viernes, 26 de octubre de 2012

Virgen de la Redención

A todos les gusta hablar de bodas. Si un corazón humano no encuentra en sí bastante amor, lo va buscar entre los enamorados. La boda más conocida de la historia se verificó en Canadá. Es la única vez, en la Sagrada Escritura, en que a María, la Madre de Jesús, se la nombra antes que a él. Resulta atractivo y consolador que el Señor, venido al mundo para enseñarnos el sacrificio y el inclinarnos a abrazar, día tras día nuestra cruz, diera comienzo a su vida pública asistiendo a un banquete de boda.
Estas bodas orientales duraban en ciertas ocasiones hasta siete días consecutivos, pero tratándose de gente humilde, lo más que duraban eran dos días. No sé a qué categoría pertenecería esta boda de Caná, aunque lo cierto es que en un momento determinado faltó el vino. Siendo Caná un pueblo vinícola, es muy probable que el novio hubiese hecho abundante acopio de vino. La falta debe atribuirse principalmente al hecho de que el Señor fue a la boda en compañía de sus discípulos; los primeros “portugueses” de la historia cristiana. Y este hecho fue el que influyó poderosamente sobre las existencias de vino. El Señor y los suyos llegaron tras un viaje a pie de tres días, durante los que habían cubierto una distancia de casi 145 kms. No es extraño, pues, que faltase divina y comida para personas tan hambrientas y sedientas.
Si embargo, el hecho más sorprendente de estas bodas fue que se percatara antes la Virgen que los mismos camareros de la falta de vino. María advierte no estas necesidades antes que nosotros mismos. A su divino Hijo le hizo una ligera indicación: “ no tienen vino”... En estas palabras, no sólo se encierra el reconocimiento del poder del Hijo, sino que aparece implícito el deseo de poner fin a una situación embarazosa. Yo creo que la Santísima Virgen había presenciado otros prodigios del Señor, aunque tal vez no os hubiese realizado en público. Si no hubiese tenido el firme convencimiento de que era el Hijo de Dios Omnipotente, la Virgen no le hubiera podido pedir un milagro. Algunos de los más grandes milagros del mundo se deben a la influencia de una Madre porque “quien mece la cuna gobierna el mundo”...
La respuesta del Señor fue:”y eso ¿que nos va a ti y a mí, mujer? Aún no ha llegado mi hora”. Detengámonos en analizar estas misteriosas palabras. Fijados en que el Señor dice: “aún no ha llegado mi hora” … Esta expresión que emplea siempre que se refiere a su pasión y muerte; por ejemplo, la noche en que Judas atravesó el torrente Cedrón para herir sus labios con un beso, dijo el Señor: “ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas” … Pocas horas antes, durante su última cena en la tierra, hablando anticipadamente de su muerte, había dicho: “ha llegado la hora …¡oh Padre, glorifícame en tu presencia con la gloria que tenía junto a ti antes de que el mundo existiese”. Ante esto aún, cuando su vida había quedado amenazada con tentativas de lapidación, consigna el evangelio: “todavía no había llegado su hora” … El Señor quiso dejar bien patente que, según la voluntad del Padre, su hora no había llegado aún porque en la insinuación de María iba implícita la necesidad de anticipar la. Y la Sagrada Escritura añade: “de esta forma, Jesús hizo el primero de sus milagros y manifestó su gloria encarna de galilea y sus discípulos creyeron en el”...

