miércoles, 31 de diciembre de 2014

martes, 30 de diciembre de 2014

lunes, 29 de diciembre de 2014

hacer el bien


domingo, 28 de diciembre de 2014

año nuevo, año viejo


sábado, 27 de diciembre de 2014

viernes, 26 de diciembre de 2014

abecedario del Niño


jueves, 25 de diciembre de 2014

titulos


miércoles, 24 de diciembre de 2014

rosario guadalupano


martes, 23 de diciembre de 2014

lunes, 22 de diciembre de 2014

JESÚS, LOGOS DEL PADRE

El Prólogo del Evangelio de San Juan, que tanto hemos leído en estos días, contiene la doctrina de Logos, o Verbo de Dios. Es una palabra griega original en el Evangelio que Jesucristo no usó; pero que corresponde a la palabra sophia o sapiencia, que Jesús usó y que entronca en los libros sapienciales del Antiguo Testamento. Cristo, dice San Juan, es el Logos, o la Sabiduría, del Padre; y es Dios y es hombre; y es la vida del hombre. Logos significaba en ese tiempo para los griegos palabra, razón, conocimiento, comprensión, sentido, ciencia, cordura, sabiduría… Era un concepto sumamente compresivo y sumamente prestigioso —cuasi mágico— en los medios helenísticos, cultivados en la filosofía de Heráclito, de Platón y de Filón de Alejandría. La escuela de crítica racionalista, que nace en el siglo XIX del protestantismo —con Lessing— y desemboca en el ateísmo —con Wrede, Brandes— pretendió que San Juan se había apoderado del concepto de Logos divino de la filosofía panteísta griega y lo había injertado en la tradición evangélica; haciendo así de Cristo un Dios, cosa que a Cristo y sus primeros discípulos no se les habría ocurrido nunca. Y para eso identifican el Logos de San Juan con el Logos de Philón: filósofo judío del siglo I, que construyó un sistema de filosofía platónica sobre la base de los libros mosaicos, fuertemente teñida de panteísmo. La verdad es que entre el Logos de Juan y el de Philón media un abismo: el Logos de Philón —tomado de la filosofía estoica, que a su vez lo recibiera de Heráclito y Anaxágoras— es la Razón de Dios, la cual es el instrumento de la creación del mundo, a la manera de la razón operativa o la técnica del artista, por intermedio de la cual el artista crea la obra de arte. Mas el Logos de San Juan es una persona divina que se encarna en un hombre; y que no solamente está en —el seno de— Dios sino que está con o cabe Dios; puesto que el verbo era (eén) significa identidad en griego y la preposición cabe (pará) significa una distinción. La inteligencia de Dios tiene en Dios una vida personal, tanto que pudo bajar a la tierra y hacerse hombre: “y el Verbo se hizo carne y habitó entre [y en] nosotros”. Juan tomó el término del vocabulario filosófico de su tiempo; y también su sentido principal, concretándolo y aplicándolo al “Hijo del Hombre” e “Hijo de Dios” de los Sinópticos; entre otros motivos, para significar un modo de generación enteramente espiritual, no asimilable a la generación carnal que conocemos: “Los que no de las sangres, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del varón; sino que de Dios son nacidos”. Los musulmanes actuales, lo mismo que los gnósticos antiguos, no opueden acordar —y con razón— que Dios haya tenido un Hijo-carnal. Mas la generación del Verbo no es carnal. La generación eterna del Verbo no puede compararse —y aún así permanece arcana— sino con la formación misteriosa del conocer en el alma del Hombre. Dios se conoce a sí mismo, y en sí a todas las cosas; y ese conocimiento es su “Hijo”. Esta es la última palabra que el intelecto humano, bajo el influjo de la Revelación, puede pronunciar sobre el misterio de la vida divina, inaccesible naturalmente a sus alcances. ¿Qué era el Logos para la cultura helénica? Era, para algunos, un ser intermediario entre Dios y el mundo (Plotino); para otros (Philón) era la razón divina esparcida por la creación, distinguiendo a los seres y organizándolos; pero era también otra cosa, pues el término no había llegado a esos soportes técnicos sino acompañado por una nube de asociaciones que la matizaban. Todo lo que hay de serio, de razonable, de ordenado (lo bello, lo