martes, 29 de noviembre de 2011

Somos viejos, ¿estamos para el arrastre?

A Alvise Cornaro... Albino Luciani

Querido veneciano ultranonagenario,
¿Por qué os escribo? Porque habéis sido un simpático veneciano de hace cuatrocientos años. Porque, a través de un librito, - leidísimo por su deliciosa ingenuidad - habéis hecho propaganda a la vida sobria. Y, sobre todo, porque habéis sido un modelo de viejito sereno.
Hasta los cuarenta años, habíais sufrido de estómago "frísimo y humidísimo", de "dolor de costado", de "principio de gota" y de ciento y otros males. Un buen día tiraste a la basura todas las medicinas. Habíais descubierto que "quien quiera comer bastante, es necesario que coma poco" y te diste a la sobriedad.
Readquirida la salud, pudísteis así dedicaros al estudio, a la "santa agricultura", a la hidráulica, al abono, al mecenazgo, a la arquitectura, siempre lleno de buen humor y con buen aspecto, escribiendo, entre los ochenta y los noventa años, vuestros "Discursos acerca de la vida sobria", adecuados para infundir coraje y persuadir que también para nosotros ancianos la vida puede ser serena y empleada útilmente.
En vuestros tiempos, no muchos podían llegar a la vejez. Se conocían pocas normas higiénicas; no había los gustos y las comodidades actuales; casi no se develaban, como son hoy, ciertas enfermedades; no existía la cirugía de medios poderosos y de resultados prodigiosos que tenemos nosotros; la gente no llegaba al promedio de setenta años de vida, como, en cambio, llega hoy en algunos estados.
Hoy, nosotros los viejos, estamos avanzando en número en toda la línea.
En Italia, nosotros los de sesenta años para arriba, somos casi la quinta parte de la población. Nos llaman los de la "tercera edad". Con sólo contarnos deberíamos darnos coraje.
¿En cambio? En cambio nos dejamos, tal vez, llevar por la desorientación. Nos parece ser dejados a un lado como rueditas ya usadas, como ciclistas ya abandonados por el grupo. Si nos jubilamos, si los hijos, casándose, se fueron a vivir a otro lado, sentimos el vacío afectivo bajo los pies y no sabemos cómo agarrarnos. Cuando vienen adelante los achaques y los signos de la decadencia física, les hacemos la cara del blasón. En vez de pensar, sobre todo, en las cosas alegres, que Dios todavía nos concede, cedemos a la melancolía del dicho veneciano, que vos nunca habíais querido hacer vuestro: "Semo veci, semo in tochi... questo xe de mal! ". ("Somos viejos, estamos para el arrastre... ¡esto está mal!)
El fenómeno se agrava si, más arriba de los setenta; nos toca abandonar la casa, que había sido la nuestra, con la cual ya nos identficábamos, para convertirnos en huéspedes de una "Casa de reposo". Muchos se adaptan a ella y se encuentran bien; alguno, en cambio, se siente como un pez fuera del agua. "no me hacen faltar nada - me decía uno - podría ser la antecámara del Paraíso, pero, para mí, ¡es un Purgatorio anticipado!".

