martes, 30 de mayo de 2017

lunes, 29 de mayo de 2017

sábado, 27 de mayo de 2017

viernes, 26 de mayo de 2017

jueves, 25 de mayo de 2017

miércoles, 24 de mayo de 2017

martes, 23 de mayo de 2017

domingo, 21 de mayo de 2017

LAS OBRAS DE LA IGLESIA

¡Oh, Iglesia Católica, Madre verdadera de los cristianos! Con razón no solamente predicas que hay que honrar purísima y castísimamente al mismo Dios, cuya posesión es dichosísima vida, sino que también haces de tal manera tuyo el amor y la caridad del prójimo, que en ti hallamos toda medicina potentemente eficaz para los muchos males que, por causa de los pecados, aquejan a las almas. Tú adiestras y enseñas con ternura a los niños, con fortaleza a los jóvenes, con delicadeza a los ancianos, conforme a la edad de cada uno en su cuerpo y en su espíritu. Tú con una, estoy por decir, libre servidumbre, sometes los hijos a sus padres, y pones a los padres delante de los hijos con dominio de piedad. Tú, con vínculo de religión más fuerte y más estrecho que el de la sangre, unes a hermanos con hermanos… Tú, no sólo con vínculos de sociedad, sino también de una cierta fraternidad, ligas a ciudadanos con ciudadanos, a naciones con naciones; en una palabra, a todos los hombres, con el recuerdo de los primeros padres. A los reyes enseñas a mirar por los pueblos; a los pueblos amonestas que obedezcan a los reyes. Enseñas con diligencia a quién se debe honor, a quién afecto, a quién respeto, a quién temor, a quién consuelo, a quién amonestación, a quién exhortación, a quién corrección, a quién represión, a quién castigo; mostrando cómo no se debe todo a todos, pero sí a todos la caridad, a ninguno la ofensa. San Agustín (Tomado de: “De moribus Ecclesiae Catholicae”, libro I, c. 30) EL PREMIO OCULTO Muchas veces permite también la Divina Providencia que hombres justos sean desterrrados de la Iglesia Católica por causa de alguna sedición muy turbulenta de los carnales. Y si sobrellevan con paciencia tal injusticia o contumelia, mirando por la paz eclesiástica, sin introducir novedades cismáticas ni heréticas, enseñarán a los demás con qué verdadero afecto y sincera caridad debe servirse a Dios. El anhelo de tales hombres es el regreso, pasada la tempestad; mas, si no se les consiente volver, porque no ha cesado el temporal o hay amago de que enfurezca más su retorno, se mantienen en la firme voluntad de mirar por el bien de los mismos agitadores, ante cuya sedición y turbulencia padecieron, sin originar escisiones, defendiendo hasta morir y ayudando con su testimonio a mantener aquella fe que saben se predica en la Iglesia Católica. A éstos corona secretamente el Padre, que ve lo interior oculto. Rara parece esta clase de hombres, pero ejemplos no faltan, y aun son más de lo que pueda creerse. San Agustín (Tomado de: “De vera religione”, cap. 6, nº 11)

Garabandal, Santander-España

cine mudo de entonces y vida corriente... un poco más grandes... trabajando... siempre contentas... famosas... aquello que ocurría está filmado... cronología... comunión invisible... la Comunión famosa...

sábado, 20 de mayo de 2017

viernes, 19 de mayo de 2017

Virgen de Garabandal: más testigos

Mari Loli habla en inglés... Jacinta habla de aquellos días... Maximina, tia de Conchita... La direrctora de Conchita dice de la niña... Curioso: levitaciones... Curioso: hablaban en griego...https://www.youtube.com/watch?v=5NlJNc-1lgs

jueves, 18 de mayo de 2017

Conchita en corto

Loring la entrevista... Clinio tambien cuenta...

miércoles, 17 de mayo de 2017

Conchita de Garabandal

en ingles... en programa de la tele...

martes, 16 de mayo de 2017

lunes, 15 de mayo de 2017

domingo, 14 de mayo de 2017

un estudio: Jn 10, 11-15

Yo soy el buen pastor que da la vida por las ovejas "Yo soy el buen pastor" (ho poimên ho kalós). en realidad, engriego se traduce: "Yo soy el pastor, el bueno". Donde el adjetivo kalós, no expresa mansedumbre o afabilidad, sino que indica la calidad de una cosa o de una persona que responde plenamente a su función. Asi tenemos también la "buena tierra" (Mc 4,20); un "árbol bueno" que da "frutos buenos" (Mt 7,17s); el "vino bueno" (Jn 2,10); las "obras buenas" de Jesús (Jn 10,32), un "buen administrador" (1Pe 4,10); "el buen soldado de Cristo" (2Tim 2,3); etc. En el evangelio de Juan, "el adjetivo kalós se refiere siempre a Jesús (o a su misión): es un adjetivo que califica desde el punto de vista de lo que Jesús y su obra representa objetivamente para los hombres; desde el punto de vista de los bienes que les aporta" (I. de la Potterie). Y Jesús es BUENO porque su vida y su obra salvífica son las del Pastor mesiánico. Si Jn 10,11b normalmente se traduce: "El buen pastor da la vida por las ovejas", swería más aproximado al original traducirlo así: "el Buen Pastor ‘dispone’ de su vida en favor de sus ovejas" (11b). Porque el verbo griego títhêmi (lit. "poner", "colocar", "disponer de algo") que aparece en el capítulo 10 en los vv. 11.15.17.18. subraya la idea de que Jesús "disponía" de su vida con absoluta libertad, hasta el punto de que llegado el momento, deja su vida para tomarla de nuevo según el poder y el mandato recibido del Padre (cf. Jn 10,17-18). En Juan, la muerte de Jesús no es únicamente el término de su existencia, sino una realidad que está en el corazón de la vida misma. Jesús no se aferra a su existencia, a su propia vida, no se agarra a ella como cosa poseída, sino que se desprende de ella sin cesar. Dispone de ella con libertad para donarla. El buen pastor "dispone de la vida por las ovejas" (en griego: tên psichén autou títhêmi hypér tôn probátôn (v. 11b), o sea, "en favor de las ovejas". Donde la preposición griega hypér seguida de genitivo significa "para provecho de", "en favor de". Ojo: nunca en el sentido de "en lugar de", como sustitución, como si el pastor muriera en vez de las ovejas. Aquí Juan no habla del perdón de los pecados y su culpa, sino que habla del "conocimiento" entre las ovejas y el Pastor. El pastor salva a las ovejas de una situación global de oscuridad y de distanciamiento. Porque hay que deecir que el cuarto evangelio sólo habla del pecado de incredulidad, como raíz de todos los pecados. Por eso las ovejas/creyentes han sido llamados/librados de las tinieblas. Y por eso el versículo 11b no hay que entenderlo (como p.ej. Flm 13; 1Cor 15,29; 2Cor 5,14-15) en el sentido de que Jesús ofrece su vida en lugar de los pecadores, ni tampoco en clave de perdón misericordioso como en la conocida parábola de la oveja perdida de Lucas 15. La idea de Jn 10 es una adjetivación teologal de la fe y del seguimiento de Cristo: Jesús es el auténtico pastor porque vive y muere al servicio de las ovejas, da la vida por ellas y las conoce individualmente con un conocimiento amoroso. "El buen pastor no es como el asalariado/jornalero (misthôtos) que ni es verdadero pastor ni propietario de las ovejas" (v. 12a). El jornalero/mercenario es el contraste de la figura del pastor. "El jornalero cuando ve venir al lobo, las abandona y huye. Y el lobo las arrebata y dispersa" (Jn 12b). Donde el lobo describe el peligro al que están expuestas las ovejas y donde el "dispersar" (v.12), fue utilizado a menudo por los profetas del exilio en la Biblia, evocando así el pasado doloroso de Israel. Aunque para Juan, el efecto primero de la muerte de Cristo será precisamente de signo contraria, pues Él reunirá en la unidad a los hijos de Dios dispersos (11,52: "Jesús iba a morir por toda la nación y no sólo por la nación judía sino para conseguir la unión de todos los hijos de Dios dispersos"; cf. 12,32; 16,31). Los vv. 14-15 retoman los dos temas anteriores -el del BUEN pastor y el de DISPONER la vida-, sólo que ahora aparecen separados por el tema del conocimiento recíproco entre el Pastor y sus ovejas. Lo vemos claro en la estructura de los vv. 14-15: v. 14a: Yo soy el Buen Pastor —conozco a las ovejas (cf. vv. 4-5.11a) — Conocimiento recíproco Pastor—ovejas y Padre—Hijo v. 15c: Doy mi vida por mis ovejas (cf. v.11b) El verbo "conocer" (ginôskein) no es puramente intelectual sino que tiene el sentido bíblico del verbo hebreo yada‘ que un conocer existencial, es decir, a través de la comunión y la relación afectiva con el otro. En la Biblia conocer es tener una experiencia concreta de algo o de alguien. El conocimiento que une a Jesús con las ovejas es un conocimiento de amor, significa una relación personal. Jesús conoce a los suyos dándoles la vida eterna (10,27-28) y los suyos lo conocen a través de un saber que brota de la fe en él (14,7.9; 17,3) y que es verdadera comunión con él. Y lo definitivo será que este vínculo se basa en el conocimiento mutuo del Padre y del Hijo. Donde Juan lo explica diciéndo: "como (kathôs) me conoce el Padre y yo conozco al Padre" (v. 15a). Así que las relaciones entre el Pastor y las ovejas asumen, por tanto, una dimensión teologal profunda: el conocimiento recíproco entre Jesús y los suyos no es única ni principalmente una experiencia psicológica o un conocimiento intelectual entre un maestro y sus discípulos. El modelo y la fuente de ese conocimiento mutuo se halla en el conocimiento recíproco de Cristo y el Padre. La comunión entre los discípulos y Jesús es una participación en la comunión entre Jesús y el Padre.

