miércoles, 9 de mayo de 2012

San Doroteo de Gaza 6

SENTENCIAS DIVERSAS DEL MISMO ABAD DOROTEO
1. Es imposible que, quien mantiene su propio parecer o su pensamiento personal, se someta o se adapte al bien del prójimo.
2. Estando apasionados, no debemos en absoluto fiarnos de nuestro propio corazón: porque una regla torcida hace torcido incluso lo que es recto.
3. Quien no desprecia todo lo material, la gloria, el reposo del cuerpo, e incluso las pretensiones de justicia, no puede abnegar su voluntad, ni liberarse de la cólera y de la tristeza, ni procurar el reposo de los demás.
4. No es una gran cosa no juzgar e incluso tratar con compasión al que está afligido y se arroja a tus pies; pero es una gran cosa no juzgar al que te contradice apasionado, no probar resentimiento contra él, y ni siquiera aprobar al que le juzga, y alegrarte con el que es preferido a ti.
5. No busques el afecto de los demás. Porque quien lo busca es perturbado si no lo obtiene. Más bien testimonia caridad al prójimo y proporciónale reposo y de este modo harás que el prójimo crezca en caridad.
6. Si alguien hace una cosa según Dios, le sobrevendrá ciertamente la tentación; porque toda obra buena es precedida o seguida de la tentación, y lo que es según Dios no está asegurado mientras no sea probado por la tentación.
7. Nada une tanto como alegrarse de las mismas cosas y tener los mismos sentimientos.
8. Es propio de la humildad no despreciar la buena acción del prójimo. Hay que aceptarla con agradecimiento por pequeña e insignificante que sea.
9. En todo lo que me acontece, prefiero se haga según el gusto del prójimo, aunque fracase siguiendo su parecer, más bien que tener éxito siguiendo mi propio parecer.
10. En toda ocasión es bueno concederse algo menos de lo necesario, porque no conviene estar plenamente satisfecho.
11. En todo lo que me sucedió, jamás quise conducirme según la prudencia humana: en cada cosa hago siempre lo poco que puedo, y luego abandono todo a Dios.
12. Quien no tiene voluntad propia, hace siempre lo que quiere. Puesto que no tiene voluntad propia, le satisface cuanto sucede, y resulta que hace constantemente su voluntad, porque no quiere que las cosas sean como quiere él, sino que las quiere como ellas son.
13. No se debe corregir a un hermano en el mismo momento en que peca; ni tampoco en otro momento, si se hace por venganza.
14. El amor según Dios es más poderoso que el amor natural.
15. No se debe hacer el mal ni siquiera de broma. Porque se hace primero de broma y luego, sin querer, uno allí se queda.
16. No hay que querer liberarse de una pasión con la intención de evitar el tormento, sino por- que uno la detesta verdaderamente, como se ha dicho: "Los detesté con un odio perfecto" (Sal 138,22).
17. Es imposible airarse contra el prójimo si uno se yergue primero contra sí en el corazón y si no ha despreciado al prójimo, juzgándose superior a él.
18. Si uno se turba cuando es censurado o corregido a propósito de una pasión, es signo de que obraba voluntariamente. Soportar al contrario sin turbación la censura o la corrección, muestra que uno era arrastrado o que seguía la pasión inconscientemente.

