lunes, 15 de noviembre de 2010

final

Y esta vez el comentario –dice José Luis Martin Descalzo- son los 5 mansos sonetos que “cuentan” la muerte y la no-muerte del autor. Que sueña con llegar un día a gozar de “la Noche-luz tras tanta noche oscura”

Se lo encontraron muerto una mañana
de principios de otoño. Sonreía
dando gracias al sol, que aún lamía
su piel tras el cristal de la ventana.
Dijeron que sonaba una campana
y que e´, desde la muerte, todavía
la quería escuchar y que tendía
las muertas manos a la voz lejana.
Dicen que el cuerpo estaba acurrucado
como el de un pequeño que quisiera
regresar hasta el punto de partida.
Aseguran que no estaba asustado
y jugaba a morir, como si fuera
el último recreo de su vida.

Antes que sus amigos, se enteraron
de su muerte las cosas, las queridas
cosas que tanto amó, que, sorprendidas,
a su cuerpo caído se acercaron.
“¿Por qué no ríe ya?” se preguntaron
los bolígrafos viudos, las dormidas
librerías, las sábanas caídas
que por última noche le arroparon.
Todo esperaba el roce de sus dedos,
todos querían volver a su mano,
porque, en su muerte, todos se morían.
Y allí quedaron los objetos quedos,
acariciando al pobre muerto humano
con los últimos besos que tenían.

Cuando llegó, la gente no entendía
que estuviera tan muerto, tan dormido
aquel muchacho que no había sabido
más que vivir, vivir, mientras vivía.
¿Qué va a hacer, la gente se decía,
ahora que estás tan muerto, tan herido,
ahora que tus jardines han huido
y que se te ha extraviado la alegría?
¿Cómo amará tu corazón parado?
¿Qué harás si la esperanza se te acaba?
¿Podrás vivir en la tiniebla fría?
Pero él seguía allí, muerto y helado.
Pero él estaba muerto y se callaba.
Pero él estaba muerto y no sabía.

El no sintió que el cuerpo iba quedando
duro, de piedra solitaria y fría.
No comprobó que el corazón dormía
y que la ultima sed se iba apagando.
Pero allá, en algún sitio, suplicando
se oyó su muerta voz que repetía
que aceptaba morir, pero quería
salvar lo que se estaba marchitando.
Salvar la pobre carne de la muerte,
rescatar del gusano aquellas manos
y el niño corazón que tanto amara.
Pero estaba jugada ya su suerte:
era el precio que pagan los humanos.
Porque la vida siempre sale cara.

Y entonces vio la luz. La luz que entraba
por todas las ventanas de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huida
y entendió que la muerte ya no estaba.
Morir sólo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.
Acabar de llorar y hacer preguntas;
ver al Amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura;
tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-luz tras tanta noche oscura.

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