jueves, 11 de octubre de 2012

Dos luces y dos épocas en el salmo 18

HOY EMPIEZA EL AÑO DE LA FE  CON TODOS LOS PRESIDENTES
DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES DEL MUNDO Y LOS
SUPERVIVIENTES DEL CONCILIO EN TORNO AL PAPA.
SERÁ UN AÑO DE BENDICIONES Y NOSOTROS
LO QUEREMOS EXPRESAR Y AGARDECER CON ESTAS LINEAS
SOBRE UNA ORACIÓN MARAVILLOSA...

Una idea que penetra la Biblia desde el principio hasta el fin es la identidad entre el Dios de la creación y el Dios de la revelación. Por algo el libro de la ley se abre con el relato de la creación del mundo. Amós se lo recuerda solemnemente a Israel (4,13;5,8) y los poetas religiosos posteriores al destierro, con su preferente atención a los fenómenos naturales, no ponen constantemente de relieve. El autor del libro de la sabiduría llega decir que son vanos e inexcusables los paganos que no ha llegado al conocimiento del terreno Dios a través de las obras creadas (13,1-9). Y San Pablo, re asumiendo este mismo pensamiento, tira en varias ocasiones que la acción de Dios en la naturaleza constituye una manifestación de sí mismo, que los paganos deberían haber sabido interpretar (Hch 14,14-16; Rm 1,19-32) .
De esta manifestación de Dios se ocupa la primera parte del salmo.
Debió ser un salmo espléndido, a juzgar por la parte que de él los ha quedado; pero en el mar agitado de los tiempos le debió de ocurrir lo que dicen que ocurre hoy algunas embarcaciones, que se partió por medio y una mitad naufragó y solo otra mitad logró llegar a puerto.
Es una composición de altos vuelos poéticos. Lástima que quedase truncada. En una época muy posterior, bastante después del destierro, hubo otro autor, también inspirado por Dios, que se propuso completarla. Pero la línea es distinta, distinta la rima, distinta también la idea, que se hace más re concentrada, más austera, menos poética. Como la parte antigua hablaba de la manifestación de latir de Dios en la creación, esta nueva se ocupa de la manifestación de ese mismo Dios en la revelación. El pensamiento se vuelve hacia dentro y termina en oración humilde.
Ese es nuestro salmo. Dos luces de Dios captadas en dos épocas distintas y pudieras en un solo salmo. El conjunto no deja de ser armonioso porque en su seno la que la palabra de Dios.
Primeramente, la luz de la creación: los cielos cuenta la gloria de Dios, y la obra de sus manos pregona el firmamento. La gloria de Dios que su grandiosidad, su imponente majestad. Y ésta queda patente, porque la grandes y la de los fenómenos celestes que nos están diciendo, a cuantos tenemos la facultad de razonar, cuanto más grandioso tiene que ser Aquel que hizo a los cielos y los gobierna. Este es el magnífico pregón de los cielos. Para el escritor sagrado los cielos y el firmamento son una misma cosa, porque ya el principio del génesis quedaba dicho que cuando Dios creó el firmamento o le llamó "cielos”. Para quienes creían que el firmamento era una inmensa lámina sólida y bien por unidad de la que colgaban los astros, esa obra del segundo día de la creación aparecía tan extraordinaria, como su inmensidad y su belleza, que sólo las manos del omnipotente podía haberla hecho. Hoy que la ciencia de los hombres ha perforado el firmamento en todas sus direcciones haciendo desaparecer la ficción de su solidez, se ha encontrado con una realidad incomparablemente más insondable. Los que saben de distancias interestelares, y de nebulosas, y de luces que, corriendo por los espacios a su vertiginosa velocidad desde hace millones de años, aún no han conseguido llegar a la tierra, pueden decirnos sino sigue siendo hoy una verdad mucho más profundo y mucho más real que” los cielos cuentan la gloria de Dios”.
Y con cuánta propiedad llamó a esto el salmista "gloria de Dios”, lo comprenderá quien recuerde que en el Antiguo Testamento, cuando Dios se hacía presente en el pueblo de Israel, no parecen figura humana, sino que impresionar a los sentidos con el resplandor de la claridad sobrenatural, que los israelitas llamaban “gloria de Dios”. Precisamente el poema cantado por los cielos es un poema de luces que sólo el Omnipotente ha podido encender.
El lenguaje de este poema se concreta más en el versículo siguiente: "un día grita otro día, y una noche comunica su pensamiento a otra noche”. Son como dos coros que cantan los versículos de un salmo perenne: como el día que se apaga entre los esplendores del ocaso, que encuentra su respuesta apropiada en las luces con que el nuevo día se levanta para cantar el mismo versículo renovado. El misterio con que la noche desvanece sus luces para llegaba del aurora invade de nuevo los cielos cuando el día se retira. La voz del día es más vibrante. La de la noche es más sosegada. El día habla de esplendor, poder beneficencia. La noche, de inmensidad, orden, misterio, belleza, paz.
Es un lenguaje al que nadie puede sustraerse. El testimonio del día y de la noche llega a todos los lugares de la tierra. "No son lenguaje ni palabras cuya voz no se oiga. Por toda la tierra se extiende su sonido, y hasta los confines de la tierra sus palabras”.
Podría parecer que estaba todo dicho, pero el salmista no se conforma con eso. Tiene que describir más detalladamente la magnificencia del día y de la noche. En el día, su atención se siente absorbida por el astro solar, que es el fenómeno más saliente de los cielos. En ellos le hizo Dios un tabernáculo o tienda donde pasase las noches, y cuando llega al amanecer, se debe salir alegre, joven y fuerte, como un esposo que se levanta de su lecho, e inmediatamente emprende su carrera diaria, recorriendo los cielos de un extremo a otro, de manera que nada ni nadie se sustrae a su acción bienhechora y fecunda: "para él sólo puso en ellos una tienda; y este, semejante al esposo que sale de su tálamo, se lanza alegría recorrer su camino común atleta. De un extremo de los cielos en su salida, y su meta, al final de los mismos, y nada se sustraer a su calor”.

