jueves, 12 de abril de 2012

Los cinco Misterios

dolorosos de la pasión y muerte
de Nuestro Señor Jesucristo, con su Sagrada Resurrección
de Lope de Vega

Primero Misterio

Fiereza canto, o Marte, canto y guerra,
amores canto de un heroico pecho,
los hechos canto del que en cielo y tierra
dignas hazañas de memoria ha hecho;
inpresas canto del balor que encierra
el que el mundo ganó con solo un hecho
tropheos soberanos y victorias,
preciándome cantar dibinas glorias.

Canto aquellos misterios dolorosos
de la pasión y muerte que dio bida
a los humanos honbres temerosos
de quien no fue tal gloria conosçida,
canto los llantos tristes, lastimosos,
de una prinçesa y reina esclaresçida
de cuya pena triste hará memoria
el ronco pecho de mi amarga istoria.

No inploro el fiero y apolíneo aliento,
pues d[e]él y de sus musas la mía huye,
que a ti, dibino Apolo, ba mi intento
[y] el fin del saver en ti concluye.
Y tú, saçerdotisa, a mi lamento
tu néctar çelestial y anbrosía influye;
inspírame saver, Virgen clemente,
pues presente estubiste en lo presente.

Comiénçese la istoria dolorosa
aconpañen mis lágrimas la pluma,
llore mi alma triste, temerosa,
y en suspiros se abrase y se consuma,
sienta mi corazón la rigurosa
pena y dolor en lamentable suma
y mientras sigo tan lloroso estilo
nazca de mis dos ojos otro Nilo.

El Hijo eterno del eterno Padre
el rey del çielo inpírio, mar y tierra,
el que nasçió de aquella Virgen madre
en quien la çelestial virtud se ençier[r]a
porque su exçelso amor con obras quadre,
porque Satán no haga al mundo guerra
con tres soldados de su conpañía
al huerto, triste, con dolor, subía.

Pedro se llama el d[e]ellos más ançiano
el que más joven Juan y el otro Diego,
con estos tres su poderosa mano
se determina de acometer luego
y aquel prínçipe de lo soberano
de amor del honbre derretido en fuego
a solas se halló en el solo huerto
del pecho saca su dolor cubierto.

Y como ya su pena le afligía,
d[elesta suerte les habla suspirando:
«Triste y aflita está el alma mía
hasta la muerte. Aquí espera orando
e ya apartado de su conpañía,
mortales ansias y t[h]emor pasando
con un mortal dolor sangriento y frío
al Padre eterno dize: «Padre mío,

Si es posible, Señor, pase de mí
aqueste triste cáliz de amargura,
y no como yo quiero, pero en mí
tu voluntad se cunpla eterna y pura».
Con lágrimas pedía fuese ansí
y con sudor de sangre que la dura
tierra ablandava, que de amor se abría
y las ardientes gotas resçevía.

Lebántase Jesús y ba mirando
sus apóstoles todos ya dormiendo
y dixo a Pedro: «¿Cómo que belando
no pudiste una ora estar pudiendo?
Belad y orad, guardaos no bais entrando
en tentaçión, pues entendéis y entiendo
qu[e] está pronto el espíritu aparejado
pero la carne enferma abes cuidado».

Con esto buelto a orar muy angustioso
gotas de rosa sangre derramava
por aquel rostro tímido y ansioso,
que de sudor divino destilava,
y dixo: «Padre mío poderoso,
si este cáliz, sino es que d[e]é1 gustava,
pasar de mí no puede, qual desea
tu voluntad en mí cunplida sea».

¡Quién biera, ay Dios, tenblar de belle el çielo,
los ángeles muy tnstes lamentando!
¡quién biera en aquel güerto y berde suelo
las tiernas yerbezillas tremolando,
los árboles mostrando pena y duelo!
con el son de las ojas están dando
un temeroso espanto dolorido
al pájaro que en ellas haze el nido.

La tierra está vesando las rodillas
y algunas vezes la dibina cara,
y indigna de vesar tales mexillas
huye y de lo tocar se muestra abara;
tanbién las pequeñuelas yerbezillas
biendo tocarse de la efigie clara
resçiven humilladas la faz pura
bolbiendo en seda su aspereza dura

Después de aber el buen Jesús orado
la vista en sus apóstoles rebuelbe,
belos estar en sueño sosegado
y sin hablar tercera vez rebuelbe.
E ya después que al Padre a suplicado
lo que en la oraçión dicha se resuelbe
un ángel del inpíreo çielo abaxa,
que consolarle en su dolor trabaja.

El mensajero alado como llega,
de rodillas tenblando se le pone,
a darle biene la espantosa nueba
y lo qu[e] el Padre a Jesús le dispone.
Que humano entendimiento no remueba
nuebo dolor y con amor propone
de temer a su Dios si está mirando
ángeles, çielo, tierra y mar tenblando.

El ángel, pues, con dolorido açento
le dize: «O gran señor de tierra y çielo,
açotes y corona represento,
clavos y cruz, dolor, tormento y duelo
esta esponja, y la lança qu[e] el sangriento
costado pasará por el consuelo
de la generaçión que tú heziste,
por cuyo amor al suelo desçendiste».

¿Quién no tienbla, pues be temer ansina
la muerte a aquel qu[e] es bida soberana?
No teme, no, la parte que es dibina,
padesçe este t[h]emor la que es humana.
Ay, alma mía, ¿quién te descamina
de conosçer tu libiandad profana,
Teme la muerte, su terror te assonbre,
pues Dios teme la muerte en quanto a onbre.

Cunplida la enbajada el mensajero
con prestas alas por el aire hendiendo
desapareçe, y queda allí el cordero.
Un poco consolado, aunque gimiendo,
buelbe a su conpañía lastimero
y belos otra bez estar durmiendo
puesto en descuido lo que dicho abía,
y a todos en común ansí dezía:

«Dormid y descansad, que ya la ora
se açerca, do será el Hijo del honbre.
entregado en la mano pecadora
con más injusto que debido nonbre.
Sue, bamos, lebantaos, beréis agora
el que me a de entregar y n[o] os asonbre
lo que beréis, tened mayor cordura,
que de cunplirse tiene la escritura.

Aquesto dicho, beisle, aquí benía
Judas, que el uno de los doze [h]era,
con grande turba multa en conpañía
de aquella jente farisaica y fiera.
Su espada y lanza cada qual traía
como si contra [h]ejérçito biniera
de los saçerdotales prinçipados
y de los más ançianos inbiados.

La canalla sathánica y maldicta
con orgullo y furor ablando vienen,
a beçes aguijando mueben, grita[n],
otras callando un rato se detienen,
Al falso Judas cada qual inçita
y al benidero asalto se prebienen,
y aunque ban a prender tan solo un honbre,
no ay honbre que de miedo no se asonbre.

Ya descubren las luzes encubiertas,
ya llegan donde el Rei dibino aguarda,
y[a] acechan por las tapias y las puertas
y su deseo injusto se les tarda,
ya dexan las espadas descubiertas,
la maça, pica, lanza y alabarda.
¡Quién be tanto traidor puesto y armado
para un justo que aguarda desarmado!

Muertos ya por entrar mueben ruido
qual en la guerra el enemigo suele,
quando sale de donde está escondido
qu[e] el uno al otro se renpuja e inpele.
Ansí el bando plutónico a corrido
y unos a otros dizen: ¡ele, ele!»
Judas con un espíritu diabólico
sosiega el bando pérfido colérico.

Las nocturnas linternas ya llegaban,
las lanzas çerca ya resplandezían,
con la luz clara que las luzes daban
açicaladas armas reluzían,
por la enramada puerta al huerto entraban
con grande vozerío que traían.
Jesús de[e]esta manera les dezía,
como lo benidero ya sabía.

«¿A quién buscáis?» Y todos respondieron:
«A Jesús nazareno, el rei del çielo».
dixo: «Yo soi». Y oyéndolo cayeron
todos como benían en el suelo.
Otra vez dixo «¿A quién buscáis?»; dixeron:
«A Jesús». Luego él con sancto çelo,
mirando su querida conpañía
este razonamiento respondía:
«Ya [h]os dixe por dos vezes que yo [h]era.
Si a mí buscáis, dexad ir a esta jente»,
para que la escriptura se cunpliera,
que dize y al propósito se siente:
«No consentí que alguno se perdiera
de los que tú me diste». Y al presente
hizo el traidor la seña conçertada
vesando aquella faz diba sagrada.

«Ave ravi» le dixo el traidor moço.
Jesús le dixo: «Amigo, ¿a qué beniste?»
Luego con grande estruendo y alborozo
acometieron a quien no resiste;
préndenle con ruido, grita y gozo,
mas Pedro, qu[e]esto bio con uno enbiste
llamado Malcho, que de aquestos [h]era
y a cercén se llebó la oreja entera.

