domingo, 27 de noviembre de 2016

PARA QUIEN EMPIEZA LA ORACIÓN

La sabiduría de los principiantes Amo a los hombres de los principios, esta revolución de los jóvenes que rechazan todo compromiso, centellas de paja que alumbran los muros gigantescos del mundo. Son un sarpullido tranquilo, libre e ingenuo, preparado y dócil, deseoso de lo imprevisto. Siguen indicios e impulsos sin precisión, luz que genera luz, camino que aconseja otro camino. Tienen miradas más allá del horizonte, donde la eternidad toca la belleza. Prueban a mover un dedo, aunque no exactamente como el mundo quisiera. Emoción dentro, soplo de viento en plena cara, amalgama de polvo y lágrimas, recuerdo del mar. El que navega no tiene necesidad de ancla, ni timón, ni remos, tampoco del miedo a naufragar. No tienen otra cosa que pies, manos y ojos. Pies como los de los emigrantes, pasos del pueblo en marcha, manos valientes incluso en sueños, casa del pan para todos. Y ojos que vagan, el oro de sus miradas como sola riqueza. Te amo como eres, continúa guardando tus sueños locos, tu fiebre profética, tu libertad mantenida sobre las dunas quemadas. El viento te lleva y te sacude, abre tu corazón y dispersa la semilla, el germen. Te dicen que tus raíces son aún débiles, que la sombra es poca, no los creas, el germen ya refresca el aire y en sus hojas se oye el viento del otoño. Ten confianza, el invierno de los años se convierte en primavera. Una respiración profunda protege tu sueño, mantiene el alma en la primavera, como una llama que enciende otra llama. Haz hablar a la cavidad más profunda de tu corazón, el hálito del sentimiento, de forma que el amor y la alegría te conduzcan hasta el tesoro. Que el Espíritu descienda y que continúe encendiendo el corazón de aquellos que no tienen posibilidad de ser, sino que simplemente existen. Haz durar un poco más el aceite en sus lámparas. Don L. Verdi

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