Sirviéndonos de nuestra habitual manera de hablar, podemos expresar el Señor dijo a su Santa Madre: “mi querida mamá, ¿no te das cuenta de que me estás pidiendo que aparezcan del mundo como Hijo de Dios hecho hombre y que demuestre con hechos y milagros mi Divinidad para que ésta quede proclamada ante los hombres? En el momento que empiece a hacer eso, me habré puesto en el camino real de la cruz. El mundo no quiere la bondad perfecta sino sólo mediocridades. Mi hora no ha llegado todavía, pero ¿quieres de verdad que el anticipe? ¿es voluntad tuya que comience a andar hacia el Calvario? ¿quieres verme repudiado por los hombres? ¿no sabes qué cambiarían nuestras actuales relaciones? Ahora tú eres mi mamá y en nuestro pueblecito no se te conoce como la Madre de Jesús. Si en este instante me manifiesto como el Salvador de los hombres y doy comienzo a la obra de la redención, tu papel va a cambiar también. Lo que me afecte a mí, que afectará a ti también. En cuanto yo empiece la salvación de la humanidad, ya no serás únicamente mi Madre, sino que serás asimismo la Madre de los redimidos. Cuando yo haya salvado el cuerpo, como Cabeza de la humanidad, tú, Madre de la Cabeza, serás también la Madre de mi Cuerpo místico, de la iglesia. Vendrás a ser la Madre universal, la nueva Eva, del mismo modo que yo soy el nuevo Adán. Yo te llamo “mujer” para conferirte el título de la maternidad universal, para indicar del papel que tienes asignado en la redención. A ti aludía cuando le anuncié a Satanás que pondría enemistades entre él y la mujer, entre su descendencia y la tuya; es decir el y yo, que soy tu Hijo. Te invisto en este momento con el título de Mujer izado en la cruz, como un águila malherida somos una sola cosa en la obra de la salvación; lo que es tuyo, es mío. Desde ahora en adelante ya no seremos Jesús y María solamente, sino el nuevo Adán y una nueva Eva. Vamos a dar una nueva vida a la humanidad cambiando el agua del pecado en el vino de la Vida. Y sabiendo todo eso, madrecita mía, ¿aún quieres que soliciten mi Cruz y que me ponga en camino hacia el Calvario?”
Jesús dejó bien claramente expuesto que el mundo no toleraría su divinidad, y después de cambiar el agua en vino, también se cambiaría el vino en sangre. ¿Qué respuesta daría la Madre? ¿impulsaría al Hijo hacia la muerte redentora? Su respuesta fue de completa colaboración con la Cruz. Habla por última vez en las Sagradas Escrituras. Y, dirigiéndose a los coperos les dice: “hace cuánto os diga” … ¡Magnífica despedida! ¡María nos invita a cumplir la voluntad del Hijo que ha asegurado que ha venido a la tierra para cumplir la voluntad del Padre!. Y llenan las ánforas, las llevan al Señor y, según la admirable expresión de Richard Crashaw, el agua inconsciente vio a su Dios y se puso encarnada”...

Detengámonos para dos lecciones espirituales.

