algo que causa felicidad. Charis: conceder gracia, favor gratuito de Dios.
- Ma: es el objeto y el resultado de una acción.
"charisma": el resultado de haber recibido el charis (don de Dios).

Los carisma son:
Sobrenaturales concedidos por Dios a determinadas personas. Aunque se le atribuyen sobre todo al Espíritu Santo, son igualmente don del Padre y del Hijo.
Son un don para la Iglesia. Aunque ya existían en el Antiguo Testamento, Dios los concede de forma incomparable en la Iglesia, por los méritos de Cristo.
Para el bien común. Concedidos para servir en la edificación de la Iglesia. Sus efectos se manifiestan en favor de los miembros del cuerpo en función del amor. Son útiles para la misión y por lo tanto no son ni privados (para uso egoísta, personal), ni son superfluos.
No son requisitos para la salvación personal como lo es la gracia santificante. No es mas santo el que tenga mayores carismas. Pero si es verdad que los santos se caracterizan por el buen uso de los carismas porque los ponen al servicio de la Iglesia motivados por el amor.
El Espíritu Santo los concede a quien quiere y cuando quiere. (1 Cor 12,11). Se encuentran en todo tiempo y lugar.
Son dones transitorios. El Espíritu Santo los da y los quita según su beneplácito; son pasajeros respecto a las virtudes teologales que son permanentes y sobre todo, con relación a la caridad que no disminuye; poseen, sin embargo, una cierta estabilidad que hace que el hombre dotado habitualmente del carisma profético sea llamado profeta.
Es bueno pedirlos si lo hacemos por amor a la Iglesia, para servirla (1 Cor 14, 27)
Jamás podrían adquirirse ni ser previstos con las fuerzas humanas.
El carisma brota con formas nuevas. Por eso le incumbe al ministerio jerárquico la delicada tarea de examinar y cultivar los carismas que nacen continuamente en el seno del pueblo de Dios. Hacer aflorar nuevas modalidades de carismas, favorecer las concreciones institucionales de estos y velar para que se mantengan vivos, insertándolos adecuadamente en la vida de la Iglesia.
Por su naturaleza, los carismas son comunicativos, y hacen nacer aquella "afinidad espiritual entre las personas"
y aquella amistad en Cristo que da origen a los "movimientos". (cf. Christifideles laici, 24)

Criterios esenciales de los carismas auténticos(Libero Gerosa):
"Los carismas son gracias especiales que el Espíritu distribuye libremente entre los fieles de todo tipo y con los que los capacita y dispone para asumir varias obras y funciones, útiles para la renovación de la Iglesia y para el desarrollo de su construcción. Algunos de estos carismas son extraordinarios, otros, por el contrario, sencillos y mucho más difundidos, pero el juicio sobre su autenticidad corresponde, sin ninguna excepción, a los que presiden en la Iglesia, a los que compete no extinguir los carismas auténticos"

El carisma se distingue del talento:
- talento: es la capacidad natural de la persona.
- carisma: es un don sobrenatural del Espíritu para edificación del cuerpo eclesial. Por ser sobrenatural no implica que sea necesariamente algo portentoso, mas bien los dones se integran en la disposición natural de la persona y actúa en ella.

Antiguo Testamento
Aunque el término "carisma" parece ser propiamente paulino, la realidad a que se refiere está ya claramente operante en el Antiguo Testamento, en numerosos reyes, jueces, profetas y otros grandes personajes, tanto hombres como mujeres. Estos no solo recibieron de Dios una misión sino también la efusión del Espíritu Santo para ejercerla mas allá de las fuerzas meramente naturales.

Nuevo Testamento
La palabra carisma aparece 17 veces.16 veces en San Pablo: Rom1,11; 5,15.16; 6,23; 11,29; 12,6; 1 Cor 1,7; 7,7; 12,4.9.28.30.31; 2 Cor 1,11; 1 Tm 4,14; 2 Tm 1,6. Y una vez en S. Pedro: 1 P 4, 10.