CARTAS DIVERSAS DEL MISMO ABAD DOROTEO
1. A los que habitaban las celdas y que le habían preguntado sobre los encuentros mutuos
180. Los Padres dicen que quedar en la celda es una mitad, e ir a ver a los ancianos la otra mitad. Esta palabra significa que en la celda, como fuera de la celda, hay que observar la misma vigilancia y saber por qué se debe guardar la soledad y por qué se debe también ir a ver a los Padres o a los hermanos. Porque si el monje está atento a ese objetivo, obra conforme a lo que han dicho los Padres. Cuando está en la celda, ora, medita, trabaja manualmente y vigila sus pensamientos en cuanto puede. Cuando va a ver a los otros, reflexiona y se da cuenta de su estado: ve si gana o no al encontrarse con los hermanos y si es capaz de volver a su celda sin haber sufrido daño. Si ve que lo ha sufrido, reconoce su debilidad y constata que no ha adquirido todavía nada en la soledad. Vuelve humillado a su celda, llora, hace penitencia, invoca a Dios por su debilidad y permanece así atento a sí mismo. Luego, va de nuevo hacia los hombres y ve si vuelve a caer en las mismas faltas o en otras; vuelve a su celda, se entrega nuevamente a la penitencia, al llanto, implorando a Dios por su estado. Porque la celda enseña, y los hombres ponen a prueba. Los Padres tienen razón al decir que permanecer en la celda es una mitad, e ir a ver a los ancianos es la otra mitad.
181. Cuando vais los unos a ver a los otros, debéis saber por qué dejáis la celda, y no salir jamás inconsideradamente. Según los Padres "quien circula sin motivo, pierde su trabajo". El que emprende una cosa, debe necesariamente proponerse un fin y saber por qué obra. ¿Qué objetivo debemos proponernos cuando vamos a vernos los unos a los otros? Ante todo la caridad, ya que se ha dicho: "Ves a tu hermano, ves al Señor tu Dios". Además, oír la palabra de Dios. Es cierto que la palabra se anima más en la asamblea: con frecuencia lo que no sabe uno, lo pregunta otro. En fin, el conocimiento del propio estado, como he dicho ya. Supongamos, por ejemplo, que uno va a comer con los otros. Uno se observa y ve, cuando se presenta un manjar excelente y apetitoso, si es capaz de contenerse y no tomar de él, o si trata de tener más que su hermano y tomar una cantidad mayor. Si la comida se sirve en porciones, ¿no se apresura a tomar la mayor para dejar la más pequeña a su hermano? Porque hay quienes no se sonrojan de extender la mano para empujar la porción pequeña delante de su hermano y poner la grande delante de ellos. ¿Qué diferencia hay entre la grande y la pequeña? ¿Qué hay de considerable entre las dos para que se deje resbalar al pecado rivalizando con su hermano por cosas tan fútiles? También se considerará si se puede retener y no comer demasiado. Cuando uno se halla, como suele suceder, ante manjares variados, ¿no se atraca hasta la saciedad? ¿Se guarda de la parrhesia? ¿No se sufre al ver a su hermano más estimado y mejor tratado que uno? Si se ve a un hermano que se disipa con otro, que habla mucho o que se relaja bajo cualquier punto, ¿no se presta atención a él? ¿No se le juzga? O más bien, ¿no se mira a los hermanos fervientes, esforzándose a hacer lo que se dijo del abad Antonio?: el bien que veía en cada uno de los que iba a visitar, lo recogía y lo guardaba: de éste, la mansedumbre; de aquel, la humildad; de otro, el amor de la soledad; y así se hallaban en él las virtudes de todos. Eso es lo que debemos hacer también nosotros, y para ello debemos visitarnos los unos a los otros. De vuelta en nuestras celdas, debemos examinarnos para darnos cuenta de lo que hemos aprovechado y en lo que hemos faltado. En los puntos en que constatamos haber sido preservados, demos gracias a Dios: fue por su protección que hemos salido sin detrimento. Y por nuestras faltas, hagamos penitencia, derramemos lágrimas, deploremos nuestro estado.
