domingo, 18 de marzo de 2012

los papas - 17

Celestino IV (25 octubre - 10 noviembre 1241)
De los doce cardenales subsistentes, dos estaban en poder de Federico II y
los otros diez divididos y atemorizados. El cónsul Mateo Rosso Orsini, para
obligarles a una elección rápida, recurrió a un procedimiento que empleaban
ciertas ciudades: encerrarles con llave y en malas condiciones en el palacio de Septizonium junto al Palatino. A pesar de todo, transcurrieron dos meses sin que se decidieran entre los dos candidatos, Godofredo de Castiglione y Juan Colonna. La muerte de uno de los cardenales y las amenazas de Orsini acabaron por provocar la elección de Godofredo, que tomó el nombre de Celestino. Buen teólogo --es dudoso que se tratara de un sobrino de Urbano III--, había sido cardenal de San Marcos (1227) y luego obispo de Sabina. Fracasó en una misión en Lombardía, para luchar contra la herejía y esto detuvo su carrera eclesiástica. Enfermo, dio justamente tiempo para que los cardenales salieran de su encierro, pues murió a los quince días de su elección sin haber sido ordenado.

Inocencio IV (25 junio 1243 - 7 diciembre 1254)
Elección.
La vacante duró en esta ocasión dieciocho meses, ya que los cardenales aguardaron la liberación de los dos miembros del colegio prisioneros
de Federico. El emperador maniobraba para conseguir que el electo le fuera favorable. Al fin pudieron reunirse los electores en Anagni, escogiendo el 25 de junio de 1243 a Sinibaldo Fieschi, conde de Lavagna, genovés de familia gibelina, que había estudiado y enseñado brillantemente en Bolonia. Juez de la curia, fue nombrado cardenal y vicecanciller por Gregorio IX en 1227, gobernando la marca de Ancona entre 1235-1240. Aunque Federico no perdió la esperanza de negociar, comprendía bien que un colaborador de Gregorio IX no podía seguir siendo su amigo. Cierto cronista le atribuye la frase de que «un papa no puede ser gibelino». Ya F. Fehling {Kaiser Friedrich II und die romanische Cardinale in den Jahren 1227 bis 1239, Berlín, 1901), llegó a la conclusión de que Inocencio IV llevó a sus últimas consecuencias las tesis de Inocencio III acerca de la soberanía universal pontificia, distinguiendo sin embargo entre una situación de iure y otra de jacto que a él no correspondía. Sinibaldo era autor del Apparatus in quinqué libros Decretalium, primer comentario importante sobre las Decretales de Gregorio IX que fue utilizada en las universidades para la enseñanza. Una de las tareas fundamentales se refería al colegio de cardenales: el 28 de mayo de 1244 promocionó cuatro franceses, que unidos a los dos españoles y un inglés formaban el adecuado contrapeso a los once italianos. Reducido el número (estamos muy lejos de los 53 que se mencionaban dos siglos atrás) ganaron en poder. En 1245 se les autorizó el uso del capelo rojo como signo de distinción. Venían a ser un consejo de Estado que gobernaba con el papa y le sustituía en los interregnos. Sus reuniones, denominadas consistorios, como en el Bajo Imperio, sustituían ya a los antiguos sínodos. A sus órdenes trabajaban más de doscientos capellanes. Este mundo, que tendía a centralizar el gobierno (era cada vez mayor el número de provisiones que se tomaban directamente in curia) fue dotado también de cátedras para la enseñanza de la teología y del derecho, embrión de la Sapienza creada por Bonifacio VIII. Allí encontraría santo Tomás de Aquino al traductor de Aristóteles, Guillermo de Moerbeeke, tan importante en su contribución a la Summa.
El juicio al emperador.
Federico II ofreció negociar. Las promesas que hizo fueron tan exageradas que, aunque el 31 de marzo de 1244, se redactó un convenio marco, Inocencio no quiso precipitarse: era imprescindible una entrevista entre ambos, señalada para Narni, en que se precisaran los puntos. Inocencio salió de Roma pero, de pronto, sospechando una celada, torció hacia Civitavecchia, donde embarcó secretamente (28 junio 1244) llegando a Genova y desde aquí a Lyon en donde pudo instalarse el 2 de diciembre de 1244. Permanecería en esta ciudad hasta después de la muerte de Federico II. Desplegó tanta actividad que debemos considerar esta etapa como una de las más fecundas para la Iglesia medieval. El 3 de enero de 1245 se cursó la invitación para un concilio ecuménico a celebrar en Lyon a partir del 24 de junio. Acababan de llegar las noticias de la toma de Jerusalén por los jaresmios y del hundimiento estrepitoso de lo que quedaba del reino. Los temas asignados al concilio fueron, pues: la reforma del clero, la cruzada, la ayuda a Constantinopla, la política a seguir con los mongoles y, sobre todo, las relaciones con el emperador. En un extremo intento, Inocencio IV, que había convocado a Federico en calidad de acusado ante el concilio, le escribió (6 de mayo de 1245) ofreciendo una reconciliación si mantenía todas las condiciones de marzo del año anterior en forma solemne. Una ingerencia en los dominios de la Iglesia y una gestión para que se denegase un importante crédito en Inglaterra, convencieron al papa de que nada quedaba salvo la ruptura. El concilio inició sus sesiones el 26 de junio con un discurso de Inocencio en que comparaba los males de la Iglesia con las cinco llagas de Cristo: pecados de los obispos y de los fieles; insolencia de los infieles en Tierra Santa; invasiones mongolas que alcanzaron Hungría; y la persecución del emperador contra la Iglesia. Federico fue sometido a una especie de juicio en ausencia. En su defensa actuaron Tadeo de Sessa, el patriarca de Antioquía, y los embajadores ingleses, que reclamaban su presencia pero como partícipe y no como acusado. Tres obispos, uno italiano y dos españoles (Tarragona y Santiago) pidieron en cambio al papa que tomara medidas contra él. Éste, que había interesado a la banca güelfa en la defensa de Lombardía, retrasó las sesiones con la esperanza de que se produjera algún tipo de acuerdo que no llegó: finalmente, el 17 de julio tuvo lugar la solemne sesión de clausura en la que Federico fue depuesto aunque no fue mencionada en este punto la excomunión. La propaganda, más moderada, centró su atención en este punto político: si se reconoce al papa el derecho a nombrar y deponer, ningún príncipe podrá hallarse seguro en su trono. Enrique III (1216-1273), que necesitaba del apoyo pontificio para mantener en calma su reino, mantuvo sin embargo a Inglaterra neutral (G. von Puttkamer, Papst ¡nnocenz IV, Münster, 1930), mientras que san Luis (1226-1270), garantizando con sus tropas la seguridad de Lyon, intentaba forzar la reconciliación. Hubo negociaciones, pero Inocencio IV respondió que sólo se entrevistaría con Federico si éste acudía solo y sin armas. La guerra se hizo especialmente dura en Italia, donde Enzio disponía de sarracenos.
La guerra cambia de signo.
Pero Inocencio, como ya revelara P. Aldinger (Die Besetzung der deutschen Bistümer unter Papst lnnocenz IV, 1243-1245, Leipzig, 1900), disponía de un verdadero partido en Alemania, ya que muchas de las elecciones episcopales habían sido forzadas desde Roma en favor de candidatos que ahora se mostraban contrarios al emperador. Cuando los duques de Austria, Baviera y Bohemia se pusieron en contacto con la curia, se les dijo que el trono estaba vacante y podían, por tanto, elegir nuevo emperador. El 22 de mayo de 1246 proclamaron a Enrique Raspe, que hasta entonces era el delegado de Federico en Alemania, y cuando éste falleció (16 de febrero de 1247) eligieron a Guillermo de Holanda. Inocencio IV reconoció tanto a uno como a otro. La guerra cambió de signo en febrero de 1248 cuando los defensores de Pariría derrotaron a los imperiales causando la muerte de Tadeo de Sessa, y las milicias de Bolonia capturaron a Enzio, que nunca recobraría su libertad. De modo que Federico II se hallaba en plena derrota cuando murió (13 diciembre de 1250). El papa, decidido a romper la vinculación de Sicilia con los Staufen, rechazó a Conrado IV (1250-1254), hijo de Federico, y emprendió el regreso a Roma (19 abril 1251) en un viaje triunfal. Desde el 6 de octubre estaba de nuevo en su palacio, excomulgando a Conrado y reclamando su presencia para ser juzgado. Sin embargo, cuando Conrado murió en Amalfiel 21 de mayo de 1254, el papa se mostró dispuesto a reconocer a su hijo Conradino como rey de Sicilia y Jerusalén, ya que nada tenía que ver con el Imperio.
Mendicantes e Inquisición.
Otras importantes cuestiones se trataron en este pontificado. Buscando el apoyo de los mendicantes incorporó a éstos la orden de los carmelitas, cuyo origen se remonta a las postrimerías del siglo xn, y cuyo primer general es san Simón Stocke. Consolidó la Inquisición, mitigando de hecho la dureza del procedimiento primitivo, como se había propuesto en los sínodos de Narbona (1243) y Béziers (1246). Sin embargo, al extender a Italia el procedimiento inquisitorial (bula Ad extirpandos de 15 mayo 1242), autorizó el empleo de la tortura en los interrogatorios. Fue ampliamente criticado porque aumentaron las tasas para la obtención de dispensas y la colación de beneficios. La lucha contra el emperador era la causa de que se atendiese menos a la reforma y más a la obtención de recursos. Mongoles. Mientras san Luis vivía su gran aventura de Egipto, llamada Séptima Cruzada (1248-1254), que cerraría con un fracaso el capítulo de las expediciones a Oriente, se iniciaba la toma de contactos con los mongoles. Por medio de una carta, Regi et populo Tartarorum (5 marzo de 1245), entregada al franciscano Lorenzo de Portugal, se les invitaba a que abrazasen el cristianismo. Carecemos de noticias acerca de este posible aunque dudoso viaje. Pero el 16 de abril de ese mismo año Juan de Piano Carpino (1182-1252) y Benedicto de Polonia salieron de Lyon para un larguísimo trayecto por tierra que les llevó al campamento de Batu Khan (Altyn Ordu, actual Volgogrado y antes Stalingrado), desde donde fueron escoltados con seguridad hasta Karakorum. Era el momento en que Kuyuk era elevado al rango de Gran Khan; recibió mal a los embajadores, invitando al papa a que se sometiese a su poder. Al regreso, Piano Carpino estuvo en Kiev, visitando al príncipe Daniel y tratando de atraer a la unidad a la Iglesia ucraína. Inocencio daría a Daniel el título de rey. Entre 1253 y 1255 otro franciscano, Guillermo de Rubrock, con cartas de san Luis, visitó Karakorum, donde Mongka (f 1260), sustituto de Kuyuk, le recibió de forma más cordial,

Alejandro IV (12 diciembre 1254 - 25 mayo 1261)
Elección.
Habiendo muerto en Nápoles Inocencio IV, las autoridades de esta ciudad cerraron las puertas obligando a los cardenales a elegir allí mismo. Designaron a un sobrino de Gregorio IX, Reinaldo conde de Segni, que era cardenal desde 1227 y obispo de Ostia desde 1231. Persona amable que no había destacado en los pontificados anteriores. Cardenal protector de los franciscanos, mostraría especial interés por los mendicantes, favoreciéndoles en el pleito que sostenían con la Universidad de París, a la que compensó otorgándole el derecho de poseer sello propio, esto es, jurisdicción independiente. Los electores probablemente esperaban que se mostrase menos implacable con los Staufen que su antecesor. Prácticamente no residió en Roma: repartía sus estancias entre Nápoles, Anagni y Viterbo.
Sicilia.
Manfredo (f 1265), bastardo de Federico II, actuaba como regente en Sicilia en nombre de su sobrino Conradino. Alejandro negoció con él, pero se negó a reconocerlo, y en 1255 le excomulgó. Declarados vacantes el reino y
el ducado de Suabia, el papa pareció inclinarse por la aceptación de las reclamaciones de Alfonso X de Castilla (1252-1284) a la herencia patrimonial y ofreció el trono de Sicilia a Edmundo, hijo segundo de Enrique III de Inglaterra. Pisa tomó pie de las buenas disposiciones pontificias para enviar una embajada que encontró a Alfonso en Soria (18 marzo 1256) y le invitó a que reclamara también la corona imperial, sugerencia que él aceptó cuando Marsella y otras ciudades se sumaron a la misma. Pero las opiniones en Alemania, inclinadas a prorrogar la vacante, se dividieron entre el castellano, descendiente de los Staufen, y Ricardo de Cornwall (1254-1273), hermano del rey de Inglaterra. El rey de Bohemia votó dos veces, de modo que ambos candidatos pudieron decir que tenían cuatro votos sobre siete. Ninguno tenía fuerzas ni posibilidad de imponerse. Tampoco Edmundo, a cuya candidatura hubo de renunciar Alejandro en 1258. Manfredo, que había conseguido expulsar del reino a cuantos le combatían, se hizo proclamar rey el 11 de agosto del mismo año, renunciando a la ficción de la regencia. Mientras los gibelinos se extendían por el norte de Italia, Alejandro IV renovó la excomunión contra el flamante rey. Pero los güelfos fueron derrotados en Montiaperti (4 septiembre 1260) y Florencia se convirtió en gibelina, por un tiempo. Ahora Manfredo aparecía como verdadero rey de Italia. Sus partidarios en Roma le eligieron senador, al tiempo que la fracción contraria hacía lo mismo con Ricardo de Cornwall. En este momento el papa vivía al resguardo de los muros de Viterbo, donde murió.
Otros asuntos.
Entre otros asuntos corresponde a Alejandro IV haber elevado a Riga al rango de metropolitana. Canonizó a Clara de Asís, extendiendo a sus monjas la protección que dispensaba a los franciscanos. Ordenó en una congregación única a los ermitaños de san Agustín y confirmó en 1255 a los servitas. Antes de 1260 recibió una carta de Hulagu, el khan que conquistara Bagdad, casado con una jacobita, estos es, cristiana nestoriana: pedía el envío de un hombre piadoso e instruido que pudiera enseñar esta religión. El papa delegó en el patriarca de Jerusalén el establecimiento de relaciones con esta rama de mongoles. G. Soranzo (// Papato, l'Europe cristiana e i tartarí, Milán, 1930), tras un minucioso análisis de fuentes concluye que los esfuerzos para crear una cristiandad extremooriental fracasaron por la enorme distancia, el fortalecimiento de los turcos, que crearon una barrera, y finalmente la revolución Ming en China, que rechazaría a los cristianos por considerarlos filomongoles.

Urbano IV (29 agosto 1262 - 2 octubre 1264)
El giro hacia Francia.
Durante tres meses los ocho cardenales supervivientes discutieron en Viterbo, sin llegar a acuerdo alguno. Finalmente se decidieron a elegir, fuera del colegio, a Jacques Pantaleon, patriarca de Jerusalén que ocasionalmente visitaba la curia. Hijo de un zapatero de Troyes, había hecho una muy brillante carrera eclesiástica, destacando en el primer Concilio de Lyon. Fue entonces enviado como legado a Polonia, Prusia y Pomerania, territorios en que la orden teutónica desarrollaba su conquista. Tuvo una intervención decisiva en la paz de Cristenburgo (1249), que equiparaba a los prusianos con los alemanes, garantizando su libertad. En 1255 el propio Alejandro le nombró patriarca de Jerusalén con la misión, según hemos visto, de contactar con los tártaros. Su condición de francés podía dejarle manos libres para manejar los asuntos de Italia. Apenas consagrado, Urbano IV creó catorce cardenales, de los que seis eran franceses; comenzaba de este modo la reorientación de la curia que se acentuaría en los años siguientes. Desde esta nueva posición mostró condiciones de independencia y dotes de mando: nunca quiso residir en Roma, aunque la gobernaba, sino en Viterbo u Orbieto, para sentirse más libre. Mantuvo la línea de sumisión universal a la sede romana: por ejemplo, agregó a la orden benedictina la congregación de ermitaños creada por Pedro de Morrone, futuro Celestino V, a fin de evitar desviaciones. El 2 de octubre de 1264, tomando pie en el milagro de la forma ensangrentada de Bolsena, extendió a toda la Cristiandad la fiesta del Corpus Christi, encomendando el oficio de la misma a santo Tomás de Aquino que, tres años antes, había concluido la Summa contra gentiles y trabajaba en la monumental Teológica, donde se explicaba la doctrina de la presencia real de Cristo en la eucaristía.
