sábado, 5 de noviembre de 2011

LO...o el presente de encarnación

Hablé de un libro: MAL DE ESCUELA... y ahi quedó. Vuelvo a insistir a mis educatas (a los que les cuestan determinadas cosas) y a mis padres (que... lo mismo). Podríais -os conviene- regalaroslo. Yo lo disfruto... Para que piquéis, un pasaje.

—Nunca no lo conseguiré, señor.
—¿Cómo dices?
—¡Nunca no lo conseguiré!
—¿Qué quieres conseguir?
—¡Nada de nada! ¡No quiero conseguir nada!
—¿Y entonces por qué tienes tanto miedo a no conseguirlo?
—¡No quería decir eso!
—¿Qué querías decir pues?
—¡Que nunca no lo conseguiré, eso es todo!
—Escríbelo en la pizarra: nunca lo conseguiré.
Nunca le conseguiré.
—Te has equivocado de pronombre. Este es para el complemento indirecto, más tarde te lo explicaré. Corrige. Has de utilizar el lo. Y conseguir va con s.
Nunca lo conseguiré.
—Bueno. ¿Y qué te parece que es ese «lo»?
—No lo sé.
—¿Qué quiere decir?
—No lo sé.
—Pues bien, es absolutamente necesario que averigüemos lo que quiere decir, porque eso es lo que te da miedo, ese «lo».
–No tengo miedo.
—¿No tienes miedo?
—No.
—¿No tienes miedo de no conseguirlo?
—No, me la trae floja.
—¿Cómo?
-¡Que me da igual, vamos, que me importa un higo, paso de eso!
—¿Te importa un higo no conseguirlo?
—Me importa un higo, eso es todo, yo paso.
—Y eso, ¿puedes escribirlo en la pizarra?
—¿Qué, que me importa un higo, que paso?
—Sí.
Mimporta un igo. Paso deso.
—Me y luego importa. Ahí has descubierto un nuevo verbo mimportar, en la primera persona del presente de indicativo Y tu higo lleva h. Además, pasas de eso.
Me importa un higo. Paso de eso.
—Bueno, ¿y qué es precisamente «eso» de lo que pasas?
—¿Qué es «eso»?
—No lo sé... ¡Todo eso!
—¿Todo eso, qué?
—¡Todo eso que me toca las narices!


Desde las primeras horas de clase de aquel curso mis alumnos y yo la habíamos emprendido con aquel «lo», aquel «eso», aquel «todo». Por ahí habíamos iniciado el asalto al bastión gramatical. Si deseábamos instalarnos sólidamente en el presente de indicativo de nuestro curso, era preciso ajustar cuentas con aquellos misteriosos agentes de desencarnación. ¡Prioridad absoluta! Comenzamos a cazar pues la ambigüedad en los pronombres. Aquellas enigmáticas palabras parecían abscesos que debían vaciarse.
Y en primer lugar, «lo». Empecemos por el famoso «lo» que nunca se consigue. Prescindamos de su denominación de pronombre personal neutro que suena como a chino en los oídos del alumno que lo oye por primera vez, abrámosle la panza, extirpemos de él todos los sentidos posibles, le pegaremos su etiqueta gramatical cuando volvamos a coserlo, tras haber devuelto a su lugar unas entrañas debidamente catalogadas. Los gramáticos le conceden un valor impreciso. Pues bien, ¡precisémoslo!
En aquel caso, aquel año, con aquel muchacho que berreaba y soltaba palabrotas como si presumiera de músculos, «lo» era el hiriente recuerdo de un ejercicio de mates en el que acababa de pegársela. El ejercicio había provocado un ataque: bolígrafo por el suelo, golpetazo a la libreta (de todos modos no lo comprendo en absoluto, paso de eso, me toca las narices, etcétera), alumno expulsado de clase y sufriendo un nuevo ataque en la siguiente hora, en mi clase de francés, donde topaba con otra dificultad, esta gramatical, pero que le devolvió brutalmente al recuerdo de la precedente...
—Le digo que nunca lo conseguiré. ¡La escuela no está hecha para mí, señor!
(Debate nacional, muchachito, y secular muy pronto. Saber si la escuela está hecha para ti o tú para la escuela: no puedes imaginar cómo se destripan, cuando se trata este tema, en el olimpo educativo.)
—Hace tres años, ¿pensabas que algún día estarías en secundaria?
—No, realmente no. Y, además, en el último curso de primaria querían que repitiera.
—Pues, bueno, a fin de cuentas estás en secundaria, lo h logrado. Aunque no lo imaginaras.
(Casi de viejo, tal vez, en lamentable estado, lo admito, trancas y barrancas, eso es cosa tuya, con mayor o menor justicia, eso se discute en las alturas. Pero de todos modos lo has logrado, es un hecho, y todos nosotros contigo y, puestos ya a ello, pasaremos el año trabajándolo, aprovecharemos eso para resolver ciertos problemas, comenzando por los más urgentes... Ese miedo a no lograrlo. La tentación de decir que te trae sin cuidado y esa manía de meterlo todo en el mismo todo. Hay montones de gente, en esta ciudad, que tienen miedo de no lograrlo y creen que les trae sin cuidado... Pero no les trae sin cuidado en absoluto; se las dan de gallitos. Se deprime desbarran, gritan, golpean, juegan a dar miedo, pero si ha algo que no les trae sin cuidado es ese «lo» y ese «eso» que les están pudriendo la vida, y ese «todo» que les toca las narices.)

