martes, 8 de mayo de 2012

San Doroteo de Gaza 5

XV. LOS SANTOS AYUNOS
159. En la Ley, Dios había prescrito a los hijos de Israel ofrecer cada año el diezmo de todos sus bienes. Al hacerlo, eran benditos en todas sus obras. Los santos Apóstoles, que lo sabían, para procurar a nuestras almas un auxilio bienhechor, decidieron trasmitirnos ese precepto bajo una forma más excelente y más elevada, a saber la ofrenda del diezmo de los días mismos de nuestra vida; dicho de otra manera, su consagración a Dios, para ser también nosotros benditos en nuestras obras y expiar cada año las faltas de todo el año. Habiendo hecho el cálculo, santificaron para nosotros, de los trescientos sesenta y cinco días del año, las siete semanas de ayuno. Ellos no asignaron para el ayuno más que siete semanas. Fueron los Padres los que, luego, se pusieron de acuerdo para añadir otra semana, a la vez para, de antemano, ejercitar y disponer a los que van a entregarse a la penalidad del ayuno y para honrar los ayunos con la cifra de la santa Cuarentena que nuestro Señor pasó ayunando. Porque las ocho semanas son cuarenta días, si se les resta los sábados y los domingos, sin tener en cuenta el ayuno privilegiado del Sábado Santo que es sagrado entre todos y el único ayuno de un sábado en el año. Pero las siete semanas, sin los sábados y los domingos, hacen treinta y cinco días. Añadiendo el ayuno del Sábado Santo y la mitad (de un día) constituida por la noche gloriosa y luminosa, se obtienen treinta y seis días y medio, que es exactamente la décima parte de los trescientos sesenta y cinco días del año. La décima parte de trescientos es treinta; la décima parte de sesenta, seis; y la décima parte de cinco, medio día: lo cual hace treinta y seis días y medio, como decíamos. Por así decir, es el diezmo de todo el año que los santos Apóstoles consagraron a la penitencia, para purificar las faltas del año entero.
160. Hermanos, dichoso el que en esos días santos se guarda bien y como conviene; porque si, como hombre, hubiera pecado por debilidad o por negligencia, Dios dio precisamente esos santos días para que, ocupándose cuidadosamente de su alma con vigilancia y humildad, y haciendo penitencia durante ese tiempo, él se purifique de los pecados de todo el año. Entonces su alma es aliviada de su carga, se acerca con pureza al santo día de la resurrección y, hecho un hombre nuevo por la penitencia de esos santos ayunos, participa a los santos Misterios sin incurrir en condenación, permanece en el gozo y la alegría espiritual, celebrando con Dios toda la cincuentena de la santa Pascua, que es "la resurrección del alma", como se ha dicho; y, para hacerlo notar, no doblamos las rodillas en la iglesia durante todo el tiempo pascual.
161. Quien quiera ser purificado de los pecados de todo el año gracias a esos días, debe ante todo guardarse de la indiscreción en la comida, porque, según los Padres, la indiscreción en los alimentos engendra todo mal en el hombre. Debe también tener cuidado de no romper el ayuno sin una gran necesidad, y no rebuscar manjares agradables, ni sobrecargarse con un exceso de alimento o de bebidas. Hay dos clases de gula. Uno puede estar tentado por la delicadeza de la comida: no quiere comer mucho, pero desea manjares sabrosos. Cuando un goloso come un alimento que le agrada, está tan dominado por el placer que lo guarda largo tiempo en la boca, saboreándolo más y más, y no lo traga más que a disgusto por razón de la concupiscencia que siente. Es lo que se llama la "laimargia" o "golosina". Otro está tentado por la cantidad, no desea manjares agradables y no se preocupa de su sabor. Sean buenos o malos, no tiene más deseo que comer. Sean los que sean los manjares, su único deseo es llenar el vientre. Es lo que se llama la "gastrimargia" o "glotonería". Voy a deciros la razón de esos nombres. "Margainein" significa entre los autores paganos "estar fuera de sí", y el insensato es llamado "margos". Cuando sobreviene a alguien esta enfermedad y esta locura de querer llenar el vientre, se la llama "gastrimargia", es decir "locura del vientre". Cuando se trata solamente del placer de la boca, se le llama "laimargia", es decir "locura de la boca".
162. El que quiere purificarse de sus pecados, debe con toda circunspección, evitar los desórdenes, porque ellos no proceden de una necesidad del cuerpo, sino de la pasión, y son pecado si se les tolera. En el uso legítimo del matrimonio y en la fornicación el acto es el mismo; es la intención la que hace la diferencia: en el primer caso, se unen para tener hijos, y en el segundo para satisfacer la voluptuosidad. Igualmente en el uso de la comida, es una misma acción la de comer por necesidad y la de comer por placer, pero el pecado está en la intención. Come por necesidad el que, habiéndose fijado una ración diaria, la disminuye, si, por la pesadez que ella le causa, se da cuenta de que hay que reducir algo. Si, al contrario, esa ración, lejos de producir pesadez, no mantiene su cuerpo y debe ser ligeramente aumentada, él añade un pequeño suplemento. De esa manera, valora justamente su necesidad y se acomoda luego a lo que se fijó, no por placer, sino con el objetivo de mantener las fuerzas del cuerpo. El alimento además hay que tomarlo dando gracias, juzgándose en el corazón ser indigno de tal socorro; cuando algunos, sin duda a causa de una necesidad o de una urgencia, son objeto de cuidados particulares, uno no debe prestar atención a eso, ni buscar él mismo el bienestar, ni simplemente pensar que el bienestar es inofensivo para el alma.
163. Cuando yo estaba en el monasterio (del abad Seridos), iba a ver un día a uno de los ancianos (allí había muchos muy ancianos). Encontré al hermano encargado de servirle comiendo con él y le dije aparte: "Hermano, presta atención. Estos ancianos que tú ves comer y que tienen aparentemente algo de alivio, son como hombres que han adquirido una bolsa y no han cesado de trabajar y de meter en ella dinero, hasta que estuvo llena. Después de haberla sellado, continuaron a trabajar y han reunido todavía miles de otras monedas, para tener con que pagar en caso de necesidad, guardando lo contenido en la bolsa. Así estos ancianos no cesaron de trabajar y de reunir tesoros. Después de haberlos sellado, continuaron ganando otros medios de los que pueden deshacerse en el momento de la enfermedad o de la vejez, guardando íntegros sus tesoros. Pero nosotros, ni siquiera hemos ganado la bolsa; ¿cómo vamos a hacer dispendios?" Por eso, le dije, aunque comamos por necesidad, debemos considerarnos indignos de todo alivio, indignos incluso de la vida monástica, y tomar con temor lo necesario. Y así, no será para nosotros un motivo de condenación.
164. Hemos hablado sobre la templanza en la comida. Pero no debemos limitarnos a vigilar nuestro régimen alimenticio. Hay que evitar igualmente todo otro pecado y ayunar también con la lengua como en la comida, absteniéndonos de la maledicencia, de la mentira, de las charlas, de las injurias, de la cólera, en una palabra de toda falta cometida con la lengua. Del mismo modo, hay que practicar el ayuno de los ojos, no mirando las vanidades, evitando la parrhesia en la vista, no fijándose en una persona faltando a la modestia. Hay también que prohibir a las manos y a los pies toda mala acción. Practicando así un ayuno agradable a Dios, como dice san Basilio, absteniéndonos de todo mal que se comete con cada uno de los sentidos, nos aproximaremos del santo día de la Resurrección, renovados, purificados y dignos de participar en los santos Misterios, como ya hemos dicho. Primero saldremos al encuentro de nuestro Señor y lo acogeremos con palmas y ramos de olivo, cuando, sentado en un asno, haga su entrada en la ciudad santa.
165. "Sentado en un asno", ¿qué quiere decir? El Señor se sienta en un asno, para que el alma hecha estúpida y semejante a los animales sin razón, como dice el Profeta (Sal 48,21), se convierta por el Verbo de Dios y se someta a su divinidad. Y, ¿qué significa "ir al encuentro con palmas y ramos de olivo"? Cuando alguien fue a guerrear contra su enemigo y vuelve victorioso, todos los suyos van a su encuentro con palmas, para acogerlo como vencedor. La palma es símbolo de la victoria. Por otra parte, cuando alguien sufre una injusticia y quiere recurrir a quien puede vengarla, lleva ramas de olivo, pidiendo a gritos misericordia y socorro, porque el olivo es símbolo de la misericordia. Por tanto, iremos también nosotros al encuentro de Cristo nuestro Señor con palmas, como al encuentro de un vencedor, ya que él venció al enemigo por nosotros, y con ramos de olivo implorando su misericordia, para que, como él venció por nosotros, seamos también nosotros victoriosos por su medio, pidiéndoselo, y para que nos hallemos arbolando sus emblemas de victoria, en honor no sólo de la victoria que él obtuvo por nosotros, sino también de la que habremos obtenido nosotros por su medio, gracias a las oraciones de todos los santos. Amén.

XVI. EXPLICACIÓN DE ALGUNAS PALABRAS DE SAN GREGORIO CANTADAS POR PASCUA
166. Gustoso os diría algunas palabras sobre las estrofas que cantamos para que no estéis distraídos con la melodía, sino que vuestro espíritu se ponga de acuerdo con el sentido de las palabras. ¿Qué acabamos de cantar? "Es el día de la Resurrección, hagamos de nosotros mismos una ofrenda." En otro tiempo en las fiestas o asambleas, los hijos de Israel presentaban dones al Señor, según la Ley: sacrificios, holocaustos, ofrendas de primicias, etc... San Gregorio nos exhorta a hacer como ellos una fiesta al Señor; nos invita a ello diciendo: "Es el día de la Resurrección." Dicho de otra manera, es el día de la fiesta santa, es el día de la divina asamblea, el día de la Pascua de Cristo. ¿Qué es la Pascua de Cristo? Los hijos de Israel realizaron la Pascua, el "pasaje", cuando salieron de Egipto, y ahora la Pascua que nos manda celebrar san Gregorio, es la que realiza el alma que sale del Egipto espiritual, es decir, del pecado. Cuando pasa del pecado a la virtud, realiza el "pasaje" en honor del Señor, según la expresión de Envagro: "La Pascua del Señor es la salida del mal".
167. Hoy es la Pascua del Señor, día de fiesta resplandeciente, día de la Resurrección de Cristo, que clavó el pecado a la cruz, que murió por nosotros y que resucitó. Traigamos también nosotros dones al Señor, ofrezcamos sacrificios y holocaustos, no de bestias irracionales, que Cristo no quiere, ya que está escrito: "No has querido sacrificios ni ofrendas de animales, y no has aceptado holocaustos de terneros y de corderos" (Hb 10,5-6; Sal 39,7). Y en Isaías: "¿Qué me importa la multitud de vuestros sacrificios? Dice el Señor..." (Is 1,11). Puesto que el Cordero de Dios fue inmolado por nosotros, como dice el Apóstol: "Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado por nosotros" (1 Co 5,7), para quitar el pecado del mundo, y puesto que "se hizo por nosotros maldición, según la palabra: Maldito quien pende del madero, para rescatarnos de la maldición de la Ley" (Ga 3,13) y para "hacer de nosotros hijos", debemos por nuestra parte ofrecerle un don que le agrade. Pero para agradar a Cristo, ¿qué don, qué sacrificio debemos ofrecerle en este día de la Resurrección, ya que no quiere sacrificios de animales irracionales? San Gregorio también nos lo enseña, porque después de haber dicho: "Es el día de la Resurrección" añade: "Hagamos de nosotros mismos una ofrenda". De manera semejante dice el Apóstol: "Ofreced vuestros cuerpos como víctima viviente, santa, agradable a Dios: ése es el culto que la razón os pide".
168. ¿Cómo debemos ofrecer a Dios nuestros cuerpos como víctima viviente y santa? Al no hacer más "los dictados de la carne y de nuestra imaginación" (Ef 2,3), sino "vivir según el espíritu, sin realizar los deseos carnales" (Ga 5,16). En esto consiste el "mortificar los miembros terrestres" (Col 3,5). Esa víctima se dice que es "viviente, santa y agradable a Dios". ¿Por qué se la llama "víctima viviente" Porque el animal destinado al sacrificio es degollado y muere en ese instante, mientras que los santos que se ofrecen ellos mismos a Dios, se sacrifican viviendo cada día, como dice David: "Por ti, somos entregados a la muerte, como ovejas del matadero" (Sal 43,22). Eso es lo que dice san Gregorio: "Hagamos de nosotros mismos una ofrenda", es decir, sacrifiquémonos, démonos muerte todo el día, como todos los santos, por Cristo nuestro Dios, por él que murió por nosotros. Pero, ¿cómo se dieron muerte los santos? "No amando al mundo ni lo que es del mundo", dicen las Cartas católicas (1 Jn 2,15), renunciando a "la codicia de la carne, a la codicia de los ojos y al orgullo de la vida" (1 Jn 2,16), es decir, al amor del placer, al amor del dinero y a la vanagloria, tomando la cruz y siguiendo a Cristo, crucificando el mundo en ellos mismos y crucificándose al mundo. A este propósito dice el Apóstol: "Los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus concupiscencias". He ahí cómo los santos se dieron muerte.
169. Y, ¿cómo se ofrecieron? No viviendo para sí mismos, y sometiéndose a los mandamientos divinos, renunciando a su voluntad por el mandamiento y el amor de Dios y del prójimo. "He aquí que hemos abandonado todo y te hemos seguido", decía san Pedro. ¿Qué había abandonado? Él no tenía ni bienes, ni riquezas, ni oro, ni dinero. No poseía más que su red, y aún en mal estado, nota san Juan Crisóstomo. Pero él renunció, como lo dice, a toda su voluntad, a toda la codicia de este mundo, y es evidente que si tuviera riquezas o bienes superfluos, los habría también despreciado. Luego, tomando su cruz, siguió a Cristo, según esta palabra: "No soy yo ya quien vivo, es Cristo quien vive en mí". He ahí cómo los santos se ofrecieron, mortificando en sí mismos toda codicia y toda voluntad propia, y viviendo sólo para Cristo y sus mandamientos.
170. Del mismo modo, también nosotros "Hagamos de nosotros mismos una ofrenda", como nos exhorta san Gregorio. Él quiere que seamos "La cosa más preciosa para Dios". Sí, en verdad, de todas las criaturas visibles, el hombre es la más preciosa. Las otras el Creador las hizo existir con una palabra: "Que exista esto", y aquello existió. "Que aparezca la tierra", y apareció. "Que se presenten las aguas", etc. Pero el hombre, lo hizo y lo modeló con sus propias manos, ordenó para su servicio y para su bien todas las otras criaturas, haciéndolo su rey, y le proporcionó el goce de las delicias del Paraíso. Y, cosa todavía más admirable, cuando por su propia falta el hombre cayó de aquella condición, Dios lo volvió a ella con la sangre de su propio Hijo. Así de todas las criaturas visibles, el hombre es "para Dios la más preciosa", y no sólo la más preciosa, sino (prosigue san Gregorio) "la más próxima", ya que dijo: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". Y también: "Dios creó al hombre. Lo creó a su propia imagen y sopló en su rostro un soplo de vida". Nuestro Señor mismo, al venir entre nosotros, tomó la naturaleza del hombre, una carne humana, un espíritu humano, en una palabra se hizo hombre en todo salvo el pecado, introduciendo de este modo al hombre en su familiaridad y apropiándoselo por así decir. Por tanto, es muy exacto lo que san Gregorio dijo del hombre: que es "para Dios la cosa más preciosa y la más próxima".
171. Luego añade más claramente todavía: "Demos a la imagen su cualidad de imagen". ¿Cómo? Aprendámoslo del Apóstol: "Purifiquémonos, dice él, de toda mancha de la carne y del espíritu" (2 Co 7,1). Purifiquemos nuestra imagen, tal cual la hemos recibido; lavémosla de la suciedad del pecado, para que su belleza resplandezca en las virtudes. De esa belleza David decía en su oración: "Señor, graciosamente diste resplandor a mi belleza" (sal 29,8). Purifiquemos, pues, nuestra cualidad de imagen, porque Dios la quiere en nosotros tal como nos la dio "sin mancha ni arruga ni nada semejante" (Ef 5,27). "Demos a la imagen su cualidad de imagen. Reconozcamos nuestra dignidad". Aprendamos de qué inmensos bienes fuimos gratificados y a la imagen de quien hemos sido creados. No ignoremos los dones magníficos que nos vinieron de Dios por sola su bondad, y no por nuestros méritos. Sepamos que hemos sido hechos a la imagen de Dios. "Honremos el arquetipo". No ofendamos la imagen de Dios según la que hemos sido formados. Quién quisiera pintar el retrato de un rey, ¿se atrevería a poner en él un color descolorido? Sería despreciar al soberano y atraerse un castigo. Al contrario, se emplean colores preciosos y brillantes, dignos verdaderamente del retrato del rey, añadiendo incluso a veces panes de oro. Se esfuerza uno por poner, en la medida de lo posible, todos los ornamentos regios, para que, al verse en el retrato una perfecta semejanza, parezca verse al modelo, al rey mismo, al ser tan magnífica y brillante su imagen. Nosotros también evitemos deshonrar a nuestro arquetipo. Somos a imagen de Dios. Hagamos pura y preciosa nuestra imagen, digna del arquetipo. Porque si se le castiga al que deshonró el retrato de un rey, que es solamente un ser visible y de nuestra misma raza, ¿qué castigo mereceremos si despreciamos la imagen divina en nosotros y no le damos su cualidad pura que le es propia, como pide san Gregorio? Honremos, pues, el arquetipo.
