lunes, 7 de mayo de 2012

San Doroteo de Gaza 4

XIII. HAY QUE SOPORTAR LAS TENTACIONES SIN TURBARSE Y DANDO GRACIAS
138. El abad Poemen dijo con razón que la marca del monje aparece en las tentaciones (Poemen 13). El hombre que emprende de veras el servicio de Dios, debe "preparar su alma a la tentación", como dice la Sabiduría (Sb 2,1), para no ser sorprendido ni turbado cuando ella llegue, creyendo que nada se produce sin la Providencia de Dios. Y donde actúa la Providencia de Dios, lo que sucede es necesariamente bueno y útil al alma. Todo lo que Dios nos hace, lo hace para nuestro bien, por amor y benevolencia para con nosotros. Por tanto, como dice el Apóstol (1 Ts 5,18), debemos "dar gracias en todas las cosas" a su bondad y no desanimarnos nunca, ni aflojar ante nada de lo que nos sucede, sino recibir los acontecimientos sin turbarnos, con humildad y confianza en Dios, persuadidos, como he dicho, de que todo lo que Dios nos hace, lo hace por bondad, por amor, y que está bien hecho. Incluso es imposible que las cosas se hagan bien si no es precisamente Dios quien las dispone así en su misericordia.
139. Si alguien tiene un amigo de quien sabe con certeza que le ama, cuanto le sobrevenga de parte de él, aunque sea cosa penosa, tiene por cierto que le fue hecho por amor, y nunca creerá que su amigo haya querido hacerle daño. ¡Cuánto más, respecto de Dios, nuestro Creador, que nos ha sacado de la nada al ser y que por nosotros se hizo hombre y murió, debemos tener esa convicción de que todo lo que nos hace, lo hace por bondad y por amor! Respecto de un amigo, puedo pensar que obra por afecto hacia mí y por mi bien, pero que no tiene necesariamente toda la inteligencia requerida para ocuparse de mis intereses y por tanto que podría quizás, sin querer, hacerme daño. Pero de Dios no podemos decir eso, ya que es la fuente de la sabiduría, sabe todo lo que nos es útil, y en vista de ello dispone todas las cosas hasta las más mínimas. Del amigo se puede decir también: me ama, quiere mi bien, es bastante inteligente para ocuparse de mis intereses, pero no tiene la posibilidad de ayudarme como desearía. Esto mismo tampoco podemos decirlo de Dios, ya que todo le es posible y nada le es imposible. Sabemos que Dios ama a su criatura y quiere su bien, es él mismo el origen de la sabiduría y conoce cómo ordenar las cosas, nada le es imposible, todo está sometido a su voluntad. Sabiendo también que todo lo que hace lo hace para favorecernos, debemos recibirlo, como hemos dicho, con acción de gracias, por venir de un Amo bienhechor y bueno, aunque nos sea penoso. Todo sucede por un justo juicio, y Dios que es misericordioso, no mira con indiferencia la penalidad que nos sobreviene.
140. A menudo se propone esta cuestión: Si en las adversidades el sufrimiento nos lleva al pecado, ¿cómo puede pensarse que son para nuestro bien? En la ocurrencia no pecamos más que porque no tenemos resignación y no queremos soportar la más pequeña penalidad ni sufrir la más mínima contrariedad. Dios no permite que seamos probados más allá de nuestras fuerzas, como lo dice el Apóstol: "Dios es fiel; no permitirá que seáis tentados más allá de lo que podéis soportar" (1 Co 10,13). Somos nosotros los que no tenemos paciencia, que no queremos sufrir nada, que no soportamos cosa alguna con humildad. Por ello las tentaciones nos quebrantan: cuanto más nos esforzamos por evitarlas, tanto más nos abruman y descorazonan, sin que podamos librarnos. Quienes tienen que nadar en el mar y saben nadar, se hunden cuando les llega la ola y se dejan ir bajo ella hasta que haya pasado. Luego continúan nadando sin dificultad. Si quieren oponerse a la ola, ella los empuja y los rechaza a una buena distancia. Tan pronto como vuelven a nadar, una nueva ola les llega; si la resisten, de nuevo son empujados y rechazados: así sólo se fatigan y no avanzan. Si, al contrario, se hunden bajo la ola, como he dicho, si descienden bajo ella, ella pasará sin molestarles: ellos continuarán nadando mientras quieran y realizarán lo que tienen que hacer. Si uno se entretiene a afligirse, turbarse, acusar a todos, sufre él mismo, haciendo más agobiante para sí la tentación, y resulta que ésta no sólo no le aprovecha, sino que le daña.