Jesús le dixo: «Pedro, en el momento
enbaina tu cuchillo, ¿por ventura
quieres con tan audaze pensamiento
que no beba este cáliz de amargura?
Cualquiera que con hierro da tormento
con hierro le darán la muerte dura».
La oreja pegó a Malcho y esto haziendo
a Pedro bolbió y dixo prosiguiendo:

«¿Piensas acasso, Pedro açelerado,
que rogar a mi Padre no podría,
el qual de su çeleste e inperio estado
dos mill y más legiones me enbiaría?
Mas como lo qu[e]está prophetizado
si así no fuese, di, ¿se cunpliría?
A Pedro dexa y a la jente fiera
serenamente abló d[e]esta manera.

«Qual a ladrón abéis a mí salido,
cada cual de bosotros muy armado,
mas ¿cómo no me abéis, dezí, prendido,
pues con vosotros en el tenplo he estado?
Echo es aquesto porque se ha cunplido
lo que muy muchos an prophetizado».
Los disçípulos tímidos, que oyeron,
desanparando a su señor huyeron.

El conbento sacrílego y maldito
lo lleba aprisa con airado estruendo,
qual ban abofeteando al infinito,
qual la dibina faz [le] ban escupiendo,
qual del sacro cavello tan bendicto
le ba tirando y de la varba asiendo,
qual le da con el cabo de la lanza
y ¡cómo rabia aquel que no le alcanza!.

¿Qué cabello tal siente y no se [h]eriza,
qué corazón tal siente y no se ablanda,
qué alma tal siente y no se atemoriza,
de ver su Dios y su señor quál anda?
¿Quién con dolor eterno no eterniza
la memoria de ver la hermosa y blanda
carne dibina con dureza tanta
llebar con una soga a la garganta?

¡Ay, Señor de mi alma, quién pudiera
los puntapiés y cozes que os ban dando
rescivillos, ¡Jesús, cómo lo hiziera!,
de los que os ban, Señor, atormentando!
¡O mano cruel, o furia carnizera!
O pueblo iniquo, pérfido, nefando,
O dibina bondad, o virtud sancta,
que al çielo atemoriza, al suelo espanta!

Contempla, o alma triste, entristezida
este misterio y mira de qué suerte
ba el buen Jesús por darte eterna bida
padesçiendo como honbre infausta muerte.
Mira la suma potestad venida
a sujetarse a género tan fuerte
de contumelias y de afrentas duras
de tan biles y soezes criaturas.

Alma, dile entre ti «mi Dios, rei mío,
¿qué os muebe a padesçer mal tan estraño,
qué obras[h]os hizo el honbre fiero, inpío,
que por su bien tomáis un mal tamaño?
Contenpla su dolor y haziendo un río
tus ojos dos publiquen tanto daño.
y si acaso en ti ya tal pena bibe,
al segundo misterio te aperçibe.

Segundo misterio

Salga del ronco y ençendido pecho
al canto triste, miserable, amargo,
que de mi duro corazón desecho
en mísero lamento y llanto largo
y para caminar tan duro trecho
y resçibir en honbros tanto cargo
deme favor aquel cuyo tormento
canta mi pluma en doloroso açento.

O mi saçerdotissa y mi Sibila
de aquel pecho dibino y sacro oráculo
mi entendimiento guía, ingenio afila,
dame para pasar tu fideo báculo,
y al corazón, que lágrimas destila,
ebítale cualquiera humano obstáculo
y dame del secreto que alcançabas
quando, durmiendo, el pecho esquadriñabas.

Ya el rei de bida en la coluna atado
está esperando que las manos crudas
con fieros golpes y furor doblado
ronpan las almas carnes ya desnudas.
Ya de su ropa Cristo despojado
espera que las puntas más agudas
ofendan aquel cuerpo soberano
de la crueldad de la judaica mano.

¡Ay, quién le be desnudo al que ha bestido
el mundo todo con su mano eterna!
¡Ay, quién le be esperando a un poste asido
con un cordel el braço y mano tierna!
¡Qu[e] el hombre que crió tan atrebido,
instigado de Alecto, furia inferna,
ponga las manos en su cuerpo sacro
tocando aquel dibino simulacro!

Ya los verdugos y nefanda jente
las bergas lían, atan y aparejan,
ya ablan entre sí tácitamente
y de dalle muy recio se aconsejan,
ya su deseo por vengarse ardiente
en cunplimiento de las obras dejan,
ya buscan vergas, juncos y cordeles,
por conponer açotes más crueles.

Ya las cuerdas con rezio ñudo añudan
y d[e]ellas con el pie y la mano tiran
ya del bano trabajo todos sudan
y al buen Jesús qu[e] está callando miran
apenas ben la bía quando acudan
y menos hazen mientras más estiran
porqu[e] el deseo i priesa les hazía
su presta boluntad luenga y tardía.

¡Ay, que me tienblan ya las carnes mías
de ber alçar las manos despiadadas
de aquellas enemigas conpañías
en crueldad horrible exerçitadas!
Entrañas duras como piedra frías,
¿que [h]os hizieron las carnes deificadas?
que ansí con tal fiereza duramente
un cuerpo maltratáis tan innoçente?

Peçina horrenda del Cozito inmundo,
canalla triste, bárbara y esquiba,
açelerada jente que en el mundo
sin luz bibís y d[e] ella el çielo os priba,
mirad esa humildad y amor profundo
abrid los ojos biendo la luz biba
del que con una mínima çentella
la tierra abrasara y quanto ay [e]n ella.

¡O coluna dichosa que en ti atado
tienes al rei de la çeleste esphera!;
Con ser tu corazón mármol labrado
paresçe que te ablandas como çera,
pues si una piedra dura se a ablandado
deber al buen Jesús d[e]esta manera,
más es que piedra el corazón del honbre,
pues de demonio cruel resçive nonbre.

¡Ay, alma triste, qu[e] el dolor te espanta
llora cuitada con eterno llanto,
mira tu Dios del quello hasta la planta
lleno de heridas penetrantes tanto,
mira los cardenales que lebanta
un açote cruel de hórrido espanto
mira de roja sangre el largo rastro
que t[h]iñe el cuerpo hermoso de alabastro.

De las heridas que en su cuerpo ençierra
mira el arroyo manantial que corre
y que, aunqu[e] es rei del çielo y de la tierra,
ni el çielo ni la tierra le socorre;
mira quál los dibinos ojos çierra
porque la furia e inchazón se borre
de los que sin paçiençia padeçemos.
los trabajos pequeños que t[h]enemos.

Tanta humildad, cordero manso y tierno,
tanta humildad, señor del çielo astrífero,
tanto sufrir, mi Redemptor superno,
por dar al honbre medio salutífero,
alabenos los çielos, tierra, infierno,
que con dolor tan áspero y mortífero
queréis oy redimir a la criatura,
pudiendo no pasar pena tan dura.

¡Ay, crueles manos, manos despiadadas,
pechos ferozes, pérfida biolençia!
¿qué os muebe a mostraros tan airadas
osando ansí ofender la omnipotençia?
Seráphicas legiones ensalzadas,
¿cómo no hazéis alguna resistençia?
Tierra, ¿cómo tus hijos no arrebatas,
pues que con ellos tu hazedor maltratas?

O dura tierra, ¿cómo no los tragas?
O tierra dura, ¿cómo no los hundes?
¿No bes las crudas y cresadas llagas?
por-qué, enemiga cruel, no los confundes,
antes creo te huelgas y repagas
del gran contento que en tu çentro infundes
biendo qual sobre ti tienes elada
la soberana sangre derramada.

O alma mía como piedra dura
quebrántete tan grave sentimiento,
gime y llora tu amarga desbentura
por quien le dan a Dios tan cruel tormento.
Haz, alma, sendas fuentes de agua pura
aquesos ojos y ese pensamiento
poned en Dios, diziendo «O padre mío,
¿cómo consiente tal tu poderío?»

¿Cómo que las criaturas que criaste
y de un poco de lodo los heziste
consienta tu bondad que sin contraste
le den a puros golpes muerte triste?
Bien pudieras, Señor, sin que se gaste
tanta preçiosa sangre que bertiste,
el mundo redimir, pero has querido
dar muestra del amor que le has t[h]enido.

En la coluna estáis, Jesús, callando
y çufriendo dolor por la criatura,
por la criatura que os está açotando
con una crueldad tan inpía y dura.
Él la muerte cruel os está dando
y bos çufriendo dais bida segura,
y para el grande amor que le t[h]enéis
os paresçe qu[e]es poco lo que hazéis.

¿Qué humano puede aver tan duro y fiero
que biénd[o]os, mi Señor, d[e]esta manera
no aflixa, ablande el corazón de azero
y el alma triste a que por bos se muera?
¿Quién no tienbla, Dios mío vedadero,
biendo qu[e]está tenblando la alta esphera
de veros, mi Jesús, a un poste atado
y al pecador enbuelto en su pecado?

