martes, 5 de marzo de 2013

ilustraciones al Miserere

Entre los salmos de David, el miserere es acaso el más repetido a lo largo de los siglos. Cuando el remordimiento fermentado el alma del pecador como el mosto en el lagar y hace difícil la respiración, el rezo del miserere siempre un respiradero por el que penetra en el espíritu una ráfaga de aire fresco, que nos devuelve a la vida. Dos almas arrepentidas se sienten gemelas en la presencia de Dios. Eso nos ocurre con David. Por eso la humanidad hace suya sus palabras con tanta facilidad y con tanta satisfacción.


Para mejor comprender el contenido de este salmo, conviene tener presente el ambiente que fue compuesto por aquel gran rey,

Que fue al mismo tiempo un gran poeta y que, como hombre, no dejó de tener sus debilidades. David no era un rey más, que se encontrara en una serie de monarcas de vida libre de trabas morales, cuyas arbitrariedades y crímenes pareciese lo cultos a los ojos de Dios justiciero. Antes que él no había habido más que un rey que en Israel: Saúl. Dios había elegido a Saúl delante de todo el pueblo, y había adornado de dotes extraordinarias. El éxito de sus empresas estaba diciendo bien a las claras que su elección no había sido ningún error. Sin embargo, falto dos veces contra las prescripciones de Dios, y Dios lo castigó desechándolo y eligiendo otro rey en su lugar, que fue David.

David fue un hombre espléndido, que ejerció sobre sus contemporáneos y aún sobre su posteridad una fascinación como no ejerció ningún otro en todo el antiguo testamento el mismo profeta Samuel decía, refiriéndose a él: ha buscado ella ve un hombre según su corazón para que sea jefe de su pueblo (1 Sam 13,14).

Pero ahora este “hombre según el corazón de Dios” cometió un pecado vergonzoso, que trascendió en público y fue ocasión de escándalo y de que lo sintió se mofasen de la religión (2 Sam 12,14). Sobre él se levanta el brazo justiciero de Dios anunciando por el profeta Natán, y el hijo del pecado estaba gravemente enfermo. Siete días duró la enfermedad. Siete días en los que David, retiraba su habitación, hay una va, ahora va y dormía por las noches en el suelo (2 Sam 12,16). ¿Hasta dónde llegaría el castigo divino? ¿Sería también el desechado como su antecesor y moriría a manos de sus enemigos?

Cuando todos estos pensamientos oscurecían el horizonte de su alma y bajo supresión fermentada el remordimiento en su interior, compuso David este salmo. ¿Qué era lo que datan había dicho a David el nombre de Dios y, por tanto, que es lo que él podía temer?

Natán se presentó David cuando ya el pecado había dado su fruto hoy cuando el atropello parecía haber triunfado definitivamente. Y como los triunfos parecen a callar muchas veces los remordimientos, tampoco David sentía ya remordimiento alguno por lo ocurrido. El profeta comenzó por exponer una parábola:

Judá este caso: habían una ciudad dos hombres, el uno rico y el otro pobre. El rico tenía muchas ovejas y muchas vacas, y el pobre no tenía más que una sola ovejuela que él había comprado y criado, que con él y con sus hijos había crecido juntamente, comiendo de su pan y bebiendo de su vaso y durmiendo en su seno, y era para él como una hija. Llegó un viajero a casa del rico; y este, no queriendo tocar a sus ovejas ni a sus bueyes para dar de comer al viajero que a su casa llegó, tomó la ovejuela del pobre y se la aderezó al huésped…

Encendido David fuertemente en cólera contra que el hombre dijo a la tan: dile Yahvé, que el que tal hizo es digno de la muerte, y que ha de pagar la oveja con siete tantos encima, por haber hecho tal cosa, obrando sin piedad…

David dijo a Natán: he pecado contra Yahvé…

Y Natán dijo a David: Yahvé que ha perdonado tu pecado. No morirás, más por haber hecho con esto que menosprecia será Yahvé sus enemigos, el hijo que te ha nacido morirá… (2 Sam 12,1-13).



La respuesta de David ”he pecado contra Yahvé” bien a ser como el primer golpe de un pensamiento que después había de estar continuamente dando aldabonazos a su alma. Es indudable que había pecado gravísimamente contra Urías. Sin embargo, este aspecto de su acción queda completamente eclipsado ante la idea terrible de haber pecado contra Dios. Por eso el miserere, cuando quiere desahogar su arrepentimiento en una confesión sincera de su crimen, dice únicamente: contra ti solo he pecado (sal 50,6).