141. Las tentaciones son provechosas para quien las soporta sin turbarse. Incluso cuando una tentación nos asedia, no debemos turbarnos por ello. Si en ese momento uno se turba, es por ignorancia y por orgullo, porque no conoce el propio estado y huye del trabajo. "Si no progresamos, dicen los Padres, es porque ignoramos nuestros límites, no tenemos constancia en las obras que emprendemos, y queremos adquirir la virtud sin trabajo" (Apoft Nau 297). ¿Por qué el apasionado se extraña al ser molestado por una pasión? ¿Por qué se turba por ello, cuando la pone en acción? ¿La tienes y te turbas? Tienes las pruebas de ella y dices: "¿Por qué me atormenta?" Soporta, más bien, combate e invoca a Dios. Es imposible no sufrir por una pasión, cuando uno se dejó llevar a cometer sus actos. "Los instrumentos de las pasiones están en ti, decía el abad Sisoés. Devuélveles lo que tienes de ellas, y ellas se irán". Por "instrumentos" entendía las causas de las pasiones. Mientras las amemos y nos sirvamos de ellas, es imposible que no seamos cautivos de los pensamientos apasionados, que nos constriñen, a pesar nuestro, a obrar según las pasiones, ya que voluntariamente nos hemos entregado en sus manos.
142. Es lo que dice el Profeta a propósito de Efraín que "maltrató a su adversario", es decir su conciencia, y "pisoteó el juicio" (Os 5,11): y dice: "Él deseó a Egipto y fue llevado forzado a los Asirios" (Os 7,11). Por "Egipto" los Padres entienden el deseo carnal, que nos inclina a dar gusto al cuerpo y hace al espíritu más sensual; por "Asirios" entienden los pensamientos apasionados que manchan y perturban el espíritu, lo llenan de imágenes impuras y lo fuerzan, a pesar de él, a cometer el pecado. Cuando uno se abandona deliberadamente a la voluptuosidad del cuerpo, necesariamente, aunque no lo quiera, será llevado forzosamente a los Asirios para servir allí a Nabucodonosor. Sabiendo esto, el Profeta se desolaba y decía: "No vayáis a Egipto" (Jr 49,19). ¿Qué hacéis, desgraciados? Humillaos un poco. Curvad los hombros, trabajad por el rey de Babilonia y morad en la tierra de vuestros padres". Luego los anima diciendo: "No temáis al rey de Babilonia, porque Dios está con vosotros para libraros de su mano" (Jr 49,11). Les predice seguidamente la desgracia que les sobrevendrá si no obedecen a Dios: "Si vais a Egipto, no tendréis salida, reducidos a la esclavitud, objeto de maldiciones y ultrajes". Ellos respondieron: "No quedaremos en este país. Iremos a Egipto, en donde no veremos más la guerra, en donde no oiremos más el sonido de la trompeta, en donde no pasaremos más hambre" (Jr 49,13-14). Allí se fueron y sirvieron gustosos a Faraón, pero fueron luego llevados por la fuerza a los Asirios y vinieron a ser sus esclavos, a su pesar.
143. Prestad atención a estas palabras. Quien no ha realizado los actos de una pasión, aunque sus pensamientos le hagan la guerra, está al menos en su propia ciudad, es libre y tiene a Dios para ayudarle. Si se humilla ante él y lleva con acción de gracias el yugo de la penosa tentación, luchando aunque sea poco, el auxilio de Dios le librará. Si, al contrario, huye del trabajo y busca el placer corporal, entonces será llevado por fuerza al país de los Asirios para servirles a pesar suyo. Y el profeta dice entonces a los Israelitas: "Orad por la vida de Nabucodonosor, porque de su vida depende vuestra salvación" (Ba 1,11-12). Nabucodonosor, es decir no desanimarse ante la prueba de la tentación que sobreviene, ni recalcitrar contra ella, sino soportarla humildemente, sufrirla como algo debido, creer que no se merece ser liberado de esa carga, sino más bien ver prolongar la tentación y hacerse más fuerte, con la certeza de que, aunque la causa de ella no se perciba por el momento, nada puede venir de Dios que no sea razonable y justo. Tal era el hermano que se afligía y lloraba porque Dios le había quitado la tentación: "Señor, decía, ¿no soy digno de sufrir un poco?" Está escrito también que un discípulo de un gran anciano fue un día tentado de fornicación. El anciano viéndolo sufrir, le dijo: "Quieres que pida a Dios que te alivie de ese combate? ­Si sufro, Padre, respondió el discípulo, al menos veo en mí el fruto de ello. Pide, pues, más bien a Dios que me dé paciencia".