182. Cada uno recibe provecho o perjuicio de su propio estado. Nadie puede dañarnos; si sufrimos algún daño, eso proviene de nuestro estado, como dije. Como no ceso de repetíroslo, de todo podemos sacar bien o mal, si queremos. Voy a poneros un ejemplo, para que comprendáis que es así. Un individuo se estaciona en la noche, en algún sitio; no digo un monje, sino cualquier habitante de la ciudad. Tres hombres pasan junto a él. Uno piensa, al verlo: "Éste espera a alguien para ir a fornicar"; otro: "Éste es un ladrón"; y el tercero: "Este hombre llamó a su amigo de la casa vecina y espera a que baje para ir a orar con él a algún lugar". Así los tres vieron al mismo hombre en el mismo sitio, y, sin embargo, no tuvieron el mismo pensamiento a propósito de él. Uno imaginó esto, el otro, aquello, y el tercero todavía otra cosa: cada cual según su propio estado. Sucede como con los cuerpos melancólicos y débiles que convierten en mal humor todos los alimentos que absorben, incluso cuando el alimento es sano. La falta no está en el alimento, sino, como dije, en el mismo cuerpo, que, al ser de mala complexión, actúa necesariamente según su temperamento y altera los alimentos. Igualmente, si el alma es débil, todo le hace mal; incluso le daña lo que es útil. Imaginad que se echa un poco de ajenjo en un recipiente de miel. ¿No se estropea el recipiente entero, haciendo amarga toda la miel? Es lo que hacemos nosotros: derramamos un poco de nuestra amargura y destruimos el bien del prójimo, mirándolo según nuestro estado y cambiándolo según la mala disposición que hay en nosotros. Los que tienen buenas costumbres, semejan a un hombre cuyo cuerpo es sano. Aunque coma una cosa nociva, la trasforma según su temperamento en buenos humores y el mal alimento no le hace daño. Como dije, es que su cuerpo es sano y asimila el alimento según su temperamento. Como decíamos del cuerpo que por su mala complexión trasforma la buena comida en humores malos, éste a su vez, conforme a su buena disposición, convierte la comida mala en buenos humores. He aquí un ejemplo que lo hará comprender. El cerdo posee un cuerpo de muy buena complexión. Su comida se compone de algarrobas, huesos de dátiles y desperdicios. Sin embargo, gracias a su buen complexión transforma esos alimentos en carne suculenta. Así nosotros, si tenemos buenas costumbres y un buen estado de alma, podemos, lo repito, sacar provecho de todo, incluso de aquello que no es provechoso de suyo. El libro de los Proverbios dice muy bien: "El que mira con dulzura, alcanzará misericordia" (Pr 12,13). Y en otro lugar: "Todas las cosas son contrarias para el insensato" (Pr 14,7).
183. Oí decir de un hermano que, al ir a ver a otro, si encontraba su celda descuidada y en desorden, se decía entre sí: "¡Qué dichoso es este hermano al estar completamente desapegado de la cosas de la tierra y elevar su espíritu tan alto, que no tiene ni quisiera tiempo para arreglar su celda!" Si luego iba junto a otro hermano y encontraba su celda arreglada, limpia y perfectamente en orden, se decía: "La celda del hermano está tan limpia como su alma. El estado de su alma es como el estado de su celda". Nunca decía de nadie: "Éste es un desordenado", o "éste es frívolo". Gracias a su estado excelente, sacaba provecho de todo. Que Dios en su bondad nos conceda a nosotros también un buen estado para que podamos aprovecharnos de todo y no pensar jamás mal del prójimo. Si nuestra malicia nos inspira juicios o sospechas, trasformemos pronto eso en un buen pensamiento. Porque no ver el mal del prójimo, engendra, con la ayuda de Dios, la bondad.
2. A los superiores del monasterio y a sus discípulos, acerca de cómo los superiores deben dirigir a los hermanos y cómo éstos deben estarles sumisos.
184. Si eres superior, cuida de los hermanos con un corazón severo y entrañas de misericordia, enseñándoles con obras y palabras lo que hay que practicar, sobre todo con las obras, pues los ejemplos son mucho más eficaces. Sé modelo incluso en los trabajos manuales, si puedes, o si eres débil, por el buen estado del alma y los frutos del espíritu enumerados por el Apóstol: caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de todas las pasiones. Por razón de las faltas que se produzcan, no te irrites más de la cuenta, pero muestra, sin perturbarte, el mal que resulta de ellas, y, si es necesario reprochar, hazlo con el modo que conviene, esperando el momento oportuno. No mires demasiado las faltas pequeñas, como un juez riguroso; no hagas continuamente reprimendas lo cual es insoportable y la costumbre conduce a la insensibilidad y al desprecio. No mandes imperiosamente, sino propón con humildad la cosa al hermano: esta manera de obrar es estimulante y más persuasiva, y proporciona la paz al prójimo.
185. Si un hermano te resiste y te has turbado en ese momento, guarda la lengua para no decir nada encolerizado y no permitas que tu corazón se excite contra él. Acuérdate más bien de que él es tu hermano, un miembro de Cristo y una imagen de Dios, amenazada por nuestro enemigo común. Ten piedad de ella, por temor de que el diablo no se acapare de ella por razón de la cólera, no la haga morir por el rencor, y que un alma por la que Cristo murió, perezca a causa de tu negligencia. Acuérdate de que tú estás sometido también al mismo juicio de la cólera. Que tu propia debilidad te haga compasivo para con tu hermano. Da gracias por tener una ocasión de perdonar, para obtener también tú el perdón de Dios por tus faltas más grandes y más numerosas. Porque se ha dicho: "Perdonad y seréis perdonados". ¿Temes hacer daño a tu hermano con tu paciencia? El Apóstol ordena vencer el mal con el bien, y no el mal con el mal. Por su parte, los Padres dicen: "Si, al reprochar a otro, te turbaste por la cólera, es tu propia pasión que tú satisfaces", y nadie sensato destruye su casa para construir la del vecino.
186. Si tu perturbación persiste, violenta tu corazón, y ora en estos términos: Oh Dios lleno de bondad, que amas las almas, que, en tu inefable bondad, nos has sacado de la nada al ser para hacernos participar de tus bienes, y que, por la sangre de tu Hijo único, nuestro Salvador, nos has llamado de nuevo, a nosotros que nos habíamos apartado de tus mandamientos; ven ahora en ayuda de nuestra debilidad e impón silencio a la perturbación de nuestro corazón, como en otro tiempo al mar alborotado. No seas en un solo instante privado de tus dos hijos, condenados a muerte por el pecado, y no tengas que decirnos: "¿Para qué sirvió verter mi sangre y descender hasta la muerte?" (Sal 29,10). Y: "En verdad, os lo he dicho, no os conozco", porque nuestras lámparas estuvieran apagadas por falta de aceite. Sosegado el corazón con esta oración, puedes luego con prudencia y humildad, según el precepto del Apóstol, reprender, censurar, exhortar (2 Tm 4,2), y con compasión curar y enderezar a tu hermano, cual a un miembro enfermo. Entonces el hermano por su parte recibirá la corrección con toda confianza, condenando él mismo su dureza. Con tu propia paz, habrás sosegado su corazón. Que nada te aleje de la santa doctrina de Cristo: "Aprended de mí, que os hablo, y soy manso y humilde de corazón". Ante todo hay que esmerarse en guardar un estado sosegado, de manera que el corazón no se turbe, ni siquiera con justo motivo o a propósito de un mandato, convencidos de que cumplimos todos los mandamientos con miras a la caridad y a la pureza del corazón. Si tratas así a tu hermano, oirás la voz divina que te dice: "Si separas lo precioso de lo vil, serás como mi boca" (Jr 15,19).
