martes, 22 de noviembre de 2016

ORAR EN FAMILIA P. Duval

(…) En mi casa la religión no tenía ningún carácter solemne: nos limitábamos a recitar las oraciones de la noche todos juntos. Pero había algo especial de lo que me acuerdo y que se me quedará grabado en la memoria mientras viva: la oración la entonaba mi hermana y, como para nosotros los niños, era demasiado larga, a veces nuestra “diaconisa” aceleraba el ritmo y se le trababa la lengua saltándose algunas palabras, hasta que mi padre intervenía y le decía que tenía que comenzar de nuevo desde el principio. Aprendí que con Dios hay que hablar despacio, con seriedad y delicadeza. Se me quedó grabado también la posición que mi padre tenía en aquel momento de oración. Él llegaba cansadísimo del trabajo en el campo y después de la cena se arrodillaba en tierra, apoyaba los codos en una silla y la cabeza entre las manos, sin mirarnos, sin hacer ningún movimiento, sin dar la más mínima señal de impaciencia. Yo pensaba, mi padre, que es tan fuerte, que manda en casa, que conduce los bueyes, que no se arruga delante del alcalde, de los ricos, de los malvados… mi padre delante de Dios se convierte en un niño. Como cambia de aspecto cuando se pone a hablar con él. Dios debe ser muy grande, si mi padre se arrodilla delante de él. Pero debe ser también muy bueno, si se le puede hablar sin cambiarse de ropa. Por contra, no vi nunca a mi madre arrodillada. Estaba demasiado cansada por la noche. Se sentaba en medio de nosotros, teniendo en brazos al más pequeño…. Recitaba también las oraciones del principio hasta el final y no paraba en ningún momento de mirarnos, uno tras otro, manteniendo la mirada más tiempo sobre los más pequeños. No decía ni una palabra, aunque los más pequeños la molestaran, ni tampoco, aunque la tormenta cayera sobre la casa o el gato hiciera un estropicio. Y yo pensaba, Dios debe ser muy simple, si se le puede hablar teniendo un niño al brazo y llevando un delantal. Y debe ser también una persona muy importante si mi madre cuando le habla no hace caso ni del gato, ni del temporal. ¡Las manos de mi padre y los labios de mi madre me han enseñado cosas muy importantes de Dios!

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