viernes, 2 de noviembre de 2012

LA VIDA DEL SEÑOR "X"

¡Qué terrible cambio, cuando la sentencia se ha pronunciado, la vida termina, y comienza la muerte definitiva!

El Señor X ha vivido tanto tiempo en el pecado, que ha olvidado tener faltas de las que arrepentirse. Se ha acostumbrado a pecar. Ha aprendido a olvidar que vive enemigo de Dios. Ha dejado incluso de excusarse, como al principio. Vive en el mundo. No ha querido hablar de religión desde hace mucho tiempo. Ocupa sus pensamientos en la familia y el trabajo; no es un hombre malvado, cree en Dios y en los dogmas católicos, pero eso de la religión no va con un “triunfador”. Si piensa en la muerte lo hace con repugnancia, como en algo que le separará de este mundo, y no con temor saludable, como en algo que le introducirá en el más allá. Ha sido siempre un hombre fuerte y de excelente salud. Nunca ha estado enfermo. La gente de su familia vive mucho, y él cree que cuenta, por tanto, con largo tiempo por delante. Sus amigos mueren antes que él, y siente más desprecio por su insignificancia que dolor por su desaparición. Acaba de casar a una hija, ha establecido a su primogénito, y piensa retirarse de sus actividades, aunque se pregunta cómo empleará el tiempo cuando las haya dejado. No consigue detenerse en la idea de su destino una vez que la vida termine, y si alguna vez lo hace por un momento, parece seguro de una cosa: su Creador es pura benevolencia, y resulta absurdo hablar de condenación eterna. En su juventud, algún tiempo, se acercó a los Sacramentos, pero sin preocuparse de tener las disposiciones necesarias para recibirlos provechosamente. Abusó, para su ruina, de la misericordia de Dios. Sus confesiones fueron rutinarias y sin decidirse a dejar los malos hábitos y las ocasiones de pecado. Sus comuniones frías. Se acostumbró pronto a acudir al confesionario sin dolor y sin propósito de enmienda y más adelante se atrevió a callar algunos pecados graves. Pronto dejó los Sacramentos y más adelante ya no creía realmente en ellos. Así vive, pocos o muchos años, pero en cualquier caso llega el fin. El tiempo ha pasado sin ruido, y la muerte le sorprende como ladrón en la noche.
Ahora cae gravemente enfermo. Los buenos familiares le llevan el sacerdote para una última confesión y comunión y recibir la extremaunción. El acepta, porque así se acostumbra en la familia. No hay arrepentimiento, es sólo miedo a lo desconocido lo que le impulsa a hacerlo, y el resultado es una última confesión y comunión sacrílega. Nuestro Señor Jesucristo hizo un último intento, pero encontró un alma encallecida, indiferente, acostumbrada a vivir sin estado de gracia.
¡Qué momento para la pobre alma del Señor X, que se mira y se sorprende repentinamente ante el tribunal de Cristo! ¡Qué dramático instante, cuando, jadeante del camino, deslumbrado por la majestad divina, confundido por lo que le sucede, incapaz de advertir dónde se halla, el pecador escucha la voz del espíritu acusador que le recuerda todos los pecados de su vida! ¡Qué confusión cuando oye referir las misericordias de Dios que ha rechazado, las advertencias que no tomó en cuenta, los consejos que no siguió! Más terrible aún el momento en que habla el Juez y le manda “fuera” por la eternidad, pues la deuda que contrajo es infinita. “¡Imposible que yo sea un alma condenada! –exclama el espíritu del Señor X- ¿Separado yo para siempre de la esperanza y de la paz? ¡Ha habido un error! ¿Condenado sin remedio? ¡No puede ser!” La pobre alma lucha y se agita en poder del demonio que le sujeta y cuyo contacto es ya un tormento. Grita en agonía y con ira, como si la misma intensidad del dolor fuera una prueba de su injusticia. “No lo soporto. Detente; soy un hombre, no me parezco a ti; ni sirvo para tu diversión; no he estado nunca en el infierno, ni he olido a fuego, como tú. Conozco los sentimientos humanos, sé de religión, he tenido una conciencia, poseo un espíritu cultivado, soy un hombre versado en la ciencia, el arte y la literatura, sé apreciar la belleza, soy filósofo, poeta, escritor reconocido, conocedor de hombres, estadista, orador, tengo ingenio. Más aún, soy católico, he recibido la gracia del Redentor y los sacramentos. Soy católico desde niño, soy hijo de mártires...”.
¡Pobre alma! Mientras se resiste de ese modo a su destino, su nombre es quizás exaltado entre sus amigos. Su elocuencia, claridad de pensamiento, sagacidad, sabiduría, no se olvidan. Se le menciona de vez en cuando; se le cita como autoridad, se leen mucho sus libros, se le recuerda como gran escritor y pensador, se repiten sus palabras, se le erige incluso un monumento, o se escribe su biografía. ¿De qué le sirve? Su alma está perdida.
¡Vanidad de vanidades y miseria de miserias! Los hombres no lo escuchan. Muchos de ellos actúan como él y pronto le acompañarán. Las nuevas generaciones son tan presuntuosas como las anteriores. El padre no creyó que Dios pudiera condenarle, y el hijo tampoco lo cree. El padre se indignaba cuando oía hablar de dolor eterno y el hijo rechina los dientes y sonríe despectivo ante observaciones análogas. El mundo hablaba bien de sí mismo hace treinta años y continúa igual otros treinta. Así es como este caudal de hombres avanza de edad en edad. Millones de hombres trivializan el amor de Dios, tientan su justicia, y como la piara de cerdos, caen de cabeza por el precipicio, como le ha sucedido al Señor X(1).

