sábado, 26 de noviembre de 2011

CRISTO REY... for ever

“Dos amores construyeron dos ciudades: el amor propio hasta el desprecio a Dios hizo la ciudad terrena; el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, la ciudad del cielo” (1) Que debe convivir, en el tiempo, con aquélla.
No nos equivoquemos ni nos dejemos engañar. Cuando el Señor le dijo a Pilato que su reinado no era de este mundo (2) lo que afirmó es que su Majestad no le ha sido conferida por los poderes del mundo sino por Dios. Se refirió al origen de su potestad y no al ámbito universal de sus alcances.
Así, pues, Cristo Jesús, nuestro Redentor, debe reinar en nuestras almas pero debe también hacerlo en nuestras familias, en nuestras costumbres, en nuestras instituciones, en nuestras leyes, en nuestra Patria.
Pero hoy, tristemente comprobamos que no reina en las almas, tampoco reina en nuestra sociedad.
No reina en nuestras familias porque le hemos excluido de nuestras casas, dejando que en ellas entren otros señores; hemos silenciado la voz de su Palabra dejando que otros ruidos la sustituyan; hemos arrinconado sus imágenes, dejando que sean otras las que llenen nuestro espacio visual. Pero Cristo tampoco reina porque no se le invoca, no se le honra, no se cumple su ley... Porque somos más blasfemos y obscenosdesterrado en nuestras calles e instituciones.
Vemos cómo las antiguas naciones cristianas reniegan de Cristo y de su Iglesia, blasfeman y se burlan de sus leyes... También le hemos echado de nuestra organización social, alegremente. Primero dejando que el Estado regulara el matrimonio civil; se inmiscuyera con leyes inicuas de educación que sustituyeran la autoridad de los padres en la formación de sus hijos... También dejando que esa familia se fundara sobre una unión inestable al admitir el divorcio -primero en nuestras leyes y, luego, en nuestros hábitos sociales, admitiéndolo- si no siempre como una solución óptima a los problemas inevitables de la convivencia conyugal, sí como un mal menor tolerable y, aún, beneficioso... habituándonos a prescindir del matrimonio como institución fundante de la familia y -dejando que se llamara familia cualquier unión- admitiendo como normales y hasta buenas las uniones de hecho y la paternidad o maternidad extramatrimonial... Y al legalizar la unión homosexual y equipararla al matrimonio, se ha fabricado una caricatura siniestra y una mofa de la sagrada institución del matrimonio, fundado por el mismo Dios en los albores de la creación... Y dimos a la unión homosexual estéril una paternidad sin padres verdaderos y sin hijos propios.
Pero además dejamos que se cuestionara la potestad de Dios y el reinado de Cristo en el gobierno de nuestra sociedad, de nuestras instituciones y de nuestras leyes, sustrayéndonos a su Ley; abiertamente la hemos conculcado, sancionando normas y fabricando instituciones que no sólo la ignoran sino que directa y alevosamente la violan en su raíz. Porque nuestros jóvenes aceptaron a los hijos concebidos fuera del matrimonio, también como un mal menor frente al aborto, que ya no solo aprobamos lo que es contra natura se dio como norma y lo que es crimen como derecho. Que hoy no es un crimen individual sino como derecho de la madre, llegando así a la destrucción del nudo mismo de todo el orden social, porque se destruye la maternidad y con ella el nudo más sagrado en el orden natural... El aborto no sólo es el asesinato de la más inocente e indefensa de las criaturas del hombre, ni sólo es el más grave abuso de poder frente a la mayor debilidad, ni sólo es la más grave infidelidad a la más alta de las custodias, sino que es la destrucción de la mujer y de lo más sagrado y alto de la mujer, que es la maternidad. Y al dar el Estado ese derecho de matar al hijo no nacido que reposa en el claustro de su vientre, destruye la esencia de la feminidad, la maternidad y los restos de toda institución matrimonial y social. El aborto, como derecho social, es el más grande de nuestros crímenes colectivos y nos hará acreedores de los más grandes castigos. Si admitimos que los padres maten a los hijos “no deseados” ¿qué impide consagrar a los hijos el derecho de disponer de la vida de los padres inútiles y gravosos; a los padres y hermanos asesinar a los prójimos enfermos o discapacitados; a los fuertes eliminar a los débiles? ¿Qué limite hay en todo esto si ya se ha transpuesto el más sagrado de los límites? Más todavía ¿Qué derecho de educar a sus hijos pueden reivindicar unos padres que han admitido una sociedad en la que es legítimo y un derecho matarlos? ¿Qué autoridad pueden pretender quiénes han admitido ser ellos mismos eliminados cuando se convierten en una carga?
Pero el horror no ha terminado... Se debaten y estudian leyes que reglamenten la fabricación de hijos a gusto y placer, industrialmente y como si fueran cosas; se instrumentan las formas de penetrar más y mejor en el alma de los niños sobrevivientes, mediante la educación organizada por un Estado enemigo de Dios y de su ley. Se procura eliminar los rastros de la Cristiandad y las manifestaciones de la fe y la devoción popular. Se intenta legislar llevando al extremo el principio de igualdad, de modo tal que se haga imposible distinguir lo distinto convirtiendo en delito el uso racional de la discriminación, indispensable para separar el bien del mal, lo justo de lo injusto, lo conveniente y necesario de lo nocivo. Se convierte a la justicia, a la administración de justicia, en instrumento de la venganza y del rencor...
Hoy es necesario que estemos dispuestos a decir toda la verdad, y la defendamos aún con nuestras vidas. Hoy nos es necesaria la paciencia, como expresión pasiva de la virtud de la fortaleza. Es hoy, más que nunca necesaria, la firme determinación de hacer frente a la apostasía general -ese silencio de los cobardes- frente a la torpeza de los necios. Afirmemos nuestra Fe, levantemos nuestras voces, agudicemos nuestras inteligencias. Hoy, más que nunca, es necesario instaurar todo en Cristo y para hacerlo, debemos instaurarlo y hacerlo reinar en nuestras almas y en nuestras casas y debemos militar para restaurar su reinado en nuestra sociedad y en nuestra Patria. Hoy nosotros, más que nunca frente a los poderosos del mundo, gritemos ¡Viva Cristo Rey! y así digamos ¡no! al espíritu del mundo que nos invade, nos envenena y nos mata.
Pongámonos de pie, en orden de combate, bajo las banderas santas y gloriosas del Rey vencedor. ¡Viva Cristo Rey!