144. He ahí quienes quieren de veras salvarse. En eso consiste llevar el yugo con humildad y orar por la vida de Nabucodonosor. Por eso el Profeta dice: "Porque de su vida depende la salvación". Decir como aquel hermano: "Veo en mí el fruto de mi sufrimiento", equivale a decir: "De su vida depende mi salvación". El anciano lo muestra bien al responder al hermano: "Hoy sé que estás en el camino del progreso y que me superas". En efecto, cuando alguien combate para no pecar y lucha incluso contra los pensamientos apasionados que le sobrevienen al espíritu, es humillado y quebrantado en la lucha, pero el sufrimiento de los combates le purifica poco a poco y le retorna al estado natural. Como hemos dicho, es ignorancia y orgullo turbarse cuando se está asediado por una pasión. Uno debe más bien reconocer humildemente sus límites y esperar en la oración que Dios tenga misericordia. El que no es tentado y que ignora el tormento de las pasiones, no lucha tampoco para purificarse. El Salmo dice también a este propósito: "Aunque los pecadores broten como hierba y se descubran todos los que obran mal, serán aniquilados para siempre" (Sal 91,8). "Los pecadores que brotan como hierba" son los pensamientos apasionados. Porque la hierba es frágil y sin fuerza. Cuando los pensamientos apasionados broten en el alma, entonces "se descubren todos los que obran mal", es decir se revelan las pasiones, "para ser aniquiladas para siempre". Cuando las pasiones se manifiestan a quienes combaten, son aniquiladas por ellos.
145. Considerad el encadenamiento de estas palabras. Primero, nacen los pensamientos apasionados, luego se muestran las pasiones, y entonces son aniquiladas. Todo esto se aplica a los que combaten. Pero nosotros que cometemos el pecado y fomentamos siempre las pasiones, no sabemos cuando nacen los pensamientos apasionados, ni cuando se manifiestan las pasiones para combatirlas. Estamos todavía abajo, en Egipto, miserablemente ocupados en hacer ladrillos para Faraón. Al menos, ¿quién nos concederá darnos cuenta de nuestra amarga esclavitud, para humillarnos con ello y hacer que nos esforcemos por obtener misericordia?
Cuando los hijos de Israel estaban en Egipto al servicio de Faraón, hacían ladrillos. Los que hacen ladrillos están constantemente curvados, con la mirada fija en la tierra. Igualmente, si el alma sirve al diablo y comete el pecado, el diablo pisotea su entendimiento, le impide todo pensamiento espiritual y la obliga a considerar y realizar siempre las cosas terrestres. Con los ladrillos que habían hecho, los hijos de Israel construyeron luego para Faraón tres ciudades fortificadas: Pitón, Ramesés y On, que es Heliópolis: es decir el amor del placer, el amor del dinero y el amor de la gloria, origen de todos los pecados.
146. Cuando Dios envió a Moisés para hacerles salir de Egipto y librarles de la esclavitud de Faraón, éste hizo todavía más pesados sus trabajos y les dijo: "Sois unos perezosos, ¡holgazanes! Por eso decís: Vamos a ofrecer sacrificios al Señor nuestro Dios". Del mismo modo, cuando el diablo ve que Dios se inclina sobre un alma para ejercer en ella su misericordia y aliviarla de sus pasiones, sea mediante la palabra, sea por medio de sus siervos, entonces también él la abruma más aún, bajo el peso de las pasiones, y la ataca con más violencia. Sabiendo esto, los Padres confortan al hombre con sus enseñanzas y no le dejan ser presa del espanto. Uno dice: "¿Caíste? levántate. ¿Caes de nuevo? Levántate de nuevo, etc..." Otro explica: "La fuerza de quienes quieren adquirir las virtudes, consiste en no desanimarse cuando caen, y reafirmar su resolución". En resumen, cada uno a su manera, de una u otra forma, tiende la mano a los que son atacados y atormentados por el enemigo. Al hacer esto, los Padres se inspiraban en las palabras de la sagrada Escritura: "El que cae, ¿no se levanta? Y el que se extravía, ¿no retorna? Volveos a mí, hijos míos, y os curaré las heridas, dice el Señor" (Jr 8,4 y 3,22). Asimismo otros textos semejantes.
147. Cuando la mano de Dios se hizo gravosa para Faraón y sus súbditos y él consintió en dejar partir a los hijos de Israel, dijo a Moisés: "Id a sacrificar al Señor, vuestro Dios, pero dejad aquí vuestras ovejas y bueyes", figura de los pensamientos del espíritu de los que Faraón quería permanecer dueño, esperando así hacer volver a los hijos de Israel. Pero Moisés respondió: "No, debes darnos lo necesario para ofrecer sacrificios y holocaustos al Señor, nuestro Dios. Nuestros rebaños vendrán con nosotros. No quedará de ellos ni una pezuña". Cuando, conducidos por Moisés, los hijos de Israel abandonaron Egipto y pasaron el mar Rojo, Dios, queriendo que fuesen a las setenta palmeras y a las doce fuentes de agua, los condujo primeramente a Mera, y el pueblo se desesperó al no encontrar qué beber, porque el agua era amarga. Luego, de Mera, Dios los condujo al lugar de las setenta palmeras y de las doce fuentes de agua.
148. Así el alma que cesó de cometer el pecado y atravesó el mar espiritual debe ante todo sufrir el combate y muchas aflicciones, y a través de las pruebas entrará en el santo reposo. "Nos es preciso pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de los Cielos". Las tribulaciones excitan la misericordia de Dios para con el alma, como los vientos hacen llover. Y como la lluvia frecuente hace pudrir el brote todavía tierno y destruye el fruto, mientras que los vientos lo hacen secar poco a poco y le devuelven el vigor, así ocurre al alma: el relajamiento, el descuido y el reposo la debilitan y disipan; las tentaciones, al contrario, la recogen y la unen a Dios. "Señor, dice el Profeta, en las tribulaciones nos hemos acordado de ti" (Is 26,1). Como hemos dicho, no hay que turbarse ni desanimarse en las tentaciones, sino ser pacientes, dar gracias y pedir sin cesar a Dios con humildad, que tenga piedad de nuestra debilidad y que nos proteja contra toda tentación para gloria suya. Amén.

XIV. LA EDIFICACIÓN Y LA ARMONÍA DE LAS VIRTUDES EN EL ALMA
149. La Escritura dice de las comadronas que dejaban vivir los bebés varones de los Israelitas: "Por haber temido a Dios, hicieron casas". ¿Se trata de casas materiales? Pero, ¿cómo podría decirse que construyeron tales casas por haber temido a Dios, cuando, al contrario, se nos enseña que es ventajoso por temor de Dios abandonar incluso las casas que poseemos (Mt 19,29)? No se trata, pues, de una casa material, sino de la casa del alma, que se construye mediante la observancia de los mandamientos de Dios. Con esta palabra la Escritura nos enseña que el temor de Dios dispone al alma a guardar los mandamientos y que por ellos se edifica la casa del alma. Vigilémonos, pues, hermanos. Tengamos también nosotros el temor de Dios, y construyamos casas, para encontrar en ellas abrigo durante la mala estación, en caso de lluvia, de relámpagos y de truenos, porque la mala estación es una gran miseria para quien no tiene albergue.
150. ¿Cómo se edifica la casa del alma? Podemos aprenderlo exactamente en conformidad con la casa material. El que quiere construir una casa, ha de asegurarla de todos sus lados, debe levantar sus cuatro costados y no limitarse a uno solo, descuidando los otros; de lo contrario, no lograría nada, sino que perdería su trabajo y todos los gastos serían vanos. Así ocurre con el alma. Uno no debe descuidar ningún elemento de su edificio, sino hacer que se levante de manera igual y armoniosa. Es lo que dijo el abad Juan: "Deseo que el hombre tome un poco de cada virtud y no haga como algunos, que se agarran a una sola virtud, se encastillan en ella y no ejercitan más que ésa, descuidando las otras". Tal vez se destacan en esa virtud y, consecuentemente, no son molestados por la pasión opuesta. Sin embargo, las otras pasiones les engañan y los oprimen, y ellos no se preocupan por ello y se imaginan poseer algo grandioso. Semejan a un hombre que construiría un muro solo y lo levantaría tanto como le sería posible, y que, considerando su altura, pensaría haber hecho una gran cosa, sin darse cuenta de que la primera ráfaga de viento lo tiraría por tierra, ya que se halla solo, sin el apoyo de los otros muros. Por lo demás, no se puede hacer un albergue con un solo muro, pues uno estaría al descubierto de todos los demás lados. Por tanto, no se ha de obrar así, sino que, quien quiere construir una casa para abrigarse en ella, debe construirla de cada lado y asegurarla de todos los costados.