Carismas en San Pablo
Hace cuatro listas de carismas:1 Cor 12,8-10; 1 Cor 12, 28-30; Rom 12, 6-8; Ef 4, 11
Las listas contienen un total de 20 carismas diferentes, pero estas no pretenden ser exhaustivas. Hay muchos mas carismas. Mientras unos son dones que capacitan para ejercer ciertos oficios, otros son extraordinarios. Pero todos son fruto de la gracia, es decir de la obra del Espíritu Santo.
El significado de "charisma" en Pablo varía. Algunas veces es aptitud, otras es sinónimo de gracia sacramental de estado. Pero siempre se trata de una gracia del Espíritu Santo que habilita a quien la recibe para servir en la edificación (oikodomé) de la comunidad (Iglesia). Es por lo tanto para el bien de todos (1 Cor 12). Los carismas tienen un carácter orgánico. Todos los carismas deben operar en armonía, como las múltiples funciones de un cuerpo sano.
Es necesario cuidar el uso de los carismas tanto para desarrollarlos como para encaminarlos en forma equilibrada hacia el propósito querido por Dios. San Pablo advierte a los Corintios sobre el peligro del mal uso de los carismas:
Cuando los carismas pretenden remplazar el esfuerzo y la responsabilidad de la vida cotidiana.
Cuando la atención se centra en los carismas haciendo de ellos un espectáculo, creando desorden y distrayendo de la disponibilidad al sacrificio.
Cuando se toma posesión de los carismas, buscando ávidamente poseerlos por interés egoísta (orgullo, competencia, fama, etc.).
San Pablo actúa fuertemente contra los excesos porque los carismas, si no contribuyen a la edificación del cuerpo, pueden hacerle daño.
San Pablo igualmente se preocupa de que no se apaguen los carismas: "No apaguéis el Espíritu. No despreciéis las profecías. Examinad todo y quedaos con lo que es bueno. Abstenéos de todo mal." (1 Ts 5, 19-22) Pablo enseña constantemente que Dios actúa íntimamente y poderosamente en sus hijos, dándoles los dones necesarios para la misión. Minimizar la necesidad de los dones es también una forma de poner al hombre como un falso protagonista de la edificación de la Iglesia, usurpando el lugar de Dios y relegándolo a un cielo que estaría distanciado de la tierra.

Todos los santos son testimonio del poder de Dios y de los carismas que el suscita para el bien de la Iglesia.
San Ignacio de Loyola, a través de su propia experiencia de gracia, desarrolla unos "ejercicios espirituales" para discernir las mociones del Espíritu. Estos ejercicios correctamente presuponen que Dios se manifiesta al hombre, le da los carismas y le da conocimiento para utilizarlos correctamente. Este proceso de discernimiento debe continuar toda la vida e incluye necesariamente una profunda obediencia a la Iglesia.

Después del Concilio Vaticano II, se ha suscitado un desarrollo de la doctrina eclesiológica y pneumatológica. Al mismo tiempo el Espíritu Santo se ha manifestado extraordinariamente entre el pueblo de Dios. Han aparecido numerosos movimientos eclesiales con nuevos carismas. La Renovación Carismática en el Espíritu Santo a motivado un "redescubrimiento" de carismas como la curación, la profecía, el don de la alabanza en lenguas y muchos otros. El Espíritu Santo se da así a conocer como la verdadera vida de la Iglesia.

FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO
Del Catecismo:
1832 Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: ‘caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad’ (Ga 5,22-23, vg.).
Cuando el Espíritu Santo da su frutos en el alma, vence las tendencias de la carne.
Cuando el Espíritu opera libremente en el alma, vence la debilidad de la carne y da fruto.
"Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil" Mateo 26:41
Obras de la carne: Fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, superstición, enemistades, peleas, rivalidades, violencias, ambiciones, discordias, sectarismo, disensiones, envidias, ebriedades, orgías y todos los excesos de esta naturaleza. (Gálatas 5, 19)

Naturaleza de los frutos Espíritu Santo y la santificación
Al principio nos cuesta mucho ejercer las virtudes. Pero si perseveramos dóciles al Espíritu Santo, Su acción en nosotros hará cada vez mas fácil ejercerlas, hasta que se llegan a ejercer con gusto. Las virtudes serán entonces inspiradas por el Espíritu Santo y se llaman frutos del Espíritu Santo.
Cuando el alma, con fervor y dócil a la acción del Espíritu Santo, se ejercita en la práctica de las virtudes, va adquiriendo facilidad en ello. Ya no se sienten las repugnancias que se sentían al principio. Ya no es preciso combatir ni hacerse violencia. Se hace con gusto lo que antes se hacía con sacrificio.
Les sucede a las virtudes lo mismo que a los árboles: los frutos de éstos, cuando están maduros, ya no son agrios, sino dulces y de agradable sabor. Lo mismo los actos de las virtudes, cuando han llegado a su madurez, se hacen con agrado y se les encuentra un gusto delicioso. Entonces estos actos de virtud inspirados por el Espíritu Santo se llaman frutos del Espíritu Santo, y ciertas virtudes los producen con tal perfección y tal suavidad que se los llama bienaventuranzas, porque hacen que Dios posea al alma planamente.