Acude a Carlos de Anjou.
En política sus ideas eran muy claras. No quería apoyar a Alfonso ni a Ricardo: pretendía que se abriera un proceso que mediante pruebas permitiera conocer, en términos estrictamente jurídicos, quién era de los dos el legítimo. No aceptó en principio las conversaciones de Miguel VIII, que en 1261 había expulsado a los latinos de Constantinopla (1261), y prometió ayuda a Balduino II haciendo predicar una cruzada que permitiera su reconquista. Rápidamente restableció el dominio sobre las tierras del Patrimonium y suscitó dos grandes familias güelfas, Este y Visconti, para que combatiesen a los gibelinos dirigidos por un representante de Manfredo, Pallavicini. Otón Visconti (1207-1295) fue nombrado arzobispo de Milán: tal es el origen de un dominio que se prolongaría durante casi dos siglos. Parecieron a Urbano IV indispensables dos objetivos para garantizar su independencia: acabar con los ghibellini y desarraigar definitivamente a los Staufen del sur de Italia. Concedió a los banqueros güelfos privilegios que a otros negaba, favoreciendo arbitrariamente a este partido, y prescindió absolutamente de Edmundo. Según K. Hampe (Urban IV und Manfred 1261-1264, Heidelberg, 1905), la razón fundamental de esta conducta, y de que rechazase las demandas de Manfredo --que venían acompañadas de la suma de 300.000 onzas de oro-- era un proyecto: hacer del reino un verdadero Estado vasallo de la sede romana. Primero se dirigió a san Luis, pidiéndole uno de sus hijos, pero el monarca declinó la oferta. Entonces acudió a Carlos de Anjou, el ambicioso hermano de aquel mismo rey. Un acuerdo preliminar fue establecido el 7 de junio de 1263. Carlos debía entregar 50.000 marcos esterlinos como rachat del feudo y comprometerse a una «ayuda» anual de 10.000 onzas de oro. Garantizaba la libertad de elecciones episcopales, la no aceptación de la corona imperial, y una completa abstención en los asuntos del resto de Italia, algo que seguramente no pensaba cumplir. La curia nunca estuvo convencida de la oportunidad de dicho acuerdo. Cuando llegó la noticia a Manfredo, éste desató una ofensiva sobre las marcas y Campania, obligando al papa a refugiarse en Orvieto. Carlos, que acudió en su ayuda, obtuvo un premio que era quebranto de la palabra dada: fue elegido senador de Roma. En estas condiciones, el 15 de agosto de 1264 se confirmó el acuerdo y se hizo la investidura. Pero el papa murió antes de que el de Anjou tomara posesión efectiva del territorio.

Clemente IV (5 febrero 1265 - 29 noviembre 1268)
De nuevo francés.
Los cardenales, reunidos en Perugia, estaban profundamente divididos respecto a la conducta a seguir: tardaron cuatro meses en elegir a Guy Foulquois, también francés, nacido hacia 1195 en Saint-Gilles-sur- Rhóne, hijo de un juez y consejero importante de Luis IX. Al enviudar se había ordenado, siendo obispo de Le Puy (1257), arzobispo de Narbona (1259) y cardenal obispo de Sabina (1261). En condición de tal fue legado en Inglaterra, mediando entre Enrique III y los barones. Elegido cuando regresaba a Italia hubo de disfrazarse de monje para llegar a Perugia; allí fijó su residencia, más tarde en Viterbo, nunca en Roma. Había logrado durante su legación que Inglaterra se abstuviese de participar en las querellas sicilianas. En 1268 explicaría confidencialmente a los embajadores que no creía en la legitimidad de los derechos de Alfonso X.
Conquista de Nápoles.
