domingo, 27 de febrero de 2011

aforismos 1

Ne sutor supra crepidam
Plinio el Viejo (23-79 d.C.) cuenta una divertida disputa del artista Apeles con su zapatero: Apeles, el pintor más famoso de Grecia en la antigüedad, colocó sus primeras obras en el voladizo de su casa y se escondió tras una mesa para escuchar la crítica del pueblo llano... Un zapatero ―sutor, en latín― observó que en el interior de un zapato faltaba un ojal, y el pintor remedió la falta. El zapatero, entonces se creyó con derecho a criticar la pierna de la figura representada; pero Apeles le respondió: "Ne supra crepidam sutor iudicet" (un zapatero no debe opinar sobre lo que está por encima de las correas)
Las crepidae eran unos zapatos llanos de una o varias suelas que se sujetaba con correas por el tobillo y la pantorrilla.
De ahí procede la expresión "zapatero a tus zapatos". Ni que decir tiene que “zapatero” debe ir con minúscula.

Nemo liber est qui corpori servit.
"El que sirve a su cuerpo no es libre" La sentencia es de Séneca y tiene razón; También pudo decirlo San Pablo, quien escribió aquello de que algunos "tienen como Dios a su propio vientre" (cuius deus venter est), una afirmación que ha dado mucho juego a lo largo de los siglos. "Epicuro grita en voz alta: la tripa llena está segura; el vientre será mi dios", leemos en uno de los poemas medievales de "Carmina Burana":
Alte clamat Epicurus:
venter satur est securus,
venter deus meus erit...
Ya se ve que la naturaleza humana ha cambiado poco. Pero éste es un tema complejo que hoy no tengo tiempo de abordar. La cultura dominante, más que hedonista, es epicúrea, es decir moderadamente guarrindonga. A ver si un día de estos tengo tiempo y redacto unas líneas

Summum ius, summa iniuria

“El derecho aplicado estrictamente es la mayor injusticia”. Se trata de una sentencia clásica que se estudia en las Facultades de Derecho. Y es que todo buen jurista debe saber que la ley es sólo un instrumento y, como tal, debe aplicarse con sentido común y flexibilidad, tratando de descubrir, más allá de la letra, el espíritu con el que fue creada... Contra esa rigidez extrema, nace la “epiqueya”, virtud moral que permite al hombre eximirse de la observancia literal de una norma positiva con fin de ser fiel a su sentido auténtico... Uno de los mayores enemigos del Derecho ―ese invento genial de los antiguos romanos― es el positivismo reglamentista (muy norteamericano, por cierto) que lleva a cometer auténticas atrocidades. Pongamos un ejemplo tonto de la vida real. Agosto de 1982. En Madrid el sol caía a plomo sobre nuestras cabezas. Era un sábado por la mañana; las tiendas estaban cerradas y la ciudad desierta. En aquella calle no había un solo automóvil. Yo debía hacer una breve gestión y detuve el coche. Al salir del vehículo, comprobé que tres metros más adelante había un árbol que proyectaba su benéfica sombra sobre la calzada. Decidí ponerme allí para no cocerme a fuego lento a mi regreso. Caí en la cuenta entonces de que, junto al árbol, había una señal que limitaba el aparcamiento a los vehículos de carga y descarga de mercancías. Gracias a Dios, había también un guardia.
―Perdone, señor agente; ¿me permite dejar aquí mi coche durante unos minutos? Es para que no se caliente demasiado…
―Está prohibido. ¿No ha visto la señal, o qué?
―Sí, por supuesto. Pero como no hay más vehículos en toda la calle, las tiendas están cerradas y nadie recibe mercancías… Como yo sólo voy a estar diez minutos, pensaba que a lo mejor…
―Caballero, hay que cumplir la ley. Por tanto, si deja aquí el coche, le denuncio…

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