miércoles, 1 de febrero de 2012

Los papas - 9

Juan XIII (1 octubre 965 - 6 septiembre 972)
Aunque los romanos solicitaron del emperador que consintiera el retorno de Benedicto V, Otón se negó. La Sede Apostólica estuvo vacante cinco meses hasta que al final el clero procedió a elegir a Juan, hijo de Juan, un romano que había sido bibliotecario con Juan XII y ocupaba a la sazón la sede episcopal de Narni. Otón, que estuvo representado por dos obispos, aceptó la elección, de modo que el Imperio se proponía gobernar Roma por medio de una persona enraizada en la ciudad. Ello no obstante, los romanos recibieron mal a Juan XIII y en diciembre del 965 ya se produjo una revuelta, en el curso de la cual el prefecto Pedro se apoderó de la persona del papa; cuando era conducido al destierro, Juan pudo escapar, informando de todo al emperador. Pero antes de que se produjera la intervención de Otón, un brusco cambio de opinión entre la población romana hizo que el papa fuera acogido con muestras incluso de entusiasmo (14 de noviembre del 966), de modo que se pudo tener la impresión de que todo era resultado de la lucha entre facciones. El emperador llegó en las Navidades de aquel mismo año, tomando represalias muy duras contra los autores de la revuelta. El emperador permaneció en Italia hasta el verano del 972; intentaba establecer allí el sistema de gobierno que tan buenos resultados estaba dando en Alemania. De él formaban parte los dos aspectos esenciales: la ordenación jerárquica de los condados y señoríos feudales y la investidura laica de los obispos que estaban dotados también de beneficios. El papa era, desde este punto de vista, la cumbre del sistema, dotado de los beneficios más opulentos, pero designado directamente por el emperador. Se habían recibido demandas de Bohemia y de Polonia para que se erigiesen también allí sedes metropolitanas, y de Cataluña, cuyos obispos deseaban desligarse de Francia y reclamaban el reconocimiento de la primada de Tarragona aunque se hallaba aún esta ciudad en poder de los musulmanes. Para resolver éstas y otras cuestiones fue convocado un sínodo en Rávena al que debería asistir el papa, en abril del 967. Importantes decisiones que afectaban al conjunto de la cristiandad fueron tornadas en este sínodo, comenzando por una orden de restitución de las tierras del Patrimonium que hubieran sido usurpadas. Especial interés tienen las disposiciones que prohibían el concubinato de los clérigos, un pecado que se denominaba nicolaísmo, y que quebrantaba una de las bases de la Iglesia occidental, el celibato. Se cursaron órdenes para que todas las autoridades, seculares o espirituales, siguieran prestando apoyo a Cluny, cuya expansión cobraba un ritmo rápido. Definitivamente Magdeburgo fue confirmada como metrópoli de los eslavos «recientemente convertidos», lo que dejaba a Polonia al margen. Otón consiguió que se declarara que Bohemia (la sede de Praga nace poco después) quedaba bajo la custodia de obispos alemanes. Y en relación con España se tomaría el año 971 la decisión de reconocer a Vic la condición de metropolitana en tanto que Tarragona permaneciese en régimen de ocupación. El 972 Oswald, nuevo arzobispo de York, viajaría a Roma para recibir el pallium y trazar el programa de una gran reforma monástica en Inglaterra.
Boda imperial.
En la fiesta de Navidad del 967, Juan XIII coronó al hijo de Otón I, del mismo nombre, asociándolo de este modo al Imperio. Otón I pretendía extender sus dominios a la frontera meridional italiana, pero evitando el choque con los bizantinos. Envió a Liutprando de Cremona a negociar el matrimonio del joven Otón II con una hija de Juan Tzimisces (969-976), Teófano. De este modo se lograba el recíproco reconocimiento de ambos Imperios. La boda fue oficiada por el papa en Roma el 14 de abril del 972 y sus consecuencias, en el orden político y cultural, fueron importantes. Ante todo se pretendía llegar a un modus vivendi, no sin algunos roces. Pero había ya una frontera entre los dos Imperios. Bizancio conservaba partes de Apulia y de Calabria, haciendo de Otranto una sede metropolitana con cinco sufragáneas, mientras que Juan XIII otorgaba ese mismo rango a Capua y Benevento. En este momento era ya visible una reacción cristiana en el Mediterráneo.

