domingo, 22 de abril de 2012

los papas - 24

LOS PAPAS DE LA EDAD MODERNA
(1447-1799)

Nicolás V (6 marzo 1447 - 24 marzo 1455)
Personalidad y carrera eclesiástica.
Tomás Parentucclli nació en Sarzana el 15 de noviembre de 1397. Estudió artes en la Universidad de Bolonia, pero al no disponer de recursos económicos se trasladó a Florencia, donde trabajó como preceptor en la casa de Palla Stronzzi. Volvió a Bolonia, se licenció en teología y entró al servicio de Nicolás Albergati, obispo de la ciudad y cardenal, a quien acompañó en sus misiones diplomáticas. Muerto Albergati, Eugenio IV le nombró vicecamarlengo (1443) y al año siguiente obispo de Bolonia. Desempeñó dos misiones diplomáticas en Alemania y, en premio, recibió el capelo cardenalicio en 1466. A la muerte de Eugenio IV el cónclave se volvió a reunir en Santa María sopra Minerva de Roma y, de forma inesperada, la rivalidad tradicional entre los Colonna y los Orsini impidió la elección de Prospero Colonna y facilitó la de Tomás Parentucelli. Elegido papa el 6 de marzo de 1447, fue coronado el 19 del mismo mes y tomó el nombre de Nicolás en recuerdo de su protector, el cardenal Albergati. Eneas Silvio Piccolomini {Opera quae extant, Basilea, 1551), que más tarde sería papa, trazó este retrato de Nicolás V: Tuvo una estima excesiva de sí mismo y quiso hacerlo todo por sí. Creía que nada podía hacerse bien, si él no intervenía personalmente. Amaba los libros bien hechos y los vestidos preciosos. Fue amigo de sus amigos, aunque no hubo nadie al que no hubiera irritado alguna vez. Se vengaba de las injurias y no las olvidaba.
Primera etapa del pontificado.
Buen diplomático, consiguió poner fin al cisma con la definitiva disolución del Concilio de Basilea y la abdicación del antipapa Félix V. La conclusión del período conciliarista estuvo precedida de una laboriosa acción diplomática para conseguir que el emperador Federico III (1440-1493) volviera a la obediencia romana. Las negociaciones concluyeron con la firma del concordato de Viena el 17 de febrero de 1448, ratificado en Roma el 19 de marzo (A. Mercati, Raccolta dei Concordati, Roma, 1919, I, pp. 177-85). Este concordato, que formalmente estuvo en vigor hasta 1803, solucionó en parte el espinoso problema de la cuestión beneficial. El papa se aseguraba la provisión de todos los beneficios ya reservados a la Santa Sede por las anteriores constituciones de Juan XXII y Benedicto XII, y respetaba el derecho de presentación de los obispos y abades, nombrados mediante libre elección, aunque se reservaba el derecho de revocación si la elección no se realizaba de acuerdo con las disposiciones canónicas. También se esforzó por conseguir que Francia reconociese los derechos de la Santa Sede, menoscabados por el movimiento conciliarista, y aunque Carlos VII (1422-1461) no quiso revocar la pragmática sanción de Bourges (N. Valois, Histoire de la Pragmatique Sanction de Bourges sous Charles VII, París, 1906), se avino a reconocerle como legítimo papa en el verano de 1448. La abdicación del antipapa Félix V el 7 de abril de 1449 y la disolución espontánea del concilio, que se había trasladado a Lausana por causa de la peste, el 25 de abril de 1449, después de haber reconocido a Nicolás V como el único papa legítimo, puso fin al cisma. Al antipapa dimisionario le concedió grandes honores: fue nombrado cardenal del título de Santa Sabina y legado apostólico perpetuo en Saboya. El último antipapa de la historia murió en Ginebra el 7 de enero de 1451. Para borrar las huellas del pasado, Nicolás V publicó tres bulas: en la primera revocó las censuras fulminadas contra los que se habían adherido al Concilio de Basilea, y en las dos restantes confirmó las provisiones bcneficiales hechas por el concilio e incorporó a los cardenales creados por el antipapa Félix V al sacro colegio. Restaurada la paz de la cristiandad, celebró jubileo el año 1450 con gran concurrencia de peregrinos, que puso de manifiesto el poder