—¡De todos modos, eso no sirve para nada!
—De acuerdo, nos ocuparemos de ese «eso» también, y de ese «nada». Y del verbo «servir», ya puestos a ello. Porque e verbo «servir» comienza a ponerme los nervios de punta. No sirve para nada, no sirve para nada, ¿y ahora, en tu boca, de que sirve el verbo «servir»? Es hora ya de que se lo preguntemos.
Aquel año, pues, le abrimos la panza a aquel «lo», a aquel «eso», a aquel «ello», a aquel «todo» y a aquel «nada». Cada vez que irrumpían en la clase, salíamos en busca de lo que aquellas palabras tan deprimentes nos ocultaban. Vaciamos los odres infinitamente extensibles de lo que abarrota la barca del alumno que está perdido, los vaciamos corno si achicáramos una barca a punto de hundirse y examinarnos de cerca el contenido de lo que arrojábamos por la borda:

«Lo»: primero, aquel ejercicio de mates que había encendido la mecha.«Lo»: luego el de gramática que había avivado el incendio. (¡La gramática me toca las narices más aún que las mates, señor!) Y así sucesivamente: «lo», la lengua inglesa que no se dejaba aprehender; «lo», la tecnología que le hartaba como todo lo demás (diez años más tarde le comería el tarro y otros diez años más tarde aún se le atragantaba); «lo», los resultados que todos los adultos aguardaban de él en vano; en resumen, «lo», todos los aspectos de su escolaridad.
De ahí la aparición del «eso», de eso importa un bledo (eso se lo pasa por el forro, pasa de eso, podían meterse eso donde les cupiera, solo para probar la resistencia de los oídos docentes. Una veintena de años más tarde y eso me toca los cojones acabaría añadiéndose a la lista).

«Eso», la constatación diaria de su fracaso.
«Eso», la opinión que tienen de él los adultos.
«Eso», el sentimiento de humillación que él prefiere convertir en odio a los profesores y en desprecio por los buenos alumnos...
De ahí su negativa a intentar comprender el enorme «ello» que no sirve para «nada», ese permanente deseo de estar en otra parte, de hacer otra cosa, no importa dónde por lo demás y no importa qué cosa.

Su escrupulosa disección de aquel «lo» reveló a aquellos alumnos la imagen que de sí mismos se hacían: unas nulidades descarriadas en un universo absurdo, y preferían que aquello les importara un huevo, puesto que no veían en ello porvenir alguno.
—¡Ni en sueños, señor!
No future.
«Lo» o el porvenir inaccesible.
Solo que al no ver para ti futuro alguno, tampoco te insta las en el presente. Estás sentado, pues, en tu silla, aunque e otra parte, prisionero del limbo de la lamentación, durante un tiempo que no pasa, una especie de perpetuidad, y haría pagar a cualquiera, y muy cara, esa sensación de tortura.
De ahí mi decisión de profesor: utilizar el análisis gramatical para atraerlos hasta
el aquí, el ahora, para experimentar la particular delicia de comprender para qué sirve un pro nombre neutro, una palabra fundamental que se utiliza veces al día, sin ni siquiera pensarlo. Era perfectamente inútil, ante aquel alumno encolerizado, perderse en argucias morales o psicológicas. No era el momento para debates, sino d urgencias.

Una vez vacíos y limpios el «lo» y el «eso», los etiquetan debidamente. Dos pronombres muy prácticos para limpiar el pescado en una conversación espinosa. Compararnos es pronombres con sótanos del lenguaje, con inaccesibles desvanes, con una maleta que nunca se abre, con un paquete olvidado en una consigna cuya llave se hubiera perdido.
—¡Un escondrijo, señor, un escondrijo de todos los diablo
No tan bueno, de todos modos. Crees ocultarte y he aquí que el escondrijo te engulle. «Lo» y «eso» nos devoran y ya n sabemos quiénes somos.

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