172. "Sepamos el sentido del misterio, y por qué Cristo murió". El sentido del misterio de la muerte de Cristo, es éste: con el pecado habíamos borrado nuestra cualidad de imagen y así nos habíamos dado muerte, como dice el Apóstol, "por nuestras transgresiones y nuestras faltas" (Ef 2,1). Pero Dios, que nos había hecho a su imagen, se conmovió de compasión por su criatura y su imagen, se hizo hombre por nosotros y aceptó la muerte por todos, para devolvernos, a nosotros que estábamos muertos, a la vida de la que habíamos sido despojados por la trasgresión. Subido a su santa cruz, crucificando el pecado, por cuya causa habíamos merecido ser expulsados del Paraíso, "condujo cautiva la cautividad", como dice la Escritura (Sal 67,19; Ef 4,8). "Condujo cautiva la cautividad", ¿qué quiere decir? Por la trasgresión de Adán el enemigo nos había hecho cautivos y nos tenía en su poder. Al partir del cuerpo, las almas humanas iban desde entonces al infierno, ya que el Paraíso estaba cerrado. Cristo subido a lo alto de la cruz santa y vivificadora, nos sacó por su propia sangre de la cautividad a la que nos había reducido el enemigo debido a la trasgresión. En otros términos, nos arrancó de las manos del enemigo y, a su vez, nos llevó, por así decir, en cautividad, después de haber vencido y destruido al que nos tenía cautivos. He ahí lo que significa "conducir cautiva la cautividad". Ése es "el sentido del misterio": Cristo murió por nosotros para devolvernos a la vida, a nosotros que estábamos muertos, como dice el santo. Fuimos arrancados del infierno por el amor de Cristo, y desde entonces está en nuestro poder volver al Paraíso, puesto que el enemigo no es ya nuestro dueño y no nos tiene en esclavitud como antes.
173. Hermanos, estemos atentos simplemente y evitemos el pecado. Con frecuencia os he dicho que todo pecado nos hace de nuevo esclavos del enemigo, porque voluntariamente nos abajamos y nos hacemos esclavos nosotros mismos. ¿No es una vergüenza y una gran desgracia irnos de nuevo a arrojar al infierno, después de que Cristo nos liberó con su sangre y que nosotros hemos aprendido todo eso? ¿No somos dignos de un castigo todavía más terrible y más lamentable? Que Dios en su amor tenga piedad de nosotros y nos conceda tener despierto el espíritu para comprenderlo y ayudarnos nosotros mismos, y hallar así algo de piedad el día del juicio.

XVII. EXPLICACIÓN DE ALGUNAS PALABRAS DE SAN GREGORIO CANTADAS A LA OCASIÓN DE LOS SANTOS MÁRTIRES
174. Hermanos, está bien cantar extractos de los santos teóforos, ya que en todas partes y siempre desean enseñarnos todo lo que concurre a la iluminación de nuestras almas. En ello encontramos también la ocasión de aprender cada vez por medio de palabras apropiadas el sentido mismo del aniversario que se celebra, trátese de una fiesta del Señor, de los santos mártires o de los Padres, es decir de cualquier solemnidad. Debemos, pues, cantar con atención y aplicar nuestro espíritu al significado de las palabras de los santos, para que no cante sólo la boca, como dice el Geronticón, sino nuestro corazón con la boca. Con el cántico precedente, según pudimos, hemos aprendido algo sobre la santa Pascua. Veamos ahora lo que san Gregorio quiere enseñarnos también sobre los santos mártires. En el salmo en su honor, que acabamos de recitar y que está sacado de sus discursos, se dice: "Víctimas vivientes, holocaustos racionales".