Absolutamente profrancés, instó a Carlos de Anjou para que acelerara la llegada de tropas. Carlos entró en Roma en mayo de 1265 y recibió la investidura del reino (28 junio) sin renunciar a su título de senador. El papa ordenó predicar la cruzada contra Manfredo y respaldó la operación de los banqueros de Florencia con los fondos de la Iglesia en Francia durante un plazo de treinta años. El 26 de febrero de 1266, Manfredo fue derrotado y muerto en Benevento; la correspondencia del papa no deja duda respecto a que Clemente reprendió a Carlos con severidad por la dureza de sus represalias y de su régimen. Pero cuando Conradino, en julio de 1268, llegó a Roma reclamando su herencia, Clemente IV le excomulgó; nada hizo tampoco en su favor cuando el joven príncipe, derrotado y preso en Tagliacozzo (23 de agosto), fue ejecutado públicamente. La victoria de Carlos de Anjou trajo una profunda decepción al papa, como ya E. Jordán {Les origines de la domination angevine en Italie, París, 1910) señalara: el príncipe francés no se limitó a ser rey de Sicilia, preparando la cruzada, sino que muy pronto, asumiendo el vicariato imperial, trató de extender sus dominios a otras regiones de Italia. A pesar de todo, Clemente IV reiteró su apoyo, desoyendo las demandas de Miguel VIII, que quería llegar a la unión para quitar a Carlos el pretexto esencial. Dos actos importantes de este pontífice son: la bula Ea quae iuditio (Kaspar Elm, Die Bulle Ea quae iuditio Clemens IV, 30-VW-1266, Lovaina, 1968), que unió a los ermitaños de san Agustín, antes dispersos, en una sola congregación, y la Licet ecclesiarum, que establecía un sistema de designación directa en todos los beneficios que vacaren estando su anterior titular en corte de Roma.

Gregorio X, san (1 septiembre 1271 - 10 enero 1276)
Un papa restaurador.
Los cardenales estaban profundamente divididos en torno a dos cuestiones: la hegemonía de Carlos de Anjou, y la prolongada vacante en el Imperio. A éstas, según Olga Johnson {Die Papstwahlen des 13Jahrhunderts bis zur Einführung der Conclaveordnung Gregors X, Berlín, 1928), se sumaban otras dos: los intereses de las familias de papas y la clara disensión entre jóvenes y viejos en el colegio de los cardenales. De hecho, el interregno duró casi tres años. Las autoridades civiles presionaron encerrando a los cardenales en el palacio, quitando el techo y amenazando con privarles de la comida. Fue san Buenaventura quien propuso la solución: delegar en una comisión de sólo seis, la cual designó a Teobaldo Visconti, arcediano de Lieja, un laico que se encontraba con Eduardo de Inglaterra en Tierra Santa. De noble origen, había jugado un papel importante en el primer concilio de Lyon y gozaba de una amplia confianza en las dos familias reales, francesa e inglesa. L. Gatto (Il pontificato dei Gregorio X, 1271-1276, Roma, 1959) le considera especialmente dotado: estudiante en París, conoció a santo Tomás y a san Buenaventura. Llegó a Viterbo el 10 de febrero e inmediatamente se trasladó a Roma, donde fue ordenado y consagrado en San Pedro el 27 de marzo.
Se elige emperador.
Entendía que su elección respondía al esfuerzo que debía hacerse en favor de la cruzada. Su primer gesto fue la convocatoria (13 de abril de 1273) del concilio, nuevamente en Lyon; en él debían tratarse tres cosas íntimamente ligadas: la cruzada, la unión con la Iglesia oriental y la reforma. Antes de que todo esto pudiera llevarse a cabo, el papa sabía que era preciso poner un límite a la expansión angevina en Italia, y sosegar las querellas entre güelfos y gibelinos que perturbaban la vida de sus ciudades. No impidió que Carlos de Anjou siguiera ostentando el senado en Roma y la vicaría imperial en Toscana, pero, aprovechando la muerte de Ricardo de Cornwall, decidió colaborar para resolver el interregno: recomendó a los electores que prescindiesen de Ottokar de Bohemia y de este modo logró que el 1 de octubre de 1273 hubiera, con Rodolfo de Habsburgo (1273-1291), nuevo rey de Romanos. El papa no ocultó su satisfacción, pero quiso que el reconocimiento se hiciera a través del concilio. Fue en Lyon, el 6 de julio de 1274, donde el canciller, en nombre de Rodolfo, garantizó el juramento de éste respecto al respeto de las libertades de la Iglesia. Se acordó entonces hacer en Roma la coronación imperial. La primera fecha fue demorada tras la entrevista personal de Gregorio X y Rodolfo (Lausanne, octubre de 1275) hasta el 2 de febrero de 1276. La muerte de Gregorio impidió que pudiera llevarse a cabo.
La unión con Oriente.