***

Los problemas de los ancianos son hoy más complicados que en vuestros tiempos y, quizá, más profundamente humanos, pero el remedio principal, querido Cornaro, es todavía el vuestro: reaccionar ante cada pesimismo o egoísmo. "Me quedan, tal vez, decenas enteras de años de vida: las utilizaré para ganar el tiempo perdido, para ayudar a los otros; quiero hacer de la vida que me queda una gran llamarada de amor para Dios y para el prójimo.
¿Las fuerzas son pocas? Puedo al menos rezar. Soy cristiano, creo en la eficacia de las oraciones que las monjas de clausura elevan a Dios en sus conventos; creo también con Donoso Cortés que el mundo tiene más necesidad de oraciones que de batallas. Y bien, también nosotros ancianos, ofreciendo a Dios nuestras penas y esforzándonos para soportarlas serenamente, podemos tener una gran incidencia en los problemas de los hombres que luchan en el mundo.
Este es un discurso. Si luego nos quedan todavía energías y disponibilidad de tiempo, se puede hacer también otra cosa. Y esto es: ¿Por qué no ponernos a disposición de las obras buenas? En ciertas parroquias, maestras jubiladas y empleados ancianos constituyen una ayuda preciosísima.
Pero en Francia, para no dejarse cortar fuera de la vida, los ancianos se han hasta organizado. "Por todos lados - se dijeron - surgen grupos espontáneos de jóvenes. ¡Hagamos los grupos espontáneos de nosotros ancianos!" Salió un movimento de veras considerable, que tiene a un obispo como asistente, que promueve la amistad y la espiritualidad de los inscriptos, la asistencia y el apostolado a favor de otros ancianos, que arranca a muchos de ellos del aislamiento y la desconfianza y hace, tal vez, explotar energías dormidas e insopechadas.
Vos no habéis sido, en efecto, el único que escribe libros después de los ochenta, querido Alvise Cornaro. Goethe terminó su Fausto a los ochenta y un años. Tiziano pintó su autorretrato después de los noventa. Por otra parte, nosotros somos viejos para aquellos que vienen después de nosotros; para aquellos, en cambio, que envejecen junto a nosotros, ¡somos siempre jóvenes! Y luego, con una pizca de malicia, se puede decir que el cómputo de los años se hace un poco a acordeón. Cuando Gounod - a los cuarenta años - compuso el Fausto, le preguntaron: "Con precisión, ¿qué edad debería tener vuestro Fausto en el primer acto?". "Dios mío, respondió Gounod, la edad normal de la vejez: sesenta años". Veinte años después, Gounod tenía él los sesenta años; le hicieron la misma pregunta y él, cándidamente, respondió: "¡Mi Dios, Fausto debe tener la edad normal de la vejez: ochenta años!".

***

En este punto me es fácil hacer una profecía. Y es: esta carta escrita a Vos, pero para ser leída por otros, no interesará a los lectores jóvenes que, hartos, dirán: "¡Cosas para viejos!"
Pero, ¿no se convertirán en ancianos también ellos? Y si de veras existe un arte, una metodología para ser "buenos ancianos", ¿no les convendrá a ellos aprenderla a tiempo? De joven estudiante me ha sucedido que el profesor de derecho canónico, llegado a los cánones del Código que explican los deberes de los cardenales, de los metropolitanos y de los obispos, dijera: "Estas son cosas poco ordinarias, las salteamos: si alguno de vosotros acaso llegará a este oficio, ¡se las estudiará por cuenta propia!". Y así fue que, convertido en obispo y metropolitano, yo tuve que comenzar de cero.
Ahora, si pocos entre los jóvenes teólogos se convierten en cardenales, casi todos, en cambio, los jóvenes de hoy llegarán mañana a la vejez con el deber de aprender por la calle el arte y de ponerlo a un lado. Uno, en la primaveral edad de veinte años, ¿es protestón al veinte por ciento? A sesenta años ¡ es cierto que protestará al sesenta por ciento, si no se corrige! Mejor, por lo tanto, que se endulce a tiempo.
A parte de esto, no está mal que los jóvenes sepan que, además de los propios, están los problemas delicados y sufridos de los otros, con los cuales viven flanco a flanco. A Timoteo, un joven obispo, San Pablo recomendaba: "No reprendas con aspereza a un viejo, sino ruégale como se ruega a un padre".
Es todavía verdad que, escribiendo, pensé, sobre todo, en nosotros ancianos, que tenemos necesidad de comprensión y de estímulo. En línea, - querido noble Cornaro, - con lo que escribísteis Vos. Y en línea con cuanto el director de un periódico solía recomendar a sus colaboradores. Decía: "¡Escribid a menudo algo para los ancianos! Si os topáis con algún caso de longevidad (por ejemplo, un hombre que se acerque a los cien años en plena lucidez de mente y con fuerzas todavía florecientes y frescas) no os dejéis escapar la bella noticia; ¡inseridla, dadle espacio en la crónica blanca! Hay un público de viejos a quienes ella le dará placer y que exclamará: ¡He aquí un periódico que está bien informado!".
Como estaré contento también yo si se dirá: "¡Cómo está bien informado El Mensajero de S. Antonio!".

Octubre de 1973


* ALVISE CORNARO, (1475-1566), singularísima figura del ambiente veneciano del Quinientos, murió en avanzadísima edad, a los 91 años, gracias a métodos de curación por él inmventados, que describió en un tratado: Discursos acerca de la vida sobria. Ellos persuadieron todavía a los ancianos que su vida puede ser serena y útilmente ocupada. El Cornaro fue también buen arquitecto.




GCM 2004

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