regulado, lo conveniente, lo legítimo), todo lo que era universal, armonioso y musical se agrupaba para el espíritu griego en torno del Logos, que era como la medida y el ideal de las cosas. Para formarse una idea, piénsese en lo que significaba para los hombres del siglo XVIII el nombre mágico de Razón: liberamiento, sapiencia, virtud, progreso, luces; todo lo que inspira, desde hace cien años, la palabra Ciencia; lo que sugiere a nuestros contemporáneos el término Vida; palabras-símbolo de significado indeterminado y fuerte carga afectiva: los talismanes o banderines de la época. Son como resúmenes del ideal de una época, llenos de sugestión por su misma vaguedad; indicadores de una solución que todo el mundo busca, pero no es la solución misma, a no ser como silueta y como germen… La solución que tendrá más chances de triunfar será aquella que hará tomar cuerpo de la manera más clara a un mayor número de nociones apuntadas y de aspiraciones inquietas, que vivían como en difusión en la Gran Palabra. Ahora bien, San Juan respondió maravillosamente a ese movimiento de gestación aplicando la palabra Magnética en forma precisa a Jesús de Nazareth, el Hijo de Dios —fiel a la tradición bíblica del Libro de la Sabiduría—; y así respondió a los deseos de las almas griegas, a las cuales la teoría de un Logos nebuloso, difundido impersonalmente en las cosas, intermedio más bien que mediador, sombra de Dios más bien que Dios, no podía llenar perfectamente. Juan “evangeliza” a la vez para los judíos y para los gentiles. Después de haber señalado a Cristo como el Verbo del Padre, Juan lo hace sucesivamente la Vida, la Luz, la Gloria, la Gracia y la Verdad de Dios; Engendrador a su vez de una nueva vida en “todos cuantos lo recibieren”. Él comienza por ser la luz de todos los nacidos, porque imprime en toda alma mortal la imagen de Dios en forma de razón y de conciencia; y es después el principio de la luz sobrenatural de la fe, por la cual el hombre es levantado a una nueva filiación, la adopción divina. La gracia y la verdad son sus dones, de cuya plenitud todos recibimos; una verdad trascendente que sólo se da por la gracia, gratuitamente. La doctrina del Logos en Juan se resume por tanto así: el Cristo, el Hijo del Hombre, el Hijo de Dios son uno, y ese uno es uno con su Padre, y se ha unido a la naturaleza humana tomando su carne y alma; él llama a todos los hombres a la verdad, y por ella a la unidad. Pero la unidad del Verbo con el Hombre siendo en la carne, y permaneciendo los discípulos en el mundo, ha designado un Sub-Pastor en la persona de Pedro. Cuando Juan escribía, Pedro había seguido ya a su Maestro; pero esto no turba a Juan: sabe que la Providencia ha proveído a la necesidad de la clave de estructura de la sociedad cristiana en la persona de los sucesores de Pedro. Como está repetido tantas veces en el largo Sermón-Despedida de Cristo antes de su Pasión, esta unidad de la sociedad cristiana está asegurada; y ella se verifica en la fe y en la caridad.JESÚS, LOGOS DEL PADRE El Prólogo del Evangelio de San Juan, que tanto hemos leído en estos días, contiene la doctrina de Logos, o Verbo de Dios. Es una palabra griega original en el Evangelio que Jesucristo no usó; pero que corresponde a la palabra sophia o sapiencia, que Jesús usó y que entronca en los libros sapienciales del Antiguo Testamento. Cristo, dice San Juan, es el Logos, o la Sabiduría, del Padre; y es Dios y es hombre; y es la vida del hombre. Logos significaba en ese tiempo para los griegos palabra, razón, conocimiento, comprensión, sentido, ciencia, cordura, sabiduría… Era un concepto sumamente compresivo y sumamente prestigioso —cuasi mágico— en los medios helenísticos, cultivados en la filosofía de Heráclito, de Platón y de Filón de Alejandría. La escuela de crítica racionalista, que nace en el siglo XIX del protestantismo —con Lessing— y desemboca en el ateísmo —con Wrede, Brandes— pretendió que San Juan se había apoderado del concepto de Logos divino de la filosofía panteísta griega y lo había injertado en la tradición evangélica; haciendo así de Cristo