Notas:
1. San Agustín: “La Ciudad de Dios”.
2. San Juan, 18, 33-36.
3. “Cristo, ¿vuelve o no vuelve?”




A CRISTO REY

Oh Príncipe absoluto de los siglos,
oh Jesucristo, Rey de las naciones:
Te confesamos árbitro supremo
de las mentes y de los corazones.

La turbamulta impía vocifera:
"No queremos que reine Jesucristo";
pero en cambio nosotros te aclamamos,
y Rey del universo te decimos.

Oh Jesucristo, Príncipe pacífico:
Somete a los espíritus rebeldes,
y haz que encuentren el rumbo los perdidos
y que en un solo aprisco se congreguen.

Para eso pendes de una cruz sangrienta,
y abres en ella tus divinos brazos;
para eso muestras en tu pecho herido
tu ardiente corazón atravesado.

Para eso estás oculto en los altares
tras las imágenes del pan y el vino;
para eso viertes de tu pecho abierto
Sangre de salvación para tus hijos.

Que con honores públicos te ensalcen
los que tienen poder sobre la tierra;
que el maestro y el juez te rindan culto
y que el arte y la ley no te desmientan.

Que las insignias de los reyes todos
te sean para siempre dedicadas
y que estén sometidos a tu cetro
los ciudadanos todos de la patria.

Glorificado seas, Jesucristo,
que repartes los cetros de la tierra;
y que contigo y con tu eterno Padre
glorificado el Paráclito sea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario