viernes, 15 de junio de 2018

"Autobiografía del hijito que no nació" de Hugo Wast Capítulo VIII


De la "Autobiografía"

Los ángeles de mi familia hablan de un doctor negro. Los asesinatos de niñitos que este hombre comete lo han hecho rico. Pero él también un día morirá.
He pasado muchos días sin pensar en nada, sintiéndome agotado. Hoy al despertarme el ángel me ha dicho en qué día estoy viviendo. Debo haber crecido muchísimo, pues aunque todavía yo no me veo, siento que mi cuerpo se extiende sin dolor y que voy formándome. Todavía el ángel no me ha revelado si seré un hombrecito o una mujercita, pero creo que él ya lo sabe. El ángel sabe muchas cosas y no me descubre ni siquiera la mitad de las que sabe. Hoy, sin embargo, me ha dicho una que me ha dejado lleno de las pequeñas cavilaciones que pueden caber en mi pequeñísimo cerebro. Él asegura que tengo ya un cerebro, aunque ningún sabio del mundo con ningún instrumento podría descubrírmelo. Un ángel, sí, porque sus ojos tienen un rayo de la luz de la cara de Dios y lo ven todo.
Me ha dicho, pues, mi ángel que se han reunido los ángeles de la guarda de mi padre y de mis dos hermanitos con él, para hablar de mí y que están muy tristes porque le han oído a mi padre una terrible conversación mantenida con un hombre negro, un doctor, según lo llaman.
No es que ese hombre sea propiamente negro, sino que tiene tantos millones de pecados sobre el alma, que aparece horriblemente negro a los ojos de los ángeles. Absalón afirma que ese doctor es uno de los mayores criminales que existen en el mundo, que él solo, y a veces ayudado por una mujer que se viste de blanco, ha cometido innumerables asesinatos de niñitos como yo y más grandes que yo, que aunque pequeñitos y todavía apenas formados, poseían ya un alma perfecta, creada por Dios, para que fuera eternamente feliz en el cielo. Y que por obra de ese hombre negro, esos niñitos han muerto sin bautismo.
Dice mi ángel que los incontables asesinatos que él comete con sus herramientas de médico no son reprobados por los padres, malos casi todos, quienes le pagan mucho por cada niñito que asesina. Pero ese doctor que, como dice mi ángel, “hace vanos los planes de Dios”, un día morirá. La vida de cada una de sus víctimas es como una cadena de hierro que se le ha enroscado al cuerpo. Nada le puede librar de esos millares de cadenas que lo envuelven. Y cuando muera, su alma, ahogada por ese enorme peso, que ahora no siente, porque él nunca piensa que tiene alma, se hundirá en las llamas del más profundo infierno.

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