sábado, 13 de mayo de 2017

viernes, 12 de mayo de 2017

EL CUERPO Y LAS PALABRAS DE CRISTO

El tabernáculo y el púlpito son los dos lugares augustos del templo de Dios; en uno se pide y desde el otro se ordena; en uno se habla de Dios, en el otro es Dios el que habla; en uno Jesucristo se hace adorar en la realidad de su Cuerpo, en el otro se da a conocer en la verdad de su doctrina. Son los dos lugares desde donde se distribuye el alimento celestial: en aquél se predica en silencio y en éste se enseña de viva voz; en aquél el Espíritu Santo, por medio de las palabras místicas, transforma el pan en el Cuerpo divino, y aquí el mismo poder transforma a los fieles en miembros de Cristo. San Agustín decía: “¿Qué les parece más importante, la palabra de Dios o el Cuerpo de Cristo? Si quieren contestar con verdad, se verán obligados a responder que la palabra de Jesucristo no es menos estimable que su Cuerpo, y, por lo tanto, los mismos cuidados que guardamos para no dejar caer al suelo el Cuerpo del Señor cuando nos lo entregan, debemos tomar para que no caiga de nuestro corazón la palabra de Cristo que se nos predica. Porque no es menos culpable el que escucha negligentemente la palabra santa que quien, por su culpa, deja caer el Cuerpo del Señor”. Buscar la palabra de Cristo. Los cristianos que no entienden de cruz desean discursos placenteros; pero así como ningún hombre es lo bastante insensato para buscar en el comulgatorio otra cosa que la verdad del misterio, así tampoco ninguno deberá ser tan temerario que no busque en el púlpito la pureza de la palabra. El Verbo Encarnado quiso mostrarse a los hombres de dos maneras: una, en su carne visible, y la segunda, hasta el fin del mundo, en su palabra. No crean que por haberlo perdido de vista no permanece entre nosotros, porque ya Tertuliano en su libro sobre la resurrección decía: “Así, instituyendo su predicación vivificadora, la llamó carne suya”. La predicación es como una nueva encarnación de Cristo. Deben saber también que los predicadores no suben al púlpito para pronunciar discursos vanos, sino con el mismo espíritu con que se acercan ni altar. El Cuerpo de Cristo está allí oculto bajo los signos eucarísticos, y aquí bajo los signos de la palabra. El Apóstol dice que los predicadores no deberían ocuparse de buscar nombre por la elocuencia, sino por recomendarse a la conciencia de los hombres por la manifestación de la verdad. A la conciencia, por la verdad. Los oídos se complacen en la composición académica de la palabra. La imaginación, en la delicadeza del pensamiento. Incluso el espíritu es conquistado a veces por la verosimilitud del raciocinio. Mas la conciencia quiere la verdad, y a ella es a la que hablan los predicadores. Y ¿cómo llegar a esa verdad y convertirla en relámpago que deslumbre, trueno que espante y rayo que rompa los corazones, si no hacen hablar a Cristo? Dios es el Señor de las tormentas y de las nubes. La elocuencia y la predicación. Si quieren conocer qué parte tenga la elocuencia en los discursos cristianos, San Agustín nos enseña: “La sabiduría ha de salir de su casa, esto es, del pecho del sabio, y la elocuencia seguirla como una sierva inseparable, aun cuando no sea llamada”. Este es el orden: primero, la sabiduría, y después, aun sin ser llamada, espontáneamente atraída por la grandeza de las cosas y para servir de intérprete a la ciencia y santidad del que habla, la elocuencia. El predicador hace hablar a Cristo, pero no puede hacerle hablar un lenguaje de hombre y dar un cuerpo extraño a su verdad eterna. Beba, pues, en las Sagradas Escrituras, pida prestados los términos sagrados; no sólo para robustecer, sino para embellecer su discurso, recoja al paso, si los encuentra, los adornos de la elocuencia, pero que broten espontáneamente y no como buscados. ¿Desean oradores de esta clase? Pues les anuncio un misterio: los oyentes hacen a los predicadores. La palabra divina no nace del genio ni del trabajo asiduo; es un don de Dios, que sopla donde quiere. “La palabra divina no obedece, es ella la que manda, y, por lo tanto, no habla cuando se le ordena, sino cuando quiere”. Y Dios se complace en hablar cuando los hombres están dispuestos a escuchar. Busquen la verdadera doctrina, y Dios suscitará predicadores; preparen el campo, y el sembrador no faltará. Mas si, por el contrario, buscan las fábulas humanas, Dios prohibirá a las nubes la lluvia y retirará la doctrina sana de los labios de sus predicadores. Entonces vendrán profetas que dirán: Paz, paz, y no encontrarán la paz; que dirán: Señor, Señor, y el Señor no les ha encomendado que prediquen. “El maestro recibe lo que el oyente merece”. Oír internamente. La Eucaristía y la palabra divina llegan al corazón. Debemos oír internamente, escuchar con atención; pues, además del sonido, que hiere los oídos, hay una voz secreta, espiritual e interna, verdadera predicación que habla en el interior y sin la cual la palabra del hombre es ruido inútil. Todos debemos acudir a oírla allá dentro, porque en realidad sólo Dios puede predicar, como decía San Agustín. Los ángeles y los hombres no son capaces de hablar la verdad, sino a lo más de mostrarla con el dedo, como aquel que señala las bellezas de una catedral; pero ¿quién podrá verlas si el sol no esparce su resplandor? La luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, luz invisible que nos hace ver, es Cristo, que da su gracia. Es Él el que nos concede un cierto sentido que se llama el sentido, el pensamiento de Cristo, por el cual gustamos a Dios. La palabra resuena desde el púlpito, mas la predicación se verifica en el corazón. Por eso el Señor decía: El que tenga oídos para oír, que oiga, y ciertamente que no se refería a los del cuerpo. El que enseña a los corazones, tiene su púlpito en el cielo. Abran bien los oídos del alma. No aconsejo prescindir de la palabra externa, porque es ley del Nuevo Testamento envolver la gracia en signos exteriores, como envuelve la del bautismo en el agua, que lava. Asistan a la predicación externa y hagan que caiga en vuestro corazón, y no sea el cuerpo de Cristo que cae al suelo. La comparación no es extraña: Jesús, la Verdad misma, no ama menos la verdad que su propio Cuerpo; por el contrario, sacrificó a éste para sellar con su Sangre la verdad de su palabra; y si murió un solo día, quiso, en cambio, que su verdad fuera inmortal y perenne entre nosotros. Hay que llegar a la voluntad. Me dirán que atienden sobradamente, y contestaré con el Crisóstomo: Ya sé que incluso cotejan mi primer sermón con los siguientes, pero asemejan este púlpito a un teatro. No, no es ése el modo de oír, porque “todo el que oye a mi Padre y recibe su enseñanza, viene a Mí. Hay otro lugar más recóndito donde escuchar, la escuela celestial”, donde el Padre enseña a ir hacia su Hijo; escuela donde Dios es maestro. ¿Dónde está esa escuela escondida? Aun cuando Dios mismo hablase directamente, habría que profundizar más, porque, mientras su luz permanezca tan sólo en la inteligencia, no se ha oído la lección de Dios. En efecto, para atender a la palabra del Evangelio no hay que ir allí donde se emiten los juicios, sino donde se regulan las costumbres; no donde se gustan los pensamientos bellos, sino donde nacen los buenos deseos; no al lugar donde se forman los juicios exactos, sino donde se forjan los santos propósitos: hay que llegar a la voluntad. Entren en sí mismos, y verán cómo a veces luce una llama que atraviesa los corazones, porque la palabra de Dios es viva, eficaz y tajante más que una espada de dos filos, y penetra hasta la división del alma y del espíritu, hasta la coyuntura y la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Dios a veces da a los predicadores no sé qué fuerza aguda que, a través de los caminos tortuosos de nuestras pasiones, llega a encontrar aquel pecado que nosotros escondíamos y que duerme en el fondo del corazón. En esos momentos hay que escuchar atentamente a Cristo, que contraría nuestros deseos, que turba nuestros placeres y que hurga con su dedo en nuestras heridas. Es el momento en que el hombre sabio oirá una palabra discreta, la alabará y le añadirá algo más. Y si el golpe no ha sido bastante, tomemos nosotros mismos la espada y clavémosla más fuerte. ¡Ojalá lleguemos a lo vivo, ojalá lleguemos al llanto, que San Agustín llama tan elegantemente la sangre del alma! Vivir conforme a la palabra. El que come mi Carne y bebe mi Sangre, dice el Señor, está en Mí y Yo en él; esto es, la buena comunión se manifiesta viviendo conforme a Cristo. Y el haber oído la palabra del Señor se demuestra al vivir conforme a ella. Ocurre a veces que al oír la predicación se levantan en nuestro corazón ciertos sentimientos, imitación de los verdaderos, capaces de engañarnos; ciertos fervores y deseos imperfectos; pero creamos en las obras. Ellas dirán lo que haya de verdad. Decía antes el Crisóstomo que lo escuchaban como en el teatro. En efecto, también allí los espectadores se emocionan, se llenan de ira y derraman lágrimas, como en otros espectáculos. Algo parecido puede ocurrir en nuestros sermones. También el Crisóstomo oía los gritos y aplausos de sus oyentes; sin embargo, esperaba para regocijarse a ver corregidas las costumbres. Si no cambian de vida, no han oído a Jesucristo, sino al hombre. La predicación no tiene por fin ilustrar, sino suscitar el amor. Conclusión. Para escuchar a Cristo hay que llevar a la práctica sus palabras, puesto que enseña para formar nuestra conciencia, antes que para agradarnos. Bossuet