Cristo mío, ten misericordia de nosotros. Ahora que todavía tenemos tiempo, permite que tu rostro nos ilumine, para que reconozcamos tus caminos y nuestras miserias, para que renunciando a estas últimas, nos arrepintamos de corazón y te sigamos. Para que correspondamos a tu muerte en la cruz por amor, con el amor de negarnos a nosotros mismos, con el amor que permite salvarse, sencillamente, cumpliendo con los mandamientos; y en especial con aquél que dio N.S. Jesucristo en la Ultima Cena: “Un nuevo mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado” Permítenos Señor que nos desacostumbremos de pecar, por cuanto que los pecados de costumbre son de los que llevan más almas al infierno.

Condensado y adaptado deL Cardenal J. Newman. Discursos sobre la Fe.

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Y AHORA, PARA RELAJARNOS, UNA CONVERSACIÓN CON DIOS...

HOMBRE: Padre Nuestro que estás en los cielos…
DIOS: Si.. Aquí estoy, hijo...
HOMBRE: Por favor... no me interrumpa. ¡Estoy rezando!
DIOS: ¡Pero tu me llamaste hijito!...
HOMBRE: ¿Llamé? No llamé a nadie. Estoy rezando.... Padre Nuestro que estás en los Cielos...
DIOS: ¡¡¡Ah!!! Eres tú nuevamente, hijo.
HOMBRE: ¿Cómo?
DIOS: ¡Me llamaste! Tú dijiste: Padre Nuestro que estás en los Cielos. Estoy aquí. ¿En que te puedo ayudar?
HOMBRE: Pero no quise decir eso. Estoy rezando. Rezo el Padrenuestro todos los días, me siento bien rezando así. Es como cumplir con un deber. Y no me siento bien hasta cumplirlo.
DIOS: Pero ¿cómo puedes decir Padre Nuestro sin pensar que todos son tus Hermanos, ¿Cómo puedes decir “que estás en los cielos”, si no sabes que el Cielo es paz, que el Cielo es amor a todos...?
HOMBRE: Es que realmente no había pensado en eso.
DIOS: Pero... prosigue tu oración, hijo.
HOMBRE: Santificado sea tu nombre...
DIOS: ¡Espera ahí! ¿Qué quieres decir con eso?
HOMBRE: Quiero decir... quiero decir... lo que significa. ¿Cómo lo voy a saber? Es parte de la oración. ¡Sólo eso!
DIOS: Santificado significa digno de respeto, santo, sagrado.
HOMBRE: Ahora entendí. Pero nunca había pensado en el sentido de la palabra SANTIFICADO. "Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo..."
DIOS: ¿Estás hablando en serio?
HOMBRE: ¡Claro! ¿Por qué no?
DIOS: ¿Y que haces tú para que eso suceda?
HOMBRE: ¿Cómo qué hago? ¡Nada! Es que es parte de la oración, hablando de eso... sería bueno que el Señor tuviera un control de todo lo que acontece en el Cielo y en la tierra también.
DIOS: ¿Tengo control sobre ti?
HOMBRE: Bueno... ¡Yo voy a la Iglesia!
DIOS: ¡No fue eso lo que te pregunté! ¿Qué tal el modo en que tratas a tus hermanos, la forma en que gastas tu dinero, el mucho tiempo que das a la televisión, las propagandas por las que corres detrás, y el poco tiempo que me dedicas a Mi? Y no digamos de otros asuntos: tus sensualidades, tus iras, tus irresponsabilidades, tu descuido por el prójimo, tus egoísmos, tu soberbia, tus malos deseos…