151. Ved cómo: primero, debe poner los cimientos, es decir la fe. Porque "sin la fe, dice el Apóstol, es imposible agradar a Dios" (Hb 11,6). Luego, sobre los cimientos, debe construir un edificio bien proporcionado. ¿Tiene la ocasión de obedecer? Ponga una piedra de obediencia. ¿Un hermano se irrita contra él? Ponga una piedra de paciencia. ¿Tiene que practicar la templanza? Ponga una piedra de templanza. Y así para cada virtud que se presente, debe poner una piedra en su edificio, y elevarlo de esa manera todo alrededor, con una piedra de compasión, una piedra de abnegación de la voluntad, una piedra de mansedumbre, y así lo demás... Sobre todo ha de prestar atención a la constancia y al ánimo, que son las piedras angulares: ésas son las que dan solidez a la construcción, trabando los muros entre sí e impidiéndoles que se inclinen y se separen. Sin ellas no es posible perfeccionar ninguna virtud, ya que el alma sin ánimos no tiene tampoco constancia, y sin constancia nadie puede hacer bien cosa alguna. Por eso dijo el Señor: "Salvaréis vuestras almas mediante vuestra constancia" (Lc 21,19). El constructor debe todavía colocar cada piedra con mortero, porque si pusiera las piedras unas sobre otras sin mortero, se desunirían y caería la casa. El mortero es la humildad, pues está hecho de la tierra, que todos pisan. Una virtud sin humildad no es virtud, como dijo el Geronticón: "Como no puede construirse un navío sin clavos, así es imposible salvarse sin humildad". Por tanto, si se hace algún bien, hay que hacerlo humildemente, para conservarlo con la humildad. La casa debe también tener lo que se llama armadura: se trata de la discreción que consolida la casa, une las piedras entre sí y robustece la construcción, al par que le da buena apariencia. El techo es la caridad, que es el acabamiento de las virtudes como el techo es el acabamiento de la casa (Col 3,14). Después del techo, hay la balaustrada de la terraza. ¿Cuál es la balaustrada? Está escrito en la Ley: "Cuando construyáis una casa y le pongáis un techo en forma de terraza, lo rodearéis con una balaustrada, para que vuestros hijos pequeños no caigan del techo" (Dt 22,8). La balaustrada es la humildad, corona y guardiana de todas las virtudes. Del mismo modo que cada virtud debe estar acompañada de la humildad, como cada piedra está puesta sobre el mortero, según hemos dicho, así la perfección de la virtud tiene todavía necesidad de la humildad y es, progresando por medio de ella, como los santos llegan naturalmente a la humildad. Os lo digo siempre: "Cuanto más uno se acerca a Dios, tanto más se da cuenta de que es pecador" (Apof Matoés, 2). ¿Quiénes son los niños pequeños de los que dice la Ley: "para que no caigan del techo"? Son los pensamientos que nacen en el alma: hay que guardarlos mediante la humildad para que no caigan del techo, es decir de la perfección de las virtudes.
152. Ved la casa concluida. Tiene su armadura, tiene el techo y, en fin, la balaustrada. En resumen, la casa está terminada. ¿No le falta nada? Sí. Hemos omitido una cosa. ¿Cuál? Que el constructor sea hábil. Si no, la construcción, al estar mal construida, un día caerá por tierra. El constructor hábil es el que obra "con ciencia". Uno puede entregarse al trabajo de las virtudes, pero, como no lo hace con ciencia, pierde su trabajo y queda en la incoherencia, sin lograr terminar su obra; se coloca una piedra y se la quita. Acontece incluso que se pone una y se quitados. Por ejemplo, un hermano te dice una palabra desagradable o hiriente. Tú guardas silencio y haces una metania: has puesto una piedra. Después, vas a decir a otro hermano: "Fulano me ultrajó, me dijo esto y esto. No sólo no le dije nada, sino que le hice una metania". He ahí: habías puesto una piedra, y quitas dos. También se puede hacer una metania con el deseo de ser alabado, hallándose la humildad unida a la vanagloria. Se pone y se quita una piedra. El que hace una metania con ciencia, se persuade realmente que cometió una falta, está convencido de haber sido la causa del mal. En esto consiste hacer una metania con ciencia. Otro practica el silencio, pero no con ciencia, porque cree que hace un acto de virtud. Él no hace nada en absoluto. Quien se calla con ciencia se juzga indigno de hablar, como dicen los Padres, y ése es el silencio practicado con ciencia. Todavía otro no tiene demasiado alta opinión de sí mismo y cree hacer una cosa grandiosa al humillarse: no se da cuenta de que no hace nada, pues no obra con ciencia. No tener demasiado alta opinión de sí con ciencia, es tenerse por nada e indigno de ser contado entre los hombres, como el abad Moisés que se decía a sí mismo: "Sucio negro, tú no eres un hombre y ¿te presentas entre los hombres?"
