viernes, 31 de diciembre de 2010

el fin...


PERO LA LUZ TAMBIEN BRILLA COMO ESPERANZA EN LOS HOMBRES,
AUN EN LOS PAGANOS...

oración

Padre nuestro que estás en los cielos,
dueño de la Verdad, del tiempo y de la eternidad:
Tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro..
Al terminar el año 2010, en nombre propio y de los míos,
queremos darte gracias, por todo aquello que recibimos de Ti.
Gracias por la familia que nos diste, por la vida y el amor,
el aire y el sol, por la alegría y el dolor,
por todo cuanto fue posible y por lo que no pudo ser.
Gracias por acogernos en tu verdadera Iglesia.
Te ofrecemos todo cuanto hicimos este año que termina.
El trabajo que pudimos realizar,
las cosas que pasaron por nuestras manos,
y lo que con ellas pudimos construir de positivo.

También, Señor, hoy queremos pedirte perdón.
Perdón por nuestros pecados, por el mal que hemos causado,
por el tiempo perdido, por el dinero mal gastado,
por las omisiones, por la palabra inútil y el amor desperdiciado.
Perdón por las obras vacías y por el trabajo mal
hecho. Y perdón por vivir sin entusiasmo.
También por la oración, que poco a poco,
fuimos aplazando y que hasta ahora hacemos para agradecerte
todo lo que nos has dado.
Por todos nuestros olvidos, descuidos y silencios.
Nuevamente te pedimos perdón, Señor.

Iniciaremos un nuevo año y detenemos nuestra vida,
ante el nuevo calendario aún sin estrenar.
Te presentamos estos futuros 365 días, que sólo Tú sabes, quienes
llegaremos a vivirlos completos. Si no los terminamos...
ayúdanos a morir en Ti, en gracia santificante,
luego de haber acudido -sinceramente contritos-
al tribunal del confesionario.

Hoy te pedimos para cada uno de nosotros:
la paz y la alegría, la fuerza y la prudencia, la caridad y la sabiduría,
el empeño para serte fieles y vivir siempre en tu Gracia,
pues sólo en Gracia se transita el camino seguro. Sólo el
necio esto no lo entiende, por lo que te pedimos
que nos quites cualquier venda que nos impida ver
nuestra estulticia.
Señor, ayúdanos a ser celosos
de tu gloria y la de tu Iglesia, y vivir sólo
por Ti, en Ti y para Ti.
Queremos vivir cada día con optimismo y bondad,
llevando a todas partes, un corazón lleno de
comprensión y paz que busque siempre la Verdad de tu Palabra.
Que nada nos arranque de ella, pues tu fe es nuestro mayor tesoro.
Cierra Tú nuestros oídos, a toda calumnia, a las falsas doctrinas
contra tu Palabra. Y nuestros labios, a palabras mentirosas,
egoístas, mordaces o hirientes. Abre, en cambio, nuestro ser a todo lo que es bueno.
Que nuestro espíritu, se llene sólo de bendiciones,
y las derrame a nuestro paso. Cólmanos de bondad y de alegría,
para que cuantos conviven con nosotros, o los que se acerquen,
encuentren en nuestras vida, un poquito de TI.

Gracias, Señor, por todo y perdona nuestras deudas
contigo. Guíanos a todos por la senda del camino
estrecho que nos permita un día entrar por la puerta angosta
y estar en tu regazo eterno para bendecirte
por los siglos de los siglos. Si para ello es necesario que utilices
tu mano derecha que nos sacuda, de antemano aceptamos
cualquier pena y dolor por difíciles que sean.
Danos un feliz 2011 y enséñanos a amarte viviendo
siempre en tu gracia, y seguirte con plena fidelidad.
Gracias, Señor, por todas las bendiciones del pasado año,
así como por las que derramarás el que inicia.
Inmaculado Corazón de María, encadena a tu Corazón
a toda la familia mía. Amén.

jueves, 30 de diciembre de 2010

DIOS PARA MI


Los Ejercicios de San Ignacio, por el Jesuita valenciano Rafael de Andres.
El formato mp3 comprimido en zip, hará más fácil la descarga. Animo con el 2011...

En tres partes:
http://www.archivalencia.org/audios.php?cat=103
http://www.archivalencia.org/audios.php?pagina=2&cat=103
http://www.archivalencia.org/audios.php?pagina=3&cat=103


Y de regalo ¿QUE SIGNIFICA DIOS PARA MI? (Mons. José Gea Escolano)

Todo. Dios viene a ser en mi vida como el eje sobre el que gira la rueda. Sin él, la rueda no puede funcionar. Mi vida sin Dios no tendría sentido. Y te lo contesto así, con esa rapidez e inmediatez. Si se borrase Dios de mi horizonte, me sentiría frustrado. Dios para mí lo es todo. Es mi único punto de apoyo; es lo que motiva todas mis decisiones y proyectos.
Imagínate situaciones como la pérdida del padre o de la madre o de un gran amigo en quien confías o del novio o de la novia con quien se va a comenzar una nueva etapa de la vida. Todas las esperanzas puestas en ellos se vienen abajo. El futuro se derrumba.
Esas personas vienen a ser como puntos en que nos apoyamos en la construcción de nuestro futuro, pero no son los únicos puntos de apoyo; son siempre apoyos relativos.
Mi único punto de apoyo absoluto es el Señor. Prescindiendo de Dios, me encontraría sin horizontes y sin futuro y da la casualidad de que ese absoluto no es un ser lejano sino un amigo íntimo.
Cuando yo estoy pendiente de Dios, no lo estoy como de un ideal noble y elevado o como de un sistema doctrinal o moral, sino como de un amigo!
Lo veo sobre todo presente en Cristo, el Dios encar­nado, el Dios cercano, el Dios amigo que se me presenta con un cariño impresionante. Cristo me ha enseñado a llamar a Dios, Padre. Me siento amado y querido por todo un Dios que me ha entregado a su Hijo que ha dado su vida por mí.
Yo percibo dentro de mí la acción del Espíritu que me va conduciendo hacia el Padre y tengo con Él esa confianza que cualquier hijo tiene con su Padre. Pero lo que más noto es la cercanía de Cristo. Y ahí es todo confianza, amistad, sinceridad, ausencia de temor, paz; es sentir la seguridad de estar con el amigo.
Y le hablo y le escucho; y le hablo, incluso con la naturalidad de quien bromea de vez en cuando con el amigo, y quisiera que todos le conociesen y le amasen como verdadero amigo. Yo le he dedicado mi vida al Señor. Se la he dedicado toda entera. Los demás amores los he reorientado de cara a Él. Si he renunciado a tantas cosas a las que no se renuncia con facilidad, lo he hecho para estar pendiente Únicamente de Él.
Lo que siento es no ser como Él quiere que sea. Y quiero cambiar y me cuesta y no acabo de conseguirlo; a pesar de ello, soy consciente de que no pierdo ni su cariño ni su confianza. Sigo sintiéndome amado y querido por Él. No me siento recriminado; me recrimino yo. Y me arrepiento, pero sin desesperanza, y veo que tiene paciencia y aguante conmigo; y eso me estimula más puesto que no veo en Él al amigo que siempre se está quejando.
Y me habla, y claro que percibo su voz. Me habla a través de tantos hermanos que le están entregando sus vidas con una entereza Y con una generosidad impresionantes; porque es que percibes la acción y la voz de Dios. Y si está presente en cualquier hombre de buena voluntad, lo está de manera especial en aquellos que se le entregan sin condiciones. Lo peor es que me deja campo abierto. Yo creo que me está repitiendo lo que tantas veces dijo: Si quieres... Y a veces no acabo de querer.
Me siento estimulado cuando veo tanta gente buena que quizá ha recibido mucho menos que yo y que le está respondiendo extraordinariamente. Para mí no hay mejor estímulo que ver la sencillez de la dedicación gratuita de tantas vidas de hermanos que no viven más que para Él.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Dios... no existe?

propaganda de los colegios alemanes catolicos sobre
un hecho atribuido a Albert Einstein de niño...

>


y en mi casa calderadas: el caso del Valle de los caidos

BEATIFICACION DE MARTIRES EN LA PEWRSECUCION RELIGIOSA ESPAÑOLA



Y NOTICIAS DE ULTIMA HORA

martes, 28 de diciembre de 2010

lunes, 27 de diciembre de 2010

Y LA PALABRA SE HIZO CARNE... Joseph Ratzinger

Misa de la Nochebuena


En el evangelio de la tercera misa de navidad (/Jn/01/01-18) parece que todo lo que nos es amable y familiar del nacimiento de Jesucristo en el establo se ha alejado a la extraña dimensión del misterio. Aquí no se habla ya del niño ni de la madre, no se dice nada de pastores y de sus ovejas, nada del cántico de los ángeles, que anuncian al hombre la paz partiendo de la gloria de Dios.
Sin embargo, hay algo en común con todo eso: también el evangelio de hoy habla de una luz que ilumina en las tinieblas; habla de la gloria de Dios que nosotros podemos contemplar, como gracia, en la Palabra hecha carne, y habla del Señor que no fue aceptado en su propiedad o en los que eran los suyos. 1
Pero en medio de estas grandilocuentes palabras de misterio, aparece de repente el establo en el que el hijo de David debía nacer, puesto que no había lugar para él en la ciudad. Así, si se examina con profundidad las cosas, se reconoce sin duda que el evangelio del día no habla de otra cosa que de lo que hablan los evangelios de las misas de la nochebuena. Sólo que parten de distintos puntos de vista.
Lucas y, de un modo semejante, Mateo cuentan la historia terrena y nos descubren, a partir de ahí, el acceso a la actuación misteriosa de Dios. Juan, el águila, contempla todo a partir del misterio de Dios y muestra cómo llega hasta el establo, hasta la carne y la sangre del hombre. Así, pues, ¿de qué se trata propiamente? ¿Qué es lo que pretende decirnos la iglesia para el día de navidad y, partiendo de ahí, para todo el año, y, en fin de cuentas, para nuestra vida, al presentarnos este texto tan solemne y serio donde nosotros deberíamos esperar las palabras cálidas del relato del nacimiento?