jueves, 11 de mayo de 2017

MODELANDO EL EXITO, por MICHAEL JORDAN

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se trata de un cuento para niños (YO PUEDO, TU PUEDES, TODOS PODEMOS)

miércoles, 10 de mayo de 2017

martes, 9 de mayo de 2017

VIVA EL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

La meditación de los principales misterios de la vida de Jesús y de María constituye como el alma del Rosario, así como el rezo vocal de los Padrenuestros y Avemarías constituye como su cuerpo material. Ambas cosas son absolutamente necesarias para que exista el Rosario. Quien se limitare a rezar los Padrenuestros y Avemarías, pero sin meditar en los misterios, haría, sin duda, una excelente oración, pero no rezaría el Rosario. Y el que meditara atentamente los misterios, pero sin rezar los Padrenuestros y Avemarías, haría una excelente meditación, pero es claro que tampoco habría rezado el Rosario. Para que exista el Rosario es preciso, imprescindiblemente, juntar las dos cosas: rezo de las oraciones y meditación de los misterios. ¿De qué modo se puede rezar eficazmente el Rosario? Para obtener del Santo Rosario toda su eficacia impetratoria y santificadora, es evidente que no basta rezarlo de una manera mecánica y distraída, como podría hacerlo una cinta magnetofónica. Es preciso rezarlo digna, atenta y devotamente, como cualquier otra oración vocal. En teoría hay que reconocer que es difícil rezar bien el Rosario, precisamente porque hay que juntar la oración vocal con la mental, so pena de invalidarlo en cuanto Rosario. Pero en la práctica es fácil encontrar algunos procedimientos que ayudan eficazmente al rezo correcto y piadoso de la gran devoción mariana. El Rosario debe rezarse dignamente. Esta primera condición exige, como programa mínimo, que el rezo del Rosario se haga de una manera decorosa, como corresponde a la majestad de Dios, a quien principalmente dirigimos nuestra oración. El mejor procedimiento es rezarlo de rodillas ante el Sagrario o ante una devota imagen de María, pero en general puede rezarse en cualquier otra postura digna modestamente sentado, paseando por el campo, etc. Sería indecoroso rezarlo en la cama —salvo por razón de enfermedad— o interrumpiéndolo constantemente para contestar a preguntas ajenas al rezo, o en un lugar público y concurrido que hiciera poco menos que imposible la atención. El Rosario debe rezarse atentamente. La atención es necesaria para evitar la irreverencia que supondría si fuera plenamente voluntaria. ¿Cómo queremos que Dios nos escuche, si empezamos por no escucharnos a nosotros mismos? Sin embargo, no toda distracción es culpable. No tenemos el control despótico sobre nuestra imaginación, sino únicamente político, y no podemos evitar que se nos escape sin permiso, como un siervo desobediente e indómito, que tal es “la loca de la casa” (la imaginación). Las distracciones involuntarias no invalidan el efecto meritorio e impetratorio de la oración, con tal que se haga lo posible por contenerlas y evitarlas. En segundo término, el Rosario ha de rezarse devotamente. La devoción consiste en una prontitud del ánimo para las cosas tocantes al servicio de Dios. Es imposible que el alma no se sienta llena de devoción si reza tan perfectamente como le es posible el Rosario. Una cosa importantísima hemos de advertir aquí. El fin principal de toda oración vocal o mental es unir el alma con Dios de la manera más íntima realizable. Todo lo demás, incluso la impetración de las gracias que pedimos, es secundario en relación a esta finalidad suprema. De donde hay que concluir que, si durante el rezo del Rosario o de cualquier otra oración vocal no obligatoria se sintiera el alma llena de un amor de Dios tan intenso que el rezo le resultara muy penoso o poco menos que imposible, habría que suspender inmediatamente el rezo sin escrúpulo alguno, para “dejarse abrasar en silencio” por aquella llama de amor viva “que sabe a vida eterna y paga toda deuda”, como dice San Juan de la Cruz. El rezo del Rosario en las condiciones que acabamos de indicar constituye una de las más grandes y claras señales de predestinación que podemos alcanzar en este mundo, al reunir la eficacia infalible de la oración impetratoria de la perseverancia final y la poderosísima intercesión de María como mediadora universal de todas las gracias. Quiera Dios conceder a cada uno de los lectores el deseo ardiente de ser un gran devoto de la Virgen en su doble advocación del Carmen y del Rosario: Cuando con blanco sudario cubran los despojos míos, ¡sálveme tu escapulario y tengan mis dedos fríos las cuentas de tu Rosario! Padre Antonio Royo Marín, O.P.

lunes, 8 de mayo de 2017

EL HABLAR DESHONESTO

En el presente evangelio refiere San Marcos el milagro que hizo nuestro Divino Salvador curando a un hombre sordo y mudo con sólo tocarle la lengua: “Tocó su lengua… y se soltó la atadura” (San Marcos, 7, 33-35). Pero de estas últimas palabras no se deduce que aquel hombre fuese mudo en efecto, sino que tenía la lengua impedida y no podía hablar expeditamente, por la cual añade San Marcos que después del milagro “hablaba correctamente” (San Marcos, 7, 35). Fue, pues, necesario un milagro para desatar la lengua de este hombre y soltarle el impedimento que tenía. ¿A cuántos, empero, haría Dios un favor si les atase la lengua para que no pudiesen hablar deshonestamente?

Daños que le causan al prójimo las palabras torpes

Escándalo grave. San Agustín (cfr. In Sal. 160) llama “medianeros de Satanás” a los que hablan deshonestamente; donde no puede llegar Satanás con las sugestiones, llegan éstos con las palabras obscenas que pronuncian. De estas lenguas malditas dice Santiago: “Es su lengua un fuego inflamado por el infierno, con el cual abrasa el obsceno a cuantos lo escuchan” (Santiago, 3, 6).

El Real Profeta, hablando de la vida de los hombres sobre la tierra, dice: “Su camino es tinieblas y lubricidad” (Salmo, 34, 16). Como si dijéramos: El hombre, mientras vive, camina entre tinieblas por un camino resbaladizo, por lo cual está en peligro de caer a cada paso si no tiene toda la cautela y no mira por dónde asienta los pies, con el fin de evitar los pasos peligrosos, es decir, las ocasiones de pecar. Si en este camino tan resbaladizo hubiese alguno que lo empujase para hacerlo caer, sería un milagro que no cayera en el precipicio. Pues esto cabalmente practican los satélites del demonio que hablan obscenidades. Inducen a otros al pecado mientras están en el mundo, habitando en las tinieblas y cercados de una carne tan propensa a este vicio.

