sábado, 9 de junio de 2018

"Autobiografía del hijito que no nació" de Hugo Wast Capítulo II


Mi cuerpo va creciendo.
Mis oídos recogen algunos rumores de afuera.
¿Quién es mi ángel? ¿Cómo se llama?

Cada nuevo día mi ángel me despierta con una oración. Todavía yo no puedo aprenderla porque no tengo memoria. Sin embargo me parece que mi cuerpo ya no es tan pequeñito y que llego a percibir algunos rumores que vienen de muy lejos.
Todo lo que está fuera de este rinconcito tibio y suave donde voy criándome, es lejos para mí.
Dice el ángel que algún día todo eso me parecerá muy cerca y que entonces él mismo, que ahora me cuida y enseña, tendrá que alejarse de mí. Esto me ha llenado de preocupaciones, lo cual significa que mi cerebro ya comienza a formarse.
No me animo a preguntarle a mi ángel cómo podrá algún día estar lejos de mí, si Dios le ha mandado que sea mi custodio y compañero siempre, aunque algún día yo deje de estar donde ahora estoy, porque me habré desarrollado completamente.

No sé cómo expresar estas cosas raras que se me ocurren y que harían reír a los hombres, si pudieran escucharlas; pero ni ellos, ni siquiera mi ángel las escuchan, como que yo mismo apenas me entiendo. La lengua en que hablo debe de ser la lengua de los ángeles que se aprende en un momento. Hablando siento que soy una persona. Es decir, alguien que tiene un alma distinta de las otras almas, un alma que ahora conversa con el ángel y que después conversará con los hombres, conversará con mi mamá, conversará con mi papá y con mis hermanitos. Me ha contado, y esto me ha hecho muy feliz, que yo tengo dos hermanitos, que hace mucho tiempo vivieron como yo, formándose como me formo yo, poquito a poco, y ahora son dos preciosas criaturas: él tiene seis años y ella cinco. Me ha dicho también que podría tener muchos hermanitos más, pero que todos murieron antes de nacer. Dice mi ángel que mi papá odia a sus hijitos pequeños. No he comprendido lo que esto significa, pero he prestado atención a los rumores de afuera y he percibido una voz que me parece la de mi hermanita. Es lo más prodigioso que haya sentido en mi vida. Le he contado esto a mi ángel y él me ha dicho que debo de haberlo soñado, pues mis oídos todavía no son aptos para escuchar las cosas del mundo. ¿La oiré, tal vez, a ella como podría oír a los ángeles?
Otro sueño he tenido y no he querido contárselo a él, porque me parece que lo ofendería.
Está bien que yo no sepa mi propio nombre porque no me llamaré de ningún modo hasta que sea un hombrecito o una mujercita y me bauticen, como él me ha explicado. Pero él tiene seguramente un nombre, distinto del de los otros ángeles. ¿Por qué no me lo ha dicho? Yo sólo sé que el ángel custodio de mi mamá se llama Absalón, pero el nombre de él me lo ha ocultado.
Me enseña mucho.
Me ha dicho que aunque yo sea pequeñísimo y él sea un ángel poderosísimo que todos los días ve cara a cara a Dios y a la Santísima Virgen, él no puede penetrar en mi alma, a donde sólo Dios penetra. Cada alma humana es como una fortaleza cerrada no sólo para los ángeles, sino también para los demonios, que no pueden entrar en ella si el dueño de esa alma no le abre una puerta, o un postigo, un resquicio a lo menos, para poder empezar a seducirla con malos pensamientos. Cosas muy difíciles de entender, pero que no olvido cuando mi ángel me las ha dicho tres veces.
¿Pero por qué digo mi ángel, si no conozco su nombre y estoy comenzando a pensar que este ángel no es el mío y que yo estoy como abandonado en el mundo?
Me muero de sueño y voy a dormirme sin saludarlo. No creo que me pertenezca. ¿Debo confiar mis secretos a quien puede contarlo a otra persona, aunque esa persona sea mi madre?


No hay comentarios:

Publicar un comentario