espiritual del papa y contribuyó a la recuperación de las finanzas pontificias. Dice Vespasiano de Biticci (A. Mai, Spicilegium romanum, I, p. 48) que «la Sede Apostólica ganó sumas enormes de dinero; por lo cual comenzó el papa a construir edificios en varios lugares y a encargar la compra de libros griegos y latinos donde fuera posible, sin mirar el precio; contrató a muchísimos copistas, de los más excelentes, para que continuamente transcribiesen los códices». Entre las celebraciones de este año hay que resaltar la canonización del franciscano san Bernardino de Siena (1380-1444), que como gran predicador popular y reformador de la orden había merecido también la alta estima de Eugenio IV. Preocupado por la reforma de las costumbres y el restablecimiento de la autoridad pontificia, Nicolás V envió legados pontificios a diferentes países europeos: Nicolás de Cusa (1401-1464) recorrió Alemania y Bohemia y, al menos en parte, consiguió reformar las costumbres del clero alemán, eliminando la simonía y el concubinato, y restablecer la disciplina y la obendiencia en los monasterios; san Juan de Capistrano (1386-1456) viajó por Austria, Baviera, Turingia y Sajonia, pero no obtuvo frutos duraderos; y el cardenal Guillermo d'Estouteville marchó a Francia con el objetivo de conseguir abrogar o al menos suavizar la pragmática sanción, pero no tuvo éxito, porque la asamblea del clero francés, reunida en Bourges en julio de 1452, se adhirió en gran parte a la pragmática con gran satisfacción de Carlos VIL La autoridad pontificia, sin embargo, vio afianzar su poder con la coronación del emperador Federico III en Roma el año 1452. Ésta fue la última coronación imperial que vivió Roma y la primera de un Habsburgo.
La caída de Constantinopla.
Al año siguiente se cernió sobre la cristiandad la desgracia de la caída de Constantinopla en poder de los turcos. Como el último emperador de Bizancio, Constantino XII (1448-1453), tardase en publicar el decreto de unión de la Iglesia griega con la romana, Nicolás V le amonestó el 11 de octubre de 1451 y le exhortó a cumplir lo prometido en Florencia en 1439. El emperador se mostró dispuesto a aceptar la unión y el papa le envió como legado al cardenal de Kiev. El 12 de diciembre de 1452 se proclamó la unión oficial de las dos Iglesias en la basílica de Santa Sofía, pero el pueblo y los monjes no se adhirieron a ella. Entre tanto, el sultán Mohamed II (1451- 1481) continuó cerrando el cerco de Constantinopla, que cayó el 29 de mayo de 1453. Como la sede patriarcal estaba vacante, nombró patriarca al monje Gennadio, radical antiunionista, y así se acabó de consumar la definitiva separación de la Iglesia romana. Desde el momento de la caída de Constantinopla, los papas se preocuparon por unir a las naciones cristianas para organizar la cruzada contra los turcos. Nicolás V dirigió a todos los príncipes el 30 de septiembre de 1453 un férvido llamamiento a la cruzada contra Mohamed, «precursor del anticristo». Los reyes en general prestaron oídos sordos. Sólo el de Portugal, Alfonso V (1438-1481), hizo preparativos militares serios, pero en la práctica no se hizo nada. Nicolás V se propuso unir por lo menos a los italianos y a este fin envió legados a Nápoles, Florencia, Milán y Venecia, y congregó en Roma a los embajadores de los principales Estados peninsulares. No consiguió nada, pero lo que no se obtuvo en Roma se logró al menos parcialmente en la paz de Lodi (9 abril 1454) por un acuerdo entre Venecia y Milán. El 30 de agosto, Venecia, Milán y Florencia firmaron una liga defensiva para veinticinco años, y en esta liga entraron finalmente Nicolás V y el rey de Nápoles, Alfonso de Aragón (1442- 1458). Esta liga itálica, que se ponía oficialmente bajo la protección del papa, fue promulgada solemnemente en Roma el 2 de marzo de 1455 y aseguró por algunos años el pacífico equilibrio de los Estados italianos, aunque nada hizo contra el turco.
La política pontificia y el mecenazgo.