I
Este evangelio corresponde, desde los tiempos más antiguos, a la liturgia de la navidad, porque contiene la frase que nos ofrece la causa y el motivo de nuestra alegría, el contenido propio de la fiesta: el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (/Jn/01/14).
En la navidad no celebramos el día natalicio de un hombre grande cualquiera, como los hay muchos. Tampoco celebramos simplemente el misterio de la infancia o de la condición de niño.
Ciertamente que lo puro y lo abierto del niño nos hace esperar, nos proporciona esperanza. Nos da ánimos para contar con nuevas posibilidades del hombre. Pero si nosotros nos aferramos demasiado a eso solo, al nuevo comienzo de la vida que se da en el niño, entonces lo único que podría quedar en definitiva sería la tristeza: porque también esto «nuevo» acaba por hacerse algo viejo y usado. También el niño entrará en el campo de concurrencia y de rivalidad de la vida, participará en sus compromisos y en sus humillaciones, y, como remate de todo, acabará siendo, igual que todos, presa y botín de la muerte.
Si nosotros no tuviéramos otra cosa que celebrar que sólo el idilio del nacimiento de un ser humano y de la infancia, entonces en último extremo no quedaría nada de tal idilio. Entonces nada tendríamos que contemplar más que el morir y el volver a ser; entonces cabría preguntarse si el nacer no es algo triste, puesto que sólo lleva a la muerte. Por eso es tan importante observar que aquí ha ocurrido algo más: el Verbo se hizo carne. «Este niño es hijo de Dios», nos dice uno de nuestros villancicos navideños más antiguos. Aquí sucedió lo tremendo, lo impensable y, sin embargo, también lo siempre esperado: Dios vino a habitar entre nosotros. Él se unió tan inseparablemente con el hombre, que este hombre es efectivamente Dios de Dios, luz de luz y a la vez sigue siendo verdadero hombre.
Así vino a nosotros efectivamente el eterno sentido 2 del mundo de tal forma que se le puede contemplar e incluso tocar (cf. 1 Jn 1,1). Pues lo que Juan denomina «la Palabra» o «el Verbo», significa en griego al mismo tiempo algo así como el sentido. Según eso, podemos también traducir nosotros: el sentido se ha hecho carne.
Pero este sentido no es simplemente una idea corriente que penetra en el mundo. El sentido se ha aplicado a nosotros y ha vuelto a nosotros. El sentido es una palabra, una alocución que se nos dirige.
El sentido nos conoce, nos llama, nos conduce. El sentido no es una ley común, en la que nosotros desempeñamos algún papel. Está pensado para cada uno de una manera totalmente personal. Él mismo es una persona: el Hijo del Dios vivo, que nació en el establo de Belén.
A muchos hombres, tal vez nos parece esto demasiado hermoso para que sea verdadero. Aquí se nos dice: sí, existe un sentido. Y el sentido no es una protesta impotente contra lo que carece de sentido. El sentido tiene poder. Es Dios. Y Dios es bueno. Dios no es un ser sublime y alejado, al cual nunca se puede llegar. Se halla totalmente próximo, al alcance de la voz, y se le puede alcanzar siempre. Él tiene tiempo para mí, tanto tiempo que hubo de yacer en un portal y que permanece siempre como hombre.
Pero nos volvemos a preguntar: ¿puede ser esto verdad? ¿se amolda efectivamente a Dios el ser o hacerse niño? No queremos creer que la verdad es hermosa; según nuestra experiencia, la verdad es, en fin de cuentas, por lo general cruel y sucia: y cuando alguna vez parece que no lo es, entonces horadamos y cavamos en torno a ella hasta confirmar nuevamente nuestra sospecha.
Del arte se dijo una vez que servía a lo bello y que esta belleza era, a su vez, splendor veritatis, el esplendor o el brillo de la verdad, su resplandor interior. Pero hoy día, el arte cree que su misión o tarea más alta consiste en desenmascarar al hombre como algo sucio y repugnante.
Si nosotros pensamos en los dramas de B. Brecht, toda la genialidad del poeta se aplica también aquí al descubrimiento de la verdad, pero no ya para mostrar sus luces, sino para demostrar que la verdad es sucia y que la suciedad es la verdad. El encuentro con la verdad no ennoblece, sino que envilece. De ahí que surja la mofa contra la navidad y la burla contra nuestra alegría.
Pero, de hecho, si no hay Dios, entonces no hay ninguna luz, sino que sólo nos queda la sucia tierra. Ahí radica la realmente trágica verdad de tal «Poesía».

II
«Los suyos no le recibieron» (/J/01/11). En fin de cuentas, nosotros preferimos nuestra terca desesperación a la bondad de Dios, la cual, partiendo de Belén, podría tocar a nuestro corazón. En fin de cuentas, somos demasiado soberbios para dejarnos salvar y redimir.
«Los suyos no le recibieron»; el abismo de esta frase no se agota con la historia de la búsqueda de alojamiento, que nuestros nacimientos representan y actualizan con tanto amor. Tampoco se agota con el llamamiento moral a pensar en los que no tienen techo en todo lo ancho de la tierra y también aquí en nuestras ciudades, por muy importante que sea esa llamada. Esta frase apunta y afecta a algo más profundo de nosotros, a la causa más profunda de que la tierra no ofrezca a muchos ningún cobijo o techo: nuestra soberbia cierra las puertas a Dios y de esa manera también a los hombres.
Nosotros somos demasiado orgullosos para ver a Dios. Nos ocurre lo que a Herodes y a sus especialistas en teología: en esa categoría o en ese grado, no se escucha el canto de los ángeles. En esa categoría, uno no se siente ni amenazado ni molestado por Dios. En esa categoría, no se quiere ya ser «su propiedad» 3 -propiedad de Dios-, sino simplemente pertenecer cada uno a si mismo. Por eso no queremos recibir a Aquél que viene a su propiedad porque entonces tendríamos que transformarnos y reconocerle a él como nuestro dueño.
Él vino como niño para quebrar nuestra soberbia. Tal vez nosotros capitularíamos antes frente al poder o a la sabiduria. Pero él no busca nuestra capitulación, sino nuestro amor. Él quiere librarnos de nuestra soberbia y así hacernos efectivamente libres.
Dejemos, pues, que la alegría tranquila de este día penetre en nuestra alma. Ella no es una ilusión. Es la verdad. Pues la verdad, la última, la auténtica, es hermosa. Y, al mismo tiempo, es buena. El encontrarse con ella hace bueno al hombre. Ella habla a partir del niño, el cual, sin embargo, es el propio hijo de Dios.

III
Nuestro evangelio desemboca en la frase: «Y vimos su gloria...» (1,14). Estas podían ser las palabras de los pastores, al regresar del establo y resumir sus vivencias. Podrían ser las palabras con las que José y María trataran de describir los recuerdos de aquella noche de Belén. Pero no. Son como la mirada retrospectiva del discípulo que expresa lo que le ocurrió en su encuentro con Cristo.
Y así podríamos decir todos nosotros como cristianos: hemos visto su gloria. Sí, precisamente partiendo de eso, se podría explicar lo que es creer: ver o contemplar su gloria en medio de este mundo.
El que cree, ve. ¿Pero hemos visto nosotros? ¿No estamos todavía ciegos? ¿No vemos siempre únicamente a nosotros mismos y nuestra imagen que se refleja en un espejo? Cada uno puede ver fuera solamente algo que corresponde a lo que hay en él. Dejemos que nuestros ojos sean abiertos por el misterio de este día y así podamos ver. Y así podremos vivir como «videntes» o como personas que ven. La colecta de Adveniat4 podría ser una pequeña respuesta a la llamada de la navidad. Un signo de que nosotros hemos oído y visto, de que nosotros reconocemos a Dios como el verdadero dueño de todo lo que nos es propio. Así podremos también nosotros ser portadores de la luz que procede de Belén y luego pedir, llenos de confianza: Adveniat regnum tuum. Que venga tu reino. Que venga tu luz. Que venga tu alegría. Amén.

....................
1. Entre los alemanes es frecuente traducir: «vino a su propiedad» (in sein Eigentum kam.), lo que entre nosotros se traduce corrientemente: «vino a los suyos». Con todo, el texto latino dice «in propria venit» y el griego «eis ta idía elce = vino a lo que le era propio o a las cosas propias» (N. del T.).
2. El autor traduce en este caso la palabra griega «Logos» por «Sinn», es decir, «sentido» o «significado». Conviene que lo tengan en cuenta los que no estén habituados a esta interpretación, para comprender todo lo que sigue (N. del T.)
3. Cf. nota 1.
4. Conviene saber que Adveniat es una organización caritativa alemana, de rango nacional, cuyas aportaciones al tercer mundo, etc., suelen ser cuantiosísimas. Quien no sepa que Adveniat es eso, y que precisamente su colecta más importante se verifica en tiempo de navidad, no comprenderá el texto (N. del T.).

sábado, 25 de diciembre de 2010

cuento de Navidad

Los fantasmas de Scrooge


y una pelicula FELIZ NAVIDAD (de guerra y de paz)

Enmanuel

Cancion del encuentro de los jovenes en Colonia....

La Infancia de Jesús from auladereli on Vimeo.

AKATHISTOS

Un arcángel excelso
fue enviado del cielo
a decir "Dios te salve" a María.
Contemplándote, oh Dios, hecho hombre
por virtud de su angélico anuncio,
extasiado quedó ante la Virgen,
y así le cantaba:

Salve, por Ti resplandece la dicha;
Salve, por Ti se eclipsa la pena.
Salve, levantas a Adán, el caído;
Salve, rescatas el llanto de Eva.
Salve, oh Cima encumbrada - a la mente del hombre;
Salve, Abismo insondable - a los ojos del ángel.

Salve, Tú eres de veras - el trono del Rey;
Salve, Tú llevas en Ti - al que todo sostiene.

Salve, Lucero que el Sol nos anuncia;
Salve, Regazo del Dios que se encarna.
Salve, por Ti la creación se renueva;
Salve, por Ti el Creador nace Niño.
Salve, ¡Virgen y Esposa!

Conociendo la Santa
que era a Dios consagrada,
al arcángel Gabriel le decía:
"Tu mensaje es arcano a mi oído
y difícil resulta a mi alma;
insinúas de Virgen el parto,
exclamando:
¡Aleluya!".

Deseaba la Virgen
comprender el misterio
y al heraldo divino pregunta:
"¿Podrá dar a la luz criatura
una Virgen? Responde, te ruego".
Reverente Gabriel contestaba,
y así le cantaba:

Salve, Tú guía al eterno consejo;
Salve, Tú prenda de arcano misterio.
Salve, Milagro primero de Cristo;
Salve, Compendio de todos sus dogmas.
Salve, Celeste escalera - que Dios ha bajado;

Salve, Oh Puente que llevas - los hombres al Cielo.
Salve, de angélicos coros - solemne portento;
Salve, de Turba infernal - lastimero flagelo.

Salve, inefable, la Luz alumbraste;
Salve, a ninguno dijiste el secreto.
Salve, del docto rebasas la ciencia;
Salve, del fiel iluminas la mente.
Salve, ¡Virgen y Esposa!

La virtud de lo Alto
la cubrió con su sombra
e hizo Madre a la Esposa Inviolada.
Aquel seno por Dios fecundado
germinó como fértil arada
para todo el que busca la gracia
y aclama:
¡Aleluya!