Escándalo en el que no se repara. Lo peor es que estas bocas infernales, que pronuncian a menudo palabras deshonestas, tienen este vicio por una menudencia, y poco se confiesan de él, pues suelen responder, cuando el confesor los reprende: Yo lo digo por gracia y sin malicia. ¿Conque lo dices por gracia? ¡Desdichado! Esas gracias hacen reír al demonio: te harán llorar a ti eternamente en el infierno. Porque no sirve decir que tú lo dices por gracia y sin malicia, pues, por lo mismo que profieres esas palabrotas escandalosas y obscenas, es muy difícil que no peques por obrar también; porque, como observa San Jerónimo, el que se deleita con las palabras no está lejos de las obras. Además de que, cuando se habla tan escandalosamente delante de personas de ambos sexos, siempre hay en ellas delectación peligrosa. Y ¿no es pecado también el escándalo público? Una sola palabra deshonesta que se pronuncie, es capaz de hacer caer en pecado a cuantos la oyen…

En fin, esos hombres, cuya lengua no tiene freno, son la ruina del mundo. Más daño hace uno solo de ellos que cien demonios del infierno, siendo así la ruina de muchas almas. Y no soy yo quien os lo digo, sino el Espíritu Santo, que dice:“La boca lúbrica y deshonesta es causa de ruina de muchos” (Proverbios, 26, 28)… Si tuviesen presente, cuando hablan de este modo, la amenaza que les hace Dios por Ezequiel, de que les pedirá cuenta de su perdición: “Yo he de reclamar su sangre de tu mano” (Ezequiel, 3, 18), seguramente que refrenarían la lengua y no causarían la muerte del alma a tantos inocentes.

Daños que le causan al mismo que habla

Lo inclinan al pecado de obra. Dicen algunos: Pero yo hablo sin malicia. A esta excusa frívola y necia he contestado ya en el punto primero que es muy difícil que uno hable palabras deshonestas sin complacerse con las obras, que ellas suscitan en la imaginación especialmente cuando se profieren delante de muchachas y casadas jóvenes, porque regularmente resulta de ellas una secreta complacencia, que suele ser semejante a una chispa eléctrica, que abrasa cuanto toca…

Al que dice libremente palabras obscenas, siempre se le presentan a la imaginación aquellas mismas ideas impuras y deshonestas que nombra; y éstas suscitan la complacencia en su alma y lo hacen caer, primeramente en torpes deseos y luego en las obras; y ésta es la consecuencia de hablar obscenidades, aunque sea sin malicia, como suelen decir los que acostumbran a divertir a los demás con torpezas. ¿Conque hablas mal sin malicia? ¿Y no hay malicia en obrar mal? ¿Y no es hablar mal hablar lo que Dios prohíbe? ¿Y no prohíbe Dios los actos, las alusiones y hasta los pensamientos impuros? ¿Cómo, pues, osáis decir que habláis sin malicia? Decid que despreciáis la salvación de vuestra alm y los preceptos de vuestro Dios y que obedecéis al demonio.

Le acarrea el castigo del escándalo. Mas ¿cómo ha de querer Dios compadecerse de aquellos que no se compadecen de las almas de sus prójimos? Por esto dice Santiago: “Aguarda un juicio sin misericordia al que no usó de misericordia”(Santiago, 2, 13).

¡Qué compasión causa a las veces ver a estos habladores obscenos hablar delante de jóvenes casadas y muchachas! Y cuando mayor es la concurrencia de los oyentes, con tanto más calor y desenfreno suelen hablar, sin contemplar el mal que hacen ni el escándalo que dan a tantos inocentes. Porque muchas veces se hallan presentes niños y niñas de poca edad, a quienes escandalizan sin reflexión ni miramiento… ¡Oh Dios mío, cómo llorarían los ángeles custodios, si pudiesen llorar, de aquellos desgraciados muchachos que se condenan por el escándalo que le causaron las palabras deshonestas que pronuncian en su presencia algunos hombres impuros y desalmados! Pero pedirán contra ellos terrible venganza delante de Dios. Y esto es lo que significan aquellas palabras de Nuestro Señor Jesucristo: “Mirad que no despreciéis a algunos de estos pequeños, porque os hago saber que sus ángeles custodios están viendo continuamente la cara de mi Padre” (San Mateo, 18, 10).

Cuidad, por tanto, hermanos míos, de guardaros, más que de la misma muerte, de hablar palabras deshonestas. Oíd la exhortación que os hace el Espíritu Santo por estas palabras: “Haz una balanza para tus palabras y un freno bien ajustado para tu boca, y mira no resbales en tu hablar y sea incurable y mortal tu caída”(Ecli. 28, 29-30). Con las palabras: “Haz una balanza” se nos exhorta a pesar bien las palabras antes de proferirlas; y con la expresión: “Haz un freno bien ajustado para tu boca”, se nos intima a que cerremos la boca cuantas veces nos sentimos tentados a pronunciar palabras deshonestas. “Dios no nos ha dado la lengua para ofenderlo, sino para alabarlo y bendecirlo” (Efesios, 5, 3). De manera que no solamente debemos evitar las palabras obscenas y las palabras equívocas, teniendo presente que los equívocos deshonestos tal vez causan más daño que las palabras impuras, sino también las palabras picantes o que son ajenas de las personas santas, esto es, de los cristianos, de quienes habla San Pablo.

Exhortación

“Reflexionad, dice San Agustín, que vuestras bocas son bocas de cristianos, en las que tantas veces ha entrado Jesucristo por medio de la santa comunión, y por esto debéis absteneros de proferir palabras lujuriosas, que son un veneno infernal” (cfr. Sermón 265, E. B., app.). San Pablo escribe: “Vuestra conversación sea siempre con agrado, sazonada con buena gracia” (Colosenses, 4, 6). Es decir, mezclad en la conversación algunas palabras santas que muevan a los que escuchan a amar a Dios y a retraerlos de ofenderlo. No nos avergonzaremos de parecer discípulos de Jesucristo si no queremos que Jesucristo se avergüence de recibirnos después en el paraíso. Manifestemos a los malos que seguimos la doctrina y los preceptos de Jesucristo; confesemos que somos sus discípulos, para que Él también declare que es nuestro Maestro en la otra vida, como nos lo promete en el Evangelio con estas palabras: “A todo aquel que me confiese delante de los hombres, Yo también lo confesaré delante de mi Padre, que está en los cielos” (San Mateo, 10, 32). De esta suerte cumpliremos con su santa Ley y después de esta vida mereceremos disfrutar de su compañía en la eterna.

San Alfonso María de Ligorio

domingo, 7 de mayo de 2017

RETRATO DE UNA MADRE

Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor, y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados; una mujer que, siendo joven tiene la reflexión de una anciana, y en la vejez, trabaja con el vigor de la juventud; la mujer que si es ignorante descubre los secretos de la vida con más acierto que un sabio, y si es instruida se acomoda a la simplicidad de los niños; una mujer que siendo rica, daría con gusto su tesoro para no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud; una mujer que siendo débil se reviste a veces con la bravura del león; una mujer que mientras vive no la sabemos estimar porque a su lado todos los dolores se olvidan, pero que después de muerta, daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos por mirarla de nuevo un instante, por recibir de ella un solo abrazo, por escuchar un solo acento de sus latidos. De esa mujer no me exija el nombre si no quieres que empape de lágrimas vuestro álbum, porque yo la vi pasar en mi camino. Cuando crezcan vuestros hijos, léanles esta página, y ellos, cubriendo de besos vuestra frente, os dirán que un humilde viajero, en pago del suntuoso hospedaje recibido, ha dejado aquí para vosotros y para ellos, un boceto del Retrato de su madre. Monseñor Ramón Ángel Jara Nota: Monseñor fue Obispo de La Serena, Chile; nació en 1852 y falleció en 1917.

sábado, 6 de mayo de 2017

EL CONSENTIMIENTO DE LA VIRGEN

“Fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.  Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».  Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo.  El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.  Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin».  María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?»  El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.  Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios»”.

Oíste, Virgen, el hecho; oíste el modo también; lo uno y lo otro son cosa maravillosa; lo uno y lo otro son cosa jubilosa.  Gózate, hija de Sión, grita exultante, hija de Jerusalén.  Y pues a tus oídos ha dado el Señor gozo y alegría, oigamos nosotros de tu boca la respuesta de alegría que deseamos, para que con ella entre la alegría y el gozo en nuestros huesos humillados.  Oíste, vuelvo a decir, el hecho, y lo creíste; cree también lo que oíste acerca del modo.  Oíste que concebirás y darás a luz un hijo, oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo de que se vuelva al que lo envió.
  