La Felicidad
Cuanto más se apodera Dios de un alma más la santifica; y cuanto más santa sea, más feliz es.
Seremos mas felices a medida que nuestra naturaleza va siendo curada de su corrupción. Entonces se poseen las virtudes como naturalmente.
Los que buscan la perfección por el camino de prácticas y actos metódicos, sin abandonarse enteramente a la dirección del Espíritu Santo, no alcanzarán nunca esta dulzura. Por eso sienten siempre dificultades y repugnancias: combaten continuamente y a veces son vencidos y cometen faltas. En cambio, los que, orientados por el Espíritu Santo, van por el camino del simple recogimiento, practican el bien con un fervor y una alegría digna del Espíritu Santo, y sin lucha, obtienen gloriosas victorias, o si es necesario luchar, lo hacen con gusto. De lo que se sigue, que las almas tibias tienen doble dificultad en la práctica de la virtud que las fervorosas que se entregan de buena gana y sin reserva. Porque éstas tienen la alegría del Espíritu Santo que todo se lo hace fácil, y aquéllas tienen pasiones que combatir y sienten las debilidades de la naturaleza que impiden las dulzuras de la virtud y hacen los actos difíciles e imperfectos.
La comunión frecuente perfecciona las virtudes y abre el corazón para recibir los frutos del Espíritu Santo porque nuestro Señor, al unir su Cuerpo al nuestro y su Alma a la nuestra, quema y consume en nosotros las semillas de los vicios y nos comunica poco a poco sus divinas perfecciones, según nuestra disposición y como le dejemos obrar. Por ejemplo: encuentra en nosotros el recuerdo de un disgusto, que aunque ya pasó, ha dejado en nuestro espíritu y en nuestro corazón una impresión, que queda como simiente de pesar y cuyos efectos sentimos en muchas ocasiones. ¿Qué hace nuestro Señor? Borra el recuerdo y la imagen de ese descontento, destruye la impresión que se había grabado en nuestras potencias y ahoga completamente esta semilla de pecados, poniendo en su lugar los frutos de caridad, de gozo, de paz y de paciencia. Arranca de la misma manera las raíces de cólera, de intemperancia y de los demás defectos, comunicándonos las virtudes y sus frutos.


Los 12 Frutos del Espíritu Santo
Los tres primeros frutos del Espíritu Santo son la caridad, el gozo y la paz, que pertenecen especialmente al Espíritu Santo.

-La caridad, porque es el amor del Padre y del Hijo
-El gozo, porque está presente al Padre y al Hijo y es como el complemento de su bienaventuranza.
-La paz, porque es el lazo que une al Padre y al Hijo.

Estos tres frutos están unidos y se derivan naturalmente uno del otro.
-La caridad o el amor ferviente nos da la posesión de Dios
-El gozo nace de la posesión de Dios, que no es otra cosa que el reposo y el contento que se encuentra en el goce del bien poseído.
-La paz que, según San Agustín; es la tranquilidad en el orden. Mantiene al alma en la posesión de la alegría contra todo lo que es opuesto. Excluye toda clase de turbación y de temor.