Contenpla, o alma mía, al rei sagrado
qual baxa por la ropa mansa mente
después que cruda mente fue açotado,
y el dolor que en bestilla pasa y siente;
aquel cuerpo contenpla lastimado
de la perbersa y más que iniqua jente,
siente su pena y tenla en la memoria
porque sientas el gozo de su gloria.

**** **** ****

Buelba mi pluma al misterioso canto
baya adelante el doloroso estilo
no çese un punto al lamentable llanto
ni el licor tan amargo que distilo;
ya me desmaya el amarillo espanto,
ya cesa de las lágrimas el hilo,
ya muere con pesar el canto amargo
que mi turbada pluma toma a cargo.

O tú, que con tu ayuda me levantas
y sublimas el flaco entendimiento
para que cante las angustias santas
del azedor del alto firmamento,
concédeme tus manos sacrosanctas
para que en el furor de tal tormento
no quede el alma flaca desmayada
llebada al dulçe fin de la jornada.

Tercero misterio

Ya la canalla vil, bárbara, horrenda,
de cansada y molida está sentada
para bolber de nuebo a la contienda
con nuebo aliento y bida descansada.
¡Ay, rei del çielo, no ay quien os defienda!,
todo el mundo os ofende a mano armada,
siendo bos la defensa que en la tierra
al enemigo sathanás destierra.

Ya los mostruos plutónicos tomando
una corona de espinoso espino
la caveza le están atormentando
con gruesos palos de nogal y pino
y las dibinas sienes penetrando
del cordero manssísimo dibino
están con un furor cruel horrendo
de su bondad dibina escarnesçiendo.

No adorna la corona algún carbunco,
amatista, jaçinto o esmeralda
porque buscaron el marino junco
e marítimas islas por la falda
y en los riscos de un áspero espelunco
buscaron çarças para la guirnalda;
éstas ponen y puntas penetrantes
en lugar de caffí, rubí, diamantes.

¡Ay, qu[é] es posible, ay Dios, que al rei eterno
de çielo y tierra tal corona pongan,
aquel çelebro delicado y tierno
de çarças espinosas le conpongan
y con orgullo y con furor inferno
a tal atrebimiento se dispongan!
¡Ay rei y Señor mío, ay rei sagrado,
de inmérita corona coronado!

¡Ay, Señor, que corona es esta amarga,
amarga y triste y rígida corona,
corona cruel que con angustia larga
buestra cabeza dibinal corona!
Muy pesada es, Señor, la dura carga
que çufre v[uest]ra [h]única persona
por el ingrato pecador maligno
que tanto daña cuerpo tan dibino.

Mill palabras de injuria le dezían,
mill bofetones y puñadas daban,
la inmaculada cara l[e] escupían
y con mano cruel desfiguraban,
de su humildad dibina escarneçían;
e ya que los crueles se cansaban
bisten aquel qu[e]es vida dulçe y única
una purpúrea beste[n] como túnica.

Pónenle luego en las atadas manos
una caña por çetro real y insigne
y con los fieros jestos inhumanos
para qu[e] el pueblo contra él se indigne
a bozes ban diziendo los tiranos
por que mejor su intento se encamine:
«Sálbate, Dios, o rei de los judíos»,
martirizando aquellos mienbros píos.

Después de maltratado Jesucristo,
Pilatos le sacó con la corona,
dize «Beis aquí el honbre», y siendo visto
por cada qual la voz en alto entona,
diziéndole: «Si quieres ser vienquisto
y que biba quieta su persona,
Cruçifícalo luego, cruçifícalo
y a descarnada muerte sacnfícalo».

Pilatos, que maneras mill vuscaba
como librarle, díxoles: «Tomaldo,
y pues lo deseáis con fuerça braba,
al punto en una cruz crucificaldo.»
El pueblo, que su muerte deseava
al punto que oyó dezir «llevaldo,»
le dizen cada qual «de nos lei tiene,
y lei que en sí verdad y virtud tiene.

Según ella meresçe aqueste honbre
la muerte que pedimos, y es muy justo,
porque de fijo de Dios usurpó el nonbre
y no la dando, juzgas como injusto».
Pilatos, qu[e]esto oyó de tal renonbre
tenblando le quedó el pecho robusto,
y entróse por saver en qué consiste
en el pretorio temeroso y triste.

Qual el que en alta mar corre tormenta
y es de los quatro vientos conbatido
y no save a qué parte tenga quenta
en barios pensamientos sumergido,
ansí Pilatos triste se presenta
de mill varios temores conpelido,
tan pensatibo que su pena dura
çertidunbre ninguna le asegura.

Al fin por ver si d[e]él saver podría
alguna cossa, dize: «¿Qué heziste,
amigo, de dónd[e] eres? Por qué bía,
por qué manera y modo a mí beniste?»
Jesús palabra no le respondía.
De que se siente el presidente triste
y conçibiendo en sí un coraxe fuerte,
con jatançia le dixo d[e]esta suerte:

«¿No saves que yo tengo potestad
para, si quiero yo, darte la muerte,
y para darte dulçe libertad,
alegre bida y benturosa suerte?»
A lo qual la dibina Magestad
responde umilde a su soberbia fuerte:
«Tu potestad sobre la mía es nada,
si no te fuese de lo alto dada».

«Mas, ¡ay de aquel que a ti me truxo, digo
qu[e]este sin falta tiene más pecado,
aqueste llebará justo castigo
pagando bien el daño que a causado».
Con tal respuesta el pérfido enemigo
quedó tan temeroso y tan turbado
que en mill modos procura por libralle,
pero el pueblo no quiere lugar dalle.

Dizenle: «Si a éste libras tú, sin falta
de Çésar enemigo serás grande,
acaba ya con él, di qué te falta,
hazlo porque no más en el pueblo ande,
no quieras por tu loca inchazón alta
qu[e] éste con su doctrina se desmande».
Ponçio, que oyó su furia y grita fiera,
al Redemptor al punto sacó fuera.

En su potente tribunal sentado
informarse quería y procuraba,
qu[e] el t[h]emeroso pecho lastimado
mill nuebos pensamientos sospechava.
¡O bano pueblo, iniquo, o juez malbado,
o furia endemoniada, ardiente y brava,
o moradores del infernal lago,
qual se os ordena temerario estrago!

Ya la mitad de la çeleste esphera
el délphico señor corrido abía
y por su fuerza penetrante y fiera
la seca tierra como fuego ardía,
quando Pilato que en qualquier manera
al redenptor la bida defendía,
poniéndose en mitad de aquella grey
«Bes aquí, dize, amigos, v[uest]ro rei».

Ellos clamando con horrible estruendo,
diziendo están «no, no le beamos,
quítale, dizen, con tumulto horrendo,
clávale en una cruz qual deseamos;
su muerte todos te estarán pidiendo,
si no permites que bengados seamos».
El presidente que lo tal oía
d[e]esta manera al pueblo respondía:

«¡A v[uest]ro rei queréis, o jente loca,
quite la vida y dé afrentosa muerte!»
Luego la iniqua jente con no poca
soberbia y furia dize d[e]esta suerte:
«Nuestro inperio y corona a Çésar toca,
no conosçemos otro rei más fuerte,
aqueste inbicto prínçipe tenemos
y como a exçelso rey obedesçemos,

El presidente, el alboroto viendo
de aquellos fieros mostruos inhumanos
y que no [h]era posible defendiendo
libralle del furor de los tiranos,
en presençia del pueblo qu[e]está oyendo,
agua tomando, se labó las manos
diziéndoles: «Ansí quedo innosçente
de la sangre del justo qu[e]es presente».

«Sobre nosotros, dize el pueblo inpío,
y sobre nuestros hijos caiga y benga
la sangre suya», y con feroçe brío
defienden su opinión con falsa arenga.
El Presidente, viendo que desbío
no ay que procurar puede ni que tenga,
dióles el fraudalento que pedían
y aquel que justo sin razón hazían.

Y a nuestro Dios y Redemptor vendicto
se lo entregó al iniquo pueblo infando,
el qual con alarido y raudo grito
mill vozes y alboroto lebantando
resçiben a Jesús rei infinito,
que darle muerte estaban deseando;
y con furia cruel luego truxeron
la cruz pesada que llebar le hizieron.

¡O jente falsa, jente endemoniada
ministros del triphauçe cançerbero,
en la [h]arenosa Libia criada
de algún serpiente venenoso y fiero,
y tigres de la Ircania enponçoñada
¿qué os haze la umildad d[e]ese cordero
que tan sin culpa pronunçiáis sentençia
sin rectitud, sin [h]orden y conçiençia.

