jueves, 16 de junio de 2011

HOSTIA PURA, SANTA, INMACULADA

ORACION DE JUAN PABLO II

Elevemos juntos la mirada a Jesús Eucaristía; contemplémosle y repitámosle juntos estas palabras de santo Tomás de Aquino,
que manifiestan toda nuestra fe y todo nuestro amor: Jesús, ¡te adoro escondido en la Hostia!

En una época marcada por odios, por egoísmos, por deseos de falsas felicidades, por la decadencia de costumbres, la ausencia
de figuras paternas y maternas, la instabilidad en tantas jóvenes familias y por tantas fragilidades y dificultades que sufren los
jóvenes, nosotros te miramos a ti, Jesús Eucaristía, con renovada esperanza. A pesar de nuestros pecados, confiamos en tu
divina misericordia. Te repetimos junto a los discípulos de Emaús «Mane nobiscum Domine!» , «¡Quédate con nosotros, Señor!».

En la Eucaristía, tú restituyes al Padre todo lo que proviene de él y se realiza así un profundo misterio de justicia de la criatura
hacia el creador. El Padre celeste nos ha creado a su imagen y semejanza, de él hemos recibido el don de la vida, que cuanto más
reconocemos como preciosa desde el momento de su inicio hasta la muerte, más es amenazada y manipulada.

Te adoramos, Jesús, y te damos gracias porque en la Eucaristía se hace actual el misterio de esa única ofrenda al Padre que tú
realizaste hace dos mil años con el sacrificio de la Cruz, sacrificio que redimió a la humanidad entera y a toda la creación.

«Adoro Te devote, latens Deitas!»
¡Te adoramos, Jesús Eucaristía! Adoramos tu cuerpo y tu sangre, entregados por nosotros, por todos, en remisión de los pecados:
¡Sacramento de la nueva y eterna Alianza!

Mientras te adoramos, ¿cómo es posible no pensar en todo lo que tenemos que hacer para darte gloria? Al mismo tiempo, sin
embargo, reconocemos que san Juan de la Cruz tenía razón cuando decía: «Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensan
ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios,
dejado aparte el buen ejemplo que de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración».

Ayúdanos, Jesús, a comprender que para «hacer» algo en tu Iglesia, incluso en el campo tan urgente de la nueva evangelización, es
necesario ante todo «ser», es decir, estar contigo en adoración, en tu dulce compañía. Sólo de una íntima comunión contigo surge la
auténtica, eficaz y verdadera acción apostólica.

A una gran santa, que entró en el Carmelo de Colonia, santa Benedicta Teresa de la Cruz, Edith Stein, le gustaba repetir: «Miembros del
Cuerpo de Cristo, animados por su Espíritu, nosotros nos ofrecemos como víctimas con él, en él, y nos unimos a la eterna acción de
gracias».

«Adoro Te devote, latens Deitas!». Jesús, te pedimos que cada uno desee unirse a ti en una eterna acción de gracias y se comprometa en
el mundo de hoy y de mañana para ser constructor de la civilización del amor.

Que te ponga en el centro de su vida, que te adore y te celebre. Que crezca en su familiaridad contigo, ¡Jesús Eucaristía! Que te reciba
participando con asiduidad en la santa misa dominical y, si es posible, cada día. Que de estos intensos y frecuentes nazcan compromisos
de entrega libre de la vida a ti, que eres libertad plena y verdadera. Que surjan santas vocaciones al sacerdocio: sin el sacerdocio no hay
Eucaristía, fuente y culmen de la vida de la Iglesia. Que crezcan en gran número las vocaciones a la vida religiosa. Que broten con generosidad
vocaciones a la santidad, que es la elevada medida de la vida cristiana ordinaria, en especial, en las familias. La Iglesia y la sociedad tienen
necesidad de esto hoy más que nunca.

Jesús Eucaristía, te confío a los jóvenes de todo el mundo: sus sentimientos, sus afectos, sus proyectos. Te los presento poniéndolos en
manos de María, madre tuya y madre nuestra.

Jesús, que te entregaste al Padre, ¡ámales!
Jesús, que te entregaste al Padre, ¡sana las heridas de su espíritu!
Jesús, que te entregaste al Padre, ¡ayúdales a adorarte en la verdad y bendíceles! Ahora y siempre. ¡Amén!

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