domingo, 4 de noviembre de 2012

el sheol y la gehenna entre los judios

Repetidas veces en el evangelio habla Jesucristo de la Gehenna como de un lugar de tormento, donde serán castigados los pecadores. Al afirmar la existencia de este lugar, no hace sino enseñarnos una verdad dogmática. Pero sí le aplicará el nombre de Gehenna, es porque quiere ponerse al alcance de sus oyentes, avezados a oír y emplear este término. De Gehenna es la transcripción griega del nombre hebreo ge Hinnón, o valle de Hinnón, con que se designaba el valle que al sur de Jerusalén arranca de la confluencia del torrente Cedrón con el Tyropeon y se dirige hacia el occidente. ¿Por qué se le llamo así? Probablemente porque Hinnón sería el nombre de algún personaje o de alguna familia que lo poseyó en época muy remota, cuando Jerusalén estaba habitada por los jebuseos. Tan antigua es el nombre, que ya el libro de Josué le llaman valle de los hijos de Hinnón (15,8). La proximidad de algunas fuentes hacían de este lugar un paraje ameno, cubierto de hierba y sombreado por frondosos árboles en fuerte contraste con la aridez circundante. Sin embargo, en la historia de Israel su nombre se hizo abominable, a causa del santuario que allí tenía el dios Molok. Molok o Melek era un Dios de los infiernos, especialmente tenido por los cananeos. Él era quien enviaba la tierra las pestes y las guerras, que hacen morir a tantos hombres, y a fin de apaciguar le, se le ofrecían víctimas escogidas, niños pequeños, cuya juventud sede sacrificaba. Estos sacrificios eran tenidos por infaliblemente eficaces. Cuando en una ocasión los ejércitos de Israel y de Judá tenían cercado en su capital al rey de Moab, éste ofreció un sobre la muralla el sacrificio de su propio hijo primogénito, y aquellos hebreos penetrados de ideas idolátricas pareció tan irresistible la fuerza de aquel sacrificio, que levantaron el cerco y se retiraron. Tal era el Dios cuyo altar se levantaba en el valle de Hinnón. Melek tenía en Cartago un altar que por la descripción que de él hace Diodoro de Sicilia parece haber sido un gran brasero, en cuyo centro se levantaba una estatua de bronce con los brazos tendidos hacia delante y ligeramente inclinados hacia abajo. En ellos se colocaba al niño, que luego holgada y caí al abismo y lleno de fuego. El altar de Ge Hinnón debió ser más sencillo. Tal vez no tuviera más que un brasero con una especie de parrilla, porque la dividía le llamaba tofet, que parece significará algo así como tgrébede. El horrible sacrificio iba acompañado del sonido del pandero y del arpa y era festejado con tanzas. Isaías alude a él cuando, amenazando a Asur, dice: cada golpe del palo vengador que Yahvé descargue sobre él, se dará al son de tambores y arpas y entre danzas. Está desde hace mucho tiempo preparado un tofet, destinado a Melek. Preparado, hondo y ancho, en que no falta paja y leña, que al soplo de Yahvé va a encender como torrente de azufre (30,32s). Asur iba a ser sacrificado como los niños en el tofet.