187. En cuanto a ti, que estás bajo la obediencia, no te fíes jamás de tu corazón, porque las antiguas pasiones lo han cegado. Evita siempre seguir tu propio juicio y no decidas por ti mismo, sin pedir consejo. No te imagines ni juzgues que tus pensamientos son más razonables y más justos que los de tu superior, no te constituyas en censor de sus acciones, un censor que tan frecuentemente se engañó. Eso es una astucia del Maligno para obstaculizar la sumisión confiada en todo y la salvación que ella causa con seguridad. Descansa en esa sumisión, y seguirás sin peligro ni engaño el camino de los Padres. Esfuérzate en todo y vence tu voluntad. Cuando, por la gracia de Cristo, hayas adquirido la costumbre de vencerte, lo harás sin esfuerzo y sin trabajo. Así, todo sucederá según tu deseo, ya que no querrás más que las cosas sean como tú quieres, sino que las querrás como ellas son, y de este modo estarás en paz con todos. Esto al menos en las cosas que no implican la violación de un mandamiento de Dios o de los Padres. Lucha por hallar en todo algo que censurarte a ti mismo y mantén firme la "apsefistón" con ciencia. Cree que todo lo que nos concierne, hasta los más pequeños detalles, depende de la Providencia de Dios, y soportarás sin turbarte lo que te suceda. Cree que el desprecio y los ultrajes son para tu alma remedios a tu orgullo y ora por quienes te maltratan, pues son verdaderos médicos para ti. Persuádete de que quien detesta la humillación, detesta la humildad, y que quien huye de las personas irritantes, huye de la mansedumbre. No trates de conocer el mal de tu prójimo y no aceptes sospechas contra él. Si la malicia humana te incita a ellas, apresúrate a transformarlas en un buen pensamiento. Da gracias por todo, y conserva la bondad y la santa caridad. Ante todo, guardemos todos nuestra conciencia en todos los puntos, respecto a Dios, respecto al prójimo y a las cosas materiales. Antes de decir o hacer algo, examinemos con cuidado si es conforme a la voluntad de Dios. Luego, después de haber orado, hablemos o obremos, y pongamos ante Dios nuestra impotencia. Y que su bondad nos acompañe en todo.
3. Al que tiene el cargo de procurador
188. Si no quieres caer en la ira y el rencor, guárdate de todo apego a las cosas materiales, no revindiques como tuyo el más mínimo objeto, y no lo desprecies tampoco como si fuera insignificante o sin valor. Dalo si te lo piden, y no te perturbes si lo rompen o lo destruyen por negligencia o desprecio. Debes actuar así, no como despreciando los bienes del monasterio, porque tienes el deber de cuidarte de ellos con todas tus fuerzas y con todo el celo, sino para guardar tu paz y tu serenidad, haciendo siempre ante Dios lo que te es posible. Lo alcanzarás si administras esos bienes, no como si fueran tuyos, sino como consagrados a Dios, y sólo confiados a tu cui- dado; esto, en efecto, dispone, por una parte, a no apegarse a ellos, como he dicho, y de otra parte a no despreciarlos. Si no prestas atención a esto, estate seguro de que no cesarás de turbarte y de turbar a los demás.
4. Al mismo
189. Pregunta: Mi espíritu se alegra de tus palabras y quisiera hallarme en esas disposiciones. ¿De dónde proviene que no me encuentro así en el momento de actuar? Respuesta: Es porque tú no las meditas sin cesar. Si quieres tenerlas en el momento oportuno, medítalas constantemente, insiste, y pon tu confianza en Dios de que progresarás. Une la oración a la meditación. Cuida los enfermos, ante todo para adquirir así la compasión, como lo he dicho muchas veces, luego, para que Dios suscite alguien para cuidarte cuando estés tú enfermo, porque "con la medida con que midáis seréis medidos". Cuando te ocupes en hacer algo en conciencia según tus fuerzas, debes saber y persuadirte de que no conoces todavía el camino verdadero, y debes aceptar sin turbarte, sin pena y con gozo de que se te diga que te has equivocado en lo que pensabas hacer en conciencia. Porque el juicio de quienes son ciertamente más sabios que tú, corrige lo que es defectuoso o da seguridad a lo que está bien hecho. Esfuérzate por progresar para que, si te sucede una prueba corporal o espiritual, seas capaz de soportarla con paciencia, sin turbación ni agobio. Si se te acusa de haber hecho una cosa que tú no has hecho, no te urbes ni te irrites en modo alguno. Haz inmediatamente una metania al que te habla, diciéndole humildemente: "Perdóname y ora por mí". Luego guarda silencio, como dicen los Padres. Si se te pregunta: "¿Es eso verdad o no?", haz una metania con humildad y di con toda verdad lo que hay. Después de haber hablado, haz de nuevo una humilde metania y di de nuevo: "Perdóname y ora por mí".