Ya hemos dicho que Portugal fue el único reino donde se predicó con éxito la cruzada. Su rey aparejó una armada con respetable ejército y Nicolás V correspondió aumentando los privilegios a la corona portuguesa en su lucha contra los musulmanes del norte de África y otros infieles. Por la bula Dum diversas (18 junio 1452) autorizó al rey Alfonso hacer la guerra a los musulmanes y otros infieles, y le exhortó a conquistar las tierras de los enemigos de Cristo. Pero la bula más trascendental fue la Romanas Pontifex (8 enero 1455), en la que concedió al rey portugués y a sus sucesores la posesión y dominio de todas las islas, puertos, mares, provincias que habían ocupado, desde los cabos de Bojador y Nam, con toda la Guinea, hasta las tierras más meridionales de África; todo para la propagación de la fe. En el problema de la rivalidad castellano-portuguesa, la bula Romanas Pontifex constituye un hito fundamental, y como además viene a coincidir con fracaso de las gestiones del infante Enrique (1394-1460) para obtener la sobranía de las Canarias, resulta que el año 1454 señala de hecho un deslinde incial de las zonas de expansión correspondientes a Portugal y Castilla, y, como dice Pérez Embid {Los descubrimientos en el Atlántico y la rivalidad castellano portuguesa hasta el Tratado de Tordesillas, Sevilla, 1948, p. 164), «de derecho marca el de la corona lusitana sobre toda la costa de África a partir del cabo de la Nao». Por lo que se refiere a la política pontificia, Nicolás V confirmó los acuerdos firmados por Eugenio IV con el rey de Nápoles y trató de ganarse su favor reconociendo sus pretensiones sobre los beneficios eclesiásticos y librándole de las tradicionales prestaciones y actos de homenaje a que estaba obligado en calidad de vasallo de la Santa Sede. En realidad, toda la política en materia beneficial y fiscal de Nicolás V consistió en una revisión de las pretensiones pontificias en favor de los príncipes, a cambio de que prestaran su apoyo a la política temporal del papado. Nicolás V proyectó en Roma un gran programa urbanístico, que sólo pudo realizar en una pequeña parte. La Biblioteca Vaticana bien puede considerarle su fundador por el gran número de manuscritos que adquirió e hizo copiar. Este gran mecenas de las artes, bibliófilo y amante de las letras, murió en Roma el 24 de marzo de 1455 y fue sepultado en la basílica de San Pedro. Fra Angélico le inmortalizó con los frescos de la leyenda de San Lorenzo en la capilla de Nicolás V.

Calixto III (8 abril 1455 - 6 agosto 1558)
Personalidad y carrera eclesiástica.
Alfonso de Borja nació en Játiva (España) el 31 de diciembre de 1378. Cursó los primeros estudios en Valencia y los continuó en la Universidad de Lérida, donde se doctoró en ambos derechos, adquiriendo después la cátedra de cánones y una canonjía en la catedral. Su fama de buen jurista y de hombre recto indujo al rey de Aragón, Alfonso V (1416- 1458), a nombrarle consejero suyo. Sus buenos oficios consiguieron la renuncia de Gil Muñoz, elegido antipapa a la muerte de Benedicto XIII, y la reconciliación de Alfonso V con el papa Martín V, que apoyaba a Luis de Anjou como candidato a la sucesión del reino de Nápoles. Martín V premió a Alfonso de Borja nombrándole obispo de Valencia en 1429. Fiel al papa de Roma, rehusó asistir en representación de Alfonso V al Concilio de Basilea (1431-1449) y consiguió reconciliar al papa Eugenio IV con Alfonso V en 1443. En recompensa de sus servicios, el papa le nombró cardenal en 1443 y se trasladó a Roma, distinguiéndose por su preparación jurídica, por sus costumbres austeras y religiosidad. A la muerte de Nicolás V los cardenales, a causa de las rivalidades entre los Colonna y los Orsini, no consiguieron ponerse de acuerdo sobre ninguno de los grandes favoritos y optaron por un papa de transición, y el 8 de abril de 1455 eligieron a Alfonso de Borja, que ya tenía setenta años, y tomó el nombre de
Calixto III.
La actividad política y religiosa.