En el crimen de David pedí al profeta Natán tres aspectos: el adulterio, el homicidio y el escándalo. Y los tres los encerraba en una sola frase: “menospreciando la palabra de Yahvé, has hecho lo que es malo a sus ojos”. Esta es también la expresión de David en su confesión: he hecho lo que es malo delante de ti…

Donde es de notar que llama Santo al espíritu de Dios, porque huye de los pecadores como huyó de Saúl.

En realidad, no dejaba de tener David motivos de esperanza, puesto que en una ocasión el mismo profeta Natán le había prometido en nombre de Dios que su hijo le sucedería en el trono y sería adoptado por Dios como hijo; Yahvé le añadió: si obra el mal, yo le castigaré con varas de hombres y con azotes de hijos de hombres; pero no apartaré de él mi misericordia, como la aparté de Saúl arrojándole de mi presencia (2 Sam7, 14s). Sin embargo, esta promesa se refería su hijo y no directamente a él.

De las enseñanzas del profeta Natán, una cosa que daba asegurado. No sería de repetir en David, como castigo de su pecado, la escena horripilante de Saúl huyendo por el monte acosado de cerca por sus enemigos y quitándose la vida por lo que derivó en manos de los filisteos. No se vería su cabeza, como la de Saúl, exhibida por las ciudades de los vencedores, ni su cadáver colgando de las murallas de Betsán. Pero el hijo del pecado había de morir; estaba ya muy grave. Además, los crímenes se perpetúa veían en su familia, y sus mujeres serían arrebatadas por otro. David reconocía que la sentencia de Dios era justa: sea reconocida la justicia de tus palabras y seas vencedor en el juicio (v6).

En descargo propio sólo se atreve alegar la inclinación hacia el mal con que nace todo hombre: ya en la maldad fui con formado y el pecado me concilio mi Madre (7) unto esta disculpa no puede menos de recordar la que él mismo Dios haya después del diluvio: “no volveré ya mas a maldecir a la tierra por el hombre, pues los deseos del corazón humano desde la adolescencia tienden al mal”.

Sin embargo, este alegato de la propia inclinación innata hacia el mal no es propiamente una disculpa en labios de David, sino más bien un detalle del reconocimiento de su miseria moral. Como fundamento del perdón que pide y espera, no aduce otra cosa que la misericordia de Dios y las muchas veces que había hecho ostentación de ella: apiade de mi oh Dios, según tu misericordia. Según la muchedumbre de tus misericordias, borra mi iniquidad (3).
El día en que él oiga que está libre de pecado, saltar de alegría como quien acaba de librarse una terrible enfermedad, y hasta sus huesos, que parecían carcomidos por los remordimientos, cobrarán su antiguo vigor: dame a escuchar el gozo y la alegría y saltarán de gozo los huesos comillas te (10). Entonces volverá a ser del hombre según el corazón de Dios. Tan profunda es la renovación que David desea, que pide a Dios: Crea en mí, oh Dios, el corazón puro; renueva dentro de mí un espíritu recto (12). Una vez conseguido esto, nos solamente nos era pecador, sino que mostrar a los pecadores los caminos por donde se va a Dios: yo enseñaré a los malos tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti (15).

De momento, sólo el pecado que pesa sobre su conciencia le impide entregarse al servicio litúrgico de Dios. Cuando sólo pertextaba que sí había desobedecido la orden de Dios guardando algunas reses de los amalecitas, lo había hecho para poder ofrecer las en sacrificio, Samuel le contestó: ¿no quiere mejor Yahvé la obediencia a sus mandatos que no los holocaustos y las víctimas? Mejores la obediencia que las víctimas. Y mejor escuchar que ofrecer el sebo de los carneros (1 Sam 15,22).

Davis había esto muy bien, y por eso, antes de intensificar su vida litúrgica, en la que, en medio de los sacrificios, había decantado las alabanzas de Dios, quiere expiar su propio crimen: librarme de la sangre, oh Dios, Dios de mi salvación, y cantará mi lengua tu justicia. Abre tú, Sr., mis labios, y cantará mi boca tus alabanzas. Porque no es sacrificio lo que tú quieres; signo, te lo ofrecería. No quieres tampoco holocaustos. El sacrificio grato a Dios es un corazón contrito. Tu, oh Dios, no desdeña son corazón contrito y humillado (16-19)

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