miércoles, 13 de marzo de 2013

Aguardando a su sucesor

     Ya veis que no éramos los únicos...

Ecclesia mergi non potest San Agustín, Sermón 252 Tenías puesto un mote pero te fue cambiado, ya no el Simón hebreo: quien oye y obedece, las manos que religan los nombres y el destino, te bautizaron roca, la que no se estremece. Tenías por la sangre un firme apelativo, aquel que de Jonás se origina y procede pero quien iba a darte el pábilo y la lumbre Te dio por nombradía la piedra que no cede. Tenías una patria, en la agreste Betsaida conminada a la pena de cilicio y ceniza, pero un nuevo linaje te darían en Roma, el gallo por escudo, las llaves por divisa. Tenías un oficio en playas galileas donde redes y peces se batían en lucha, pero te fue quitado, y otra barca sin anclas desde entonces tus voces obedece y escucha. Tenías una espada que equivocó el momento de talar enemigos o imponer la justicia, te alistaron en cambio ejércitos perennes, la invisible victoria de la aérea milicia. Tenías una vida de nauta sin borrascas —las orillas seguras, el velamen riente— pero te fue exigido navegar mar adentro y enfrentar al que brama como león rugiente. Tenías una muerte previsible, serena, tal vez en una noche de musical adagio, te pidieron la sangre clavado a la madera, Orígenes lo cuenta, lo pintó Caravaggio. Tenías la exigencia del amor navegante seguro en la cubierta, casi un gesto cobarde, te volvieron testigo del Amor abrasado, un amor que tres veces te examina en la tarde. Nombre, patria u oficio; espada, vida y muerte, la calma de la arena a la sombra de un cedro, la juventud viajera, la vejez peregrina, desde que fuiste Suyo, nada fue tuyo, Pedro. Danos en esta hora de vigilia y quebranto la esperanza de un puerto, el frescor del olivo, sotérrense las puertas del infierno y se escuche: ¡Señor, tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo! Antonio Caponnetto

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