lunes, 26 de abril de 2010

Te Deum (paráfrasis)


A Ti, Oh María, te alabamos como a Madre de Dios
y confesamos que eres Virgen.
Toda la tierra te venera como Hija del Eterno Padre.
Todos los ángeles y los arcángeles,
los tronos y principados te sirven con fidelidad.
Todas las potestades,
todas las virtudes más elevadas en los cielos
y todas las dominaciones te obedecen.
Todos los coros de aquellas celestiales inteligencias,
los querubines y los serafines están delante de tu trono
transportados de alegría.

Santa, Santa, Santa, María, Madre de Dios,
Madre y Virgen al mismo tiempo.
Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad y la gloria
del fruto de vuestras entrañas.

El coro glorioso de los apóstoles
te alaba como a la Madre del Redentor.
El escuadrón resplandecientes de los mártires
te glorifica como la Madre de Jesucristo.
El ejército triunfante de los confesores
te llama templo augusto de la Trinidad.
La suave compañía de las vírgenes
canta que eres el modelo
de la virginidad y la humildad.
Toda la corte celestial
te reverencia como a su Reina.
La Iglesia santa te invoca
en toda la extensión de la tierra.
Canta con voz universal,
que eres Madre de la Majestad divina.
La verdadera, y augusta Madre
del soberano Rey de los cielos.
Publica que eres santa, llena de dulzura, y de bondad.

Eres la reina de los ángeles.
Eres la puerta del Paraíso.
Eres la escalera del reino celestial.
Eres el arca santa de la piedad, y de la gracia.
Eres la fuente de misericordia.
Eres juntamente esposa, y madre del Rey eterno.
Eres el santuario del Espíritu Santo.
Toda la Santísima Trinidad
descansa dulcemente en Ti,
como en el objeto de sus más tiernas complacencias.

Estás llena de amor por los hombres:
eres su mediadora ante Dios;
los ilustras de luces celestiales.
Eres la fortaleza de los que luchan,
la abogada de los pobres,
el refugio de los pecadores,
siempre llena de compasión por sus miserias.
Eres la distribuidora
de los dones y favores celestiales:
eres el terror de los demonios
y los apartas de nosotros.
Eres la señora del Mundo,
la soberana del cielo
y nuestra única esperanza para con Dios.
Eres la salud de los que te invocan,
el puerto de los que naufragan,
el consuelo de los miserables,
el remedio de los que perecen.
Eres la madre de todos los escogidos,
el motivo -después de Dios- de su mayor alegría,
las delicias de todos los bienaventurados ciudadanos del cielo.

Por ti se adelantan los justos:
por ti toman el buen camino los que andaban descarriados.
Eres el cumplimiento de las promesas
hechas a los patriarcas y de las predicciones de los profetas.
Eres la gloria y la luz de los apóstoles
y la Señora de los evangelistas.
Eres la fortaleza de los mártires,
el ejemplo de los confesores
y el honor de las vírgenes.

En vuestro casto seno encarnó el Hijo de Dios
para sacar a la humanidad de su destierro.
Por ti se abrió el reino de los cielos a los fieles,
habiendo sido vencido el enemigo del género humano.

Estás sentada con tu Hijo a la derecha del Padre.
Rogad por nosotros, oh Virgen María,
a este mismo Hijo, que creemos ha de venir a juzgar al mundo.
Socorre a tus siervos,
que han sido redimidos con su preciosa sangre.
Haz, oh Virgen llena de dulzura, que recibamos
con los santos la recompensa de la gloria eterna.
Salva a tu pueblo, oh gran Reina,
para que tengamos parte en la gloria de vuestro Hijo.
Vela sobre nosotros y guárdanos
hasta la bienaventuranza eterna.
Continuamente te renovaremos nuestros homenajes,
oh Virgen llena de bondad.
Y deseamos con amor alabarte de corazón
y con las palabras durante toda la eternidad.
Dígnate, oh María, digna de ser amada,
presérvanos de todo pecado ahora y siempre.
Ten piedad de nosotros, oh Madre de bondad.
Permite que conozcamos tu gran misericordia,
pues hemos puesto en ti nuestra confianza.
Oh María llena de caridad,
en ti esperamos; defiéndenos siempre.
A Ti, después de Dios se debe la alabanza,
la gloria, la fortaleza, el imperio
en todos los siglos de los siglos. Amén

San Buenaventura

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