Así, mientras en la colina próxima, llamada ofel, se levantaba el templo de Yahvé, el Dios del cielo, en el valle se celebraba el culto del dios de los infiernos; y era tal la fuerza con que se imponía, que hasta algunos reyes de Judá, como Acaz y Manasés, olvidados del Dios verdadero, en momentos difíciles de su reinado bajaron al tofet y pasaron a sus hijos por el fuego (4Re 16,3; 21,6). Cuando el piadoso rey Josías reaccionó violentamente contra todos los cultos falsos, profanó el tofet del valle de los hijos de Hinnón, para que nadie hiciera pasar a su hijo gua su hija por el fuego en honor del Melek (4Re 23,10). Opinó el judío medieval David Quinji ben Yosef que la profanación había consistido en convertir el valle de Hinnón en basurero, donde continuamente ardían los despojos y los huesos; pero su opinión parece poco fundada. Josías debió hacer aquí lo que hizo en otro santuarios idolátrico os: derribó el altar y sembró lugar de huesos humanos para hacerlo impuro (4Re 23,14). Por lo demás, esta profanación duró muy poco tiempo. La muerte prematura del joven monarca en la derrota de Magedo fue considerada por muchos como una condenación de su reforma religiosa. Al subir su hijo al trono, la idolatría volvió a levantar la cabeza, y tiene el tofet de ge Hinnón volvió a encenderse el fuego. Jeremías protestó indignado, anunciando el nombre de Dios que vendría un día en el que no se llamaría ya tofet ni ge Hinnón, sino valle de la matanza (7,31s;19,4-6); tantos serían los cadáveres enterrados allí por no haber otro sitio. A este mismo día se refiere Isaías cuando anuncia que vendrán Yahvé a juzgar a toda carne llegar a perecer por el fuego y por la espada a todos los idólatras; todas las naciones acudirán a Jerusalén haber la gloria de Dios, y “al salir de eran los cadáveres de los que se rebelaron contra mí, cuyo gusano nunca morirá y cuyo fuego no se apagará y serán objeto o de horror para toda carne” (66,24). Este es el primer texto que localiza en ge Hinnón el castigo infligido el día del juicio. Sin embargo, aunque los cadáveres tardan perennemente y sean sin cesar roídos por los gusanos, no se dice expresamente que sufren, puesto que son cadáveres. En cambio, el libro de Judith supone tal sufrimiento cuando dice: ¡Ay de las naciones que se levanten contra mi pueblo! El Sr. Omnipotente a los castigará a en el día del juicio, dando al fuego y a los gusanos sus carnes, y gen miran de dolor para siempre (16,21). Y al mismo texto de Isaías parece referirse Daniel cuando, hablando del juicio final, dice: las muchedumbres de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos, para la eterna vida; otros, para la eterna vergüenza y horror (12,2). De esta manera, al cerrarse el ciclo profético, ge Hinnón, el antiguo valle idolátrico cubierto después de cadáveres por la vida vindicativa de Dios, venía a ser el prototipo del lugar en que después del juicio final, habían de sufrir los condenados. Las tradiciones antiguas hablan del sheol, donde buenos y malos y llevan una vida semiinconsciente, sin pena ni gloria. Poco a poco, la revelación había ido haciendo luz y había puesto en claro que es muy distinta a la suerte que en el otro mundo espera los buenos y a los malos. Es el momento preciso en que la idea del sheol y la de ge Hinnón o Gehenna confluye en y se combinan. La primera parte del apócrifo o libro de Henoch habla del mundo nuevo, que seguirá al juicio. En él, buenos y malos resucitar al; los primeros para gozar en la tierra, los otros, para ser castigados con suplicios en el valle de Hinnón. Pero hasta que el juicio llegué, todos, buenos y malos, van al sheol. Allí hay cuatro departamentos, anchos y profundos: en el primero están las almas de los mártires; en el segundo, las de los otros gustos; en el tercero, las de los pecadores que no han sufrido en esta vida y que han de resucitar para ser castigados, y en el cuarto, las de los pecadores que han sufrido ya en esta vida Hinnón de resucitar. Todo esto o se escribió hacia el año 170 antes de Cristo, y no se dice sea en el sheol se goza o se pena. También el autor de la cuarta parte de este mismo libro, que escribió en la época de los Asmoneos, hace del ale Gehenna el lugar de tormentos para después del juicio. Dice haber visto que en Jerusalén, al sur del templo, se habría un gran precipicio lleno de fuego, y en el eran arrojadas para que abriesen las ovejas ciegas, que habían sido convictas de pecado. Pero nada dice del sheol. Algo distinta es la concepción del apócrifo y llamado libro IV de Esdras, escrito después del año 70 después de Cristo. La Gehenna será el lugar de tormento después del juicio, pero ya antes, en el sheol, será muy distinta a la suerte de los buenos