miércoles, 7 de noviembre de 2012

la balanza, el puente y el juicio

En las portadas de algunas catedrales góticas como la de León y Burgos nos han dejado los artistas una representación realista y pintoresca del juicio final. Entre sus distintos elementos es fácil encontrar la figura de un ángel que maneja una gran balanza, en la que pesa las almas. La idea del juicio es netamente cristiana, con profunda raigambre bíblica, pero no así la figura de la balanza como instrumento del juicio. Son otras veces aparece en el antiguo testamento; y de ellas, dos en labios de Job, que era paganismo, y una en los de Daniel, que creció y vivió entre paganos. Además, ni el uno ni el otro o la relacionan con el juicio final. Lamentando Job los males que aquejan desproporcionados a juicio suyo, con su conducta, decía dirigiéndose a Dios:” ¿no está El mirando mis caminos y contando todos mis pasos? Ni anduve con engaños ni corrieron hacia el fraude mis pies. Que me pese Dios en balanza justa, y Dios reconocerán inocencia. Sí se apartaron mis pasos de tu sendas y tras mis ojos se fue mi corazón o se pegó alguno a mis manos, siempre yo y coseche otro, y se han arrancadas mis plantaciones” (31, 4-8). Invoca, pues, un juicio divino que se verifica con una balanza; pero es un juicio que no ha de realizarse después de la muerte, sino ya en vida, puesto que en la misma vida había de recibir su castigo o recompensa. En otra ocasión hacen decir a Job las versiones vulgares:” que le parezca bien a Dios que mis pecados, por los que he merecido la ira, se pesarán en una balanza con la calamidad que padezco; se vería que mis males pesan tanto hoy más que la arena del mar (6,2). Se diría que también aquí apela el Santo paciente a una balanza que estableciese la comparación entre su conducta y sus penas. Pero ni esto podemos decir, porque el texto original debe traducirse:” oh, sí mis quejas pudieran pesar se, y aun tiempo se pusiera mi desdicha en la balanza; luego está pesaría más que las arenas del mar”. Se trata pues, sencillamente, de comprobar la magnitud de su desgracia, sin establecer comparación alguna con su conducta y, por tanto, sin alusión alguna a un juicio. En cambio, el profeta Daniel habla claramente de un juicio realizado por medio de una balanza. Era la noche del festín de Baltasar. Un Asmoneos misteriosas habían escrito unas palabras sobre la pared, y Daniel las estaba interpretando. A llegar a la segunda palabra, dijo: Teqel: ha sido pesado en la balanza y hallado falto de peso (5,27). Dios había pesado en la balanza Baltasar, y habiéndole hallado deficiente, había determinado castigarle quitándole el reino. También aquí se trata de un juicio que tiene lugar en esta vida y que nada tiene que ver con el juicio final. Tampoco son más afortunados los que creen ver la balanza en el juicio en el Apocalipsis. El Cordero estaba abriendo los ellos del libro: y cuando abrió el sello tercero, oí al tercer viviente que decía: D en. Y mire, y vi un caballo negro, y el que le montaba tenía una balanza en la mano. Yo y con una voz en medio de los cuatro vivientes que decía: dos libras de trigo por un denario, pero el aceite y el vino ni tocar los (6,5s). El mismo contexto da el sentido simbólico de la balanza. Anuncia un tiempo de una gran carestía de vida, en el que el trigo alcanzar a precios exorbitantes, pero no se habla para nada de un juicio. Del juicio final habla, en cambio, el profeta más adelante, sin hacer intervenir ninguna balanza: y vi un trono alto y brillante ya que en él se sentaba, de cuya presencia huyeron el cielo y la tierra y no dejaron rastro de sí. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, que estaban delante del trono; y fueron abiertos los libros, y fue abierto otro libro, que es el libro de la vida. Y fueron juzgados los muertos según sus obras, según las obras que estaban escritas en los libros. Y entregó el mar los muertos que tenía en su seno, y asimismo al infierno y la muerte entregaron los que tenían, y fueron juzgados cada uno según sus obras … Y todo el que no fue hallado escrito en el libro de la vida fue arrojado en el estanque de fuego (20,11-15). Como se ve, San Juan concedía el juicio de una manera muy ajena al uso de la balanza. El juez se contenta con hacer comparecer a los reos y consultar unos libros donde están escritas sus obras, y el libro de la vida, en el que están escritos los nombres de los predestinados. Tampoco en las alusiones, frecuentes y solemnes, que los profetas y los salmos hacen al juicio universal o a un juicio particular, se encuentra nada que recuerde el uso de la balanza. Y, sobre todo, está completamente ausente de la predicación de Jesús. Inmediatamente antes de Jesucristo había predicado el bautista, que anunciaba como inminente el juicio de Dios; pero lo presentaba siempre bajo imágenes bucólicas: la de leñador que va a derribar el árbol, y la del sembrador que se dispone a venta del trigo en suegra (Mt 3,10-13). Jesús se limitaba a veces a este mismo plano campestre anunciaba que un día saldría los ángeles y recogería la cizaña para echarla al fuego, o separaría los peces malos para arrojar los al horno del fuego (Mt 13,41.49). Pero una vez en que, sin abandonar del todo el marco bucólico de la vida del pastor, describió el juicio final con cierto detenimiento: “cuando el Hijo del hombre venga en su gloria y todos los ángeles con él, se sentara sobre su trono de gloria y se reunirán en su presencia todas las gentes; y separar a algunos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda. Entonces diga el rey a los de su derecha: venid, benditos de mi Padre, toma posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me diste se comer; tuve ser, y me viste server; peregrine, y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme… Y le responderán los gustos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y que alimentamos, sediento y pedimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y que acogimos, desnudo y que vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vinimos a ti? Y el rey les diga: en verdad os digo que cuántas veces hicisteis eso a uno de mis Hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis… Y dirá a los de su izquierda: apartados de mi, malditos, al fuego eterno preparado para llave para sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer; tú ves él, y no me disteis de beber; fui peregrino y no me alojasteis; estuve les mundo, y no me vestisteis; enfermo ya en la cárcel, y no me visitasteis … Ellos responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o peregrino, o enfermo, o en prisión y no te eso corrimos ¿ él es contestar a diciendo: en verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo no lo hicisteis… E Irán al suplicio eterno, y los gustos a la gloria eterna” (Mt 25,31-46). Nunca había imaginado ni escrito hombre alguno una visión tan divina y tan humana del juicio universal pero en ella no se hablaba de la balanza.