un Dios, cosa que a Cristo y sus primeros discípulos no se les habría ocurrido nunca. Y para eso identifican el Logos de San Juan con el Logos de Philón: filósofo judío del siglo I, que construyó un sistema de filosofía platónica sobre la base de los libros mosaicos, fuertemente teñida de panteísmo. La verdad es que entre el Logos de Juan y el de Philón media un abismo: el Logos de Philón —tomado de la filosofía estoica, que a su vez lo recibiera de Heráclito y Anaxágoras— es la Razón de Dios, la cual es el instrumento de la creación del mundo, a la manera de la razón operativa o la técnica del artista, por intermedio de la cual el artista crea la obra de arte. Mas el Logos de San Juan es una persona divina que se encarna en un hombre; y que no solamente está en —el seno de— Dios sino que está con o cabe Dios; puesto que el verbo era (eén) significa identidad en griego y la preposición cabe (pará) significa una distinción. La inteligencia de Dios tiene en Dios una vida personal, tanto que pudo bajar a la tierra y hacerse hombre: “y el Verbo se hizo carne y habitó entre [y en] nosotros”. Juan tomó el término del vocabulario filosófico de su tiempo; y también su sentido principal, concretándolo y aplicándolo al “Hijo del Hombre” e “Hijo de Dios” de los Sinópticos; entre otros motivos, para significar un modo de generación enteramente espiritual, no asimilable a la generación carnal que conocemos: “Los que no de las sangres, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del varón; sino que de Dios son nacidos”. Los musulmanes actuales, lo mismo que los gnósticos antiguos, no opueden acordar —y con razón— que Dios haya tenido un Hijo-carnal. Mas la generación del Verbo no es carnal. La generación eterna del Verbo no puede compararse —y aún así permanece arcana— sino con la formación misteriosa del conocer en el alma del Hombre. Dios se conoce a sí mismo, y en sí a todas las cosas; y ese conocimiento es su “Hijo”. Esta es la última palabra que el intelecto humano, bajo el influjo de la Revelación, puede pronunciar sobre el misterio de la vida divina, inaccesible naturalmente a sus alcances. ¿Qué era el Logos para la cultura helénica? Era, para algunos, un ser intermediario entre Dios y el mundo (Plotino); para otros (Philón) era la razón divina esparcida por la creación, distinguiendo a los seres y organizándolos; pero era también otra cosa, pues el término no había llegado a esos soportes técnicos sino acompañado por una nube de asociaciones que la matizaban. Todo lo que hay de serio, de razonable, de ordenado (lo bello, lo regulado, lo conveniente, lo legítimo), todo lo que era universal, armonioso y musical se agrupaba para el espíritu griego en torno del Logos, que era como la medida y el ideal de las cosas. Para formarse una idea, piénsese en lo que significaba para los hombres del siglo XVIII el nombre mágico de Razón: liberamiento, sapiencia, virtud, progreso, luces; todo lo que inspira, desde hace cien años, la palabra Ciencia; lo que sugiere a nuestros contemporáneos el término Vida; palabras-símbolo de significado indeterminado y fuerte carga afectiva: los talismanes o banderines de la época. Son como resúmenes del ideal de una época, llenos de sugestión por su misma vaguedad; indicadores de una solución que todo el mundo busca, pero no es la solución misma, a no ser como silueta y como germen… La solución que tendrá más chances de triunfar será aquella que hará tomar cuerpo de la manera más clara a un mayor número de nociones apuntadas y de aspiraciones inquietas, que vivían como en difusión en la Gran Palabra. Ahora bien, San Juan respondió maravillosamente a ese movimiento de gestación aplicando la palabra Magnética en forma precisa a Jesús de Nazareth, el Hijo de Dios —fiel a la tradición bíblica del Libro de la Sabiduría—; y así respondió a los deseos de las almas griegas, a las cuales la teoría de un Logos nebuloso, difundido impersonalmente en las cosas, intermedio más bien que mediador, sombra de Dios más bien que Dios, no podía llenar perfectamente. Juan “evangeliza” a la vez para los judíos y para