Esperamos también nosotros, Señora, esta palabra de misericordia, nosotros, condenados a muerte por la sentencia divina.  Mira que se pone en tus manos el precio de nuestra salud; inmediatamente seremos librados si consientes.  Por la palabra eterna de Dios fuimos todos criados, y a pesar de ello morimos; pero por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para no volver a morir.
  
Esto te suplica, piadosa Virgen, el triste Adán, desterrado del paraíso con toda su miserable posteridad.  Esto Abrahán, esto David con todos los santos Padres tuyos, los cuales habitan en la región de la sombra de la muerte; esto mismo te pide el mundo entero postrado a tus pies.  Y no sin motivo aguarda con ansia tu respuesta, porque de tu palabra depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salud, finalmente, de todos los hijos de Adán, de todo tu linaje.
  
Virgen, da pronto tu respuesta.  Señora, responde aquella palabra que esperan la tierra, el infierno y también los ciudadanos del cielo.  El mismo Rey y Señor de todos, cuanto deseó tu hermosura, tanto desea ahora la respuesta de tu consentimiento, en la cual, sin duda, se ha propuesto salvar el mundo.  A quien agradaste por tu silencio, agradarás ahora mucho más por tus palabras, pues Él te habla desde el cielo diciendo: “Hermosa entre las mujeres, hazme oír tu voz”.   Si le haces oír tu voz, te hará ver nuestra salud.  ¿Acaso no es esto lo que buscabas, por lo que gemías, por lo que orando día y noche suspirabas?  ¿Qué haces?  ¿Eres tú aquella para quien se guardan estas promesas o debemos esperar a otra?
  
No; no.  Tú misma eres, no otra.  Insisto, tú eres aquella prometida, aquella esperada, aquella deseada, de quien tu santo padre Jacob, estando por morir, esperaba la vida eterna diciendo: “Tu salud esperaré, Señor”.  En quien y por la cual Dios mismo, nuestro Rey, dispuso antes de los siglos obrar la salud en medio de la tierra.  ¿Por qué esperarás de otra lo que a ti misma te ofrecen?  ¿Por qué aguardarás de otra lo que en seguida se hará por ti, si das tu consentimiento y respondes una palabra?  Responde ya al ángel o, mejor, al Señor por el ángel; responde una palabra y recibe la Palabra.  Pronuncia la tuya y recibe la divina.  Emite la transitoria y admite en ti la eterna.  ¿Por qué tardas?,  ¿qué recelas?
  
Cree, di que sí y recibe.  Cobre aliento ahora tu humildad, y tu vergüenza, confianza.  De ningún modo conviene que tu sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia.  Sólo en este negocio no temas, Virgen prudente, la presunción, porque, aunque es agradable la vergüenza en el silencio, más necesaria ahora es la piedad en las palabras.  Abre el corazón a la fe, Virgen bienaventurada, los labios al consentimiento, las entrañas al Criador.  Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta.  ¡Ay si, deteniéndote en abrirle, pasa adelante, y después vuelves con dolor a buscar al amado de tu alma!  ¡Levántate, corre, abre!  ¡Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento!

“He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra”

 Siempre suele ser familiar a la gracia la virtud de la humildad, pues “Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes”.  Responde, pues, humildemente, para preparar de este modo conveniente trono a la divina gracia.  “He aquí, dice, la esclava del Señor”.  ¿Qué humildad es esta tan alta que no se deja vencer de las honras ni se engrandece en la gloria?  Es escogida por Madre de Dios, y se da el nombre de esclava.  No es pequeña muestra de su humildad no olvidarse de la humildad en medio de tanta gloria como le ofrecen.  No es cosa grande ser humilde en el abatimiento, pero es muy grande y muy rara ser humilde en el honor (…)
  
Oigamos, pues, los que somos así, lo que responde aquella Señora que era elegida para Madre de Dios, pero que no se olvidaba de su humildad.  “He aquí, dice, la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.  Esta palabra, hágase, significa el deseo que la Virgen tenía de este misterio y no una duda de lo prometido.  Por lo cual, el hágase en mí según tu palabra, debe entenderse más como expresión del afecto de la persona que desea, que como indagación del modo como se realizará el efecto en la persona que duda.  Aunque nada impide que digamos que es palabra de oración, pues nadie pide orando sino lo que cree y espera.  Quiere Dios que le pidan aun aquello que promete.  Y por eso, acaso, muchas cosas que dispuso dar, las promete primero, para que se excite la devoción por la promesa; y de tal forma lo mismo que había de dar gratuitamente, sea merecido por la oración devota.
  
Así, el piadoso Señor, que quiere que todos los hombres se salven, saca de nosotros, para nosotros mismos, los méritos, y, anticipándose a darnos aquello con que nos recompensa, gratuitamente hace que esto no sea de balde.
  
Esto sin duda entendió la Virgen prudente cuando, al anticipado don de la gratuita promesa, juntó el mérito de su oración diciendo: “Hágase en mí según tu palabra”.  Hágase en mí del Verbo, según tu palabra.  El Verbo que en el principio estaba en Dios, hágase carne de mi carne según tu palabra.  Hágase en mí, suplico, la Palabra; no pronunciada, que pase, sino concebida, que permanezca; vestida ciertamente no de aire, sino de carne.  Hágase en mí no sólo perceptible al oído, sino también visible a los ojos, palpable a las manos, fácil de llevar en mis hombros.  No se haga en mi palabra escrita y muda, sino encarnada y viva; esto es, no escrita en mudos caracteres, en pieles muertas, sino impresa vitalmente en forma humana en mis castas entrañas, y esto no con el rasgo de una pluma, sino por obra del Espíritu Santo.
  
Para decirlo de una vez, hágase para mí de aquel modo con que para ninguno se ha hecho hasta ahora antes de mí y para ninguno después de mí se ha de hacer.  “De muchos y varios modos habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por sus profetas”, y también se hace mención en las Escrituras de que la Palabra de Dios se hizo para unos en el oído, para otros en la boca, para otros aun en la mano; pero yo pido que para mí se haga en mi seno según tu palabra.  No quiero que se haga para mí predicada retóricamente, o significada figuradamente, o soñada imaginariamente, sino inspirada silenciosamente, encarnada personalmente, entrañada corporalmente.  El Verbo, pues, que ni puede hacerse en sí mismo ni lo necesita, dígnese en mí, dígnese también para mí ser hecho según tu palabra.  Hágase desde luego generalmente para todo el mundo, pero hágase para mí, particularmente, según tu palabra.
    
