martes, 9 de octubre de 2012

año de la FE

FRAGMENTOS DE LA RELIGIÓN PRIMITIVA...
dedicado a rocío que debe llevar la fe a los niños de primera comunión todos los martes.

Adán, el hombre a quien Dios creó e iluminó, conocía el hecho de su origen divino. Dios lo había hecho del barro de la tierra, le había dado orden de crecer y multiplicarse y había puesto debajo de sus pies toda la creación. Fueron días felices aquellos en que el hombre, siguiendo los mandatos del Creador, se sentía próximo a él y por el protegido contra todo peligro. Después vino el pecado, que todo lo trastornó.

Esto recuerdos debieron quedar muy grabados en la conciencia de los dos primeros seres humanos ¿Cómo no habían de contarlos a sus hijos no una, sino muchas veces? La narración fue trasmitiendo sede padres a hijos. Era el recuerdo de la nobleza perdida. Y transmitida con fidelidad a través de varias generaciones, llegó el momento en que Moisés la recogió, y, bajo la inspiración divina, la consignó en la Biblia. Es la verdad histórica, más o menos envuelta en expresiones antropomórficas y metafóricas.
Pero sí de Adán descienden no solamente el pueblo hebreo, sino también los demás pueblos de la tierra, será necesario admitir que también los otros descendientes de él pudieron y debieron conservar tales narraciones. Quizá con el tiempo se hayan desfigurado. Se habrán ido revistiendo de elementos pintorescos, pero en el fondo podrá descubrirse un recuerdo de la verdad histórica atestiguada por la Biblia. Esta probabilidad de encontrar fragmentos de la revelación primitiva es mucho mayor en aquellos pueblos cuya cultura ha evolucionado menos y se encuentra actualmente en un estado más próximo al primero.

Son los pueblos que la escuela histórico-cultural y llama primitivos, entre los cuales se encuentran los pigmeos de África. He aquí cómo cuentan estos su origen:
“En aquel tiempo, tiempo tan lejano que nadie sabe cuándo, ni lo ha sabido jamás, ni mi padre, ni el padre de mi padre, ni los que fueron antes que él; en aquel tiempo tan lejano que nadie lo sabe, el creador cogió con la mano un poco de tierra y la amasó, mojándola con su saliva para hacerla más blanda. De la orilla del río cogió tierra roja; de la orilla del riachuelo, la tierra blanca, con la que a veces hacen las mujeres sus cacharros; el bosque cogió la tierra negra y gorda, la tierra rica que hace brotar los plátanos y dará el manioco suculento y grueso.
Cogió a tierra roja, cogió tierra blanca, cogió tierra negra. La mojó con su saliva e hizo con ella unas estatuas pequeñas, muy pequeñas, apenas de la altura de un plátano, y todavía un plátano es muy grande. ¿Cómo lo hizo?, Yo podría decir Oslo, pero los viejos no me lo han dicho. ¿Cómo lo hizo? Yo no lo sé, y nadie me lo dirá. Y dijo a la primera estatua: Ponte en pie. Y se puso en pie. Y dijo a la segunda: Ponte en pie. Y se puso de pie. Ya se hizo con todas las demás.
Cuando todas las figurillas que estuvieron de pie, cada una en su lugar, cada una donde el creador la había colocado, dijo la primera empujándola con el dedo: anda. Y la primera figurilla echó a andar. Anda, dijo a la segunda empujándola con el dedo. Y la segunda figurilla echó a andar. Anda, dijo la tercera… Y cuando todas las figurillas anduvieron, el creador les dijo: en adelante viviréis. Vivid y creced. Y cada una comenzó a crecer, a crecer. La primera se hizo mayor que los árboles más altos. La segunda crecía, crecía…, pero no creció tanto como la primera, y la tercera tanto como la segunda, ya sea las demás sucesivamente una tras otra. Y cuando le llegó el turno a la última, se quedó pequeña, la más pequeña de todas, Y se puso a llorar ya quejarse.
- ¿Por qué lloras?-
Le dijo el creador.
- Porque soy muy pequeño, el más pequeño.
- Alégrate, por el contrario, y ésta de contento en tu corazón, porque tú eres el jefe, el amo.
El hombre pequeño no estaba convencido
- Cuando los otros que hagan la guerra y no te quieran escuchar, coges tu arco iris parás, y no podrán escapar a tus disparos. Mientras que sea ellos te quieren hacer el mal, ¿dónde podrán cogerte? Tú, el más pequeño, eres su amo, que subirá sobre sus espaldas, y ellos te llevarán, y tú serás el mayor”
Así mezcla los pigmeos a la explicación de su pequeña estatura el recuerdo de la creación del hombre del barro de la tierra. Y, sin duda, no aceptarían fácilmente la teoría de que el hombre de extienda de otras especies animales inferiores, porque una de sus narraciones cuenta que en una ocasión los hombres rojos, blancos y negros, hechos por Dios de aquellas tres clases de tierra, estaban delante de Dios, y andaban y comían según las instrucciones que Dios les había dado para ello.
De repente "Rhe”, el gran mundo, y "Lui”, el gorila, vinieron muy curioso saltando y dando zapatetas:
- Hemos venido a ver a los amigos.
Dios se levantó irritado y les dijo:
- No se dice así, sino venimos a ver al jefe.
Es que Dios había hecho entrega al hombre de toda la creación.
Un misionero preguntaba una vez a unos pigmeos:
- ¿siempre ha habido hombres como tú y como yo en el bosque?
- No. Antes lo había hombres en el bosque.
- Pero habrían otra parte.
- No. Antes de nosotros no había nadie.
- Los primeros somos nosotros.
- ¿Y antes?
- Antes existía Dios, Dios solo, Dios sin nadie.
- Pero los árboles del bosque, los fondos que tú combes, los animales que cazas, los peces que pescas ¿quién los ha hecho?
- Dios ha hecho todo esto. El ha hecho los árboles del bosque, ha hecho los frutos que como, ha hecho los animales que cazó, ha hecho los peces que pescó, ha hecho todo, todo. Y cuando terminó de hacer todo, dijo a nuestros Padres, a los primeros: tomad, vuestro es; yo os lo doy para vosotros.
- ¿Y antes de los árboles, los animales y los peces?
- Antes de los árboles, los animales y los peces sólo existía Dios.
- ¿Cómo hizo todo esto?
- Dijo: esto; yo digo esto. Y se acabó.