los gentiles. Después de haber señalado a Cristo como el Verbo del Padre, Juan lo hace sucesivamente la Vida, la Luz, la Gloria, la Gracia y la Verdad de Dios; Engendrador a su vez de una nueva vida en “todos cuantos lo recibieren”. Él comienza por ser la luz de todos los nacidos, porque imprime en toda alma mortal la imagen de Dios en forma de razón y de conciencia; y es después el principio de la luz sobrenatural de la fe, por la cual el hombre es levantado a una nueva filiación, la adopción divina. La gracia y la verdad son sus dones, de cuya plenitud todos recibimos; una verdad trascendente que sólo se da por la gracia, gratuitamente. La doctrina del Logos en Juan se resume por tanto así: el Cristo, el Hijo del Hombre, el Hijo de Dios son uno, y ese uno es uno con su Padre, y se ha unido a la naturaleza humana tomando su carne y alma; él llama a todos los hombres a la verdad, y por ella a la unidad. Pero la unidad del Verbo con el Hombre siendo en la carne, y permaneciendo los discípulos en el mundo, ha designado un Sub-Pastor en la persona de Pedro. Cuando Juan escribía, Pedro había seguido ya a su Maestro; pero esto no turba a Juan: sabe que la Providencia ha proveído a la necesidad de la clave de estructura de la sociedad cristiana en la persona de los sucesores de Pedro. Como está repetido tantas veces en el largo Sermón-Despedida de Cristo antes de su Pasión, esta unidad de la sociedad cristiana está asegurada; y ella se verifica en la fe y en la caridad. Los que sienten tan fuertemente hoy en día la necesidad de la unión de los discípulos de Cristo, deben advertir que esa unión sólo es posible en la fe y en la caridad. Hoy día hay algunos que, dejando de lado la fe, insisten en efectuar la unión en la caridad: es imposible. El protestantismo hoy día —no así en sus comienzos— agotado en la discusión interminable de las variaciones dogmáticas producidas por el “libre examen”, ha acabado por arrojar “los dogmas” por la borda y forcejea por unificar a los cristianos en una vaga adhesión personal a Cristo, que se vuelve un puro sentimentalismo. Pero el primer lazo de unión es la verdad; y la verdad no puede ser diferente y contradictoria dentro de sí misma. Otros en cambio pretenden mantener la unión sobre la fe sola. Éste es el estado de las iglesias católicas cuando decaen: sus fieles creen todos lo mismo así medio a bulto (recitan el mismo Credo de memoria) pero no están unidos entre sí en hermandad real: ni se conocen entre ellos a veces; oyen misa codo con codo en un gran edificio —que fácilmente puede ser quemado—, reciben la “comunión” cada uno por su lado, y después se van a sus negocios; y quiera Dios que no a tirarse, unos a otros, flechazos o coces. No es ésta una “iglesia” propiamente hablando; no hay Iglesia de Cristo sin caridad. La fe sin obras es muerta; y la obra por excelencia de la fe es la caridad; la comunión de las almas. “¡Obras, obras!” decía Santa Teresa; en el mismo tiempo en que Lutero clamaba “¡Fe, fe!” y declaraba a las obras (a las obras exteriores al principio, después a todas en general) como inútiles para la salvación. Y realmente, si hubiesen estado vigentes las “obras” de Santa Teresa (obras de verdadera caridad, externas e internas a la vez) en la Alemania de Lutero, el renegado sajón no se hubiese levantado, o hubiese caído de inmediato, sin separar de la Iglesia un medio mundo. El sifilítico Enrique VIII escribió una obra en defensa de la fe en el Santísimo Sacramento contra Lutero, que le mereció de la Santa Sede el título honorífico de “Defensor fidei”, que aún llevan los Reyes de Inglaterra; pero eso no le impidió quebrar el vínculo de la Iglesia inglesa con la Iglesia Universal, y precipitar a Inglaterra y con ella a media Europa en el cisma primero y luego en la herejía. Nunca renegó de la fe; pero se divorció de la caridad. (Y, entre paréntesis, inventó el divorcio). Porque la fe debe engendrar caridad, y la caridad debe vivir de la fe; y sin eso, no hay unidad. Roguemos por la Iglesia Argentina. R.P. Leonardo Castellani (Tomado de su libro “El Evangelio de Jesucristo”)