En la noche…
Pero aquí es donde el salmo quedó truncado. Lo que sería se ha perdido, acaso irremisiblemente.
Un salmista posterior continuó hablando de otra luz y otro calor que Dios envía su pueblo escogido: la luz de la revelación.
Considera la revelación principalmente en su aspecto de norman de moralidad, y la designa con diversos nombres no del todo sinónimos, porque la llama ley, testimonio, preceptos, mandato, temor y juicios, y a cada uno de los matices expresados por estos nombres corresponde un elogio, también matizado, de la revelación de Yahveh, el Dios de Israel.
La ley es para el israelita todo el pentateuco, el libro de Moisés. En él no solamente se contienen las leyes dadas por Dios al gran legislador del Sinaí, sino la narración de los orígenes del mundo y de la humanidad, la elección del pueblo de Israel, la historia de los grandes Patriarcas, las maravillas obradas por Dios a favor de su pueblo a sacarlo de Egipto. Realmente es un libro completo. Su lectura reconforta el alma del buen israelita.
Por otra parte, cuando Dios revela la verdad, su sabiduría y su veracidad infinita son la mejor garantía de la misma. Es el suyo un testimonio tan sólido, tan consistente, tan veraz, que los mismos ignorantes, apoyándose en él, resultan sabios.
Los preceptos de Yahvéh (picudim) es una denominación que sólo se encuentra en este salmo y en el 118. Parece designar un catálogo, que debía de contener cuántos preceptos había ido dando Dios a su pueblo en diversas ocasiones. Bien podía llamarse de el catálogo de la rectitud. La observancia de su contenido da alegría al corazón.
Un efecto semejante –“ilumina los ojos”-produce el mandato de Yahvéh (miswa), que es como se llama los preceptos en la legislación deuteronómica. El salmista dice que este mandato es esplendoroso. Así llama también el Cantar de los cantares a la esposa, diciendo que es” esplendorosa como el sol” (6,9).
Y es que la aceptación reverente de los preceptos divinos y el cumplimiento de los mismos-el temor de Yahvéh limpia el alma y le da una estabilidad de vida eterna, a la que no pueden aspirar a los que rechazan este temor, principio de la sabiduría (Prov. 9,10).
Finalmente los juicios de Yahvéh, aquellas aplicaciones casuística has de la ley contenidas en una parte del Exodo, se ajustan perfectamente a la verdad ya la justicia.
El buen israelita comprueba todo esto en la vida cotidiana, y encuentra que la revelación divina es de un Valor superior a todo Valor y de una dulzura superiora toda dulzura. Por eso quiere colocarse plenamente bajo su luz, esperando de ello grandes ventajas. ¿Más? ¿Puede decirse que de hecho se amolda su conducta a las normas reveladas? : El Antiguo Testamento distingue dos clases de trasgresiones las inadvertidas y las sometidas a mano airada. Para las primeras habría fórmulas de perdón. Para las segundas, no. El salmista pide a Dios que le perdone las primeras y le libre de cometer las segundas. Así será perfecto.
El salmo se cierra con una invocación a Dios, que es para el hombre piadoso roca de refugio cuando sus enemigos le persiguen, y goel o protector cuando se encuentra débil, como la viuda o el huérfano.
Para nosotros, los cristianos, este salmo tiene un sentido mucho más pleno. Porque la manifestación de Dios en el mundo estelar resulta de una magnitud incomparablemente mayor a través de los descubrimientos modernos de la astronomía pero, sobre todo, es más plena su manifestación en la revelación evangélica.