El empleo de la balanza en el juicio que sigue a la muerte de los hombres parecer de origen egipcio. El monumento sin papiros del imperio nuevo es frecuente encontrar representaciones de la “doble sala de la justicia”, en la que debía verificarse el juicio de los muertos. En un extremo se levanta la silla del tribunal, en la que se sienta el Dios Osiris. Al fondo han tomado 142 jueces, y delante de ellos hay una gran balanza. Por el otro extremo penetra en la sala el difunto, que es recibido por la diosa de la verdad, e inmediatamente Horus y Anubis ponen el corazón del muerto en uno de los platillos de la balanza y el signo de la verdad en el otro. El Dios Tot, que es el secretario de los dioses, toma nota del resultado y lo comunica a Osiris para que éste dicte la sentencia. Si el corazón quedan equilibrio con la verdad, el difunto queda absuelto; en caso contrario, será entregado al suplicio.

La idea de un juicio otra terreno es muy antiguo en Egipto, pero sólo partir de esta época, hacia el siglo XV antes de Jesucristo o, se hace intervenir en él la balanza. D Egipto debió pasar esta idea a otros pueblos.

También en la literatura griega encontramos citado el juicio divino de los hombres. El primero en hablar de él es Píndaro, que somete a los hombres al juicio de la diosa Anaque, en la segunda Olímpica. Pero que más se extiende en su referencia es platón, especialmente en Gorgias. Según él, desde los tiempos de Saturno existía la ley de que los hombres que habían llevado una vida justa fuesen a parar a las islas afortunadas, donde serían felices; y los hubieran sido injustos e impíos, debían ir a un lugar de suplicio llamado Tártaro. Pero cuando a Saturno sucedió Júpiter, comenzaron al oír bien las cosas. Hasta que un día Plutón y los gobernadores de las islas afortunadas vinieron a quejarse a Júpiter de que los hombres que les llegaban no eran acreedores a los castigos Mia las recompensas que se les habían asignado. Júpiter comprendió. Todo dependía de que los hombres eran juzgados, antes de morir, por jueces vivos. De esta manera, un alma corrompida podía estar envuelta en un cuerpo hermoso y engañar a sus jueces; y, a su vez, los jueces tenían en su cuerpo un impedimento para juzgar con independencia. En adelante, reos y jueces acudirían al juicio desnudos de sus cuerpos, es decir, muertos. Además, los jueces serían Minos, Radamanto y Eaco, hijos de Júpiter, que juzgarían a los hombres en un lugar donde se juntaban tres caminos: uno de ellos conocía a las islas afortunadas y otro al Tártaro. Radamanto juzgaría a los asiáticos, y Eaco a los europeos. Minos fallaría en caso de duda. Y los resultarían a las almas sin saber de quién eran.