domingo, 21 de diciembre de 2014

CANCIÓN DEL AMOR PATRIO.

De Paul Verlaine, traducción del Padre Leonardo Castellani Amar la patria es el amor primero y es el postrero amor después de Dios; y si es crucificado y verdadero, ya son un solo amor, ya no son dos. Amar la patria hasta jugarse entero, del puro patrio Bien Común en pos, y afrontar marejada y viento fiero: eso se inscribe al crédito de Dios. Dios el que no se ve, Dios insondable; de todo lo que es Bien, oscuro abismo, sólo visible por oscura Fe. No puede amar, por mucho que d'Él hable del fondo de su, gélido egoísmo, quien no es capaz de amar ni lo que ve. Extraido de "Castellani por Castellani",

sábado, 20 de diciembre de 2014

viernes, 19 de diciembre de 2014

jueves, 18 de diciembre de 2014

¡Qué bello es vivir!

Versión coloreada

miércoles, 17 de diciembre de 2014

martes, 16 de diciembre de 2014

las posadas o la novena de los aguinaldos

Mañana empieza la Oh en las antifonas del Magnificat y en lo popular...

catequesis sobre el sacerdocio

de Benedicto XVI

lunes, 15 de diciembre de 2014

KAHAL Y ORO

... de Hugo Wast. Muy buena.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Commonitorio (San Vicente de Lerins)

La voluntad de San Vicente de Lerins en su Commonitorio, fue la de resumir y condensar todas las lecciones de los Padres de la Iglesia al respecto de la religión católica, haciendo especial hincapié en ofrecer un buen puñado de aclaraciones para que, en cuestiones relativas a los dogmas, nadie se apartase del recto camino y se desviase en herejía. La preocupación esencial de San Vicente, como en casi toda su obra, fue la de combatir la herejía, si bien desde una perspectiva didáctica y propedéutica, por la vía de la enseñanza y no por la vía del castigo. San Vicente planeó escribir dos volúmenes del tratado, pero siguiendo el relato de Genadio de Marsella, algunos desaprensivos le robaron el segundo volumen, por lo que el monje decidió redactar un resumen de lo que se acorbada, unirlo al primer volumen, que también descargó de contenido, y publicarlo de manera conjunta. Por esta razón, el Commonitorio, que recibía este nombre por tratarse de unos pequeños apuntes, fue más famoso y utilizado en la Edad Moderna que en la Edad Media, ya que la época medieval gustaba más de las magnas y barrocas disquisiciones teológicas; sin embargo, en la Edad Moderna, la lectura del Commonitorio fue muchas veces el primer paso de estudiantes, sacerdotes y eruditos al complejo tema de la patrología, pues el resumen de las sentencias de los Padres de la Iglesia realizado por San Vicente constituía un muestrario apreciable, por su valor didáctico y espiritual. Los contenidos doctrinales del Commonitorio son fundamentales en la intención de autor, que se propuso ofrecer una pequeña pero cuidadosa y fidedigna referencia a todos aquellos cristianos que quisieran acercarse a los Santos Padres. Por esta razón, el estilo de San Vicente de Lerins es sencillo, sin tapujos, intentando siempre ponerse en el nivel del lector, explicando con gran candidez los secretos de la recta vía de la ortodoxia católica, acudiendo para mejor comprensión a ejemplos patrísticos. Didácticamente, el Commonitorio supone una de las cumbres de la literatura teológica de la temprana Edad Media, aunque su difusión fuera mayor en la Edad Moderna.