La santidad y la caridad valen mas que todo
La caridad es el primero entre los frutos del Espíritu Santo, porque es el que más se parece al Espíritu Santo, que es el amor personal, y por consiguiente el que más nos acerca a la verdadera y eterna felicidad y el que nos da un goce más sólido y una paz más profunda. Dad a un hombre el imperio del universo con la autoridad más absoluta que sea posible; haced que posea todas las riquezas, todos los honores, todos los placeres que se puedan desear; dadle la sabiduría más completa que se pueda imaginar; que sea otro Salomón y más que Salomón, que no ignore nada de toda lo que una inteligencia pueda saber; añadidle el poder de hacer milagros: que detenga al sol, que divida los mares, que resucite los muertos, que participe del poder de Dios en grado tan eminente como queráis, que tenga además el don de profecía, de discernimiento de espíritus y el conocimiento interior de los corazones. El menor grado de santidad que pueda tener este hombre, el menor acto de caridad que haga, valdrá mucho más que todo eso, porque lo acercan al Supremo bien y le dan una personalidad más excelente que todas esas otras ventajas si las tuviera; y esto, por dos razones:
1- Porque participar de la santidad de Dios, es participar de todo lo más importante, por decirlo así, que hay en Él. Los demás atributos de Dios, como la ciencia, el poder, pueden ser comunicados a los hombres de tal manera que les sean naturales. Unicamente la santidad no puede serles nunca natural (sino por gracia).
2- Porque la santidad y la felicidad son como dos hermanas inseparables y porque Dios no se da ni se une más que a las almas santas y no a las que sin poseer la santidad, poseen la ciencia, el poder y todas las demás perfecciones imaginables.
Por lo tanto, el grado más pequeño de santidad o la menor acción que la aumente, es preferible, a los cetros y coronas. De lo que se deduce que perdiendo cada día tantas ocasiones de hacer actos sobrenaturales, perdemos incontables felicidades, casi imposibles de reparar.

No podemos encontrar en las criaturas el gozo y la paz, que son frutos del Espíritu Santo, por dos razones.
1- Porque únicamente la posesión de Dios nos afianza contra las turbaciones y temores, mientras que la posesión de las criaturas causa mil inquietudes y mil preocupaciones. Quien posee a Dios no se inquieta por nada, porque Dios lo es todo para él, y todo lo demás solo vale en relación a El y según El lo disponga.
2- Porque ninguno de los bienes terrenos nos puede satisfacer ni contentar plenamente. Vaciad el mar y a continuación, echad en él una gota de agua: ¿llenaría este vacío inmenso? Todas las criaturas son limitadas y no pueden satisfacer el deseo del alma por Dios. La paz hace que Dios reine en el alma y que solamente Él sea el dueño. La paz mantiene al alma en la perfecta dependencia de Dios. Por la gracia santificante, Dios se hace en el alma como una fortaleza donde habita. Por la paz se apodera de todas las facultades, fortificándolas tan poderosamente que las criaturas ya no pueden llegar a turbarlas. Dios ocupa todo el interior. Por eso los santos están tan unidos a Dios lo mismo en la oración que en la acción y los acontecimientos más desagradables no consiguen turbarlos.

Paciencia modera la tristeza. Mansedumbre modera la cólera
Los frutos anteriores disponen al alma a la de paciencia, mansedumbre y moderación. Es propio de la virtud de la paciencia moderar los excesos de la tristeza y de la virtud de la mansedumbre moderar los arrebatos de cólera que se levanta impetuosa para rechazar el mal presente. El esfuerzo por ejercer la paciencia y la mansedumbre como virtudes requiere un combate que requiere violentos esfuerzos y grandes sacrificios. Pero cuando la paciencia y la mansedumbre son frutos del Espíritu Santo, apartan a sus enemigos sin combate, o si llegan a combatir, es sin dificultad y con gusto. La paciencia ve con alegría todo aquello que puede causar tristeza. Así los mártires se regocijaban con la noticia de las persecuciones y a la vista de los suplicios. Cuando la paz está bien asentada en el corazón, no le cuesta a la mansedumbre reprimir los movimientos de cólera; el alma sigue en la misma postura, sin perder nunca su tranquilidad. Porque al tomar el Espíritu Santo posesión de todas sus facultades y residir en ellas, aleja la tristeza o no permite que le haga impresión y hasta el mismo demonio teme a esta alma.

frutos de bondad y benignidad
Estos dos frutos miran al bien del prójimo.
La bondad y la inclinación que lleva a ocuparse de los demás y a que participen de lo que uno tiene.
La Benignidad. No tenemos en nuestro idioma la palabra que exprese propiamente el significado de benígnitas. La palabra benignidad se usa únicamente para significar dulzura y esta clase de dulzura consiste en tratar a los demás con gusto, cordialmente, con alegría, sin sentir la dificultad que sienten los que tienen la benignidad sólo en calidad de virtud y no como fruto del Espíritu Santo.

