jueves, 15 de noviembre de 2012

Los pasos de la Eucaristía

En la vida de la humanidad, Jesús representa el supremo esfuerzo por unir al hombre con Dios. Aún el hombre piadoso y Santo, que veía en todas las cosas que otros tantos dones derramados por la mano divina, consideraba Dios como un ser que vivía su vida inefable y solitaria, a una distancia inconmensurable de esta otra vida terrena, en la que nacemos, crecemos ti morimos todos los hombres. Oh Jesús, en cambio, trajo comisión el levantar toda la vida humana a una zona de misterio, donde se juntan lo humano con lo divino.


Él mismo es la suprema realización de este plan. Por que Jesucristo y una interferencia de Dios que en la vida humana, pero también la humanidad se interfiere en la vida divina.


No se verifica en el uno de aquellos descensos esporádicos y efímeros, a nuestra manera de concebir, de la divinidad, que se hacía ver en un momento determinado y desaparecía luego para volver a su inefable lejanía de invisibilidad. Aquí no es sólo que Dios descienda; es que el hombre se levanta, y Dios y hombre, en esa zona de misterio, se abrazan estrechamente para no separarse llamas. Cómo está trabado el nudo de lo humano con lo divino, será siempre misterio del que nuestra razón podrá percibir muy poca cosa. Pero que está trabado es evidente, con la evidencia que tienen las verdades de la fe.


Mas, como quiera que el Verbo no se propuso solamente elevará a esa unión una determinada naturaleza humana, la del hombre Jesús, sino a todos los hombres y la vida de todos ellos, todo cuanto Jesucristo enseñó e hizo lleva esta misma orientación. Por eso, en sus parábolas, en las que no deja de haber un toque de misterio, Sherman and tan felizmente los actos más vulgares de la vida humana y el reino de los cielos. Por eso, en sus palabras, la naturaleza, con sus luces y tinieblas, con su vida y su muerte, sirve como de calquilla a las realidades de la vida sobrenatural. Por eso también, así Jesús que hizo alguna institución, en ella debemos encontrar una zona misteriosa en la que se junten lo divino y lo humano.


Efectivamente, Jesucristo o instituyó los sacramentos, en los cuales se verifica lo previsto. Pero en ninguno con tanta perfección como en la Eucaristía. Ahí sí que se da esa unión misteriosa de los elementos terrenos y celestiales, humanos y divinos. Cómo está trabado el nudo, ni lo vemos ni lo entendemos; pero de que ésta no hay duda. Es una verdad de fe que llegase el casi evidente por la experiencia de la vida religiosa.


Sabían los hombres que el pan de cada día es un Don Hecho por Dios a los hombres. Sabían algunos que en determinadas ocasiones había enviado Dios que el pan a sus escogidos de un modo milagroso. Lo que nos sabían es que Dios había de darse El mismo como pan, porque el pan iba a ser elevado hasta convertirse en la carne y la sangre de un Dios.


Jesucristo había venido para poner remedio al desastre del paraíso, y allí el hombre, al perder la gracia, había perdido también la inmortalidad. El árbol de la vida, plantado por Dios, no hacía inmortal a quien comía de él una sola vez, pero comunicaba tal energía al organismo, que, comiendo del de cuando en cuando, podía el hombre prolongar su vida indefinidamente y ser de hecho inmortal. Todo esto perdió al hombre, y todo esto le devolvió Jesucristo: el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna (Jn 6,55).


Por eso, cuando ya todo estaba cumplido y se iba levantaré largo de la cruz, del que descendería la gracia santifica ante a todos los hombres, Jesucristo preparaban el cenáculo este alimento de vida, que nos haría inmortales, no porque todo el que una vez perciba la Eucaristía este seguro de la inmortalidad espiritual, sino porque es tal la energía que comunica al alma, que, recibiendo la de cuando en cuando, puede estar seguro de vencer al pecado y ser de hecho y mortal.




Y porque al crear Dios el paraíso sabía muy bien lo que había de suceder y tenía preparado el remedio por la Encarnación, en la mente de Dios que largo de la vida estaba asociado a la Eucaristía. Hermoso y codiciable era que el árbol, pero mucho más codiciable es este alimento, en que se nos da el mismo Dios. Por eso, en la complacencia con que Dios miraba el árbol de la vida, entraba con mucho el pensamiento eucarístico. Aquel árbol venía a ser el primer paso hacia la Eucaristía.


Porque Dios no introdujo la Eucaristía en el mundo de una manera inesperada. Un año antes de reunirse Jesús en el cenáculo y dará a sus discípulos del pan de vida, se lo había anunciado claramente en Cafarnaúm, y para eso, el día anterior había multiplicado los panes y los peces en el desierto con un milagro, que hacía recordar el del maná, al que él mismo Jesús tal odio en su discurso.