5. Al mismo
190. Pregunta: ¿Qué he de hacer, pues no tengo esa igualdad de ánimo en las relaciones con los hermanos? Respuesta: No puedes tenerla todavía. Esfuérzate al menos por no ofenderte en nada, por no juzgar a nadie, por no hablar mal de nadie, por no ocuparte de ninguna palabra, acción o gesto de un hermano que no te sea útil. Trata más bien de edificarte con todo. No busques aparecer en lo que dices o haces, y no desees la vanagloria. Guarda la libertad en tu conducta y en tus palabras, hasta en el más pequeño detalle. Ten presente que si alguien, combatido o atormentado por un pensamiento apasionado, lo pone en obra, endurece la pasión en sí, porque le da poder para combatirle y atormentarle más. Si al contrario, lucha y se opone a su pensamiento, obrando en contra de lo que él le sugiere, como he dicho con frecuencia, la pasión se debilita y se hace impotente para combatirle y atormentarle. Así, poco a poco, luchando con el auxilio de Dios, domina la pasión misma.
6. Al mismo
191. Pregunta: ¿Por qué el abad Poemen dice que hay tres cosas capitales: temer al Señor, orar al Señor y hacer bien al prójimo? Respuesta: El anciano dijo primero: "Temer al Señor", porque el temor de Dios precede a toda virtud, por ser el temor del Señor el comienzo de la sabiduría (Sal 110,10), y también porque sin temor de Dios nadie logra adquirir una virtud ni hacer le menor bien, ya que "es siempre por el temor del Señor que uno se aparta del mal" (Pr 16,6). Luego dice el anciano, "orar al Señor", porque, sin el auxilio de Dios, el hombre no puede ni adquirir una virtud ni realizar otro bien alguno, aunque, temiendo a Dios, lo quiera y se aplique en ello. Es preciso absolutamente nuestro esfuerzo y la colaboración de Dios. El hombre tiene, pues, siempre necesidad de orar para pedir a Dios que le ayude y que coopere con él en todo lo que hace. En fin, "hacer bien al prójimo" es la caridad. Ahora bien, quien teme al Señor y ora a Dios, es sólo útil para sí mismo. Por otra parte, toda virtud llega a la perfección por la caridad para con el prójimo. Por eso el anciano añade: "Hacer bien al prójimo". Aunque se tema a Dios y se ore, se debe también ser útil al prójimo y hacerle bien. Porque en eso consiste, lo repito, practicar la caridad, que es la perfección de las virtudes, según la palabra del santo Apóstol (Rm 13,10; 1 Co 13,13).
7. A un hermano que le había preguntado sobre la insensibilidad del alma y el enfriamiento de la caridad
192. Hermano, contra la insensibilidad del alma es útil leer continuamente las sagradas Escrituras, como también las sentencias "catanícticas" de los Padres teóforos, y guardar el pensamiento de los temibles juicios de Dios, y acordarse de que el alma saldrá del cuerpo y encontrará las terribles Potencias con las que hubo cometido el mal en esta corta y miserable vida y que tendrá también que comparecer ante el tribunal espantoso e incorruptible de Cristo, para dar cuenta ante Dios, ante todos sus ángeles y todas las criaturas, no sólo de sus acciones, sino incluso de las palabras y los pensamientos. Recuerda también constantemente las palabras que dirá el Juez temible y justo a quienes se encontrarán a su izquierda: "Alejaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles". También es bueno acordarse de las grandes tribulaciones humanas, porque incluso el alma dura e insensible se esforzará por ablandarse y darse cuenta de su propia miseria. En cuanto al debilitamiento de tu caridad fraterna, proviene de que acoges los pensamientos de sospecha, te fías de tu propio corazón y no quieres sufrir nada contra tu voluntad. Debes, pues, en primer lugar, con la ayuda de Dios, no hacer caso alguno de tus sospechas y aplicarte con todas tus fuerzas a humillarte ante los hermanos y vencer tu voluntad propia en favor de ellos. Si uno de ellos te injuria o te aflige de otro modo, ora por él, como han dicho los Padres, con el pensamiento de que eso te proporciona grandes beneficios y es un médico que cura en ti el amor del placer. Así se sosegará tu ira, por ser la caridad, según los santos Padres, "un freno para la ira". Pero ante todo, suplica a Dios que te dé un espíritu despierto y lúcido, para conocer "el bien que él quiere junto con la fuerza para estar preparado para toda obra buena.
