viernes, 18 de febrero de 2011

ingratissimi...


"Ingratissimus omnium, qui oblitus est"
“El más ingrato de todos es el que olvida”.
El texto es de Séneca, y vale la pena leerlo entero:
Ingratus est qui beneficium accepisse se negat, quod accepit;
ingratus est qui dissimulat; ingratus qui non reddit;
ingratissimus omnium, qui oblitus est.
“Es ingrato el que niega el favor recibido;
ingrato el que lo disimula; ingrato el que no corresponde,
y el más ingrato de todos el que lo olvida.”

Al leer estas palabras he recordado a un anciano de casi 90 años,
que conocí hace mucho tiempo en un tanatorio de Madrid
donde velaba el cadáver de su segunda esposa.
Tras la muerte de la primera, volvió a casarse
con una empleada de la empresa, mucho más joven que él.
Sus hijos le advirtieron que aquel matrimonio podría ser un desastre
y, por una vez, tuvieron razón. La mujer,
después de algunas infidelidades públicas y notorias,
abandonó a su marido con buena parte del dinero.

Al cabo de los años, regresó a casa para morir, enferma de cáncer.
El anciano la recibió sin un reproche y la cuidó
en sus últimos meses de vida.
Su hijo mayor me contó esta historia allí mismo, a pocos metros
de la capilla donde reposaban los restos mortales de su madrastra.
Charlé un buen rato con el viudo. Estaba desolado, bañado en lágrimas,
como si hubiese perdido al gran amor de su vida.
― He olvidado las ofensas ―repetía una y otra vez―
pero recuerdo muy bien todas sus caricias.
Tenía razón: nunca hay que olvidar las caricias de la vida.
Los agravios, sí. También Dios los olvida cuando pedimos perdón.

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