miércoles, 8 de febrero de 2012

la noche del mendigo

Encuentro a M. en un banco de la calle Velázquez con un abrigo lleno de agujeros y una botella de whisky de marca en la mano derecha. Hace mucho frío, quizá uno o dos grados bajo cero. Son las 8 de la tarde y la temperatura ha bajado bruscamente. El viento del Norte penetra por todos los poros de la piel.
―¿Dónde vas a dormir?
―Aquí mismo, y bien calentito.
―Puedes ir al Metro…
―No, que te roban y te pinchan…
He intentado explicarle que el “calorcito” del whisky es un engaño; que puede morirse de frío sin enterarse.
Se encoge de hombros y ríe con sus dientes podridos.
―¡De algo hay que morir!
A mi lado, los transeúntes evitan mirarnos. Quizá temen que yo los comprometa.
Hablo con un policía municipal; pero me dice que no es cosa suya, que él es de tráfico. Al fin hace una llamada, y me pide que me vaya.
―No se preocupe. Todos los inviernos mueren unos cuantos. Están enfermos y no quieren ir a los albergues.
Entro en mi coche. Tiene calefacción, música, manos libres…, y ruge como una fiera camino de casa. Va a empezar el partido de fútbol: las radios de todos los vehículos espantan el frío a gritos

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