153. Otro ejemplo: Uno cuida un enfermo, pero con miras a la recompensa. Ése no obra tampoco con ciencia. Si le sobreviene algo desagradable, renuncia al punto a su buena obra y no la puede realizar, porque no la cumplía con ciencia. Al contrario, el que cuida un enfermo con ciencia, lo hace para adquirir compasión y entrañas de misericordia. Si tiene esa intención, puede sobrevenir una prueba del exterior, puede incluso impacientarse contra él el enfermo; lo soporta sin turbarse, atento a su objetivo y sabiendo que el enfermo le hace más bien a él que él al enfermo. Creedme: quien cuida a un enfermo con ciencia, es aliviado de las pasiones y de las tentaciones. Conocí a un hermano atormentado por un deseo vergonzoso, y que fue liberado de él por haber cuidado con ciencia a un enfermo que padecía de disentería. Envagro cuenta también que un hermano perturbado por sueños nocturnos, fue liberado de ellos por un gran anciano que le prescribió el cuidado de los enfermos junto con el ayuno. Al hermano que le preguntaba la razón de ello, respondió: "Nada extingue esas pasiones como la misericordia". El que se libra a la ascesis por vanagloria, o imaginándose que practica la virtud, no lo hace tampoco con ciencia. Por eso se atreve a despreciar a su hermano, creyéndose él ser algo. No sólo pone una piedra y quita dos, sino que, juzgando al prójimo, corre el riesgo de hacer caer el muro entero. El que se mortifica con ciencia, no se tiene por virtuoso y no quiere que le alaben como asceta, sino que lo hace por mortificación y espera obtener la templanza y mediante ésta alcanzar la humildad. Porque según los Padres, "el camino de la humildad son los trabajos corporales realizados con ciencia", etc... En una palabra, se ha de practicar cada virtud de modo a adquirirla y transformarla en costumbre. Entonces, como hemos dicho, se es un buen y hábil constructor, capaz de construir sólidamente su casa.
154. El que con la ayuda de Dios quiere llegar al estado de perfección, no ha de decir: "Las virtudes son elevadas; no puedo alcanzarlas". Esto sería hablar como hombre que no espera el auxilio de Dios o que falta de interés por hacer el más mínimo bien. Examinemos la virtud que queráis, y veréis que el éxito depende de nosotros si queremos. Así dice la Escritura: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". No mires lo alejado que estás de esta virtud y no te pongas a temer y decir: "¿Cómo puedo amar al prójimo como a mí mismo? ¿Cómo puedo preocuparme de sus penas como de las mías, sobre todo las que están ocultas en su corazón y que yo no las veo ni conozco como las mías?" No fomentes tales pensamientos y no imagines que la virtud es sobremanera difícil. Comienza siempre por obrar, poniendo la confianza en Dios. Muéstrale tu deseo y tu buena voluntad, y verás cómo te concederá el auxilio necesario para tener éxito. Una comparación: Supón dos escaleras, una levantada hacia el cielo, la otra descendiendo a los infiernos. Tú estás en la tierra entre esas dos escaleras. No vayas a decir: "¿Cómo podré volar de la tierra y encontrarme al primer impulso en la cima de la escalera?" Eso no es posible, ni Dios te lo pide. Pero al menos ten cuidado de no descender: no hagas mal al prójimo, no lo hieras, no hables mal de él, no lo ultrajes, no lo desprecies. Luego comienza a hacer algún bien, confortando a tu hermano con una palabra, testimoniándole compasión, dándole una cosa que él necesita. Y así, escalón tras escalón, llegarás, con la ayuda de Dios, a la cumbre de la escalera. Pues es ayudando a tu prójimo como llegarás también a querer su aprovechamiento y su ventaja como para ti, y eso es "amar a su prójimo como a sí mismo": Si buscamos, encontraremos; y si pedimos a Dios, él nos iluminará. El Señor dice en el Evangelio: "Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad, y se os abrirá". Dice: "Pedid", para que imploremos con la oración. "Buscad", examinando cómo obtener la virtud, lo que ella nos aporta, lo que debemos hacer para adquirirla. Hacer cada día ese examen es poner en práctica el "buscad y hallaréis". "Llamad" significa cumplir los mandamientos, porque se llama con las manos y las manos significan la práctica. Debemos, pues, no sólo pedir, sino también buscar y practicar, esforzándonos por estar "dispuestos para toda obra buena", como dice el Apóstol (2 Tm 3,17). ¿Qué quiere decir esto? Si alguien quiere construir un barco, primero prepara todo lo que le es necesario, hasta los más pequeños trozos de madera, incluso la pez y la estopa. O bien, si una mujer quiere montar un bastidor, prepara todo hasta la aguja más pequeña y el hilo más insignificante. Tener así preparado todo lo necesario para una cosa, es lo que se dice "estar presto".