¡Ay, alma mía, mira al rei eterno
a muerte como reo sentençiado,
mira su cuerpo delicado y tierno
a golpes temerosos quebrantado,
llora dolor tan áspero y interno,
pues d[e]é1 a sido causa tu pecado.
Mas ya si tanta lástima as sentido,
para el quarto misterio te concibo.

***** ***** *****

El alma triste de dolor y pena,
de suspiros y angustias rodeada,
despida en abundosa y larga bena
el ansí que la tiene lastimada,
ya del gusto del mundo libre, agena,
del todo dibidida y apartada;
sienta de nuevo el triste sentimiento
nueba pena, dolor, nuebo tormento.

Agora es tienpo, dulçe norte mío,
que baya tu dibina y sacra estrella
guiando con dibino poderío
y con tu mano poderosa y vella
mi contrastado y tímido nabío,
que en sintiendo que sienta el favor d[e]ella
no temerá de aqueste mar las rocas
ni de las peñas las abiertas vocas.

Quarto misterio

Ya la perbersa jente açelerada
iniqua, infame, pérfida, avatida,
en los dibinos honbros la pesada
cruz tienen puesta al alto rei de bida,
y de la jente y guarda aparejada
que para el caso estava aperçibida,
reluçen ricos y azerados trajes
con dibersas colores de plumajes.

A puerta avierta salen de palaçio
mobiendo un largo y polboroso estruendo;
Jesús no puede ni aun andar despaçio
y a puros palos hazenle ir corriendo;
y aquel dibino cuerpo flaco y laçio
con una larga y gruesa soga asiendo
tiran, maltratan, dañan y desuellan,
matan, renpujan, cargan y atropellan.

La romana vandera ba delante,
de sus antiguas letras estanpada,
labradas de oro, título arrogante
de los romanos, jente en guerra usada
de armas, corazas, petos, cotas de ante,
multitud ba detrás de jente armada
con picas, lanzas, maças y alabardas,
plumas azules, verdes, blancas, pardas.

Ba por el aire el grito de la jente
el çielo cubre el polbo en nube espesa,
el tropel de caballos se oye y siente,
quál cruza, quál se ba, quál se atrabiesa,
quál llega y con la lanza de repente
con el robusto braço y fuerza tiesa
«Aparta, aparta», dize atropellando,
el redemptor dibino derribando.

Como el peso [h]era grande que llebaba
y con los crudos golpes que çufría
con ella a cada paso arrodillava,
y ellos allí creyeron moriría,
pensaron como el cuerpo tal estava
que ya cruçificado no sería,
y ansí buscaban que alguien le ayudase
por que el aliento y bida le durase.

Al çirineo Simón que de la villa
venía en el camino le encontraron
y aunque bien procuraba rehuilla
la cruz pesada a un cabo le cargaron.
El pueblo muebe grande maravilla,
tienbla la tierra biendo lo que usaron,
los del caberno lloran y se espantan,
los padres sanctos en el linbo cantan.

Las dueñas castas que a Jesús seguían,
viendo su gran dolor, terrible y fuerte,
todas juntas lloravan y gemían,
sintiendo en lo más íntimo su muerte.
Jesús quando las bio que ansí plañían
con voz humilde dixo d[e]esta suerte:
«Por mí, hijas amadas, no lloréis,
sí por bos y los hijos que t[h]enéis.

Que un día bendrá y diréis con gran fortuna
vendictas las que estériles bibieron,
los pechos que no dieron leche alguna
y los bientres que nunca conçibieron;
montes, caed y sin piedad ninguna
hundidnos en los çentros que os subieron,
no veamos la cara desdichados
del que a de perdonar n[uest]tros pecados.

Que si a mí se me da tan gran tormento,
siendo madero verde, ¿qué será
del seco y triste y sin ningún sustento,
pues tal dolor le dan al que le da?
¿Qué será del balor de baxo intento,
que tantos males oy causado ha?»
Aquí çesó, que los que lo llebaban
para ablar lugar no le dexaban.

La sangre que salía del çelebro
cómo la bista soberana cubre,
cómo oscureze ya de color negro
el ancha bía y el camino encubre
y aquel pueblo dezía: «Yo me alegro
de ber cómo su muerte se descubre».
El redenptor dibino pidió un paño
para linpiarse aquel dolor estraño.

Una vendicta dueña, que mobida
de gran piedad oyó lo que pedía,
dióle su toca propia al rei de bida,
que otra cosa presente no tenía;
quedó la diba faz allí esculpida
con el sudor y sangre que corría,
tan biba y natural que pone espanto
y a quien la bía muebe a tierno llanto.

¡O faz dibina, o frente penetrada,
o berdes, claros ojos, dulces, vellos,
cuya luz es del sol tan enbidiada
que, si alguna luz tiene, sale d[e]ellos!
¡O boca en sangre por mi mal bañada,
ay arrancada varba, ay los cabellos,
ay mi Jesús, quál bais, Señor herido,
de polbo y sangre y de sudor t[h]eñido!

¡Ay, cómo siento yo veros ansina,
ay qual pesan, Señor, los mis pecados,
que os traen esa espalda tan dibina
y aquesos sacros honbros quebrantados!
¡O paçiençia veactifica, benigna,
padezca parte yo d[e]esos cuidados,
sienta yo el ber a mi Jesús querido
de polbo y sangre y de sudor t[h]eñido!

¡O rei del cielo, grande fuerza tiene,
el amor, pues te ha hecho tanta guerra
que de tu silla y potestad solenne
tan abatido te abajó a la tierra!
¿Qué ganançia, qué bien, qué gloria os biene,
que por canalla tan horrenda y perra
vais con esa cruz tan abatido
de polbo y sangre y de sudor t[h]eñido?

¡Ay, qual suenan los hórridos pregones,
la tronpeta vastarda y ronca tronpa,
vastante a entristezer los corazones
y hazer qu[e]el alma de dolor se ronpa!
Y metido bais entre esos esquadrones
con abatida y desdichada ponpa,
coronado, açotado y escupido,
de polbo y sangre y de sudor t[h]eñido.

Contenpla, o alma, al Hijo poderoso
del rei çeleste de la inperea esphera,
contenpla este misterio doloroso,
pues ya lo lleban a que por ti muera.
Mira el llagado cuerpo triste, ansioso,
en el poder de tanta jente fiera,
míralo y si te atrebes a oír su muerte,
este misterio que se sigue adbierte.

**** **** ****

Agora agora vengan con más ánimo,
lágrimas nuebas, nueba pena dura,
agora, corazón tan posilánimo,
llorad de nuebo nueba desbentura;
y aunque no ay duro corazón magnánimo
que tenga en tal dolor fuerza segura,
saca tu agora fuerzas de flaqueza
para bolber de nuebo la tristeza.

Y agora quiero yo que no me dexes,
o tú, que en este trançe me as traido,
agora quiero yo que me aconsejes,
agora quiero yo ser socorrido,
agora quiero yo que no te alexes
mas que me llebes de la mano asido,
porque del duro y miserable trange
al benidero gozo aliento alcançe.

Quinto misterio

Ya por el triste monte se esparzía
el pueblo que a Jesús aconpañaba,
la jente de a caballo ya subía
y el concurso del bulgo desbiaba,
Llegados, pues, con grita y vozería
donde el torpe deseo deseaba,
en alta cruz tendieron en el suelo
para clavar en ella al rei del çielo.

La vestidura pobre que llebaba
con furia de las carnes le quitaron,
y como con la sangre asida estava,
que los açotes crudos se secaron,
con el vigor que cada qual tirava
mill pedaços de carne le arrancaron.
Contenpla, alma, dolor tan rezio y fuerte,
más espantoso y fuerte que la muerte.

Luego al Señor sobre la cruz tendieron
y las señales luego señalaron
donde sus sacros braços estendieron
y donde los dibinos pies llegaron.
Esto hecho, luego lebantarle hizieron
y la cruz señalada barrenaron
y tendiendo otra bez la sacra mano
la clava un sayón duro y inhumano.

Pasados a enclavar la mano sancta
qu[e]el dolor de la diestra le faltava,
no llegava, o Señor, que esto me espanta,
adonde el agujero echo estava.
Atáronle una soga y fuerza tanta
pusieron en tirar que ya llegava,
los pechos sacros le descoyuntaron
y las tiernas ternillas le arrancaron.

Clavado ya su cuerpo soberano,
la cruz lebantan y en el pie pusieron;
de los pies tiran con furor tirano
y qual las sacras manos puestos fueron
aqueste fue el dolor más inhumano
de todos quantos daños le hizieron.
Aqui el dibino cuerpo descoyuntan
y quantos huesos ay se descoajuntan.

Y por mayor desonra y más pasiones
que aun hasta el postrer punto le buscaron,
al un lado y al otro dos ladrones
con sogas en dos palos lebantaron,
y con ber las crueles sinrazones
ruega por los que allí le maltrataron:
«Perdona, Padre, a los que me desplaçen,
pues no saben ni entienden lo que hazen».

