martes, 6 de marzo de 2012

la verdad nos hará libres - 1

Me piden que explique con una anécdota cómo los niños más pequeños a veces consiguen que sus padres se acerquen de nuevo a Dios.
¿Una anécdota? Lo difícil es elegir entre las cien o doscientas que uno recuerda.
A punto de empezar la primavera, las niñas de 3º de Primaria, del colegio Aldeafuente, se preparaban llenas de entusiasmo para acercarse al sacramento de la Penitencia. Unos meses más tarde harían la Primera Comunión.
–Pero una niña de esa edad aún no ha aprendido a ofender a Dios –dijo la mamá de Marta–.
–Ojalá no apruebe nunca esa asignatura –le contesté–. Pero lo importante es que ya sabe pedir perdón. Y cuando tú le perdonas, le encanta que le des un par de besos, ¿no? Pues exactamente eso será para ella la primera Confesión.
Con el examen de conciencia, las niñas entraban en trepidación. Sabían muy bien que aquello no era un juego, pero, a los 7 años, jugar y vivir es lo mismo.
–Yo tengo cuatro pecados, ¿y tú?
–Yo nueve.
–Jo.
Luego, en casa, hacían los deberes con papá y mamá.
Lo de los deberes me lo dijo otro padre, cuyo nombre no recuerdo.
–Estos deberes son más difíciles que los otros. Ahora, mi hijo está empeñado en que hagamos juntos el examen de conciencia. Y luego, ya verás…
En efecto. Lo veía. No una vez, sino muchas, el primer penitente era papá o mamá.
–Ave María Purísima. Que me ha dicho la niña que yo también tengo que confesarme… Y han pasado tantos años…
¡Si supierais cómo se palpa la gracia de Dios al otro lado del confesonario!

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