Con el Niño en su seno,
presurosa María,
a su prima Isabel visitaba.
El pequeño en el seno materno
exultó al oír el saludo,
y con saltos, cual cantos de gozo,
a la Madre aclamaba:

Salve, Oh Tallo del verde Retoño;
Salve, Oh Rama del Fruto incorrupto.
Salve, al pío Arador Tú cultivas;
Salve, Tú plantas quien planta la vida.
Salve, Oh Campo fecundo - de gracias copiosas;

Salve, Oh Mesa repleta - de dones divinos.
Salve, un Prado germinas - de toda delicia;
Salve, al alma preparas - Asilo seguro.

Salve, incienso de grata plegaria;
Salve, ofrenda que el mundo concilia.
Salve, Clemencia de Dios para el hombre;
Salve, del hombre con Dios confianza.
Salve, ¡Virgen y Esposa!

Con la mente en tumulto,
inundado de dudas,
el prudente José se debate.
Te conoce cual Virgen intacta;
desposorios secretos sospecha.
Al saber que es acción del Espíritu,
exclama:
¡Aleluya!

Los pastores oyeron
los angélicos coros
que al Señor hecho hombre cantaban.
Para ver al Pastor van corriendo;
un Cordero inocente contemplan
que del pecho materno se nutre,
y a la Virgen le cantan:

Salve, Nutriz del Pastor y Cordero;
Salve, Aprisco de fieles rebaños.
Salve, Barrera a las fieras hostiles;
Salve, Ingreso que da al Paraíso.
Salve, por Ti con la tierra - exultan los Cielos;

Salve, por Ti con los Cielos - se alegra la tierra.
Salve, de Apóstoles boca - que nunca enmudece;
Salve, de Mártires fuerza - que nadie somete.

Salve, de fe inconcuso cimiento;
Salve, Fulgente estandarte de gracia.
Salve, por Ti es despojado el averno;
Salve, por Ti revestimos la gloria.
Salve, ¡Virgen y Esposa!

Observando la estrella
que hacia Dios los guiaba,
sus fulgores siguieron los magos.
Era antorcha segura en su ruta;
los condujo ante el Rey Poderoso.
Al llegar hasta el Inalcanzable,
le cantan:
¡Aleluya!

Contemplaron los magos
entre brazos maternos
al que al hombre plasmó con sus manos.
Comprendieron que era Él su Señor,
a pesar de su forma de esclavo;
presurosos le ofrecen sus dones
y a la Madre proclaman:

Salve, Oh Madre del Sol sin ocaso;
Salve, Aurora del místico Día.
Salve, Tú apagas hogueras de errores;
Salve, Dios Trino al creyente revelas.
Salve, derribas del trono - al Tirano enemigo;

Salve, nos muestras a Cristo - el Señor y el Amigo.
Salve, nos has liberado - de bárbaros ritos;
Salve, nos has redimido - de acciones de barro.

Salve, destruyes el culto del fuego;
Salve, extingues las llamas del vicio.
Salve, Camino a la santa templanza;
Salve, Alegría de todas las gentes.
Salve, ¡Virgen y Esposa!

Portadores y heraldos
de Dios eran los magos
de regreso, allá en Babilonia.
Se cumplía el oráculo antiguo
cuando a todos hablaban de Cristo,
sin pensar en el necio de Herodes
que no canta:
¡Aleluya!

Salve, levantas al género humano;
Salve, humillas a todo el infierno.
Salve, conculcas engaños y errores;
Salve, impugnas del ídolo el fraude.
Salve, Oh Mar que sumerge - al cruel enemigo;

Salve, Oh Roca das de beber - a sedientos de Vida.
Salve, Columna de fuego - que guía en tinieblas;
Salve, amplísima Nube - que cubres el mundo.

Salve, nos diste el Maná verdadero;
Salve, nos sirves Manjar de delicias.
Salve, Oh Tierra por Dios prometida;
Salve, en Ti fluyen la miel y la leche.
Salve, ¡Virgen y Esposa!

Simeón el anciano,
al final de sus días,
de este mundo dejaba la sombra.
Presentado le fuiste cual Niño
mas, al verte cual Dios poderoso,
admiró el arcano designio
y gritaba:
¡Aleluya!

Renovó el Excelso
de este mundo las leyes
cuando vino a habitar en la Tierra.
Germinando en un Seno incorrupto
lo conserva intacto cual era.
Asombrados por este prodigio
a la Santa cantamos:

Salve, Azucena de intacta belleza;
Salve, Corona de noble firmeza.
Salve, la suerte futura revelas;
Salve, la angélica vida desvelas.
Salve, Frutal exquisito - que nutre a los fieles;

Salve, Ramaje frondoso - que a todos cobija.
Salve, llevaste en el Seno - Quien guía al errante;
Salve, al mundo entregaste - Quien libra al esclavo.

Salve, Plegaria ante el Juez verdadero;
Salve, Perdón del que tuerce el sendero.
Salve, Atavío que cubre al desnudo;
Salve, del hombre supremo deseo.
Salve, ¡Virgen y Esposa!

Ante el Parto admirable,
alejados del mundo,
hacia el Cielo elevamos la mente.
El Altísimo vino a la tierra
con la humilde semblanza de un pobre
y enaltece hasta cumbres de gloria
a quien canta:
¡Aleluya!

Habitaba en la Tierra
y llenaba los cielos
la Palabra de Dios infinita.
Su bajada amorosa hasta el hombre
no cambió su morada superna.
Era el Parto divino de Virgen
que este canto escuchaba:

Salve, Mansión que contiene el Inmenso;
Salve, Dintel del augusto Misterio.
Salve, de incrédulo equívoco anuncio;
Salve, del fiel inequívoco orgullo.
Salve, Carroza del Santo - que portan querubes;

Salve, Sitial del que adoran - sin fin serafines.
Salve, Tú sólo has unido - dos cosas opuestas:
Salve, Tú sola a la vez - eres Virgen y Madre.

Salve, por Ti fue borrada la culpa;
Salve, por Ti Dios abrió el Paraíso.
Salve, Tú llave del Reino de Cristo;
Salve, Esperanza de bienes eternos.
Salve, ¡Virgen y Esposa!

Todo el orden angélico
asombrado contempla
el misterio de Dios que se encarna.
Al Señor, al que nadie se acerca,
hecho hombre, accesible, admira
caminar por humanos senderos,
escuchando:
¡Aleluya!

Oradores brillantes
como peces se callan
ante Ti, Santa Madre del Verbo.
Cómo ha sido posible no entienden
ser Tú Virgen después de ser Madre.
El prodigio admiramos tus fieles,
y con fe proclamamos:

Salve, Sagrario de arcana sapiencia;
Salve, Despensa de la Providencia.
Salve, por Ti se confunden los sabios;
Salve, por Ti el orador enmudece.
Salve, por Ti se aturden - sutiles doctores;

Salve, por Ti desfallecen - autores de mitos;
Salve, disuelves enredos - de agudos sofistas;
Salve, rellenas las redes - de los pescadores.

Salve, levantas de honda ignorancia;
Salve, nos llenas de ciencia suprema.
Salve, Navío del que ama salvarse;
Salve, Oh Puerto en el mar de la vida.
Salve, ¡Virgen y Esposa!

Por salvar todo el orbe,
el Divino Alfarero
hasta el mundo bajó, porque quiso.
Por ser Dios era Él Pastor nuestro;
se mostró por nosotros Cordero;
como igual sus iguales atrae;
cual Dios oye:
¡Aleluya!

Virgen, Madre de Cristo.
Baluarte de vírgenes
y de todo el que en Ti se refugia
el Divino Hacedor te dispuso,
al tomar de Ti carne en Tu seno;
y enseña a que todos cantemos
en Tu honor, oh Inviolada:

Salve, Columna de sacra pureza;
Salve, Umbral de la vida perfecta.
Salve, Tú inicias la nueva progenie;
Salve, dispensas bondades divinas.
Salve, de nuevo engendraste - al Nacido en deshonra;

Salve, Talento infundiste - al hombre insensato.
Salve, anulaste a Satán - seductor de las almas;
Salve, nos diste al Señor - sembrador de los castos.

Salve, Regazo de nupcias divinas;
Salve, Unión de los fieles con Cristo.
Salve, de vírgenes Madre y Maestra;
Salve, al Esposo conduces las almas.
Salve, ¡Virgen y Esposa!

Impotente es el canto
que alabar presumiera
de Tu gracia el caudal infinito.
Como inmensa es la arena en la playa
pueden ser nuestros himnos, Rey Santo,
mas no igualan los dones que has dado
a quien canta:
¡Aleluya!

Como antorcha luciente
del que yace en Tinieblas
resplandece la Virgen María.
Ha encendido la Luz increada;
su fulgor ilumina las mentes
y conduce a la ciencia celeste
suscitando este canto:

Salve, Oh Rayo del Sol verdadero;
Salve, Destello de Luz sin ocaso.
Salve, Fulgor que iluminas las mentes;
Salve, cual trueno enemigos aterras.
Salve, surgieron de Ti - luminosos misterios;

Salve, brotaron en Ti - caudalosos arroyos.
Salve, Figura eres Tú - de salubre piscina;
Salve, Tú limpias las manchas - de nuestros pecados.

Salve, Oh Fuente que lavas las almas;
Salve, Oh Copa que vierte alegría.
Salve, Fragancia de ungüento de Cristo;
Salve, Oh Vida del sacro Banquete.
Salve, ¡Virgen y Esposa!

Por querer perdonarnos
el pecado primero,
el que paga las deudas de todos,
de sus prófugos busca el asilo,
libremente del cielo exiliado.
Mas, rasgando el quirógrafo antiguo,
oye un canto:
¡Aleluya!

Celebrando Tu parto,
A una voz te alabamos
Como Templo viviente, Señora.
Ha querido encerrarse en Tu seno
El que todo contiene en su mano,
El que Santa y gloriosa te ha hecho,
El que enseña a cantarte:

Salve, Oh Tienda del Verbo divino;
Salve, más grande que el gran Santuario.
Salve, Oh Arca que Espíritu dora;
Salve, Tesoro inexhausto de vida.
Salve, Diadema preciosa - de reyes devotos;

Salve, orgullo glorioso - de sacros ministros.
Salve, firmísimo Alcázar - de toda la Iglesia;
Salve, Muralla invencible - de todo el Imperio.

Salve, por Ti enarbolamos trofeos;
Salve, por Ti sucumbió el adversario.
Salve, Remedio eficaz de mi carne;
Salve, Inmortal salvación de mi alma.
Salve, ¡Virgen y Esposa!

Digna de toda loa,
Madre santa del Verbo,
el más Santo entre todos los Santos.
Nuestra ofrenda recibe en el canto;
salva al mundo de todo peligro;
del castigo inminente libera
a quien canta:
¡Aleluya!

viernes, 24 de diciembre de 2010

Romance

Romance sobre el Evangelio "In principio erat Verbum",
acerca de la Santísima Trinidad. San Juan de la Cruz.