El gran objetivo de Calixto III fue organizar una cruzada para luchar contra los turcos. Envió predicadores a todos los reinos cristianos, pero la mayor parte de los Estados se mostraron poco interesados. El cardenal Juan de Carvajal (L. G. Canedo, Un español al servicio de la Santa Sede, Juan de Carvajal, Madrid, 1947), su legado en el Imperio y en el reino de Hungría, obtuvo el apoyo del emperador Federico III y del rey de Hungría y Bohemia, Ladislao V. El ex regente de Hungría Juan Hunyadi, con la ayuda del gran predicador de la cruzada Juan de Capistrano, obligó a los turcos a levantar el cerco de Belgrado (1456), que el papa quiso conmemorar instituyendo la fiesta de la Transfiguración el 6 de agosto. La oposición de los príncipes y prelados de Alemania, que cosideraban la imposición de décimas para la guerra como un desafuero contra la nación germánica, llevó a Calixto III a apoyarse sobre todo en el príncipe de Albania, Jorge Skanderbeg (1443-1468), y en el rey de Nápoles, Alfonso V de Aragón. Derrotada la flota turca en Metelino por la armada pontificio-aragonesa, dirigida por el cardenal Scarampo, y vencido el ejército otomano por Skanderbeg en Tomorzina (1457), el papa se alió con Esteban Tomás, rey de Bosnia, y con Matías Corvino (Hunyadi), nuevo rey de Hungría (1458-1490), pues se convenció de que el apoyo sólo podría venir de las naciones más amenazadas por los turcos, dada la escasa ayuda que se podía esperar de Alemania, Borgoña, Francia, Castilla o Portugal. El papa tuvo que conformarse con sus propios medios y la ayuda, no siempre desinteresada, del rey de Nápoles, del emperador Federico III y del rey de Hungría. Calixto III también se preocupó de mantener la paz y concordia entre los príncipes italianos, de acuerdo con el tratado de Lodi de 1454. Se opuso a los proyectos de su antiguo protector Alfonso V, rey de Aragón, Nápoles y Sicilia, que pretendía heredar el señorío de Milán a la muerte de Felipe María Visconti, y apoyó la sucesión de Francisco Sforza (1450-1466). La preocupación por la cruzada le impidió ocuparse a fondo de la reforma de la Iglesia, que hubiera tenido que comenzar por Roma. Hombre austero y profundamente religioso, tanto en su vida privada como en su política europea, cayó, en cambio, en un abuso del tiempo, el nepotismo, que ensombreció su pontificado, sin olvidar que el nepotismo era una práctica normal de los papas de estos siglos. Es cierto que la animadversión de muchos romanos hacia un papa extranjero le obligó a apoyarse en gentes de su absoluta confianza. Pero ello no basta para justificar el excesivo número de valencianos, catalanes y aragoneses en puestos claves y en cargos secundarios de la curia romana (J. Rius Serra, Catalanes y aragoneses en la corte de Calixto III, Barcelona, 1948). Tal favoritismo no hizo sino aumentar la tensión con los italianos, y más con los romanos. Dos sobrinos fueron creados cardenales en 1456: Rodrigo de Borja (futuro Alejandro VI), obispo de Gerona, Oviedo y Valencia, y vicecanciller de la Iglesia, y Juan Luis de Milá, obispo de Segorbe; y Pedro Luis de Borja, hermano de Rodrigo, fue designado capitán general de la Iglesia. Calixto III propició la revisión del proceso de Juana de Arco (1412-1431), a la que se declaró inocente; beatificó a san Vicente Ferrer y a santa Rosa de Vitervo. No fue un papa humanista del estilo de Nicolás V, pero recompensó a agunos de los grandes humanistas: a Lorenzo Valla (1405-1457) le nombró scretario pontificio y canónigo de San Juan de Letrán, y a Eneas Silvio Piccolmini, futuro Pío II, le concedió la púrpura cardenalicia. Murió en Roma el 6 de agosto de 1458, día de la fiesta de la Transfigurción, que él mismo había instituido para conmemorar la victoria de Belgrado. Fue sepultado en la rotonda de San Andrés, al lado de la basílica de San Pedro, y en 1610 fue trasladado a Santa María de Montserrat, iglesia nacional de la corona de Aragón en Roma.

Pío II (19 agosto 1458 - 15 agosto 1464)
Personalidad y carrera eclesiástica.