y de los malos. Están separados los unos de los otros, y los malos sufren o siete causas: por haber despreciado la ley de Moisés, por no poder ya hacer penitencia, por ver la recompensa reservada a los gustos y el castigo que a ellos les espera, por ver a los ángeles que vuelan sobre las almas justas y por la proximidad de su propio suplicio. A su vez, a los buenos tendrán siete motivos de gozo: el haber vencido al pecado, el ver el mal camino de los impíos y el castigo que les espera, haber recibido un buen testimonio de su Criador, el gustar el descanso pacífico mientras esperan la gloria, el haber escapado a la inestabilidad y heredado el porvenir, el saber que su faz brillara como el sol y ellos eran como la luz de las estrellas y, en fin, el saber que han de ver a Dios. La quinta parte del libro de Henoch, escrita en la época de Herodes, distingue también dos departamentos en el sheol, pero no habla de la Gehenna. Cuando un justo mueve, bajar el sheol, donde duerme bajo la custodia de los ángeles hasta que llegue el día de la resurrección. Los malos, en cambio, bajando a otro departamento del sheol, donde son atormentados por el fuego en medio de las tinieblas. En cambio, la segunda parte del mismo libro, escrita por los años 40 antes de Cristo, y 66 después de Cristo, identifica el sheol con la Gehenna, y coloca los gustos en el extremo de los cielos donde piden por los que están en la tierra, y de donde han de venir para asistir al juicio. Finalmente, por los años en que Jesús te decía en su regido de Nazaret, se escribió el libro apócrifo y llamado Asunción de Moisés. Según él, después del juicio, Israel será elevado al cielo de las estrellas, y desde allí contemplará a sus enemigos en la Gehenna. Cuando Jesús comenzó su predicación tenía frente a sí dos clases de hombres: fariseos y saduceos. Estos últimos se negaban admitir la diversidad de situación que esperan el otro mundo a los buenos y a los malos; sea tenían al aire antigua del sheol, y acaso ni esa misma existencia admitían después de la muerte. Los fariseos, en cambio, compartían, unos unas y otros otras, las ideas expuestas en los apócrifos. Contra los primeros, afirmó Jesús la existencia de la otra vida con el sencillo razonamiento de que el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob no es Dios de muertos, sino de vivos (Mt 22,32), y añadió que en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento, sino que serán como ángeles en el cielo (Mt 22, 30). Frente a los segundos, enseñó que los malos comas apenas mueren, bajan al sheol, donde son atormentados por el fuego, como ocurrió al rico epulón; en cambio, los buenos, como Lázaro, son recibidos en el seno de Abraham, no porque hubiese de un lugar que se llamase así, sino porque en la morada de los gustos, cualquiera que sea su nombre, estaba Abraham, el Padre de los creyentes y el amigo de Dios, cuyo abrazo y amistad era la señal más segura de un destino feliz. Dónde se encontraba esta morada de los justos, no lo dice Jesús, pero era tal su situación que, al mismo tiempo que podía verse desde el infierno, estaba separada de él por un abismo infranqueable (Lc 16, 19-31). A este mismo lugar parece referirse Jesús cuando promete al buen ladrón: hoy estarás conmigo en el paraíso (lc23, 43). En cuanto a la Gehenna, Jesucristo emplea este término repetidas veces para designar el lugar de los condenados. Con ello no hace sino recoger una tradición profética, que arranca de Isaías, cuyas palabras repite como un estribillo: más te va al entrar manco en la vida que con las dos manos ir a la Gehenna, al fuego inextinguible, donde ni al gusano se acaba a mí el fuego se apaga (Mc 9,43.45.47). Más por encima de todo esto, la palabra de Jesús se eleva para hablar de la vida como destino de los gustos y, de rechazo, de la muerte como castigo de los contumaces. Su atención estará principalmente en la vida, porque “no envió Dios a su Hijo al mundo para que condene al mundo, sino para que el mundo se salve por El” (Jn3, 17). El ha venido “para que tengan vida” (Jn10, 10). Qué bien se entiende ahora la palabra de Jesús: en verdad, en verdad os digo que llega la hora, y es ésta, en que los muertos por Irán la voz del Hijo de Dios, y los que la escuchen vivir al punto pues así como el Padre tiene la vida en Sí mismo, así dio también al Hijo tener vida en Sí mismo. Y le dio poder de juzgar, por cuanto de Él es Hijo del hombre. Nos maravilléis de esto, porque llega la hora en que cuantos están en los sepulcros o Irán su voz, y saldrán los que han obrado el bien para la resurrección de la vida, y los que han obrado el mal, para la resurrección del juicio (Jn 5,25-29)

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