viernes, 6 de abril de 2012

El Ángel de Getsemaní

La luna llena de Pascua no bastó para dar una brizna de luz a la noche más negra de la Creación. En el pequeño huerto de Getsemaní, Dios mismo, encorvado y retorcido como un viejo olivo, se estremecía dominado por el pánico.
Jesús era un gusano, un pecador sin pecado, un mendigo moribundo acompañado del Diablo. De los apóstoles, once dormían a pierna suelta; sólo Judas estaba en vela.
Aquella tarde se había celebrado por primera vez la Eucaristía y había nacido el sacerdocio de la Nueva Alianza. Jesús había promulgado su mandamiento nuevo y lo ilustró lavando, como un esclavo, los 24 pies de los nuevos obispos de la Iglesia Católica.
―Como yo os he amado; así debéis amaros los unos a los otros. Seréis los más humildes servidores de los demás.
Pero en la noche de Getsemaní, el amor dio paso al odio, a la traición. Y Satanás, crecido como en otro tiempo en el Edén, jugó su última partida:
―Es demasiado para un hombre solo. Para ser el nuevo Adán necesitarías apropiarte de todas las vilezas de la humanidad y cargar con ellas: serás el violador, el terrorista, el traficante de niños, el más degenerado de los hombres... Serás repugnante. El pecado te aplastará.
Los ángeles del Cielo conteníamos el aliento. De la frente del Salvador brotaron unas gotas de sangre que empaparon la tierra. En ese momento recibí la orden de acudir en auxilio del Redentor.
Jesús, al fin, venció la batalla. Su sí puso en fuga al Diablo y yo pude volver con mi Dueña y Señora.
¿No lo he dicho?: soy el Ángel Custodio de María. Ella es la Reina de los Ángeles y me encargó la misión de confortar a su Hijo

La voz de Raphael y la letra de palito Ortega, preciosa...

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