Eneas Silvio Piccolomini nació en Corsignano, Siena, el 18 de octubre de 1405. Hijo de Silvio Piccolomini y de Victoria Forteguerri, nobles empobrecidos, cursó estudios de derecho en Siena, aunque desde joven se sintió atraído por la cultura humanista. En 1432 dejó los estudios y se puso al servicio del cardenal Capránica, al que acompañó al Concilio de Basilea; después sirvió a Nicolás Albergati, al que acompañó a Borgoña para firmar la paz de Arras (1435), y fue enviado a Escocia con una misión ante el rey Jacobo I (1406-1437). Vuelto a Basilea, llamó la atención de los sinodales por sus grandes dotes de elocuencia y su formación humanista. Después de la deposición de Eugenio IV y la elección del antipapa Félix V, Eneas Silvio se convirtió en secretario del nuevo antipapa y obtuvo diversos despachos que le acreditaron como delegado del concilio. Enviado a la Dieta de Frankfurt de 1442 entró en conctacto con Federico III (1440-1493), que se había declarado neutral en la lucha entre el papa de Roma y el concilio, y le nombró secretario de la cancillería imperial. Durante su estancia en Alemania, por influjo de los cardenales Cesarini y Carvajal, modificó su postura y se pasó a la obediencia romana, lo que también consiguió del emperador, que en 1445 le envió a Roma con una embajada. En Roma declaró a Eugenio IV su arrepentimiento por haber sido uno de los más firmes defensores del Concilio de Basilea y su deseo de tomar el estado eclesiástico, el papa le absolvió de las censuras y le perdonó, y en 1446 recibió las órdenes sagradas. Desde aquel momento Eneas modificó su conducta y prestó grandes servicios a la Iglesia romana, consiguiendo el fin de la neutralidad alemana con la firma del concordato de Viena (1448). Nombrado obispo de Trieste por Nicolás V, envió al rector de la Universidad de Colonia una carta de retractación, confesando su error por haber seguido las teorías conciliares y explicando las razones por las que había vuelto a la obediencia romana. Trasladado al obispado de Siena, Fernando III le encargó concertar su matrimonio con Leonor de Portugal y conseguir su coronación imperial, recibiendo a cambio el título de consejero del Imperio. En 1456 Calixto III le creó cardenal del título de Santa Sabina y ya permaneció al lado del papa como consejero de las relaciones con el Imperio. En el cónclave que siguió a la muerte de Calixto III, Eneas Silvio fue elegido papa el 19 de agosto de 1464 con el apoyo de los cardenales italianos, y con gran decepción de los franceses que esperaban la nominación del cardenal Eslouteville. El 3 de septiembre recibió la tiara de manos del cardenal Colonna en la basílica vaticana y seguidamente tomó posesión de San Juan de Letrán.
La cruzada contra los turcos.
El pontificado de Pío II, como el de su predecesor, estuvo dominado por la cruzada contra los turcos. El año 1459 convocó un congreso en Mantua, en el que se acordó la cruzada, pero no problemas que por la guerra contra los infieles. En la política italiana llevó a cabo una función mediadora entre los diferentes Estados, aunque la concesión de la investidura del reino de Nápoles a Ferrante de Aragón (1458-1494), que le había apoyado en el cónclave, le enfrentó con Francia, que sostenía las aspiraciones de Juan de Anjou. Pues como dice Combert (Louis XI et la Saint Siége, París, 1903), Luis XI de Francia (1.461- 1483), que había abolido la pragmática sanción de Bourges, con la esperanza de que el papa cambiara su política respecto a Nápoles, sin restablecer oficialmente la pragmática promulgó una serie de ordenanzas «para la restauración y defensa de las libertades galicanas contra las usurpaciones romanas». En el ámbito de la disciplina eclesiástica promulgó varias disposiciones. En primer lugar, a fin de extirpar la doctrina conciliarista que subvertía el orden constitucional de la Iglesia, al defender la superioridad del concilio sobre el papa, prohibió apelar las sentencias del pontífice al futuro concilio, imponiendo a los apelantes la pena de excomunión (1459); en segundo lugar, rescindió todo lo que él mismo había hecho contra Eugenio IV en el Concilio de Basilea (1463); y en tercer lugar, abrogó los convenios firmados en 1436 entre los husitas y los legados del Concilio de Basilea, por los que se había concedido a los seglares de Bohemia el derecho de comulgar bajo las dos especies, de donde les vino la denominación de «utraquistas». Ante el avance de los turcos, el año 1464 Pío II asumió personalmente la cruzada, esperando que los príncipes cristianos se avergonzarían de permanecer en casa, «cuando vieran marchar a la guerra a su maestro y padre, al obispo de Roma y representante de Cristo, un anciano enfermo y débil». Pero el