La primera se resume en el” ayúdate y Dios te ayudará ”... Jesús hubiese podido sacar el vino de la nada, como de la nada había sacado antes el mundo, pero exigió, en cambio, a los criados que le llevasen las ánforas llenas de agua. No podemos esperar que el Señor nos transforme sino le ofrecemos algo. Es inútil que nos limitamos a decirle:”¡Señor, ayúdame a vencer los malos hábitos; hazme sobrio, puro, honesto!” Esta clase de oraciones no valen nada sino van acompañadas de esfuerzo personal. No debemos esperar pasivamente la manifestación del poder de Dios. Debe preceder el acto determinante de nuestra libertad, aunque lo que ofrezcamos a Dios no sea más que una cosa sin espíritu, agua insípida de nuestra vida cotidiana.
Antes de que nosotros mismos nos demos cuenta, interviene la Virgen para cuanto nos hace falta; ésta es la segunda enseñanza de Caná. Ni el maestresala, ni los sirvientes, ni los invitados sabían que se hubiese acabado el vino y que ya no podía pedir más. Si no sabemos lo que necesita nuestra alma, ¿cómo vamos a pedir por nuestras necesidades muchos de nosotros no llegaríamos al Señor sea alguien no conociese mejor que nosotros mismos nuestras necesidades inhábiles al Señor que las de medir. Ese fue el papel de Maria encarna; ese es el papel de la Santísima Virgen hoy en día también… En las voces humanas María se hace intérprete, lo mismo que una mamá para su nene enfermito. El bebé sabe llorar, pero no sabe expresarse. Puede ser que sienta hambre o algún malestar... La manita lo sustituye para determinar lo que haya que hacer. De igual manera que una Madre conoce las decisiones de su niño mejor que él, así también conoce nuestras lágrimas y nuestras preocupaciones la Virgen mejor que nosotros mismos. Lo mismo que una Madre sabe cuándo tiene su hijo necesidad de que lo vea un médico, también sabe la Virgen la necesidad que tenemos de su Hijo. Así, el Señor es mediador entre nosotros y el Padre celestial, así también es la Virgen mediadora entre Jesucristo y nosotros. La Virgen llena nuestras ánforas vacías, nos provee del elixir de la Vida y salva nuestras dichas.
María no es nuestra redención. No somos absurdos: de igual manera que la Madre no es el médico; pero del mismo modo que muchos de nosotros debemos la conservación de nuestra vida física a nuestra Madre terrenal, así hay muchos que deben la conservación de su vida espiritual a la Madre de todas las Madres, a la Virgen María.
Tres años después de las bodas de Canadá, todo se había cumplido, había llegado la hora; el vino se cambiaba en sangre. Jesucristo había realizado muchos milagros y los hombres lo crucificaron.
El Señor mira desde la cruz a las dos personas a quienes mayor cariño tenían la tierra: a San Juan y a su Madre. Volviendo al tema la decana, se dirige a la virgen en una segunda anunciación, dándole el mismo título que le había concebido en las bodas: “Mujer”. Con un movimiento de sus ojos llenos de polvo y de su cabeza, corona de espinas, mira con ternura a quien conscientemente, lo impulsó hacia la cruz y que ahora permanece derecha al pie de ella, y le dice: ”ese es tu hijo”... Luego se dirige a San Juan, y no lo llama por su nombre porque no habla solamente al hijo del Zebedeo, sino a todos nosotros, y le dije: “esa es tu Madre”...
Después de tantos años, ésa fue la respuesta a las palabras misteriosas del evangelio de la encarnación: “… dió a luz a su Primogénito” ¿Quería esto, acaso, significar que la Virgen a habría de tener más hijos? Sí, cierto; pero no según la carne. Había de tener otros hijos según el espíritu. ¿Y cuál es el segundo de sus hijos? Pedro, Andrés, Santiago, los terceros, cuartos, quintos, y así sucesivamente hasta nosotros, los millonésimos de los millonésimos hijos suyos... Había engendrado a su Primogénito, Jesús, con la alegría de Belén. Con dolor de al pie de la Cruz, engendró a su hijo segundo y a todos nosotros, no por figura metafórica, sino en virtud de los dolores del parto.
Así como una madre no puede olvidarse de los hijos de sus entrañas, tampoco puede la Virgen olvidarse de sus hijos engendrados con semejante dolor y agonía. Del mismo modo que tenemos una Madre terrenal que nos ha traído al mundo mediante los sufrimientos de la carne, asimismo tenemos otra Madre que nos lleva a Jesús a través de los sufrimientos del espíritu. No creo que ninguno de vosotros vaya a permitir que un prejuicio de algunos centenares de años le impida aceptar la necesidad de tener por Madre a quien nos dio el Señor al pie de la Cruz… A nuestra Señora y Madre, la Virgen María, se encomienda a cada uno de vosotros. Que de vuestros labios se eleve una sola oración esencial: la de hacer la voluntad de Dios para poder cumplir el mandato de Caná -“ haced cuanto El os diga”...

Y terminamos con las palabras de Mary Dixon Thayer:
Bella Señora, vestida de azul,
¡quiero que tú me enseñas a rezar!
Dios que era sólo tú lícito Jesús,
¡dime qué puedo oler Eva expresar!
Estaba veces el rey de naciones
con ternura indecible en tus rodillas
y tu le entonabas dulces canciones
al igual que hacen hoy las madrecitas?
¿Tomadas de noches sus mane citas
para contarle con todo candor
historias tristes y también bonitas
que al Niño causa dan risa o dolor?
¿Puede gustarle el escuchar mis cosas
pequeñas, no importantes, personales,
o pueden impedirlo, rumorosas,
las ligeras talas angelicales?
¿Me escucha habéis ahora el Niño y tú?
Dímelo, virgen, pues sí que lo sabrás.
Bella Señora, vestida de azul,
¡quiero que me enseñó esa rezar!
Dios que era sólo tú lícito Jesús
y sabes lo que yo debo expresar.

¡Por el amor de Jesús!
Radio mensaje del 18 de marzo de 1951

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