domingo, 28 de febrero de 2021

El procurador Poncio Pilato

Poncio Pilato fue un caballero romano. No fue cómo otros procuradores romanos de Judea, que nacidos en la esclavitud habían sido elevados por la fortuna a un puesto con el que nunca hubieran podido soñar. Mira todavía pertenece a la familia de San mitad de los Poncio, que en la antigüedad Se habían distinguirlo en las luchas de los sannitas contra los romanos. Varios parientes suyos llegaron a ser cónsules en tiempo de Tiberio y de Nerón.

Cuando en el año 6 de nuestra era, Arquelao, hijo de Herodes el Grande, fue destituido de su etnarquía,su territorio, que abarcaba la Judea, Samaria e Idumea, pasó formar una provincia romana de las llamadas imperiales por depender directamente del emperador y no del senado; pero que por su carácter especial estaban sometidas a un régimen excepcional. Sus gobernadores se llamaban prefectos, y, en el caso de Judea, procuradores. Cuatro procuradores se habían sucedido en aquel puesto: Coponio, Ambivio, Annio Rufo y Valerio Grato. El quinto fue Poncio Pilato.

Lo nombró Tiberio cuando estaba de lleno bajo la influencia de Seyano, gran enemigo de los judíos. Ya este hecho podía hacer presagiar que no había de guardar muchos miramientos a las costumbres y prácticas religiosas de este pueblo que, por lo general venían respetando los romanos. Los hechos no hicieron sino confirmar este presagio.

Sus predecesores habían tenido buen cuidado de la introducir en la Ciudad Santa figura alguna humana, ya que éste era uno de los preceptos de la ley que con mas escrupulosidad guardaban los judíos. Pilato, en cambio, aprovechando la oscuridad de la noche, hizo centrar en Jerusalén los estandartes romanos con la efigie del emperador. Toda la ciudad se conmovió, y al día siguiente partía para Cesarea una comisión nutridísima que durante cinco días y cinco noches estuvo rogando al procurador que hiciese retirar las efigies. Lejos de ceder, Pilato los hizo cerrar en el hipódromo y los rodeó de soldados, amenazándoles con quitarles la vida si no volvían a sus casas. Pero ellos se echaron por tierra y desnudaron sus cuellos, diciendo que estaban dispuestos a morir antes que consentir aquella profanación. Pilato tuvo que ceder. Había demostrado cuanto podían en él el deseo de agradar al emperador y el desprecio por el pueblo judío, que le llevaban adoptar una postura jactanciosa. Pero al fin se sentía derrotado.

En otra ocasión trató de pagar con dinero del templo las obras de un acueducto, y los judíos se manifestaron en contra de una decisión que consideraban sacrílega, hizo que entre las muchedumbres se deslizaran algunos agentes suyos armados de estacas que en un momento dado dispersaron a golpes a los manifestantes, dejando en el lugar algunos muertos y heridos.

No perdía la ocasión de mortificar a los judíos. Un día mandó colocar en el palacio de Herodes unos escudos dorados, que no tenían efigie alguna, pero llevaban escrito el nombre de Tiberio. Los judíos apalearon al emperador, y el solitario de Capri le obligó a retirar los escudos y llevarlos a Cesar ea, y le hizo una severa admonición, cuyo recuerdo debía impresionar siempre a Pilato.

Este es el hombre que tuvo en sus manos la vida de Jesús. Sus enemigos no reconocieron en el ninguna buena cualidad. Agripa I, en su carta a Calígula, calificarla a Pilato de implacable, sin miramientos y obstinado, y le acusa de corruptibilidad, prepotencia, rapacidad, malos tratos, ofensas, ejecuciones sin previo juicio y continua e insoportable fiereza. Aun descontando la negrura que en estas tintas haya podido poner el odio y el despecho, siempre queda en el fondo una figura de hombre altanero y poco aprensivo en sus procedimientos, que fácilmente tomaba medias despóticas y brutales. Ante este hombre compareció Jesús.


Sin duda había aprendido ya acomodarse a las costumbres judías, cuando llegó el momento de procesar a Jesús. Los fariseos no quisieron entrar en el pretorio para no contaminarse, y Pilato llevo su condescendencia hasta salir repetidas veces a hablar con ellos para recibir su acusación. Sin embargo, el diálogo estuvo muy distante de la cordialidad.

-¿Qué acusación traéis contra este hombre?

Debió de haber algún retintín en la pregunta, porque los judíos, para quienes resultaba ya humillante no poder resolver el asunto en su propio tribunal, contestaron ofendidos: " Si lo fuera malhechor, no te lo traíamos".

Era algo así como decir: Los procedimientos de nuestro tribunal son tan justos, y competentes como los del tuyo.