No hay ley ni enseñanza tan perfecta ni qué tanto confort el alma como la que nos dio Jesús, que, al invitarnos acudir a su escuela, nos prometía: y hallaréis descanso para vuestras almas (Mt 11,29). Ni hay un testimonio tan asequible e instructivo para las almas sencillas, dentro de su utilidad para la vida práctica, como el testimonio de Jesús en las parábolas. Ni se ha expuesto a la humanidad un catálogo de preceptos morales de tanta elevación y qué tanto ensancha el corazón como el Sermón de la Montaña. ¿Y qué mandato de Dios ilumina y alegra tanto la mirada de los hombres como el gran mandato de Jesús, el mandato de la Caridad? Nadie ha hablado del temor de Dios, vinculado a la limpieza del alma y a la permanencia en el bien, de manera tan sugestiva y amable como nuestro divino Maestro cuando decía: Yo soy la vid; vosotros, los Sarmientos. Quien permanece Mí y yo en él, éste lleva fruto abundante, porque fuera de mi nada podéis hacer. Sí alguna no permanecen mí, es arrojado fuera como el sarmiento, y se seca; y lo recogen, y arrojan al fuego, y arde… Permanece de mi amor. Sin guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor (Jn 15,5-10). Y en fin, ¿qué juicios de Dios o que casuística divina se puede comparar con aquella? De que están sembrados los evangelios en las palabras de Jesús todo esto sí que es de un valor superior al oro más precioso y que deja en el alma una dulzura que con nada se puede parangonar. Quien corre a ponerse bajo la luz de aquel que asimismo se llamó “luz del mundo”, sabe que en "no anda en las tinieblas, sino que poseerá la luz de la vida” (Jn 8,12).
La iglesia hace un uso frecuente de este salmo, y no pocas veces se entiende su primera parte en un sentido alegórico.
En efecto, si Cristo ha dicho: Yo soy la luz del mundo... y si el padre del Bautista lo anunció como "sol que nace de lo alto para iluminar a los que están en tinieblas y sombras de muerte, para enderezar nuestros pies por el camino de la paz” (Lc 1,78s), ¿a quién puede extrañar que la Iglesia hable de Jesús como el astro rey del cielo del espíritu, cuya belleza canta la gloria de Dios de manera tan inefable? Del tabernáculo que Dios le hizo –el seno virginal de Maria- sale nuestro gran atleta aureolado de la belleza encantadora y siempre joven de las jornadas de Belén, y emprende su carrera, sin que nadie pueda sustraerse al influjo de su luz y su calor, porque es “la luz que alumbra todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9).
Entendidos en esta forma, cada uno de los primeros versículos ofrece una profundidad a la contemplación, a la piedad y al fervor. Y, además, ensambla mucho mejor con la segunda parte del salmo, porque la luz y el calor irradiados por Jesús son sus leyes y enseñanzas tan divinamente admirables. Por eso canta la Iglesia este salmo los días de Navidad, cuando nace el sol, y lo vuelve a entonar el día de la Ascensión, cuando llega su meta celestial.
Por otra parte, ya San Pablo acomodó a la predicación apostólica la frase: "por toda la tierra se extiende su voz, y hasta los confines de la tierra, sus palabras”. En su tanto son también los Apóstoles parte de los cielos que cuenta la gloria de Dios. En su fiesta se canta este Salmo.
Pero la mayor ternura está reservada para los días en que se canta a Maria, al tabernáculo que Dios puso en los cielos para que fuesen morada del sol como de mirra elegida era el perfume que correspondía aquella en quien había de descansar el divino esposo.

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