papa se vio defraudado. Cuando llegó a Ancona, donde los cruzados tenían que congregarse, no encontró más que una chusma desarrapada. Y en Ancona halló la muerte el día 15 de agosto de 1464. Su cuerpo fue sepultado en la capilla de San Andrés en San Pedro, pero en 1614 fue trasladado a la iglesia de San Andrea della Valle. Uno de sus nepotes, el cardenal Tedeschini Piccolomini, que sería más tarde Pío III, mandó pintar al Pinturicchio (1454-1513) por los años 1502- 1508 la vida de Pío II en la sala de libros corales de la catedral de Siena. Pío II fue un espejo fiel del Renacimiento: hombre de mundo, diplomático, político y papa, escritor, poeta, humanista y amante de los libros; supo conciliar sus intereses privados con la institución que representaba y se sirvió del humanismo para llevar a cabo su acción política y religiosa. Practicó el nepotismo, como su antecesor; fue un fecundo escritor y, junto con Nicolás de Cusa, proyectó una reforma del clero que por la dificultad de los tiempos no se llegó a terminar; canonizó a santa Catalina de Siena (1347-1380) y protegió a los judíos.

Paulo II (30 septiembre 1464 - 26 julio 1471)
Personalidad, carrera eclesiástica y primera etapa del pontificado.
Pedro Barbo nació en Venecia el 22 de febrero de 1417. Hijo de Nicolás Barbo y Polixena Condulmieri, hermana de Eugenio IV, rica familia de mercaderes, estaba llamado a seguir la empresa familiar, pero la influencia de su tío le inclinó a la carrera eclesiástica. Estudió artes y fue nombrado protonotario apostólico y arcediano de la catedral de Bolonia. En 1440 fue designado obispo de Cervia y cardenal diácono del título de Santa María la Nueva, que Nicolás V le cambiará en 1451 por el de San Marcos. Tuvo una gran influencia durante los pontificados de Eugenio IV, Nicolás V y Calixto III, que le nombró obispo de Vicenza, para pasar en 1459 al de Padua, al que renunció al año siguiente. Las relaciones con Pío II fueron conflictivas, pero apenas se resintió su popularidad en la curia y en Roma. Muerto Pío II, fue elegido pontífice en el primer escrutinio del cónclave el 30 de agosto de 1464. Escogió el nombre de Paulo II, fue coronado el 16 de septiembre y tomó posesión de San Juan de Letrán con una ceremonia de gran fastuosidad. Al inicio del cónclave todos los cardenales juraron una capitulación electoral por la que el futuro papa se comprometía a llevar a cabo la reforma de la Iglesia, convocando un concilio en el plazo de tres años. Paulo II, después de consultar a diferentes juristas, presentó al colegio cardenalicio un nuevo pacto que modificaba sustancialmente el anterior y que al final fue aceptado con no pocas resistencias. Siguiendo el ejemplo de sus predecesores se dedicó, en primer lugar, a pre- parar la cruzada contra los turcos, aunque no consiguió reunir fuerzas suficientes para enfrentarse a las fuerzas de Mohamed II. Concedió una importante ayuda económica al rey de Hungría, último baluarte de la cristiandad, y al príncipe Skanderbert de Albania para la lucha contra el turco, pero con su muerte en enero de 1468 casi toda Albania cayó en manos de los turcos y la cristiandad se vio privada de uno de los principales paladines de la cruzada. El único que podría haber hecho frente a los turcos era el rey Jorge Podiebrady de Bohemia (1458-1471), pero, por sus simpatías hacia los husitas, Pío II abrió un proceso contra él y Paulo II le excomulgó y depuso del reino en 1466. Jorge de Bohemia apeló al concilio general y trató de ganar el apoyo del rey de Francia. El papa pidió al rey de Hungría, Matías Corvino (1458-1490), que declarase la guerra al bohemio y así lo hizo en 1468, aunque las armas fueron favorables a las tropas bohemias y Corvino tuvo que solicitar una tregua. La guerra se reanudó por voluntad de Paulo II y Matías Corvino se hizo proclamar rey de Bohemia; pero no por ello se solucionó el problema, pues las hostilidades continuaron con mayor dureza y se iniciaron negociaciones con Jorge Podiebrady, que murió el 22 de marzo de 1471 sin haber normalizado sus relaciones con Roma. En las relaciones con Francia, Paulo II no consiguió ningún resultado positivo, pues Luis XI (1461-1483) utilizó la pragmática sanción de Bourges como un medio de presión y chantaje hacia el pontificado. Mejores fueron las relaciones con el emperador Federico III, que visitó Roma en 1468 para pedir al papa la convocatoria de un concilio en Constanza, aunque sin ningún resultado. En los últimos años de su vida Paulo II trató de acercar la Iglesia ortodoxa rusa a Roma favoreciendo el matrimonio entre Iván III, gran duque de Rusia (1462-1505), con la hija de Tomás Paleólogo, déspota del Peloponeso, que se había refugiado en Roma, donde murió en 1465.