El romano se dio perfecta cuenta de que acababan de entrar en el terreno del resentimiento. Por eso les dijo con ironía: " Toma de vosotros y juncal de según vuestra ley".

Bien sabía él que si lo llevaban a su tribunal era mejor que pedían para Jesús la pena de muerte, que el tribunal judío no podía imponer desde que Roma le había quitado aquel derecho. Pero se gozaba en hacérselo reconocer.

-Es que a nosotros nos es permitido dar muerte a nadie.

Pilato acababa de apuntarse un tanto. No sabía que el último y definitivo se lo apuntarían como otras veces sus enemigos. Por ahora se contentaron con venir al terreno de las realidades y presentar su acusación. Ellos, que acababan de condenarle en su tribunal por un supuesto delito religioso, la blasfemia, creyeron más eficaz invocar ante el rumano un delito político.

-Hemos encontrado a Este que pervierte a nuestro pueblo y prohíbe pagar el tributo a César, y dice ser El del Mesías Rey.

Cuando Pilato vuelve al interior para interrogar, hay en su voz un cambio de tono. Acaso fuera la natural piedad que despierta el desgraciado. Acaso su aversión a las autoridades judías determinará en él un sentimiento de simpatía hacia el acusado. El caso es que a Jesús le habló siempre con benevolencia.

Sólo una vez habla con sequedad: "¿Soy yo judío por ventura? Tu nación y los pontífices te han entregado.¿Qué has hecho?" Más la respuesta de Jesús tiene la virtud de amansarle. A él, tan habituado a ver la poca consistencia de ciertas verdades oficiales e imbuido acaso de cierto escepticismo, debió de parecerle un iluso este hombre, que se veía en estos atolladeros por empeñarse en dar testimonio de la verdad.

-¿Y que saber a la verdad ?

Hay en estas palabras un dejo de conmiseración y de escepticismo, pero hay también para el cristiano como un misterio que le hace estremecer. Por un momento el pagano se ha acercado a una atalaya desde la cual podía haber visto un campo inmenso.. Pregunta qué es la verdad y tiene ante sí a la Verdad hecha carne. Pero antes de que Dios disipe la niebla que le impide contemplar el panorama, Pilato se aleja de allí como sino le interesase escuchar la respuesta.

Acaso más tarde hubiera querido oírla. Cuando tiene ante sí a Jesús desfigurado por los azotes y oye que le acusan de haberse hecho pasar por Hijo de Dios, siente renacer en su memoria el recuerdo de tantas leyendas mitológicas, que hablaban del paso de dioses por la tierra Y de las consecuencias buenas o malas que su trato acarreó a algunos hombres. Por un momento se asoma su alma cierto temor religioso y pregunta: "¿De dónde eres tú ?” Jesús no le quiso contestar y, sin embargo, Pilato no se impacientó. Dominado por aquel temor religioso, "desde entonces trataba de liberarle".

En realidad, todo el proceso de Jesus ante Pilato viene a ser un continuo esfuerzo de éste para librarle de dar una sentencia condenatoria. Pero es un esfuerzo que no ataca nunca al problema de frente. Por eso fracasó.

Desde un principio al proclamar que Jesús nada tenía que ver con el delito político que se le imputaba; sin embargo, no lo dejó en libertad, sino que trató de evadir su responsabilidad remitiéndolo a Herodes, Volva proclamar su inocencia, pero en lugar de libertarlo, recurrió la costumbre de dar libertad a un reo por la Pascua. También este recurso fracasó.. Pasó entonces al otro más brutal de someterlo a la flagelación para que inspirarse compasión a unos y calmase el odio de otros. Todo fue en vano. Entre las frases insolentes que cruzaban los aires, una acusaba a Jesús de un delito religioso; otra advertía al procurador: " Si sueltas a ese, no eres amigo del César “.

Por la mente de Pilato debió cruzar entonces el recuerdo de su último conflicto con los judíos y de la seria admonición que le hizo Tiberio. Toda la resistencia de su esfuerzo se vino abajo y entregó a Jesús para que fuese conducido al suplicio. En vano se lavó las manos. No por eso erá menos responsable. Acaba de mostrarse tal como había sido desde su llegada Palestina; dominado por el deseo de agradar al emperador, lleno de despreció para el pueblo judío, jactancioso, pero, al fin, débil y derrotado.

Más simpática que la suya resulta la figura de su mujer. Una tradición la llama Claudia Prócula -por cierto, que dos cónsules del final del reinado de Tiberio se llamaron Cayo Poncio Nigrino y Cneyo Acerronio Próculo-, y desde el siglo II se aseguraba que se había hecho cristiana. El menologio griego la coloca entre los santos y celebra su fiesta el 27 de octubre. Como quiera que sea, su voz fue la única que en todo el proceso se dejó oír en defensa de Jesus. Se dirá que era la voz del corazón más que de la inteligencia. Así suele ser la voz de las mujeres y hay que reconocer que muchas veces aciertan.


