sábado, 24 de marzo de 2012

una gota en el oceano

Una anécdota de la Madre Angélica; la monja clarisa norteamericana de la EWTN:

Hace unos años estaba en California dando unas conferencias, cuando decidí dar un paseo junto al mar. Me encanta el océano. Me asombra la obra que Dios realizó al crearlo, y cuando contemplo su poder en esa expansión aparentemente inacabable de agua y en el vaivén de las olas, siempre me entran ganas de jugar.
En esa ocasión vestía como de costumbre mi hábito franciscano de color castaño, y al pasar junto a unos bañistas, vi que me miraban perplejos. Conforme avanzaba por la playa, las chicas que llevaban bikini empezaron a cubrirse una tras otra con sus toallas hasta la barbilla, en una curiosa ola de recato. Cuando llegué a un punto que me pareció conveniente, me detuve como de costumbre a 8 ó 10 metros de la orilla y llame a las olas para que se me acercaran. A mi entender pertenecían a mi Padre celestial, por lo que podía llamarlas si lo deseaba. Los bañistas me miraban como si estuviera loca, pero no me importaba.
─¡Vamos, podéis hacerlo, clamaba.
Me sorprendió comprobar que una ola me había oído. Y de pronto estuve a punto de ser zambullida por una de las olas más grandes que he visto en mi vida.
Quedé atónita sin poder moverme.
─¡Corra, corra -gritaba todo el mundo en la playa.
Pero con mi pierna ortopédica anclada firmemente en la arena, no podía dar un paso.
De pronto la ola se estrelló a mis pies empapando mis zapatos e incluso el dobladillo de mi hábito. Al levantar la mirada comprobé que una gota diminuta se había posado en mi mano. Era realmente hermosa; brillaba como un diamante a la luz del sol.
La belleza de aquella minúscula gota me afectó tan profundamente que me sentí indigna de ella y, ante mi propia sorpresa, la devolví al océano.
Entonces mi extraña paz se vio interrumpida por la voz del Señor, que me decía:
─Angélica
─Sí, Señor ─respondí─
─¿Has visto esa gota?
─Sí, Señor.
─Esa gota es como tus pecados, tus debilidades, tus flaquezas. Y el océano es como mi misericordia. Si buscaras esa gota, ¿Podrías hallarla?
─No, Señor.
─Por mucho que la busques, ¿Serás capaz de hallarla?
─No, Señor.
─Entonces, ¿Por qué te empeñas en buscarla?-añadió en un susurro

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