San Bernardo de Claraval

viernes, 5 de mayo de 2017

VIVA EL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

La meditación de los principales misterios de la vida de Jesús y de María constituye como el alma del Rosario, así como el rezo vocal de los Padrenuestros y Avemarías constituye como su cuerpo material. Ambas cosas son absolutamente necesarias para que exista el Rosario. Quien se limitare a rezar los Padrenuestros y Avemarías, pero sin meditar en los misterios, haría, sin duda, una excelente oración, pero no rezaría el Rosario. Y el que meditara atentamente los misterios, pero sin rezar los Padrenuestros y Avemarías, haría una excelente meditación, pero es claro que tampoco habría rezado el Rosario. Para que exista el Rosario es preciso, imprescindiblemente, juntar las dos cosas: rezo de las oraciones y meditación de los misterios. ¿De qué modo se puede rezar eficazmente el Rosario? Para obtener del Santo Rosario toda su eficacia impetratoria y santificadora, es evidente que no basta rezarlo de una manera mecánica y distraída, como podría hacerlo una cinta magnetofónica. Es preciso rezarlo digna, atenta y devotamente, como cualquier otra oración vocal. En teoría hay que reconocer que es difícil rezar bien el Rosario, precisamente porque hay que juntar la oración vocal con la mental, so pena de invalidarlo en cuanto Rosario. Pero en la práctica es fácil encontrar algunos procedimientos que ayudan eficazmente al rezo correcto y piadoso de la gran devoción mariana. El Rosario debe rezarse dignamente. Esta primera condición exige, como programa mínimo, que el rezo del Rosario se haga de una manera decorosa, como corresponde a la majestad de Dios, a quien principalmente dirigimos nuestra oración. El mejor procedimiento es rezarlo de rodillas ante el Sagrario o ante una devota imagen de María, pero en general puede rezarse en cualquier otra postura digna modestamente sentado, paseando por el campo, etc. Sería indecoroso rezarlo en la cama —salvo por razón de enfermedad— o interrumpiéndolo constantemente para contestar a preguntas ajenas al rezo, o en un lugar público y concurrido que hiciera poco menos que imposible la atención. El Rosario debe rezarse atentamente. La atención es necesaria para evitar la irreverencia que supondría si fuera plenamente voluntaria. ¿Cómo queremos que Dios nos escuche, si empezamos por no escucharnos a nosotros mismos? Sin embargo, no toda distracción es culpable. No tenemos el control despótico sobre nuestra imaginación, sino únicamente político, y no podemos evitar que se nos escape sin permiso, como un siervo desobediente e indómito, que tal es “la loca de la casa” (la imaginación). Las distracciones involuntarias no invalidan el efecto meritorio e impetratorio de la oración, con tal que se haga lo posible por contenerlas y evitarlas. En segundo término, el Rosario ha de rezarse devotamente. La devoción consiste en una prontitud del ánimo para las cosas tocantes al servicio de Dios. Es imposible que el alma no se sienta llena de devoción si reza tan perfectamente como le es posible el Rosario. Una cosa importantísima hemos de advertir aquí. El fin principal de toda oración vocal o mental es unir el alma con Dios de la manera más íntima realizable. Todo lo demás, incluso la impetración de las gracias que pedimos, es secundario en relación a esta finalidad suprema. De donde hay que concluir que, si durante el rezo del Rosario o de cualquier otra oración vocal no obligatoria se sintiera el alma llena de un amor de Dios tan intenso que el rezo le resultara muy penoso o poco menos que imposible, habría que suspender inmediatamente el rezo sin escrúpulo alguno, para “dejarse abrasar en silencio” por aquella llama de amor viva “que sabe a vida eterna y paga toda deuda”, como dice San Juan de la Cruz. El rezo del Rosario en las condiciones que acabamos de indicar constituye una de las más grandes y claras señales de predestinación que podemos alcanzar en este mundo, al reunir la eficacia infalible de la oración impetratoria de la perseverancia final y la poderosísima intercesión de María como mediadora universal de todas las gracias. Quiera Dios conceder a cada uno de los lectores el deseo ardiente de ser un gran devoto de la Virgen en su doble advocación del Carmen y del Rosario: Cuando con blanco sudario cubran los despojos míos, ¡sálveme tu escapulario y tengan mis dedos fríos las cuentas de tu Rosario! Padre Antonio Royo Marín, O.P.

jueves, 4 de mayo de 2017

“SER IMBÉCIL ES PECADO”