Después sobre la túnica y bestido
algunos suertes por la parte echaron,
porque lo de Davit fuese cunplido
y todo lo que aquí prophetizaron.
Contenpla, corazón endurezido,
lo qu[e]éstos con tu Dios inmenso [h]usaron,
contenpla las desonras que çufría,
contenpla quán sin culpa padesçía.

Ya el runrún por las calles se lebanta,
ya sueña el lloro de mujeres tristes.
San Juan, que bio muy bien la inpiedad tanta,
diziendo ba: «O mi Dios, qué tal quisistes»;
corriendo ba a llamar la Virgen sancta
Y dízele: «O Señora, el que paristes
[h]id a mirar qual ba todo de suerte
que su menor dolor sea la muerte».

«Aguijad, Madre pía desdichada,
si bibo queréis ber el hijo amado,
corred, piadosa madre infortunada
a ver el cuerpo triste lastimado.
N[o]os turbéis, alma sancta deificada,
cobrad ánimo agora señalado,
sacad fuerças de aquese pecho sancto
y para más dolor guardad el llanto».

«Aguijad y veréis v[uest]ro cordero
entregado con mansa mansedurnbre
en las manos del lobo carnizero,
que se exerçita en dalle pesadumbre».
La aflicta Virgen con el dolor fiero,
viendo que a su hijo, de sus ojos lunbre,
ban a dar muerte, o alma, ¿qué haría
quando la triste y rapta nueba oiría?

Al fin como el dolor lugar le diese
corriendo aprisa fue por berle bibo.
Quando llegó la Virgen do pudiese
besar su hijo en el dolor esquibo,
como la grita y vozería sintiese
y el son de muerte horrenda qual cautibo
rebienta por la boca fáçilmente
lo que en el corazón aflicto siente.

«Pobre Jesús, ¿qué muerte es ésta, hijo,
hijo querido mío, qu[é]es aquesto?
¡De veros tal es ese regozijo
que lleba aqueste pueblo a mí molesto!,
cordero manso, ¿qu[é]es aquesto? dixo,
¡En v[uest]ra tierna [h]edad muerte tan presto!,
¿Cómo, hijo, permitís que sola quede
y buestra conpañía se me bede?

¿Qué haré dulçe Jesús, regalo mío?,
sin ti quál quedará la madre triste?
¿Cómo tu soberano poderío
inpiedad tan horrible consentiste?
Pueblo incapaz de lei, cruel, inpío,
¿cómo a tu criador ansí ofendiste?
¡Ay, hijo caro; ay, madre afortunada,
si en mí fuera su pena executada!»

Çierta muger topó por el camino
que la faz a Jesús abía linpiado.
Tal iba que quedó el rostro dibino
tres vezes en el paño dibujado.
A la Virgen la dueña luego bino
y el paño le enseñó en sangre bañado.
La Virgen, que lo bio, con más quebranto
de nuebo muebe un tierno y triste llanto.

Llanto de María

El lienço vessa con amor materno
mojándole con lágrimas continas,
diziendo: «¿Dónde están, ay Dios eterno,
v[uest]ras façiones tiernas y dibinas?
¡Quál debe de ir, Señor, el cuerpo tierno
de las blasfemas jentes tan indignas,
maltratado y llagado y todo abierto,
pues de sudor de sangre bais cubierto!

¿Dónde está el rosicler vañado en sangre?
No es ésta su color sangrienta y pálida?
¿Cómo consentís, hijo, se desangre
el cuerpo de la roja sangre cálida?
No es bien que consintáis que ansí se sangre;
pues una gota v[uest]ra sola es bálida
para la redempçión de todo el orbe,
bien es que alguna parte, hijo, se estorbe».

El delicado labio tan dulçíssimo
la porpúrea color de bella rosa
que la mexillas sacras, amantíssimo
hijo, cubrían con la graçia hermosa
¿Quién en un color cárdeno tristíssimo
mudó v[uest]ra color linda y graçiosa?
¿Quál fue la açelerada y presta mano
que os mesó el cabello soberano?

¿Quién eclisó, Jesús, los claros soles
donde tu madre triste se miraba.
No son éstos aquellos arreboles
que quando niño yo, mi Dios, vesava.
El que os quiso mal, hijo, maltratóles,
pues su luz de otra suerte contenplava
quando os parí y quando os llebé al tenplo
que de aquesta que agora los contenplo.

De Herodes os guardé siendo chiquito,
porque n[o] os diese muerte aquel tirano,
mas ¿qué me aprobechó, rei infinito,
escaparos de aquella cruda mano?
Con presta uída os puse allá en exito
huyendo su furor tan inhumano,
mas agora en peor estáis metido
y todo por aquel que os a ofendido.

Biendo el rastro de sangre que esparzido
iba corriendo por aquel camino,
el alma virgen con dolor cresçido,
perdiendo la color al suelo bino.
Buelta del parasismo dolorido,
dize: «Dulçe Jesús, de tu dibino
cuerpo es aquesta sangre; ¡ay madre triste,
que tal bes un solo hijo que pariste!»

Al sagrado calbario ya llegada
con la gran conpañía que allí lleba,
¿qué haría la madre desdichada
sintiendo aquel dolor y pena nueba?
Morirse ya de pena lastimada
no, que aunque gran dolor de belle prueba
es coluna çercada y fuerte muro,
que Hieremías dixo, muy seguro.

La sacrosancta Virgen que le mira,
mudó el senblante, al rostro delicado
de tal suerte qu[e] el pueblo ya se admira
creyendo que [h]era ya su fin llegado.
Las manos en clabija, el cuerpo estira,
maltrata el bello rostro deificado
y quando ya salió del parasismo
d[e]esta arte ablava con su hijo mismo:

«Hijo querido mío, ¿qu[e]es aquesto?
¿Quién en un trançe tal os ha traido?
Quién ese bello rostro ansí os a puesto?
Quién en tanta manera os ha ofendido?
Quién de color tan cárdeno y funesto
v[uest]ro rostro mudó, Jesús querido?,
Quién, alma beata, alma inmaculada,
bañó en sangre la cara deificada?

¿No son esos los ojos refulgentes
que yo solía mirar qual madre dina?
Ni aquesos los cavellos exçelentes,
ni es aquesa la boca tan dibina?
¿Cómo dexáis, mi Dios, entre estas jentes
una fuerza como esta feminina
huérfana de mi bien y de mi hermano,
de esposo, padre y hijo soberano?

¿El cristalino pecho deificado,
quién de negra color entristezida,
qual no solía estar, os ha mudado
que a mí para mirarle dexó abida?,
¿Quién los braços, Jesús, a lastimado,
que a mí dexó sin pena meresçida?
¡Ay, dicha triste, ay, mísera fortuna!
¿quién apartó dos almas, qu[e]era una?

¿Quién enclavó las sacrosantas manos,
quién las beda el poder a[n]sí abraçarme?
Dexadme allá llegar siquiera, hermanos,
para que pueda ber si puede ablarme.
Çufrís, Jesús, sin parte d[e]ellos darme.
¿Quién usó crueldad tan inportuna?
¿Quién apartó dos almas, qu[e]era una?

Jesús, ¿de hermoso quién os hizo feo?
Jesús, ¿de bueno quién os hizo malo?
Jesús, ¿de casto quién os dio ese arreo?
Jesús, ¿de justo quién os puso a un palo?
Jesús, de quieto escarneçido os beo.
Jesús, de bibo muerto ya os señalo
¿Cómo no tubo piedad alguna
quien apartó dos almas que [h]era una?

Dulçe Jesús, regalo dulçe mío,
amores rníos, gloria de mi alma,
ya por mis venas siento un mortal frío
que mi penosa bida pone en calma.
Ya de mis ojos se me agota el río;
¡ay, si gozase victoriosa palma,
que no puedo çufrir tan dura carga
sin ti, por quien m[e]es ya la vida amarga!

Amarga bida bibiré penosa,
penosa bibiré la amarga bida,
desabrida, cruel, triste, enfadosa,
enfadosa, cruel y desabrida,
perdida mi alegría en qualquier cossa,
en qualquier cosa mi alegría perdida.
Llorando aguardaré mi muerte larga
sin ti, por quien m[e]es ya la bida amarga.

Sin ti ninguna gloria será gloria,
sin ti ningún contento m[e]es contento,
sin ti me dará muerte la memoria,
de tan infausto y triste apartamiento,
porqu[e]e1 proçesso d[e]esta larga istoria
en mí tendrá presente aquel tormento,
pues mi morir tan por mi mal se alarga
sin ti, por quien m[e]es ya [la] bida amarga.»