Benedicto VI (19 enero 973 - julio 974)
Nacido en Roma, hijo de cierto Hildebrando, era el candidato imperial y al mismo tiempo el de quienes deseaban la reforma. Elegido en septiembre u octubre del 972, tuvo que esperar varios meses hasta que, de acuerdo con el privilegium Otonis, llegara el plácet imperial. La aristocracia romana se había reorganizado en un fuerte partido que dirigía ahora Crescendo I, sobrino de Marozia como hijo de Teodora la Joven. Intentó, sin éxito, suscitar un candidato alternativo con el diácono Franco. Benedicto, que había sido presbítero cardenal de San Teodoro, contando con la protección imperial, pudo continuar las medidas de reforma que aprobaban los sínodos: refuerzo del celibato, extensión del monaquismo y persecución de las costumbres simoníacas. Algunos obispos cobraban tasas por las ordenaciones sacerdotales y por otros servicios ministeriales. La calidad de primada en Alemania fue reconocida a la diócesis de Tréveris. El 7 de mayo del 973 murió Otón I y se originaron fuertes tensiones en Alemania. Con los alemanes lejos, Crescencio consideró que había llegado para él la ocasión que debía aprovechar. Seguramente contaba con el apoyo bizantino para el levantamiento que desencadenó en junio del mismo año. Benedicto fue preso, llevado a Sant'Angelo y allí estrangulado, mientras que el diácono Franco era entronizado con el nombre de Bonifacio VII. Cuando el representante imperial, Sicco, conde de Spoleto, llegó a Roma, la tragedia se había consumado. A pesar de todo, los imperiales decidieron acabar con el antipapa, al que sitiaron en Sant'Angelo. Franco consiguió huir llevándose consigo parte de los tesoros de la Iglesia; se puso a salvo en el territorio bizantino.

Benedicto VII (octubre 974 - 10 julio 983)
La elección de Benedicto, obispo de Sutri, conde de Tusculum, hijo de David y pariente de Alberico II, fue resultado de un compromiso entre las dos facciones: candidato del bando imperial, resultaba también aceptable para la aristocracia romana. El antipapa Franco protagonizaría, el año 980, una nueva ofensiva que obligó a Benedicto a abandonar Roma, pero las tropas imperiales se encargaron de restaurarle y de devolver a Bonifacio al exilio. De este modo, hasta el 981 no pudo desarrollar en paz su pontificado. Mostraba una estrecha amistad a san Mayeul de Cluny y entusiasmo por la reforma que estaba presidiendo. Una serie de sínodos incrementó progresivamente la libertad de que gozaban sus monasterios, asegurándoles así las condiciones que necesitaban para triunfar. También se ocuparon de reforzar la estructura jurídica en Alemania: el obispo de Maguncia, vicario pontificio, recibió el privilegio de coronar a los reyes de Romanos, que es como se titulaban los soberanos antes de convertirse en emperadores. Dietrich de Tréveris fue el primer extranjero promovido cardenal de los Cuatro Santos Coronados. A principios del 976 fue confirmado el primer obispo de Praga, Thietmar, con jurisdicción sobre Bohemia y Moravia. En la propia Roma, Benedicto restauró el monasterio griego de los Santos Bonifacio y Alexis, colocándolo bajo la dependencia del patriarca Sergio de Damasco, refugiado en la ciudad a causa de la invasión musulmana. La larga estancia de Otón II (973-980) en Italia favoreció extraordinariamente la autoridad del papa. Con él compartía el emperador la profunda voluntad de reforma. El principal de los colaboradores eclesiásticos de Otón, Giseler, trasladado a Magdcburgo desde la suprimida sede de Merseburgo, se convirtió en cabeza del gran movimiento de evangelización de los eslavos, que progresaba con creciente rapidez. Una noticia posterior, que ignoramos si es correcta, afirma que Benedicto, antes de ser papa, había hecho una peregrinación a Jerusalén. Tal vez tenga alguna relación con el hecho de que fuera inhumado en la basílica dedicada en Roma a la Santa Cruz.

Juan XIV (diciembre 983 - 20 agosto 984)
Hubo una larga vacante, hasta que Otón II se decidió a ofrecer la tiara a Pedro Canepanova, obispo de Pavía y su vicecanciller, para el reino de Italia. No parece que haya tenido lugar ninguna clase de elección, lo que puede explicar la impopularidad de que desde el primer momento se vio rodeado. Cambió su nombre por el de Juan para que no se repitiera el del príncipe de los apóstoles. El emperador quería tener a un gobernante con experiencia y capacidad que llevara adelante el programa de desarrollo de la Iglesia y también las relaciones con el sur de Italia. La única bula de él conservada, otorgando el pallium al obispo Alo de Benevento, responde a los deseos del emperador. Como una consecuencia de tan estrecha dependencia, la muerte de Otón II, a causa de la malaria (7 diciembre del 983) y el retorno de la emperatriz Teófano a Alemania, para garantizar la sucesión de su hijo Otón III (983-1002), demasiado jo- ven, dejaron a Juan XIV en un absoluto desamparo. En abril del 984, contando esla vez con el apoyo de Crescencio, Benedicto VII regresó. Juan, sometido a juicio y despojado, fue encerrado en Sant'Angelo, en donde falleció, por hambre o veneno, el 20 de agosto de aquel mismo año.

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