Por eso el maná es otro paso hacia la Eucaristía. Es una nueva llamada de Dios a los hombres para recordarles que él tiene otro alimento que darles distinto o del que obtienen con el trabajo de sus manos. Y también lo entendieron los hombres, que llamaron al maná “pan del cielo”, en el que los más piadoso se encontraban toda clase de gustos. Jesús advierte, sin embargo, que aquél no era sino un esbozo del pan del cielo. El verdadero pan del cielo sería la Eucaristía: en verdad, en verdad os digo: moisés nos dio pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que bajó del cielo y da la vida al mundo (Jn 6,32).


Y, en efecto, el pan del cielo debería ser un manjar que diese la inmortalidad. No podía ser un manjar inferior al del paraíso. Debía de ser un pan de vida. Y el maná no era así. Sólo Jesús es pan de vida: yo soy el pan de vida. Vuestros Padres comieron el maná en el desierto y murieron. Éste es el pan que baja del cielo, para que el que lo, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; se alguno come de este pan, vivirá para siempre (Jn 6,48-51).


En el desierto de la península Sinaítica, donde Dios había alimentado su pueblo con el maná, se había cambiado ahora por el despoblado de la orilla oriental del lago. Estaré no cayó el maná al amanecer. Fue más bien a la tarde cuando, después de una jornada consagrada la palabra de Dios, Jesucristo multiplicó los panes y sació a una muchedumbre de 5000 personas. Cuando El desapareció y aún después de pasada la noche, la multitud le buscaba afanosa. Aquel pan y que había dejado con hambre demás pan. Era algo así como un aperitivo de la Eucaristía. Jesús se lo dirá: en verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis no porque habéis visto los milagros, sino porque habéis comido los panes yo sabré y saciado; procura dos no el alimento perecedero, sino el alimento que permaneció hasta la vida eterna, el que el Hijo del hombre os dará (Jn 6,26s).


Este sí que era un nuevo paso hacia la Eucaristía. La Eucaristía estaba ya a la puerta, y Jesús hacía que los hombres tuviesen hambre de ella: Sr., danos siempre que sepan  (Jn 6,34).


¿Qué el pan era este? Jesús lo dijo con toda claridad: “el pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Y a fin de que supiesen que éste era el pan que daba la inmortalidad perdida, añadió: en verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo de resucitar e en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida… éste es el pan bajado del cielo. No como el pan que comieron los Padres y murieron; el que come este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51-58)


Ya no faltaba sino esperar a que las puertas del Cenáculo se abrieran y en el silencio de la noche que envolvía al mundo dijera Jesús: tomad y comer. Esto es mi cuerpo…


Fue como el Ca el silencioso del maná en medio de la noche. Fue como un nuevo nacimiento o del Hijo de Dios que en la Casa del Pan. Fue como sea el árbol de la vida hubiera sido arrancado del paraíso y trasplantado la tierra. Fue el paso definitivo de la Eucaristía, que llegaba al mundo.


Después, en los días que siguieron a la Ascensión, comenzaron aquellas reuniones en diferentes casas de Jerusalén, en las que se había de nuevo decir: tomad y comeré… Y blanqueaba el pan eucarístico, y se encendía la fe, y se comía el pan del cielo. Oí en esta casa, mañana en la otra. Era como una procesión de la Eucaristía


Más tarde, palestina resultó pequeña. Se abrieron los caminos del mar y los de la tierra, y los apóstoles llevaron a todos los pueblos las palabras del Sr. Y el pan de la vida. Las palabras del profeta Malaquías se han cumplido en la Eucaristía: desde el orto del sol hasta el ocaso es grande mi nombre entre las gentes, y en todo lugar se ofrece a mi nombre un sacrificio humeante y una oración pura (1,11).


Todavía en la actualidad, la Eucaristía es para algunos pueblos una hermosa esperanza, que camina hacia ellos con la persona del misionero que ha de enseñarles la palabra de Cristo. Son los nuevos pasos de la Eucaristía.


Y entre nosotros, todos los años Taiwán a multitud de niños inocentes que reciben por primera vez el este pan del cielo. También son pasos de la Eucaristía.


Por último, a quien venciera en la lucha moral de esta vida, se le promete en el apocalipsis qué comerá de largo de la vida y recibirá el maná escondido (2,7.17). Será el paso definitivo de la Eucaristía, qué habrá sido ya superada por la participación directa en la vida de Dios.

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