Si Pilato hizo levantar acta de este proceso sería interesante poder leer la versión "oficial" de este hecho. Uno de los sucesores de Pilato llamado Festo aparece en los Hechos de los Apóstoles (Hch 25-26) , preocupado por lo que había de escribir al emperador acerca del asunto de San Pablo. Esto hace suponer que también Pilato debió de dar cuenta de lo sucedido con Jesús. Así lo suponía Justino, que en el siglo II escribía en su Apología del Cristianismo: " Puedes conocer se ha sucedido esto consultando las actas de Poncio Pilato". Un medio siglo más tarde Tertuliano, que por la lectura del apócrifo llamado Evangelio de Pedro, creía que Pilato se había hecho cristiano, escribía: " Todas estas cosas acerca de Cristo nos comunicó al sar, que entonces era Tiberio, Pilato, que ya en su conciencia era cristiano". Sin embargo, este escrito de Pilato es completamente desconocido hasta la presente.

Existe un escrito titulado Evangelio de Nicodemus o Acta Pilati, que llevaba el apéndice de una carta de Pilato al emperador Claudio (El lugar de Tiberio), en la que le da cuenta del crimen de los judíos y la inocencia de Jesús. Pero este escrito es apócrifo. En su redacción actual es del año 425, aunque ya en el año 376 conocía Epifanio un relato parecido a él. Pero el año 325 aún no existía. Parece haber sido escrito en este intermedio para refutar un folleto injurioso puesto en circulación por los paganos. Es de notar, sin embargo, que en estas Actas de Pilato están dispuestos los hechos en el mismo orden entre el Apologético de Tertuliano, lo cual ha hecho sospechar a algunos que habrían utilizado los dos un mismo documento oficial.

Poco tiempo después de la muerte de Jesús, el año 35, tuvo Pilato un nuevo gesto de crueldad y arbitrariedad que determinó su caída. Un falso profeta había convocado los samaritanos en el monte Garizim, donde prometía enseñarles los objetos sagrados que allí había escondido Moisés. Sin duda se refería a una noticia conservada en 2 Mac 2,4ss, según la cual Jeremías escondió en el monte Nebó el Tabernáculo, el Arca y el altar del incienso, que debían quedar ocultos hasta que Dios reuniese a su pueblo e hiciese misericordia. El caso es que muchos dieron crédito a las palabras de aquel impostor y se disponían a acudir a la cita. Pilato prohibió la peregrinación, y ellos, por lo que pudiera suceder, se armaron fuertemente y se reunieron en el pueblo de Tirathana. Cada vez crecía más el número de la concentración. Pero al emprender la ascensión al monte, fueron atacados por las fuerzas de Pilato, que habían ocupado todos los caminos. Muchos murieron y otros fueron hechos prisioneros. Entonces la asamblea general de los samaritanos acusó al Pilato ante Vitelio, gobernador de Siria, el cual creyó fácilmente sus protestas de que nada intentaban contra la autoridad romana, puesto que las mejores tropas auxiliares de Palestina solían proporcionarlas los samaritanos. Vitelio destituyó a Pilato y le mandó Roma, donde debía justificarse ante Tiberio. Cuando Pilato llegó, Tiberio había muerto.

Eusebio dice que fue desterrado a Viena, en las Galias, donde se suicidó. En aquella ciudad existe un monumento formado por una pirámide sobre base cuadrada, que se llama tumba de Pilato.

La llamada " Parádosis Pilatu” dice que Pilato fue condenado por Tiberio, y que a punto de ser ejecutado conjuró a Nuestro Señor que no permitiese que fuese él castigado con los judíos, y alegó en su favor su propia ignorancia. Una voz del cielo le contestó que todas las generaciones le bendecidirían y que sería un testigo de Cristo en su segunda venida.

Partiendo de este hecho, otras narraciones añaden que su cadáver fue arrojado al Tíber, donde provocó tan terribles temporales, que lo llevaron a Vienne, en Francia, y lo echaron el Ródano donde ocurrió lo mismo. Finalmente lo trasladaron a Lausana, y como tampoco allí estaba tranquilo, terminaron por arrojarle a un pequeño lago alpino situado en la cima del monte Frankmünd, frente a Lucerna. Allí consiguió tranquilizarlo un exorcista. Desde entonces se llamaría a aquel monte Pilatus. Otros dicen que después de mucho errar, acosado por los remordimientos, terminó por refugiarse en aquella cima gigantesca y arrojarse desesperado al lago, donde se ahogó.

Todas estas leyendas reflejan los distintos movimientos de opinión, que unas veces se han sentido benévola con Pilato y ha disculpado su conducta, y otras, en cambio, ha reconocido en él la enorme responsabilidad del deicidio.