lunes, 11 de junio de 2018

"Autobiografía del hijito que no nació" de Hugo Wast Capítulo IV


Me he enamorado de una voz y horrorizado de otra.
El horrendo Tubal Astaró.
Lo que me responde el ángel me llena de miedo.

No alcanzo a comprender lo que es el día y lo que es la noche. Mis pequeñísimos ojos sólo ven oscuridad horrorosa, porque según me ha dicho Absalón está formada por la sombra de muchos pecados. No me atrevo a pensar que sean pecados de mi madre. La quiero ya como si le hubiese visto la cara y sé que ella también me quiere locamente, valientemente.
Estas dos palabras las ha empleado el ángel y ha intentado explicármelas, pero yo no he comprendido. ¿Cómo puede llamarse valiente al amor de una madre por su hijito no nacido todavía? ¿Quiere decir que para quererme tiene que pelear con otras personas? Espero ser mayor a fin de penetrar estos misterios. Lo que sí sé es que estoy enamorado de una voz. El ángel- antes yo lo llamaba mi ángel- no cree posible que yo haya podido oír nada, ni siquiera la voz de las personas que hablan con mi mamá, porque mis oídos son todavía más pequeñitos que mis ojos y no pueden servirme.
Le he preguntado si no se oye también con el corazón, quiero decir que cuando un ser humano es muy cariñoso, y muy pequeño, antes de nacer, oye y siente con su corazoncito que le golpea muchas veces y le comunica cosas de fuera que le llegan en la corriente de la sangre de su mamá que lo alimenta.
El ángel se ríe de lo que yo le pregunto. Esta vez se ha reído más que nunca cuando le he dicho que al despertarme escuché una voz preciosa, de alguien que hablaba con mi madre. Yo conozco la voz de ella, y me gusta mucho oírla aunque me apena, porque es triste.
Pero esta voz, muy parecida a la de ella, como sería la de una hija, pero en nada triste, sino muy alegre y transparente, como de un alma iluminada por luces que yo no veo, ha iluminado mi oscuridad y me ha hecho muy feliz. Adivino que es la voz de mi hermanita y me he enamorado de ella. De pronto se calló, porque resonó otra voz, fuerte y ronca y odiosa, que hizo temblar a mi madre. Yo sentía su temblor en la corriente de su sangre que me llegaba y no oí ninguna respuesta suya.
- Esa no era la voz de tu padre- me ha explicado el ángel.
Le pregunto con ansiedad:
- ¿De quién era, pues?
El ángel vaciló un momento, como si temiera enseñarme tan temprano estas cosas, que algún día tendré que saber. Luego murmuró con tristeza:
- Esa es la voz del médico de tu padre, el doctor Tubal Astaró. ¿Te acordarás de este nombre?
- Si yo no olvido nada de lo que me enseñas, aunque tú dices que mi cerebro todavía no es mayor que la cabeza de un alfiler. Yo ignoro lo que es un alfiler. Supongo que es una cosa insignificante. Pero tú alguna vez has usado esa expresión.
- El doctor Astaró- prosiguió el ángel- hace temblar a tu mamá con sólo darle los buenos días, porque ella sabe que nunca va a una casa sino por algo muy malo. Los asesinos…
- ¿Qué son los asesinos?
- Los hombres que quitan la vida a otros. Los asesinos matan a uno o a dos, y la justicia de los hombres los persigue, los encarcela y a veces los mata. Y Dios aprueba la justicia de esos jueces, porque el asesino, culpable de haber quitado la vida a un semejante, merece el peor castigo.
- ¿Aunque no haya asesinado más que a una persona?
- ¡Así es!
- ¿Y el doctor Astaró ha quitado la vida a otros?
- Ha quitado la vida a miles de niñitos como tú. La sangre de esos inocentes está humeando en los altares del Señor y pidiendo venganza.
- Y la justicia que persigue y ajusticia a un asesino cuando ha muerto a una sola persona, ¿no le hace nada al doctor Astaró?
- ¡No, no le hace nada!
La voz del ángel me penetra como un cuchillo y me hace sufrir.
Absalón lo advierte y permanece callado un buen rato.
Yo no le pregunto más, porque siento que si me vuelve a hablar en ese tono me hará morir.
¿Pero qué es morir? La verdad es que no lo sé.
- Duérmete criatura- me susurra Absalón-. Estás muy cansado. No es tiempo todavía de aprender estos horrores.
- Sí, estoy cansado- contesto, sintiendo que mi madre tiembla más que yo y que Astaró habla en voz baja con mi padre.
Así me duermo, sin pretender escudriñar lo que hace temblar a mi mamá, cuya alma es sombría, ni tampoco saber por qué el horrible doctor no es perseguido por la justicia.

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