1. En el principio moraba
el Verbo, y en Dios vivía,
en quien su felicidad
infinita poseía.

5. El mismo Verbo Dios era,
que el principio se decía;
él moraba en el principio,
y principio no tenía.

10. El era el mismo principio;
por eso de él carecía.
El Verbo se llama Hijo,
que del principio nacía;
hale siempre concebido
y siempre le concebía;

15. dale siempre su sustancia,
y siempre se la tenía.
Y así la gloria del Hijo
es la que en el Padre había
y toda su gloria el Padre

20. en el Hijo poseía.
Como amado en el amante
uno en otro residía,
y aquese amor que los une
en lo mismo convenía

25. con el uno y con el otro
en igualdad y valía.
Tres Personas y un amado
entre todos tres había,
y un amor en todas ellas

30. y un amante las hacía,
y el amante es el amado
en que cada cual vivía;
que el ser que los tres poseen
cada cual le poseía,

35. y cada cual de ellos ama
a la que este ser tenía.
Este ser es cada una,
y éste solo las unía
en un inefable nudo

40. que decir no se sabía;
por lo cual era infinito
el amor que las unía,
porque un solo amor tres tienen
que su esencia se decía;

45. que el amor cuanto más uno,
tanto más amor hacía.


II De la comunicación de las tres Personas.

En aquel amor inmenso
que de los dos procedía,
palabras de gran regalo

50. el Padre al Hijo decía,
de tan profundo deleite,
que nadie las entendía;
sólo el Hijo lo gozaba,
que es a quien pertenecía.

55. Pero aquello que se entiende
de esta manera decía:
­Nada me contenta, Hijo,
fuera de tu compańía;
y si algo me contenta,

60. en ti mismo lo quería.
El que a ti más se parece
a mi más satisfacía,
y el que en nada te semeja
en mí nada hallaría.

65. En ti solo me he agradado,
ˇOh vida de vida mía!.
Eres lumbre de mi lumbre,
eres mi sabiduría,
figura de mi sustancia,

70. en quien bien me complacía.
Al que a ti te amare, Hijo,
a mí mismo le daría,
y el amor que yo en ti tengo
ese mismo en él pondría,

75. en razón de haber amado
a quien yo tanto quería.


III. De la creación.

­Una esposa que te ame.
mi Hijo, darte quería,
que por tu valor merezca

80. tener nuestra compańía
y comer pan a una mesa,
del mismo que yo comía,
porque conozca los bienes
que en tal Hijo yo tenía,

85. y se congracie conmigo
de tu gracia y lozanía.
­Mucho lo agradezco, Padre,
el Hijo le respondía­;
a la esposa que me dieres

90. yo mi claridad daría,
para que por ella vea
cuánto mi Padre valía,
y cómo el ser que poseo
de su ser le recibía.

95. Reclinarla he yo en mi brazo,
y en tu ardor se abrasaría,
y con eterno deleite
tu bondad sublimaría.


IV Prosigue

­Hágase, pues ­dijo el Padre­,

100. que tu amor lo merecía;
y en este dicho que dijo,
el mundo criado había
palacio para la esposa
hecho en gran sabiduría;

105. el cual en dos aposentos,
alto y bajo. dividía.
El bajo de diferencias
infinitas componía;
mas el alto hermoseaba

110. de admirable pedrería,
porque conozca la esposa
el Esposo que tenía.
En el alto colocaba
la angélica jerarquía;

115. pero la natura humana
en el bajo la ponía,
por ser en su compostura
algo de menor valía.
Y aunque el ser y los lugares

120. de esta suerte los partía,
pero todos son un cuerpo
de la esposa que decía;
que el amor de un mismo Esposo
una esposa los hacía.

125. Los de arriba poseían
el Esposo en alegría;
los de abajo, en esperanza
de fe que les infundía,
diciéndoles que algún tiempo

130. él los engrandecería.
y que aquella su bajeza
él se la levantaría
de manera que ninguno
ya la vituperaría;

135. porque en todo semejante
él a ellos se haría
y se vendría con ellos,
y con ellos moraría;
y que Dios sería hombre,

140. y que el hombre Dios sería,
y trataría con ellos,
comería y bebería;
y que con ellos contino
él mismo se quedaría,

145. hasta que se consumase
este siglo que corría,
cuando se gozaran juntos
en eterna melodía;
porque él era la cabeza

150. de la esposa que tenía,
a la cual todos los miembros
de los justos juntaría.
que son cuerpo de la esposa,
a la cual él tomaría

155. en sus brazos tiernamente,
y allí su amor la diría;
y que, así juntos en uno,
al Padre la llevaría,
donde del mismo deleite

160. que Dios goza, gozaría;
que, como el Padre y el Hijo,
y el que de ellos procedía
el uno vive en el otro,
así la esposa sería,

165. que, dentro de Dios absorta,
vida de Dios viviría.


V Prosigue

Con esta buena esperanza
que de arriba les venía,
el tedio de sus trabajos

170. más leve se les hacía;
pero la esperanza larga
y el deseo que crecía
de gozarse con su Esposo
contino les afligía;

175. por lo cual con oraciones,
con suspiros y agonía,
con lágrimas y gemidos
le rogaban noche y día
que ya se determinase

180. a les dar su compańía.
Unos decían: ­ˇOh si fuese
en mi tiempo el alegría!
Otros: ­ˇAcaba, Seńor;
al que has de enviar, envía!

185. Otros: ­ˇOh si ya rompieses
esos cielos, y vería
con mis ojos que bajases,
y mi llanto cesaría!
ˇRegad, nubes, de lo alto,

190. que la tierra lo pedía,
y ábrase ya la tierra,
que espinas nos producía,
y produzca aquella flor
con que ella florecería!

195. Otros decían: ­ˇOh dichoso
el que en tal tiempo sería,
que merezca ver a Dios
con los ojos que tenía,
y tratarle con sus manos,

200. y andar en su compańía,
y gozar de los misterios
que entonces ordenaría!


VI Prosigue

En aquestos y otros ruegos
gran tiempo pasado había;

205. pero en los postreros ańos
el fervor mucho crecía,
cuando el viejo Simeón
en deseo se encendía,
rogando a Dios que quisiese

210. dejalle ver este día.
Y así, el Espíritu Santo
al buen viejo respondía;
­Que le daba su palabra
que la muerte no vería

215. hasta que la vida viese
que de arriba descendía.
y que él en sus mismas manos
al mismo Dios tomaría,
y le tendría en sus brazos

220. y consigo abrazaría.


VII Prosigue la Encarnación.

Ya que el tiempo era llegado
en que hacerse convenía
el rescate de la esposa,
que en duro yugo servía

225. debajo de aquella ley
que Moisés dado le había,
el Padre con amor tierno
de esta manera decía:
­Ya ves, Hijo, que a tu esposa

230. a tu imagen hecho había,
y en lo que a ti se parece
contigo bien convenía;
pero difiere en la carne
que en tu simple ser no había

235. En los amores perfectos
esta ley se requería:
que se haga semejante
el amante a quien quería;
que la mayor semejanza

240. más deleite contenía;
el cual, sin duda, en tu esposa
grandemente crecería
si te viere semejante
en la carne que tenía.

245. ­Mi voluntad es la tuya
­el Hijo le respondía­,
y la gloria que yo tengo
es tu voluntad ser mía,
y a mí me conviene, Padre,

250. lo que tu Alteza decía,
porque por esta manera
tu bondad más se vería;
veráse tu gran potencia,
justicia y sabiduría;

255. irélo a decir al mundo
y noticia le daría
de tu belleza v dulzura
y de tu soberanía.
Iré a buscar a mi esposa,

260. y sobre mí tomaría
sus fatigas y trabajos,
en que tanto padecía;
y porque ella vida tenga,
yo por ella moriría,

265. y sacándola del lago
a ti te la volvería.


VIII Prosigue

Entonces llamó a un arcángel
que san Gabriel se decía,
y enviólo a una doncella

270. que se llamaba María,
de cuyo consentimiento
el misterio se hacía;
en la cual la Trinidad
de carne al Verbo vestía;

275. y aunque tres hacen la obra,
en el uno se hacía;
y quedó el Verbo encarnado
en el vientre de María.
Y el que tenia sólo Padre,

280. ya también Madre tenía,
aunque no como cualquiera
que de varón concebía,
que de las entrańas de ella
él su carne recibía;

285. por lo cual Hijo de Dios
y del hombre se decía.


IX Del Nacimiento.

Ya que era llegado el tiempo
en que de nacer había,
así como desposado

290. de su tálamo salía
abrazado con su esposa,
que en sus brazos la traía,
al cual la graciosa Madre
en un pesebre ponía,

295. entre unos animales
que a la sazón allí había.
Los hombres decían cantares,
los ángeles melodía,
festejando el desposorio

300. que entre tales dos había.
Pero Dios en el pesebre
allí lloraba y gemía,
que eran joyas que la esposa
al desposorio traía.

305. Y la Madre estaba en pasmo
de que tal trueque veía:
el llanto del hombre en Dios,
y en el hombre la alegría,
lo cual del uno y del otro

310. tan ajeno ser solía.

GOZOS DE SANTA MARIA

por Juan Ruiz, Arcipreste de Hita (1283-1350)
Santa Maria, Luz del dia,
tu me guias todavia.
Ganame gracia y bendicion
y de Jesus consolacion.
Que pueda con devocion
cantar de tu alegria.
El primer gozo que alegra
en ciudad de Galilea
Nazaret creo que sea
viste al mensajero.
Del Angel que vino a ti,
Gabriel santo y divino
Te trajo el mensaje divino
diciendote Ave Maria.
Tu, desde que oiste el mandado
humildemente recibiste
luego Virgen concebiste
al Hijo que Dios en ti envia.
En Belen acaecio
el segundo cuando nacio
y sin dolor aparecio
de ti Virgen, el Mesias.
El tercer cuenta las leyes
cuando vinieron los reyes
y adoraron al que velas
el que en tus brazos yacia.
Ofrecio mirra Gaspar
Melchor fue incienso dar
oro ofrecio Baltasar
al que Dios y Hombre seria.
Alegria cuarta y buena
fue cuando la Magdalena
te dijo gozo sin pena
que tu Hijo bebia.
El quinto placer viste,
cuando a tu Hijo viste
subir al cielo y diste
gracias a Dios que subia.
Madre, en tu sexto gozo
cuando los discipulos presto
fue el Espiritu Santo puesto
en tu santa compañia.
Del septimo, Madre Santa
la Iglesia toda canta
subiste con gloria tanta
al cielo y cuanto habia.
Reinas con tu Hijo querido
Nuestro Señor Jesucristo
por ti sea de nos visto
en la Gloria sin falta.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

pelis para ambientarnos

Basada en un libro de Charles Tazewell

y esta clásica de...

martes, 21 de diciembre de 2010

CRIMINAL ALTAMENTE PELIGROSO

Un amigo me pasó este texto-reflexión que en el periodo que estamos por vivir no tiene desperdicio. Además tiene las virtudes de la brevedad y el humor que, en no pocas veces, también nos ayudan a profundizar en grandes verdades.