Gregorio aplicó dotes de moderación, prudencia y grandeza en la solución del problema oriental. Sus primeros contactos con Miguel VIII se habían producido durante el viaje a Palestina. Era evidente que el emperador quería protección frente a las ambiciones de Carlos de Anjou. Muy pronto la iniciativa pasó a manos del papa, que tuvo el acierto de conducir el asunto ante el concilio en lugar de convertirlo en puramente personal. Además, se mostró condescendiente: se conformaba con que sólo una parte del clero griego se adhiriera a la unión, dejando para más adelante la universalización del juramento, y se conformaba con que reconociera la integridad de la fe y el primado de la sede romana. Miguel aceptó las condiciones aunque al principio tropezó con enormes dificultades, pues apenas media docena de obispos se mostró dispuesta a apoyarle: el patriarca José, empujado por su clero, formuló un juramento contra la unión. Pero el más importante de los teólogos, Juan Beccos, que al principio se mostró absolutamente contrario (hubo de ser reducido a prisión por su actitud levantisca), acabó convenciéndose de su error y se convirtió en ardiente defensor de la unión. Fue el comienzo de la victoria. En febrero de 1274, Miguel VIII consiguió que 44 obispos y todo el clero de Santa Sofía suscribieran una carta al papa. El 24 de junio de este mismo año llegó a Lyon la embajada bizantina presidida por el logoteta Jorge Acropolita y de la que formaban parte el antiguo patriarca de Constantinopla, Germán III, el de Nicea, Teófanes, y algunos otros. Las condiciones de los griegos fueron aceptadas por el concilio y el 29 de junio pudo proclamarse la unión; se invitó a los otros obispos bizantinos a que se adhiriesen. Fue entonces elegido patriarca Juan Beccos, y el 16 de enero de 1275, en la capilla del palacio real de Constantinopla, se celebró la solemne función religiosa de la unión. Aparte de esto, el concilio tomó algunas disposiciones importantes: renova- ción de las sentencias contra la usura; restablecimiento de la obligación del culto divino en los cabildos; exigencia rigurosa de los decretos que prohibían nuevas reglas para las congregaciones religiosas. Los españoles impidieron, en cambio, que prosperara un proyecto para refundir en una todas las órdenes militares. La más importante de las disposiciones, Ubi periculum, establecía el sistema de cónclave para las futuras elecciones pontificias. Los cardenales serían encerrados con llave (éste es el origen del nombre), manteniéndolos incomunicados con el mundo exterior; en caso de demora se les reducirían las raciones alimenticias. Tras la entrevista con Rodolfo en Lausanne, Gregorio X regresó a Italia, aunque idóneos que llevaran a los hebreos a la fe. Elegante y de buena presencia, juntaba la destreza personal con la experiencia de los negocios. Su objetivo parece haber sido restaurar la independencia de los Estados Pontificios.
La política.
Comenzó obteniendo el cese de Carlos de Anjou como senador de Roma (16 septiembre 1278); un decreto, de 11 de julio de 1279, determinó que ningún príncipe foráneo pudiera en adelante ocupar el cargo. El papa debía ser senador perpetuo, absorbiendo de esta manera la señoría sobre la ciudad de Roma; su pariente, Mateo Orsini, se ocupó en la práctica de hacer sus veces. También hizo desaparecer la vicaría imperial sobre Toscana. Mantuvo estrechas negociaciones con Rodolfo de Habsburgo, preparando ya su coronación: el 14 de febrero de 1279 el rey de Romanos hizo una solemne renuncia a los derechos que aún pudieran corresponderle en Romagna. De este modo los Estados Pontificios obtuvieron la distribución espacial y la estructura jurídica que conservarían hasta 1860. Para que esta política diera resultados duraderos, se necesitaban dos condiciones difíciles de obtener: la reconciliación entre los Anjou y los Habsburgo, que hiciera definitiva la separación entre Alemania e Italia, y la paz entre los partidos de güelfos y gibelinos. Por eso apoyó a los Visconti, en Milán, y su sobrino el cardenal Latino Malabranca negoció en Genova y en Florencia reconciliaciones que permitieran regresar a los que estaban en el exilio. Se proyectó el matrimonio de una hija del emperador, Clemencia, con un nieto del rey de Nápoles, Carlos Martel; ambos serían reconocidos como reyes de Arles. De hecho, Rodolfo legitimó a Carlos de Anjou en su posesión de Provenza y Foncalquier, que eran feudos del Imperio. Es difícil conocer cuál era el proyecto de fondo que Nicolás perseguía: se ha especulado con el designio de crear cuatro reinos o principados independientes entre sí, Alemania, Lombardía, Borgoña, Toscana, como una garantía de paz para la Iglesia; de todas formas, la muerte del papa impidió que las negociaciones llegasen a buen fin.
Oriente. Siempre, la cruzada.
Bizancio estaba en el mismo centro del problema. Aunque Nicolás prohibió hacer la guerra a Miguel VIII (no se atrevió, en cambio, a excomulgar a quienes en Epiro y Tesalia le combatían), presentó exigencias en relación con la unión, que los orientales juzgaron excesivas: inserción obligatoria del Filioque, publicación de los juramentos prestados en Lyon, conservación en la liturgia griega únicamente de aquellos ritos que coincidiesen con la latina, presencia de un legado permanente en Constantinopla y de nuncios en cada una de las principales ciudades, confirmación de los nombramientos eclesiásticos en Roma y algunas otras de menor importancia. Sin embargo, el papa no quería provocar la ruptura: tales demandas se incluyeron en las instrucciones a los legados como una especie de programa máximo, pero con poderes para atemperarlas si era necesario. A pesar de todo es preciso reconocer que aquí estaba el precedente para la decisión de Martín IV.
Franciscanos.
Protector de los franciscanos, Nicolás III publicó la constitución Etsi qui seminat (14 agosto 1279), declarando la santidad de la pobreza y la obligación de seguirla; al mismo tiempo establecía la diferencia entre propiedad y usufructo, que permitía poseer edificios y otros bienes. A los extremistas del franciscanismo esta disposición les sentó mal, y Berengario de Perpignan presentó ante el papa una protesta que llegaría a tener consecuencias impensadas: alegaba que Cristo y los apóstoles nada habían tenido en propiedad ni en simple posesión.