La política italiana.
En la política italiana Paulo II se apoyó en Venecia, con la que tuvo algunos enfrentamientos violentos, y en Florencia, abandonando la tradicional alianza con Milán y Nápoles. La inestabilidad italiana se agravó con la muerte de Francisco Sforza en 1466, pues aunque le sucedió su hijo Galeazzo (1466-1476), se creó un nuevo problema de inseguridad en la compleja política italiana. Paulo II consiguió que el año 1470 se firmara una alianza entre los Estados italianos, con la intención de renovar la paz de Lodi, pero fue algo transitorio y su firma se hizo por la emoción que causó la caída de la isla veneciana de Eubea en poder de los turcos. La tendencia absolutista del nuevo pontífice se manifestó particularmente en la política interna, afirmando la autoridad temporal de la Santa Sede en las relaciones con algunos feudatarios. En 1465 sometió a la familia Anguillara, que pretendía crear una señoría independiente, y se aseguró el control de un vasto territorio que más tarde se extendió al importante centro minero de alumbre de Tolfa. Menos fortuna tuvo con Malatesta, que controlaba Cesana y Rímini, pues si consiguió incorporar la primera ciudad al dominio pontificio, la segunda quedó en poder de Roberto Malatesta (1468-1482), apoyado por Milán, Florencia y Nápoles, aunque reconociéndose vasallo de la Santa Sede. En Roma promovió la publicación de unas ordenanzas que regulasen las competencias, sobre todo en el ámbito jurídico, entre los administradores municipales y el gobernador pontificio. Estas medidas, orientadas a potenciar el poder municipal, se acompañaron de un importante programa urbanístico en torno al Capitolio, centro de la ciudad comunal, donde el papa había comenzado a construir en 1455, cuando todavía era cardenal, el impresionante palacio de San Marcos (hoy de Venecia), en el que residió de forma estable desde 1466 y reunió importantes colecciones de arte. Paulo II, amante de las fiestas y de las diversiones, se ganó el favor de los romanos con la potenciación de los carnavales, en los que por primera vez se permitió participar a los judíos. Por la bula Ineffabilis providencia (1470) estableció el ciclo de los años jubilares cada 25 años y a partir de 1475 se ha observado este decreto sin interrupción, a excepción del año 1800 por las circunstancias políticas del momento. Paulo II se atrajo la enemistad de los humanistas al reducir a su primitivo estado al colegio de los «abreviadores apostólicos», en el que trabajaban muchos humanistas, por los abusos simoníacos que allí se cometían, y al suprimir la Academia romana que dirigía Pomponio Leto (1428-1497). Su descontento lo manifestó Bartolomeo Platina (De vitis pontificum, Colonia, 1568), presentando a Paulo II como enemigo del arte y de la ciencia, afirmando que «los estudios eruditos de tal manera excitaban su odio y aborrecimiento, que a quienes los seguían los calificaba sin excepción de heréticos». La venganza de Platina contra el papa se vio satisfecha, pues el retrato negativo que trazó de Paulo II como de un bárbaro inculto ha condicionado hasta no hace mucho el juicio de los historiadores. Paulo II murió en Roma el 26 de julio de 1471, a los 53 años de edad, y fue sepultado en la basílica de San Pedro.

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