Le llaman «santa Claus», «Papa Nöel», o simplemente «santa». La última vez que se le vio llevaba un anticuado traje rojo, barba blanca postiza y unos 200 kg. de peso, aproximadamente. Se transporta en un moderno trineo impulsado por renos atómicos, genéticamente manipulados. Tiene millares de dobles distribuidos estratégicamente por todo el mundo, lo que aumenta la dificultad de encontrarlo. Se piensa que existe cierta complicidad de algunas marcas registradas en el gran mercado que apoyan su campaña delictuosa.
Sus crímenes superan, con mucho, los parámetros de un delincuente ordinario, por lo que se le considera «Altamente Peligroso». Enunciamos a continuación los más representativos.
-En primer lugar, robó los derechos de autor a San Nicolás, quien patentó desde el siglo V los regalos sorpresas en época navideña.
-Por crímenes contra el medio ambiente como el hurto y mutación de renos (especie protegida), lo que además le hace deudor de una multa estratosférica.
-Ningún Estado soberano ha autorizado el vuelo libre a trineos, violando así el espacio aéreo de los mismos y poniendo en riesgo la seguridad y convivencia pacífica de los pueblos.
-Allanamiento de morada y sustracción de bienes (la noche que más se comenten hurtos, es la noche que va del 24 al 25 de diciembre).
-Depravación y corrupción de las costumbres, especialmente en menores de edad, a quien inculca que la meta de su buen comportamiento es la obtención de un regalo y no el amor a sus padres y al prójimo.
-Por último, ha cometido el gravísimo delito de plagiar el título de “verdadero sentido de la Navidad”, despojando de la totalidad del patrimonio a una pobre familia de Belén.

No colabore con el delito. Si lo ve, denúncielo y sustituya, donde pueda, el rostro de este delincuente por el de la Sagrada Familia de Belén.

una oración por su alma ...

Paquita murió... DEP
Dejad que venga el Señor! El tiemnpo de la pelea es corto. La muerte me ha de separar de todo lo de este mundo. Desde este instante empiezo a trabajar para vivir como querré haber vivido.
En ese momento estaré solas; únicamente mis buenas obras me darán consuelo y alivio. Pero Vos sois mi Padre y queréis perdonarme... Por mucho que sea lo que le debo, quiere perdonármelo todo, con tal que se lo pida de veras y prometa de veras también no separarme más de su compañía... Yo no puedo hacerlo sin vuestra gracia, sin vuestro auxilio... Os pido ¡clementísimo Jesús! la gracia de morir en vuestra amistad. Que así sea.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Navidad - 1

El edicto
La patrulla llegó de madrugada. María cantaba en el patio mientras molía el trigo con las demás mujeres, y José aún no había terminado de reparar el horno. Al oír los gritos de la chiquillería y el estrépito de los cascos sobre la calzada, mi señora se puso en pie. Eran romanos, sin duda. Sólo ellos montan a caballo en Israel con tanta arrogancia.
Los soldados se detuvieron en el centro mismo de la aldea y, aunque nadie salió a recibirlos, la voz rota y autoritaria del que comandaba el piquete proclamó con fuerza una sola vez el edicto de César Augusto: todos los judíos, cabezas de familia, debían dirigirse a su ciudad de origen donde conservasen tierras u otros bienes para empadronarse y así poder pagar a Roma el impuesto establecido por las leyes.
Apenas se alejó la patrulla, se organizó en el pueblo un alboroto considerable. Las mujeres dejaron su tarea, los chiquillos regresaron a sus casas y los hombres se reunieron para valorar la situación.
María y José habían celebrado su boda dos meses antes. La fiesta duró casi una semana y llegaron a Nazaret amigos y parientes de toda la comarca. Hubo centenares de flores y muchos regalos para la Novia; pero, una vez terminados los festejos, apenas les quedaban recursos para emprender un viaje tan largo.
José siempre había pensado regresar a Belén, su patria.
―En cuanto nazca el niño ―le dijo a su Esposa― nos iremos. Tengo en Belén un pedazo de tierra donde construiremos nuestra casa, y podré trabajar cerca, en Jerusalén…
María asintió con una sonrisa. Todo parecía estar en su sitio hasta que intervino César con su edicto.
José podría haber ido solo a Belén y regresar lo antes posible; pero los dos decidieron que su traslado sería ya definitivo. Tal vez Yahvé había dispuesto que su Hijo naciese en la Ciudad de David.
Salimos hacia el Sur dos semanas más tarde. Todas las criaturas del Cielo nos unimos a la caravana. Yo, en primer lugar, que para eso soy el Custodio de María. Y había tal aleteo de ángeles alrededor del matrimonio y tanta y tan buena música que hasta José se dio cuenta:
―¿Qué está ocurriendo, María? ¿Tenemos compañía?
Sonrió de nuevo mi Señora:
―Haremos un buen viaje, José; el Señor está con nosotros y sus ángeles nos escoltan.



Cuento de Navidad
Cuando María y José salieron de Nazaret con el borrico yo ya llevaba unos cuantos siglos navegando hacia Belén. Me pusieron en marcha mucho antes y nadie me explicó mi destino. A mí, la verdad, tampoco me importaba demasiado; pero un buen día vino el ángel y me lo explicó todo.
Supongo que ya sabéis quién soy. Me llamo Oriente y soy la estrella de todos los belenes, la que vieron los Magos, la que les guió hasta la gruta.
¿Sabíais que hubo un cuarto mago? No pongas esa cara, Gabriel; los lectores más pequeños de este globo deben saber la verdad y yo se la voy a contar.
En realidad no era un mago, sino una maga. Fue una princesa india de veinte años llamada Asavis Duyatalac, que tenía un palacio enorme, joyas fabulosas de valor incalculable, centenares de vestidos y docenas de elefantes blancos como la luna. Asavis, sin embargo, solo tenía una pasión: la astronomía. Todas las noches desde la terraza de su palacio contemplaba el firmamento y numeraba las estrellas dándoles nombre y apellido para no olvidarlas.
Hasta que aparecí yo.
―¿Y tú quién eres? ―se preguntó con su vocecilla de cristal―.
―Me llamo Oriente ―le respondí al sentirme interpelada―.
Asavis no estaba acostumbrada a que le hablaran las estrellas. Por eso, del susto, se quedó un buen rato con la boca abierta.
―No tengas miedo, princesa ―le dije―, y cierra la boca, que te puedes resfriar. Estoy aquí para indicarte el camino. Dios quiere que vengas detrás de mí. Yo te llevaré hasta la cuna del Rey de reyes.
Aquella noche Asavis lloró de alegría y de miedo, porque sabía que todo era verdad. También ella ―como Melchor, Gaspar y Baltasar― estaba esperándome. En su corazón ardía otra estrella desde que era niña.
Al día siguiente habló con su padrastro y le pidió permiso para partir. No tenía necesidad de hacerlo, porque solo ella era la soberana del reino y propietaria de toda su fortuna; pero Federico ―que así se llamaba el padrastro―, comprendió que la marcha de Asavis podría servir muy bien a sus intereses, y planeó quedarse con el reino una vez que la princesa se hubiera marchado.
―Vete en buena hora, hija mía ―le dijo mientras se frotaba las manos de gusto―. Y, cuando encuentres a ese rey de reyes, me avisas para que yo también vaya a rendirle pleitesía.
Aquella noche, yo misma, le conté a Asavis lo que planeaba su padrastro. Ella me escuchó en silencio y al final me preguntó:
―Entonces, ¿qué debo hacer?
―No lo sé, princesa. Tú debes elegir. Yo soy un camino lleno de aventuras y peligros. Conmigo atravesarás desiertos, pasarás hambre y sed. Sentirás más de una vez la tentación de abandonar…, pero al final encontrarás lo que buscas desde que eras niña.
―¿Y si te digo que no?
―Si dices que no, mañana te despertarás en tu cama de marfil un poco triste, pero serena. Pensarás que todo ha sido un sueño, que las estrellas no hablan y que debes olvidar la astronomía para cuidar de tu reino.
Asavis se quedó en palacio. No conoció a Jesús, y, de vez en cuando, sale a la terraza, mira hacia el lugar donde me vio por primera vez y repite como si estuviera convencida:
―Fue sólo una estrella; fue sólo una estrella.



La Víspera
El sol de diciembre nos trajo unos días serenos y limpios de bruma. Aquella noche no había una sola nube en el cielo. La luna se había escondido, y las estrellas brillaban nítidas como diamantes diminutos. Zabulón, mi hijo pequeño, tumbado en la hierba junto a las ovejas, miraba al firmamento y hablaba solo jugando con las estrellas.
Yo me quedé un buen rato mirándolo. Lo hago muchas veces cuando él no se da cuenta porque Zabulón es mi tesoro, el último regalo que me dejó mi esposa. Ella murió al darle a luz, pero tuvo tiempo de verlo y abrazarlo. Cuando comprendió que el niño nunca sería normal, me dijo:
―Éste siempre vivirá contigo. No te abandonará como los mayores.
Tenía razón. Todos dicen que Zabulón es mi niño tonto, pero cuida a las ovejas mejor que nadie, y sabe dar cariño a su padre cuando lo necesita.
―¿Qué harás cuando yo me muera? ―me preguntó un día de improviso con su lengua de trapo―.
―Yo soy mucho más viejo que tú y moriré antes―le contesté―; pero no debes preocuparte por eso. Dios ha cuidado de nosotros hasta hoy y siempre habrá un ángel a tu lado.
Aún faltaban dos días para la navidad, pero ya alguien nos había traído la noticia de que, en el establo de la posada vivía un matrimonio muy joven llegado de Galilea y que ella estaba esperando un niño.
Sin pensarlo dos veces nos acercamos para ofrecerles unas pellizas, leche y un poco de queso. José, que resultó ser un muchacho fuerte y simpático, sacó unas garrafas de vino galileo. Bebimos y cantamos, todos menos Zabulón, hasta el anochecer.
La víspera fue también un día especial:
―¿No lo notas, padre?
Yo también había percibido el aroma de las flores. ¿De dónde venía? Y los insólitos sonidos del campo: los pájaros no cantan en invierno y lo estaban haciendo como si fuera a comenzar ya la primavera.
―¿Has visto la estrella?
―¿Qué estrella?
Zabulón la señaló con el dedo. Era un lucero azulado con una pequeña cola de plata.
―Es nueva ―me dijo―. ¿Por qué ha venido?
―No lo sé, hijo mío y quizá no lo sepamos nunca, pero ten la seguridad de que Yahvé la ha puesto ahí con un fin.
Dormimos poco aquella noche. Yo sabía ya que las estrellas del firmamento, las plantas y las flores, los árboles del bosque, los animales del campo y las aves del Cielo estaban a la espera de algo muy grande que iba a suceder.
Zabulón fue el primero en ver al Ángel.