sábado, 13 de diciembre de 2014

viernes, 12 de diciembre de 2014

jueves, 11 de diciembre de 2014

miércoles, 10 de diciembre de 2014

ajedrez... el diagonal loco

Una final por el título de Campeón del Mundo de Ajedrez durante la Guerra Fría: el veterano Campeón contra el joven aspirante...; el bloque comunista contra la disidencia... El argumento "recuerda" la final, "el match del siglo" del Campeonato del Mundo entre Fischer y Spassky en el año 1972... La película recibió un "Oscar", en 1984, a la mejor "de habla no inglesa". La Guerra Fría reflejada en una partida de ajedrez. En la ciudad suiza de Geneva -Ginebra- un prestigioso campeonato de ajedrez, que enfrenta al gran maestro Pavius Fromm con el actual campeón del planeta Akiva Liebskird. Ambos pertenecen al otro lado del "telón de acero", sin embargo mientras que Liebskird es leal al régimen comunista de la Unión Soviética, Fromm es un destacado disidente que vive en el exilio en Occidente. Título alternativo: Juegos peligrosos (Argentina). Lo interesante de esta película, es que el propio ajedrez se convierte en una especie de parábola alegórica sobre la Guerra Fría (1950-1989)años ochenta. La traducción del título es equívoca, pues la palabra fou en francés, además de loco significa alfil, lo que dado la temática de esta película resulta bastante coherente. La historia tiene cierto cariz político. Se trata de dos contendientes, rivales en el arte de los tableros a cuadros, y pertenecientes a la cultura de lo que una vez se llamó el telón de acero, Liebskird es leal al régimen comunista de la Unión Soviética, es un veterano jugador y héroe ajedrecístico de la URSS que está obligado a derrotar a su oponente, en tanto que Fromm es un destacado jugador joven y, sobre todo, un convencido disidente que vive en el exilio. Su enfrentamiento en el tablero conlleva las actitudes de cada uno en lo político y en lo ideológico, pero alrededor de los personajes y de la partida que protagonizan hay todo tipo de incidentes, como micrófonos ocultos para vigilar al renegado Fromm o la presencia de un parapsicólogo contratado para leer las intenciones de uno, y la llegada de un gurú para contrarrestarlo. La película tiene buen ritmo. De hecho, tiene la estructura de una película de intriga, pero para los aficionados al ajedrez tiene un valor adicional: la anécdota está inspirada en un hecho real, el duelo por el campeonato mundial entre los maestros Karpov y Korchnoi en Baguío, en 1978. Esta película consiguió en 1985 el Oscar a la mejor película extranjera, pero en ese mismo año hubo una fuerte polémica acerca de los criterios de la Academia para seleccionar las películas candidatas a esta categoría y para elegir la ganadora, ya que, entre otros incidentes cuestionables, la gran película Ran, del japonés Akira Kurosawa, quedó fuera de competencia en beneficio de otras producciones abiertamente menores.

martes, 9 de diciembre de 2014

yes Man

Esta es la realidad, cuando unos fanáticos desvirtuan la verdad, hay cosas en la vida que debes decir no, y el claro ejemplo son los 10 mandamientos, así que mucho cuidado con esta película, debemos enseñar a los chicos a decir no a las cosas malas pero si a las cosas buenas…antes de decir si o no hay que pensarlo…

lunes, 8 de diciembre de 2014

domingo, 7 de diciembre de 2014

sábado, 6 de diciembre de 2014

Santo Tomás de Aquino por G.K. CHESTERTON

Este libro no tiene más pretensión que la de ser un esquema popular de una gran personalidad histórica que debería ser más popular. Su objetivo estará cumplido si lleva a quienes apenas si han escuchado algo sobre Santo Tomás de Aquino a leer acerca de él en libros mejores. Pero de esta limitación necesaria se desprenden ciertas consecuencias que, quizás, deberían estar permitidas tratar desde el comienzo. En primer lugar, se desprende que la historia está contada en gran medida para quienes no son de la comunión de Santo Tomás y pueden estar interesados en él del mismo modo en que yo puedo interesarme por Confucio o por Mahoma. No obstante, por el otro lado, la necesidad de presentar un perfil claramente delineado implicó la necesidad de internarse en los perfiles del pensamiento de quienes pueden pensar de un modo diferente. Si escribo un bosquejo de Nelson principalmente para extranjeros, puedo tener que explicar en forma detallada muchas cosas que todos los ingleses ya saben y, probablemente, tendré que dejar de lado, en aras de la brevedad, muchos detalles que a muchos ingleses les gustaría saber. Pero, por el otro lado, sería difícil escribir una narración muy vívida y emocionante de Nelson ocultando, por completo y al mismo tiempo, el hecho que peleó contra los franceses. Sería fútil hacer un bosquejo de Santo Tomás y ocultar el hecho que peleó contra herejes; y, sin embargo, el hecho en sí puede volver difícil el propósito mismo para el cual se lo emplea. Sólo puedo expresar mi esperanza, y por cierto mi confianza, en que quienes me consideran un hereje difícilmente me reprocharán por expresar mis propias convicciones, y por cierto que no lo harán por expresar las convicciones de mi héroe. Hay solamente un punto en que una cuestión como ésa atañe a esta muy simple narración. Es la convicción – que he expresado una o dos veces a lo largo de la misma – de que el cisma del Siglo XVI no fue en realidad sino la tardía revuelta de los pesimistas del Siglo XIII. Fue un rebrote del antiguo puritanismo agustino contra la liberalidad aristotélica. Sin ello no podría yo colocar mi figura histórica en la Historia. Pero todo esto no tiene más intención que la de ser el rápido bosquejo de una figura en un paisaje y no un paisaje con figuras. En segundo lugar se desprende que en una simplificación como ésta difícilmente pueda decir mucho del filósofo aparte de mostrar que tenía una filosofía. Para decirlo de algún modo, sólo he dado algunas muestras de esa filosofía. Y, por último, se desprende que resulta prácticamente imposible tratar la teología en forma adecuada. Una dama que conozco tomó un libro con una selección de pasajes comentados de Santo Tomás y comenzó esperanzada a leer una sección que llevaba el inocente título de “La Simplicidad de Dios”. Terminó dejando el libro con un suspiro diciendo: “Bueno, si ésa es Su simplicidad, me pregunto cómo será Su complejidad”. Con todo el respeto que me merece ese excelente comentario tomista, no deseo que este libro sea puesto a un lado luego de la primer ojeada con un suspiro similar. He asumido el punto de vista que la biografía es una introducción a la filosofía, y que la filosofía es una introducción a la teología; y que sólo puedo conducir al lector justo hasta pasar la primera etapa del relato. En tercer lugar no he creído necesario tener en cuenta a esos críticos que, de tanto en tanto, adulan desesperadamente a la tribuna reimprimiendo párrafos de la demonología medieval con la esperanza de horrorizar al público moderno tan sólo con un lenguaje poco familiar. He dado por supuesto que las personas cultas saben que Aquino y sus contemporáneos – y todos sus adversarios durante los siglos posteriores – creían por cierto en demonios y en hechos similares, pero no he creído que valía la pena mencionarlos aquí por la simple razón de que no contribuyen a destacar o a distinguir el retrato. En todo eso no hubo disidencias entre teólogos protestantes o católicos durante todos los cientos de años en que existió teología en absoluto; y Santo Tomás no se destaca por sostener esos puntos de vista, excepto por sostenerlos más bien de un modo moderado. No he discutido cuestiones como ésa, no porque tenga alguna razón para ocultarlas, sino porque de ningún modo conciernen a esa persona que aquí es mi objetivo presentar. De todos modos, difícilmente haya espacio en un marco como ése para una figura como ésta.

jueves, 4 de diciembre de 2014

miércoles, 3 de diciembre de 2014

martes, 2 de diciembre de 2014

lunes, 1 de diciembre de 2014

guion de una pelicula 10

...la que corresponde a San Vicente de Paul