155. Estemos nosotros también "prestos para toda obra buena", enteramente dispuestos para cumplir la voluntad de Dios con ciencia, como lo quiere él y según su voluntad. El Apóstol dijo: "El bien que Dios quiere, lo que le es agradable, lo que es perfecto". ¿Qué quería decir con esto? Todo sucede, sea por la permisión de Dios, sea por su voluntad, como dijo el Profeta: "Yo, el Señor, hago la luz y creo las tinieblas" (Is 45,7). Y también: "No hay mal en la ciudad que el Señor no lo haya hecho" (Am 3,6). Por "mal" él comprende todas las desgracias, es decir las pruebas que sobrevienen para nuestra corrección, a causa de nuestra malicia: hambre, peste, sequía, enfermedades, guerras. Estos males no llegan en virtud de la buena voluntad de Dios, sino por su permisión: él permite que nos sean infligidos para nuestro provecho. Por tanto, Dios no quiere que los queramos, ni que concurramos con ellos. Por ejemplo, si la voluntad de Dios permite la destrucción de una ciudad, por eso no quiere que vayamos a ponerle fuego e incendiarla, o tomar las hachas y demolerla. Y si Dios permite que un hermano esté afligido y caiga enfermo, no quiere por ello que nosotros vayamos a afligirle o que digamos: "Ya que es la voluntad de Dios que este hermano esté enfermo, no lo tratemos con misericordia". Dios no quiere eso, no quiere que cooperemos con su voluntad cuando ésta es de esa manera. Desea que seamos buenos cuando no quiere que queramos lo que él hace. Entonces, ¿a qué quiere que apliquemos la voluntad? Al bien que él quiere, a lo que es según su buena voluntad, como he dicho, es decir todo lo que es objeto de un precepto: amarse los unos a los otros, ser complaciente, dar la limosna, etc... Eso es "el bien que Dios quiere". ¿Qué se ha de entender por "lo que le es agradable"? Incluso cumpliendo una buena acción, no se hace necesariamente lo que es agradable a Dios. Me explico. Por ejemplo, un hombre que encuentra una huérfana pobre y bonita. Encantado por su belleza, la recoge y la educa por ser huérfana. Eso es lo que Dios quiere y es una cosa buena, pero no "lo que le es agradable". "Lo que es agradable a Dios" es la limosna hecha, no con un pensamiento humano, sino a causa del bien mismo y por compasión. He ahí "lo que es agradable a Dios". En fin, "lo que es perfecto" es la limosna hecha no con parsimonia, ni lentitud ni frialdad, sino con todo lo que se puede y de todo corazón. Es dar como si se sintiese uno mismo obligado. He ahí "lo que es perfecto". Es así como se hace según dice el Apóstol, "el bien que Dios quiere, lo que le es agradable, lo que es perfecto". Eso es obrar con ciencia.

156. Se debe conocer el bien de la limosna y su virtud, que es grande y tiene incluso el poder de quitar los pecados, según la palabra del Profeta: "El rescate del hombre es su propia riqueza" (Pr 13,8). Y en otra parte: "Redime tus pecados con limosnas" (Dn 4,24). El Señor mismo dijo: "Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6,36). Él no dijo: "Ayunad como ayuna vuestro Padre celestial". Tampoco: "Sed pobres, como es pobre vuestro Padre celestial"; sino: "Sed misericordiosos, como es misericordioso vuestro Padre celestial". Porque es esa virtud la que imita de un modo especial a Dios; es propia de Dios. Como decíamos, hay que tener siempre fijos los ojos en ese objetivo y dar limosna con ciencia. Existe una gran variedad de motivos en la práctica de la limosna: éste la hace para que su campo sea bendecido, y Dios bendice su campo; aquel, por la salvación de su navío, y Dios salva su navío; otro, por sus hijos, y Dios los protege; otro todavía, para ser honrado, y Dios le procura el honor. Dios no rechaza a nadie y da a cada uno lo que él quiere, con tal que no dañe a su alma. Pero todos esos han recibido su recompensa, no han reservado nada ante Dios, ya que el objetivo que se proponían no era el provecho del alma. ¿Tú diste la limosna para que tu campo sea bendecido? Dios lo ha bendecido. ¿Tú diste la limosna pensando en tus hijos? Dios los guardó. ¿Tú diste la limosna buscando el honor? Dios te concedió el honor. Por tanto, ¿qué te debe Dios? Te dio el salario por el que tú actuaste.