Las tradiciones de los pigmeos recuerdan que en un tiempo vivió Dios con ellos, pero que después los abandono por un pecado que cometieron.
- Dios nos ha hecho. El es el amo, y en aquella época vivía con nosotros. Cuando vivía con nosotros dándonos en sus órdenes y obedeciéndole nosotros, éramos felices, éramos poderosos y fuertes, éramos los amos. Dios está lejos, nos ha abandonado, y por eso nos hemos vuelto pobres y miserables.
- Pero ¿por qué os abandonado?- preguntaba el misionero.
- No fue él; fuimos nosotros quienes le abandonamos hace mucho tiempo, mucho tiempo, tanto tiempo. Pero quizá vuelva un día con nosotros, y entonces seremos otra vez poderosos y fuertes.
Este recuerdo de que fue una falta por parte de los hombres lo que alejó de ellos a Dios no puede menos de recordar la narración del paraíso. Pero aún es más sorprendente la analogía que con esta narración bíblica presenta una de las fábulas en que los pigmeos hacen intervenir a los animales. Dice así:
“Todos los animales se habían dormido un día en su pueblo para una gran deliberación. En medio del pueblo había un gran árbol cubierto de frutos magníficos. Era un Mfi. Y el jefe del pueblo de los hombres había hecho un gran conjuro. Después había dicho:
- Este árbol es para mí sólo. A vosotros los animales os está prohibido subir a él y prohibió comer de sus frutos. Ya lo he dicho.
Pero los animales querían comer de aquel árbol, y dijeron:
- Vamos a mandar un mensajero al creador y le decimos: queremos comer los frutos del árbol que está en medio del pueblo.
Hubo que escoger el mensajero.
Escogieron a León; pero León dijo:
- Yo no puedo, mañana caso a mi hija.
Escogieron al hipopótamo, y dijo:
- No, yo no sé hablar. Bru, bru.
Eligieron al elefante, y dijo:
- Mañana entierro a mi Madre.
Todos tenían miedo del creador. Entonces el hicieron a la tortuga, diciéndole:
- Tú irás a llevar el mensaje, y si no, te matamos.
Ella respondió: - Iré.
Y fue. Y andando andando llegó ante el Creador.
- Padre- dijo ella, los animales tienen comer los frutos del árbol que está medio del pueblo.
- ¿Por qué?- dijo el Creador.
- Porque dicen: comeremos los frutos de la labor que está en medio del pueblo, y después de esto que nos volveremos hombres. Quieren volverse hombres.
- Bueno- dijo el creador-; comerán, pero no se volverán hombres.
La tortuga volvió:
- Podéis comer los frutos del árbol que está medio del pueblo; pero el creador ha dicho: no os volveréis hombres.
- Está bien— respondieron los animales. Iremos y comeremos.
Fueron, comieron, y he aquí que de repente se encontraron cambiados. Nadie hablaba ya como los hombres. Cada animal tenía su voz particular y la tortuga no podía hablar nada en absoluto. Desde entonces, el león ruge…

Es curioso recoger estas narraciones milenarias. Millares de veces se han repetido con fruición y solemnidad de las horas del anochecer, muchas veces sin intención religiosa, entre Vittorio sencillos, que escuchan atentos y en cada palabra sentían como sea cobrase nueva vida algo que llevaban en la sangre de sus venas. Aquellas mismas palabras las habían escuchado sus padres, y los padres de sus padres, y los que antes de ellos habían vivido en un tiempo que se pierden la lejanía. Pero es más curioso aún poder apreciar en el fondo de ellas estos fragmentos de la revelación primitiva, como restos de un galeón que en tiempos remotísimos hubiera naufragado, gemelo del que en la Biblia y halló el puerto seguro.

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