HOMBRE: Por favor, ¡Para de criticar!
DIOS: Disculpa. Pensé que estabas pidiendo que se haga mi voluntad. Si eso fuera a acontecer… ¿Qué hacer con aquellos que rezan y no aceptan mi voluntad, el frío, el calor, la lluvia, la naturaleza, la enfermedad, la pobreza, los obstáculos, los problemas....
HOMBRE: Es cierto, tienes razón. Nunca acepto tu voluntad, pues reclamo por todo. Si mandas lluvia, pido sol.. si mandas sol me quejo del calor, si mandas frío, continuo reclamando; pido salud, pero no cuido de ella, dejo de alimentarme o como mucho.
DIOS: Excelente que reconozcas todo eso. Vamos a trabajar juntos tú y yo. Vamos a tener victorias y derrotas. Me está gustando mucho tu nueva actitud.
HOMBRE: Oye Señor, preciso terminar ahora, esta oración está demorando mucho más de lo acostumbrado. Continúo..."el pan nuestro de cada día dánoslo hoy"...
DIOS: ¡Para ahí! ¿Me estas pidiendo sólo el pan material para ti o hablas en plural pidiendo también para otros? No sólo de pan vive el hombre sino también de Mi Palabra. Cuando me pidas el pan, acuérdate de aquellos que no lo tienen. ¡Puedes pedirme lo que quieras, me encanta eso, deja que me vea como un Padre amoroso! Estoy interesado en la última parte de tu oración, continúa...
HOMBRE: "Perdona nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores..."
DIOS: Para un momento. Me agrada más lo que dijiste...que pidas que perdone todas tus deudas y no sólo tus ofensas. Pero...¿te has fijado las deudas que tienes conmigo? Eres deudor mío no sólo por tus ofensas y pecados, me debes la vida, me debes la posibilidad de salvarte eternamente si lo buscas y deseas. Te he dado todo lo necesario. Mi Hijo murió por ti en una Cruz para redimirte, te dejó el sacramento del bautismo para limpiar el pecado original con el que naces, te dio el de la Penitencia para que limpies tus faltas y se ofrece en la Eucaristía para llenarte de gracias en la santa comunión; te doy mil gracias si rezas…¿lo has apreciado? Todo esto es obsequio de Dios. ¿Y acaso no me debes la familia, el amigo que te consuela, la Creación entera a tu servicio, la belleza de las flores, el embrujo de la noche…? En fin. ¿Tantas cosas no te hacen también deudor mío? Y si quieres pedir perdón de tus pecados y ofensas, recuerda que yo puedo perdonarte ahora si te arrepientes por verdadero amor a mí, pero deberás hacer el propósito de acudir con mi ministro al sacramento de la penitencia, para reconciliarte ahí a la brevedad. Mi ministro actúa en mi persona y con mi poder. Yo te perdono tus pecados al tiempo que él te absuelve. Recuerda que el arrepentimiento implica un propósito de enmienda, es decir procurar no volver a pecar. Por cierto, tú pides que te perdone en la medida que perdonas, pues así dice la oración. ¿Y tú? ¿Ya has perdonado a ese que tan duramente te ofendió y tanto desprecias?
HOMBRE: ¿Ves? Oye Señor, él me criticó muchas veces y no era verdad lo que decía. Ahora no consigo perdonarlo. Necesito vengarme.