Inocencio V, beato (21 enero - 22 junio 1276)
Los cardenales no tardaron en elegir al dominico Pedro de Tarantaise en un cónclave que se celebró en Arezzo, aplicándose por vez primera el decreto conciliar. M. H. Laurent (Beatas Innocentius PP. V. Petras de Tarantasia, Roma, 1943) ha trazado la biografía de este maestro extraordinario, nacido en Val d'Isére, dominico y colaborador de san Alberto Magno y de santo Tomás de Aquino, autor de un importante comentario de las Sentencias de Pedro Lombardo y uno de los que más contribuyeron a difundir el pensamiento de Aristóteles. Dos veces provincial de los dominicos en Francia, arzobispo de Lyon, cardenal obispo de Ostia (1273) y colaborador estrechísimo de Gregorio X, fue el primer miembro de su orden que ciñó la tiara. Fue conocido con el sobrenombre de doctor famossisimus. Hay un contraste entre su saber, acompañado de austera piedad, y la debilidad política que mostró hacia Carlos de Anjou, al que confirmó como senador de Roma y vicario de Toscana. Pidió a Rodolfo (17 de marzo) que pospusiera su viaje a Roma hasta que hubieran sido resueltas sus diferencias con el angevino. Logró la reconciliación de Genova con Carlos de Anjou y la paz entre Pisa, gibelina, y la Liga güelfa de Toscana. Pero todo esto servía al rey de Nápoles para incrementar su poder. Predicó una vez más la cruzada. Y, cambiando la política de Gregorio, suspendió las concesiones que se hicieran exigiendo que todos los obispos del Imperio juraran ya el símbolo de fe con el Filioqae. Era, también, un medio indirecto de indicar a Carlos de Anjou que iba a disponer del apoyo, al menos moral, de la Santa Sede para sus proyectos sobre Constantinopla. La breve duración de su pontificado impidió que el programa llegara a realizarse.


Adriano V (11 julio - 18 agosto 1276)
El cónclave se reunió en Letrán. En su calidad de senador de Roma, Carlos de Anjou se ocupó de que se cumpliese con rigor el decreto de Lyon, suspendiendo incluso el aprovisionamiento de los cardenales. Éstos acabaron eligiendo a Ottobono Fieschi, sobrino de Inocencio IV, nacido en Genova en la familia de los condes de Lavagna. Había sido legado en Inglaterra, donde coronó con éxito la política pontificia de restablecimiento de la paz entre Enrique III y sus nobles; con posterioridad había trabajado en favor de la política angevina. Aunque proponía una negociación entre Sicilia y Bizancio, mostrándose así menos hostil, se negó a excomulgar a los partidarios de Carlos de Anjou por sus agresiones injustificadas en territorio bizantino. El único acto que de él se recuerda es la anulación del decreto sobre las elecciones pontificias, prometiendo la redacción de uno nuevo, que no llegó a promulgar. Antes de que pudiera ser ordenado sacerdote y, por consiguiente, consagrado, falleció en Viterbo, adonde había llegado huyendo del calor de Roma.


Juan XXI (8 septiembre 1276 - 20 mayo 1277)
La elección estuvo nuevamente rodeada de violencia. Las autoridades de Viterbo quisieron aplicar el decreto del cónclave, pero los cardenales alegaronque dicho decreto ya no existía. Juan Gaetano Orsini, al ver que no conseguíalos votos necesarios, promovió la candidatura de un portugués, Pedro Juliáo, conocido como Pedro Hispano, confiando en gobernar a través de él. Hijo de un médico y nacido en Lisboa, M. H. da Rocha Pereira (Obras médicas de Pedro Hispano, Coimbra, 1973) y J. M. de la Cruz Pontes (A obra filosófica de Pedro Hispano Portugalen.se, Coimbra, 1972) han estudiado a fondo los dos aspectos fundamentales de su saber. Médico personal de Gregorio X, éste le nombró arzobispo de Braga (1272) y cardenal de Tusculum (1273). Fue una de lasfiguras más destacadas del Concilio de Lyon. Como médico se hizo famoso por un tratado de oftalmología conocido como El ojo y un manual de patología, Tesoro de los pobres. Se le ha confuniddo a veces con otro Pedro Hispano, dominico natural de Estella y autor de dos obras filosóficas de gran importancia, Summulae logicae, muy empleada como texto en las universidades, y De alma, que es un comentario a Aristóteles y al pseudo Dionisio (A. D'Ors Lois, «Petrus Hispanus O.P. auctor Summutarum», Vivarium, 35/1, 1997). Por un error que ya no fue corregido tomó el nombre de Juan XXI, siendo así que ningún Juan XX encontramos en la lista de los papas. No quiso residir en Roma, haciéndose construir un departamento provisional en el palacio de Viterbo para poder seguir con su trabajo científico; dotado de gran sencillez, estaba dispuesto a recibir a todo el mundo, aunque prefería la compañía de sabios y doctores a la de los miembros de la curia. Comenzó su pontificado confirmando la anulación del decreto del concilio sobre las elecciones y entregando a Orsini prácticamente todo el poder. Por esta causa se inició un distanciamiento con Carlos de Anjou, al que no fue renovado el nombramiento de senador ni el de vicario en Toscana. La Santa Sede estaba buscando medios para restablecer una concordia entre el rey de Sicilia y Roberto, entre Alfonso X y Felipe III de Francia (1270-1285), enemistados a causa de los infantes de la Cerda, así como en Portugal, su patria, donde tomó la defensa de las inmunidades eclesiásticas. Tras esta política de paz alentaban siempre dos propósitos: afirmar la supremacía de Roma y proceder a un nuevo lanzamiento de la cruzada. A este mismo fin apuntaban el envío de misioneros y legados a tierra de mongoles y las nuevas negociaciones con Miguel VIII. Pero en este último caso era, tal vez, demasiado tarde: el rigorismo un tanto arbitrario de sus dos antecesores había disipado el buen clima que creara Gregorio X. Preocupaba especialmente a Juan XXI un problema que conocía bien: las tendencias al materialismo que podían nacer de los excesos del aristotelismo. El 18 de enero de 1277 ordenó al obispo de París que abriera una información en la universidad. El resultado fue señalar 219 proposiciones que se estaban enseñando y que los universitarios calificaban de «averroístas». Diecinueve de ellas se encuentran en santo Tomás. Juan XXI murió a consecuencia de la herida que sufrió al desplomarse la techumbre del departamento provisional que levantara en Viterbo. Fue enterrado en aquella catedral.


