miércoles, 23 de noviembre de 2011

BENDITAS ALMAS DEL PURGATORIO

Las Almas en el Purgatorio reciben el nombre de “Benditas Almas del Purgatorio”, pues ya se han salvado: Saldrán de la prisión en la que se encuentran, una vez pagada su deuda, sólo para ingresar triunfantes en el Paraíso.
Sin embargo, ahora, como los muertos están en silencio, sus familiares y amigos deberán esforzarse de hablar en su nombre para que la Divina Misericordia adelante el día de su liberación de la prisión del Purgatorio.
Para animar a estos familiares y amigos, la Iglesia les recuerda el Miseremini del Patriarca Job: Decía el Santo Patriarca en medio de sus enormes tribulaciones: “¡Tened piedad de mí! ¡Tened piedad de mí, al menos vosotros, mis amigos!”

Son nuestros queridos difuntos quienes desde el más allá están clamando por nuestras oraciones, por nuestros sacrificios, para que les sean aplicados en vistas a ayudarles a salir de las torturas del Purgatorio.
En un texto bien vívido, Santo Tomás Moro hace expresar así a las Benditas Almas sus súplicas: “Si en este mundo vosotros tenéis piedad de los pobres, nadie hay tan pobre como nosotros, que no tenemos vestimenta alguna para cubrirnos... Si tenéis piedad de los ciegos, nadie hay tan ciego como nosotros, que estamos en la oscuridad, salvo por visiones espectrales y apariciones desagradables, repugnantes y nauseabundas... Si tenéis piedad de los lisiados, nadie hay más lisiado que nosotros, que no podemos arrastrar ninguno de nuestros miembros fuera del fuego, ni tampoco tenemos movilidad alguna en nuestras manos como para defender nuestro rostro contra las llamas... Si tenéis piedad de cualquier hombre que veis sufrir dolor, vosotros jamás visteis dolores semejantes a los nuestros, pues el fuego que nos quema aquí a nosotros, tanto sobrepasa en calor a todos los fuegos que alguna vez quemaron sobre la tierra, como el fuego real inmensamente sobrepasa al calor de un fuego pintado en un cuadro... Si alguna vez estuvisteis enfermos, sin poder dormir por las noches, y ansiabais tremendamente que llegara la luz del día; cuando cada hora nocturna se multiplicaba por cinco…, considerad cómo son nuestras noches —cómo es nuestra noche— esa noche que debemos sufrir, mientras que yacemos insomnes, inquietos, tensos, agitados, sedientos, asados por el negro fuego en la larguísima noche, que durará, o días, o semanas, o meses, o años, o siglos, o milenios… En la enfermedad, os movéis de un lado al otro de la cama, buscando alguna comodidad para poder descansar algo. Nosotros estamos aherrojados a nuestras ardientes parrillas y ni la cabeza podemos levantar... Vosotros tenéis doctores, que a veces os curan, o al menos os obtienen alguna calma. Ningún médico puede curar o aliviar nuestros dolores, ni aplicar paños fríos a nuestras literalmente inflamadas cabezas.”

Advirtamos, pues, la capital importancia de rogar por nuestros Fieles Difuntos y pongámonos a la obra, no sólo durante este mes de noviembre -a ellos dedicado- sino el resto de nuestra vida terrenal... “Suplicámoste, oh Dios Omnipotente y misericordioso, que las almas de Tus siervos y siervas —por quienes hemos ofrecido a Tu Majestad este Sacrificio de alabanza— limpias de todo pecado por la virtud de este Sacramento, merezcan, por Tu misericordia, gozar de la luz eterna” (Poscomunión de la Tercera Misa del 2 de noviembre).

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