Quando al pie de la cruz se bio llegada,
d[e]esta suerte le abló: «¡Ay, hijo caro,
por bos [h]era de todos muy amada,
por bos me hon[r]raban, qu[e] érades mi anparo;
padesco agora afrentas desonrada,
sin bos, que sois mi bien y mi reparo.
Mirad qual me dexáis biuda pobre,
¿Cómo sin bos queréis que bida cobre?»

Cristo, que oyó la madre que lloraba,
mayor dolor resçive que sentía,
y con boz que a todos lastimaba
a su querida madre ansí dezía:
«Mujer, bes aí tu hijo»; y al qu[e]estaba
presente, que san Juan por nombre abía,
besa, y «tu madre» dixo, «y a la hora
la resçive por madre y por señora».

Un pequeñuelo título clavado
Pilatos puso sobre la cruz luego
con unas letras grandes adornado
de ebraico carácter, latino y griego.
«Nazareno Jesús, está estanpado,
Rex Iudeorum», de que burla y juego
hizieron los qu[e]el título miraron
y d[e]él escarneçieron y mofaron.

Como leyeron 'Rei de los judíos'
a Pilatos al punto se quexaron,
el qual les dixo con airados bríos
«Lo que escriví escriví», y luego callaron.
Los que a Jesús miraban con desbíos
con jestos y bisajes d[e] él burlaron
diziendo «Si eres rey, de ay deziende
y en salbar a ti ya nos ençiende.

Tú dixiste que dentro de tres días
desarías al tenplo edificado,
y en otros tres lo redificarías;
pues si tanto poder tienes guardado,
¿cómo por remediarte no porfías
pues en un trançe tal as oy llegado?
A otros dabas bida y buena suerte
y a ti no te libertas de la muerte».

Él un ladrón de los que allí sabemos
qu[e]estaban, dixo: «Si eres Dios vendicto,
sálbate a ti y a nos y cre[h]eremos
ser tú el Mesías sancto infinito».
Él otro dixo haziendo mill estremos:
«Calla, si quieres, ya, honbre preçito,
qu[e]éste padesçe por agena culpa
e nos e tú por nuestra y sin disculpa».

Luego de sancto ispíritu mobido
inclina el rostro y dize: «O mag[estad],
quando seas en tu reino esclaresçido,
acuérdate de mí por tu bondad».
«Amigo, el Redemptor le a respondido,
oy en el paraíso de verdad
serás comigo». Luego, el rostro alçando,
dixo al eterno Padre sollozando:

«Heli, Heli, dos vezes, o Dios mío,
¿por qué d[e]este arte dereliquisti me?»
«A Dios, dixo, llarna», el pueblo inpío.
Y luego dixo Cristo: «Grand sed he».
Ellos corrieron con beloze brío
y el que d[e]ellos más presto pudo fue
y el binagre truxo que gustase,
para que más su pena se doblase.

«Elías venga, dizen, benga agora
a darte bida alegre y descansada».
Mas biendo el Redemptor que ya la ora
de su propinqua muerte [h]era llegada,
y biendo que la jente pecadora
del poder de Sathán era librada,
al çielo el rostro alço «Señor, diziendo,
en tus manos mi espíritu encomiendo».

Muriendo dio la muerte a n[uest]ra muerte,
dio bida y bida eterna a n[uest]ra vida,
murió quanto honbre por matar la muerte,
quanto Dios bibe, qu[e]Él es propia bida.
Y aunque murió, murió por dar la muerte
al que pribó la bida a n[uest]ra bida.
Y inclinando su rostro hazia su madre
el espíritu rindió al alto Padre.

Ya muerto el Redemptor, un caballero
alçóse en los estribos muy gallardo
y con la lanza eniesta muy ligero,
no se mostrando en la carrera tardo,
diole por el costado verdadero;
del lazio cuerpo ya difunto y pardo
salió una sangre y agua biba luego
y a los ojos le bino que [h]era ciego.

Cobró la vista el pérfido atrebido,
de que se espanta el bárbaro tumulto.
Y buelto hazia su cassa arrepentido
lloraba el grabe y cometido insulto.
A su Dios soberano a conosçido
y allí conosçe aquel misterio oculto
que si del cuerpo cobró bista, el alma
tanbién la cobró allí y meresçió palma.

El claro sol que bio de su alta esphera
muerto a su Redemptor, muestra tal duelo
pena tan triste, dolorosa y fiera,
que de tiniebla cubre el largo suelo.
El çentro de la tierra en gran manera
siente el dolor y amargo desconsuelo.
Las abes ençerradas en sus nidos
buelben sus cantos sones doloridos.

Ya el suelo estaba de espantosa niebla
todo cubierto, pues el çielo cubre
la alegre cara y todo el [h]orbe aniebla,
como cosa ninguna se le encubre.
Luego el biento aconpaña la tiniebla
llebando todo aquello que descubre.
Roripióse el velo que en el tenplo estava
y el más fuerte y feroz allí tenblava.

Los monumentos todos se abrían,
las piedras unas con las otras daban,
muy muchos sanctos muertos resurgían
que sepultados en la villa estaban.
Los montes retenblándose gemían,
las fieras gimen, lloran y bramaban,
tienbla el caberno biendo mal tamaño,
mobiendo un alarido y grito estraño.

La mar inchiendo de furiosas olas
el poder brama y muebe gran tormenta,
los delfines saltando con las colas
sienten este dolor de tanta quenta;
la triste nabe que camina a solas
haziéndola pedaços la tormenta,
gruñen marinos mo[n]struos y las focas,
bramando suenan conbatidas rocas.

No le bale a Neptuno muy turbado
sacar de verdes olas coronada
la blanca calva, y con tridente airado
sosegar a la mar con voz cansada,
que quando bido el biento demasiado
y la braba borrasca lebantada,
mirando de las olas el encuentro,
tenblando se arroxó en el hondo çentro.

Llamando a Phorco, Tetis y Nereo,
y al padre Oçéano con senblante atento
les dixo: «Dioses, ¿qu[é] es esto que beo?
¿No beis de tierra y çielo el sentimiento?
¿Sabes la causa d[e]esto? di, Proteo».
Proteo respondió con ronco açento:
«No sé, señor, jamás se bio tal cossa,
el çielo y tierra y mar tenpestuosa».

Séte dezir que [e]estando apaçentando
tus monstruos, tus delphines y tus phocas,
sentí qu[e] el euro y áfrico bramando,
con el çéfiro y boreas no con pocas
fuerças les bí la tierra y mar llebando,
haziendo mill pedaços n[uest]ras rocas
y llebar por la tierra muy airados
los barbechos, rastrojos y senbrados.

La dura ençina y el antiguo roble
derriban por el suelo y rigurosos,
mostrando cada qual su fuerza doble,
destruyen edifiçios sumtuosos.
Nunca se bio este tienmpo tan inmoble,
pues no estiman tu çetro de furiosos,
nunca se bio por la troyana armada
tal borrasca como esta lebantada.

Llorando están las musas olinpiadas
las marinas Nisea, Drimo y Janto,
Licoris, Climene, las bellas dríadas
con las oreadas mueben fuerte llanto.
Llorando están las ninphas amadríadas,
náyades y napeas con quebranto,
tenblando está la mar y el largo suelo
t[h]emiendo algún furor del alto çielo».

«Hijos queridos, respondió Neptuno,
gran mal debe de aver, pues tanto suena,
y si el suelo se benga [a]sí de alguno,
haga en buena ora su bengança buena,
no salga de bosotros tan solo uno,
asta qu[e]esté la mar mansa y serena».
Con esto en lo más hondo se arroxaron
los dioses que a Neptuno aconpañaron.

La diosa Telus con su ançiana cara
asta las largas tetas echó fuera,
el flaco cuerpo de mirar no para
el monte, el prado, el soto y la ribera,
y los hundidos ojos que espantara
a qualquier hijo suyo que la viera
esparçe por el ancho y largo suelo,
bolbiéndolos de en quando en quando al çielo

Saca sus verdes y húmidos cavellos
sus pies y negras manos adornadas
de raízes muy fuertes y be en ellos
sus brotadas ijuelas destroçadas.
Ve en el suelo sus hijos y de bellos
tuerçe sus largas manos enramadas
y algando un çeptro q[ue] [h]era un grueso tronco
abló con baja boz y açento ronco.

«¿Qu[é] es esto, quién os muebe a cruda guerra?
Qué nobedad es esta tan estraña?
Quién tiene tal poder que al suelo atierra
las selbas, montes, bosques y montaña?
No soi la reina y diosa de la tierra?
Quién mi inperio destruye asuela y daña?
De mí se guarde, que si yo le encuentro,
abriéndome le haré bajar al çentro».

Ansí dixo y mirando al alto çielo
sintió que aquel furor de allá venia
y con terror y themeroso çelo
dio un restrallido y todo estremezía
Retunba el eco por el ancho suelo
y por el mundo todo se estendia,
ella con el bastón abriendo el monte,
hundióse hasta los reinos de Acheronte.

Del espantable golpe el reino fiero
con paboroso estruendo muebe un grito
que el pecho estremezió del rei sebero
y atrás bolbió la estigie y el cozito
con aulladora boz, y el cançerbero
tiene el infierno tímido y aflito,
quebranta las cadenas espantosas
de que dexa las almas temerosas.

Huye la reina del inferno lago,
a los braços plutónicos se acoje.
Plutón, turbado del horrendo estrago,
la negra sangre al corazón recoxe,
dízele Proserpina: «Lo que hago,
esposo y caro amigo, no te enoje,
qu[e]el fiero estruendo de la tierra es tanto
que a penetrado el çentro del espanto».

Plutón, mirando la inquietud estraña,
dize: «¿Quién es aqueste que en mi reino
tal alboroto muebe?, ¿quién me daña
dentro de los palaçios donde reino?
No soi yo aquel que en la infernal montaña
mi barba y mi cabello estiendo y peino
con paz y quietud mansa y tranquila?,
quien mi gozo perturba y aniquila?»

Aquesto dixo y luego al mundo inbía
sus espantosas idras mensajeras
para saver la nobedad que abía;
las quales llenas de culebras fieras
conbocan la enemiga conpañía
y las pintadas alas muy ligeras
estienden con horrísono ruido
dexando el fiero bosque ennegreçido.

Alma, contenpla aqueste gran tormento,
y si esto siente el mar, infierno y suelo,
con razón harás tú más sentimiento,
pues causa fuiste de tan grave duelo.
Siente su muerte, siente el fin biolento,
para dar a tu bida algún consuelo,
contenplando y llorando harás dos fuentes,
que a sus sagrados pies lleguen corrientes.

Siendo ya tarde como aquesto vieron
dos honbres ricos que a Jesús miraban,
ser el Hijo de Dios con fe creyeron
por las grandes señales que notavan.
Entranbos juntos a Pilatos fueron
y el cuerpo de Jesús le demandaban.
Pilatos se admiró de que [h]era muerto
y estaba temeroso y muy inçierto.

Luego les dio liçençia que quitasen
el cuerpo del Señor. Ellos se fueron.
[H]orden buscaron como lo llebasen
y una sábana blanca allí truxeron.
Y como ya a Jesús desenclabasen
en braços de la Virgen le pusieron,
la qual el rostro pálido besava
y el cuerpo sacro en lágrimas bañaba.

Contenpla, o alma, el grave llanto
que haría la aflicta Virgen dolorosa,
el aire y tierra muebe a su quebranto
mirando tal aquella efigie hermosa.
Contenpla los cuchillos que aquel sancto
Simeón le anunció de muerte odiosa
quando en sus braços meresçió en el tenplo
t[h]ener del mundo la virtud y exenplo.

La aflicta Virgen con su rostro junta
el de su hijo, que la efigie clara
de la madre, que en él está trasunta,
tiñe aquella velleza al mundo rara.
La faz del hijo triste e ya defunta
en lágrimas maternas de su cara
está bañada y aunque está callando
aquesto con el alma le está ablando:

«O lunbre eterna, o lunbre esclaresçida,
o hermosura clarífica afeada,
¿Quién fue de tanto mal crudo omiçida?
¿Quién os dio aquesta muerte açelerada
O gran bondad, inmensa y sin medida,
o umildad soberana despreçiada?
Dijísteme, ángel, ser de graçia llena,
besme aquí llena de dolor y pena.

O hijo mío, ¿qué tormento es éste
que para tienpo tal se me guardava?
¿Qué consuelo e de allar en lo terrest[r]e
que preste alibio a mi congoja braba?
Consuele mi alma tu poder çeleste
qual algún día, ay Dios, me consolava.
¡Ay, qué dulçes consuelos resçevía,
ay, dulçes prendas, quando Dios quería.

¡O prendas que algún día fuistes prenda
de aquella alma dibina que ençerrastes,
por quien mi alma y corazón se prenda,
que con eterna prenda los prendastes!
Agora es bien, o prendas, que yo aprenda;
otro tiempo es de aquel que me enseñastes
quando libre bibía descuidado
y me [h]era amigo mi infelice hado.

Mi desbentura y llanto bino a tienpo
que yo gozava quietud tranquila,
paz, gloria, honor, descanso, pasatienpo,
aunqu[e] esta ora adibinéla y bila.
Corren las oras y el ligero tienpo,
la gloria [se] acaba, todo se aniquila.
O prendas, pues os bais con mi alegría,
tomad aquesta mísera alma mía.

Vase la bida, biénese la muerte,
el bien fenesçe, el mal jamás se acaba,
no tira a nadie el arco que no açierte,
duras son las saetas de su aljava,
o çielos, o fortuna, o parca, o suerte,
executad en mí la fuerza braba,
enbiadme presto a ber a mi hijo amado
y dad fin dulçe a mi mortal cuidado.

Contenpla, pues, agora, piedra dura,
el dolor de la Virgen dolorosa
mírala çierta de su desbentura;
mira la tierna faz triste y llorosa,
dexa ya de seguir vana locura,
que corre n[uest]ra bida presurosa
y callándose biene sosegada
la repentina muerte açelerada.

Contenpla el llanto que san Juan haría
viendo al querido primo lastimado.
«O mi querido primo, le dezía,
¿quién tan horrible muerte os a causado?
Ayer estuve, o claro sol del día,
en aquese regazo recostado,
que agora con gran ansia y gran tristura
beo llagado por mi desbentura.

Ay, dulçe primo, si este sentimiento
quiere t[h]ener en pie mi amarga bida
no es porque yo de beras no lo siento
mas porque no es tu boluntad cunplida.
Tu cruda muerte y áspero tormento
del cuerpo tiene mi alma dibidida.
De nuebo sentir quiero tus cuidados,
llorad sin descansar, ojos cansados».

Cansados ojos que miráis los ojos
que os daban luz de resplandor dibino;
ojos que beis los míseros despojos
de v[uest]ro dulçe capitán benigno,
sentid con nuebas ansias sus enojos
y este dolor que durará continuo;
jamas çeséis hasta que estéis cerrados.
Llorad sin descansar, ojos cansados.

Mientras que dentro del corpóreo velo
mi triste alma bibiere aposentada,
y hasta que el cuerpo dé la deuda al suelo
y buelba en tierra lo qu[e] es tierra y nada,
y hasta que sea boluntad del çielo
que acabe aquesta vida desdichada,
en dos corrientes ríos transformados,
llorad sin descansar, ojos cansados.

«Maestro mío y el que más estimo,
no biba yo tan sola una ora,
el corazón con fiero llanto oprimo,
que desfallesca y muera luego a la ora.
Mi Redemptor, mi Dios, mi dulçe primo
¿qué hará sin bos el alma que os adora?
Qué hará sino llorar mis tristes hados?
Llorad sin descansar, ojos cansados».

Contenpla el llanto de las tres Marías,
que al de la Virgen sacra aconpañaba,
y lo que tú, o Magdalena, arías
viendo a tu Dios querido qual estaba.
¿Qué arías de tus ojos, qué dirías?
No tanto quanto el corazón pasava,
pues desecha en suspiros y tormento
dirías con amargo sentimiento:

«Maestro caro, bien del alma mía,
vesaros quiero aquesos pies dibinos
y con dolor y pena noche y día
llorando acabaré mis desatinos.
Lánguidos ojos míos, boca fría,
mienbros de tanto mal y daño indignos,
en llanto iré los míos deshaziendo,
salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Corred aprisa, lágrimas [h]ardientes,
abrasad las mexillas desdichadas;
inpriman sendos surcos las corrientes
por donde baxen con furor lanzadas,
sean mis ojos desde oy más dos fuentes
no del estío secas ni agotadas
y para començar lo que prentendo,
salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Quán diferentes vi los pies sagrados,
quando en aquel conbite de mi bida
fueron con bibas lágrimas bañados
de aquesta triste y mísera aflixida.
Luego con mis cabellos enjugados
de mi pasada bida arrepentida.
¡Ay, quales los estoy agora viendo!
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Allí vi v[uest]ro rostro delicado,
v[uest]ra hemosura çelestial sagrada
quedó mi corazón de bos prendado
quedó el alma de bos enamorada
¡y cómo agora os beo maltratado!
La dulçe boca cárdena y morada
estoime entre mí misma consumiendo.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo».

La Virgen, pues, qué haría en tanto aprieto
no se puede dezir, porque fue tanto
que del dolor más íntimo y secreto
daba muestras el largo y tierno llanto.
Allí clamor sanctísimo y perfecto
mostrava muy de veras su quebranto,
pues lágrimas corriendo hilo a hilo
sobre el regazo fundan otro Nilo.

De los cansados braços le quitaron
y en un labrado y nuevo monumento
el soberano cuerpo sepultaron,
mobiendo todo el mundo a sentimiento.
Aquí las penas todas acabaron
de nuestro Dios, aquí acabó el tormento,
quedó el género humano libertado
del fiero capitán encadenado

Resurrección de Cristo

Fenezca agora ya el amargo llanto,
çese la pena, angustia y agonía,
no corran tristes lágrimas en tanto,
y si corrieren corran de alegría,
comiénçese el glorioso y dulçe canto
del fausto, alegre y benturoso día,
suenen en las dibinas gerarquías
flautas, dulçainas, arpas, chirimías.

Y tú que me sacaste a felix puerto
de la tormenta d[e]este mar airado,
adonde el escapar me fuera inçierto,
si no me ubiera tu favor librado,
para que cante yo gozo tan çierto
de nuebo aliento sea yo inspirado:
que tu ayuda pretendo, quiero, elijo,
qual quise en la tristeza, en regozijo.

Ya el alma deificada, sacrosancta
de aquel inmenso rei del çielo eterno
con nueba luz que al çentro obscuro [e]spanta
bajava a las cabernas del infierno,
quando mirando la potencia tanta
del azedor supremo senpiterno
los crueles espíritus de males
çesaron los tormentos infernales.

La fiera Alecto, llena de culebras,
paró el tormento de su suerte fiera
paró la estigie de sus aguas negras,
el raudo son horrible por manera
por las infinas venas haze quiebras,
huyendo aquella luz de que se altera,
desanpara la varca el viejo horrible
el rostro asconde de la luz bisible.

Las tres gargantas gruñen reziamente,
resuena el son de grillos estrupendo
el ediondo coçito la corriente
atrás bolbió del resplandor huyendo.
Las hijas de la noche tristemente
pararon e Yxión paró atendiendo,
el águila paró aquel exerçicio
que da tormento al miserable triçio.

Rugen las furias Tesifón, Mexera,
por los çerrados bosques dan bramidos
los seraphines malos que la fiera
arrogançia los hizo destruidos,
cada qual brama, tienbla, huye, altera
y diçen con rabiosos alaridos
«¿Quién es éste que biene poderoso?
jamás bino aquí honbre tan furioso».

Juez paresçe, no deudor culpado,
él biene a pelear y no a penar;
si escuridad traxera de pecado,
no osara con tal luz y osadía entrar;
Si es honbre ¿cómo tan audaz a entrado?
Si es Dios ¿qué tiene aquí en este lugar?
¿Qué haze en el sepulchro el Dios eterno?,
qué tenga agora que ber en n[uest]ro infierno?

Llegando al triste muro muy triunphante
dixo «Aperite portas». Esto oído,
responde la canalla en voz sonante:
«¿Quién eres tú que ansí tan atrebido
n[uest]ros intactos muros de diamante
tocaste y la tiniebla as corronpido
con resplandor que a n[uest]ra vista atapa
y el çentro más obscuro desatapa?

A la terçera vez que aquesto dixo
las puertas del caberno dan en tierra,
entró la luz con grande regozijo
y la escuridad triste a l[o]ondo ençierra,
Cada espíritu busca su escondixo
mobiendo entre sí mismos cruda guerra,
dan tristes alaridos espantosos
por los bosques obscuros tenebrosos.

«O cruz, dezían, que nos has burlado,
nosotros nuestro mal mismo rodearnos».
El fiero rei horrendo dize airado:
«Espíritus sequazes ¿qué esperamos?
perdido es n[uest]ro reino y n[uest]ro estado,
nosotros n[uest]ro linbo despojamos;
ya no ay más que temer, todo es perdido,
ya queda el mundo triste redimido».

Los patriarchas sanctos, q[ue] esperando
estaban su dibino adbenimiento,
postráronse a sus pies todos llorando
lágrimas que nasçieron del contento,
Los dos padres primeros alegrando
la conpañía con alegre açento
le diçen: «O Señor, y quántos días
a que os esperan estas conpañías.

Venido avéis, veatífica [e]sperança,
a remediar la culpa y el pecado.
Oy gozamos la bien aventuranza
que tantos años emos esperado.
Las penas de tan áspera mudança,
que meresçemos por aver [h]errado
sufrir os hizo, amor, con su grandeza
y siendo de tan áspera aspereza»,

Allí los patriarchas humillándose
con inefable gloria y reberençia
mill cossas le dezían alegrándose
de verse ya delante su presençia.
En ella están los viejos transportándose,
llorando lo que hizo su dolençia.
Jesús aquellas lágrimas linpiando
mill consuelos dibinos está dando.

Allí el sancto vaptista se alegrava
y el biejo Simeón, que estava ufano,
dezía el biejo, que a su Dios mirava:
«Gloria te cante el çielo soberano».
Por quán bien enpleados Cristo dava
los trabajos, que no eran nada en bano,
biendo el fruto que d[e]ellos ya salía
y el gozo grande de su conpañía.

Las calbas sacan todos laureadas
de verde lauro y arrayán florido,
las pías sienes todas coronadas
en loor del vençimiento esclaresçido.
Ya pasava las límites bedadas
el esquadrón, que en torno ba esparzido
cantando sacros innos soberanos,
asidos todos de las sanctas manos.

¡O almas veatas, sacrosanctas, vellas,
o almas libres de la pena estraña,
o almas quán sin miedo de t[h]emellas
vais tras el Criador, que os aconpaña!
¡O almas refulgentes más que estrellas,
ninguna pena de otra pena os daña!
Id, almas pías de inmortal memoria,
a gozar ya la deseada gloria.

Mirando el esquadrón tan hermosísimo
de hermosos viejos todos coronados,
llora el caberno triste en son tristísimo
biendo cantar los biejos venerados.
El estrupendo son espantosísimo
retunba por los montes y collados,
gime Luzbel su pena encaresçida,
renobando de nuebo su caída.

Lloran aquellos que con él cayeron
mirando que ban ya [a] ser ocupadas
aquellas altas sillas que perdieron.
Sienten de nuebo penas ya pasadas,
pagan el arrogançia que tubieron
y con penas crueles y dobladas
quedan llorando en el profundo infierno
y las almas cantando en cielo eterno.

Llegada ya la ora y sancto punto
que Jesucristo avía determinado,
el alma sancta entró en aquel difunto
cuerpo, que en el sepulchro abía quedado,
estando el cuerpo con el alma junto.
No puede de mi pluma ser contado
quán hermoso quedó y resplandesçiente
y más que el mismo Febo refulgente.

Qual blanca rosa que la noche fría
marchita dexa y luego a la mañana,
salido el sol, con el calor del día
la buelbe más hermosa y más lozana,
ansina el sacro cuerpo quedaría
con el sol de su alma soberana
en triunpho de beata y sancta suerte
triunphando alegre de la triste muerte.

Este es Josep, que de la cárçel sale
echo señor de Exito y su partido,
éste es Moisén, que del amor se vale
para que pharaón sea destruido.
Mardocheo es éste a quien dan el 'bale',
que a su enemigo muerto e ya bençido
en su cruz misma con potençia fuerte
liberta a todo el pueblo de la muerte.

Este es el sancto Daniel salido
del lago de los leones temerosos,
sin que algún daño ubiese resçivido
de aquellos animales espantosos.
Este es Jonás en Nínive venido,
éste es Cr[ist]o de males peligrosos
salido, pues la muerte no le puede
tener, que no aya deuda que le aquede.

Aqueste es por quien somos redimidos,
aqueste es por quien somos libertados,
éste es quien con trabajos doloridos
pasó muerte por todos los pecados;
éste que trae los sacros pies heridos,
los braços y el costado traspasados,
es Jesús nazareno, y las heridas
son de amor soberano enriquezidas.

Contenpla agora alegre, ánima mía,
el gozo de los çielos y la tierra,
que viendo de sus hijos la alegría,
el amargo dolor de sí destierra.
Mira qual en el alta gerarchía,
donde la corte çelestial se ençierra
dizen los paraninphos a millares,
alegres salmos, himnos y cantares.

El sol cobra de nuebo nueba lunbre,
soplan Fabonio y Çefiro tenplados,
no lleban ya por montuosa cunbre
los robles, ni en los llanos los senbrados.
Con lento paso y pía mansedunbre
rodeado y cubierto de pescados
la cabeça Neptuno saca fuera
y espántase de ver la mar sebera.

Vela de muy furiosa, muy tenplada
sin bulliçio ninguno lebantada
ve toda la borrasca sosegada
y el diáphano viento sosegado.
Entendió que la furia [h]era pasada
del çielo y como ya estaría bengado,
surcando el mar se arroja con tal gana
que mobió gran montón de espuma cana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario