sábado, 6 de diciembre de 2014

Santo Tomás de Aquino por G.K. CHESTERTON

Este libro no tiene más pretensión que la de ser un esquema popular de una gran personalidad histórica que debería ser más popular. Su objetivo estará cumplido si lleva a quienes apenas si han escuchado algo sobre Santo Tomás de Aquino a leer acerca de él en libros mejores. Pero de esta limitación necesaria se desprenden ciertas consecuencias que, quizás, deberían estar permitidas tratar desde el comienzo. En primer lugar, se desprende que la historia está contada en gran medida para quienes no son de la comunión de Santo Tomás y pueden estar interesados en él del mismo modo en que yo puedo interesarme por Confucio o por Mahoma. No obstante, por el otro lado, la necesidad de presentar un perfil claramente delineado implicó la necesidad de internarse en los perfiles del pensamiento de quienes pueden pensar de un modo diferente. Si escribo un bosquejo de Nelson principalmente para extranjeros, puedo tener que explicar en forma detallada muchas cosas que todos los ingleses ya saben y, probablemente, tendré que dejar de lado, en aras de la brevedad, muchos detalles que a muchos ingleses les gustaría saber. Pero, por el otro lado, sería difícil escribir una narración muy vívida y emocionante de Nelson ocultando, por completo y al mismo tiempo, el hecho que peleó contra los franceses. Sería fútil hacer un bosquejo de Santo Tomás y ocultar el hecho que peleó contra herejes; y, sin embargo, el hecho en sí puede volver difícil el propósito mismo para el cual se lo emplea. Sólo puedo expresar mi esperanza, y por cierto mi confianza, en que quienes me consideran un hereje difícilmente me reprocharán por expresar mis propias convicciones, y por cierto que no lo harán por expresar las convicciones de mi héroe. Hay solamente un punto en que una cuestión como ésa atañe a esta muy simple narración. Es la convicción – que he expresado una o dos veces a lo largo de la misma – de que el cisma del Siglo XVI no fue en realidad sino la tardía revuelta de los pesimistas del Siglo XIII. Fue un rebrote del antiguo puritanismo agustino contra la liberalidad aristotélica. Sin ello no podría yo colocar mi figura histórica en la Historia. Pero todo esto no tiene más intención que la de ser el rápido bosquejo de una figura en un paisaje y no un paisaje con figuras. En segundo lugar se desprende que en una simplificación como ésta difícilmente pueda decir mucho del filósofo aparte de mostrar que tenía una filosofía. Para decirlo de algún modo, sólo he dado algunas muestras de esa filosofía. Y, por último, se desprende que resulta prácticamente imposible tratar la teología en forma adecuada. Una dama que conozco tomó un libro con una selección de pasajes comentados de Santo Tomás y comenzó esperanzada a leer una sección que llevaba el inocente título de “La Simplicidad de Dios”. Terminó dejando el libro con un suspiro diciendo: “Bueno, si ésa es Su simplicidad, me pregunto cómo será Su complejidad”. Con todo el respeto que me merece ese excelente comentario tomista, no deseo que este libro sea puesto a un lado luego de la primer ojeada con un suspiro similar. He asumido el punto de vista que la biografía es una introducción a la filosofía, y que la filosofía es una introducción a la teología; y que sólo puedo conducir al lector justo hasta pasar la primera etapa del relato. En tercer lugar no he creído necesario tener en cuenta a esos críticos que, de tanto en tanto, adulan desesperadamente a la tribuna reimprimiendo párrafos de la demonología medieval con la esperanza de horrorizar al público moderno tan sólo con un lenguaje poco familiar. He dado por supuesto que las personas cultas saben que Aquino y sus contemporáneos – y todos sus adversarios durante los siglos posteriores – creían por cierto en demonios y en hechos similares, pero no he creído que valía la pena mencionarlos aquí por la simple razón de que no contribuyen a destacar o a distinguir el retrato. En todo eso no hubo disidencias entre teólogos protestantes o católicos durante todos los cientos de años en que existió teología en absoluto; y Santo Tomás no se destaca por sostener esos puntos de vista, excepto por sostenerlos más bien de un modo moderado. No he discutido cuestiones como ésa, no porque tenga alguna razón para ocultarlas, sino porque de ningún modo conciernen a esa persona que aquí es mi objetivo presentar. De todos modos, difícilmente haya espacio en un marco como ése para una figura como ésta.

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