sábado, 27 de febrero de 2021

Historia de la cruz

Cicerón llamó a la crucifixión “El más cruel y tétrico suplicio “.Ya los asirios hubieran la costumbre de empalar a sus vencidos clavándoles por la entrepierna o por debajo del pecho la punta aguda de una estaca o poste fijo en tierra. Pero el suplicio de la cruz era distinto. En éste no se introducía el madero en el cuerpo del ajusticiado, sino que servía solamente para sujetarle.

Los persas debieron de emplear mucho este suplicio. Tucídides afirma que todas sus guerras victoriosas acababan poniendo en la cruz al rey vencido, y muchos escritores comentaron aterrados el lecho donde el sátrapa Oroestes, que cuando venció a Polícrates, tirano de la isla de Samos, lo crucificó. También Astiages y Darío lo emplearon, y este último nada menos que con 600 personas distinguidas de Babilonia que se habían revelado.

No les fueron a la zaga los cartagineses, que llegaron a aplicar este suplicio a cuántos jefes militares modificaban por su propia iniciativa las órdenes recibidas. Del mismo Aníbal se nos dice que hizo azotar y crucificar a uno de sus jefes.

De los cartagineses lo copiaron los romanos, e hicieron de él el complemento de los un suplicio que en el campo se aplicaba a los esclavos.

Había en las casas de campo una horca (furca), que no era otra cosa que un madero terminado en el extremo superior o en forma de Y, al que se empleaba como sostén debajo de la barra de los Carros de dos ruedas mientras se realizaban las labores de la era. Cuando un esclavo cometía el delito, se le ponía este madero en sentido horizontal detrás de la nunca y, levantandole los brazos de manera que sus manos quedasen a la altura de los dos extremos del madero, se lo sujetaban a él, y se le hacía ir en está formada por las casas de los alrededores publicando su delito, mientras sus compañeros de insultaban y aún le azotaban. Allí donde lo haría horca, había por lo menos un patíbulo o tranca con que se cerraba la puerta de la casa, y que se llamaba así porque al quitarlo quedaba abierta la puerta (patere). El patíbulo hizo el mismo oficio que la horca cuando se tra de castigar a los esclavos; y cuando los romanos copiaron el suplicio cartaginés, vino a ser el palo transversal de la cruz.

El término “cruz”Tiene alguna relación con la raíz goda “hrugga”, que significa bastón, y es propiamente un madero alto que se clavaba en la tierra, y al cual se unía en la parte superior en sentido transversal otro madero más corto: el patíbulo. La cruz era solamente el madero vertical, pero, a veces, se llamaba así por extensión todo el conjunto de los dos maderos.

Había cruces altas y cruces bajas. En estas últimas los pies del ajusticiado quedaba muy cerca del suelo; solían emplearse cuando se quería hacer que en las fieras se cebase en el cuerpo de los crucificados. Así fueron las que hizo erigir Nerón y la que se levantó para Santa Blandina, la virgen de Lyon. Las luces altas dejaban los pies del crucificado a un metro aproximadamente de la tierra. Tal fue la cruz de nuestro Señor Jesucristo, puesto que el soldado que quiso acercale la esponja a la boca tuvo necesidad de ponerla en la punta de su jabalina (Jn19,29).

Los romanos tenían estas cruces permanentemente fijas en el lugar destinado a los suplicios, que solía estar en las afueras de la ciudad y en la proximidad de algunas tumbas. Junto a la puerta Esquina de Roma había un verdadero bosque de ellas.

El condenado a muerte era primeramente azotado, y después de eso, desnudo o vestido, según los casos, se le hacía cargar con el patíbulo y, atado con una soga, se le llevaba hacia el lugar donde estaba clavada la cruz. Delante de él caminaba un hombre llevando en una tablilla escrito el motivo de su condenación. Todos sabían que aquel hombre era un ser sin derecho alguno. Todos podría resultarle y aún apedrearle.

Llegados al lugar del suplicio se le hacía atenderse desnudo, en el suelo, y le sujetaba las manos al patíbulo con clavos o con cuerdas. Luego se le levantaba en alto, hasta poner el patíbulo en el lugar que le correspondía del poste vertical, de manera que el cuerpo del reo pudiese apoyarse por la entre pierna sobre un pequeño saliente o cuerno que tenía la cruz, se sujetaban o clavaban los pies, y allí se le dejaba hasta que muriese. Cuatro soldados lo custodiaban para que nadie se acercase a bajarlo de la cruz movido por sus gritos de dolor.

Por otra parte, todo hubiera sido inútil. José foco hablar de tres amigos suyos, que en su ausencia fueron crucificados por los romanos. Cuando él volvió a la noche y se enteró de lo ocurrido, pidió a Tito, la vida de sus amigos. Inmediatamente fueron bajados de sus cruces pero uno sólo sobrevivió. Los demás, a pesar de todos los cuidados médicos, no pudieron salvarse.

La causa inmediata de la muerte parece ser la dificultad de la circulación de la sangre, que se vá acumulando en los pulmones, oprimiendo el corazón hasta dejarlo sin movimiento. Así murió Jesucristo.



Cuando fue condenado a morir en la cruz, sabía muy bien lo que le esperaba. Dos mil judíos había sido crucificados por Quintilio Varo por haberse revelado a la muerte de Herodes. Después de Jesús, el año 46, fueron crucificados los dos hijos de Judas el Galileo. Y otros muchos corrieron la misma suerte en diversas ocasiones, hasta la toma de Jerusalén, en cuyo asedio, dice Josefo, qué todos los días eran crucificados hasta 500 prisioneros.

Jesucristo fue llevado a crucificar vestido y cargado, no sólo con el patíbulo, sino con la cruz. Por el camino fue el ludibrio de las gentes y en el Gólgota fue clavado en una cruz alta, donde murió a las pocas horas. Humanamente hablando no pudo tener muerte en más ignominiosa.

Hoy, precisamente porque Jesús murió en la cruz, la cruz ha dejado de ser una ignominia, para ser timbre de gloria y señal de redención. Esto lo entendemos todos muy bien cuando se habla solamente de la figura formada por los dos maderos cruzados. Pero nos solemos entenderlo cuando se trata de las afrentas, ignominias y dolores. Sin embargo, esto era lo principal, y lo otro sólo fue el instrumento. La exaltación de la cruz debe ser ante todo la exaltación del dolor, la afrenta y la humillación soportados con espíritu cristiano.

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