175. ¿Qué quiere decir: "Víctimas vivientes"? "Víctima" es lo que se ofrece en sacrificio a Dios, por ejemplo un cordero, un toro u otro animal cualquiera. ¿Por qué san Gregorio dice de los mártires "víctimas vivientes"? El cordero presentado para el sacrificio, primero es degollado y muerto; luego es despedazado, cortado en trozos y ofrecido a Dios. Pero los mártires estaban vivos cuando fueron despedazados, desollados, torturados, cortados en trozos en su carne. Los verdugos les cortaban a veces las manos, los pies, la lengua, les arrancaban los ojos, les desgarraban los costados de modo que quedaban al descubierto la forma y la disposición de sus entrañas. Y todos estos tormentos, los santos, como dije, los soportaban en vida y guardando su espíritu: por esa razón se les llama "víctimas vivientes". Y ¿por qué "holocaustos racionales "? Porque el holocausto es diferente del sacrificio. Se puede ofrecer una parte de un animal, solamente sus primicias, es decir, como está escrito en la Ley, el hombro derecho, el lóbulo del hígado, los dos riñones y otras partes similares. El que ofrece eso, realiza un sacrificio, una ofrenda de primicias. Eso es lo que se llama sacrificio. Al contrario, el holocausto se realiza cuando se ofrecen enteros el cordero, el toro o cualquier otra víctima, y se consumen completamente por el fuego, como está dicho: "La cabeza con los pies y los intestinos". Sucedía que incluso se quemaba la piel y los excrementos. En una palabra, todo en absoluto. Eso es lo que se llama un holocausto. Así realizaban los hijos de Israel los sacrificios y los holocaustos según la Ley.
176. Esos sacrificios y holocaustos eran símbolos de las almas que quieren salvarse y ofrecerse a Dios. Voy a deciros a este propósito algunas ideas expresadas por los Padres, para que, aprendiéndolas, elevéis un poco vuestros pensamientos, y vuestras almas saquen provecho. Según ellos, el hombro representa el vigor y las manos, la acción, como hemos dicho ya otra vez. Siendo el hombro la fuerza de la mano, se ofrecía la fuerza de la mano derecha, es decir la práctica de las buenas obras, porque la derecha significa para los Padres el bien. Cuanto a todas las demás partes de que hemos hablado, el lóbulo del hígado, los dos riñones y su grasa, la anca y la grasa de los muslos, el corazón, las costillas y lo restante, son igualmente símbolos. Dice el Apóstol: "Todas las cosas les sucedieron en figura y fueron escritas para instrucción nuestra" (1 Co 10,11). Voy a daros la explicación. Según san Gregorio, el alma esta formada de tres partes; comprende la potencia apetitiva, la potencia irascible y la potencia racional. Se ofrecía el lóbulo del hígado. Y los Padres vieron en el hígado la sede de los deseos. Siendo el lóbulo la extremidad superior, se ofrecía así simbólicamente la parte más alta de la potencia apetitiva, dicho de otro modo, sus primicias, lo que ella tiene de mejor y de más precioso. Esto quiere decir: no amar nada más que a Dios y preferir el deseo de Dios a todo otro deseo, ya que se le ofrecía, como hemos dicho, la parte más preciosa. Los riñones y su grasa, la anca, la grasa de los muslos tienen por analogía la misma significación, porque también ahí, según los Padres, reside el deseo. Así todas esas partes son símbolos de la potencia apetitiva. El corazón simboliza la potencia irascible, porque es, según los Padres, la sede de la cólera. San Basilio lo indica al decir: "La cólera es la ebullición y la agitación de la sangre en torno al corazón". Las costillas, en fin, son figura de la potencia racional, porque ése es el simbolismo que le atribuyen los Padres al pecho. Así dicen que por esa razón Moisés, revistiendo a Aarón con las vestiduras de sumo sacerdote, le puso sobre el pecho el racional, según el precepto de Dios. Por tanto, como hemos dicho, todas esas partes de la víctima son símbolos del alma que, con la ayuda de Dios, se purifica por la práctica y vuelve a su estado de naturaleza. Envagro dice que el alma racional obra según la naturaleza cuando su parte apetitiva desea la virtud, su parte irascible lucha por obtenerla y su parte racional se entrega a la contemplación de los seres.