Todas estas ideas, sin embargo, no parecen haber pasado del mundo de los filósofos y los poetas. Las inscripciones funerarias lo hace ninguna alusión al juicio. Nótese además que en el pensamiento griego, el juicio que siguió a la muerte no se verifica por medio de una balanza.

En cambio, la idea de la balanza divina, sin relación alguna con el juicio, era ya conocida la literatura homérica. En la Ilíada, cuando fe Zeus quiere decidir la suerte de la guerra entre los aqueos y troyanos, despliega su balanza de oro y ponen sus platillos los destinos de ambos pueblos; el destino de los griegos bajó hasta la verde hierba, y el de los troyanos subió hasta el cielo. Otro tanto hizo en el momento del combate decisivo entre Héctor y Aquiles.

También Virgilio, entre los latinos, copió esta escena en su Eneida ante la lucha de Eneas y Turno. Y así mismo Horacio, Ovidio y Virgilio hablaron del juicio de los dioses infernales; pero sus ideas no pasaron de la esfera de la poesía. El pueblo no se dio por enterado.

Tampoco las religiones de la India fueron muy permeables a la idea de un juicio ultra terreno. Sin embargo, en el budismo, de época reciente, hay un cuadro que representa las moradas de los dioses, y debajo de ellas la tierra y el infierno. En la parte superior del infierno se ve el trono de Yama, que tienen la derecha una horca y en la izquierda un Espejo, donde se refleja las obras buenas y malas de los hombres. A la izquierda de Yama hay un personaje con una balanza para pesar los cuerpos de los difuntos, y debajo del trono hay dos espíritus, el del bien y el del mal, con dos sacos de guijarros, que son las obras buenas y malas. Debajo están representados los suplicios del infierno.

 Mucha más aceptación tuvo en la religión persa. El mazdeísmo nos presenta un tribunal, donde Mitra, asistido de Rashnu y Sraosha, juzga a las almas. Rashu tiene una balanza, que maneja con absoluta justicia. Sí no se inclina a una parte ni a la otra, el reo ha de ir al Hamesstagan, especie de purgatorio.

Pero junto a esta idea de la balanza que tal vez fue importada, el mazdeísmo presenta otra suya: la del puente Cinvat. Al pasar del puente, el pecador calle a las tinieblas y el justo sigue adelante por el camino de los dioses.

Mahoma no tuvo inconveniente en incorporar las dos ideas al Corán. Cuando habla del “día terrible” dice:” en verdad, a aquel cuyas obras hicieren bajar la balanza, tendrá una vida placentera; pero aquel cuyas obras pesar en poco en la balanza, tendrá por su morada el Báratro. Pero ¿qué te puedo hacer comprender lo que es el Báratro? Es el fuego ardiente”. En cambio, en otro lugar dice:” el puente Sirath es más afilado que una espada y está tendido sobre el infierno. Todos los hombres pasan por él, los unos pasan como un rayo, los otros como el caballo que corre, otros como el caballo que anda; éstos se arrastran con las espadas cargadas de pecados. Otros caen aquí van al infierno”.

El islam fue el gran vehículo ideas orientales en Europa. Ya hemos visto que por esta época aparece la balanza del juicio en el arte cristiano. Paulino de París nos ha transmitido una narración popular, según la cual, un clérigo que murió, fuel pesado en la balanza por San Miguel, poniendo en un platillo sus obras buenas y en el otro las malas; en un principio pesaba más las malas. Pero luego la Virgen María puso en el platillo de las obras buenas todas las avemarías que el clérigo le había rezado y sin ti no el peso definitivamente hacia lo bueno.

También la idea del puente llegó a los medios populares cristianos. En los Diálogos de San Gregorio Magno, se habla de un soldado que murió de peste en Constantinopla y que, por la misericordia de Dios, volvió a la vida y pudo contar lo que había visto. Dijo que sobre un río de aguas negras pasar un puente que llevaba a una pradera verde, adornada con hierbas y flores de un olor muy agradable, y en la que había unos hombres vestidos de blanco. Los pecadores que trataban de atravesar aquel puente caían en el río, ha prestado y tenebroso. En cambio, los gustos pasaban libremente y llegaban con toda seguridad a la pradera.

De esta manera, sobre el fondo dogmático y revelado de la existencia de un juicio a que están sometidos todos los hombres después de la muerte, la imaginación popular ha ido portando escenas caprichosas conservas traídas del oriente. El mercader que las trajo fue el islam, que a su vez las había adquirido en Egipto y Persia. Nosotros no tenemos porqué despreciar las. Pero sabiendo siempre que sólo son el lenguaje popular en que se expresa una verdad que hoy es patrimonio de casi toda la humanidad; y que San Pablo enunció diciendo: está establecido que los hombres mueran una sola vez, y después de esto o el juicio (Hb 9,27)

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