Apenas hubo el rubicundo Febo asomado la rútila y aberenjenada faz por entre las randas y encajes de oro de las nubes orientales, cuando dejó el nuevo Gobernador muy descansado y bien dispuesto las bienhechoras chalas y se dirigió a la Sala de las Medidas Momentáneas para resolver los asuntos del día. No bien se hubo sentado cuando se abrieron las anchurosas puertas y entró por ellas el Doctor Pedro Recio trayendo del brazo a un señor desvaído, descolorido y sin señas particulares que traía colgado al cuello una especie de organillo titirimundi o máquina de calcular. Mirólo Sancho atentamente, sin poder hallar en él cosa de provecho, y después dijo al hombruco con reposada voz y continente: - ¿A quién tengo el honor de estar medio viendo? Estremecióse el aludido y dando sin decir palabra una vuelta a la manija del organillo, salió por el lado dél una tira de papel a modo de telégrafo automático, donde decía: “Los males de la libertad se curan con más libertad”. - Eso lo he oído varias veces -dijo Sancho-, y tanto lo voy oyendo que me persuado que es mentira. Alemnos no es respuesta de lo que yo pregunto. - Señor -dijo el Doctor Recio interviniendo-, éste es un pobre ciegosordomudo que se gana la vida con esa maquinita de hacer frases hechas, que le legó su padre, que fue un gran orador llamado Almafuerte Ingenieros. En un tiempo este hombre ha ganado plata a ponchadas, proveyendo de frases al Parlamento, a los Candidatos y a los Diarios; pero ahora resulta que lo están estafando de un modo asqueroso, que pronto lo dejarán en la miseria. Y no hay derecho. - ¿Y quién lo estafa? -dijo Sancho. - Señor, primero los diarios ya no le pagan derechos de autor, y dicen que las frases ya son dellos. Después, los Candidatos han abandonado la frase hecha por el floripondio; finalmente, en el Parlamento, tomando el ejemplo del Concejo Deliberante, no se dicen más que zafadurías. Este buen hombre se ha dirigido por medio mío, que soy su empresario, a los pedagogos insulanos. Pero resulta que los pedagogos de la Ínsula exigen unas mercaderías tan entonadas y tan fusquilocuentes y sesquipedales que se descompone la máquina. Y no hay derecho a hundir de esa manera una industria nacional. - ¿Y qué es lo que se pide ahora? - Se pide la creación de un cuerpo de inspectores y archivistas israelitas para registrar las frases hechas que publiquen los Diarios y cobrar los derechos; una ley ue imponga al profesorado la renovación de sus frases hechas cada cinco años; y un decreto prohibiendo al Diario La Prensa aumentar su stock existente y cambiar en él una sola palabra, puesto que ella da el tono al frasihechismo de la Ínsula, y las que usa son más de la limpia tradición y cepa ingenieresca. - Me parece justo -dijo Sancho-; pero realmente quisiera antes tomarle el pulso a esa maquinita y ver cómo funciona, porque realmente es para mí una cosa nunca vista ni sospechada. - ¿De qué género las quiere? ¿Políticas, culturales, morales o religiosas? ¿Y de qué tono las quiere? ¿Tono A, tono B, o tono C? - De cualquiera, con tal que sea linda y verdadera. Pinchó Pedro Recio al Fabril y éste rodó por dos veces la manivela, apareciendo incontinenti una cinta o banda que decía: “La victoria no da derechos”. - ¿Qué victoria? -dijo Sancho vivamente. - La victoria que usté gana en una guerra contra otra ínsula no lo autoriza a hacer nada después de ganar la guerra. - ¿Y entonces para qué hice la guerra? -dijo Sancho-. ¿Para matar gente por gusto? ¿O es que se trata de una guerra injusta, de las que están prohibidas por el Santo Padre? Pinchó de nuevo Pedro Recio muy perplejo al sordomudo y salió la siguiente respuesta: “Todo nos une, nada nos separa”. - ¿A quiénes? -dijo Sancho. - A todas las ínsulas de este continente. - Está lindo -meditó Sancho-. Pero entonces, ¿cómo es que hay límites y cuetiones de límites? ¿Y cómo es que hay que guerras y hay victorias y no hay derechos? Chirrió otra vez la máquina maravillosa y salió el siguiente oráculo: “Yo respeto todas las opiniones”. - Yo también, con tal que sean buenas -dijo Sancho. Pero ¿qué me dice usté de las opiniones dañinas? “El dogma progresista de la fraternidad universal por encima de todas las razas y religiones”. - Algo va de Pedro a Pedro -repuso Sancho- y el único que está por encima de todos es San Pedro, que es el portero del cielo y el timonel del mundo. ¿Se refiere a eso? “La defensa de la civilación cristiana a cargo de las grandes democracias contra todos los sanguinarios totalitarismos agresivos”. - ¿Cómo es eso? -dijo Sancho-. ¿Tota-Lita-Ritmo? ¿Son bailarinas húngaras o qué cosa? - Es una palabra nueva, señor. Nadie sabe a punto fijo lo que significa. Pero tiene una caidita macanuda para terminar discursos. - ¿No le parece entonces que sería mejor prohibirla? En mi tiempo era feo decirle a un hombre que hablaba lo que no sabía. - ¿Prohibirla, señor? Imposible. Mire lo que dice la otra frase ritmal y decadente: “La libertad de prensa es el sostén de la Democracia”. - Con tal que los dueños de las prensas no nos prensen en celebro demasiado -reflexionó Sancho-. Me está pareciendo que en mi Ínsula hay que libertar a la gente de la prensa, y no a la prensa de la gente. “Ciegas opiniones reaccionarias que quisieran retrotraer el mundo al Medio Evo”. - Adiós mi plata. Cada vez más peor está hablando en difícil. Lo unico que entendí fue Evo. ¿Es el marido de Evita? “La libertad es el don más grande que Dios ha hecho al hombre”. - Al hombre preso -dijo Sancho-. Al hombre varón el don que le hizo Dios es la mujer, como dice la Escritura, anoser que salga mala, porque entonces el diablo se los lleva a los dos. “La democracia orgánica, con tal que no se abuse de ella, lleva en sí el índice de una superación indefinida par las naciones”. - No entiendo -dijo Sancho. - Es que viendo que Su Esplendencia no se convence, estoy dándole al registro de los pedagogos. - Cambie registro -dijo Sancho- y vuelva a la pata la llana hablando en cristiano como la gente fina. - Ese es justamente el gran progreso de esta máquina -dijo Pedro Recio-, que tiene tres registros, tono A, tono B y tono C; y el mismo concepto o sea filosofícula lo puede formular para uso del pueblo, para uso de los burgueses y para uso de la gente fina. Fíjese Su Esplendencia en estas tres teclitas. Aquí dice LA PRENSA, aquí dice LA RAZÓN y aquí dice CRÍTICA. Apretando cada una Suecencia traslada el concepto a una octava mayor o menor sin variar en lo más mínimo la melodía. - Es como los pianos automáticos -dijo Sancho-, vamos a ver, hágame ver un poco esos pedales. - Aquí tiene -dijo Pedro Recio clicando una tecla- las tres frases hechas fundamentales de la prensa, que se las hemos arrendado en monopolio exclusivo por espacio de 99 años. 1. “Las enseñanzas dogmáticas y teológicas no son lo mismo que el espíritu científico del empirismo moderno”. 2. “Los colegios privados, que son empresas de lucro, anquilosan y estertoran la marcha de la función educativa”. 3. “El espíritu de violencia totalitaria agota el libre juego de las instituciones democráticas”. - ¿Qué le parece, Gobernador? - Magnífico -dijo Sancho-. No las entiendo muy bien, pero me suena magnífico por el sonido y por el conceuto. A ver si las anota, Secretario, para mi próximo Mensaje. - Ahora verá Su Esplendencia cómo se trasponen al plano de la razón… Atención al clique. Crujió la máquina de arriba abajo, se engulló los tres letreros grises y los devolvió incontinenti en lindas letras rosadas de esta forma: 1. “La enseñanza del Catecismo es opuesta a la soberanía democrática y por lo tanto a la Tradición Liberal de la República”. 2. “La actividad docente privada debe coordinarse a la actividad docente oficial de forma que si ésta es mala aquélla tiene que ser peor y pagar encima”. 3. “El ideal republicano, que es propio de los pueblos libres, repele los medios de coacción y virulencia, casi tanto o poco menos que los medios de corrupción, mentira y soborno, debiendo todos los hombres marchar derecho por pura buena voluntad y conciencia autónoma, cumpliendo con su deber solamente porque es su deber, como dijo el filósofo de Konisber”. - ¿Qué me dice, Esplendencia? - Estos ya son más claros -dijo Sancho-, pero por lo mismo más discutibles. Saque los otros, Doctor, los que no se prestan a crítica. - Al revés, Esplendencia. Se le prestan a la CRÍTICA, que es justamente la que no quiere pagar derechos. - Sáquelos de todos modos. ¡Hola! Ahora salen letras rojas. ¡Qué fantático! 1. “El fanatismo inquisitorial de la reacción cavernícola intenta coventrizar con una inundación de dogmas la tierna mente del infante argentino”. 2. “La infiltración jesuítica amenaza la libre y democrática docencia que nos legaron nuestros gloriosos patricios, los primates antropomorfos de Mayo”. 3. “La neurosis nazifascista ensangrienta con sus manos de hiena las gloriosas conquistas del pensamiento humano”. - ¡Fantástico! -dijo Sancho-. Esos sí que son bravos, y así, puestos en grandes letras con dibujos y fotografías, van derecho de los ojos al corazón y al alma. Pero a mí me parecen ahora, ¿no es verdad, Doctor Recio? por lo que yo calo, que esos títulos van contra el Decreto Fundamental número 7 de mi glorioso reinado. - ¿Qué decreto, Esplendencia? - Que todos los niños de esta Ínsula, pobres o ricos, sepan su catecismo entero a la edad de 12 años; y que ninguno sea ciudadano si no conoce su religión a fondo. Y esas frases me suenan algo así como que van en contra la Religión Católica. - Perdón, Esplendencia. Ese decreto debe derogarse porque contra él existe otra frase de las más fundamentales. Hela aquí: “A los niños no se les debe enseñar la religión, para que puedan elegir después la que les guste”. Miró Sancho la rotunda y profunda frase, y después de reflexionar un momento, y de mirar al sordomudo que estaba allí, firme como un virote, dijo despacito: - ¿Y cómo van a elegir lo que no conocen? - Pueden conocerla más tarde, por su cuenta. - No me parece -dijo Sancho. “Una religión enseñada atropella la autonomía de la conciencia individual” -dijo la máquina con un imponente traqueteo. - Toda religión es enseñada -dijo Sancho, animándose rápidamente a chispeándole los ojuelos-, porque si no fuera enseñada sería inventada, y entonces no sería religión. “La religión es invención de los curas” -retrucó la máquina como un rayo. - Y ¿quién inventó los curas? -dijo Sancho, que le tomaba gusto al contrapunto. “El escurantismo medioeval y las tenebrosas supersticiones de las épocas es-curas”. - Eso ya no lo entiendo, o mejor dicho, te estoy entendiendo demasiado, ché cara de pastel insípido -musitó Sancho; y bruscamente sobrecogido, bajó los ojos de la cara cretina y barrida del sordomudo y empezó a recorrerle con la punta de los ojos toda la pinta, las patas sobre todo. De repente se quedó tieso como un muerto; y se hizo un gran silencio porque vieron los Cortesanos que empezaba a tremar de manos como niño con alferecía. - Este no es tan mudo como parece -dijo entonces Sancho, sordamente-; y no estando ahora el Capellán, debo proceder como Dios me inspire -y volviéndose al Alférez le comunicó una orden en voz baja. El Alférez lo miró como a ver si estaba loco. Sancho confirmó enérgicamente con la cabeza (¡tráigame lo que le digo!) y el Alférez salió moviendo la suya. Entonces dijo Sancho a Pedro Recio dulcemente: - Todo esto va magnífico; pero ¿qué provecho real para el ínsulo, dejando el provecho pecuniario del tipo, representa el aparato éste, que no puedo negar que es ingenioso? - ¿Y no lo ve Su Esplendencia? -dijo Pedro Recio-. Este aparato ahorra al pueblo el trabajo de pensar. Pensar, Esplendencia, es la cosa más trabajosa del mundo y también la más peligrosa. En otro tiempo a los pueblos les daba por pensar; y ¿quién podía gobernarlos en paz? Nosotros hemos arreglado el asunto. Con este aparato la plebe ignorante y baja está dispensada de tener luz abajo el pelo, está libre de la tortura de la inteligencia. Mire las bestias, Esplendencia, qué plácida y envidiable vida transcurren, libres de los tres gusanos del Por Qué, el Para Qué y el Hacia Adónde. Con este Fabril de Frases Hechas y la grande inhuible red de la propaganda, nosotros damos a los grandes rebaños humanos su pasto mental diario ya cocinado y hasta mascado. Ellos lo engullen en grandes cantidades, unos con pimienta y otros con patchulí, según los gustos, y plácidamente se adormecen en sus almas las interrogadoras voces que en otro tiempo llamaban del MásAllá o DeloAlto. ¿Se da cuenta Su Esplendor de la ventaja que significa; en un caso que Él quisiera hacer la guerra a la Ínsula Oriental o vender por tres millones la mitad del territorio nuestro a la Gran Ínsula Drakolandia, se da cuenta que en un mes y medio de propaganda por prensa y radio todo el pueblo insuleño pensará que está muy bien hecho, y que ellos mismos lo han pensado solos, los cuitados? - ¿Y para qué quiero yo hacer la guerra ni vender mi patria? -dijo Sancho; y en ese mismo instante entró el Alférez con una gran caldera de agua bendita con hisopo. Entrar el Alférez y empezar el Fabril de Frasese Hechas a olfatear como perro pachón, fue todo uno; de lo cual se reía Sancho al tomar el calderete, diciendo: - Olfato no le falta al tipo. Miren cómo huele el baño. Miraron los Cortesanos y vieron que el sordomudo estaba girando desesperadamente la manija, y que salía como una gran banderola con letras de oro y sangre, diciendo: “¡Alto todos o los mato! ¡Yo soy el Gran Arquitecto del Universo, el Espíritu luminoso del Liberalismo Moderno!” Bajóse, no obstante, del trono con verdadera temeridad el rechoncho Gobernador hacia el sordomudo; y de un solo golpe le zampó toda el agua bendita por la cabeza, como si quisiera bautizarlo. Dio un gran alarido el Fabril al sentir el agua y partiendo como un chivo y peor que bala perdida fue a topar contra un pilar del cuarto como un colectivo, desgajando al choque un gran reguero de chispas; y a los gritos de los Cortesanos que le indicaban con terror la puerta, pegó tres o cuatro partidas más, tropezando como murciélago contra las paredes que humeaban, se retorció todo adentro la ropa como perro escaldado, y al fin se hizo humo de un salto con máquina y todo por una ventana que estaba a más de dos metros del suelo. “¡Nómbrese a Dios”, gritaba el doctor Pedro Recio, que era el más asustao de todos. De lo cual reía Sancho a carcajadas, abrazándose con ambos brazos la barriga, cosa en que no podían imitarlo los Cortesanos, no por falta de barriga, sino por sobra de miedo, al ver la disparada del sordomudo y cómo el Doctor Recio había quedado de corrido. Mas cuando acabó de reír, Sancho, dando una poderosa voz para reanimar a su gente y volver a su puesto al Escribano, dictó incontinenti el siguiente Decreto Considerando: 1. Que las frases hechas actualmente en uso tienden a imbecilizar al pueblo y querer imbecilizar al pueblo es una cosa casi diabólica. 2. Que ser imbécil es pecado, según la doctrina de la Santa Madre Iglesia, puesto que no hay vicio más incorregible que hacer mal por tontería, pecado y vicio de que por cierto muy pocos se confiesan, habiendo él invadido a su vez a una parte de los confesores, empezando por el Capellán de esta Ínsula, que está durmiendo justamente ahora que lo necesito. 3. Que por otra parte, no se puede impedir que haya frases hechas, las cuales hasta un cierto punto son necesarias. Dispongo, ordeno y determino: 1. Quedan puestas en comisión todas las frases hechas actualmente en uso. 2. Ordénase la fabricación de nuevas frases hechas indiscutibles, a cargo de una comisión de sabios de la Ínsula, presididos por el Obispo de cada diócesis. 3. Se castigará en los diarios el abuso en cantidad de frases hechas, y se les impondrá la renovación del surtido al menos cada cuatro años, proveyéndose en forma exclusiva de la Manufactura Nacional arriba indicada. Séllese, publíquese y cúmplase, etcétera. Hecho lo cual sentóse el orondo Gobernador todo sudoroso y con una festiva palmada dio la señal de la inaguración de los festejos, los cuales consistieron aquel día principalmente en el Pacto Tripartito desde el punto de vista epistemológico, con acompañamiento de bombones especializados y vitaminas G y P en cantidad suficiente a la nutrición biológica. R.P. Leonardo Castellani, S.J. (Tomado de su libro “El nuevo gobierno de Sancho”)