8. A un hermano atormentado por una tentación
193. Hijo mío, ante todo ignoramos los designios de Dios y debemos abandonarle el gobierno de nosotros mismos; eso es lo debemos hacer sobre todo ahora. Si quieres juzgar con razonamientos humanos lo que se presenta, en vez de arrojar en Dios tu preocupación, te complicas la vida. Cuando vienen a atormentarte pensamientos contrarios, debes clamar a Dios: "Señor, como quieras y como sabes, arregla tú el asunto". Porque la Providencia de Dios hace muchas cosas contrariamente a nuestros pensamientos y nuestras esperanzas, y lo que se esperaba de una manera, por experiencia se ve presentarse de otro modo. Brevemente, en el momento de la tentación hay que permanecer paciente, orar, no querer o creer que dominaremos, como he dicho, los pensamientos demoníacos con razonamientos humanos. El abad Poemen, que lo sabía, afirmaba que el consejo de "no preocuparse del día de mañana", se dirigía a un hombre tentado. Convencido de que eso es verdad, abandona, hijo mío, todo pensamiento personal, por prudente que sea, y mantén firme la esperanza en Dios "que obra infinitamente más de lo que pedimos o concebimos" (Ef 3,20). Podría responder a todo lo que decías, pero no quiero discutir contigo, ni tampoco conmigo mismo; prefiero que permanezcas en el camino de la esperanza en Dios, porque ese camino está más libre de preocupaciones y es más seguro. Que el Señor esté contigo.
9. Al mismo
194. Hijo mío, acuérdate del que dijo: "Es por muchas tribulaciones como tenemos que entrar en el Reino de los cielos ". No precisó: tales y tales tribulaciones, sino que dijo de una manera indeterminada: "Por muchas tribulaciones". Soporta, pues, las que te sobrevienen, con acción de gracias, con ciencia, para hacerte agradable, si tienes pecados; si no los tienes, para purificarte de las pasiones o procurarte el Reino de los cielos. El Dios bueno y amigo de las almas, que, al mandar al viento y al mar, produjo una gran calma, mandará también a tu tentación, hijo mío. Que él te conceda abertura de espíritu para conocer las perversidades del enemigo. Amén.
10. A un hermano aquejado por una prolongada enfermedad y por diversas desgracias
195. Hijo mío, te lo pido: sé paciente y da gracias por todos los enojos que te sobrevienen en la enfermedad, conforme a esta palabra: Acepta todo lo que te sucede como un bien, para que la intención de la Providencia se realice en ti de acuerdo con su voluntad, hijo mío. Sé animoso, encuentra fuerza en el Señor y en sus designios para contigo. Dios esté contigo.
11. A un hermano en la tentación
196. La paz sea contigo en Jesucristo, hermano. Convéncete bien de que has dado ciertamente motivo para la tentación, aunque por el momento no encuentres la causa de ella. Censúrate, sé paciente y ora. Tengo confianza en que la ternura de Jesucristo, en su bondad, alejará la tentación. El Apóstol dice: "La paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, guardará vuestros corazones" (Flp 4,7).