157. Otro da la limosna para ser preservado del castigo venidero. Éste obra por su alma. Obra según Dios, pero no como Dios quiere, porque está todavía en la condición servil: el esclavo no hace gustosamente la voluntad de su amo, sino porque teme ser castigado. Él igualmente da la limosna para ser preservado del castigo y Dios le preserva. Otro da la limosna para recibir una recompensa. Eso está mejor, pero no es tampoco como Dios quiere; él no se halla todavía en la disposición propia del hijo. Como el mercenario que no cumple la voluntad de su amo más que para ganar su salario, él también obra por una remuneración. Como dice san Basilio, hay tres disposiciones con las que podemos obrar el bien. Recuerdo habéroslas dicho. O bien, lo obramos por temor del castigo, y estamos en el estado de esclavitud. O bien, lo hacemos en vista de la recompensa, y estamos en la disposición del mercenario. O, en fin, lo hacemos por razón del bien mismo, y entonces estamos en la disposición del hijo. Porque el hijo no hace la voluntad de su padre por temor, ni con el deseo de recibir de él una remuneración, sino porque quiere servirle, honrarle y contentarlo. Es así cómo debemos dar la limosna: mirando al bien en sí mismo, teniendo compasión los unos de los otros como nuestros propios miembros, favoreciendo a los otros como si fuéramos los favorecidos, dando como si nosotros recibiésemos. Ésa es la limosna hecha con ciencia y es así como nos hallaremos en la disposición de hijos, como decíamos.
158. Nadie puede decir: "Soy pobre y no tengo con qué dar limosna". Porque si no puedes dar como los ricos que echaban sus dones en el tesoro, da dos piececitas, como la viuda. Dios las recibirá de ti más gustoso que los dones de los ricos. ¿No tienes ni siquiera las dos piececitas? Al menos tienes fuerza y puedes ejercer la misericordia cuidando a tu hermano enfermo. Si tampoco puedes hacer esto, te es posible dirigir a tu hermano una palabra de aliento. Ejercita, pues, con él la caridad de palabra y escucha al que dice: "Una palabra es un bien superior a una dádiva" (Si 18,16). Supongamos que incluso no puedes dar la limosna de una palabra, tu puedes, cuando tu hermano está irritado contra ti, tener piedad de él y soportarle durante su cólera, viéndolo atormentado por el enemigo común, y, en lugar de decirle una palabra que le excite todavía más, puedes guardar silencio y ejercer la misericordia respecto a su alma, arrancándosela al enemigo. También puedes, si tu hermano pecó contra ti, tener misericordia de él y perdonarle la falta, para obtener tú mismo perdón de parte de Dios, ya que está dicho: "Perdonad y se os perdonará". Así ejerces la caridad para con el alma de tu hermano, perdonándole las faltas que cometió contra ti. Dios nos dio el poder, si queremos, de perdonarnos los pecados los unos a los otros. No pudiendo ejercer la misericordia para con el cuerpo de tu hermano, lo haces respecto a su alma. Y, ¿qué mayor misericordia que ésa? Como el alma es más preciosa que el cuerpo, así la misericordia respecto al alma es superior a la misericordia respecto al cuerpo. Por tanto, nadie puede decir: "No tengo la posibilidad de practicar la misericordia". Cada uno puede hacerlo según sus medios y su condición, con tal que tenga cuidado de realizar con ciencia el bien que hace, como lo hemos explicado a propósito de cada virtud. El que obra con ciencia, hemos dicho, es constructor experimentado y hábil que construye sólidamente su casa, y de él dice el Evangelio: "El hombre sensato construye su casa sobre roca" y nada puede tambalearla. Que el Dios de bondad nos conceda comprender, y practicar lo que comprendemos para que estas palabras no nos sirvan de condenación en el día del juicio. A él sea la gloria por los siglos. Amén.

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