177. De este modo, cuando los hijos de Israel ofrecían en sacrificio un cordero, un toro u otro animal, sacaban esas partes de la víctima y las colocaban en el altar, ante el Señor. Eso es lo que se llama un sacrificio, mientras que el holocausto consiste en ofrecer la víctima entera y en quemarla completamente. Como hemos dicho antes, al ser integral, definitivo, completo, el holocausto es símbolo de los perfectos, de quienes dicen: "He aquí que hemos abandonado todo y te hemos seguido". Es a este grado de perfección al que invitaba el Señor a aquel que le decía: "Todo eso lo he guardado desde mi juventud", porque le responde: "Una sola cosa te falta todavía". ­¿Cuál? ­Ésta: "Toma tu cruz y sígueme". Es de esta manera como los santos mártires se ofrecieron enteramente a Dios, ofreciéndose no sólo a sí mismos, sino también lo que les pertenecía y lo que les rodeaba. Según san Basilio, "una cosa es lo que somos, otra lo que es nuestro, otra lo que está en torno de nosotros", como os he dicho ya en otra ocasión. Somos el espíritu y el alma; nuestro es el cuerpo; en torno a nosotros están las riquezas y las demás cosas materiales. Los santos se ofrecieron a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas, según está escrito: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu". Ellos despreciaron no sólo hijos, esposas, honor, riquezas y todo lo demás, sino también hasta su propio cuerpo. Por eso se les llama "holocaustos", y "holocaustos racionales" porque el hombre es un animal racional, y "víctimas perfectas para Dios".
178. Pues el salmo continúa: "Ovejas conocedoras de Dios y conocidas por Dios".
"Conocedoras de Dios": ¿Cómo? El Señor mismo nos lo mostró diciendo: "Mis ovejas escuchan mi voz; conozco mis ovejas y ellas me conocen". ¿Qué quiere decir: "Mis ovejas escuchan mi voz"? Que ellas obedecen a mi palabra, guardan mis mandamientos, y de este modo me conocen. Por la observancia de los mandamientos, los santos se aproximan de Dios y son conocidos por él. Pero, si Dios conoce todo, las cosas ocultas y misteriosas, incluso las que no existen, ¿por qué san Gregorio llama a los santos "ovejas conocidas por Dios"? Porque, al aproximarse de él por los mandamientos, según dije, es como ellos conocen a Dios y son conocidos por él. Puede decirse que cuanto más uno se aparta y se aleja de alguien, tanto más lo ignora, y tanto más es ignorado por él. Igualmente del que se aproxima, se dirá que lo conoce y que es conocido por él. Es en este sentido como se dice también de Dios que él ignora a los pecadores, en cuanto que los pecadores se alejan de él. Por eso el Señor mismo les dijo: "En verdad os digo que no os conozco". Por consiguiente, cuanto más adquieren virtudes los santos por los mandamientos, tanto más se acercan de Dios, y cuanto más se acercan de Dios, tanto mejor lo conocen y son conocidos por él.
179. "Su redil es inaccesible a los lobos".
Se llama "redil" al recinto en donde el pastor reúne y guarda sus ovejas para que no sean desgarradas por los lobos, ni robadas por los ladrones. Si el redil tiene una brecha por algún lado, será fácil a los lobos y a los ladrones penetrar por ella para realizar sus malas intenciones. El redil de los santos está asegurado y guardado por todas partes. "Allí, dice el Señor, los ladrones no hacen agujeros ni roban", y no pueden maquinar ninguna obra mala. Roguemos, hermanos, para merecer, también nosotros, pastar con ellos y encontrarnos en el lugar de su gozo bienaventurado y de su reposo. Porque, aunque no alcancemos la perfección de los santos y no seamos dignos de estar en su gloria, podemos al menos no ser excluidos del Paraíso, a condición de estar vigilantes y hacernos alguna violencia, como dice san Clemente: "Si uno no es coronado, esfuércese al menos por no estar lejos de quienes son coronados". En el palacio, hay grandes e ilustres funcionarios, por ejemplo: los senadores, los patricios, los generales, los gobernadores, los silenciarios. Éstos reciben grandes sumas. Pero en el mismo palacio hay también otros que sirven por un módico salario y se dice igualmente de ellos que están al servicio del emperador, están también al interior del palacio y, sin tener la gloria de los grandes, al menos están allí dentro. Además, sucede que, avanzando poco a poco, obtienen funciones importantes y altas dignidades. Nosotros, del mismo modo, evitemos cuidadosamente cometer pecado, para escapar al menos del infierno. Así, podremos, gracias al amor de Cristo por nosotros, obtener incluso la entrada en el Paraíso, por las oraciones de todos sus santos. Amén.

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