DIOS: Pero… ¿Y tu oración? ¿Qué quieres decir con tu oración? Tú me llamaste y estoy aquí, quiero que salgas de aquí transformado, me gusta que seas honesto. Pero no es bueno cargar con el peso de la ira dentro de ti! ¿Entiendes?
HOMBRE: Entiendo que me sentiría mejor si me vengara.
DIOS: ¡No! Te vas a sentir peor. La venganza no es buena como parece. Piensa en la tristeza que me causarías, piensa en tu tristeza ahora. Yo puedo cambiar todo para ti. Basta que tú lo quieras.
HOMBRE: ¿Puedes? ¿Pero cómo?
DIOS: Perdona a tu hermano, y Yo te perdonaré a ti y te aliviaré. Recuerda que pides que te perdone en la medida que tú perdones también.
HOMBRE: Pero Señor… no puedo perdonarlo.
DIOS: ¡Entonces no me pidas perdón tampoco!
HOMBRE: ¡Estás acertado! Pero sólo quería vengarme, quiero la paz Señor. Está bien, está bien: perdono a todos, pero ¡ayúdame Señor!. Muéstrame el camino a seguir.
DIOS: Esto que pides es maravilloso, estoy muy feliz contigo. Y tú... ¿Cómo te estás sintiendo?
HOMBRE: ¡Bien, muy bien! A decir verdad, nunca me había sentido así. Es muy bueno hablar con Dios.
DIOS: Ahora terminemos la oración… prosigue...
HOMBRE: "No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal..."
DIOS: Excelente, voy a hacer justamente eso, pero no te pongas en situaciones donde puedas ser tentado. El mal viene del maligno.
HOMBRE: y ahora.. ¿Qué quieres decir con eso?
DIOS: Deja de andar en compañía de personas que te llevan a participar de cosas sucias, secretas. Abandona la maldad, el odio. Todo eso te lleva al camino errado. No uses todo eso como salida de emergencia.
HOMBRE: ¡No te entiendo!
DIOS: ¡Claro que entiendes! Has hecho conmigo eso varias veces. Vas por el camino equivocado y luego corres a pedirme socorro, sin darte cuenta que sufres lo que tú mismo provocaste.
HOMBRE: Tengo mucha vergüenza, perdóname Señor.
DIOS: ¡Claro que te perdono! Siempre perdono a quien está dispuesto a perdonar también. Pero cuando me vuelvas a llamar acuérdate de nuestra conversación, medita cada palabra que dices. Esta oración me agrada de sobremanera…pero bien reflexionada. Termina tu oración.
HOMBRE: ¿Terminar? Ah, sí, "AMEN!"
DIOS: ¿Y qué quiere decir "Amén"?
HOMBRE: No lo sé. Es el final de la oración.
DIOS: Debes decir AMEN cuando aceptas todo lo que quiero, cuando concuerdas con mi voluntad, cuando sigues mis mandamientos, porque AMEN quiere decir ASÍ SEA , estoy de acuerdo con todo lo que oré.
HOMBRE: Señor, gracias por enseñarme esta oración, y ahora gracias también por hacérmela entender.
DIOS: Yo amo a todos mis hijos, pero amo más a aquellos que quieren salir del error, a aquellos que quieren ser libres del pecado. ¡Te bendigo, y permanece en mi paz!
HOMBRE: ¡Gracias Señor! ¡Estoy muy feliz de saber que eres mi amigo y mi Señor!
Dios sólo le sonrió dulcemente, con un infinito amor.

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