Nicolás III (25 noviembre 1277 - 22 agosto 1.280)
La elección de Orsini. Los siete cardenales se dividieron en dos bandos: tres de ellos apoyaban la candidatura de Juan Gaetano Orsini, hijo de Mateo Rosso y de Perna Gaetani, que durante treinta años había gobernado la curia; otros tres se le oponían porque le consideraban un enemigo de Carlos de Anjou. El interregno duró seis meses hasta que, finalmente, la candidatura de Orsini triunfó. El nombre adoptado por el nuevo papa coincidía con el título que como cardenal ostentara. Publicaría una nueva colección de Decretales, las Novélae, que se agregaron a las de Graciano. Al desarrollarse en Europa el anti- judaísmo, como consecuencia de las condenas que se estaban formulando contra el Talmud, pidió a franciscanos y dominicos que escogiesen predicadores idóneos que llevaran a los hebreos a la fe. Elegante y de buena presencia, juntaba la destreza personal con la experiencia de los negocios. Su objetivo parece haber sido restaurar la independencia de los Estados Pontificios.
La política.
Comenzó obteniendo el cese de Carlos de Anjou como senador de Roma (16 septiembre 1278); un decreto, de 11 de julio de 1279, determinó que ningún príncipe foráneo pudiera en adelante ocupar el cargo. El papa debía ser senador perpetuo, absorbiendo de esta manera la señoría sobre la ciudad de Roma; su pariente, Mateo Orsini, se ocupó en la práctica de hacer sus veces. También hizo desaparecer la vicaría imperial sobre Toscana. Mantuvo estrechas negociaciones con Rodolfo de Habsburgo, preparando ya su coronación: el 14 de febrero de 1279 el rey de Romanos hizo una solemne renuncia a los derechos que aún pudieran corresponderle en Romagna. De este modo los Estados Pontificios obtuvieron la distribución espacial y la estructura jurídica que conservarían hasta 1860. Para que esta política diera resultados duraderos, se necesitaban dos condiciones difíciles de obtener: la reconciliación entre los Anjou y los Habsburgo, que hiciera definitiva la separación entre Alemania e Italia, y la paz entre los partidos de güelfos y gibelinos. Por eso apoyó a los Visconti, en Milán, y su sobrino el cardenal Latino Malabranca negoció en Genova y en Florencia reconciliaciones que permitieran regresar a los que estaban
en el exilio. Se proyectó el matrimonio de una hija del emperador, Clemencia, con un nieto del rey de Nápoles, Carlos Martel; ambos serían reconocidos como reyes de Arles. De hecho, Rodolfo legitimó a Carlos de Anjou en su posesión de Provenza y Foncalquier, que eran feudos del Imperio. Es difícil conocer cuál era el proyecto de fondo que Nicolás perseguía: se ha especulado con el designio de crear cuatro reinos o principados independientes entre sí, Alemania, Lombardía, Borgoña, Toscana, como una garantía de paz para la Iglesia; de todas formas, la muerte del papa impidió que las negociaciones llegasen a buen fin.
Oriente.
Siempre, la cruzada. Bizancio estaba en el mismo centro del problema. Aunque Nicolás prohibió hacer la guerra a Miguel VIII (no se atrevió, en cambio, a excomulgar a quienes en Epiro y Tesalia le combatían), presentó exigencias en relación con la unión, que los orientales juzgaron excesivas: in-
serción obligatoria del Filioque, publicación de los juramentos prestados en
Lyon, conservación en la liturgia griega únicamente de aquellos ritos que coin-
cidiesen con la latina, presencia de un legado permanente en Constantinopla y
de nuncios en cada una de las principales ciudades, confirmación de los nombramientos eclesiásticos en Roma y algunas otras de menor importancia. Sin embargo, el papa no quería provocar la ruptura: tales demandas se incluyeron en las instrucciones a los legados como una especie de programa máximo, pero con poderes para atemperarlas si era necesario. A pesar de todo es preciso reconocer que aquí estaba el precedente para la decisión de Martín IV. Franciscanos. Protector de los franciscanos, Nicolás III publicó la constitución Etsi qui seminat (14 agosto 1279), declarando la santidad de la pobreza y la obligación de seguirla; al mismo tiempo establecía la diferencia entre propiedad y usufructo, que permitía poseer edificios y otros bienes. A los extremistas del franciscanismo esta disposición les sentó mal, y Berengario de Perpignan presentó ante el papa una protesta que llegaría a tener consecuencias impensadas: alegaba que Cristo y los apóstoles nada habían tenido en propiedad ni en simple posesión.

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