Noche de paz

receta navideña para todo el año

La siguiente receta es ideal para terminar un año viejo y comenzar uno nuevo lleno de esperanzas.

Nota.
Los ingredientes para esta preparación se consiguen en cualquier parte del mundo, es muy fácil de preparar, no causa indigestión y tiene una gran aceptación para cualquier comensal.
Ingredientes y preparación:
Toae doce meses que estén bien maduros, mira que estén limpios de amargos recuerdos, de odios y rencores.
Límpialos cuidadosamente de pegajosa malevolencia y quítales cualquier mancha de mezquindad y pequeñez.
Ojo: mira que en estos meses no quede nada del pasado y ténlos tan frescos y limpios como cuando salieron del gran almacén del tiempo.
Corta cada mes en treinta partes iguales. Esa cantidad rinde para
trescientos sesenta y cinco porciones.
No trates de cocinarlo todo a la vez, prepáralo día a día de la siguiente
manera:
Pon en cada uno de ellos......
12 partes de fe.
11 partes de paciencia.
10 partes de entusiasmo.
9 partes de trabajo. No omita este ingrediente, o echará a perder el gusto de la receta.
8 partes de esperanza.
7 partes de fidelidad.
6 partes de libertad.
5 partes de amabilidad.
4 partes de descanso.
3 partes de oración.
2 partes de meditación.
1 parte de resolución bien seleccionada.
A esto agregua una cucharada de espiritualidad, una onza de esparcimiento, un poquito de simpleza y una taza bien grande y limpia de un buen humor.
Añade a todo esto, amor al gusto y mezcle con una buena dosis de energía.
Aderézalo con sonrisas y un poquito de júbilo....Despué s sírvelo con una
salsa de serenidad, altruismo y alegría.


Casi igual que la Navidad del Corte Ingles y derivados



La Navidad, que en el siglo XVII tuvo que ser rescatada de la tristeza, tiene que ser rescatada en el siglo XX de la frivolidad. La Navidad, como tantas otras creaciones cristianas y católicas, es una boda. Es la boda del más indómito espíritu de gozo humano con el más elevado espíritu de humildad y sentido místico. Y el paralelo de una boda es bien válido en más de una manera; porque este nuevo peligro que amenaza la Navidad es el mismo que hace tiempo ha vulgarizado y viciado las bodas. Es lógico que haya pompa y gozo popular en una boda; de ninguna manera estoy de acuerdo con los que querrían que fuera algo privado y personal, como la declaración de amor o el compromiso de matrimonio. Si una persona no está orgullosa de casarse, ¿de qué podrá enorgullecerse?, ¿y por qué se empeña entonces en casarse? Pero en casos normales todo este jolgorio que se organiza está subordinado al matrimonio porque existe “en honor” del matrimonio. Fueron a ese lugar a casarse, no a alegrarse; y se alegran porque se han casado. Sin embargo, en tantas bodas de famosos se pierden de vista por completo este serio objetivo y no queda nada más que la frivolidad. Porque la frivolidad es el intento de alegrarse sin nada sobre lo que alegrarse. El resultado es que al final hasta la frivolidad como frivolidad empieza a desvanecerse. Quienes empezaron a juntarse sólo por diversión acaban haciéndolo sólo porque está de moda; y no queda ni siquiera la más débil sugestión de regocijo, sino tan sólo de ruido y alboroto.
De manera parecida, la gente está perdiendo la capacidad de disfrutar la Navidad porque la ha identificado con el regocijo. Una vez que han perdido de vista la antigua sugestión de que es por alguna cosa que ocurre, caen naturalmente en pausas en las que se preguntan con asombro si es que ocurre algo de verdad. Que se nos diga que nos alegremos el día de Navidad es razonable e inteligente, pero sólo si se entiende lo que el mismo nombre de la fiesta significa. Que se nos diga que nos alegremos el 25 de diciembre es como si alguien nos dice que nos alegremos a las once y cuarto de un jueves por la mañana. Uno no puede ser frívolo así, de repente, a no ser que crea que existe una razón seria para ser frívolo. Un hombre podría organizar una fiesta si hubiera heredado una fortuna; incluso podría hacer bromas sobre la fortuna. Pero no haría nada de eso si la fortuna fuera una broma. No sería tan bullicioso, le hubiera dejado puñados de billetes bancarios falsos o un talonario de cheques sin fondos. Por divertida que fuera la acción del testador, no sería durante mucho tiempo ocasión de festividades sociales y celebraciones de todo tipo. No se puede empezar ni siquiera una francachela por una herencia que es sólo ficticia. No se puede empezar una francachela para celebrar un milagro del que se sabe que no es más que un engaño de milagro. Al desechar el aspecto divino de la Navidad y exigir sólo el humano, se está pidiendo demasiado a la naturaleza humana. Se está pidiendo a los ciudadanos que iluminen la ciudad por una victoria que no ha tenido lugar.
Hoy nuestra tarea consiste en rescatar la festividad de la frivolidad. Es la única manera de que vuelva a ser festiva. Los niños todavía entienden la fiesta de Navidad: algunas veces festejan con exceso en lo que se refiere a comer una tarta o un pavo, pero no hay nunca nada frívolo en su actitud hacia la tarta o el pavo. Y tampoco hay la más mínima frivolidad en su actitud con respecto al árbol de Navidad o a los Reyes Magos. Poseen el sentido serio y hasta solemne de la gran verdad: que la Navidad es un momento del año en el que pasan cosas de verdad, cosas que no pasan siempre. Pero aun en los niños esa sensatez se encuentra de alguna manera en guerra con la sociedad. La vívida magia de esa noche y de ese día está siendo asesinada por la vulgar veleidad de los otros trescientos sesenta y cuatro días.
G. K. Chesterton.Tomado de “La mujer y la familia”

sábado, 18 de diciembre de 2010

MENSAJE XLIV JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

1 DE ENERO DE 2011 - LA LIBERTAD RELIGIOSA, CAMINO PARA LA PAZ

1. Al comienzo de un nuevo año deseo hacer llegar a todos mi felicitación; es un deseo de serenidad y de prosperidad, pero sobre todo de paz. El año que termina también ha estado marcado lamentablemente por persecuciones, discriminaciones, por terribles actos de violencia y de intolerancia religiosa.
Pienso de modo particular en la querida tierra de Iraq, que en su camino hacia la deseada estabilidad y reconciliación sigue siendo escenario de violencias y atentados. Vienen a la memoria los recientes sufrimientos de la comunidad cristiana, y de modo especial el vil ataque contra la catedral sirio-católica Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, de Bagdad, en la que el 31 de octubre pasado fueron asesinados dos sacerdotes y más de cincuenta fieles, mientras estaban reunidos para la celebración de la Santa Misa. En los días siguientes se han sucedido otros ataques, también a casas privadas, provocando miedo en la comunidad cristiana y el deseo en muchos de sus miembros de emigrar para encontrar mejores condiciones de vida. Deseo manifestarles mi cercanía, así como la de toda la Iglesia, y que se ha expresado de una manera concreta en la reciente Asamblea Especial para Medio Oriente del Sínodo de los Obispos. Ésta ha dirigido una palabra de aliento a las comunidades católicas en Iraq y en Medio Oriente para vivir la comunión y seguir dando en aquellas tierras un testimonio valiente de fe.
Agradezco vivamente a los Gobiernos que se esfuerzan por aliviar los sufrimientos de estos hermanos en humanidad, e invito a los Católicos a rezar por sus hermanos en la fe, que sufren violencias e intolerancias, y a ser solidarios con ellos. En este contexto, siento muy viva la necesidad de compartir con vosotros algunas reflexiones sobre la libertad religiosa, camino para la paz. En efecto, se puede constatar con dolor que en algunas regiones del mundo la profesión y expresión de la propia religión comporta un riesgo para la vida y la libertad personal. En otras regiones, se dan formas más silenciosas y sofisticadas de prejuicio y de oposición hacia los creyentes y los símbolos religiosos. Los cristianos son actualmente el grupo religioso que sufre el mayor número de persecuciones a causa de su fe. Muchos sufren cada día ofensas y viven frecuentemente con miedo por su búsqueda de la verdad, su fe en Jesucristo y por su sincero llamamiento a que se reconozca la libertad religiosa. Todo esto no se puede aceptar, porque constituye una ofensa a Dios y a la dignidad humana; además es una amenaza a la seguridad y a la paz, e impide la realización de un auténtico desarrollo humano integral.[1]
En efecto, en la libertad religiosa se expresa la especificidad de la persona humana, por la que puede ordenar la propia vida personal y social a Dios, a cuya luz se comprende plenamente la identidad, el sentido y el fin de la persona. Negar o limitar de manera arbitraria esa libertad, significa cultivar una visión reductiva de la persona humana, oscurecer el papel público de la religión; significa generar una sociedad injusta, que no se ajusta a la verdadera naturaleza de la persona humana; significa hacer imposible la afirmación de una paz auténtica y estable para toda la familia humana.
Por tanto, exhorto a los hombres y mujeres de buena voluntad a renovar su compromiso por la construcción de un mundo en el que todos puedan profesar libremente su religión o su fe, y vivir su amor a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente (cf. Mt 22, 37). Éste es el sentimiento que inspira y guía el Mensaje para la XLIV Jornada Mundial de la Paz, dedicado al tema: La libertad religiosa, camino para la paz.

Derecho sagrado a la vida y a una vida espiritual
2. El derecho a la libertad religiosa se funda en la misma dignidad de la persona humana,[2] cuya naturaleza trascendente no se puede ignorar o descuidar. Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 27). Por eso, toda persona es titular del derecho sagrado a una vida íntegra, también desde el punto de vista espiritual. Si no se reconoce su propio ser espiritual, sin la apertura a la trascendencia, la persona humana se repliega sobre sí misma, no logra encontrar respuestas a los interrogantes de su corazón sobre el sentido de la vida, ni conquistar valores y principios éticos duraderos, y tampoco consigue siquiera experimentar una auténtica libertad y desarrollar una sociedad justa.[3]
La Sagrada Escritura, en sintonía con nuestra propia experiencia, revela el valor profundo de la dignidad humana: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies» (Sal 8, 4-7).
Ante la sublime realidad de la naturaleza humana, podemos experimentar el mismo asombro del salmista. Ella se manifiesta como apertura al Misterio, como capacidad de interrogarse en profundidad sobre sí mismo y sobre el origen del universo, como íntima resonancia del Amor supremo de Dios, principio y fin de todas las cosas, de cada persona y de los pueblos.[4] La dignidad trascendente de la persona es un valor esencial de la sabiduría judeo-cristiana, pero, gracias a la razón, puede ser reconocida por todos. Esta dignidad, entendida como capacidad de trascender la propia materialidad y buscar la verdad, ha de ser reconocida como un bien universal, indispensable para la construcción de una sociedad orientada a la realización y plenitud del hombre. El respeto de los elementos esenciales de la dignidad del hombre, como el derecho a la vida y a la libertad religiosa, es una condición para la legitimidad moral de toda norma social y jurídica.