miércoles, 3 de mayo de 2017

PAYADA DEL PARANGÓN ENTRE LA MALICIA DEL HOMBRE Y LA MUJER

De los bichos del Señor, de pezuña, garra o ala, el macho es el peliador, pero la hembra es la mala. El criollo que caza tigre en el Chaco o en Formosa, un poncho envolviendo un puño, y al otro la refalosa, cuando sale tras un rastro, sabe que arriesgó la vida, pero sabe que la juega si es una tigra parida; porque en los bichos que alientan, de pezuña, garra o ala, el macho es el peliador, pero la hembra es la mala. El cuyano que buscando nido de cóndor, se encumbra, sabe que habrá fiesta y cueca si el macho cóndor lo adumbra: mas si no hay pichón y hay huevos, y la señora empollando, ya no supo lo que viene, ni si volverá, ni cuándo: pues todo bicho que alienta, de pezuña, garra o ala, el macho es corajudo, pero la hembra es más mala. El toro es cosa de empuje, sobre todo cuando tória; cuando están embrama y topan, no hay cosa pior en la historia; con todo y eso los tórian en la tierra de los godos, pero toriar una vaca no es asunto para todos; porque los seres que nadan o reman a pata o ala, el macho será violento, pero Doña Ella es mala. ¿Quién dirá la tijereta, con ser un rétil de nada, lo saca huyendo al chimango si le roza la nidada, y es la madre la que pega siempre el primer grito y saque, revoliando como chispas contra el otro badulaque; porque de todos los bichos que el mar y la tierra encierra, la mujer es la venganza, y el hombre es sólo la guerra. ¿Qué varón clavara un clavo en la sien de un enemigo, o le trozara el pescuezo cuando el otro está bebido? Ustedes no irán a creerlo, mas la Biblia, libro santo, de dos mujeres lo cuenta que lo han hecho, y otro tanto; pues de todo par que existe defendiendo nido y cuero, él es el más peliador de los dos, y no es más fiero. El caballo sólo cócia; patea y muerde la yegua. El hombre es guerrero y transa, da condición, firma tregua, y en las luchas más fatales, guarda honor y acepta ley. La mujer tiene sus hijos, tiene un solo Dios y un Rey; porque desde el rétil que anda hasta el ave que navega, la ira del hombre es bruta, pero la mujer es ciega. El hombre junta consejos y para sus parlamentos, mira pa'todos los lados de la rosa de los vientos; pero la mujer furiosa no la para ni el Eterno. Por eso, pues, las mujeres, no las ponen de gobierno; porque si se enoja y manda justicia seca hora mismo, ella agarra un país entero, capaz que l'hunda al abismo. Y es que debe ser que el hombre tiene oficios mil diversos, y ella no tiene más que una quehacer única y debida. El hombre afuera agenciando mil tesoros y universos, y ella guarda dentro della lo más caro, que es la vida. Y por eso, de los bichos de todo pelaje y suerte, el varón es más robusto, pero la madre es más fuerte. Padre Leonardo Castellani, S.J.

martes, 2 de mayo de 2017

lunes, 1 de mayo de 2017

LA FECUNDIDAD ESPIRITUAL DE LA IGLESIA EN EL MUNDO

Hemos hablado suficientemente de las oposiciones y las tristezas. Evoquemos recuerdos más alegres, no estemos atentos sólo a las tristezas, y no presentemos una imagen falsa de la Iglesia actual: una, católica y apostólica, sin duda, pero también santa, y madre fecundísima de santidad, que engendra perpetuamente una muy noble prosperidad de santos. Durante este Año Santo, no solamente notemos esas espléndidas luces que han sido propuestas al mundo entero como ejemplo y protección, sino también esa santidad difundida por todo el género humano, atributo de todos los estados de vida y de todas las edades, que guarda la prudente vejez y la edad madura, la infancia inocente y la joven edad, que —cosa casi milagrosa— defiende de las llamas de la concupiscencia a la juventud arrojada a una verdadera hoguera babilónica, y nos arranca esta exclamación: “¡Oh!, qué hermosa es la casta raza con su brillo!” (Sabiduría, IV, 1). Esa juventud, la mejor muralla de la Acción Católica, remarcable por su piedad y por sus obras, está colocada bajo el patronazgo de la Virgen, la cual, como se dijo, es bella como la luna y brillante como el sol, pero también es terrible como un ejército ordenado para la batalla. ¿No vemos (…) renovarse los ejemplos de santidad que, en tiempos de la primitiva Iglesia, han brillado en las cárceles, en los anfiteatros y en la sombra de las catacumbas? Recientemente, ¿no han elevado, por medio del testimonio de su sangre, un monumento a Cristo Rey más durable que el bronce? Son verdaderamente imperecederos y están por encima de toda alabanza estos mártires que, por la defensa de los derechos del Cristo eterno, han caído gloriosamente al grito repetido de “¡Viva Cristo Rey!” Recuerden esto sobre todo los hombres dedicados a Dios, que son discípulos de Cristo y de Cristo crucificado, que han seguido el camino de los consejos evangélicos y que, espirituales en su vida y en sus modos, han quebrado su cuerpo, con sus vicios y concupiscencias por unas mortificaciones voluntarias. ¡Quién podrá enumerar a esas vírgenes puras que, esperando la venida del Esposo celestial, han llevado en la carne una vida comparable a la de los ángeles! Quién sabrá el número, mejor conocido por Dios que por los hombres, de aquellos que, aún entre los laicos, tienen sed de justicia, y van transcurriendo con celo el camino de los mandamientos divinos hasta alcanzar las cimas de la perfección. Por eso, todo bien pesado: por un lado, la gran multitud de hombres ajenos a Cristo, y por el otro, la fecundidad magnífica de la Iglesia, que regada con la Sangre del Salvador produce frutos muy abundantes de santidad, debemos sentirnos apremiados por cultivar generosamente, al precio de nuestros sudores, el campo del Señor, y también apremiados —porque nuestro esfuerzo por recoger una mies tan grande no bastaría— por rezar con instancia al Señor de la mies, a fin de que envíe obreros a su campo. Cardenal Eugenio Pacelli Nota: Este bello texto ha sido tomado de su “Hora Santa sacerdotal”, del 26 de abril de 1935.