fruto de longanimidad(perseverancia)
La longanimidad o perseverancia nos ayudan a mantenernos fieles al Señor a largo plazo. Impide el aburrimiento y la pena que provienen del deseo del bien que se espera, o de la lentitud y duración del bien que se hace, o del mal que se sufre y no de la grandeza de la cosa misma o de las demás circunstancias. La longanimidad hace, por ejemplo, que al final de un año consagrado a la virtud seamos más fervorosos que al principio.

el fruto de la fe
La fe como fruto del Espíritu Santo, es cierta facilidad para aceptar todo lo que hay que creer, firmeza para afianzarnos en ello, seguridad de la verdad que creemos sin sentir repugnancias ni dudas, ni esas oscuridades y terquedades que sentimos naturalmente respecto a las materias de la fe.
Para esto debemos tener en la voluntad un piadoso afecto que incline al entendimiento a creer, sin vacilar, lo que se propone. Por no poseer este piadoso afecto, muchos, aunque convencidos por los milagros de Nuestro Señor, no creyeron en Él, porque tenían el entendimiento oscurecido y cegado por la malicia de su voluntad. Lo que les sucedió a ellos respecto a la esencia de la fe, nos sucede con frecuencia a nosotros en lo tocante a la perfección de la fe, es decir, de las cosas que la pueden perfeccionar y que son la consecuencia de las verdades que nos hace creer.
No es suficiente creer, hace falta meditar en el corazón lo que creemos, sacar conclusiones y responder coherentemente.
Por ejemplo, la fe nos dice que Nuestro Señor es a la vez Dios y Hombre y lo creemos. De aquí sacamos la conclusión de que debemos amarlo sobre todas las cosas, visitarlo a menudo en la Santa Eucaristía, prepararnos para recibirlo y hacer de todo esto el principio de nuestros deberes y el remedio de nuestras necesidades.
Pero cuando nuestro corazón esta dominado por otros intereses y afectos, nuestra voluntad no responde o está en pugna con la creencia del entendimiento. Creemos pero no como una realidad viva a la que debemos responder. Hacemos una dicotomía entre la "vida espiritual" (algo solo mental) y nuestra "vida real" (lo que domina el corazón y la voluntad). Ahogamos con nuestros vicios los afectos piadosos. Si nuestra voluntad estuviese verdaderamente ganada por Dios, tendríamos una fe profunda y perfecta.

los frutos de Modestia, Templanza y Castidad
La modestia regula los movimientos del cuerpo, los gestos y las palabras. Como fruto del Espíritu Santo, todo esto lo hace sin trabajo y como naturalmente, y además dispone todos los movimientos interiores del alma, como en la presencia de Dios. Nuestro espíritu, ligero e inquieto, está siempre revoloteando par todos lados, apegándose a toda clase de objetos y charlando sin cesar. La modestia lo detiene, lo modera y deja al alma en una profunda paz, que la dispone para ser la mansión y el reino de Dios: el don de presencia de Dios. Sigue rápidamente al fruto de modestia, y ésta es, respecto a aquélla, lo que era el rocío respecto al maná. La presencia de Dios es una gran luz que hace al alma verse delante de Dios y darse cuenta de todos sus movimientos interiores y de todo lo que pasa en ella con más claridad que vemos los colores a la luz del mediodía.
La modestia nos es completamente necesaria, porque la inmodestia, que en sí parece poca cosa, no obstante es muy considerable en sus consecuencias y no es pequeña señal en un espíritu poco religioso.

Las virtudes de templanza y castidad atañen a los placeres del cuerpo, reprimiendo los ilícitos y moderando los permitidos.
-La templanza refrena la desordenada afición de comer y de beber, impidiendo los excesos que pudieran cometerse
-La castidad regula o cercena el uso de los placeres de la carne.
Mas los frutos de templanza y castidad desprenden de tal manera al alma del amor a su cuerpo, que ya casi no siente tentaciones y lo mantienen sin trabajo en perfecta sumisión.
El Espíritu Santo actúa siempre para un fin: nuestra santificación que es la comunión con Dios y el prójimo por el amor.

Fuentes:
-Catecismo de la Iglesia Católica
-Royo Marín, Teología de la Perfección Cristiana, BAC