jueves, 14 de junio de 2018

"Autobiografía del hijito que no nació" de Hugo Wast Capítulo VII


El alma de mi pobre madre está sombría.
Algo le ha contado a Absalón el arcángel Gabriel

Lo primero que le he preguntado a Absalón cuando he despertado en un nuevo día, es por qué parece tan oscuro el seno de mi madre. Yo no he visto nunca la luz, ni sé cómo será, pero la oscuridad en que ahora vivo me da miedo y pienso que viviría más a gusto en eso que mi ángel llama “la luz de Dios”.
Esta vez el ángel me contesta que no hay nada en el universo más negro que el pecado y que en le corazón de mi madre hay pecados. Son cosas que no entiendo, pero que él no quiere explicarme mucho.
Soy tan pequeñito que no debería sentir dolores, porque dice el ángel que el dolor es una cosa de las personas grandes, no de los niños inocentes como yo, que no han nacido. Sin embargo, como mi alma es perfecta yo he sentido una gran aflicción al saber que el corazón de mi madre está lleno de pecados. Porque yo la quiero ya con todas las fuerzas de mi pequeñísimo corazón, que todavía no se ha formado.
Mi ángel es un sabio. Me enseña muchas cosas que yo aprendo enseguida y no quiero olvidar. Mi ángel, que sabe todo lo que pasó antes de que Dios creara mi alma, y todo lo que está pasando alrededor de mí, sin embargo aún ignora lo que va a ser de mí en el futuro, porque el futuro es algo que sólo está en la mente de Dios y ni los arcángeles pueden penetrarlo.
Absalón ha conversado con el ángel de la guarda de mi papá. No me ha contado de qué hablaron. Solamente me dice como antes: “¡Hay que rogar a Dios mucho, mucho, mucho!”
Le he preguntado qué tal persona es mi papá, y me ha contestado que yo soy demasiado curioso y que no debo preguntar ciertas cosas. Para consolarme me anuncia que mañana me contará algo mejor, que ha sabido por el arcángel Gabriel. Es algo que se refiere a mi porvenir y que Gabriel sabe por habérselo confiado la Virgen. Ella sí lo sabe todo, lo pasado, lo presente y lo futuro, no como criatura humana, sino como Madre de Jesucristo que es Dios y que nada le oculta.
¡Me he quedado pensativo! Ya he dicho que mi alma es perfecta, a pesar de la insignificancia de mi cuerpo, que ahora sólo puede ser visto con esos aparatos que usan los hombres para ver los microbios. Yo soy un poquito más grande que un microbio. Y ya tengo a varios ángeles preocupados por cuenta mía. También cree que el arcángel Gabriel se interesa por mí y que ha hablado de ello con la Santísima Virgen. ¡No cabe en mi pequeña cabeza una cosa parecida! ¿Cómo puede ser que un microbio como yo preocupe a los ángeles del cielo y a la misma Virgen?
Vuelvo a sentirme sumamente cansado. Quisiera dormir no una noche, sino muchas noches seguidas. ¡Dios mío! ¡Qué terrible oscuridad la del corazón de mi madre! ¡Ojalá mañana ella tuviera la luz que mi ángel dice que hay en la presencia de Dios! Veo que me estoy durmiendo, porque ya he comenzado a soñar.

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