12. Al mismo
197. No te extrañes, hijo mío, si, en el camino que conduce hacia las cimas, caes en las espinas y a veces en el lodo, para encontrar luego el camino llano. Quienes se encuentran en el combate, caen y hacen caer a su vez. "La vida del hombre en la tierra, ha dicho el gran Job, ¿no es un tiempo de prueba?" (Jb 7,1). Otro santo declara: "El hombre que no fue probado, no está seguro". Somos probados en el ejercicio de la fe, para que se conozca nuestro valor y aprendamos a combatir. "Es por muchas tribulaciones, dijo el Señor, como nos es preciso entrar en el Reino de los cielos" (Hch 14,22). Que la esperanza del término sea nuestro auxilio en medio de todos los acontecimientos. El santo Apóstol dice para purificarnos en la paciencia: "Dios es fiel: no permitirá que seáis tentados más allá de vuestras fuerzas. Junto con la tentación dará los medios que os permitirán resistir" (1 Co 10,13). Que nuestro Señor, que es la Verdad, te consuele con estas palabras: "Tendréis que sufrir en el mundo, pero ¡ánimo!, yo vencí al mundo" (Jn 16,33). Medita esto constantemente. Acuérdate del Señor, y su bondad, hijo mío, te acompañará en todo, porque él es misericordia y conoce nuestra incapacidad. De nuevo él mandará a las olas y obrará la calma en tu alma, por las oraciones de sus santos.
13. Al mismo
198. Como las sombras siguen a los cuerpos, así las tentaciones siguen a los mandamientos. Como dice el gran Antonio, "nadie entrará en el Reino de los cielos sin haber sido tentado". No te extrañes, pues, hijo mío, si, al ocuparte de tu salvación, encuentras de nuevo tentaciones y tribulaciones. Sé paciente simplemente sin turbarte y ora dando gracias de haber merecido ser probado respecto al mandamiento, para que tu alma sea ejercitada y su valor sea reconocido. Que el buen Dios te conceda la gracia de permanecer vigilante y paciente en el momento de la tentación.
14. Al mismo
199. El abad Poemen pensó justamente que el consejo de "no preocuparse del día de mañana" se dirigía a un hombre en la tentación. La palabra: "Arroja tu preocupación en el Señor", se refiere a la misma situación. Aléjate, pues, hijo mío, de los pensamientos humanos y mantén firme la esperanza en Dios, que realiza mucho más de lo que imaginamos, y la esperanza en Dios te procurará el reposo. Que el Señor te ayude, hijo mío, por la oración de los santos. Tenemos que mantener alejados esos pensamientos, nosotros que no tenemos seguridad en la vida de mañana.
15. Al mismo
200. Somos la obra y la hechura de un Dios bueno y amigo de los hombres, que dijo: "Soy vivo, dice el Señor: no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva". Y también: "No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" a la penitencia. Si esto es así y lo creemos, arrojemos en el Señor nuestra preocupación y él nos alimentará (Sal 54,23), es decir nos salvará. Porque él tiene cuidado de nosotros. Él consolará tu corazón, hijo mío, por las oraciones de los santos. Amén.
16. A un hermano enfermo que tenía diversos pensamientos respecto a quienes se ocupaban de sus necesidades
201. En nombre de Jesucristo, hermano, no tenemos derecho alguno sobre nuestro prójimo. Por caridad debemos superar y soportar esto. Nadie dice al prójimo: "¿Por qué no me amas?" Pero, haciendo él lo que promueve la caridad, impulsa al prójimo a la caridad. Cuanto a las necesidades corporales, si alguien merece ser aliviado, Dios inspirará incluso en el corazón de los sarracenos para que sean misericordiosos con él según lo necesite. Si no lo merece o si, para su corrección, no le es útil ser consolado, aunque se hiciera un nuevo cielo y una nueva tierra, no encontraría reposo. Por otra parte, decir que tú eres una carga para los hermanos, es reconocer una pretensión de justicia. Porque cuando uno ocasiona al prójimo, que quiere salvarse, el cumplimiento de un mandamiento de Dios, no se dice: "Yo le soy una carga". Quien detesta las personas irritantes, detesta la mansedumbre. Quien huye de los fastidiosos, huye del descanso en Cristo. Que el buen Dios, hijo mío, nos proteja con su gracia por las oraciones de los santos. Amén.

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