Libertad religiosa y respeto recíproco
3. La libertad religiosa está en el origen de la libertad moral. En efecto, la apertura a la verdad y al bien, la apertura a Dios, enraizada en la naturaleza humana, confiere a cada hombre plena dignidad, y es garantía del respeto pleno y recíproco entre las personas. Por tanto, la libertad religiosa se ha de entender no sólo como ausencia de coacción, sino antes aún como capacidad de ordenar las propias opciones según la verdad.
Entre libertad y respeto hay un vínculo inseparable; en efecto, «al ejercer sus derechos, los individuos y grupos sociales están obligados por la ley moral a tener en cuenta los derechos de los demás y sus deberes con relación a los otros y al bien común de todos».[5]
Una libertad enemiga o indiferente con respecto a Dios termina por negarse a sí misma y no garantiza el pleno respeto del otro. Una voluntad que se cree radicalmente incapaz de buscar la verdad y el bien no tiene razones objetivas y motivos para obrar, sino aquellos que provienen de sus intereses momentáneos y pasajeros; no tiene una “identidad” que custodiar y construir a través de las opciones verdaderamente libres y conscientes. No puede, pues, reclamar el respeto por parte de otras “voluntades”, que también están desconectadas de su ser más profundo, y que pueden hacer prevalecer otras “razones” o incluso ninguna “razón”. La ilusión de encontrar en el relativismo moral la clave para una pacífica convivencia, es en realidad el origen de la división y negación de la dignidad de los seres humanos. Se comprende entonces la necesidad de reconocer una doble dimensión en la unidad de la persona humana: la religiosa y la social. A este respecto, es inconcebible que los creyentes «tengan que suprimir una parte de sí mismos –su fe- para ser ciudadanos activos. Nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos».[6]

La familia, escuela de libertad y de paz
4. Si la libertad religiosa es camino para la paz, la educación religiosa es una vía privilegiada que capacita a las nuevas generaciones para reconocer en el otro a su propio hermano o hermana, con quienes camina y colabora para que todos se sientan miembros vivos de la misma familia humana, de la que ninguno debe ser excluido.
La familia fundada sobre el matrimonio, expresión de la unión íntima y de la complementariedad entre un hombre y una mujer, se inserta en este contexto como la primera escuela de formación y crecimiento social, cultural, moral y espiritual de los hijos, que deberían ver siempre en el padre y la madre el primer testimonio de una vida orientada a la búsqueda de la verdad y al amor de Dios. Los mismos padres deberían tener la libertad de poder transmitir a los hijos, sin constricciones y con responsabilidad, su propio patrimonio de fe, valores y cultura. La familia, primera célula de la sociedad humana, sigue siendo el ámbito primordial de formación para unas relaciones armoniosas en todos los ámbitos de la convivencia humana, nacional e internacional. Éste es el camino que se ha de recorrer con sabiduría para construir un tejido social sólido y solidario, y preparar a los jóvenes para que, con un espíritu de comprensión y de paz, asuman su propia responsabilidad en la vida, en una sociedad libre

Un patrimonio común
5. Se puede decir que, entre los derechos y libertades fundamentales enraizados en la dignidad de la persona, la libertad religiosa goza de un estatuto especial. Cuando se reconoce la libertad religiosa, la dignidad de la persona humana se respeta en su raíz, y se refuerzan el ethos y las instituciones de los pueblos. Y viceversa, cuando se niega la libertad religiosa, cuando se intenta impedir la profesión de la propia religión o fe y vivir conforme a ellas, se ofende la dignidad humana, a la vez que se amenaza la justicia y la paz, que se fundan en el recto orden social construido a la luz de la Suma Verdad y Sumo Bien.
La libertad religiosa significa también, en este sentido, una conquista de progreso político y jurídico. Es un bien esencial: toda persona ha de poder ejercer libremente el derecho a profesar y manifestar, individualmente o comunitariamente, la propia religión o fe, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, las publicaciones, el culto o la observancia de los ritos. No debería haber obstáculos si quisiera adherirse eventualmente a otra religión, o no profesar ninguna. En este ámbito, el ordenamiento internacional resulta emblemático y es una referencia esencial para los Estados, ya que no consiente ninguna derogación de la libertad religiosa, salvo la legítima exigencia del justo orden público.[7] El ordenamiento internacional, por tanto, reconoce a los derechos de naturaleza religiosa el mismo status que el derecho a la vida y a la libertad personal, como prueba de su pertenencia al núcleo esencial de los derechos del hombre, de los derechos universales y naturales que la ley humana jamás puede negar.
La libertad religiosa no es patrimonio exclusivo de los creyentes, sino de toda la familia de los pueblos de la tierra. Es un elemento imprescindible de un Estado de derecho; no se puede negar sin dañar al mismo tiempo los demás derechos y libertades fundamentales, pues es su síntesis y su cumbre. Es un «indicador para verificar el respeto de todos los demás derechos humanos».[8] Al mismo tiempo que favorece el ejercicio de las facultades humanas más específicas, crea las condiciones necesarias para la realización de un desarrollo integral, que concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones.[9]

La dimensión pública de la religión
6. La libertad religiosa, como toda libertad, aunque proviene de la esfera personal, se realiza en la relación con los demás. Una libertad sin relación no es una libertad completa. La libertad religiosa no se agota en la simple dimensión individual, sino que se realiza en la propia comunidad y en la sociedad, en coherencia con el ser relacional de la persona y la naturaleza pública de la religión.
La relacionalidad es un componente decisivo de la libertad religiosa, que impulsa a las comunidades de los creyentes a practicar la solidaridad con vistas al bien común. En esta dimensión comunitaria cada persona sigue siendo única e irrepetible y, al mismo tiempo, se completa y realiza plenamente.
Es innegable la aportación que las comunidades religiosas dan a la sociedad. Son muchas las instituciones caritativas y culturales que dan testimonio del papel constructivo de los creyentes en la vida social. Más importante aún es la contribución ética de la religión en el ámbito político. No se la debería marginar o prohibir, sino considerarla como una aportación válida para la promoción del bien común. En esta perspectiva, hay que mencionar la dimensión religiosa de la cultura, que a lo largo de los siglos se ha forjado gracias a la contribución social y, sobre todo, ética de la religión. Esa dimensión no constituye de ninguna manera una discriminación para los que no participan de la creencia, sino que más bien refuerza la cohesión social, la integración y la solidaridad.

La libertad religiosa, fuerza de libertad y de civilización:
los peligros de su instrumentalización
7. La instrumentalización de la libertad religiosa para enmascarar intereses ocultos, como por ejemplo la subversión del orden constituido, la acumulación de recursos o la retención del poder por parte de un grupo, puede provocar daños enormes a la sociedad. El fanatismo, el fundamentalismo, las prácticas contrarias a la dignidad humana, nunca se pueden justificar y mucho menos si se realizan en nombre de la religión. La profesión de una religión no se puede instrumentalizar ni imponer por la fuerza. Es necesario, entonces, que los Estados y las diferentes comunidades humanas no olviden nunca que la libertad religiosa es condición para la búsqueda de la verdad y que la verdad no se impone con la violencia sino por «la fuerza de la misma verdad».[10] En este sentido, la religión es una fuerza positiva y promotora de la construcción de la sociedad civil y política.
¿Cómo negar la aportación de las grandes religiones del mundo al desarrollo de la civilización? La búsqueda sincera de Dios ha llevado a un mayor respeto de la dignidad del hombre. Las comunidades cristianas, con su patrimonio de valores y principios, han contribuido mucho a que las personas y los pueblos hayan tomado conciencia de su propia identidad y dignidad, así como a la conquista de instituciones democráticas y a la afirmación de los derechos del hombre con sus respectivas obligaciones.
También hoy, en una sociedad cada vez más globalizada, los cristianos están llamados a dar su aportación preciosa al fatigoso y apasionante compromiso por la justicia, al desarrollo humano integral y a la recta ordenación de las realidades humanas, no sólo con un compromiso civil, económico y político responsable, sino también con el testimonio de su propia fe y caridad. La exclusión de la religión de la vida pública, priva a ésta de un espacio vital que abre a la trascendencia. Sin esta experiencia primaria resulta difícil orientar la sociedad hacia principios éticos universales, así como al establecimiento de ordenamientos nacionales e internacionales en que los derechos y libertades fundamentales puedan ser reconocidos y realizados plenamente, conforme a lo propuesto en los objetivos de la Declaración Universal de los derechos del hombre de 1948, aún hoy por desgracia incumplidos o negados.

Una cuestión de justicia y de civilización:
el fundamentalismo y la hostilidad contra los creyentes comprometen la laicidad positiva de los Estados
8. La misma determinación con la que se condenan todas las formas de fanatismo y fundamentalismo religioso ha de animar la oposición a todas las formas de hostilidad contra la religión, que limitan el papel público de los creyentes en la vida civil y política.
No se ha de olvidar que el fundamentalismo religioso y el laicismo son formas especulares y extremas de rechazo del legítimo pluralismo y del principio de laicidad. En efecto, ambos absolutizan una visión reductiva y parcial de la persona humana, favoreciendo, en el primer caso, formas de integrismo religioso y, en el segundo, de racionalismo. La sociedad que quiere imponer o, al contrario, negar la religión con la violencia, es injusta con la persona y con Dios, pero también consigo misma. Dios llama a sí a la humanidad con un designio de amor que, implicando a toda la persona en su dimensión natural y espiritual, reclama una correspondencia en términos de libertad y responsabilidad, con todo el corazón y el propio ser, individual y comunitario. Por tanto, también la sociedad, en cuanto expresión de la persona y del conjunto de sus dimensiones constitutivas, debe vivir y organizarse de tal manera que favorezca la apertura a la trascendencia. Por eso, las leyes y las instituciones de una sociedad no se pueden configurar ignorando la dimensión religiosa de los ciudadanos, o de manera que prescinda totalmente de ella. A través de la acción democrática de ciudadanos conscientes de su alta vocación, se han de conmensurar con el ser de la persona, para poder secundarlo en su dimensión religiosa. Al no ser ésta una creación del Estado, no puede ser manipulada, sino que más bien debe reconocerla y respetarla.
El ordenamiento jurídico en todos los niveles, nacional e internacional, cuando consiente o tolera el fanatismo religioso o antirreligioso, no cumple con su misión, que consiste en la tutela y promoción de la justicia y el derecho de cada uno. Éstas últimas no pueden quedar al arbitrio del legislador o de la mayoría porque, como ya enseñaba Cicerón, la justicia consiste en algo más que un mero acto productor de la ley y su aplicación. Implica el reconocimiento de la dignidad de cada uno,[11] la cual, sin libertad religiosa garantizada y vivida en su esencia, resulta mutilada y vejada, expuesta al peligro de caer en el predominio de los ídolos, de bienes relativos transformados en absolutos. Todo esto expone a la sociedad al riesgo de totalitarismos políticos e ideológicos, que enfatizan el poder público, mientras se menoscaba y coarta la libertad de conciencia, de pensamiento y de religión, como si fueran rivales.

Diálogo entre instituciones civiles y religiosas
9. El patrimonio de principios y valores expresados en una religiosidad auténtica es una riqueza para los pueblos y su ethos. Se dirige directamente a la conciencia y a la razón de los hombres y mujeres, recuerda el imperativo de la conversión moral, motiva el cultivo y la práctica de las virtudes y la cercanía hacia los demás con amor, bajo el signo de la fraternidad, como miembros de la gran familia humana.[12]
La dimensión pública de la religión ha de ser siempre reconocida, respetando la laicidad positiva de las instituciones estatales. Para dicho fin, es fundamental un sano diálogo entre las instituciones civiles y las religiosas para el desarrollo integral de la persona humana y la armonía de la sociedad

Vivir en el amor y en la verdad
10. En un mundo globalizado, caracterizado por sociedades cada vez más multiétnicas y multiconfesionales, las grandes religiones pueden constituir un importante factor de unidad y de paz para la familia humana. Sobre la base de las respectivas convicciones religiosas y de la búsqueda racional del bien común, sus seguidores están llamados a vivir con responsabilidad su propio compromiso en un contexto de libertad religiosa. En las diversas culturas religiosas, a la vez que se debe rechazar todo aquello que va contra la dignidad del hombre y la mujer, se ha de tener en cuenta lo que resulta positivo para la convivencia civil.
El espacio público, que la comunidad internacional pone a disposición de las religiones y su propuesta de “vida buena”, favorece el surgir de un criterio compartido de verdad y de bien, y de un consenso moral, fundamentales para una convivencia justa y pacífica. Los líderes de las grandes religiones, por su papel, su influencia y su autoridad en las propias comunidades, son los primeros en ser llamados a vivir en el respeto recíproco y en el diálogo.
Los cristianos, por su parte, están llamados por la misma fe en Dios, Padre del Señor Jesucristo, a vivir como hermanos que se encuentran en la Iglesia y colaboran en la edificación de un mundo en el que las personas y los pueblos «no harán daño ni estrago […], porque está lleno el país de la ciencia del Señor, como las aguas colman el mar» (Is 11, 9).

El diálogo como búsqueda en común
11. El diálogo entre los seguidores de las diferentes religiones constituye para la Iglesia un instrumento importante para colaborar con todas las comunidades religiosas al bien común. La Iglesia no rechaza nada de lo que en las diversas religiones es verdadero y santo. «Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, aunque discrepen mucho de los que ella mantiene y propone, no pocas veces reflejan, sin embargo, un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres».[13]
Con eso no se quiere señalar el camino del relativismo o del sincretismo religioso. La Iglesia, en efecto, «anuncia y tiene la obligación de anunciar sin cesar a Cristo, que es “camino, verdad y vida” (Jn 14, 6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa, en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas».[14] Sin embargo, esto no excluye el diálogo y la búsqueda común de la verdad en los diferentes ámbitos vitales, pues, como afirma a menudo santo Tomás, «toda verdad, independientemente de quien la diga, viene del Espíritu Santo».[15]
En el año 2011 se cumplirá el 25 aniversario de la Jornada mundial de oración por la paz, que fue convocada en Asís por el Venerable Juan Pablo II, en 1986. En dicha ocasión, los líderes de las grandes religiones del mundo testimoniaron que las religiones son un factor de unión y de paz, no de división y de conflicto. El recuerdo de aquella experiencia es un motivo de esperanza en un futuro en el que todos los creyentes se sientan y sean auténticos trabajadores por la justicia y la paz.

Verdad moral en la política y en la diplomacia
12. La política y la diplomacia deberían contemplar el patrimonio moral y espiritual que ofrecen las grandes religiones del mundo, para reconocer y afirmar aquellas verdades, principios y valores universales que no pueden negarse sin negar la dignidad de la persona humana. Pero, ¿qué significa, de manera práctica, promover la verdad moral en el mundo de la política y de la diplomacia? Significa actuar de manera responsable sobre la base del conocimiento objetivo e íntegro de los hechos; quiere decir desarticular aquellas ideologías políticas que terminan por suplantar la verdad y la dignidad humana, y promueven falsos valores con el pretexto de la paz, el desarrollo y los derechos humanos; significa favorecer un compromiso constante para fundar la ley positiva sobre los principios de la ley natural.[16] Todo esto es necesario y coherente con el respeto de la dignidad y el valor de la persona humana, ratificado por los Pueblos de la tierra en la Carta de la Organización de las Naciones Unidas de 1945, que presenta valores y principios morales universales como referencia para las normas, instituciones y sistemas de convivencia en el ámbito nacional e internacional.

Más allá del odio y el prejuicio
13. A pesar de las enseñanzas de la historia y el esfuerzo de los Estados, las Organizaciones internacionales a nivel mundial y local, de las Organizaciones no gubernamentales y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que cada día se esfuerzan por tutelar los derechos y libertades fundamentales, se siguen constatando en el mundo persecuciones, discriminaciones, actos de violencia y de intolerancia por motivos religiosos. Particularmente en Asia y África, las víctimas son principalmente miembros de las minorías religiosas, a los que se les impide profesar libremente o cambiar la propia religión a través de la intimidación y la violación de los derechos, de las libertades fundamentales y de los bienes esenciales, llegando incluso a la privación de la libertad personal o de la misma vida.
Como ya he afirmado, se dan también formas más sofisticadas de hostilidad contra la religión, que en los Países occidentales se expresan a veces renegando de la historia y de los símbolos religiosos, en los que se reflejan la identidad y la cultura de la mayoría de los ciudadanos. Son formas que fomentan a menudo el odio y el prejuicio, y no coinciden con una visión serena y equilibrada del pluralismo y la laicidad de las instituciones, además del riesgo para las nuevas generaciones de perder el contacto con el precioso patrimonio espiritual de sus Países.
La defensa de la religión pasa a través de la defensa de los derechos y de las libertades de las comunidades religiosas. Que los líderes de las grandes religiones del mundo y los responsables de las naciones, renueven el compromiso por la promoción y tutela de la libertad religiosa, en particular, por la defensa de las minorías religiosas, que no constituyen una amenaza contra la identidad de la mayoría, sino que, por el contrario, son una oportunidad para el diálogo y el recíproco enriquecimiento cultural. Su defensa representa la manera ideal para consolidar el espíritu de benevolencia, de apertura y de reciprocidad con el que se tutelan los derechos y libertades fundamentales en todas las áreas y regiones del mundo.

La libertad religiosa en el mundo
14. Por último, me dirijo a las comunidades cristianas que sufren persecuciones, discriminaciones, actos de violencia e intolerancia, en particular en Asia, en África, en Oriente Medio y especialmente en Tierra Santa, lugar elegido y bendecido por Dios. A la vez que les renuevo mi afecto paterno y les aseguro mi oración, pido a todos los responsables que actúen prontamente para poner fin a todo atropello contra los cristianos que viven en esas regiones. Que los discípulos de Cristo no se desanimen ante las adversidades actuales, porque el testimonio del Evangelio es y será siempre un signo de contradicción.
Meditemos en nuestro corazón las palabras del Señor Jesús: «Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados […]. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo» (Mt 5, 5-12). Renovemos, pues, «el compromiso de indulgencia y de perdón que hemos adquirido, y que invocamos en el Pater Noster, al poner nosotros mismos la condición y la medida de la misericordia que deseamos obtener: “Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mt 6, 12)».[17] La violencia no se vence con la violencia. Que nuestro grito de dolor vaya siempre acompañado por la fe, la esperanza y el testimonio del amor de Dios. Expreso también mi deseo de que en Occidente, especialmente en Europa, cesen la hostilidad y los prejuicios contra los cristianos, por el simple hecho de que intentan orientar su vida en coherencia con los valores y principios contenidos en el Evangelio. Que Europa sepa más bien reconciliarse con sus propias raíces cristianas, que son fundamentales para comprender el papel que ha tenido, que tiene y que quiere tener en la historia; de esta manera, sabrá experimentar la justicia, la concordia y la paz, cultivando un sincero diálogo con todos los pueblos.

La libertad religiosa, camino para la paz
15. El mundo tiene necesidad de Dios. Tiene necesidad de valores éticos y espirituales, universales y compartidos, y la religión puede contribuir de manera preciosa a su búsqueda, para la construcción de un orden social justo y pacífico, a nivel nacional e internacional.
La paz es un don de Dios y al mismo tiempo un proyecto que realizar, pero que nunca se cumplirá totalmente. Una sociedad reconciliada con Dios está más cerca de la paz, que no es la simple ausencia de la guerra, ni el mero fruto del predominio militar o económico, ni mucho menos de astucias engañosas o de hábiles manipulaciones. La paz, por el contrario, es el resultado de un proceso de purificación y elevación cultural, moral y espiritual de cada persona y cada pueblo, en el que la dignidad humana es respetada plenamente. Invito a todos los que desean ser constructores de paz, y sobre todo a los jóvenes, a escuchar la propia voz interior, para encontrar en Dios referencia segura para la conquista de una auténtica libertad, la fuerza inagotable para orientar el mundo con un espíritu nuevo, capaz de no repetir los errores del pasado. Como enseña el Siervo de Dios Pablo VI, a cuya sabiduría y clarividencia se debe la institución de la Jornada Mundial de la Paz: «Ante todo, hay que dar a la Paz otras armas que no sean las destinadas a matar y a exterminar a la humanidad. Son necesarias, sobre todo, las armas morales, que den fuerza y prestigio al derecho internacional; primeramente, la de observar los pactos».[18] La libertad religiosa es un arma auténtica de la paz, con una misión histórica y profética. En efecto, ella valoriza y hace fructificar las más profundas cualidades y potencialidades de la persona humana, capaces de cambiar y mejorar el mundo. Ella permite alimentar la esperanza en un futuro de justicia y paz, también ante las graves injusticias y miserias materiales y morales. Que todos los hombres y las sociedades, en todos los ámbitos y ángulos de la Tierra, puedan experimentar pronto la libertad religiosa, camino para la paz.

Vaticano, 8 de Diciembre de 2010 - BENEDICTUS PP XVI